– ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo? ¿Qué? -exclamó Justice dando un paso atrás.
– Es mi hijo, Jonas -repitió Maggie.
Justice sintió que un dolor sobrehumano se apoderaba de él. Nunca había sentido nada parecido.
Si Maggie tenía un hijo, estaba con otro hombre.
Era increíble el dolor que aquel razonamiento le produjo. Aunque se había asegurado a sí mismo que lo suyo había terminado, que su matrimonio ya era historia y se había convencido de que era lo mejor para los dos, ahora que tenía ante sí la prueba irrefutable de que Maggie había rehecho su vida el dolor era tan grande que no podía con él.
La idea de que Maggie besara a otro hombre y se acostara con otro hombre se le antojó espantosa, pero ¿qué esperaba? ¿Acaso creía que Maggie se iba a recluir en un convento después del divorcio?
No, claro que no, su Maggie tenía mucho más carácter que todo eso. Era evidente que no le había llevado demasiado tiempo rehacer su vida, tal y como demostraba la edad del niño, que debía de contar con varios meses. Eso significaba que Maggie se había ido con otro realmente rápido.
Aquello le hizo preguntarse si aquel fin de semana, el último que habían pasado juntos, ya estaría con el otro. Aquella idea se le antojó insufrible. ¿Todas aquellas horas que habían estado juntos en la cama había habido otro hombre esperándola? -Qué demonios significaba aquello?
A Justice le entraron unas tremendas ganas de gritar, de destrozar algo, pero no lo hizo, se lo guardó todo dentro de sí para que Maggie no se diera cuenta de lo mal que lo estaba pasando. No quería darle aquella satisfacción, no quería que su ex mujer supiera que todavía podía hacerle daño.
Era un hombre orgulloso.
– ¿No tienes nada que decir? -le preguntó Maggie poniéndose en pie con el niño apoyado en la cadera.
Justice intentó mantenerse indiferente.
– ¿Qué quieres que diga? ¿Quieres que te dé la enhorabuena? Muy bien, lo haré si eso te hace feliz -contestó sin mirar al pequeño.
– ¿No quieres saber quién es el padre? -le preguntó Maggie acercándose lentamente.
¿Por qué estaba haciendo aquello? ¿Estaba disfrutando restregándole por la cara su nueva relación? Por supuesto que Justice senda curiosidad por saber quién era el padre del pequeño. Sí, para ir a por él y darle una buena paliza, pero no lo iba hacer.
– No es asunto mío, ¿no? -contestó.
– La verdad es que sí que lo es -contestó Maggie girando la cabeza para plantarle un beso al niño en la frente antes de volver a mirar a Justice. -Claro que es asunto tuyo porque tú eres su padre.
Justice sintió que un dolor enorme volvía a recorrerle el cuerpo y se preguntó cuántas descargas de dolor así podría aguantar una persona en una noche.
No sabía qué se proponía Maggie, pero, fuera lo que fuese, no le iba a salir bien porque, aunque ella no lo supiera, era imposible que él fuera el padre de aquel bebé.
Claro que, por otra parte, ¿por qué demonios le iba a mentir? ¿Acaso porque el padre de verdad no estaba interesado en el niño? ¿Por eso quería convencerlo a él de que era suyo? ¿O lo haría por dinero? A lo mejor quería que Justice se hiciera cargo económicamente del pequeño.
Qué gran estupidez. De ser así, con una prueba de paternidad quedaría todo resuelto. Maggie no era tonta, lo que lo devolvió a la primera pregunta.
¿Qué se proponía y por qué?
Justice se quedó mirándola. Maggie lo miraba desafiante. Seguía sin atreverse a mirar al niño, aunque lo veía por el rabillo del ojo. Aquel niño era la prueba de que Justice había fallado a la hora de darle a Maggie lo que más ansiaba en la vida y ella se había buscado a otro hombre para conseguirlo.
El dolor volvió a apoderarse de él. Comparado con la intensidad que tenía, el dolor de la pierna era una nimiedad.
– Buen intento -comentó mirándola con frialdad.
– ¿Por qué dices eso?
– Lo digo, Maggie, porque yo no soy su padre, así que deja de intentar cargármelo.
– ¿Cargártelo? -se sorprendió Maggie tomando aire y abrazando al niño. -No te estoy intentando cargar nada.
– ¿Ah, no? -insistió Justice sonriendo a duras penas, pues el nudo que sentía en la garganta era terrible. -Entonces, ¿se puede saber qué hace aquí?
– ¡Está aquí porque su madre está aquí, idiota! -contestó Maggie acercándose un poco más.
Justice sabía que, si daba un paso atrás, corría el riesgo de caerse. ¡Eso sería la guinda del pastel!
– Mi hijo va conmigo porque soy su madre y se me había ocurrido que, a lo mejor, su padre querría conocerlo.
Aquello fue como si a Justice le dieran una puñalada. No había podido darle lo que ella más quería en el mundo y ahora verla con aquel niño en brazos lo estaba matando.
Sobre todo, porque Maggie lo miraba a los ojos mientras le mentía.
– No me lo trago, así que déjalo, ¿de acuerdo? No soy el padre de ese niño ni de ningún otro, así que, ¿a qué viene todo esto?
– ¿Cómo sabes que no eres su padre? -insistió Maggie. -Míralo. ¡Míralo! Tiene los mismos ojos que tú. Tiene el mismo pelo que tú. ¡Pero si hasta es igual de testarudo que tú!
Como si supiera que estaban hablando de él, el pequeño comenzó a tirar del aro dorado que Maggie llevaba en la oreja. Mientras lo hacía, emitió un aullido de satisfacción que hizo que Justice pusiera cara de pocos amigos.
Maggie, sin embargo, se giró hacia su hijo, le quitó los deditos del pendiente y le sonrió.
– No tires, cariño -le dijo.
El bebé sonrió encantado a su madre.
El cariño con el que Maggie le había hablado a su hijo hizo que Justice lo mirara por fin.
Se trataba de un bebé de mejillas sonrosadas, ojos azules muy vivos y un mechón de pelo negro en la cabeza. Llevaba puesto un pañal y una camiseta en la que se leía Futuro vaquero y no paraba de mover las manos y los pies.
Justice sintió que algo se le rompía por dentro. Desde luego, si Maggie y él hubieran tenido hijos, seguro que habrían sido así.
Tal vez, por eso precisamente, Maggie creía que le iba a poder engañar. Debía de creer que, debido al parecido físico que efectivamente había entre ellos, iba a poder convencer a Justice de que aquel niño era suyo y de que no hacía falta que se hiciera las pruebas de paternidad.
¿Cómo iba a suponer Maggie que él pediría esas pruebas? Al fin y al cabo, habían estado casados y las fechas encajaban más o menos. No tenía motivos para imaginar que él no se lo iba a creer.
Claro que todo eso quería decir que el verdadero padre del pequeño los había abandonado. Aquello lo enfadó. ¿Qué clase de tipo sería capaz de dejar tirada a Maggie con un bebé?
Justice se quedó mirando al niño, que se movía arriba y abajo sobre la cadera de su madre y se reía sin parar. Si hubiera la más mínima posibilidad en el mundo de que fuera suyo, se haría cargo de él encantado, pero no era así.
El sabía la verdad.
Maggie, no.
– Es muy guapo -comentó.
– Gracias -contestó Maggie.
– Pero no es mío.
Justice se daba cuenta de que Maggie quería contradecirlo. La conocía bien y sabía que le gustaba discutir, pero también sabía que en aquella ocasión tenía todas las de perder.
Aunque ella no lo supiera.
Era imposible que fuera el padre de Jonas porque había tenido un terrible accidente de coche diez años atrás en el que había sufrido lesiones tan graves que estuvo ingresado varias semanas y, tras varias pruebas, un médico le había dicho que lo más probable era que no pudiera tener hijos.
Así que Jonas no era suyo.
Era imposible que lo fuera.
Maggie, por supuesto, no tenía ni idea de todo aquello. Justice no se lo había contado ni siquiera a sus hermanos.
Antes de casarse, cuando Maggie había empezado a hablar de formar una familia, Justice le había dicho que no quería tener hijos. Había preferido que creyera que no quería ser padre a que lo mirara como si no fuera un hombre completo.
No le había contado la verdad entonces y no estaba dispuesto a hacerlo ahora. Seguía importándole lo que Maggie pensara de él y no quería que lo tuviera por un tullido.
No podría soportar su compasión. Ya tenía suficiente con que se le hubiera presentado en casa y estuviera viendo lo mucho que le costaba caminar.
– ¿Con quién has estado, Maggie? ¿Con qué tipo de hombre te has acostado que no quiere a su hijo? -le preguntó.
– ¡He estado contigo, tonto! -contestó Maggie algo enfadada. -No te había hablado de Jonas antes porque supuse que no querrías saber nada de él.
– ¿Y qué te ha hecho cambiar de parecer?
– Que estoy aquí. He venido a ayudarte y he decidido que, pase lo que pase, tienes derecho a saber de la existencia de Jonas y a saber que es hijo tuyo.
A Maggie le pareció que Justice apretaba todavía más las mandíbulas y que la miraba con mayor frialdad. Estaba haciendo lo de siempre, cerrándose en banda y dejándola fuera.
¿Por qué?
Sí, por supuesto que sabía que no quería hijos, pero había creído que, en cuanto viera a su bebé, cambiaría de parecer, que Jonas conseguiría dar al traste con la negativa de su padre a no tener familia.
Incluso había llegado a soñar con que Justice admitiera por primera vez en su vida que se había equivocado. En su sueño se había imaginado a Justice mirando a su hijo, pidiéndole perdón a ella y rogándole que se quedaran ambos a su lado para formar una familia.
Tendría que haber sabido que todo eso era imposible.
– Idiota.
– No soy idiota -contestó Justice.
– No estaba hablando contigo -contestó Maggie. Justice estaba muy cerca de ella, pero qué lejos lo sentía.
La casa estaba en silencio, tranquila, sumida en la oscuridad. Fuera, la noche lo invadía todo, el viento del mar soplaba con fuerza, como de costumbre, haciendo que las ramas de los árboles golpearan las ventanas y el tejado.
Justice estaba a menos de treinta centímetros de Maggie. Lo tenía tan cerca que sentía el calor que emanaba de su cuerpo. Lo tenía tan cerca que le habría gustado poder apoyarse en él y tocarlo, exactamente igual que le había pasado mientras le daba el masaje hacía un rato.
Al instante, sintió que un potente calor se apoderaba de ella al recordar cómo había reaccionado Justice cuando sus manos le habían recorrido la pierna. Maggie se había dado cuenta de la erección y había tenido que hacer un gran esfuerzo para ignorarla porque lo cierto era que deseaba a aquel bobalicón.
– Mira, estoy dispuesto a pasar lo de la terapia -comentó Justice rompiendo el encantamiento. -No me gusta, pero necesito andar. Si me puedes ayudar, genial, pero para ello vas a tener que olvidarte de esas tonterías de que soy el padre de tu hijo. No quiero volver a oír nada al respecto.
– Así que quieres que mienta.
– Quiero que dejes de mentir.
– Muy bien. Nada de mentiras entonces. Jonas es hijo tuyo.
Justice apretó los dientes.
– ¡Maldita sea, Maggie! -murmuró.
– No digas esas cosas delante de mi hijo -lo reprendió Maggie mirando al niño.
A pesar de que sólo tenía seis meses, era evidente que estaba confundido e incómodo con lo que estaba pasando. Tenía los ojos vidriosos y le temblaba el labio inferior como si estuviera a punto deponerse a llorar.
– ¿Crees que me ha entendido? -se rió Justice.
Maggie miró al niño y le pasó la yema del dedo índice por la barbilla para tranquilizarlo.
– No entiende las palabras, pero sí el tono de voz -le explicó a Justice. -No quiero que hables en ese tono cuando estés delante de él.
Justice tomó aire y lo soltó furioso.
– Está bien -accedió intentando calmarse. -Yo no me enfado delante del niño y tú te dejas de jueguecitos.
– Yo no estoy jugando a ningún jueguecito.
– Maggie, no sé qué te traes entre manos, pero es obvio que hay algo. Sea lo que sea, te digo desde ya que no te va a funcionar.
Maggie se quedó mirándolo y negó con la cabeza.
– Sabía que eras testarudo, Justice, pero nunca imaginé que pudieras ser tan cabezota.
– Y yo nunca imaginé que fueras capaz de serme infiel -le espetó Justice avanzando a duras penas hacia la puerta.
Maggie se quedó mirándolo, sintiendo pena por él, pues era evidente que le dolía mucho la pierna. Ver a un hombre tan fuerte e independiente apoyado en un bastón le partía el corazón. Sabía que las lesiones no eran permanentes, pero también sabía el enorme esfuerzo que estaba haciendo Justice para salir con dignidad de la habitación.
– ¿Infiel? ¿Infiel yo? -se indignó.
A continuación, miró a su hijo sintiéndose culpable y le sonrió, aunque sonreír era lo último que le apetecía hacer en aquellos momentos.
No quería disgustar al bebé por culpa de un hombre que estaba ciego y que no veía la verdad ni teniéndola delante.
– No te he sido infiel jamás. Y tampoco te estoy mintiendo.
Justice no la miró. Siguió avanzando, salió al pasillo y se alejó con su bastón golpeteando el suelo, si quería escaparse de ella, iba a tener que correr un poco más.
Maggie salió al pasillo, se puso a su altura y lo encaró.
– Quítate del medio -le dijo Justice mirando hacia la puerta abierta de su dormitorio.
– Piensa lo que te dé la gana de mí, pero te aseguro que no me vas a ignorar -lo increpó Maggie.
Justice no se dignaba a mirarla y aquello la estaba enfureciendo todavía más. Desde luego, las cosas no estaban saliendo como a Maggie le habría gustado.
Cuando Jefferson la había llamado para que fuera a ayudar a Justice, Maggie se lo había tomado como una señal. Había creído que ésa sería la manera de volver como pareja. Creyó que había llegado el momento, por fin, de que Justice conociera a su hijo.
Pero, por lo visto, se había equivocado.
– ¿Eres tan cobarde que ni tan siquiera te atreves mirarme? -le espetó a sabiendas de que acusarlo de cobarde lograría llamar la atención de Justice.
Efectivamente, Justice se giró al instante hacia ella, le clavó sus penetrantes ojos azules y Maggie se dio cuenta de que estaba furioso.
Perfecto.
Por lo menos, estaba vivo.
– No me tires de la lengua, Maggie. Por el bien de los dos, no sigas. Si quieres que controle el tono en el que hablo cuando estoy delante de tu hijo, tú debes tener cuidado con no pasarte de la raya.
Sí, definitivamente, estaba furioso, pero debajo del enfado había dolor, y Maggie sintió una inmensa pena.
Justice no tenía motivos para sentirse dolido. Lo que le estaba ofreciendo era su hijo, no la peste.
– Justice -le dijo con amabilidad, acariciándole la espalda al bebé. -Me conoces mejor que nadie. Sabes que jamás te mentiría sobre una cosa así. Si te digo que eres el padre de Jonas, es porque es verdad.
Justice hizo un ruido parecido al bufido de un toro dejando salir el aire por la nariz con fuerza, indicando que no la creía.
Maggie se apartó, dolida e indignada. ¿Cómo era posible que no la creyera? ¿Cómo era posible que la creyera capaz de mentir en una cosa así? ¿Y aquel hombre decía quererla? ¿Aquel hombre creía conocerla y no sabía que jamás intentaría engañarlo con algo tan serio? ¿Qué tipo de marido era?
– Estoy intentando mostrarme comprensiva -continuó haciendo lo posible por no enfadarse. -Entiendo que todo esto te ha tomado por sorpresa.
– Ni te lo imaginas.
– No te lo pienso volver a repetir. No voy a luchar, no voy a pelear. No pienso obligarte a que te hagas cargo de tus responsabilidades…
– Yo siempre me hago cargo de mis responsabilidades, Maggie. Deberías saberlo.
– Y tú deberías saber que yo nunca miento.
Justice tomó aire, ladeó la cabeza y la miró.
– ¿Y entonces? ¿Qué pasa? ¿Estamos empate? ¡Punto muerto? ¿Tregua armada?
– Ni lo sé ni me importa. Llámalo como quieras, pero no pienso insistir más. Si no me crees cuando te digo que Jonas es hijo tuyo, tú te lo pierdes. Hemos concebido un hijo precioso y sano entre los dos y yo lo quiero suficiente por los dos.
– Maggie…
Maggie le puso la mano en la nuca a su hijo y lo abrazó con ternura.
– Por si te preguntas por qué he tardado tanto tiempo en decirte todo esto, te diré que ha sido porque temía tu reacción. Qué raro, ¿verdad? -añadió Maggie con sarcasmo.
Justice murmuró algo que Maggie no llegó a comprender.
– La verdad, te lo digo con tristeza, es que me daba miedo que mi hijo tuviera que enfrentarse a que su propio padre lo rechazara, a que no lo quisiera.
Justice la miró con frialdad y Maggie se estremeció levemente. Pasaron un par de segundos y ninguno dijo nada. Estaban solos en el mundo los tres, pero había un muro invisible que los separaba. De un lado estaban Maggie y su hijo y, del otro, el hombre que debería haberlos recibido con los brazos abiertos.
Justice se volvió hacia el niño, que lo miraba con curiosidad. Maggie se fijó en que la expresión facial de su marido se suavizaba, pero Justice se apresuró a volver a colocar aquella cara de pocos amigos que Maggie conocía tan bien y, cuando habló, lo hizo en un tono de voz tan bajo que Maggie tuvo problemas para oírlo.
– Te equivocas, Maggie. Si este niño fuera hijo mío, lo querría.
A continuación, pasó de largo a su lado y se dirigió a su dormitorio sin mirar atrás.
Maggie sintió que se le rompía el corazón.