Al oír aquello, Maggie sintió ciertos remordimientos en su interior. De repente, mientras observaba que Justice se alejaba, le dolió todo el cuerpo.
– ¿Me habrías pedido que me quedara? -le preguntó anonadada. -¿Y me lo dices ahora?
Justice no contestó, se limitó a seguir andando, lentamente. La única señal de que estaba emocionalmente revuelto era que se aferraba al bastón. Maggie apretó los dientes con fuerza. Aquel hombre la sacaba de quicio. Era evidente que Justice se arrepentía de lo que había dicho.
Cuando Maggie se había ido de casa y se había separado de él, con el corazón completamente roto, Justice la había dejado ir sin decir absolutamente nada, y Maggie había tenido siempre la sensación de que, en realidad, no le importaba. Solía decirse que su matrimonio no era lo que ella creía, que el sueño de formar una familia al que estaba renunciando había sido una fantasía y no una realidad.
Estaba convencida de que Justice no la quería tanto como ella a él si la dejaba marchar sin hacer ni decir nada.
Luego, unos meses después, habían pasado un fin de semana juntos, el último, aquél en el que había sido concebido Jonas. Aun así, Justice había dejado que se fuera, se había escondido en su interior y había dado cerrojazo a sus pensamientos y a sus emociones. Al hacerlo, había dado al traste de nuevo con los sueños de Maggie.
Ni siquiera en aquella ocasión Maggie había sido capaz de presentar la demanda de divorcio aun cuando Justice le había devuelto los papeles firmados que ella le había enviado previamente. Maggie los había guardado en un cajón, había disfrutado de su embarazo, había parido a su hijo y había esperado con la ilusión de que Justice la buscaría.
Naturalmente, no lo había hecho.
– ¿Cómo fuiste capaz de hacer una cosa así? ¿Cómo fuiste capaz de dejar que me marchara si querías que me quedara? -murmuró. -¿Por qué? No me dijiste ni una sola palabra. Ninguna de las dos veces.
Justice se paró en seco y los perros se pararon a su lado. Maggie tuvo la sensación de que todo se paraba, de que el mundo dejaba de girar.
– ¿Y qué querías que dijera? -le preguntó apretando las mandíbulas con amargura.
– Me podrías haber dicho que me quedara.
– No -contestó Justice encaminándose de nuevo hacia los establos, – no podía decirte eso.
Maggie suspiró y avanzó detrás de él hasta situarse a su lado con pasos lentos, para ir a su velocidad. Mientras lo hacía, pensó que era evidente que Justice jamás le pediría que se quedara.
– Claro, ¿cómo me ibas a pedir que me quedara, eh? El gran Justice King -se quejó dando una patada al polvo. -Tú no quieres que nadie sepa que eres capaz de sentir.
Justice se volvió a parar y se giró hacia ella.
– Siento como cualquier ser vivo, Maggie -le dijo. -Tú deberías saberlo mejor que nadie.
– ¿Y cómo quieres que lo sepa? Nunca verbalizaste tus sentimientos -se lamentó Maggie elevando las manos y volviéndolas a dejar caer. -Nos lo pasábamos muy bien juntos, nos reíamos y hacíamos el amor, pero jamás me dejaste penetrar en tu interior. Ni una sola vez.
– Te equivocas -contestó Justice mirándola con un brillo especial en los ojos. -Lo que pasa es que no te quedaste el tiempo suficiente para darte cuenta.
¿Sería cierto? Maggie no estaba segura. Al principio de su matrimonio, todo había sido fuego y pasión entre ellos. Se pasaban el día entero haciendo el amor, cabalgando a caballo durante horas, pasando días enteros de lluvia en la cama. En aquella época, Maggie le habría dicho a cualquiera que le hubiera preguntado que Justice y ella era realmente felices.
Pero ahora era muy consciente de que no había hecho falta mucho para dar al traste con los cimientos de aquello que habían compartido, así que no debía de haber sido cierto.
Maggie sintió que los hombros se le caían y miró a Justice, que se había girado de nuevo y avanzaba hacia los establos. Él, sin embargo, se mantenía recto y alto, como si no quisiera que nada de aquello le afectara. Él siempre tan fuerte.
«Qué típico», pensó Maggie.
Justice King no admitía jamás una debilidad, jamás pedía a nadie nada, ni siquiera ayuda… aunque la estuviera necesitando. Eso habría sido admitir que necesitaba ayuda, y él estaba acostumbrado a depender única y exclusivamente de sí mismo. Habría sido como una rendición. Maggie lo había sabido desde el principio de su relación, pero todavía ansiaba que las cosas hubieran sido diferentes.
Aunque no quería admitirlo, estaba conmocionada, pero se dijo que debía apartar aquellos turbulentos pensamientos para analizarlos a solas en otro momento, así que tomó aire profundamente y se obligó a hablar con alegría y a cambiar de tema.
– ¿Y qué hacen Spike y Ángel aquí en lugar de estar fuera con el rebaño? -preguntó.
Justice se quedó pensativo, como si agradeciera el nuevo rumbo de la conversación.
– Estamos entrenando a dos perros nuevos, y Phil pensó que era mejor dejar a estos dos descansando un par de días hasta que los otros, los cachorros, se hayan habituado.
Maggie había sido la esposa de un ranchero tiempo suficiente como para saber el valor de los perros pastores. Cuando aquellos perros trabajaban con el ganado, podían acceder a lugares a los que un vaquero a caballo no tenía entrada. Un buen perro podía hacer que el rebaño se moviera sin asustar a las reses y sin provocar una estampida que podría resultar fatal tanto para los animales como para los vaqueros. Aquellos perros estaban bien entrenados y los vaqueros los mimaban hasta la saciedad. Maggie recordaba una ocasión en la que le había tomado el pelo a Justice diciéndole que los rancheros habían copiado a los pastores, que habían sido los primeros en emplear perros en su trabajo. No pudo remediar sonreír al recordar lo que había sucedido después. Justice la había perseguido por toda la casa, la había atrapado en la planta de arriba, riéndose, y la había llevado al dormitorio, donde había pasado varias horas intentando convencerla para que retirara lo que había dicho, pues ningún ranchero en su sano juicio admitiría jamás que había aceptado consejos de los pastores y, menos que nadie, él.
Spike y Ángel se adelantaron a Justice y a ella y entraron en los establos, cuyas puertas estaban abiertas. Los establos tenían dos plantas y era un edificio de madera, como la casa principal.
– ¡Eh, vosotros dos, fuera de ahí! -exclamó alguien desde dentro.
Casi al instante, ambos perros salieron corriendo. De haber sido niños, seguro que habrían salido riéndose también.
– ¿Y eso? -le preguntó Maggie a Justice observando cómo los dos perros se sumergían en el tanque de agua que utilizaban los perros pastores para bañarse.
– Mike tiene una vaca y un ternero dentro y supongo que no querrá que los perros se acerquen demasiado -contestó Justice entrando en los establos y dirigiéndose al último compartimento de la derecha. Una vez allí, apoyó el brazo sobre la puerta de madera y observó al veterinario que examinaba con manos expertas al ternero de casi tres meses.
– ¿Cómo va? -le preguntó.
– Mejor -contestó Mike sin levantar la vista de lo que estaba haciendo. -La herida va bien, así que tanto él como su madre podrán salir a pastar mañana -añadió mirando a Justice y sonriendo al ver a Maggie. -Vaya, cuánto me alegro de verte de nuevo por aquí, Maggie.
– Gracias, Mike.
No era el primer vaquero que le daba la bienvenida y se alegraba sinceramente de verla. De hecho, parecían más contentos de tenerla de nuevo por allí que su propio marido.
– ¿Qué le ha pasado a este chiquitito? -preguntó entrando con cautela en el compartimento, muy pendiente de la madre del herido.
Una vez dentro, se arrodilló junto al ternero. Como la mayor parle de las reses de Justice, se trataba de un angus negro, así que tenía el pelaje negro y unos enormes ojos marrones que la miraban con curiosidad.
– No lo sabemos a ciencia cierta -contestó Mike. -Uno de los chicos lo vio cojeando y lo trajo a los establos. En cualquier caso, parece que se está curando muy bien.
El ternero lucía el emblema del rancho King en uno de sus flancos. A juzgar por el tamaño que tenía iba a ser un ejemplar bien grande. Eso quería decir que en todo su esplendor llegaría a pesar quinientos kilos, pero en aquellos momentos no era más que una cría que necesitaba a su madre, que lo abastecía de comida y de cuidados.
El establo olía a heno, cuero y animales, un olor que a Maggie le resultaba familiar y agradable. Cualquiera lo habría dicho antes de conocer a Justice y de casarse con él, pues hasta entonces había sido una urbanita convencida. En aquella época, lo que más le gustaba del mundo era un buen centro comercial lleno de gente. De pequeña jamás le había gustado salir a la naturaleza, y alojarse en un motel le parecía lo más cercano a acampar al aire libre que estaba dispuesta a llegar.
Y, aun así, vivir en el rancho se le había hecho realmente fácil. ¿Habría sido porque estaba enamorada de Justice o porque, por fin, su corazón había dilucidado cuál era su verdadero hogar?
«¿Y qué más da ya?», se preguntó con tristeza.
– Hasta luego, Mike -se despidió del vaquero agarrando a Justice del brazo. -Venga, que tenemos que seguir andando. Te recuerdo que estamos haciendo rehabilitación.
– No me había dado cuenta de que fueras tan mandona -murmuró Justice mientras salían de los establos y se dirigían a rodear la casa principal.
– Pues será que no me prestabas atención, porque siempre he sido así -contestó Maggie.
Se dio cuenta de que Justice avanzaba con dificultad y se adecuó a su paso, más lento. Justice se dio cuenta aunque no dijo nada. Maggie sabía que todo aquello se le tenía que estar haciendo muy duro, pues no estaba acostumbrado a depender de los demás. Además, era consciente de que le tenía que doler la pierna aunque preferiría morir antes de admitirlo. Maggie decidió iniciar otra conversación para que Justice tuviera algo que lo distrajera del dolor.
– Phil ha dicho que habíais plantado hierba nueva, ¿no? -le preguntó sabiendo que a Justice le gustaba hablar del rancho.
Así se enfrascaría en la conversación y no se daría cuenta del dolor.
– Sí, en los pastos de arriba -contestó Justice girando al llegar a uno de los recodos de la casa principal para adentrarse en una rosaleda que había plantado su madre. -Con el sistema de rotación, el rebaño va cambiando de pastos continuamente. Si la hierba aguanta bien y llueve un poco, esa zona habrá crecido para el invierno y podremos llevar al rebaño allí.
– Buena idea.
– Ha sido un riesgo sacar al rebaño de ahí tan pronto, pero queríamos probar nuevas variedades de hierba y teníamos que hacerlo con tiempo suficiente como para dejar que prendiera y creciera antes del invierno y… -Justice se interrumpió de repente, miró a Maggie y sonrió inesperadamente. -Estás intentando que no piense en la pierna, ¿verdad?
– Sí, la verdad es que sí -admitió Maggie disfrutando de aquella sonrisa. -¿Ha dado resultado mi estratagema?
– Sí -contestó Justice, – pero no voy a seguir hablándote de los nuevos pastos porque no quiero que te quedes dormida de pie.
– Me parece un tema de conversación muy interesante -protestó Maggie.
– Ya. Por eso se te cierran los ojos.
Maggie suspiró.
– Está bien, confieso que no es lo que más me interesa del mundo, pero prefiero que hables de los pastos a que pienses en la pierna.
Justice se paró, se llevó la mano al muslo y se lo masajeó como si le doliera mucho. A continuación, elevó los ojos al cielo.
– Estoy cansado de pensar en la pierna, estoy cansado del bastón y de estar encerrado en casa cuando preferiría salir y trabajar en el rancho.
– Justice…
– No pasa nada, Maggie -la tranquilizó él. -Lo único que estoy diciendo es que estoy impaciente.
Maggie asintió. Lo comprendía perfectamente. No era la primera vez que veía a un paciente inquietarse. Era muy normal que les sucediera a los hombres aunque algunas mujeres también tenían aquella reacción. Se trataba de personas que tenían la sensación de que su vida se iba a romper en pedazos si ellos no estaban para controlarlo todo. Estaban convencidos de que ellas eran las únicas capaces de hacerse cargo de las empresas, de las casas y de los niños, personas sanas a las que les costaba mucho aceptar ayuda. Sobre todo porque eso implicaba que eran prescindibles aunque fuera de manera temporal.
– La rosaleda está preciosa -comentó Maggie.
Justice giró la cabeza para mirar.
– Sí, es cierto, las rosas están a punto de florecer.
Maggie comenzó a avanzar por el sendero de tierra a cuyos lados había ladrillos de color crema. El perfume de las rosas era embriagador, y Maggie tomó aire profundamente y se llenó los pulmones con ese maravilloso aroma.
La rosaleda estaba situada a espaldas de la casa principal y se accedía a ella por un enorme patio. ¡Cuántas veces había desayunado Maggie en la mesa de la cocina, mirando aquellas rosas que su suegra tanto había amado, por lo que le había contado Justice!
La rosaleda estaba dispuesta en espiral. Cada círculo de la espiral era de un olor y tipo de rosa diferente. Gracias a la madre de Justice aquella parte del jardín se convertía en un mundo mágico durante la primavera y el verano. Maggie sabía que las rosas no tardarían en florecer.
Se giró hacia Justice. Detrás de ellos estaba la casa, con las ventanas reflejando los rayos del sol. A la derecha había un banco de piedra y se oía el rumor del agua en la fuente que había en mitad de la rosaleda.
Justice la estaba observando con los ojos entrecerrados, y Maggie se preguntó qué estaría pensando, qué vería cuando la miraba. ¿Se arrepentiría él también de que se hubieran separado? ¿Pensaría en ella como parte de aquel hogar y de aquella rosaleda o preferiría no volver a verla?
Aquella última posibilidad la llenó de tristeza, así que la apartó de su mente y cambió de tema de nuevo.
– ¿Te acuerdas de aquella tormenta de verano?
– Claro -contestó Justice sonriendo. -Como para olvidarla. -Después de esa tormenta fue cuando decidimos poner estos ladrillos -añadió golpeando uno de ellos con la punta del pie.
– Sí, llovía tanto que las raíces de los rosales se estaban quedando al descubierto -comentó Maggie recordando la rosaleda tal y como había sido en aquella época. -Había llovido tanto que la tierra ya no podía absorber más agua -añadió rememorando que Justice y ella habían decidido salvar la rosaleda de su madre fuera como fuese. -Nos pasamos dos horas corriendo en el barro para asegurarnos de que los rosales estuvieran bien.
– Y conseguimos salvarlos.
– Sí-contestó Maggie. -¿Te acuerdas de cómo lo celebramos?
Justice se quedó mirándola fijamente, y Maggie sintió un gran calor por todo el cuerpo.
– ¿Te refieres a cómo hicimos el amor cubiertos de barro, riéndonos como locos?
– Sí, a eso me refiero -contestó Maggie dando un paso hacia él.
El pasado se mezclaba con el presente, los recuerdos se mezclaban con la necesidad actual. Maggie sintió que la boca se le quedaba seca, que las entrañas se le derretían y que el pulso se le aceleraba de deseo y pasión. Recordaba perfectamente las caricias de Justice, su boca, su peso, la textura de la tierra mojada en la que estaba apoyada, recordaba perfectamente que no había pasado frío, que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba lloviendo.
Porque en aquellos momentos lo único que le importaba era Justice.
Hay cosas en la vida que no cambian.
El sol brillaba con fuerza en el cielo primaveral. Cada uno de ellos se encontraba a un lado de un enorme muro. Se suponía que estaban separados y que la única razón por la que Maggie estaba en el rancho era que Justice necesitaba que lo ayudara a curarse.
Daba igual.
Maggie dio otro paso hacia él, y Justice se acercó sin dejar de mirarla a los ojos. Era tal la intensidad de su mirada que Maggie comenzó a acalorarse seriamente. En sus ojos se veía muy claro lo que Justice quería. Maggie estaba segura de que también su rostro revelaba su deseo. Lo deseaba. Siempre había sido así y, probablemente, siempre lo sería.
Estar de nuevo allí, rodeada por los recuerdos estaba haciendo que aquel deseo se acrecentara, lo estaba magnificando con los recuerdos del pasado, pero no le importaba.
Maggie alzó una mano, le acarició la mejilla, sintió su incipiente barba y Justice cerró los ojos, suspiró y se acercó un poco más.
– Maggie…
En aquel momento, los gritos de un bebé los apartaron.
Maggie dio un respingo y vio a la señora Carey, que se acercaba con Jonas en brazos. Al verlo, abrió los brazos para darle la bienvenida y el niño se abalanzó sobre ella.
– Perdón, no os quería interrumpir, pero Jonas le ha visto por la ventana y se ha puesto como loco -se disculpó la mujer.
– No pasa nada, señora Carey -contestó Maggie acariciándole la espalda a su hijo para calmarlo.
La mujer estaba realmente apesadumbrada por haber interrumpido aquel momento, pero Maggie pensó que, tal vez, hubiera sido mejor así. Tal vez, si Justice y ella se hubieran dejado llevar por los recuerdos, lo único que habrían conseguido habría sido complicar todavía más las cosas.
Jonas se calmó, levantó la cabeza del hombro de su madre y sonrió.
– Muy bien, jovencito -sonrió Maggie.
Jonas tomó aire, se agarró a uno de los pendientes de Maggie y sonrió encantado a Justice y a la señora Carey, como diciendo: «Mi mamá es mía y me hace caso cuando yo quiero».
Justice se apartó y se sentó en el banco de piedra.
– No voy a seguir andando, Maggie -le dijo. -¿Por qué no te vas dentro con el niño?
La señora Carey puso tal cara que a Maggie le entraron ganas de reírse. Si la situación no hubiera sido tan rara, lo habría hecho. Allí estaba su marido, el muy cabezota, sentado a un par de metros de su hijo, sin querer aceptarlo, escondiéndose, dejando al mundo fuera.
Y Maggie ya estaba harta.
– Jonas, ¿quieres ir con tu papá? -le preguntó al niño.
Justice levantó la cabeza sobresaltado.
– No soy su padre -le recordó enfadándose.
– Mira que eres testarudo, cabezota e idiota -murmuró la señora Carey. -No quieres reconocer la verdad ni teniéndola delante.
– ¿Has olvidado para quién trabajas? -contestó Justice sin apartar la mirada de Maggie y del niño.
– Tengo muy claro para quién trabajo -contestó la señora Carey. -Me voy a la cocina a preparar la cena.
Una vez a solas, Maggie se quedó mirando a Justice. Había tomado una decisión. Iba a obligar a Justice a reconocer a su hijo. Se acabó el dejar que se saliera con la suya, el permitir que ignorara al niño, hacer como que no le importaba, que saliera de la habitación en la que estaba en cuanto entraban ellos.
– Ven aquí, cariño, ven con tu padre -insistió dejando a Jonas en el regazo de Justice antes de que a éste le diera tiempo de reaccionar.
Tanto el adulto como el niño se quedaron alucinados. Encima, eran tan parecidos que a Maggie le dio por reírse.
Justice ni se dio cuenta. Estaba tan aterrorizado mirando al niño que tenía encima como si fuera una bomba, que no tenía ojos para otra cosa. Lo cierto era que esperaba que el pequeño se pusiera a protestar por estar con un desconocido, pero Jonas lo miró y sonrió.
Justice se dio cuenta entonces de que tenía dos dientes abajo y de que se le caía la baba por la barbilla. Tenía los ojos azules y el pelo negro y sus brazos y piernas regordetes se movían rápidamente.
Justice le puso una mano en la espalda para que no se cayera y sintió el rápido latido de su corazón. Llevaba días ignorando al niño, evitándolo, diciéndose que no era asunto suyo. No quería tocarlo ni que Jonas lo tocara, no había querido ni mirarlo porque le recordaba que Maggie había conseguido lo que más ansiaba en la vida con otro hombre.
Mantenerse alejado le había resultado mucho más fácil.
Sin embargo, ahora, se daba cuenta de que se había comportado como un cobarde por primera vez en su vida. Había huido del niño y de lo que significaba para salvar el trasero, para protegerse.
¿En qué lugar le dejaba aquello?
Jonas se rió, y Justice se giró hacia Maggie, que los estaba observando con lágrimas en los ojos. Justice sintió que el corazón le daba un vuelco y, durante un segundo, se permitió pensar que era verdad, que Maggie y él estaban juntos de nuevo, que Jonas era su hijo.
Entonces, oyó un coche que se aproximaba y un momento después un motor que se apagaba junto a la puerta principal. Acto seguido, una puerta que se abría y se cerraba y antes de que le diera tiempo de preguntarse quién sería, la señora Carey anunció la visita:
– ¡Han llegado Jesse y Bella!
Justice miró a Maggie.
La magia se había evaporado.
– Agarra al niño.