Justice tiró el bastón, que se estampó contra la pared, lo que lo hizo sonreír satisfecho. Odiaba aquella maldita cosa, odiaba no estar como antes, odiaba que lo tuvieran que ayudar y, sobre todo, odiaba que su hermano se lo dijera.
Justice miró a Jefferson, su hermano mayor, y se levantó. Le costó un gran esfuerzo, pero fue capaz de mantener la dignidad mientras caminaba desde su butaca hasta el ventanal desde el que se veía el jardín y por el que entraba la luz del sol.
– Ya te he dicho que puedo andar, que no necesito a ningún terapeuta -le advirtió a su hermano.
Jefferson negó con la cabeza y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.
– Eres un maldito cabezota. Seguramente, el cabezota más terrible que conozco, que es mucho decir teniendo en cuenta la familia de la que procedemos.
– Muy gracioso -contestó Justice apoyándose en la pared como quien no quiere la cosa.
Lo cierto era que el esfuerzo que estaba haciendo para apoyarse en la pierna que le dolía lo estaba matando. Claro que no estaba dispuesto a mostrar su debilidad ante su hermano.
– Vete ya -le dijo.
– Precisamente por eso he venido -contestó Jefferson.
– No te entiendo.
– Has echado a tres terapeutas de tu casa en lo que va de mes, Justice.
– Yo no les dije que vinieran -se defendió Justice.
Jefferson lo miró con el ceño fruncido y suspiró.
– Tío, te has roto la pierna por tres sitios. Te han tenido que operar. Los huesos han soldado bien, pero tienes la musculatura débil. Necesitas un fisioterapeuta y lo sabes perfectamente.
– Para empezar, no me llames tío y, para seguir, me apaño solo perfectamente.
– Sí, ya lo veo -contestó Jefferson fijándose en la mano que su hermano había apoyado en la pared y que tenía los nudillos blancos.
– ¿No tienes alguna estúpida película que rodar? -le espetó Justice.
Jefferson era el director de los estudios King y se encargaba de la división cinematográfica del imperio familiar. Le encantaba Hollywood, viajar, firmar autógrafos, buscar nuevos talentos y localizaciones.
Era un hombre completamente desarraigado, todo lo contrario a Justice, que estaba profundamente unido a su rancho.
– Primero tengo que hacerme cargo del idiota de mi hermano.
Justice se apoyó sobre la pared un poco más y pensó que, si Jefferson no se iba pronto, se iba a caer del esfuerzo. Aunque no quisiera admitirlo, la pierna que se había fracturado todavía estaba muy débil, lo que lo irritaba sobremanera.
Y todo por un estúpido accidente, porque su caballo se había tropezado hacía unos meses. Justice había salido disparado por encima de la cabeza del animal y no se había hecho nada, pero el caballo lo había pisoteado. El animal salió bien parado mientras que él lo estaba pasando fatal. El postoperatorio estaba resultando muy duro y le habían metido tanto metal en el cuerpo que seguro que ahora sonaría en los escáneres de los aeropuertos.
– Esto no te habría pasado si hubieras ido en un vehículo todo-terreno en lugar de a caballo -le recriminó su hermano.
– Lo dices como si se te hubieras olvidado cómo se conduce a los rebaños.
– Tienes toda la razón. Hago todo lo que está en mi mano para olvidarme de cómo es eso de salir a conducir los rebaños antes del amanecer y no me interesa lo más mínimo tener que salir de madrugada a buscar una estúpida vaca que se ha perdido.
Precisamente por eso, Jefferson vivía en Hollywood y Justice, en el rancho. Todos sus hermanos habían abandonado aquella tierra en cuanto habían sido lo suficientemente mayores como para perseguir sus sueños, pero él se había quedado porque sus sueños estaban en aquel lugar.
Allí se sentía completamente vivo, allí podía respirar aire limpio y otear el horizonte. Le gustaba el trabajo duro.
– Sabes perfectamente que un caballo es mucho más útil para bajar a los cañones, no hacen ruido y no asustan a las reses. Además, no destrozan los pastos y…
– Ya basta -lo interrumpió Jefferson. -Todo eso ya me lo contó papá.
– Muy bien. Dejemos de hablar del rancho -cedió Justice, – pero quiero que contestes a una pregunta. ¿Quién te ha pedido que te inmiscuyas en mi vida y contrates a fisioterapeutas que yo no quiero contratar?
– Han sido Jesse y Jericho -contestó Jefferson sonriendo. -la señora Carey nos mantiene informados de la situación con los fisioterapeutas. Todos queremos que te pongas bien.
– ¿Y por qué eres el único que ha venido?
Jefferson se encogió de hombros.
– Jesse no quiere dejar a Bella sola en estos momentos. Cualquiera diría que es la única mujer embarazada del mundo.
Justice asintió y pensó en su hermano menor.
– ¿Sabes que me ha mandado un libro que se titula Cómo ser un buen tío?
– A Jericho y a mí nos ha mandado el mismo. Es curioso cómo ha pasado de ser un surfista sin raíces a convertirse en un padre de lo más casero.
Justice tragó saliva. Estaba muy contento por su hermano, pero no quería pensar en que Jesse pronto iba a ser padre, así que decidió cambiar de tema.
– ¿Y Jericho?
– Está de permiso -contestó Jefferson. -Si leyeras el correo electrónico de vez en cuando, lo sabrías. Pronto le asignaran otra misión, así que decidió irse a descansar unos días a México, al hotel del primo Rico.
Su hermano Jericho era militar de carrera y le encantaba aquella vida. Se le daba fenomenal su trabajo, pero a Justice le daba miedo porque le parecía peligroso. Lo cierto era que no había abierto sus correos electrónicos porque, desde el accidente, había estado de muy mal humor. Por supuesto, tendría que haber tenido presente que ninguno de sus hermanos lo iba a dejar en paz.
– Así que te ha tocado venir a ti -comentó.
– Exacto.
– Ojalá hubiera sido hijo único -murmuró Justice.
– Pídelo para la próxima reencarnación -contestó Jefferson sacándose una mano del bolsillo y consultando su reloj de oro.
– ¿Se te está haciendo tarde? Por mí, vete cuando quieras.
– Tengo tiempo -contestó su hermano. -No me pienso ir hasta que llegue la nueva fisioterapeuta y me asegure de que no la echas a patadas.
– ¿Por qué no me dejáis en paz? -le gritó Justice. -No os he pedido que me ayudéis. No quiero que me ayudéis. Para que lo sepas, no pienso dejarla entrar, así que no pierdas el tiempo y vete cuanto antes.
– Estás muy equivocado -sonrió Jefferson. -Ya verás cómo sí la dejas entrar.
– Eres tú el que se equivoca.
En ese momento, llamaron al timbre y Justice oyó que la señora Carey iba a abrir.
– Dile que se vaya -le dijo a Jefferson. -No quiero que nadie me ayude. Me puedo curar yo solo.
– Ya basta -le dijo su hermano. -Apenas puedes mantenerte en pie.
Justice oyó a la señora Carey hablando con la persona que acababa de llegar. Sabía que no le quedaba mucho tiempo. -Quiero hacerlo solo.
– Como de costumbre, pero todos necesitamos ayuda de vez en cuando. Incluso tú.
– Maldita sea, Jefferson…
Justice percibió dos voces femeninas que se acercaban por el pasillo, se pasó los dedos por el pelo y tomó aire. No podía soportar no tener las cosas bajo control y, desde el accidente, tenía demasiado a menudo aquella sensación. Para enterarse de cómo iba el rancho, dependía de los informes diarios del capataz porque él no podía salir, la señora Carey se tenía que ocupar de todo y él no la podía ayudar en nada. Lo cierto era que quería volver a tener su vida de antes, pero no estaba dispuesto a depender de una desconocida para recuperar su pierna.
A lo mejor los demás no lo entendían, pero le daba igual. Para él, era muy importante curarse él solo porque era su vida y su rancho y lo iba a hacer como le diera la gana.
A su manera.
Justice se quedó esperando a que se abriera la puerta del salón, dispuesto a despedir a la persona que entrara. A ver si, así, sus hermanos lo dejaban en paz de una vez.
De repente, tuvo una sensación desagradable y miró a su hermano de soslayo.
– ¿A quién has contratado? -le preguntó.
– A mí, Justice, me ha contratado a mí-contestó una voz conocida desde la puerta.
Maggie.
Justice se quedó mirándola como si fuera un hombre sediento y ella un oasis. Llevaba unos vaqueros azules, botas negras y una camiseta de manga larga verde. Le pareció que su cuerpo tenía más curvas que la última vez que se habían visto. Llevaba el pelo suelto y los rizos le caían sobre los hombros. Maggie lo estaba mirando con sus enormes ojos azules y sus labios curvados, sonrientes.
– Sorpresa -le dijo.
Justice se dijo que iba a matar a Jefferson en cuanto pudiera, pero de momento tenía que conseguir mantenerse de pie el tiempo suficiente como para convencer a Maggie de que no necesitaba su ayuda. Era la última persona del mundo que quería que sintiera pena por él. Así que Justice elevó el mentón en actitud desafiante.
– Ha habido un error, Maggie. No te necesito, así que te puedes ir.
Dicho aquello, vio cómo su esposa hacía una mueca de disgusto y se dijo que se había comportado como un canalla, pero así era mejor.
– Justice -lo reprendió su hermano.
– No pasa nada, Jeff -intervino Maggie entrando en el salón. -Estoy acostumbrada a estas salidas ariscas de tu hermano.
– Yo no soy arisco.
– No, eres todo hospitalidad -se burló Maggie. -Me has recibido con los brazos abiertos y derrochando simpatía. Por cierto, ¿qué haces de pie?
– ¿Cómo?
– Me has oído perfectamente -contestó Maggie acercándose a él.
En un abrir y cerrar de ojos, le había colocado una silla al lado y lo había obligado a sentarse, lo que Justice agradeció secretamente.
– ¿Es que te has vuelto loco o qué? No puedes apoyarte en la pierna que tienes mal. Te vas a volver a caer. ¿Por qué no utilizas bastón?
– Porque no tengo -contestó Justice.
– Lo ha tirado -le aclaró Jeff.
– Ya -contestó Maggie viéndolo, acercándose y recogiéndolo. -A partir de ahora, cuando te quieras levantar, hazlo con ayuda del bastón -añadió entregándoselo a Justice.
– No acepto órdenes de ti, Maggie -le advirtió él.
– Ahora, sí.
– Por si no te has dado cuenta, estás despedida.
– No me puedes despedir porque no me has contratado tú -contestó Maggie mirándolo a los ojos fijamente. -Me ha contratado Jefferson, y es él quien me paga para ayudarte a caminar de nuevo.
– No tenía derecho a hacerlo -contestó Justice mirando a su hermano, que estaba disfrutando de lo lindo.
Maggie apoyó las manos en las caderas y se quedó mirándolo como un general que estaba a punto de mandar a sus hombres a la batalla.
– Pero lo ha hecho. Por cierto, ya me he enterado de lo que les has hecho a los otros tres fisioterapeutas, y no creas que a mí me vas a asustar tirando el bastón por los aires o contestando mal o mostrándote maleducado, así que ni te molestes en intentarlo.
– No quiero que te quedes aquí.
– Eso ya me lo has dejado claro unas cuantas veces, pero te vas a tener que fastidiar porque me pienso quedar hasta que te puedas poner en pie sin dolor -le explicó Maggie. -Lo mejor que puedes hacer es hacerme caso.
– ¿Por qué?
– Porque, si me haces caso, te pondrás bien y, cuanto antes te pongas bien, antes me iré.
– En eso tiene razón -intervino Jeff.
Justice ni siquiera miró a su hermano. Estaba mirando fijamente a Maggie a los ojos. Veía en ellos un desafío silencioso. Lo cierto era que quería que saliera de su vida cuanto antes porque estar cerca de ella era una tortura. Menos mal que lo había obligado a sentarse. De haber permanecido en pie, tanto ella como su hermano se habrían dado cuenta de la erección que amenazaba con atravesarle los raqueros.
Maggie sentía que el corazón le latía desbocado. Volver a ver a Justice era como echar sal en una herida.
Lo más duro era verlo sufrir.
Pero ¿cómo iba a decirle que no a Jefferson cuando le había pedido que fuera al rancho a ayudar a su hermano? Justice seguía siendo su marido… aunque él no lo sabía. Justice había firmado los papeles del divorcio y se los había hecho llegar, pero no sabía que Maggie no los había entregado en el juzgado.
¿Y por qué no lo había hecho? Bueno, tenía sus motivos. La última vez que se habían visto, se había ido del rancho más decidida que nunca a poner fin a su matrimonio, pero esa idea se le había quitado de la cabeza en cuanto su vida había tomado un inesperado rumbo.
Maggie estuvo a punto de sonreír. Nada de lo que Justice dijera o hiciera podría sacarla de su convicción de que estaba viviendo un momento maravilloso.
Había aceptado la propuesta de Jefferson decidida a mostrarle a su hermano lo que se estaba perdiendo. Sin embargo, mientras lo miraba a los ojos y comprendía que Justice no quería nada con ella, se preguntó si habría hecho bien. Claro que, ya que estaba allí, debía intentarlo.
– ¿Te vas a poner en plan vaquero duro o vas a cooperar conmigo? -le preguntó.
– Yo no te he pedido que vinieras -contestó Justice.
– Claro que no. Todo el mundo sabe que el gran Justice King no necesita a nadie. Te va bien solo,-verdad? Estupendo. Entonces, levántate y acompáñame a la puerta.
Justice apretó los dientes y Maggie temió que fuera a hacerlo y acabara de bruces en el suelo, pero no fue así.
– Está bien. Puedes quedarte -dijo al cabo de unos segundos.
– Vaya -se sorprendió Maggie. -Gracias.
– Bueno, creo que a mí ya no me vais a necesitar -se despidió Jefferson. -Justice, pórtate bien con Maggie. Buena suerte -añadió besando a su cuñada en la frente.
Dicho aquello, se fue y los dejó solos.
– No te tendría que haber llamado a ti -protestó Justice.
– ¿Y a quién querías que llamara? -contestó Maggie.
Sabía que Justice estaba enfadado y frustrado porque no podía soportar verse limitado. Tener que utilizar bastón para ponerse en pie debía de ser una humillación para él. Era comprensible que estuviera de muy mal humor.
– Le puedo decir a la señora Carey que te eche.
– Dile lo que quieras, pero no me va a echar -contestó Maggie. -Para empezar, porque le caigo muy bien y, además, sabe que necesitas mi ayuda.
– No necesito tu ayuda ni tu compasión.
Maggie sintió que la indignación se apoderaba de ella.
– Qué típico de ti, Justice. Vas por la vida de autosuficiente y esperas que todo el mundo sea así. Tu lema es «hazlo tú solo o no lo hagas».
– No tiene nada de malo. Todos debemos hacer las cosas solos.
– ¿Por qué? ¿Por qué siempre tiene que ser lo que tú digas? ¿Por qué no ves que todo el mundo necesita otra persona en algún momento?
– Yo, no.
– No, tú no, claro. Justice King, no. Nunca pides ayuda, nunca admites que necesitas a otra persona. Tú nunca pides las cosas por favor.
– ¿Por qué lo iba a hacer?
– No, por nada. Tú eres un hombre muy duro.
– No lo olvides.
– Claro que no. No lo pienso olvidar. Siempre y cuando tú no olvides que, hasta que te cures, vas a tener que acatar mis órdenes.
Aquella misma noche, Justice se encontraba tumbado solo en la cama que solía compartir con su esposa. Estaba muy cansado, le dolía la pierna y se encontraba furioso. No quería que Maggie lo cuidara, no quería que lo tratara como si fuera uno de sus pacientes.
La que fuera su mujer se había pasado toda la tarde con él, diciéndole lo que había hecho mal y masajeándole los músculos con una eficiencia impersonal que lo había sacado de quicio.
Cada vez que le tocaba, su cuerpo reaccionaba. No había podido ocultar su erección, pero Maggie la había ignorado, lo que lo había enfurecido todavía más.
Era como si no significara nada para ella, como si sólo fuera un cliente más.
Probablemente, así fuera.
¿Y qué esperaba? Estaban divorciados.
Justice descolgó el teléfono, marcó un número de memoria y esperó impaciente.
– Quiero que se vaya ahora mismo -dijo en cuando le atendieron.
– No.
– Maldita sea, Jefferson -se quejó Justice bajando la voz para que nadie le oyera. -No quiero que esté en mi casa. Siempre que estamos juntos, terminamos discutiendo.
– Pues lo siento mucho, pero necesitas ayuda y sabes perfectamente que Maggie es muy buena fisioterapeuta. Si hay alguien capaz de conseguir que vuelvas a andar es ella, así que más te vale tragarte tu maldito orgullo.
Justice le colgó el teléfono a su hermano, pero no se sintió mejor.
¿Tragarse su orgullo? Pero si el orgullo era lo único que tenía, era lo que le había ayudado a superar momentos terribles. Por ejemplo, cuando Maggie lo había abandonado. No estaba dispuesto a prescindir de él ahora que era cuando más lo necesitaba.
Justice se sentó en el borde de la cama. Estaba muy enfadado. Con ayuda del bastón, se puso en pie. Le dolía mucho la pierna, lo que lo enfurecía todavía más. Con un gran esfuerzo, consiguió acercarse a la ventana. Una vez allí, escuchó algo que lo dejó helado.
Justice frunció el ceño y se giró hacia la puerta. Cuando volvió a oír lo que había oído, fue hasta allí todo lo aprisa que pudo, la abrió y miró a un lado y al otro del pasillo.
Estaba vacío.
Otra vez aquel sonido. Parecía un maullido de un gato.
Justice avanzó por el pasillo siguiendo el maullido y fue a dar delante de la puerta de la habitación que Maggie iba a ocupar mientras estuviera alojada en el rancho.
Una vez allí, ladeó la cabeza y escuchó. Percibió los ruidos normales que hacía la casa por la noche. Pasaron unos cuantos segundos. Otra vez. Volvió a oírlo. ¿Maggie estaba llorando? ¿Lo echaría de menos? ¿Se arrepentiría de haber vuelto al rancho?
Tendría que llamar a la puerta, pero, si lo hacía, Maggie podría decirle que se fuera y no tendría más remedio que obedecer, así que decidió girar el pomo.
Cuando lo hizo, sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
Ante él tenía a Maggie con un bebé en brazos. -Hola, Justice. Te presento a Jonas, mi hijo -le dijo ella muy sonriente.