Justice King abrió la puerta y se encontró cara a cara con su pasado.
Allí estaba ella, mirándolo con aquellos ojos azul claro que tanto ahínco había puesto en olvidar. El viento jugaba con su melena pelirroja y una media sonrisa colgaba de sus labios.
– Hola, Justice, cuánto tiempo -lo saludó.
«Exactamente ocho meses y veinticinco días», pensó él.
Justice miró de arriba abajo a aquella mujer alta, de mentón desafiante y nariz pecosa. No había cambiado nada.
Justice se fijó en que tenía la respiración entrecortada y supo que estaba nerviosa. Eso le pasaba por haber ido. La miró a los ojos.
– ¿Qué haces aquí, Maggie?
– ¿No me vas a invitar a pasar?
– No.
No quería tenerla cerca.
– ¿Qué formas son éstas de tratar a tu esposa? -le preguntó Maggie entrando. Su esposa.
Automáticamente, Justice se encontró tocándose con el dedo pulgar izquierdo el anular de la misma mano, pero no encontró su alianza, pues había dejado de llevarla el mismo día que Maggie se había ido de casa.
Los recuerdos se apoderaron de su mente y Justice cerró los ojos para ahuyentarlos, pero no le fue posible. No había nada capaz de parar aquellas imágenes… Maggie desnuda en la cama jadeando de placer, Maggie gritándole y llorando, Maggie yéndose sin mirar atrás.
Después de aquello, él había cerrado la puerta de su casa y, con ella, su corazón.
No había cambiado nada.
Seguían siendo los mismos que cuando se casaron y se separaron. Así que Justice cerró la puerta y se giró hacia Maggie.
La luz invernal se colaba por la ventana del vestíbulo y se reflejaba en el espejo de la entrada. Sobre la mesa estaba el florero de color azul cobalto que no había albergado flores en su interior desde que Maggie se había ido.
De repente, el silencio de la casa cayó sobre ellos.
Los segundos pasaron y Justice se limitó a esperar. Sabía que Maggie llevaba fatal el silencio y se preguntó cuánto tiempo iba a tardar en hablar porque, de hecho, era una mujer muy conversadora.
¡Cuánto había echado de menos eso!
Había medio metro entre ellos y, aun así, Justice sentía la atracción. Se moría por tomarla entre sus brazos y saciar su sed, pero consiguió controlarse.
– ¿Dónde está la señora Carey? -le preguntó Maggie de repente.
– De vacaciones -contestó Justice.
Ojalá no hubiera sido así, pero era cierto que la señora Carey estaba en Jamaica.
– Qué suerte -comentó Maggie. -¿Te alegras de verme? -añadió ladeando la cabeza.
Más que alegre, Justice estaba perplejo. Al irse, Maggie le había jurado que jamás volvería a verla y así había sido… sin contar la cantidad de veces que había aparecido en sus sueños para atormentarlo.
– ¿Por qué has venido, Maggie? ¿Qué haces aquí?
– Buena pregunta -contestó dirigiéndose al salón.
Una vez allí, miró a su alrededor. Allí seguían las dos paredes cubiertas de libros, la enorme chimenea de piedra, las comodísimas butacas y los estupendos sofás que había comprado ella misma y que había dispuesto para crear una zona de estar y, por supuesto, los ventanales desde los que se veían los árboles centenarios y las interminables hectáreas del rancho.
– No has cambiado nada -comentó.
– No he tenido tiempo -mintió Justice.
– Ya -respondió Maggie girándose hacia él con furia en los ojos.
Justice sintió que el deseo se apoderaba de él con la fuerza de un rayo. Siempre le había sucedido así cuando Maggie se enfadaba. Siempre habían sido como aceite y agua, siempre independientes y paralelos. Nunca se habían mezclado realmente, nunca habían formado un todo y, tal vez, a eso se debiera parte de la atracción que había entre ellos.
Maggie no era mujer de cambiar por un hombre. Era como era. «Lentejas, las comes o las dejas».
Él siempre había elegido comérsela y sabía que, si Maggie se acercaba un poco más, se la volvería a comer.
– Mira, no he venido a discutir -le dijo irritada.
– ¿A qué has venido?
– A traerte esto.
Dicho aquello, Maggie metió la mano en su enorme bolso de cuero negro, sacó un sobre de color crema y se lo entregó.
– ¿Qué es esto? -le preguntó Justice aceptándolo.
– Los papeles del divorcio -contestó Maggie cruzándose de brazos-. No has firmado la copia que mis abogados te enviaron, así que no he tenido más remedio que traértela en persona. Supongo que te resultará más difícil ignorarme si estoy de pie delante de ti, ¿verdad?
Justice dejó caer el sobre encima de la butaca que tenía más cerca, se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y se quedó mirando a su esposa.
– No te he ignorado.
– Ya-contestó Maggie en tono molesto-. Entonces, ¿qué has estado haciendo? ¿Jugando? ¿Haciendo todo lo que estaba en tu mano para enfadarme?
Justice no pudo evitar sonreír.
– De ser así, parece que lo he conseguido.
– Claro que lo has conseguido -contestó Maggie acercándose a él.
Sin embargo, se paró antes de acercarse demasiado, como si supiera que, si pasaba de cierta distancia, la atracción que había entre ellos explotaría y aquello se convertiría en un infierno que ninguno de los dos podría controlar.
Justice siempre había sabido que era lista.
– Hace meses que me dijiste que nuestro matrimonio había terminado, así que haz el favor de firmar los papeles.
– ¿A qué vienen tantas prisas? ¿Acaso ya estás con otro?
Maggie lo miró indignada, como si la hubiera abofeteado.
– Eso no es asunto tuyo. Tú limítate a firmar los papeles del divorcio. Dejaste muy clara tu postura hace unos meses, así que sé consecuente.
– Yo no te dije que te fueras -protestó Justice.
– No, pero me fui por tu culpa.
– Te recuerdo que fuiste tú la que hizo las maletas, Maggie.
– Porque no me dejaste otra opción -contestó ella con un hilo de voz-. Por favor, terminemos con esto cuanto antes -añadió.
– ¿Crees que firmando estos papeles habrá terminado todo? -contestó Justice acercándose y poniéndole las manos en los hombros antes de que a Maggie le diera tiempo de distanciarse.
¡Cuánto la había echado de menos!
– Te recuerdo que tú terminaste con nuestra relación hace tiempo -contestó Maggie.
– Fuiste tú quien se marchó.
– Y tú me dejaste ir -le espetó Maggie mirándolo a los ojos.
– ¿Y qué iba a hacer? ¿Atarte a una silla?
Maggie se rió con frialdad.
– No, tú jamás harías una cosa así, ¿verdad, Justice? Tú jamás intentarías convencerme para que me quedara. Tú jamás irías a buscarme.
Aquellas palabras lo hirieron, pero no dijo nada. Lo cierto era que no, no había ido a buscarla. El orgullo se lo había impedido. ¿Qué iba a hacer? ¿Suplicarle para que se quedara? ¿Después de que le hubiera dejado claro que, por su parte, su matrimonio había terminado? No, había preferido dejarla marchar.
Maggie se apartó el pelo de la cara.
– Bueno, aquí estamos otra vez, echándonos las culpas el uno al otro, yo gritando y tú imperturbable, con esa cara de estatua que pones, y sin abrir la boca.
– Yo no pongo cara de estatua -se defendió Justice.
– ¿Cómo que no? Mírate en el espejo -contestó Maggie riéndose e intentando alejarse.
Pero Justice no se lo permitió. Maggie echó la cabeza hacia atrás y lo miró a los ojos, y Justice no pudo evitar mirar aquellos labios que tanto deseaba besar.
– Siempre que discutíamos, yo era la única que gritaba. Eran discusiones unilaterales. Tú nunca decías nada.
– Lo dices como si gritar fuera algo bueno.
– ¡Si hubieras gritado tú también, al menos habría sabido que te importaba lo suficiente como para discutir!
– Pues claro que me importabas -le aseguró Justice-. Lo sabías perfectamente, pero, aun así, te fuiste.
– Porque tú querías que todo se hiciera como a ti te daba la gana. El matrimonio es cosa de dos, no de uno que ordena y otro que obedece -le explicó Maggie-. Suéltame, Justice. No he venido para esto.
– Eso no te lo crees ni tú -argumentó Justice bajando la voz-. Podrías haber mandado a tu abogado, pero has preferido venir tú porque… querías verme.
– Efectivamente. Quería verte en persona para pedirte que firmes los papeles del divorcio.
– ¿De verdad? -insistió Justice inclinándose sobre ella y aspirando su aroma-. ¿Sólo has venido por eso, Maggie? ¿Por los papeles?
– Sí -contestó Maggie cerrando los ojos y poniéndole las manos en el pecho-. Quiero que todo esto termine, Justice. Si ya no hay nada entre nosotros, necesito el divorcio.
Al notar sus manos en el pecho, Justice sintió que el deseo corría por sus venas y lo dejó correr sin ponerle trabas.
Siempre había sido así entre ellos. Química, pura química. Combustión. Les bastaba con tocarse para que sus cuerpos se encendieran.
Aquello no había cambiado.
– Entre tú y yo siempre habrá algo, Maggie -le dijo viendo cómo se sonrojaba-. Lo nuestro durará siempre.
– Eso creía yo antes -contestó ella abriendo los ojos y negando con la cabeza-, pero nuestra relación debe terminar, Justice. Si vuelvo, nos haríamos daño.
Sin duda. Justice no podía darle lo que Maggie más ansiaba en la vida, así que debería dejarla partir. Por su bien. Pero había vuelto, la tenía entre sus brazos y había pasado unos meses muy duros sin ella.
Había intentado olvidarla recurriendo a otras mujeres, pero no le había dado resultado. Jamás había deseado a ninguna otra mujer como la deseaba a ella.
Justice sentía la excitación por todo el cuerpo, los músculos tensos y rígidos. El pasado daba igual. El futuro no existía. Sin embargo, el presente estaba ante él y lo quemaba con intensidad.
– Si de verdad lo nuestro ha terminado, Maggie, lo único que nos queda es el aquí y el ahora -le dijo rozándole los labios con la punta de la lengua. -Si te vas ahora, me moriré.
Sabía que Maggie sentía lo mismo que él.
Ella lo abrazó, le pasó los brazos alrededor del cuello y le acarició el pelo.
– Dios mío, cuánto te he echado de menos -admitió besándolo. -Canalla, todavía te quiero.
– Me rompiste el corazón cuando te fuiste, Maggie -confesó Justice mirándola a los ojos y dándose cuenta de que los de Maggie estaban cargados de pasión, – pero ahora has vuelto y no pienso permitir que te marches inmediatamente -añadió besándola.
Al hacerlo, se sintió vivo de nuevo y se dio cuenta de que durante los últimos meses había sido como un muerto viviente, se había limitado a respirar, comer y trabajar, pero se había sentido completamente vacío. Se había entregado a la rutina del rancho para no tener tiempo de pensar, para no preguntarse qué estaría haciendo Maggie y dónde estaría.
Llevaba tantos meses sin estar con ella que su propio deseo lo sorprendió. Justice le acarició la espalda y llegó hasta sus nalgas, las agarró con fuerza y la estrechó contra él para que Maggie sintiera la prueba de su necesidad.
Maggie gimió de placer y se apretó contra él, momento que Justice aprovechó para deslizar la boca por su cuello. Su olor lo invadió, su calor lo envolvió y ya sólo pudo pensar en tomar lo que había echado de menos durante tanto tiempo.
Le mordisqueó el escote y sintió cómo Maggie se estremecía de placer y ladeaba la cabeza para permitirle mejor acceso. Siempre le había gustado que la besara por el cuello. Justice deslizó una mano por su entrepierna y notó, a pesar de la tela de los pantalones, el calor que irradiaba su pubis.
– Justice…
– Maggie, si me dices que pare…
– ¿Qué harías?
– Pararía -suspiró él dejando caer la frente sobre la de su mujer.
Maggie le tomó el rostro entre las manos. Era cierto que no había ido hasta allí buscando sexo aunque, para ser completamente sincera consigo misma, se moría por que Justice la abrazara de nuevo y le volviera a hacer el amor. Lo había echado tantísimo de menos que la idea de perderlo para siempre era un dolor que le partía el corazón. Por eso, volver a sentir sus manos y sus labios había sido una bendición divina.
Cuando se había ido, cuando había abandonado su hogar conyugal, había rezado para que Justice fuera a buscarla y todo se arreglara. Al ver que no era así, había sufrido mucho, pero había intentado seguir adelante con su vida, se había buscado otro trabajo, había alquilado un apartamento y había hecho amigos nuevos.
Aun así, le faltaba algo.
Sabía perfectamente que una parte muy importante de ella se había quedado en el rancho. Con él.
Maggie se miró en aquellos ojos azul oscuro que la habían cautivado desde el principio.
– No pares, Justice. No pares, por favor.
Justice volvió a besarla, introdujo la lengua en su boca y se apoderó de ella con fruición. La pasión era tan fuerte que Maggie sintió una riada de energía.
Sintió un calor inmenso desde la cabeza a los pies. Era como estar en llamas porque le quemaba la piel, le hervía la sangre mientras la boca de Justice no paraba de besarla, sus dedos le bajaban la cremallera de los pantalones y una de sus manos se deslizaba por debajo de sus braguitas hasta aquel lugar de su cuerpo que lo esperaba con ansia.
Maggie se estremeció mientras Justice la acariciaba de manera íntima, separó las piernas y dejó que los pantalones cayeran al suelo. Le daba exactamente igual todo, lo único que quería era sentir sus caricias. Cuando Justice introdujo primero un dedo y, luego, dos en el interior de su cuerpo, estuvo a punto de ponerse a llorar.
Lo que hizo fue tomar aire profundamente y echar la cabeza hacia atrás para, a continuación, comenzar a mover las caderas en busca del orgasmo que solamente él sabía darle.
Maggie oyó que se le comenzaba a entrecortar la respiración mientras Justice continuaba acariciándola. Sentía la musculatura de todo el cuerpo cada vez más tensa.
– Vamos, Maggie. Quiero verte -murmuró Justice.
Aunque hubiera querido privarlo de ese placer, no lo habría conseguido, así que Maggie se aferró a sus hombros con fuerza, sintió que la cabeza le comenzaba a dar vueltas y que el cuerpo le quemaba cada vez más a medida que se iba acercando al orgasmo.
Jamás había sentido nada parecido con otros hombres antes de conocer a Justice y, después de él, no había tenido interés en buscar a otro.
Justice era el único para ella.
Lo había tenido claro nada más conocerlo hacía tres años, le había bastado una mirada desde la otra punta de una pista de baile de una fiesta benéfica para saberlo.
Había sido como si el mundo se hubiera parado.
Exactamente igual que en aquellos momentos.
No había nada en el mundo, sólo Justice y sus manos, sus caricias y su olor.
– Justice… necesito…
– Ya lo sé, pequeña. Sé perfectamente lo que necesitas y te lo voy a dar -contestó Justice metiéndole los dedos un poco más y acariciándola hasta que Maggie gritó de placer.
Lo único que pudo hacer fue gritar y agarrarse a él hasta que su cuerpo comenzó a temblar y la increíble tensión muscular que había ido acumulando comenzó a deshacerse ante aquel placer tan profundo y tan fuerte. Entonces, gritó su nombre varias veces, mientras las oleadas de sensaciones recorrían su cuerpo y la dejaban desmadejada y sin respiración.
Maggie se dio cuenta de repente de que Justice la estaba mirando y sonreía. Estaba de pie en el salón, con los pantalones bajados, temblando de placer. Tal vez debería haberse sentido avergonzada porque podría haber entrado cualquiera, pero lo que sentía eran unas tremendas ganas de seguir. Justice tenía unas manos maravillosas, pero lo que Maggie quería en aquellos momentos era sentir su erección en el interior de su cuerpo.
– Esto ha sido… -dijo tragando saliva.
– …sólo el principio-concluyó Justice.