Capítulo Seis

Daniel aparcó su Lexus plateado delante del juzgado, dispuesto a cambiar de táctica. Debería haber sabido que su impulsivo plan con Taylor no funcionaría con una mujer tan lista como Amanda.

Esa vez, las cosas serían distintas.

Estaba bajando el ritmo, recopilando datos. Cuando diera el siguiente paso, ella ni lo vería llegar.

Para él era fácil entender qué debería atraerle del derecho corporativo. Pero no entendía qué le atraía de defender a criminales.

Y eso estaba a punto de cambiar.

Abrió la puerta del coche y bajó. La recepcionista de Amanda, la bendijo por su actitud amistosa e inconsciente, le había dicho exactamente dónde encontrarla. En un juicio por desfalco.

Desfalco.

Empleados que robaban a sus jefes.

Cerró la puerta y apretó los dientes. Su ex esposa no había elegido una carrera muy glamurosa.

Miró el reloj mientras subía las escaleras. Ya llevaban una hora de juicio. Localizó la sala número cinco, entró en silencio y se sentó en la fila de atrás.

El fiscal estaba interrogando, pero Daniel veía la parte de atrás de la cabeza de Amanda. Estaba sentada junto a una mujer delgada de pelo castaño, que llevaba una blusa de color carne.

– ¿Puede identificar la firma del cheque, señor Burnside? -preguntó el fiscal al testigo.

– Es la firma de Mary Robinson -contestó el testigo, tras mirar la bolsa de plástico que le ofrecían.

– ¿Tenía ella autoridad para firmar? -preguntó el abogado.

– Sí. Para dinero de caja, suministros de oficina y cosas así -afirmó el testigo.

– Pero normalmente no firmaría un cheque a su nombre, ¿verdad?

– Claro que no -dijo el testigo-. Eso es fraude.

– Objeción, señoría -Amanda se puso en pie-. El testigo está especulando.

– Admitida -dijo el juez. Miró al testigo-. Limítese a contestar a las preguntas.

El testigo apretó los labios.

– ¿Puede decirnos el importe del cheque? -pidió el abogado.

– Tres mil dólares -contestó el testigo.

– Señor Burnside, por lo que usted sabe, ¿compró Mary Robinson suministros de oficina con esos tres mil dólares?

– Los robó -escupió el testigo.

– Señoría… -Amanda volvió a ponerse en pie.

– Admitida -dijo el juez con voz cansina.

– Pero lo hizo -insistió el señor Burnside.

– ¿Está discutiendo conmigo? -preguntó el juez, mirándolo fijamente.

– No hay más preguntas -dijo el fiscal.

A Daniel le pareció buena idea. Burnside no le estaba haciendo ningún favor.

El juez miró a Amanda.

– No hay preguntas.

– La acusación no tiene más testigos -dijo el otro abogado.

– Señora Elliott, puede llamar a su primer testigo -indicó el juez.

– La defensa llama a Collin Radaski al estrado.

Un hombre vestido con traje oscuro se puso en pie y fue hacia el estrado. Amanda se volvió para mirarlo y Daniel se escondió tras una mujer que llevaba un enorme sombrero.

Tomaron juramento al testigo y Amanda se acercó al estrado.

– Señor Radaski, ¿cuál es su cargo en la Empresa de Construcción Westlake?

– Soy el director de la oficina.

– ¿Se encarga usted de aprobar los cheques del salario de los empleados?

– Sí, lo hago.

Amanda fue hacia su mesa y eligió un papel.

– ¿Es verdad, señor Radaski, que Jack Burnside le ordenó que no incluyera la paga de vacaciones en esos cheques?

– No incluimos paga de vacaciones todos los meses.

– ¿Es también cierto que las horas extras se pagan a los empleados a precio de hora normal, en vez de con una bonificación del cincuenta por ciento?

– Tenemos un acuerdo verbal con los empleados respecto a las horas extra.

Amanda alzó una ceja e hizo una pausa, haciendo ver su incredulidad sin decir una sola palabra.

– ¿Un acuerdo verbal?

– Sí, señora.

Amanda volvió a su mesa y eligió otro papel.

– ¿Es consciente, señor Radaski, que Construcción Westlake ha estado infringiendo la legislación laboral durante más de diez años?

– ¿Qué tiene eso que ver con…?

– Objeción -exclamó el fiscal.

– ¿En qué se basa? -preguntó el juez.

– El testigo no está en situación de…

– El testigo es el director de oficina responsable de aprobar los salarios -señaló Amanda.

– Denegada -dijo el juez. Daniel no pudo evitar una sonrisa de orgullo.

Amanda echó una ojeada a sus notas y Daniel supo que era un truco. Su postura le indicaba que no necesitaba refrescar su memoria. Sabía muy bien lo que estaba haciendo.,

– ¿Sabe también, señor Radaski, que Construcción Westlake, debe a mi cliente cuatro mil doscientos ochenta y seis dólares en concepto de horas extras y pagas de vacaciones?

– Teníamos un acuerdo verbal -farfulló el testigo.

– Un acuerdo verbal de esa naturaleza no tiene validez según las leyes laborales de Nueva York. Señor Radaski, según la gestoría Smith & Stafford, Construcción Westlake debe a sus empleados un total de ciento setenta y un mil seiscientos sesenta y un dólares en atrasos.

Radaski parpadeó, atónito.

– Señoría -dijo Amanda, levantando un taco de papeles de la mesa-. Me gustaría presentar este informe como prueba. Mi cliente desea presentar una demanda contra Construcción Westlake, exigiendo la cantidad de mil doscientos ochenta y seis dólares, el dinero que aún se le debe de horas extras y pagas de vacaciones.

– Pero robó tres mil dólares -gritó Jack Burnside desde la galería. Amanda esbozó una sonrisa.

– Me pondré en contacto con el resto de los empleados para informarles de su derecho a realizar una demanda conjunta.

El juez miró al abogado de la acusación.

– Solicito un receso para hablar con mi cliente.

– Ya suponía que lo haría -dijo el juez. Dejó caer el martillo una vez-. El juicio queda aplazado hasta las tres de la tarde del jueves.

Daniel salió rápidamente de la sala.

Por fin entendía el interés de Amanda. Pero seguramente tendría pocos momentos como ése.

Aun así, era muy buena.

Amanda miró la tarjeta que acompañaba al ramo de veinticuatro rosas rojas.


¡Enhorabuena!


Intrigada, le dio la vuelta.


Te vi en el juzgado hoy. Si alguna vez decido empezar a robar bancos, serás la primera persona a la que llame. D


Daniel.

– ¿Son de Don Delicioso? -preguntó Julie, entrando con un montón de carpetas.

– Son de Daniel -confirmó Amanda.

– Esta vez tienes que tirártelo encima del escritorio, desde luego -Julie se inclinó para oler las rosas.

– Daniel no es de esa clase de hombres -Amanda sonrió ante la irreverencia de Julie.

– Es un hecho probado que enviar rosas rojas a una oficina significa que un tipo quiere hacerlo encima del escritorio -comentó Julie.

– ¿De dónde sacas esos datos?

– ¿No leíste la revista Cosmo del mes pasado?

– Me temo que no -Amanda hizo sitio para las rosas sobre el archivador.

– Te pasaré mi copia.

– ¿Y si un tipo envía rosas amarillas a una oficina, qué significa?

– Amarillo significa que quiere hacerlo encima del escritorio -Julie sonrió-. Pensándolo bien, respirar significa que quiere hacerlo sobre el escritorio.

– Daniel no -Amanda no podía imaginar ninguna circunstancia en la que Daniel hiciera el amor en un escritorio. Para él sería un sacrilegio.

– Tiéntalo -aconsejó Julie, moviendo las cejas-. Te sorprenderá.

– A Daniel no le van las sorpresas.

– ¿Esperabas las rosas?

– No -Amanda hizo una pausa-. Tengo que admitir que han sido toda una sorpresa.

– Lo que yo decía.

– Es mi ex -Amanda no pensaba tirarse a Daniel en el escritorio ni en ningún otro sitio. Ya era bastante malo haberlo besado.

– Pero está de miedo.

Eso era innegable. Y seguía besando de maravilla. Y, si no se equivocaba, había respondido a su beso. Eso implicaba que estaba interesado. Y si era así ambos tenían un problema.

– ¿Amanda?

– ¿Hum? -Amanda parpadeó.

– A ti también te parece que está de miedo -dijo Julie con una sonrisa triunfal.

– Creo que llego tarde a una reunión.


Ver a Karen no era exactamente una reunión, pero Amanda se alegró de haber ido. Karen estaba sentada en el porche, rodeada de álbumes y fotografías.

– Ya estás aquí -Karen sacó un folleto del revoltijo-. No sabía si elegir una pedicura o una sesión de reflexología.

– ¿Qué estás haciendo?

– He reservado en Eduardo para el veinticinco, pero deberíamos pedir las sesiones con antelación. ¿Quieres una limpieza de cutis?

– Seguro -contestó Amanda, sentándose. Ya que había aceptado el fin de semana de belleza, empezaba a gustarle la idea.

– Por favor -Karen dejó el folleto y se recostó en la silla-. Háblame del mundo.

– ¿Del mundo entero?

– De tu mundo.

– Gané un caso esta mañana.

– Enhorabuena.

– Aún no es oficial. El juez dictará sentencia el jueves, pero amenacé a Construcción Westlake con una demanda conjunta. Se rendirán.

– ¿Ese es el caso de desfalco de Mary Nosequé?

– Sí. Una mujer muy dulce. Madre soltera, tres hijos. A nadie le hará ningún bien que pase seis meses en la cárcel.

– Pero robó el dinero, ¿no?

– Se hizo un adelanto del dinero que le debían en pagas de vacaciones.

– ¿Quieres ser mi abogada? -Karen sonrió.

– No necesitas una abogada.

– Puede que sí. Estoy aburrida. Estoy pensando en dedicarme a robar bancos.

– ¿Has estado hablando con Daniel?

– No -los ojos de Karen chispearon-. ¿Tú sí?

Amanda se arrepintió de inmediato de su impulsiva broma. Pero dar marcha atrás sólo daría alas a Karen para insistir.

– Me envió flores -admitió Amanda-. También mencionó lo de robar bancos. ¿Hay algo sobre las finanzas de los Elliott que yo no sepa?

– ¿Qué tipo de flores?

– Rosas.

– ¿Rojas?

– Sí.

– Madre mía.

– No es lo que piensas -protestó Amanda, aunque no tenía ni idea de qué pensar ella misma.

– ¿Cómo puede no ser lo que pienso? -preguntó Karen-. ¿Una docena?

– Dos.

– Dos docenas de rosas rojas.

– Eran para felicitarme.

– ¿Felicitarte por qué? -abrió los ojos de par en par-. ¿Qué habéis hecho vosotros dos?

– No es nada de eso. Vino a verme al juzgado. Gané el caso. Me envió flores.

– ¿Daniel te vio en el juzgado? -Karen enderezó uno de los álbumes que tenía ante ella-. ¿Por qué?

– Ni idea. La verdad, está poniéndome nerviosa otra vez. Después del asunto de Taylor Hopkins, dijo que me dejaría en paz.

– ¿Qué asunto de Taylor Hopkins?

– Daniel invitó a Taylor a cenar, y Taylor me dio una charla sobre el culto al todopoderoso dólar.

– Sin duda, Taylor es el tipo adecuado para hacerlo -dijo Karen-. ¿Has visto su nueva casa?

– No.

Karen se inclinó hacia delante y pasó un par de hojas de uno de los álbumes.

– Aquí la tienes. Está en la playa. Tiene unas pistas de tenis fantásticas.

– Bonita -dijo Amanda, acercándose. Nunca le habían llamado la atención las grandes mansiones. Miró las fotos de la familia Elliott al completo-. Ésa es una gran foto de Scarlett y Summer.

– Es del año pasado. Nos reunimos todos y Bridget se volvió loca con la cámara.

– ¿Quién es ésa que está con Gannon?

– Su cita de ese día. Ni siquiera recuerdo su nombre. Fue cuando estaba peleado con Erika.

Al oír el nombre de Erika, Amanda recordó que Gannon y ella acababan de casarse.

– ¿Tienes fotos de la boda?

– Desde luego -Karen cambió de álbum y le mostró una foto formal de la novia y el novio.

– Un vestido espectacular -comentó Amanda.

– Es una mujer maravillosa -dijo Karen. En la página siguiente había una foto familiar. Amanda vio a Daniel. Magnífico con esmoquin. Después vio a la mujer que había junto a él.

– Ay -exclamó Karen-. Sharon se presentó sin avisar. Nadie supo qué hacer al respecto.

Amanda miró a la ex de su ex. Era pequeña y delgada, con pelo rubio platino casi esculpido sobre la cabeza. Parecía más joven que sus cuarenta años. Llevaba un maquillaje perfecto y un vestido bordado con hilos plateados. El adorno de flores que llevaba en la cabeza la convertía en competidora de la novia.

– No me parezco nada a ella, ¿verdad? -preguntó Amanda, sintiéndose inadecuada.

– Nada de nada -dijo Karen-. Gracias a Dios.

– Pero es lo que Daniel quiere.

– Sabes que se ha divorciado de ella.

– Sí, pero también se casó con ella.

– Te quería a ti.

– Fue porque estaba embarazada -Amanda movió la cabeza y Karen le apretó el brazo.

– Eres buena, compasiva, inteligente…

– Y ella es delgada y bella, con gusto para la ropa de diseño y capaz de charlar en varios idiomas.

– Es cruel y cortante.

– Pero está impresionante con traje de noche.

– Tú también.

– No me has visto con traje de noche desde hace más de una década -Amanda sonrió-Ni siquiera yo me he visto con uno.

– Puede que sea hora de que lo hagas.

– Llevo sujetadores con aro -confesó Amanda.

– Bueno, al menos yo ya no los necesitaré -rió Karen.

Amanda se quedó helada de horror. Pero Karen movió la cabeza y sonrió.

– Gracias. Ése ha sido mi primer chiste sobre pechos. No te atrevas a pedirme disculpas. A ti no te importa la perfección. Has sacado el tema sin pensarlo, porque ya te has olvidado de mi operación.

Era verdad. Cuando Amanda pensaba en Karen no pensaba en su doble mastectomía; sólo pensaba en su querida y buena amiga.

– Por eso te quiero tanto -Karen volvió a apretarle el brazo-. Las imperfecciones físicas no significan nada para ti.

– Es obvio que para Daniel sí -Amanda miró de nuevo la foto de Sharon. Por eso se había quejado de la ropa y el peinado que llevaba.

– No creo que eso sea verdad.

– Las dos estamos de acuerdo en que Sharon no tiene nada bueno, excepto su apariencia.

– Cierto -admitió Karen.

– Entonces eso fue lo que atrajo a Daniel -Amanda echó un vistazo a sus sencillos pantalones azules y a su blusa blanca.

– ¿Te importa lo que él piense? -preguntó Karen.

Era una buena pregunta. A Amanda no debería importarle. No quería resultarle atractiva a Daniel. Sólo quería que saliera de su vida.

Sin embargo, el beso, las flores, los recuerdos… Estaba ocurriendo algo, y no sabía cómo detenerlo.


– ¿Papá? -Cullen le dio un golpe a Daniel por debajo de la mesa y le pasó una hoja de papel.

Daniel volvió a la realidad y a los rostros expectantes del equipo directivo de EPH. Había estado preguntándose si a Amanda le habrían gustado las rosas. Miró la hoja que le había pasado Cullen.


Di: Cullen tiene esas cifras.


Daniel alzó la cabeza y se recostó en la silla.

– Cullen tiene esas cifras -dijo. La atención de todos se centró de inmediato en Cullen.

– Los datos para español y alemán son prometedores -dijo Cullen-. Los de francés mínimos y los costes de traducción descalifican la viabilidad en Japón.

Las agencias de traducción. Daniel comprendió de qué estaban hablando.

– Nosotros tenemos casi los mismos resultados para Pulse -afirmó Michael, el hermano de Daniel-. Me gustaría considerar lo del francés, calcular los costes de envío a Québec podría aumentar los márgenes. Pero, sin duda, Japón implicaría pérdidas.

Charisma está lista para cualquier mercado -dijo Finola, la hermana de Daniel.

– Eso es porque se centra en la imagen -dijo Michael-. Podríais venderla incluso sin traducción.

– Aun así -apuntó Finola-, es parte del grupo.

– ¿Qué dices tú, Shane? -preguntó Michael.

La atención se desplazó al hermano mellizo de Finola. Daniel sabía que todos se preguntaban si Shane hablaría desde la perspectiva de su revista o apoyaría a su hermana melliza.

– Mi revista podría tomar cualquiera de los dos rumbos.

– ¿Por qué no dejamos lo de Japón por hoy? -sugirió Cullen.

– ¿De qué serviría? -preguntó Cade McMann, el editor ejecutivo de Charisma-. Nada va a cambiar.

– Podríamos iniciar un prototipo de dos agencias de traducción -sugirió Cullen-. Español y alemán, es difícil que tengamos pérdidas con ellas, y puede que sirvan para resolver algunas dudas pendientes.

Todos consideraron la idea en silencio.

– No creo que nadie quiera pérdidas innecesarias este año, ¿verdad?

Se oyeron murmullos de asentimiento.

– Puedo planteárselo a papá -ofreció Michael.

– A mí me parece bien -aceptó Daniel, orgulloso del compromiso de su hijo.

– Entonces, hecho -Shane dio una palmada en la mesa-. ¿Cerramos la sesión? Tengo una comida de negocios.

Todos empezaron a recoger sus papeles y a levantarse de la mesa.

Daniel recordó la sonrisa de Amanda y deseó que le hubieran gustado las rosas. Tal vez debería llamarla, para comprobar que las había recibido.

– Ahí acaba nuestra ventaja internacional -le dijo Cade a Finola.

– Sabía que rechazarían Japón -contestó ella.

– ¿Has pensado en lo que dije de Jessie Clayton?

– ¿Mi ayudante en prácticas?

– Sí.

– No tengo opinión al respecto. Apenas la he visto. Casi se diría que intenta evitarme.

– Pero, ¿por qué?

– ¿Quién sabe? Igual le doy miedo -rió Finola.

– No me fío de ella.

– Entonces, investígala.

– Puede que lo haga -la voz de Cade se apagó mientras iban hacia la salida.

– ¿Tienes un minuto, papá? -preguntó Cullen, cuando Daniel empezaba a levantarse.

– Claro -Daniel se sentó de nuevo.

La puerta se cerró y se quedaron solos. Cullen giró en su silla y se recostó.

– Dime, ¿qué está ocurriendo?

– ¿A qué te refieres?

– A que he tenido que salvarte el culo tres veces en esa reunión -Cullen movió la cabeza-. ¿Por qué estás tan distraído?

– Tú no has…

Cullen dio un golpecito en la nota que le había pasado.

– Estaba un poco distraído.

– ¿Un poco?

– Pensaba en…

– En mamá.

– En los negocios.

– Sí, sí. Fue el potencial del mercado francés lo que hizo que te chispearan los ojos.

– No me chispeaban.

Cullen clavó la mirada en su padre, adquiriendo la apariencia de un ejecutivo serio y exigente.

– ¿Qué estás haciendo papá?

– ¿Sobre qué?

– Ayer fuiste a ver un juicio suyo.

– ¿Y? Quiero que cambie de profesión. Lo sabes.

– Papá, papá, papá -Cullen sonrió con ironía.

– ¿Qué, qué, qué?

– Admítelo.

– ¿Qué tengo que admitir?

– Te interesa mamá.

– ¿Qué? -Daniel casi se atragantó.

– Esto no tiene nada que ver con su trabajo.

Daniel no contestó. Se echó hacia atrás y miró a su hijo con incredulidad. Cullen no sabía lo del beso. No podía saberlo. La red de cotilleo de los Elliott no podía ser tan potente.

– Papá, he hablado con…

– ¿Con quién?

– Con Bryan. A los dos nos parece buena idea.

– ¿Os parece buena idea? -por lo visto les gustaba que Amanda y él se besaran.

– Que mamá y tú volváis a juntaros.

– ¡Eh! -Daniel alzó las dos manos.

– Puede que te cueste mucho convencerla…

– Vuestra confianza en mí me halaga.

– Pero creemos que merecería la pena.

– Ah, ¿sí?

– Desde luego.

Daniel se inclinó hacia delante y miró a su hijo con fijeza. No sabía qué estaba ocurriendo entre Amanda y él, pero no necesitaba un grupo de apoyo.

– Olvidaos de eso -ordenó con tensión.

– Pero, papá…

– Lo digo en serio, Cullen.

– Me da igual. Ya es hora de que dejes la excusa del derecho corporativo.

– En absoluto -Daniel no iba a rendirse.

– Es un truco. Simplemente, sal con ella.

– Ella no…

– Envíale flores, o algo.

– Ya lo he… -Daniel cerró la boca.

– ¿Ya qué?

– Esta reunión se ha terminado -Daniel se puso en pie y recogió sus papeles.

– ¿Ya qué? -Cullen se levantó también.

– Eres un jovencito punk y descarado.

– Ya hace tiempo que no tiene novio.

– ¿Qué quieres decir con «hace tiempo»? -la idea de que Amanda saliera con alguien le hirió como un dardo en el corazón. Igual que cuando Taylor había flirteado con ella.

– Roberto no se qué, le pidió matrimonio las navidades pasadas.

– ¿Matrimonio?

– Lo rechazó. Tú tendrías más posibilidades.

Alguien se había declarado a Amanda. Otro hombre se había declarado a su esposa.

Daniel se quedó sin aire. Podría haber aceptado. Podría estar casada, fuera de su alcance. Y él no habría tenido la oportunidad de…

¿De qué? No sabía en qué estaba pensando.

– Sácala por ahí. Haz que se sienta especial.

Daniel miró a su hijo.

– Le gusta la langosta -ofreció Cullen.

Hoffman servía una langosta fantástica. También Angélico. Daniel se imaginó a Amanda sentada frente a él en un restaurante suavemente iluminado.

Le gustó la imagen. Mucho.

Daniel comprendió que su hijo tenía razón. Y eso implicaba problemas. Quería salir con su ex esposa.

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