Capítulo 8

Rick acababa de dar por finalizada la jornada cuando le llegó la llamada urgente de Kendall. Aunque había decidido blindar sus emociones con respecto a ella, nunca se había planteado mantenerse alejado físicamente. Se lo pasaba bien con ella y le gustaba.

Recorrió el pueblo no con el coche patrulla sino con su vehículo particular en busca del Jetta rojo de Kendall. Aunque no conocía bien a Hannah, se daba cuenta de que estaba llena de ira, y en el curso de DARE había visto muchos ejemplos de ello. Bajo ningún concepto permitiría que Kendall y Hannah se fueran separando hasta el punto de que les resultara imposible salvar la distancia entre ellas.

Como no sabía por dónde empezar, recorrió First Avenue y, al ver que no la encontraba, amplió la búsqueda a las calles cercanas a Edgemont, de donde Hannah había salido. La escuela primaria estaba situada a una manzana y media de la casa de Crystal, donde ahora vivía Kendall, y no le sorprendió ver el solitario coche rojo estacionado en diagonal entre dos plazas cuando entró en el aparcamiento.

Aparcó junto al Jetta y salió. El único indicio de que era policía era la linterna que extrajo de la guantera. La encendió y describió círculos con el brazo para iluminar la zona que rodeaba el colegio. Se detuvo cuando vio movimiento colina abajo, junto a los columpios. Al parecer, Hannah todavía tenía mucho de niña.

Rick pensaba apelar a esa parte de ella. Quería que le diera una oportunidad a su hermana mayor.

Inspiró profundamente mientras caminaba por el montículo cubierto de hierba en dirección al columpio. Le invadió el olor a hierba cortada y rocío que le trajo recuerdos de sus años escolares y sonrió ante esa evocación agradable antes de ponerse manos a la obra.

– Hola, Hannah -saludó, para que no creyera que era un desconocido y se asustara. No es que pensara que ella considerara a Rick un buen amigo o confidente, pero por lo menos con él estaba a salvo.

– ¿Qué quieres?

Enfocó con la linterna la zona que los separaba.

– Creo que es obvio. Llevarte a casa.

– ¿Y a ti qué más te da? -Siguió columpiándose al mismo ritmo, impulsándose con las piernas, como una niña pequeña y despreocupada.

Pero Rick tenía la corazonada de que hacía tiempo que no se sentía ni pequeña ni despreocupada.

– Porque soy amigo de la familia y tu hermana está inquieta por ti. Tan inquieta que me ha llamado.

Hannah dejó escapar un bufido, pataleó en la tierra y paró el columpio.

– Yo diría que lo que le preocupa es que estrelle el coche.

– No me ha dicho nada del coche, Hannah. Podría haber dado parte de que se lo habían robado y en ese caso me habría visto obligado a llevarte a comisaría. -Aunque teniendo en cuenta que conducía sin carné y sin tener la edad legal para conducir, debería llevársela a comisaría de todos modos.

– Pero ha llamado a la policía.

Rick negó con la cabeza.

– No. Me ha llamado a mí. -Hizo hincapié en la diferencia-. Ella confía en mí y tú deberías seguir su ejemplo. -Se sentó en el columpio junto a ella.

Hannah se volvió para mirarlo, con los ojos entrecerrados.

– Sólo tengo catorce años. ¿No vas a detenerme por conducir sin carné? -preguntó, poniéndolo a prueba.

A pesar del tono desafiante de su joven voz, Rick también captó un atisbo de temor. Era un sentimiento que comprendía, que le hacía tener ganas de abrazarla y tranquilizarla, pero no podía. Sólo podía hacerlo su hermana.

Así pues optó por ganarse su confianza.

– Podría arrestarte, pero no voy a hacerlo.

– ¿Por qué no? ¿Porque tú y mi hermana estáis enrollados?

Puso cara de asco y reprimió una sonrisa.

– No, porque creo que Kendall se merece la oportunidad de entenderse contigo.

– O sea que vosotros dos no…

– ¿Estamos enrollados? -preguntó él-. Creo que tu hermana y yo nos merecemos un poco de intimidad con respecto a lo que hacemos o dejamos de hacer.

– Interpreto eso como un sí. -Se sorbió la nariz y se secó los ojos-. Lo que sea, me da igual. ¿Dices que Kendall se merece entenderse conmigo? ¿Y yo qué me merezco? Me meterá en otro internado en cuanto tenga una oportunidad.

A Rick se le encogió el corazón al oír sus palabras, no sólo porque sabía que tenía razón, que era lo que Kendall había planeado, sino porque la muchacha necesitaba desesperadamente que le prestaran atención. Necesitaba mucho más de lo que él, una visita a la comisaría o incluso otro internado lleno de desconocidos podían ofrecerle.

Lo irónico del caso era que Kendall necesitaba lo mismo, y como hermana mayor tenía la capacidad de arreglar la situación de ambas. Sólo tenía que darse cuenta y cambiar de opinión sobre su vida errante. Tanto por el bien de Kendall como por el de Hannah, Rick esperaba que Kendall entrara en razón. Eso por no hablar de sus propias necesidades.

Al parecer, Kendall era quien controlaba el destino de los tres,

– ¿Te ha dicho que iba a mandarte otra vez al internado? -preguntó él.

Hannah negó con la cabeza.

– Sólo dijo que no volvería a mandarme a Vermont. Aparte de eso no ha dicho nada más.

– ¿Porque no puede hablar contigo con una puerta cerrada en medio? -preguntó con ironía.

– Supongo. -Hannah no pudo evitar sonreír por primera vez.

Y cuando sonrió, Rick apreció lo guapa que sería algún día, igual que su hermana.

– Pero es porque no me quiere -afirmó Hannah.

– ¿Qué te hace decir eso?

Hannah mantuvo la boca bien cerrada, sin atisbo de sonrisa.

– ¿Y bien?

Miró hacia arriba a través de los párpados húmedos y del largo flequillo.

– Lo sé, igual que tú.

– Yo no sé nada parecido. -Eso podía afirmarlo con absoluta certeza. La preocupación y el amor de Kendall por su hermana resultaban obvios. El hecho de que nunca se hubiera planteado llevarse a Hannah a vivir con ella de forma permanente no significaba que no la quisiera.

Kendall había pensado quedarse algún tiempo y luego marcharse. Si Hannah estaba con ella, probablemente no le quedaría más remedio que quedarse todo el verano. Si era así, Rick pasaría dos meses más con Kendall. Dos meses para que ellas dos se enfrentaran a su pasado y la una con la otra. Kendall en particular tendría que hacer frente a ambas cosas si es que Rick tenía alguna posibilidad de que decidiera quedarse allí para siempre.

– ¿Por qué eres tan amable conmigo? -La voz de Hannah interrumpió sus pensamientos-. Me refiero a que debo de ser un estorbo.

– ¿Cómo dices? -Arqueó una ceja.

– Ya sabes. No puedes… -Dio una patada a la tierra con la bota negra de cordones-. No podéis hacerlo si yo estoy por aquí.

– ¿Quién ha dicho que estemos haciendo algo? -Sonrió-. Y soy amable porque creo que, a pesar de este pequeño incidente, eres buena niña.

Advirtió su error al mismo tiempo que Hannah espetaba:

– No soy ninguna niña.

– Cierto. Ya no. Así que vayamos a casa y afronta las consecuencias como adulta que eres.

Hannah le puso mala cara.

– Además, te castañetean los dientes. -Y Kendall estaba enferma de preocupación-. Y resulta que sé que tu hermana ha comprado batido de cacao y a lo mejor te invita. Si le pides disculpas.

– Lo pensaré -musitó. Pero se puso en pie y se encaminó hacia el aparcamiento.

– ¿Hannah?

Se volvió.

– Las llaves. -Le tendió la mano.

Con un suspiro exagerado, se las dejó en la palma.

– Kendall ya recogerá el coche mañana. Mientras tanto, ¿te importa que te dé un consejo?

– ¿Acaso te lo puedo impedir?

Rick negó con la cabeza y rió.

– Kendall te quiere. Deberías darle una oportunidad antes de hacerle otra jugada como ésta o lanzar acusaciones infundadas.

– ¿Siempre tienes tantos consejos que dar? -preguntó ella.

– Pues sí. Y voy a decirte otra cosa para que la pienses. Mañana tengo fiesta. No te olvides de decirle a Kendall que os recogeré a las dos a las nueve. El programa DARE del instituto organiza una sesión de lavado de coches veraniega. Os llevaré para que conozcas a algunos jóvenes.

– ¡Oh, qué alegría! -Le dedicó una mirada feroz.

Pero debajo de esa fachada, Rick advirtió una sonrisa de agradecimiento y un destello de gratitud en la mirada. Sólo le cabía esperar que guardara un poco de esa buena voluntad para su hermana mayor. Porque Kendall lo iba a tener bastante crudo con ella.

Durante un instante de egoísmo, Rick se preguntó hasta qué punto eso iba a dejar que Kendall tuviera tiempo para él.

– Recuerda que mañana tenemos una cita -le dijo a Hannah.

– Sí, vale.


Rick supuso que para cuando llegaran a casa, Kendall estaría desesperada. Demostró estar en lo cierto cuando Hannah subió airosa por el camino de entrada y Kendall abrió la puerta de golpe y abrazó a su hermana, claramente aliviada.

Para frustración y consternación de Rick, Hannah no le devolvió el gesto, sino que mantuvo los brazos rígidos a los lados.

– Me tenías muy preocupada -dijo Kendall dando un paso atrás-. Podías haberte matado o matar a alguien. -Le temblaba la voz.

– Pues no ha sido así.

Rick permaneció detrás de Hannah, con los brazos cruzados, esperando. Cuando vio que la jovencita se mantenía tercamente en silencio, decidió intervenir.

– ¿Nada más? -preguntó a Hannah.

– Lo siento -dijo ella a regañadientes.

Kendall exhaló un suspiro.

– Quiero creerte. Y tendremos que establecer algunas normas básicas, pero si prometes no volver a hacer una cosa así, nuestra conversación puede esperar y puedes irte a dormir.

– ¿No estoy castigada? -preguntó Hannah con recelo.

– Esta vez no.

Rick advirtió en los ojos de Kendall que se esforzaba por mantenerse severa al tiempo que daba a entender a su hermana que la quería.

– ¿No vas a mandarme a algún sitio? -Hannah se mordió el labio inferior con un aspecto más parecido al de una niña perdida que desafiante.

Rick volvió a tener el presentimiento de que acababan de acceder al lugar donde Hannah albergaba sus temores más profundos, y Kendall debió de percibirlo también. Frunció el cejo y tensó la mandíbula.

– Pasaré aquí el verano y tú también -declaró Kendall.

Rick se llevó una decepción. Las palabras de Kendall quizá fueran lo mejor que se le ocurría en ese momento, pero a él le satisficieron tan poco como a Hannah.

Efectivamente, la muchacha se volvió y corrió a su habitación. A continuación se oyó un portazo. Kendall dio un respingo por el ruido antes de dirigirse a Rick.

– Gracias.

A la mierda la distancia. Él le tendió los brazos y ella fue a su encuentro.

– No sirvo como madre -dijo con los hombros temblorosos.

Y no tenía por qué. En justicia, ese rol les correspondía a la madre y al padre de Kendall. Pero la vida pocas veces era justa.

– No te infravalores. Creo que lo que pasa es que ahora mismo no confía en nadie.

– Y mucho menos en mí. Está enfadada y yo me siento tan mal que la decepciono.

Rick le acarició el pelo.

– Tendrás que ganarte su confianza.

– ¿Cómo?

Acogiéndola y dándole un hogar, pensó Rick. Permaneciendo en un lugar y proporcionándole la estabilidad de la que ambas habían carecido. Pero no estaba en situación de decirle lo que pensaba que debía hacer. Lo que él quería que hiciera. Tendría que llegar a esas conclusiones ella sola.

– Que sepa que puede contar contigo. -Le dio el mejor consejo que se le ocurrió.

Kendall inclinó la cabeza hacia atrás.

– ¿Y yo podré contar contigo? -Negó con la cabeza-. Olvídalo. No tengo derecho a pedir una cosa así.

Rick le inclinó el mentón hacia arriba con la mano.

– Sí puedes. Estás reconociendo que me necesitas. -Y él sentía debilidad por las féminas en apuros. Rick había aprendido de sus errores del pasado pero obviamente no lo suficiente, porque en esos momentos no se batía en retirada. Quizá Kendall se marchara, pero le importaba demasiado como para fallarle-. ¿Qué tipo de hombre sería si rechazara tu petición?

– ¿Un tipo listo? -Kendall le dedicó una amplia sonrisa.

– Menuda forma de alimentar mi ego, cariño. -Rick rió y ella hizo otro tanto, por lo que derritió el hielo con el que quería rodearse el corazón. Se imponía un poco de autoprotección-. De hecho tengo una sugerencia. Una forma de mantener intacto nuestro trato y de dar a Hannah un poco de estabilidad. -De nuevo recurrió a su acuerdo. Un pacto claro y desapasionado, aunque en ese momento se sentía de muchas maneras menos desapegado.

Kendall lo miró a los ojos con el cejo fruncido.

– ¿Qué tienes en mente?

– Que mantengamos la farsa delante del pueblo. Interpretemos el papel de una gran familia feliz, tú, yo y Hannah. Definitivamente, así consolidaré la impresión de que estoy comprometido. -Lo cual deseaba, pensó Rick. Pero sólo con Kendall-. Y al mismo tiempo le daremos a Hannah lo que necesita, una familia y dos personas que se preocupan por ella. Estoy seguro de que eso te ayudará a estar más cerca de ella.

Kendall asintió con los ojos muy abiertos y la expresión esperanzada.

– Suena perfecto.

– Estoy de acuerdo. -Le acarició la mejilla con la yema de un dedo.

¿Cómo era posible que no se diera cuenta de que aquel trato no era más que un medio para conseguir un fin? Rick deseaba con todas sus fuerzas que, interpretando el papel de una familia, Kendall viera que la realidad no era algo que temer sino algo que apreciar. Que juntos podían crear algo fuerte y duradero.

– Gracias por hacer esto por mí -susurró ella.

– No me des las gracias -respondió él con una voz demasiado áspera para su gusto. Era capaz de cualquier cosa por ella, pero no estaba preparada para oírlo. Además, aceptando su sugerencia, ella también le ofrecía algo. Ahora pasaría el resto del verano en compañía de Kendall y de su hermana.

Aunque eso suponía un riesgo. Si resultaba que había sobreestimado a Kendall y su capacidad para entregarse, estaba predestinado a sufrir. Y tenía la impresión de que ese dolor sería mucho peor que el que le había infligido Julian. Un hombre inteligente desistiría, tal como ella había sugerido. Una persona dispuesta a asumir riesgos seguiría adelante.

A Rick Chandler nunca le habían asustado los retos, pero esta vez se aseguraría por todos los medios de no velar sólo por los intereses de la mujer de su vida sino también por los de él.


Tras pasar la noche prácticamente en blanco, Kendall se despertó y se dirigió a la cocina, donde encontró a su hermana, despierta, duchada y vestida. Es decir, sí es que los pantalones cortísimos y la exigua camiseta que le dejaba el ombligo al aire podía considerarse ir vestida. Kendall estaba a punto de preguntar cómo se le ocurría ir con esa pinta cuando recordó su propia vestimenta el día de su llegada al pueblo, después de quitarse el traje de novia.

Parecía que Rick había calado bien a Hannah. Su hermana se parecía más a ella de lo que había advertido, desde el tinte para el pelo y la indumentaria estrambóticos a las necesidades emocionales más serias y profundas. El atuendo y comportamiento estrafalarios de Hannah eran un método de autoprotección. Huía de sus sentimientos, no quería enfrentarse a sí misma. Y Kendall sabía por qué. Al fin y al cabo, comprendía a la perfección qué se sentía al ser una hija no deseada y, a pesar de los intentos de sus padres de ofrecerle más estabilidad, era obvio que Hannah sufría la misma angustia.

Kendall exhaló un suspiro. Si comprendía a Hannah le resultaría mucho más fácil ganarse su confianza. Comunicarse con ella sería todavía más positivo.

– Buenos días, Hannah.

Su hermana se volvió con un tetrabrik de zumo de naranja en la mano y una marca reveladora encima del labio.

– Los vasos están en ese armario. -Kendall abrió uno de los armarios alargados que había limpiado el otro día-. No son todos iguales, pero servirán. Los lavé, así que no tienes que preocuparte por si pillas algo. -Se echó a reír.

Hannah se limitó a encogerse de hombros antes de aceptar el vaso.

– Te has levantado temprano. Pensaba que dormirías hasta más tarde después de lo de anoche.

– ¿Tenemos que hablar de eso ahora? -preguntó Hannah.

– Estaba hablando de levantarse temprano, no de anoche. Aunque tendremos que fijar algunas normas de convivencia.

Se oyó el sonido de un claxon.

– Me vienen a buscar. -Hannah dejó el vaso que ni siquiera había utilizado.

– ¿Que te vienen a buscar? Si todavía no conoces a nadie en el pueblo.

Hannah la miró de hito en hito con los ojos muy maquillados. Kendall la observó detenidamente. ¿El perfilador era negro o violeta oscuro? Era difícil de saber, porque se había pintado mucho. Igual que muy gruesa era la base de maquillaje. Como había sido modelo, Kendall tenía nociones de maquillaje y tal vez después de superar las barreras emocionales de Hannah consiguiera entrar en el tema del acicalamiento.

– ¿Quién te viene a buscar? -preguntó Kendall.

– Rick. Me dijo que teníamos una cita. -Hannah se dio la vuelta rápidamente y salió dando un portazo.

– Me está poniendo a prueba -farfulló Kendall-. Sé que me está poniendo a prueba. -Echó un vistazo rápido al exterior y vio que efectivamente Rick esperaba a Hannah. Un punto para su hermana, aunque a Kendall poco le preocupaba. La noche anterior, debió de olvidarse de informarle sobre sus planes. Como él era la persona en quien más confiaba en el mundo, no pensaba salir corriendo tras Hannah para darle ese gusto.

Kendall se frotó los ojos con las manos y se dispuso a coger un cuenco del armario.

– ¿Kendall? -Rick la llamó desde la entrada.

– Estoy en la cocina. -Se volvió y vio que entraba en la pequeña estancia, y que no iba solo.

Hannah iba delante, mientras él iba empujándola.

– ¿Qué pasa? -preguntó Kendall.

– Se supone que alguien tenía que decirte que os recogería a las nueve de esta mañana. Y a ese alguien se le olvidó decírtelo -explicó.

– ¿Y ese alguien podrías ser tú? -preguntó Kendall a Rick con suma dulzura antes de echarse a reír.

– Según se mire. Anoche, cuando llegué a casa, caí en la cuenta de que se me había olvidado decirte que os recogería a ti y a Hannah esta mañana. Pero como confiaba en que ella te transmitiría el mensaje, pensé que era mejor no llamar y arriesgarme a despertaros.

La muchacha puso los ojos en blanco.

– Pues se me olvidó. Ya ves.

– ¿Recogernos para qué? -preguntó Kendall.

– Le dije a Hannah que la llevaría a la jornada de lavado de coches del programa DARE, para que conociera a jóvenes de su edad, y pensé que así tú podrías recoger tu coche. -Rick dedicó a Hannah una mirada de reconvención.

– He dicho que se me olvidó. ¿Me vas a demandar?

Kendall entrecruzó los brazos, tan molesta como Rick por los jueguecitos de Hannah.

– Se te olvidó. Pero esta mañana no se te ha olvidado decirme que tenías una cita con Rick, ¿verdad?

Rick abrió la boca para hablar, pero cuando Kendall, que estaba detrás de Hannah, le guiñó el ojo, la cerró rápidamente.

– ¿Memoria selectiva? -le reprochó a su hermana sin contener el sarcasmo-. Me estás provocando y quiero saber por qué.

– No quieres que esté aquí contigo. El único motivo por el que me aguantas es porque no tengo otro sitio adonde ir. De lo contrario no lo pensarías dos veces.

El comentario de Hannah no hizo más que consolidar la impresión que Kendall ya tenía: la de que su hermana era una niña solitaria y abandonada. Volvió a sentirse culpable, agravada la culpabilidad por el convencimiento de que ella debería haber pensado más en la vida y sentimientos de Hannah.

Pero el dolor de su hermana no justificaba que fuera tan poco respetuosa y Kendall respiró hondo para tranquilizarse antes de contestar.

– ¿Sabéis qué? Id al lavado de coches. Preséntale a Hannah a algunos jóvenes. Yo mientras me ducharé y me arreglaré. Ya hablaremos esta noche y dejaremos las cosas claras, ¿de acuerdo? -propuso.

Hannah se volvió, como si quisiera ignorarla.

– Habla con el jefe -farfulló.

– ¿Cuánto dura el lavado de coches? -preguntó Kendall a Rick con los dientes apretados.

– Todo el día. Izzy y Norman se encargarán de la comida de los chicos.

– ¡Fantástico! Creo que a Hannah le irá bien un trabajo antiguo como éste. Quedamos los tres a las cinco en el restaurante de Norman.

– ¡No quiero pasarme el día lavando coches! -exclamó Hannah dándose la vuelta y brindando a Kendall la posibilidad de hablar con ella cara a cara-. ¡Se me romperán las uñas y se me pondrán manos de fregona!

– ¡Mejor que laves coches en vez de que yo tenga que lavarte esa boca sarcástica, irritante y olvidadiza! -espetó Kendall-. Trátame con respeto y yo haré lo mismo contigo. Nos vemos a la hora de cenar. -Siguiendo el ejemplo de Hannah, Kendall se volvió y se marchó, y su única concesión a la buena educación fue no dar un portazo.


Kendall fue caminando hasta el colegio para recoger el coche. Luego tenía pensado ir a casa, cargar el maletero y reunirse con Charlotte en su tienda. Pero antes decidió curiosear. Sin molestar a Rick ni a Hannah los observó relacionarse el uno con la otra y viceversa; Hannah se había juntado con los jóvenes con quienes había congeniado y Rick interpretaba el papel de guía paterno en el que probablemente ni siquiera era consciente de haberse convertido.

Aunque afirmaba no querer casarse ni tener hijos, sería un padre estupendo. A Kendall se le hizo un nudo en la garganta al pensarlo. Al ver la seriedad con que había tratado a su hermana la noche anterior, se daba cuenta de que aún había llegado a respetarlo más. Viéndole ahora con los adolescentes y advirtiendo el aprecio que le tenían en su comunidad, ¿cómo no iba a enamorarse un poco de él?

Se rodeó los antebrazos desnudos con las manos y se estremeció. Cuántos problemas sin resolver y preguntas sin contestar. No sabía qué hacer con su hermana, no sabía por qué Hannah había decidido dirigir su rabia hacia Kendall y no hacia sus padres. Ni siquiera sabía cómo encontrar el colegio adecuado o conseguir que su hermana quisiera estudiar cuando lo encontrara. Y, sobre todo, Kendall no sabía qué significaba lo que sentía por Rick, su situación o el futuro solitario que siempre había imaginado.

Siempre había sido impulsiva, de ahí que no se hubiese asentado en ningún sitio. Poder hacer las maletas e ir de un lugar a otro según se le antojara le proporcionaba una sensación de curiosa seguridad. Nada ni nadie la atarían jamás. Si la situación le resultaba demasiado sofocante, ella se marchaba. Y aunque nunca había conseguido ningún éxito apabullante, tal vez porque nunca había permanecido en el mismo sitio el tiempo suficiente, había salido adelante económicamente aceptando trabajos de vendedora en tiendas de artesanía donde podía aprender leyendo, observando y escuchando. Tenía pensado hacer lo mismo en Sedona, mientras aprendía aspectos nuevos de su oficio. Pero Arizona no tenía para ella el gancho que había tenido en el pasado. Ya no pensaba en ese lugar con tanto anhelo como antes.

Porque ahora tenía obligaciones. Para ser una mujer que nunca había echado raíces, de repente tenía numerosos vínculos con aquel pequeño pueblo. Era propietaria de una casa y responsable de unos inquilinos que no pagaban un alquiler pero a quienes temía echar. Tenía un pequeño negocio listo para empezar en la tienda de Charlotte y la posibilidad de trabajar más con la cuñada de Rick en Washington D. C. Tenía una hermana necesitada de cariño sin ningún sitio adonde ir y sin nadie en quien confiar aparte de Kendall. Y tenía una relación con un hombre especial.

Un hombre que iba de soltero por la vida pero que le había sugerido que se quedara después del verano y que se había llevado una decepción cuando ella había mostrado sus reticencias al respecto. Era obvio que la mujer que le había dejado le había hecho mucho daño y sabiendo que Kendall pensaba hacer lo mismo, había vuelto a levantar el muro que había erigido el primer día. Kendall odiaba las barreras que los separaban, por mucho que comprendiera la necesidad de tenerlas.

No sabía qué hacer con respecto a nada. La embargó una mezcla de tristeza y frustración hasta que apretó las manos y cerró los puños con fuerza, conteniendo las lágrimas. Acto seguido, tomó aire. Quizá no tuviera ningún plan pero era una luchadora. Encontraría la manera.

Entrecerró los ojos al mirar hacia el sol mientras uno de los chicos rociaba con una buena dosis de agua al agente Rick, como había oído que lo llamaban. Para vengarse, él vació un cubo de agua y los gritos de júbilo resonaron en el ambiente. Hannah estaba en medio de la algarabía y Kendall fue incapaz de reprimir una sonrisa.

A pesar de todos los problemas que la acuciaban en esos momentos, durante su estancia en Yorkshire Falls la vida le estaba yendo muy bien. Mejor que nunca.

Y el hecho de pensarlo le producía un miedo tremendo.


Horas después, Kendall estaba sentada en El Desván de Charlotte con la sensación de ser amiga de ésta y de su ayudante, Beth Hansen, desde siempre. Las mujeres eran abiertas y extrovertidas y en sus conversaciones incluían asuntos de mujeres, lo cual hacía que Kendall sintiera los vínculos femeninos de los que había carecido en su adolescencia.

Ahora se estaba poniendo al día a base de bien. Sabía más detalles sobre Roman y Charlotte, y Beth y su novio Thomas de lo que jamás habría imaginado.

Como tenía el presentimiento de que ella sería el próximo tema de conversación, Kendall siguió sin cambiar de tema a propósito.

– ¿Cuánto tiempo hace que sales con Thomas? -preguntó.

– Hace unos cuatro meses -respondió Charlotte por Beth-. ¿Alguien quiere comer más? -Señaló hacia la enorme ensalada griega que las mujeres habían comprado en el local de Norman, que estaba al lado. Una ensalada que Kendall y Beth devoraban y Charlotte picoteaba.

Como Kendall había llegado justo a la hora del almuerzo, insistieron en que las acompañara y no aceptaron un no por respuesta. Ahora que había pasado una hora, aunque todavía no habían empezado a trabajar, Kendall se alegraba de que la hubieran incluido en su grupito de mujeres.

– Yo no. Ya he comido suficiente -respondió Beth.

– Yo también. -Kendall se levantó y empezó a recoger los platos de plástico.

Charlotte recogió las latas de refresco y una botella de agua.

– No hace falta que recojas.

– Claro que sí. -Como no iban a dejarle pagar, lo mínimo que podía hacer era ayudarlas con el trabajo.

Charlotte se encogió de hombros.

– Supongo que si vas a acabar con Rick, será mejor que te acostumbres a limpiar.

– No voy a…

– Antes Roman lo ponía todo perdido -explicó Charlotte mientras se dirigía a la trastienda con la basura en la mano.

Kendall la siguió y tiró los platos y los tenedores de plástico.

– Hasta que tú le enseñaste, ¿no? -Beth se echó a reír-. Kendall, ¿a Rick se le da mejor eso de hacer de amo de casa?

Al recordar lo limpio y ordenado que tenía el apartamento, Kendall asintió.

– Debe de ser que le sale la vena de policía disciplinado.

– O eso o Wanda estuvo limpiando. -Charlotte se rió-. Lo puse en contacto con mi señora de la limpieza cuando se quedó con mi apartamento.

– Y falta le hace. No puede decirse que Rick sea el hombre más ordenado del mundo -añadió Beth.

– Y Beth sabe de lo que habla. Ella y Rick hace tiempo que son amigos. -Charlotte llegó junto a Kendall mientras volvía junto a la mesita en la que habían comido y que Beth estaba limpiando con un paño-. ¿Verdad, Beth? -preguntó Charlotte.

– Verdad. A diferencia de esas mujeres ridículas que se le echan encima, para mí es un buen amigo. Hace algún tiempo tuve que superar una ruptura y Rick me ofreció un hombro en el que apoyarme. -Beth miró fijamente a Kendall para convencerla de su sinceridad.

Tanto con sus palabras como con sus actos, Beth ejemplificaba lo bueno de Yorkshire Falls, y había conseguido que Kendall la considerara una amiga sincera, no alguien que quisiera provocarle celos.

– Rick sabe cómo ofrecer un hombro. Sus iniciales tendrían que ser SOS -declaró Kendall entre risas.

– En otro tiempo, esa actitud protectora le causó problemas -apuntó Beth.

Charlotte se encogió de hombros.

– Jillian fue una idiota.

– Cierto -convino Beth-. Para empezar, no tenía que haberse casado con Rick. De ese matrimonio no podía salir nada bueno. Sabía que Rick siempre ha tenido debilidad por ella y… ooohh. Lo siento, Kendall. -Beth se sonrojó-. A veces hablo demasiado.

Kendall negó con la cabeza, demasiado fascinada por la información.

– No, no pasa nada. Así aprecio mejor la bondad de un hombre.

– Pero no lo decía para que te sientas mal o te preocupes. Jillian pertenece al pasado lejano de Rick.

Eso esperaba Kendall. Porque el mero hecho de oír que seguía sintiendo algo por su ex mujer era como clavarle un cuchillo afilado en el corazón. Pero no pensaba compartir esa información con sus amigas.

– No hace falta que me convenzas de nada. Rick y yo hemos hecho un trato… -Mientras pronunciaba esas palabras sintió un regusto amargo en la boca.

No sólo porque estaba en deuda con Rick y tenía que respetar su parte del trato, sino porque había empezado a sentirse dueña de él a pesar de haber dicho lo contrario. «Oh, oh.»

Charlotte se echó a reír y Kendall se sobresaltó.

– ¿Qué tiene tanta gracia? -preguntó.

– No sé si se trata de tu expresión o de tu insistencia en que no hay nada serio entre tú y Rick, pero digas lo que digas, vale. Hablemos de negocios.

– Me parece bien. -Aliviada por dejar el tema de Rick, Kendall sacó un maletín de viaje en el que solía mostrar sus diseños y lo abrió encima de la mesa-. Estas son mis joyas metálicas. Por experiencia sé que gustan a mujeres distintas. ¿Qué edad tiene vuestra clientela más joven?

– Veintipocos -respondió Beth-. Algunas madres traen a sus hijas más jóvenes pero la mayoría las llevan a unos grandes almacenes, aquí o en Albany.

– ¿Queréis cambiar eso? -preguntó Kendall-. Cuando estuve en Nueva York no tenía los contactos suficientes para vender mis joyas en las boutiques modernas, pero conseguí venderlas en el campus de algunas universidades y a las estudiantes les encantaban los conjuntos. Mirad.

Extrajo una bandeja con gargantillas finas hechas de cuentas de cristal importadas de África Occidental que combinaban con unos pendientes largos.

– Éstos se vendían bien.

– Son originales -susurró Beth en tono aprobatorio.

– ¿Qué es eso? -Charlotte señaló un cordón de seda negro que sobresalía de debajo del cajón.

Kendall levantó éste.

– Es una cosa nueva que estoy probando. Collares de cordón de seda trenzado.

– Me encantan. -Charlotte observó las piezas en cuestión-. Y sí creo que a las chicas les encantarán también. -Chasqueó los dedos-. Oh, y sé cuál es el lugar perfecto para ponerlas a la venta. Este fin de semana se celebra la feria de venta callejera. Hablaré con Chase para ver si podemos cambiar el anuncio que pusimos en The Gazette y añadir información sobre las joyas de Kendall. ¿Cuál es tu nombre comercial?

– Kendall's Krafts.

Charlotte sonrió.

– Me encanta la aliteración y ¡estoy segura de que conseguiremos que esto resulte beneficioso para las dos!

Charlotte alzó la voz ilusionada y ni siquiera Kendall fue capaz de silenciar esa emoción.

– Como sabes, no tengo mucho dinero, pero estoy más que dispuesta a pagar una parte del anuncio. -Kendall no podía pagar lo que estaba ofreciendo pero lo consideraba una inversión de futuro.

Charlotte hizo un gesto con la mano.

– Tonterías. Para empezar, Chase no da esa impresión pero es un buenazo con la familia. Y sé que tanto Raina como Chase te consideran parte de la familia. Por Crystal -se apresuró a aclarar-. Pero no se lo digas a nadie, es uno de los privilegios que tenemos los Chandler.

«Los Chandler.» Kendall se estremeció ante la idea, porque le gustaba demasiado ser incluida en ese apellido.

– Bueno, hablemos de la comisión -continuó Charlotte, ajena a la agitación interna que sus palabras habían provocado en Kendall.

Kendall se tomó unos minutos para pensar. Cuando tenía que fijar un porcentaje de comisión, siempre computaba el coste del material, el trabajo y gastos generales, junto con el precio de otros competidores del mercado. En este caso, parecía ser la única persona del pueblo que ofrecía ese tipo de artículos, lo cual suponía una gran ventaja.

Tomó un trozo de papel con la intención de anotar un precio justo que imaginaba que Charlotte querría rebajar pero que Kendall podía aceptar. No obstante, Charlotte garabateó una cifra antes y le pasó el papel.

Kendall bajó la mirada. La cantidad que Charlotte le ofrecía era superior a la que ella había pensado. Arrugó la nariz porque quería protestar. No le cabía la menor duda de que la generosidad de Charlotte provenía en su mayor parte de la relación de Kendall con Rick, algo de lo que no quería aprovecharse. Pero por mucho que odiara reconocerlo, su situación financiera no le permitía protestar, no cuando la oferta de Charlotte era más que justa para las dos.

Kendall sonrió embargada por una sensación de alivio.

– Trato hecho. Veamos. ¿Sabías que sólo dispones de seis segundos para llamar la atención de una posible cuenta? -Emocionada, pasó directamente a la siguiente parte de la propuesta.

– Esa lección sobre ventas tuve que aprenderla rápidamente, sobre todo en este pueblo. -Charlotte rió-. ¿Adonde quieres ir a parar?

Kendall tomó aire para armarse de valor. Nunca tomaba la iniciativa una vez ponía sus artículos a la disposición de una tienda. En la mayoría de los acuerdos, el artista poseía los derechos de propiedad pero no tenía ni voz ni voto en cómo se exponían los productos ni en la venta o promoción de éstos. Tras mucho investigar y tantear el terreno, Kendall había aprendido bien las normas. Pero había algo del entusiasmo de Charlotte que le inspiraba confianza, y una oleada de ideas creativas.

«Quien no se arriesga, no pasa el río», pensó Kendall. Si quería que Charlotte contara con ella cuando abriera la tienda en Washington D. C, tenía que demostrar su valía allí y entonces, en un mercado más pequeño.

– Yo propongo que pongas los collares a los maniquíes. Cambia el escaparate para llamar la atención de la gente y añade los collares como accesorio a juego.

– Hum. Buena idea -le susurró Beth a Charlotte.

– Gracias -repuso Kendall.

– ¿Algo más? -preguntó Charlotte, con el rostro encendido de alegría.

Kendall se encogió de hombros.

– Pues que el rojo y el amarillo son los colores más llamativos. ¿Tienes alguna posibilidad de hacer algo así? -preguntó Kendall, yendo un paso más allá en su intención de dejar huella en Charlotte y en el pueblo. La intención de consolidar su carrera, algo que nunca había esperado en su impulsivo viaje a Yorkshire Falls.

– Charlotte es capaz de hacer cualquier cosa que sea rentable. Mira si no las bragas de encaje del expositor de la esquina. Ella misma las diseña y las tricota. -Beth no disimulaba el orgullo que sentía por su amiga y jefa.

– Por supuesto que sí -reconoció Charlotte-. Y sin duda trabajaré con lo que sugiera Kendall. Tiene tan buen ojo como tú, Beth. Bueno, por mucho que sienta acabar esta reunión tan divertida, necesito ver a mi marido.

– Sólo han pasado… -Beth consultó su reloj-. ¿Cuánto? ¿Tres horas? -Se echó a reír-. Recién casados -dijo, poniendo los ojos en blanco.

Charlotte ni siquiera se sonrojó.

– Oh, ¿acaso tú no vas a ver a Thomas en cuanto cerremos?

Beth se echó a reír.

– Yo no he dicho nada.

– Cuánto os envidio. -Las palabras brotaron de los labios de Kendall antes de que tuviera tiempo de darse cuenta.

Charlotte ladeó la cabeza.

– ¿Y eso? -preguntó realmente interesada.

Aunque hacía poco tiempo que Kendall conocía a Charlotte, le caía muy bien y no podía evitar sincerarse con ella.

– Tú y Beth os conocéis desde hace un montón de tiempo. Os leéis el pensamiento la una a la otra como si fuerais hermanas. -Captó el tono nostálgico de su voz, pero era incapaz de ocultarlo-. Con vosotras me siento como si os conociera de toda la vida. -No obstante, Kendall seguía estando al margen, como siempre había estado.

Entonces Charlotte le dio un caluroso abrazo que derribó las barreras que quedaban.

– Eso es lo que tiene de fantástico este pueblo. Si llegas aquí o regresas de donde sea, automáticamente te conviertes en uno de los nuestros.

– Y es imposible librarte de nosotras. -Beth se rió desde detrás de su amiga.

A Kendall le sorprendió pensar que no le importaba y se le formó un nudo en la garganta. Le devolvió a Charlotte el abrazo y luego retrocedió.

– Y ahora me voy ya a ver a mi marido. -Ahora Charlotte sí se ruborizó-. Vosotras dos ya ultimaréis los detalles que faltan.

Se despidió con la mano antes de irse y después de pasar veinte minutos más con Beth, Kendall también se marchó.

Al salir de la tienda de Charlotte se encontró con el brillo del sol de la tarde. Todavía le quedaba mucho tiempo que matar antes de reunirse con Rick y la adolescente de otro mundo, pensó con ironía.

Con un poco de suerte, el hecho de pasar una tarde con jóvenes de su edad habría suavizado el temperamento de Hannah. Así estaría más contenta y sería más fácil hablar con ella. Aunque Kendall todavía no tenía ni idea de qué decirle para facilitar la relación, tenía ganas de ver a su hermana, y esperaba que el trayecto en coche hasta casa le sirviera de inspiración. Maletín en mano, se encaminó hacia donde había aparcado, calle abajo.

– Hola, guapa. ¿Te interesa pasar una tarde de amor conmigo? -le susurró la voz familiar de Rick desde atrás.

Se volvió y lo vio con un hombro apoyado contra el cristal del escaparate.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó, encantada de verlo. Encantada de ver que había ido a su encuentro.

– Cinco horas con veinte adolescentes es lo máximo que puedo aguantar de una sentada. He sido relevado oficialmente. Y no te preocupes por Hannah. El agente Jonesy, que es un buen amigo, la llevará a Norman's para que se reúna con nosotros a las cinco. ¿Lo ves? Todo controlado.

– Estoy segura de que le encantará tener un escolta privado.

Rick se encogió de hombros.

– De hecho estaba demasiado ocupada como para darse cuenta de que tenía un escolta privado y uniformado. -Se rió por lo bajo-. Bueno, ¿piensas seguir hablando o vas a venir aquí a aliviar mi sufrimiento?

Kendall dio un paso adelante sin vacilar. Él también se le acercó, la agarró por la cintura y la condujo al callejón situado detrás de la hilera de tiendas que conducía a su apartamento. Casi sin darse cuenta, Kendall estaba en sus brazos y besándolo en la boca apasionadamente.

Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. Hasta que oyó su voz, inhaló el aroma de su colonia y notó sus labios devorando los de ella como si nunca fuera capaz de saciarse. Rick le acarició la mejilla con los nudillos y gimió, presionando su cuerpo duro contra el de ella, casi aplastándole la espalda contra la pared, aunque a ella no le importaba, porque le gustaba su contacto.

Deslizó sus manos por el cuerpo de él, dejando que su cintura se acoplara a la de Rick, notando su deseo endurecido a través de las capas de ropa, haciéndola sentir más querida y deseada de lo que una mujer tenía derecho.

Él fue quien se separó de su boca y la miró fijamente, con una mezcla de deseo y ardor en la expresión.

– Joder, ha pasado demasiado tiempo.

– Lo sé. -Kendall, respiraba de forma entrecortada y le costaba hablar.

– Entonces subamos.

Su sonrisa erótica, destinada exclusivamente a ella, la llenó de una emoción turbulenta que no podía permitirse el lujo de descifrar ni de sentir, no después de la abrumadora sensación de familiaridad que acababa de encontrar entre sus parientes y amistades. Una aventura intrascendente habría sido más fácil de asumir.

Nada de lo que significaba Rick era fácil. Representaba la ternura y el deseo en un solo paquete, delicioso pero peligroso. Peligroso para su tranquilidad mental, su vida sin complicaciones y su corazón.

Pero en esos momentos no le importaba. Le había echado de menos, lo necesitaba, y tenían muy poco tiempo para pasar a solas antes de que la realidad se inmiscuyera en forma de adolescente rebelde.

– ¿A qué esperas? -le preguntó Kendall-. Llévame arriba y hazme el amor.

Загрузка...