Capítulo 11

Kendall miró hacia el exterior, donde preparaban las mesas para la feria de venta callejera. Participaban todas las tiendas, vendedores y colegios. Pero si la cola que había en Norman's para conseguir un café no avanzaba, Kendall pensaba estrangular a la gente que tenía delante. Necesitaba cafeína.

– Gracias a Dios que ha salido el sol. ¿Te imaginas una venta en la calle bajo una lluvia torrencial? -Charlotte se estremeció-. Es el primer año que participo, pero me han dicho que el año pasado instalaron unos toldos muy resistentes y que el agua caía a chorros por los extremos… -Sacudió el brazo de Kendall-. No me estás escuchando, ¿verdad?

Kendall parpadeó y se concentró en la expresión preocupada de Charlotte.

– Lo siento. ¿Qué decías?

Charlotte se echó a reír.

– No pasa nada. Estás ensimismada.

Tras pasar la noche con Rick, Kendall estaba más que ensimismada y no se enteraba de nada. Lo que sentía por él iba en aumento. Descubrir su pasado cambiaba las cosas. Saber que había estado casado y que casi había sido padre le afectaba en lo más hondo. No quería pensar en él unido a otra mujer de ese modo. Y si algo así le importaba, Kendall se veía obligada a pensar en una nueva dirección que la asustaba.

– ¿Te he dado las gracias por llevarte a Hannah anoche? -preguntó a Charlotte, cambiando de tema. Quizá después de una buena dosis de cafeína estaría preparada para pensar en otra cosa.

– Sólo unas tres veces. Fue un auténtico placer.

– ¿Estamos hablando de la misma adolescente bocazas, metomentodo y acomplejada? -pregunto Kendall-. Y lo digo con todo el cariño del mundo del que es capaz una hermana -añadió con una sonrisa.

– De hecho estamos hablando de la chica educada, discreta y servicial que está ahí fuera. -Charlotte dio un golpecito en el marco de la ventana y señaló a Hannah, que ayudaba a Beth a doblar y exponer los artículos que estaban a la venta.

– Vaya, ¿qué alienígena habrá invadido su cuerpo? -Pero la daba igual siempre y cuando su hermana fuera feliz. Y a juzgar por la amplia sonrisa y el movimiento constante de su boca, Hannah estaba encantada de charlar con Beth y de ayudarla.

– Creo que el hecho de que yo no sea su tutora me permite ver otra faceta de ella. ¿Te acuerdas de cómo te comportabas con tus padres? -preguntó Charlotte antes de taparse inmediatamente la boca con la mano-. Oh, Dios mío, lo siento. Me había olvidado de que Roman me dijo que has vivido con parientes distintos toda tu vida. Vaya, qué metedura de pata.

Kendall hizo un gesto con la mano.

– No seas ridícula. Era un comentario de lo más natural y una suposición de lo más acertada sobre el motivo por el que Hannah me lo hace pasar mal. -Apoyo la mano en el brazo de Charlotte para reconfortarla-. Gracias por intentar ayudarme a analizar la situación. Toda ayuda es bien recibida.

Charlotte inclinó la cabeza.

– El placer es mío, entonces.

– Pero deberías saber que creo que contigo se porta bien porque eres la cuñada de Rick.

Charlotte abrió unos ojos como platos.

– ¿Hannah está colada por Rick?

– No es eso, no. Lo tiene idealizado. -Kendall exhaló un suspiro-. Da la impresión de que Rick la entiende mejor que yo. La verdad es que me alegro de que alguien lo consiga.

– Yo diría que Rick tiene buena mano con las mujeres pero, dada la situación, eso sería exagerar. Lo que Rick tiene es facilidad con los niños. Sobre todo con los adolescentes. El gran éxito del programa DARE en nuestra comunidad se debe a él. Prolonga las actividades durante el verano, cuando tiene un día libre, porque así los chicos están ocupados cuando no van a la escuela. Le admiran.

Kendall asintió. Ella también se había dado cuenta. Era obvio que Jillian le había privado de la oportunidad de ser padre al marcharse. Y, oh, qué padre tan maravilloso sería. Para un bebé, para un niño pequeño, para uno más mayor, para un adolescente. Se llevó las manos al pecho y entonces se dio cuenta del rumbo que habían tomado sus pensamientos. Otra vez esa dirección nueva que la asustaba. Pero era verdad. Rick sería un padre excepcional para un hijo de cualquier edad.

De todos modos, no le resultaba fácil pensar en un compromiso del tipo que fuera. Nunca había imaginado una vida en la que existiera el «para siempre». Pero tampoco nadie le había hecho una invitación al respecto.

– Da la impresión de que Hannah ha reaccionado ante Rick como la típica adolescente -declaró Charlotte.

Kendall asintió.

– Es verdad. Hannah y Rick congeniaron desde el primer día. -Igual que ella y Rick habían congeniado en cuanto se conocieron.

– Hannah no es la única Sutton que ha caído rendida a los encantos de Rick, ¿verdad? -susurró Charlotte para que no la oyera el resto de los clientes de la cola-. No me tomes por una impertinente, pero cuando me enamoré de Roman tenía a Beth por confidente, y me imagino que como tú eres nueva en el pueblo no tienes a mucha gente con quien hablar. Alguien que os conozca a ti y a Rick. Y, bueno, quería decirte que puedes contar conmigo si necesitas hablar con alguien. -Charlotte se sonrojó-. Si es que quieres.

Kendall abrió la boca pero fue incapaz de articular palabra. El gesto de Charlotte, tan cariñoso, comprensivo y considerado la había pillado desprevenida.

– No estoy enamorada de Rick. -Pronunció esas palabras como una autómata, pero el corazón en seguida se le rebeló.

Charlotte arqueó una ceja porque estaba claro que no la creía, y esbozó una media sonrisa.

– Lo siento, Kendall, pero no me lo trago. Quizá alguien que no hubiera estado en tu lugar se lo creería, pero yo no. El mismo lugar pero con el hermano. -Charlotte repiqueteó en el suelo con los pies y no paró hasta dar unos pasos hacia adelante en la cola-. Puedes negarlo el tiempo que quieras. Segundos, minutos, días o años. Da igual. Algún día saldrá a relucir lo que sientes por Rick. Igual que salió a relucir lo que yo sentía por Roman.

Kendall no estaba segura de si debía ofenderla el hecho de que Charlotte le hubiera leído el pensamiento y violado su intimidad o estarle agradecida por la advertencia que le acababa de lanzar. Kendall siempre se había guardado sus sentimientos para ella sola.

La necesidad la había empujado a la soledad desde joven. La fuerza de la costumbre y las mudanzas continuas le impidieron compartir sus emociones con otras personas a medida que maduraba. Ahora Charlotte le ofrecía la oportunidad de confiar en otra mujer. Mejor dicho, Charlotte le ofrecía la oportunidad de disfrutar de la amistad verdadera que nunca había conocido. Ni se imaginaba la trascendencia de su ofrecimiento.

La intuición le decía a Kendall que Charlotte era cariñosa de por sí, mientras que a ella le costaba más aceptar las muestras de cariño. Aunque la chica solitaria de su interior se moría de ganas por aceptar ese gesto amistoso, el miedo se lo impedía.

Recobró la compostura y miró a la paciente Charlotte.

– Das por supuesto que tú y yo somos iguales, y no lo somos.

No podían serlo, porque siempre que Kendall se había sentido unida a alguien -su tía, sus padres, otra chica en una nueva ciudad- en cuanto había aceptado esa sensación de seguridad, le habían arrancado el velo de los ojos y Kendall se había quedado sola. Por primera vez se dio cuenta de que aquél era el motivo de su temor. La base de su necesidad de huir. Las personas que amaba, la gente que le importaba, la dejaban.

Sus padres la habían abandonado. Tía Crystal había hecho lo mismo a su manera, primero cuando tuvo que mandar a Kendall a otro sitio y luego al morirse. La experiencia de Kendall más arraigada desde su infancia era que siempre perdía a sus seres queridos. La vida de ella y sus protagonistas eran una serie de desapariciones. Su mayor temor era intimar con la gente de Yorkshire Falls, con Rick y su cariñosa familia, y luego perderlos.

Charlotte se encogió de hombros.

– Vale, no somos iguales. Si tú lo dices…

– Lo digo. Por lo que tengo entendido, tú querías quedarte en Yorkshire Falls. Yo pienso marcharme. -Pero ¿y si no se marchaba? ¿Y si se quedaba allí?, le preguntó una vocecita en su interior. Kendall se estremeció y descartó la idea. Nunca había deseado echar raíces en un sitio. Nunca había tenido la sensación de pertenecer a un lugar. Estaba claro que no podía pertenecer a Yorkshire Falls.

– ¿Qué más nos diferencia? -preguntó Charlotte con una sonrisa, claramente divertida por la afirmación de Kendall.

Kendall tenía el presentimiento de que no necesitaba que su yo interno manifestara sus deseos más profundos, Charlotte lo hacía por ella.

– Bueno, tú no tenías inconveniente en casarte y yo no tengo ni la más mínima intención de hacerlo.

«Si eso es cierto, ¿por qué valoras el potencial de Rick como padre?», le preguntó la vocecita de su interior. Maldito pueblo y maldita la cariñosa familia de Rick. Malditos fueran por mostrarle todo lo que se había perdido en la vida. Todo lo que podía conseguir si no temía aprovechar lo que la existencia le brindaba.

Charlotte la miraba de hito en hito, como si supiera la batalla que se estaba librando en su interior y le estuviera dando tiempo para ganarla antes de interrumpirla. Entonces carraspeó.

– Supongo que me he equivocado. Teniendo en cuenta lo que acabas de decir, tú y Rick sois justo lo contrario de Roman y yo. Para empezar, Roman era el trotamundos, no yo.

– Supongo -musitó Kendall, sin saber muy bien de qué lado estaba. ¿Por qué tenía la sensación de que Charlotte había querido desasosegarla desde el comienzo?

La otra mujer negó con la cabeza y se rió.

– Bueno, si doy por supuesto algo sobre ti ahora mismo es que eres humana. Y los humanos son complicados. No siempre saben lo que quieren aunque crean que sí.

– ¿Eres psicóloga? -preguntó Kendall con una sonrisa.

– No, observadora. Un buen ejemplo: yo pensaba que quería quedarme en Yorkshire Falls porque eso me daba seguridad. Resulta que en mi caso la seguridad puede definirse de muchas maneras. Y cualquier manera que incluya a Roman me sirve. -Charlotte se encogió de hombros-. Quizá pienses que quieres seguir yendo de un lugar a otro. O quizá no. -Sacudió la melena morena-. Pensándolo bien, tienes razón. No debería dar por supuesto que sé algo de ti. Pero si alguna vez necesitas una amiga o a alguien que te escuche, prometo desempeñar mi papel sin sermonearte. ¿Trato hecho?

Le tendió la mano y Kendall se la estrechó.

– Trato hecho -dijo, mientras las palabras de Charlotte le rondaban por la cabeza y su mente jugaba a ser el abogado del diablo.

– Siguiente. ¿Qué desean las señoras? -preguntó Norman, lo cual evitó que Kendall se planteara el significado de lo que acababa de oír.

– Zumo de naranja para mí. Un té chai helado para Beth… -Miró a Kendall y le hizo una seña para indicarle que era su turno.

La bebida de Beth sonaba interesante.

– Probaré algo nuevo. ¿El chai tiene cafeína? -preguntó.

Norman asintió.

– Suficiente para levantar el ánimo, señora.

Kendall se rió.

– Entonces un té chai para mí y un zumo de naranja grande para Hannah.

– Dos chais y dos zumos de naranja -repitió Norman-. ¿Algo más?

– No. -Charlotte insistió en pagar la cuenta a pesar de la resistencia de Kendall y, al cabo de unos momentos, volvían a estar en la calurosa calle, donde empezó la venta en serio. Las bragas de encaje hechas a mano de Charlotte y las joyas de Kendall fueron todo un éxito. En una hora, las joyas metálicas se habían vendido fenomenal y varias dientas le habían dejado una paga y señal a Charlotte, además de una lista de personas que querían colores concretos o nomeolvides y collares.

– Nunca imaginé que vendería tanto -dijo Kendall asombrada.

– Quien vale, vale. -Beth le dedicó una sonrisa sincera-. Bienvenida a bordo, Kendall.

Ella sintió un aleteo de calidez en el pecho y fue incapaz de responder de otro modo que no fuera sonriendo. Miró hacia el otro lado de la calle y vio que su hermana estaba paseando por allí con un grupo de chicas que parecían agradables. Daba la impresión de que Hannah también se sentía aceptada en Yorkshire Falls.

De nuevo empezaron a rondarle distintas posibilidades por la cabeza. ¿Y si se instalaba ahí? ¿Y si no hacía las maletas, y si no se marchaba a Arizona? ¿Y si confiaba en sí misma y en otras personas hasta el final?

Kendall negó con la cabeza. Veintisiete años de hábitos eran difíciles de cambiar de la noche a la mañana. Por el momento quería disfrutar del espléndido día y de la buena acogida sin la presión añadida de tener que tomar decisiones o pensar. Se sintió aliviada cuando apareció Thomas Scalia para coquetear con Beth. Mirando a esa pareja se distrajo de los vuelos de su imaginación. Como si fuera posible sentirse como en casa en algún sitio. Pero allí se sentía tan bien…

– ¿Señorita Sutton?

Kendall se volvió al oír su nombre y se encontró frente a una atractiva mujer morena.

– Soy Grace McKeever -se presentó la mujer-. Mi hija se llama Jeannette. Jeannie y tu hermana se han hecho muy amigas. -Señaló hacia el otro lado de la calle, donde las chicas reían. Formaban un corrillo cerca de un grupo de chicos.

Kendall reprimió una carcajada.

– Jeannie es la morena con cola de caballo. La cuestión es que le prometí que las llevaría a ella y a una amiga a ver una película a Harrington por la tarde y luego a cenar. Probablemente compremos comida china y vayamos a casa. Me encantaría llevar a Hannah, si no te importa.

– Muy amable por tu parte. -Hannah le había hablado de Jeannie en más de una ocasión desde la jornada del lavado de coches y cuando Kendall había preguntado a Rick sobre las amistades de su hermana, le había asegurado que los McKeever eran gente maravillosa-. Por supuesto que no me importa. De hecho, te lo agradeceré eternamente.

– Perfecto. Las chicas estarán encantadas.

Hannah y Jeannie corrieron hacia ellas como si acabaran de darles entrada en escena sin parar de hablar.

– Mamá, ¿Hannah puede quedarse a dormir? -preguntó Jeannie.

– Kendall, tengo que quitarme este color púrpura del pelo -dijo Hannah a la vez-. Y Pam me ha dicho que tenía la solución perfecta y que me lo podía hacer ahora. No sé en qué estaba pensando, pero a Greg no le gustan las chicas con el pelo teñido, así que tengo que quitármelo. ¿Puedo, Kendall, por favor? Y me apetece un montón dormir en casa de Jeannie. ¿Sabes que Greg vive al lado? -Hannah habló, preguntó y explicó casi sin respirar.

¿Su hermana quería quitarse el tinte? ¿Le gustaba tanto estar allí que quería mostrarse tal como era? «Por qué no», le planteó la vocecita. «Tú lo has hecho.» Recordó que ella se había quitado el tinte rosa poco después de llegar porque quería ser ella misma.

Kendall parpadeó, asombrada ante las semejanzas entre las hermanas. Y en este caso se trataba de algo bueno.

– ¿Qué me dices, Kendall?

La voz de Hannah interrumpió sus pensamientos y Kendall la miró.

– Sí, sí y no.

Hannah abrió los ojos como platos, claramente disgustada.

– Es muy injusto. Que anoche durmiera en casa de Charlotte no tiene por qué impedirme volver a dormir fuera esta noche y he ganado dinero ayudando a Charlotte toda la mañana así que…

– Vaya. -Kendall levantó una mano para interrumpir a su hermana-. Sí, puedes quitarte el púrpura del pelo. Pago yo. Sí, puedes dormir en casa de Jeannie si su madre no tiene inconveniente. -Se calló porque se le ocurrió otra cosa-. De hecho, ¿por qué no dormís las dos en casa y así sus padres tienen la noche libre después de la película y la cena? Y no, no sabía que Greg era vecino de Jeannie. -Kendall acabó de hablar con una carcajada.

Hannah se sonrojó.

– Lo siento.

– No pasa nada. -Por lo menos Hannah se comportaba como la típica adolescente y no como una jovencita airada-. ¿Qué os parece? -Kendall se refería a lo de que las chicas durmieran en su casa.

Primero las chicas intercambiaron una mirada y luego dirigieron la vista a la pobre Grace McKeever.

– Por favor, mamá, ¿puedo quedarme a dormir en casa de Kendall? -Jeannie tiró a su madre de la manga-. Viven en la vieja casa de invitados de la señora Sutton. Hannah me ha dicho que es muy guay. Tiene una habitación para ella sola y hay un desvan en el que Kendall diseña todas sus joyas. Hannah me ha dicho que es una pasada. Por favor…

¿Hannah había dicho que algo referido a Kendall o la casa era una «pasada»? Kendall se esforzó por contener las lágrimas. Se volvió y se secó los ojos. Pensó en echarle la culpa al sol si alguien le preguntaba al respecto.

– Por mí no hay problema, chicas. Pasaremos por casa antes de marcharnos a Harrington para que recojas tus cosas.

– ¡Perfecto! -Las chicas se dedicaron unas sonrisas de complicidad, como si hubieran salido airosas de una operación encubierta.

– Acuérdate de traer una manta o un saco de dormir -le dijo Kendall a Jeannie-. No tenemos ni camas ni muebles extras.

– ¡Doblemente perfecto! -exclamó Jeannie mientras Grace anotaba el número de su teléfono móvil y del fijo y Kendall hacía lo mismo para poder intercambiárselos. Acto seguido, Grace se excusó para seguir haciendo algunas compras. Las chicas volvieron corriendo con su grupo de amigas, pero antes, Hannah se dio la vuelta y se apoyó en la mesa para mirar fijamente a Kendall.

– Gracias.

El agradecimiento que destilaba la mirada de Hannah significaba mucho más que cualquier palabra que pudiera decirle.

– No hay de qué. -Kendall se sacó algo de dinero del bolsillo de los vaqueros y se lo dio a su hermana-. No lo malgastes -bromeó.

Hannah se guardó los billetes en el bolsillo delantero,

– ¿Kendall?

– ¿Sí?

Hannah tragó saliva.

– Hannah, venga. Nos están esperando -la llamó Jeannie.

– Te… te quiero. Adiós. -Antes de que Kendall tuviera tiempo de responder, Hannah se marchó corriendo para reunirse con sus amigas.

– Yo también te quiero. -Y esta vez sí que se le deslizó una lágrima por la mejilla.


El turno de Rick acabó a la vez que la venta callejera. Tenía libertad para hacer lo que quisiera y ver a Kendall era lo que más le apetecía. La encontró saliendo de El Desván de Charlotte maletín en mano.

Se situó a su altura.

– Hola.

Kendall lo saludó con un brillo inequívoco en la mirada.

– Hola.

– ¿Ha ido bien el día? -Señaló el maletín.

– Increíble. He vendido casi todo lo que había expuesto y tengo pedidos para docenas de piezas. -Negó con la cabeza, incrédula-. Ha sido fabuloso.

– Yo sé cómo hacer que sea incluso mejor.

Kendall se paró y se volvió hacia él.

– ¿Ah, sí? -Esbozó una sonrisa.

Tras la conversación seria de la noche anterior, Rick había decidido quitarle hierro a su relación y, a juzgar por cómo lo había recibido ella, su táctica funcionaba. En vez de huir despavorida, se acercaba más a él.

Pero Rick la quería todavía más cerca.

– ¿Te has dado el lote alguna vez en un autocine? -le preguntó.

Kendall sonrió.

– Pues no he tenido el gusto, ¿por qué?

– Esta noche es el pase de diapositivas anual. Coincide con la venta en la calle. Convierten el campo de rugby en una especie de anfiteatro y relatan la historia del pueblo. No es lo más emocionante del mundo pero va todo el pueblo. Y resulta que conozco un lugar discreto con muy buena visibilidad, ¿quieres acompañarme?

– ¿No tienes que trabajar?

– Estoy oficialmente fuera de servicio y soy todo tuyo -declaró, acercándose más a ella.

– Me gusta como suena eso.

Kendall pronunció esa frase con voz un tanto ronca, lo que a él le gustó todavía más. Pero antes de centrarse en lo que harían por la noche, tenía que hablar de un tema con Kendall.

– Esta mañana he pasado por casa de mi madre antes de ir al trabajo.

– ¿Ya estaba todo recogido después de la fiesta?

Rick asintió.

– Aparte de la pila de regalos. No tenía ni idea de que todos los invitados trajeron regalos. -Se sentía ridículo aceptando regalos de cumpleaños y deseó poder devolverlos todos.

Todos menos uno. Se bajó el cuello de la camiseta para que ella viera el fino collar negro que Kendall y Hannah habían hecho para él. No era de los que llevaban joyas, pero aquello no era una joya típica. Era masculina, y lo suficientemente discreta como para que se sintiera cómodo con ella. Pero lo más importante era que el collar era un regalo hecho con el corazón, con el corazón de Kendall.

– ¿Te gusta?

Le sorprendió que se lo preguntara con voz vacilante. Solía mostrarse segura con respecto a su trabajo o, por lo menos, eso es lo que le había parecido cuando la había observado desde lejos por la tarde. No había querido interrumpirla o hacer que perdiera una venta. Cuanto más éxito tuviera en Yorkshire Falls, mejor para él.

– Me gusta y tú también me gustas. -Dio un paso hacia ella y la aprisionó entre su cuerpo y la pared de obra vista del edificio más cercano. El cuerpo de Rick reaccionó y está claro que ella se dio cuenta porque dejó escapar un leve gemido, que lo excitó todavía más-. Tengo que darte las gracias como es debido. -Le dedicó una sonrisa pícara-. Al fin y al cabo, mi madre me educó para que fuera un caballero.

– También te educó para que hicieras estas cosas a puerta cerrada. -La voz inconfundible de Raina y su risita interrumpieron la tensión erótica que había empezado a formarse entre ellos.

– Oh, cielos. -Kendall se escurrió por debajo del brazo de Rick.

Maldita sea. Quería que Kendall se excitara y esperara con ansia la noche, no que se sintiera angustiada y abochornada.

– Hola, Rick. -Raina sonrió-. Kendall.

– Pensaba que estabas en casa, descansando -dijo Rick.

– Lo estaba hasta que Chase ha querido tomar unas cuantas fotos de última hora y le he suplicado que me llevara con él para echar un vistazo rápido a la venta callejera. Nunca me he perdido una y no quería perderme la de este año.

– ¿Y ahora que ya la has visto y te han visto…?

Raina entornó los ojos.

– Me voy a casa y descansaré hasta la noche, por supuesto.

Rick le lanzó una mirada del tipo «debes de estar de broma». ¿Pensaba volver a salir por la noche?

– No tiene nada de malo sentarse encima de una manta con un médico al lado. -Raina se sonrojó, pero se puso derecha, como desafiándolo a llevarle la contraria-. ¿Hannah y tú vendréis al espectáculo? -le preguntó a Kendall, en un claro intento de desviar la atención de su persona.

Funcionó. En vez de preocuparse por la salud de su madre, Rick se centró en Kendall. Cayó en la cuenta de que tenía tantas ganas de estar a solas con ella que se había olvidado completamente de Hannah.

– Lo cierto es que Hannah se va al cine y a cenar con una amiga. -Kendall se situó al lado de Rick-. No creo que vuelvan hasta eso de las once, y luego dormirán juntas -explicó Kendall, que ya se había recuperado del bochorno que había sentido cuando Raina los había pillado como a dos adolescentes.

– ¿Conozco a la amiga? -preguntó Raina.

– Jeannie McKeever.

Rick exhaló un suspiro de alivio. Grace McKeever siempre tenía la casa abierta para los amigos de sus hijos. Si las chicas se quedaban a dormir en su casa, dispondría de otra noche para que Kendall se acostumbrara a su presencia en su vida y, con un poco de suerte, en su corazón.

– Esta noche las dos se quedarán a dormir en la casa de invitados. Yo nunca dormí en casa de una amiga cuando era pequeña, así que he pensado ofrecerle esa oportunidad a Hannah en un sitio que es como un hogar para ella, ¿qué te parece? -preguntó Kendall a Raina.

– Me parece perfecto. -Raina le acarició la mejilla-. Qué buena eres.

Rick no tenía que haber sacado conclusiones precipitadas, sobre todo cuando su vida amorosa estaba en juego. Negó con la cabeza y se echó a reír.

– ¿De qué te ríes? -preguntó su madre.

– De nada -respondió con ironía. Tendría que disfrutar de la compañía de Kendall antes de que ésta tuviera que retomar sus obligaciones de hermana mayor. Obligaciones que al parecer había asumido con más facilidad de la que se imaginaban.

Aunque la relación entre Kendall y Hannah a veces resultaba complicada, Kendall comprendía de forma innata las necesidades de su hermana. Tenía en sus manos la posibilidad de que la chica tuviera una vida digna, para lo que le bastaría con dar un paso atrás y observar y aceptar la situación. Sería una hermana fantástica. Sería una madre fantástica. La idea lo dejó inmóvil, como si una flecha acabara de atravesarle la cabeza.

Miró hacia donde Kendall y Raina estaban enfrascadas en una conversación sobre alquileres de vídeo y la posibilidad de que Raina le dejara un reproductor de vídeo esa noche para entretener a las chicas. A jugar por la amplia sonrisa de su madre, Rick estaba convencido de que Kendall le caía bien. Aunque nunca permitiría que su madre le impusiera la mujer a quien amar, le tranquilizaba saber que estaba contenta, y que su elección no hacía sufrir a su pobre corazón. De hecho, la hacía feliz.

Cuan caprichoso era el destino. Había empezado a salir con Kendall para disuadir a su madre y a las mujeres con las que quería casarlo para que tuviera nietos, y había acabado queriendo precisamente eso con la mujer que había elegido para frustrar el plan de su madre. Ahora sólo faltaba que Kendall quisiera lo mismo.

Ojalá.


Kendall aparcó el coche en la plaza de detrás de la casa de invitados y se encaminó a la puerta delantera. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien. Además, sus creaciones habían tenido mucho éxito, pensó con una sonrisa. Mientras abría el bolso, oyó una especie de gemido. Miró a su alrededor pero no vio nada ni a nadie.

Se encogió de hombros y dejó el maletín para buscar las llaves, que había lanzado de cualquier manera en el interior del bolso para sacar sus cosas del coche.

Lo primero que encontró fue la tarjeta de la inmobiliaria que le había dado Tina Roberts. La joven le había pedido un nomeolvides y luego le había ofrecido sus servicios profesionales: le preguntó a Kendall qué pensaba hacer con la casa de su tía y, sin esperar respuesta, se había ofrecido a visitarla y a tasarle la casa por si decidía venderla. También había alardeado de sus muchos logros y de los motivos por los que seria la agente de registros perfecta. Sin vacilaciones, sin vergüenza. No era de extrañar que la hubieran nombrado agente inmobiliario del mes, pensó Kendall con ironía.

Pero no podía vender una casa por encima de su valor de mercado si esta no estaba en perfectas condiciones y la tarjeta de la agente inmobiliaria le recordó por tanto algo importante: hacía días que Kendall no se había molestado en hacer más arreglos en la casa. Y tampoco había vuelto a plantearse ponerla a la venta.

Lo único que había decidido era que Pearl y Eldin se trasladaran a la casa de invitados y poner como condición para la venta que los dejaran vivir ahí sin pagar un alquiler. No sabía si alguien aceptaría tales condiciones, pero Kendall no pensaba dejar sin techo a la pareja de ancianos. Esperaba que no tuvieran inconveniente en vivir en un lugar más pequeño, pero teniendo en cuenta los problemas de espalda de Eldin, quizá estuvieran mejor en una casa de una sola planta y más fácil de mantener.

Tras el día tan extraordinario que había tenido, Kendall no estaba preparada para pensar en la venta de la casa. No cuando había empezado a permitirse plantearse otras posibilidades en la vida aparte de huir. No cuando había empezado a plantearse qué pasaría si…

Tenía tiempo. Kendall volvió a dejar la tarjeta en el bolso y siguió rebuscando hasta que palpó las llaves con los dedos. Entonces volvió a oír el sonido lastimero, esta vez más cerca. Bajó la mirada y vio una perra. Una perra lanuda de color rubio rojizo que la miraba con ojos profundos y conmovedores.

– Hola -le dijo, acercándose al animal con cuidado.

Cuando la perra empezó a menear la cola con un aspecto de lo más inofensivo, Kendall se agachó para acariciarla. Tenía el pelaje apelmazado, como si hiciera siglos que no la hubieran lavado, pero se la veía cariñosa y dócil. No temía a Kendall y al cabo de unos minutos de rascarse la cabeza, se le frotó contra las piernas y se colocó panza arriba para que Kendall le acariciara el vientre, de forma que dejó sus partes claramente a la vista.

– Vaya, parece que me he equivocado, eres un macho. -Kendall se echó a reír. Le palpó el cuello-. No llevas collar ni identificación. ¿Qué voy a hacer contigo?

Kendall se incorporó y el perro la siguió. Se acercó a la puerta delantera y él la acompañó. Al cabo de veinte minutos, después de que le diera agua, limpiara las necesidades que había hecho junto a la puerta, porque no se había dado cuenta de que un solo ladrido significaba que tenía una urgencia, y de llamar a Charlotte para preguntarle quién era el veterinario del pueblo, Kendall y el perro estaban en la consulta del doctor Denis Sterling.

– No sabía qué hacer con él -explicó Kendall mientras el veterinario acababa la exploración.

– Bueno, me alegro de que me hayas llamado. No me importa ocuparme de un animal abandonado.

– No sabe cuánto se lo agradezco.

El doctor Sterling dio una palmadita cariñosa al perro en la cabeza y dedicó a Kendall una sonrisa igual de tranquilizadora. Todos sus actos corroboraban la primera impresión que había tenido de que era una persona amable. Aparentaba poco menos de sesenta años y era un hombre apuesto de pelo rubio, sin canas, con el rostro curtido y modales delicados.

– No quería enviarle un mensaje al busca, pero Charlotte me ha asegurado que no le importaría.

– Y tenía razón. A Charlotte no le falla la intuición. -Se refirió con cariño a ella.

Charlotte le había comentado que el veterinario estaba enamorado de su madre, pero Annie Bronson no le correspondía. De hecho, intentaba arreglar su matrimonio roto con el padre de Charlotte. A pesar del rechazo, el doctor Sterling parecía estar perfectamente.

– Lo que puedo decirte sobre tu nuevo amigo -dijo el veterinario- es que parece un wheaton terrier. Se ve por el color beige o pajizo del pelaje y la cara de terrier. Por el peso, yo diría que ya ha alcanzado su tamaño adulto y que tiene unos dos o tres años como máximo. Y a juzgar por su euforia con los desconocidos, diría que no ha sufrido malos tratos.

– Menos mal. -Kendall exhaló un suspiro de alivio.

El doctor Sterling asintió.

– El hecho de que menee la cola es una pista. Los wheaton se comportan toda su vida como si fueran cachorros, así que esta despreocupación no desaparecerá. -Dejó al perro en la mesa y le hizo colocarse panza arriba-. ¿Ves cómo me deja acariciarle el vientre y examinarlo? No le da miedo estar en esta postura no dominante. Es un perro leal y sociable. No tienes de qué preocuparte en ese sentido. Puedes tenerlo en casa perfectamente…

– Pero…

– No he recibido ningún parte de desaparición de un perro y, cuando me llamaste y me lo describiste, pregunté a varios amigos y a algunas perreras de los pueblos cercanos, sin resultado alguno. Pero anotaron la información y dijeron que me llamarían si se enteraban de algo.

– Doctor Sterling, yo… -«No vivo aquí de forma permanente.» Se calló porque las palabras no le salían con la facilidad con que le habrían salido con anterioridad.

– ¿Sí?

– No sé si puedo quedármelo. ¿Y la perrera? -Incluso mientras lo preguntaba, no le parecía buena idea. El animal era demasiado mono y cariñoso como para deshacerse de él. Pero ¿qué iba a hacer con el perro cuando se marchara? Si se marchaba…

– La perrera sólo es una opción si quieres arriesgarte a que lo sacrifiquen. La perrera de Harrington está a tope. Lo aceptarán, pero los perros pequeños son los que menos duran. Es un riesgo llevarlo allí.

Como si comprendiera lo que decían, el perro aulló y empezó a menear la cola con frenesí. A suplicar que se lo llevara a casa, pensó Kendall. Con ella. Tras oír las explicaciones del veterinario, no le quedaba más remedio.

– De acuerdo, no irá a la perrera.

– Podría preguntar por ahí quién quiere un perro, pero ahora que sales con Rick y tal, no creo que te suponga ningún problema. A Rick le encantan los perros. Cuando era niño, se llevaba a casa todo tipo de perros callejeros. Su madre estaba harta.

O sea que Rick ya tenía ese afán rescatador de pequeño.

– Me pregunto cuántos de los animales que salvaba eran hembras -comentó con ironía.

El doctor Sterling se echó a reír.

– Hay que ser una mujer fuerte para lidiar con los Chandler. A ti y a Rick os irán bien las cosas.

Entonces cayó en la cuenta de que no había contradicho al doctor Sterling, ni corregido la suposición de que se quedaría en el pueblo y lidiaría con Rick Chandler. No porque no la escuchara, como buena parte de la gente del pueblo, sino porque la idea de cuidar de Rick, de ser la mujer que lidiaba con él, le resultaba sumamente atractiva. Más de lo que había reconocido para sus adentros hasta el momento.

– Pondré unos cuantos anuncios por si alguien ha perdido al perro -declaró el doctor Sterling, ajeno a la batalla que se libraba en el interior de Kendall-. Mientras tanto, necesita un buen baño, y mañana, cuando venga mi ayudante, podemos ponerle las vacunas que necesite. Suponiendo que se quedara con él.

Y es lo que haría, pensó Kendall, decidiéndolo en ese preciso instante. Por supuesto, tendría que dejarle claro a Hannah que, si su dueño lo reclamaba, no les quedaría más remedio que devolverlo. Pero si no, ya tenía perro. Una responsabilidad y un nivel de compromiso inusitados para ella hasta entonces.

Miró al doctor Sterling con recelo.

– No sé qué cuidados necesita un perro. Y no tengo champú ni comida para perros…

– Tranquila. Lo mismo que los niños, los perros no vienen con manual de instrucciones, pero igual que los bebés, te hacen saber cuándo no están contentos. Lo que les gusta es que los limpien, los alimenten y los quieran. Seguro que eres capaz de hacerlo. Además me tienes a tu disposición. Rick también. -Le dedicó una sonrisa tranquilizadora sin advertir que había tocado su punto flaco.

¿Cómo iba a confiar en que alguien estuviera a su disposición? Nunca había confiado en nadie, nunca había contado con nadie que no fuera ella misma. Oh, estaba Brian, pero como él necesitaba algo a cambio, había podido contar con su cooperación. Con respecto a Rick… habían traspasado el límite del acuerdo y Kendall se sentía como si estuviera en caída libre y sin red de seguridad.

– Entremos en detalles -continuó el veterinario-. Cualquier champú suave le servirá y tengo una bolsa de comida para darte. Un momento -dijo antes de desaparecer de la consulta.

– ¿Qué voy a hacer contigo? -le murmuró Kendall al perro, que se limitó a menear la cola alegremente. Hacía media hora estaba vagando por las calles y ahora la miraba a ella confiando en que cuidara de él. Al parecer se daban un voto de confianza mutuo.

No dejaba de menear la cola de un lado a otro. Feliz. Esa parecía su actitud permanente.

– Vale, Feliz. Me parece que tú solo te has puesto el nombre. -Volvió a acariciarle la cabeza, él le lamió la otra mano y Kendall se sintió un poco enamorada. Otro salto en la nueva dirección de sus pensamientos.

– Toma este libro: Eduque a su perro en siete días. -El doctor Sterling regresó al consultorio, con una bolsa de comida bajo un brazo y el libro en la otra mano-. Tengo la sensación de que lo necesitarás.

Se echó a reír, porque lo primero que le había contado al veterinario era lo de que había hecho sus necesidades en la entrada. Él le había dicho que le llevara una muestra para comprobar si padecía alguna enfermedad. Se estremeció al recordar esa experiencia desagradable y tuvo el presentimiento de que habría más incidentes como ése antes de que ella y Feliz se comprendieran mutuamente-. Gracias, doctor.

– Llámame Denis, por favor. Y de nada. Nos vemos mañana. Llama a las nueve para concertar una cita. Por lo menos la casa de tu tía tiene un jardín grande para que corra. Rick puede jugar a la pelota con él. Los perros de esta raza tienen que hacer ejercicio todos los días.

– ¿No les gustan los apartamentos? -preguntó, pensando en su tipo de vida habitual cuando no estaba en Yorkshire Falls. Un estilo de vida que empezaba a parecerle cada vez más solitario y recluido de lo que jamás había imaginado. No obstante, ¿cómo era posible que tener una larga autopista por delante y posibilidades infinitas le pareciera solitario? La respuesta yacía en aquel pueblo, en su gente y en su relación con Rick. El hecho de que ella tuviera la capacidad para confiar en todo aquello era harina de otro costal.

– Pueden vivir en un apartamento, pero no es lo mejor. Siempre pido a la gente que se plantee lo que es justo para el perro. Este animal pesa ahora unos quince kilos, pero está delgado. Engordará si lo cuidas bien. Es de los que agradece estar al aire libre. Necesita su espacio.

Igual que Kendall. O eso era lo que ella creía. Estaba hecha un lío. Su negocio había dado un gran paso adelante, su hermana había hecho amistades y ella había encontrado un perro.

– ¿Vendrás al pase de diapositivas esta noche? -preguntó el doctor Sterling.

– Sí.

– Bien. Si te surge alguna duda, puedes preguntarme allí. -Sonrió y abrió un cajón del que extrajo un collar y una correa-. También lo necesitarás. Cuando tengas tus cosas, me los devuelves. No hay prisa.

Kendall asintió, asombrada. En un solo día, se había consolidado más que nunca en el tejido de aquella pequeña localidad. No sabía si estaba preparada para Yorkshire Falls o si Yorkshire Falls estaba preparado para ella.


Rick fue a buscar a Kendall a las ocho y media y llamó a la puerta como de costumbre. Lo saludó un ladrido efusivo desde dentro. Por si el sonido de un perro no fuera sorpresa suficiente, ver que Kendall abría la puerta sujetando la correa de un animal lanudo lo sorprendió todavía más.

– Entra antes de que salga. -El perro hizo amago de salir y Kendall lo sujetó con fuerza para que se quedara dentro.

Rick entró rápidamente y cerró la puerta.

– ¿De dónde ha salido? -En cuanto formuló la pregunta el perro dio un salto y le colocó las dos patas delanteras en el pecho.

Kendall se echó a reír.

– Le caes bien. ¡Feliz! ¡baja! -Obligó al perro a apartarse de él.

– ¿Feliz?

– Mira cómo menea la cola. ¿Se te ocurre un nombre mejor para un perro como él? -Kendall se encogió de hombros-. No sé cuál es su nombre verdadero porque no llevaba collar cuando lo encontré.

¿Kendall acababa de acoger a un perro callejero en una casa en la que no pensaba vivir y sonreía contándoselo? Rick pensó que, una de dos, o había trabajado demasiados turnos seguidos o veía visiones.

– ¿Te lo has encontrado? -preguntó, pasmado.

– De hecho, me ha encontrado él a mí. Fuera. De todos modos, creo que es mío. El doctor Sterling dice que tanteará el terreno pero ha hecho varias llamadas y no parece que nadie haya perdido un perro. -Mientras hablaba, acariciaba a Feliz en el cuello sin darse cuenta. Era obvio que lo había hecho con anterioridad y había perfeccionado el movimiento, porque sabía cuál era el punto justo; el perro casi se puso panza arriba del gusto.

A Feliz le encantaba que Kendall le masajeara el cuerpo.

– Sé cómo te sientes, amiguito -farfulló Rick.

– ¿Qué? -preguntó ella.

Rick meneó la cabeza.

– ¿Que es tuyo? -preguntó, repitiendo las palabras de Kendall.

– Sí. El doctor Sterling me ha dado comida y, camino de casa, le he pedido prestado a tu madre un cajón de embalaje que tenía en el sótano. -Se sujetó las manos por detrás de la espalda, satisfecha consigo misma.

Feliz también parecía satisfecho con ella, ya que se había acomodado junto a sus pies descalzos.

– ¿Cómo sabías que mi madre tenía un cajón en el sótano?

– El doctor Sterling me ha dicho que te encantaban los perros callejeros, lo cual debería haber sospechado teniendo en cuenta cómo me encontraste.

Ella sonrió y Rick sintió un deseo enorme de besar aquellos labios sonrientes.

– ¿Preparado para ir al espectáculo? -preguntó ella.

Rick le colocó la mano en la frente.

– A mí no me parece que tengas fiebre.

Arrugó la frente confundida.

– ¿Qué pasa?

– Kendall, ¿qué piensas hacer con el perro cuando te marches? -Se obligó a formularle la pregunta por mucho que le desagradara la idea.

Ella lo miró con expresión seria.

– Soy impulsiva, pero no imbécil. Ya lo he pensado… Un poco. -Se mordió el labio inferior.

– ¿Y? -preguntó él, conteniendo el aliento.

– No estoy tan segura de que vaya a marcharme. -Se volvió rápidamente sin mirarlo.

Era obvio que ella no estaba del todo convencida de lo que acababa de decir, pero el hecho de que hubiera pronunciado esas palabras le dio a Rick un ridículo atisbo de esperanza.

Kendall se dio una palmadita en la pierna y el perro se levantó para seguirla a la otra estancia.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó cuando Kendall entró en la cocina y él se quedó con la vista clavada en su trasero bajo los vaqueros ajustados, y en el contoneo impertinente de sus caderas.

– Voy a encerrar a Feliz para que podamos marcharnos. Y estoy tomando un poco de aliento antes de que me dé un ataque -le gritó por encima del hombro.

– No habías planeado reconocer que quizá te gustaría quedarte aquí, ¿verdad?

– Todo está yendo muy rápido, Rick. Dame tiempo para pensarlo un poco más.

Rick asintió. Podía hacerlo. Al fin y al cabo, con una casa, un perro y una hermana a la que cuidar, no era probable que fuera a desaparecer de forma impulsiva en un futuro próximo.

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