Capítulo 9

Después de pasar el día lavando coches con dos docenas de adolescentes, Rick necesitaba la compañía de personas adultas. Necesitaba estar con Kendall. Las horas pasadas bajo el sol lo habían dejado acalorado, y los días que había pasado de servicio y sin Kendall lo habían dejado ardiente de deseo no saciado. El instinto de autoprotección tenía límites, pensó con ironía.

Rick entró en su apartamento cogido de la mano de ella y cerró la puerta de un portazo.

– Hemos pasado de tener todo el tiempo del mundo a tener que buscar huecos cuando la niña no está por aquí. Ahora ya sé cómo se sienten los padres -declaró Kendall. En seguida abrió unos ojos como platos al darse cuenta de la dirección que habían tomado sus pensamientos.

– Pero piensa en lo emocionante que se ha vuelto tu vida.

Kendall relajó los hombros. Aquello formaba parte de la determinación de Rick. Hacer que la situación entre ellos fuera desenfadada y fácil. Una aventura de verano, como habían acordado.

– Me gustan las emociones. -Los ojos le brillaban de deseo, y esa misma necesidad encontró su reflejo en el interior de Rick, manifestado por los rápidos latidos de su corazón.

Lo devoró con la mirada y las pulsaciones de él se aceleraron. No era ni mucho menos la primera mujer que lo admiraba.

Como hombre solo en un pueblo pequeño, estaba más que acostumbrado a la atención femenina, sobre todo desde que su madre iniciara su campaña en pos de nietos. Pero Kendall lo miraba de otro modo, y le gustaba cómo le hacía sentir su expresión resuelta.

– Estás mojado -le dijo ella al darse cuenta de que tema la camiseta adherida al cuerpo.

– Es lo que pasa cuando te rodeas de adolescentes armados con cubos y mangueras. -Tiró del algodón empapado-. Los chicos tenían claro qué querían hacer.

– Te portas de fábula con ellos. -Se mordió el labio inferior antes de reconocer-: Te estaba observando.

El corazón le dio un vuelco.

– No te he visto.

– Es porque no quería que supieras que estaba allí.

– Ah, ¿o sea que me estabas espiando?

Se encogió de hombros.

– Sentía curiosidad por Hannah y por cómo encajaría. Y sentía curiosidad por ti. Por cómo son tus jornadas. Por cómo eres cuando no estás conmigo. -Sacudió su adorable melena-. Pero que no se te suban los humos -añadió ella sonriendo avergonzada.

– Como si fuera vanidoso -comentó él, restándole importancia al hecho porque era obvio que así lo quería Kendall. Pero por dentro le encantaba que lo hubiera espiado. Oh, cielos, se volvía loco de contento con cualquier muestra de interés de ella, porque significaba que pensaba en él cuando no estaban juntos; y estaba claro que él no había dejado de pensar en ella en ningún momento.

Kendall dio un paso adelante y apoyó las manos en los antebrazos de él.

– Creo que tendríamos que quitarte esta ropa mojada. -Se humedeció los labios ante la expectativa y luego le recorrió los hombros y los brazos con las palmas de las mataos antes de pasar a acariciarle el pecho.

– No me voy a resistir, cariño.

Kendall jugueteó con el cuello de la camiseta, provocándolo al levantar el borde lentamente, asegurándose de rozarle la piel con un tacto erótico y cálido.

Lo embargó un torrente de deseo, duro y fuerte. La deseaba de un modo que iba más allá de la necesidad Sexual. Ni siquiera su endemoniada hermana o el plazo autoimpuesto de final del verano iban a disuadirlo o desviar sus acciones en esos momentos. Aunque ese hecho debería darle que pensar, la tenía para él solo, y ni por asomo permitiría que nada se interpusiera en su camino.

– Te quiero sin camiseta -murmuró ella.

– Pues quítamela. -Levantó los brazos por encima de la cabeza y le entregó el control que una vez ella había dicho que se negaba a darle. Por Kendall cedería mucho más pensó Rick, maldiciéndose mientras lo pensaba.

La miró a la cara mientras le levantaba la camiseta y luego la ayudó a tirarla al suelo. Le recorrió el pecho y luego se paró para inclinarse y darle un beso en la piel enfebrecida. Otro toque de esa boca y ni siquiera se molestaría en ir al dormitorio. Era un volcán de sensaciones. Respiró hondo.

– Parece que he tocado el punto correcto.

– En estos momentos, cualquier punto seria el correcto -repuso él con ironía-. Pero por mucho que esté disfrutando, he pasado todo el día fuera, y me iría bien darme una ducha.

Kendall esbozó una sonrisa burlona.

– A mí no me importaría ducharme otra vez.

Él movió la cabeza y se echó a reír.

– Oh, nena, está claro que sabes cómo tentar a un hombre.

Ella lo miró de hito en hito.

– Sólo a ti. -Como si quisiera demostrar su afirmación, dirigió los dedos al botón de sus vaqueros.

¿Quién era él para resistirse? De nuevo le dio vía libre, apretando los dientes mientras le acariciaba primero los muslos y apretando los puños cuando se detuvo antes de pasarle la mano por el miembro erecto para cumplir con su misión de quitarle toda la ropa. Kendall tenía las ideas claras, objetivos bien marcados y a él no le importaba. La forma como le tocaba era un juego de lo más intenso y erótico y, si por él fuera, no le importaría disfrutar de esa sensación todo el día.

Cerró los ojos y se apoyó en la pared para dejarse llevar por las atenciones de ella. La sangre le circulaba a toda velocidad por las venas y en otras partes del cuerpo, y cuando oyó el primer timbrazo pensó que el sonido estaba dentro de su cabeza.

Entonces Kendall se quedó quieta y Rick se dio cuenta de que estaba sonando el teléfono.

– Maldita sea. -Se obligó a abrir los ojos.

– Será mejor que contestes. Podría ser algo importante. -Kendall exhaló un suspiro y señaló el teléfono de pared.

Rick se subió los pantalones de un tirón, dejó sólo un botón desabrochado y contestó al teléfono.

– Más vale que sea importante.

Kendall arqueó una ceja y él le guiñó el ojo.

– Rick, soy Lisa Burton.

Emitió un gemido de fastidio. Lisa le había estado sacando de quicio en la sesión dé lavado de coches del DARE. Su condición de «comprometido» no la había disuadido por la tarde y encinta ahora le llamaba.

– No es un buen momento.

– No llamaría si no fuera importante.

– Bueno, yo supongo que si llamas al 911 debe de ser importante. -Ya no tenía paciencia para jueguecitos. Quizá hablara poseído por la frustración masculina o quizá ahora que sabía qué mujer le interesaba, deseaba que las otras lo aceptaran y se batieran en retirada.

– Llamo como profesional de la enseñanza. Tengo conmigo a una chica llamada Hannah que dice que es responsabilidad tuya.

Rick prestó atención al oír esas palabras.

– ¿Estás con Hannah? ¿Qué ocurre?

Kendall se acercó a él de inmediato y le colocó la mano en el hombro.

– ¿Hannah está bien? -le preguntó ella.

– Está bien -le dijo Lisa a Rick.

– Entonces, ¿qué está haciendo contigo? La dejé con Jonesy. -No con la única mujer con la que no quería tener ningún tipo de trato.

– Ha tenido que marcharse. Justo después de que te fueras le ha llamado su mujer. No pensé que cuidar de otra adolescente fuera a resultar problemático, así que le dije que ya la vigilaba yo. Pensé que no sería problemático, y no lo ha sido hasta que… ha llegado el doctor Nowicki.

«Vaya.» Rick se pasó la mano por el pelo.

– ¿Qué le ha dicho Hannah al director? -preguntó resignado.

Kendall emitió un fuerte gemido y ocultó el rostro entre las manos.

– Oh, no. ¿Qué habrá hecho ahora?

Rick rodeó a Kendall por la cintura con un brazo.

– Tu hermana está bien -le susurró al oído.

– Oh, ¿estás con tu novia? Me lo imaginaba -dijo Lisa con desdén, claramente ofendida-. A lo mejor Hannah tiene derecho a montar un numerito, porque al parecer su hermana no se preocupa por ella. Y a ti te ha faltado tiempo para escabullirte a ver a tu nueva amiguita. -A Lisa se le atragantaron las palabras, como si le diera rabia reconocer que no sólo había perdido una batalla sino la guerra con respecto a los favores de Rick-. Habéis dejado sola a la pobre chica en un pueblo desconocido. No me extraña que quiera llamar la atención.

En general, Rick no daba demasiada importancia al comentario celoso y claramente sesgado de Lisa sobre la situación de Hannah, ya que en definitiva era asunto de él y de Kendall. Al fin y al cabo, había dejado a Hannah en compañía de otras dos chicas muy agradables con las que había congeniado y la había dejado contenta, lo cual había sido su objetivo al llevarla a la sesión de lavado de coches.

Pero teniendo en cuenta que se había marchado para estar a solas con Kendall, se sentía culpable a pesar del hecho de estar convencido de haberla dejado en buenas manos. Y estaba seguro de que Kendall no se debía de sentir más contenta que él.

Sin embargo, antes de pensar en sus sentimientos, tenían que recoger a Hannah.

– ¿Estás todavía en la escuela primaria? -preguntó a Lisa.

– De hecho la he traído a Norman's. Ha dicho que tenía que reunirse con vosotros aquí.

– Gracias, Lisa. -Se tragó su orgullo-. Perdona por haber sido un poco brusco antes. Ahora mismo vamos a buscarla. -Colgó el auricular y se volvió hacia Kendall.

– ¿Qué ha hecho? -Se encogió como si tuviera miedo de preguntar.

– Lisa no me lo ha dicho. Pero está abajo esperándonos. Puedes preguntárselo directamente.

– ¿Por qué no te quedas aquí y te duchas? Hablaré con Hannah y tú ya bajarás cuando estés preparado. -Se calló-. O no. Como te dije, Hannah no es tu problema.

Rick negó con la cabeza. No pensaba que Kendall estuviera echándose atrás, sino que intentaba ser justa con él, dándole una excusa antes de que él la buscara.

– Tú vete y yo bajo en diez minutos, limpito y dispuesto a ayudar, ¿de acuerdo?

Ella asintió.

– Si estás seguro.

La vacilación de su voz le indicó que ella no lo estaba. Que por muchas veces que le dijera que no pensaba marcharse a ningún sitio, ella esperaba que hiciera precisamente eso. Rick captaba la ironía de la situación. No era él quien iba a marcharse.

– Léeme los labios. -Le cogió la cara con la mano-. Estoy seguro. -Le dio un beso fugaz en los labios-. Ahora vete.

Kendall le dedicó una sonrisa y salió corriendo por la puerta. Rick oyó cómo iba atenuándose el sonido de sus pasos, cada vez más lejos. Igual que Kendall.

Como Jillian antes que ella.

Rick recorrió el apartamento situado en el pueblo en el que siempre había vivido. Intentó diferenciar la situación de Kendall de la de Jillian, ponerse en el lugar de Kendall. No haber tenido nunca un padre y una madre en los que confiar. Cambiaba de casa constantemente, de familia en familia, sin poder contar nunca con gente a la que considerara suya, incluidos amigos íntimos. Y luego llegar a un pueblo en el que la mayoría de la gente era lo que parecía. En el que la amistad se ofrecía sin compromiso y todos los atributos de la estabilidad colgaban ante sus ojos. Aparentemente fuera de su alcance, aunque sólo fuera porque ella temía coger lo que nunca había tenido.

Cielos, él lo había tenido todo, se había criado en el seno de una familia cariñosa, se había casado, luego divorciado y en cambio tenía miedo de entregarse por completo y volver a sufrir. ¿Cómo era posible que culpara a Kendall de su incapacidad para hacer lo mismo?


Kendall entró en Norman's e inmediatamente vio a Hannah sentada en un reservado, con Lisa Burton. Al acercarse a ellas, Kendall se encontró con la mirada desafiante de su hermana, pero en vez de enzarzarse en una discusión delante de la otra mujer, Kendall decidió optar por la discreción y la diplomacia.

Miró primero a Lisa.

– Muchísimas gracias por traer a Hannah aquí.

– No es que tuviera muchas alternativas, señorita Sutton. Nadie la vigilaba y ya le había tirado un cubo de agua al director.

Kendall enrojeció de vergüenza.

– No podía dejarla sola y que causara más problemas y a usted no la he visto por ninguna parte…

Kendall entornó los ojos. Sólo había oído la parte de Rick de la conversación telefónica, no la de Lisa, y no tenía ni idea de por qué su amigo Jonesy se había marchado. Pero Kendall supuso que habría tenido un buen motivo, y que habría dejado a Hannah en buenas manos. Al recordar las palabras de Rick del otro día, supuso que Lisa se comportaba de ese modo por celos y Kendall se negó a darle el gusto de mostrar sus emociones.

– Oye, no le eches la culpa a mi hermana. -Hannah intervino antes de que Kendall tuviera tiempo de dar una respuesta neutral.

Kendall parpadeó sorprendida. Resultaba que Hannah la defendía. Ni siquiera la grosería de Hannah evitó la punzada de orgullo y cariño que sintió Kendall al oírla. Y aunque su hermana fuera una bocazas y fuera a recibir una buena reprimenda por mojar al director, Kendall no quería destruir un avance, por pequeño que fuera, en su floreciente relación regañándola delante de una maestra, y mucho menos de Lisa Burton.

– Hannah -empezó a decir Kendall con vacilación, pero su hermana la ignoró, seguía mirando a Lisa a través de unos ojos densamente maquillados pero un tanto emborronados después de pasar un largo día al sol.

– He oído que le decías al agente Rick que te encantaría hacerle cualquier favor que necesitara -le dijo Hannah a Lisa.

A Kendall no se le escapó el énfasis que Hannah ponía en la palabra «cualquier» o en las implicaciones que tenía. Y a juzgar por la expresión de Hannah, lo había dicho expresamente.

– Es de mala educación escuchar las conversaciones de los demás -declaró Lisa con aires de superioridad.

– Entonces, ¿por qué te he visto hacerlo todo el día? Allá donde iba Rick, tú detrás. Si hablaba con alguien, tú escuchabas. ¿Qué me dices de eso? -Hannah se cruzó de brazos esperando una respuesta.

Lisa se sonrojó.

– Es obvio que necesita la supervisión de un adulto -manifestó Lisa a pesar de lo abochornada que estaba.

Kendall no sabía quién era peor, si Lisa o Hannah, pero tenía que ponerle freno a aquello antes de que la situación degenerara. ¿Y Lisa se llamaba a sí misma maestra? Estaba dando un ejemplo patético.

– Bueno, como he dicho, gracias por traer a Hannah aquí. -Kendall dedicó una sonrisa forzada a Lisa antes de dirigirse a su hermana-: Hannah, Izzy nos ha reservado una mesa al fondo. Vamos.

Para sorpresa de Kendall, su hermana salió del reservado sin rechistar y se situó a su lado.

– Rick ya tiene novia -dijo entre dientes Hannah a Lisa antes de dirigirse rápidamente al fondo del local.

Kendall movió la cabeza. Al parecer más de una Sutton tenía debilidad por Rick Chandler.

– Esta niña es una maleducada -afirmó Lisa.

Kendall se encogió de hombros.

– Es posible pero también tiene razón. -Por maliciosa que pareciera, no podía evitar dejarle las cosas claras. Teniendo en cuenta que venía de una cita íntima con Rick, la actitud posesiva hacia él estaba en su punto álgido. Igual que su instinto protector, y después de lo que Charlotte le había contado sobre su pasado, Kendall estaba convencida de que lo último que Rick necesitaba era una mujer como Lisa.

– Las dos sois unas maleducadas y estoy segura de que los Chandler en seguida se darán cuenta. -Lisa cogió el bolso y se encaminó hacia la puerta.

– Gracias de nuevo por traer a mi hermana -gritó Kendall hacia Lisa, que estaba de espaldas. Sonrió y saludó a la clientela de Norman's.

Kendall se reunió con Hannah en una pequeña mesa del fondo, se sentó y colocó las manos sobre la misma. No sabía por dónde empezar.

– No saques ninguna conclusión del hecho de haberte defendido. Es que no me gusta que esa mujer persiga a Rick. -Como de costumbre, Hannah se le había adelantado.

Kendall decidió hacer caso omiso de la declaración de su hermana. Hannah la había defendido y Kendall pensaba sacarle partido.

– A mí tampoco me gusta, pero Rick ya es mayorcito y es experto en quitarse de encima a las mujeres. No nos necesita a ninguna de las dos para hacerlo. -Al ver una oportunidad para establecer un vínculo de unión con su hermana, Kendall se inclinó hacia adelante en el asiento-. Pero ha sido divertido poner a Lisa en su sitio, ¿verdad?

Hannah asintió con recelo y poco a poco fue esbozando una sonrisa.

– Necesita que cuidemos de él.

– Pero estoy segura de que agradecería que utilizaras… ¿cómo decirlo?… un método más… sutil.

– A lo mejor lo medito.

Kendall se figuró que ésa era la máxima concesión que iba a obtener de ella.

– ¿Dónde está Rick? -preguntó Hannah.

Era obvio que su hermana tenía debilidad por el mediano de los Chandler, lo cual a Kendall no le extrañaba lo más mínimo.

– Se está duchando, creo. Bajará en seguida. Hannah, lo del director…

– Te juro que fue un accidente. -Hannah levantó las manos para enfatizar su defensa-. Iba detrás de un chico que me había empapado la camiseta pero ha sido muy rápido y se ha agachado. Yo no tengo la culpa de que el doctor Nowicki sea tan bajito y le haya caído el agua encima.

A la edad de Hannah, parecía que nunca se tenía la culpa de nada.

– Vaya, ¡mira quién está aquí!

Kendall se volvió y vio a Raina y al médico del pueblo acercándose a su mesa, lo cual salvó a Hannah de un sermón tipo «ten más cuidado la próxima vez».

– Hola, Raina. Doctor Fallon.

– Eric -dijo él-. Aquí no son necesarias las formalidades.

Kendall sonrió.

– Eric, me gustaría presentaros a mi hermana Hannah -dijo Kendall rezando en silencio para que Hannah se comportara-. Hannah, te presento a la madre de Rick y al doctor Eric Fallon. -Añadió el parentesco con Rick para tener más posibilidades de ganarse la predisposición de su hermana.

– Encantada. -Hannah honró a la pareja con una genuina sonrisa.

Raina estrechó la mano de Hannah.

– Lo mismo digo. Eres una jovencita muy guapa.

Para sorpresa de Kendall, Hannah se sonrojó.

– Tengo que hablar contigo, Kendall, y como tu hermana está aquí, también ayudará. -Raina miró a Eric-. Sólo serán cinco minutos, ¿de acuerdo?

– Como quieras. Pero tienes que sentarte y descansar.

Raina le lanzó una mirada feroz, con los ojos entornados. Era obvio que no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer.

– El corazón -le recordó Eric, dándose un golpecito en el pecho.

Raina se sonrojó y asintió, pero Kendall se fijó en Eric. ¿Eran imaginaciones suyas o había detectado un tono de ironía en su voz? Negó con la cabeza. Imposible.

– Raina, Eric, sentaos con nosotras. -Kendall señaló los asientos vacíos.

La pareja tomó asiento y Raina lanzó su petición en seguida.

– He organizado una fiesta sorpresa para el cumpleaños de Rick. O mejor dicho, he delegado la organización de una fiesta sorpresa, dado que mis actividades diarias están limitadas.

– ¿Es el cumpleaños de Rick? -preguntó Kendall-. ¿Cuándo? -Él no le había dicho nada. Y se preguntó por qué le ofendía que la hubiera mantenido ajena a algo tan básico.

– Pues… -intervino Hannah-. Mañana. Esa tal Lisa…

– La señorita Burton -la corrigió Kendall.

– La tal señorita Burton dijo que se le había ocurrido el regalo peeeerfecto. -Hannah se estremeció, completamente asqueada.

Kendall exhaló un suspiro. Algunas mujeres nunca se daban por vencidas.

– ¿Te imaginas lo que quiere hacerle? -preguntó Hannah, horrorizada-. Kendall, tienes que alejarla de Rick.

– Oh, cómo me gusta estar con gente joven. -Raina se echó a reír-. Hannah tiene razón. Tenemos que mantener a Lisa alejada. Soy consciente de que quizá la alentara… antes de que vinieras al pueblo, compréndelo -le dijo a Kendall-. Pero nunca imaginé que sería tan insistente. En mi época, cuando a una mujer le daban calabazas, tenía la delicadeza de no seguir insistiendo.

– Yo pensaba que antes eran los hombres quienes pedían a las mujeres salir con ellas -intervino Hannah.

– Oh, cielos, Hannah…

La carcajada de Eric interrumpió cualquier comentario que Kendall fuera a añadir.

– Tienes razón, jovencita. En los viejos tiempos, la mayoría de las mujeres eran más recatadas y pasivas y dejaban que los hombres tomaran la iniciativa. Pero entonces, igual que ahora, había mujeres más osadas que decidían por sí solas. -Fue desplegando una sonrisa mientras dirigía la mirada hacia Raina, cuyo cariño y afecto mutuos resultaban obvios.

Kendall notó una punzada en el pecho que no le resultaba familiar.

– ¿O sea que la señora Chandler decide por sí sola? -Hannah se apoyó el mentón en la mano y miró fijamente a Eric.

– Creo que deberíamos centrarnos en el cumpleaños de Rick antes de que aparezca -dijo Kendall. Antes de que Hannah se volviera totalmente irrespetuosa.

– Buena idea. Pero no te preocupes. -Raina se inclinó hacia Hannah-. Tú y yo podemos continuar la conversación otro día-. Le dio una palmadita a Hannah en la mano y Hannah no la retiró.

Kendall pensó si las sorpresas no iban a acabar nunca. La clave del corazón de su hermana parecía girar en torno a los Chandler.

– En todo caso, voy a decirle a Rick que os invite a cenar a las dos mañana por la noche. Izzy y Norman se encargarán de la comida y de la limpieza, así que asunto zanjado. Yo no tengo que mover ni un dedo. Vosotras dos traéis al invitado de honor y yo ya he hecho algunas llamadas, que es lo único que puedo hacer para organizar las distintas sorpresas para Rick.

– ¿Qué sorpresas? -preguntaron Kendall y Hannah al unísono.

– Quiero hacer una versión de Esta es su vida. Que Rick recupere los recuerdos de su infancia. -Dio una palmada-. Va a ser divertidísimo.

– ¿Qué va a ser divertidísimo? -Rick apareció y con la típica actitud de policía, no se perdió la conversación ni la oportunidad de interrogar.

– Pues tú cena de cumpleaños, por supuesto. -Raina ni se inmutó.

– Tu madre nos ha invitado a Kendall y a mí a cenar mañana. Qué guay, ¿no? -dijo Hannah a Rick.

A juzgar por el atisbo de fastidio y algo más en su mirada, Kendall tuvo la sensación de que Rick no consideraba que la celebración de su cumpleaños fuera a ser precisamente «guay». Y eso que el pobre pensaba que sólo estaría la familia. ¡Ay cuando viera lo que su madre le había preparado!

Rick recobró la compostura rápidamente y se acercó a la silla de Hannah.

– Será la bomba -dijo y le alborotó el pelo púrpura con la mano.

Kendall se preguntó qué tendría que hacer para conseguir que su hermana se quitara el tinte y llevara su color natural. Pero cuando Hannah se rió tontamente al oír a Rick usando la jerga juvenil, Kendall se dio cuenta de que había cosas más importantes en la vida que el aspecto de su hermana. Como por ejemplo cómo se sentía por dentro. Cuando estaba con Rick, Hannah reía con facilidad y despreocupación, como la niña feliz que debería ser. Kendall notó que el corazón se le henchía en el pecho.

– Estás hecho un Poindexter. -Hannah puso los ojos en blanco mientras se burlaba de Rick, y Kendall volvió a centrarse en la conversación.

Raina y Eric miraron a Rick expectantes, porque obviamente no entendían la referencia.

– Un ganso -explicó-. Trabajar con adolescentes ha ampliado mucho mi vocabulario. -Se rió.

Hannah volvió a reírse y Rick miró a Kendall por encima de la cabeza de su hermana. Intercambiaron una mirada cariñosa, junto con un recordatorio de la intimidad que habían compartido justo antes de que sonara el teléfono en su apartamento.

Ahora Rick tenía el pelo húmedo de la ducha y no se había afeitado. La barba incipiente que había notado ella contra su mejilla añadía un toque sensual a la reacción que le había producido su aspecto sexy y duro. «Más tarde.» Ésa era la idea que parecía transmitirle con sus ojos oscuros. Y cuánto anhelaba estar con él, pensó Kendall.

Pero teniendo en cuenta la fiesta de cumpleaños que le esperaba y que su hermana lo adoraba, Kendall se preguntaba cuándo tendrían la oportunidad de retomar lo que habían dejado a medias.


La mañana después de que Raina les informara de la fiesta sorpresa para Rick, Kendall recorría el desván donde trabajaba de un lado a otro mientras Hannah hacía globos con el chicle y rebatía todas las propuestas de regalo de cumpleaños que le sugería Kendall. Tenían que pensar en algo antes del atardecer, antes de recoger a Rick para lo que él pensaba que sería una cena familiar en casa de su madre.

A pesar del poco tiempo que llevaba en Yorkshire Falls, Kendall había llegado a conocer bien a Rick, sus expresiones y lo que le pasaba por la cabeza. Y aunque no sabía por qué, estaba convencida de que la fiesta de esa noche no iba a hacerle ninguna gracia. Se había planteado avisarle pero luego decidió que no tenía derecho a interponerse entre madre e hijo y traicionar la confianza y deseo de sorpresa de Raina.

Así pues, pensó que era mejor centrarse en el regalo. Ella y Hannah habían acordado hacerle uno conjunto, algo especial que a nadie más se le ocurriera. Llevaban desde la noche anterior barajando distintas opciones. Sin éxito.

– ¿Gemelos? -sugirió Kendall.

Hannah entornó los ojos.

– Sí, como si fuera a ponérselos con las camisetas que lleva.

– ¿Aguja de corbata?

– Puaj. -Entrecruzó los brazos sobre el pecho-. ¿Qué intentas? ¿Convertirlo en un soso?

Kendall gimoteó y levantó las manos al aire.

– Vale, me rindo. ¿Qué quieres tú que le regalemos a Rick? -Por el momento lo único en lo que se habían puesto de acuerdo era en hacer ellas el regalo en vez de comprarle algo impersonal. Como iba justa de dinero y de crédito, a Kendall le había aliviado ver que a su hermana la convencía la idea.

– Bueno, como por fin te dignas preguntar, creo que deberíamos hacerle un collar. No una mariconada sino un collar bonito. De cuero trenzado, quizá. -Hannah rodeó la mesa de bridge buscando entre los recipientes de plástico en los que Kendall guardaba las distintas piedras y abalorios-. Oye, ¿qué es esto? -Cogió un puñado de cuentas redondas.

– Son redondeles de hematites.

– ¿Y qué tal si hablas para que te entienda?

Kendall se rió.

– Son cuentas planas y redondeadas. De color negro brillante. Eso salta a la vista. La palabra técnica referente al mineral utilizado para hacer la joya es el hematite y tienen forma de redondel. De ahí viene el nombre de redondeles de hematites.

Hannah la miró de hito en hito con expresión interesada. Quizá habían encontrado un tema que podía ayudar a unirlas, pensó Kendall. Le encantaría enseñar a Hannah todo lo que sabía sobre cuentas y artesanía de joyas, y ella estaría bien predispuesta a aprender el máximo posible de la perspectiva fresca y joven de Hannah. Empezaría dando a su hermana una inyección de seguridad.

Kendall le tendió la mano y Hannah colocó unos cuantos hematites en su palma. Tocó las piedras lisas y lustrosas y las sostuvo ante la luz de la ventana.

– Ensartadas juntas tendrían un aire masculino. -Miró a Hannah-. Tienes buen ojo para esto, ¿sabes?

Su hermana se sonrojó.

– Bueno, éstas son muy guapas. Rick tendrá un collar de hemorroides.

– Hematites, listilla.

Hannah se echó a reír.

– Como se diga. Utilizaremos éstas.

– Ya sé qué cuenta romperá con el negro total. -Kendall repasó las cuentas tubulares de plata de ley y extrajo su preferida-. Mira ésta. La forma está hecha a mano. Más o menos cada veinticinco cuentas de hematites añadimos una de éstas para que contraste.

– Empecemos. -Hannah se frotó las manos y acercó una silla a la zona de trabajo.

Kendall estaba contentísima de ver a su hermana animada e interesada en algo que ella apreciaba tanto.

– ¿Por qué no eliges los mejores hematites y yo voy preparando la cadena?

Media hora más tarde seguían trabajando. Hannah concentrada en escoger las cuentas perfectas y formulando todo tipo de preguntas al respecto. Por primera vez desde su llegada, Kendall sintió que Hannah había bajado la guardia, lo cual le permitía hacer lo mismo. La sensación de familia y unión que tanto había añorado en su vida emergía ahora, y a Kendall le costaba reprimirse para no dar un fuerte abrazo a su hermana y estropearlo todo.

– ¿Cómo te metiste en esto? -preguntó Hannah.

– Aah. Pues como siempre iba de aquí para allá, no tenía muchos juguetes ni cosas así. Y cuando viví con tía Crystal, ella me enseñó a ensartar macarrones y pasta de sopa para fabricar joyas. Utilizábamos distintos tipos y les poníamos un gancho. Luego los pintábamos. Tía Crystal trabajaba con abalorios de verdad y cosas así hasta que la artritis se lo impidió. Supongo que podría decirse que llevamos en la sangre lo de hacer joyas.

– Probablemente hiciera joyas para viejas -dijo Hannah con el tono arrogante que, curiosamente, no había utilizado en toda la mañana.

Kendall entornó los ojos.

– Crystal tenía talento. -Lanzó una mirada a las cuentas que Hannah había elegido-. Y tú también.

– Ya. Como si esto fuera tan difícil. -Hannah cogió un puñado y las revolvió de forma que mezcló todas las cuentas, echando por la borda el trabajo meticuloso que había llevado a cabo-. Aquí tienes. Ya está.

– Oh, Hannah, ¿por qué? -Al ver el revoltijo, a Kendall se le encogió el corazón-. Habías hecho un trabajo fabuloso escogiéndolas y ahora las has mezclado otra vez. -Horas de esfuerzo de su hermana echadas por tierra sin un motivo aparente.

¿O acaso había una explicación que Kendall desconocía? Si era así, Hannah no parecía muy dispuesta a dar detalles. Se quedó sentada, con la mandíbula apretada, sin que a Kendall le quedara otra opción que reproducir la conversación en su cabeza. La actitud de su hermana había cambiado en cuanto Kendall había mencionado a tía Crystal, pero no entendía por qué Hannah iba a enfurecerse o sentir celos de una pariente mayor a la que ni siquiera había conocido.

– Hannah -tanteó Kendall-, ¿tienes celos de Crystal? ¿Del tiempo que pasé con ella?

– ¿Por qué iba a estar celosa de que tuvieras tiempo para ella y no para mí?

– No fue así la cosa. -Kendall quiso tocar a Hannah, pero su hermana se apartó.

– No quiero hablar del tema.

Y la rebeldía que transmitía su mandíbula hizo que Kendall entendiera que no lo decía en broma. Exhaló con fuerza, sabiendo que necesitaba cambiar de tema y rápido si quería recuperar la buena relación que habían empezado a tener.

– ¿Te gusta hacer joyas? -preguntó Kendall.

Hannah se encogió de hombros.

– No está mal.

Pero al recordar cómo la joven había mirado el surtido de cuentas, Kendall se figuró que le gustaba más de lo que reconocía.

– ¿Sabes? Yo hacía joyas con pasta allá donde iba. De casa en casa. Viviera donde viviera, a nadie le molestaba que me entretuviera haciendo collares. Así me estaba quieta y no daba la lata, hasta que me cambiaban de casa. -Kendall se encogió de hombros al notar que los buenos recuerdos se mezclaban con los malos-. La estabilidad es lo único que tú tuviste que a mí me faltó. -Quizá consiguiera que Hannah viera los aspectos positivos de su vida.

– Ya ves. Siempre en el mismo sitio, año tras año. Sin familia. Los amigos iban y venían según su situación familiar. No es tan positivo como crees. -Hannah hizo una mueca con los labios, en los que se había aplicado demasiado brillo.

Era obvio que Kendall no lograba conectar con su hermana.

– Bueno…

– Chicas, ¿dónde estáis? -La voz de Pearl les llegó desde abajo. En seguida oyeron el sonido de los pasos amortiguados mientras subía la escalera y aparecía en el desván.

Ya no estaban solas, y Kendall perdió la oportunidad de hablar con su hermana y, quizá, de arreglar algo de su excesivamente frágil relación.


A Rick no se le escapó la tensión que reinaba en el ambiente cuando Kendall lo recogió y fueron los tres hacia la casa de su madre para cenar. No sabía qué había sucedido entre las hermanas pero estaba claro que las dos estaban disgustadas, y que no tenían gran cosa que decirse la una a la otra.

En cambio tenían mucho que decirle a él. Por lo menos Kendall.

– ¿Y cuándo pensabas decirme que era tu cumpleaños? -le preguntó, y no era la primera vez.

– Sí, hasta Lisa Burton lo sabía. Tenías que haber visto la cara de Kendall cuando se enteró de que Lisa lo sabía y ella no -dijo Hannah, regodeándose desde el asiento trasero.

– Relájate y cállate -espetaron Rick y Kendall al unísono. Hannah estaba hostigando a Kendall a propósito, intentando sacarla de quicio, y Rick tenía que reconocer que también estaba consiguiendo ponerlo a él de los nervios. O quizá fuera la fecha lo que lo ponía nervioso.

– ¿Es un asunto espinoso? -preguntó Hannah antes de hacer lo que le habían dicho y acurrucarse en un rincón del coche para sorpresa de Rick y Kendall.

Rick gimió. La chica tenía más razón de la que se imaginaba. Sin duda su cumpleaños era un asunto espinoso. Aceptaba la fecha y soportaba las celebraciones familiares de su madre. Pero no era motivo de alegría para él. Porque el día de su cumpleaños coincidía con su aniversario de boda con Jillian, evento que prefería olvidar que recordar.

Kendall aparcó delante de casa de Raina y Hannah salió del coche de un salto. Cuando Rick se disponía a hacer lo mismo, Kendall le puso una mano en el brazo para detenerlo.

Él se volvió hacia ella.

– Tenías que habérmelo dicho -dijo, sin que hubiera la menor duda de a qué se refería.

– Tampoco hay para tanto.

Pero el dolor que transmitía su mirada cálida le decía lo contrario. No es que hubiera ocultado la información expresamente, sólo se había negado a reconocerla ante los demás, incluido él mismo. Pero no pensaba que Kendall fuera a aceptar o apreciar la diferencia, y a él tampoco le apetecía entrar en detalles de por qué no se lo había dicho. Kendall y sus planes, su marcha tarde o temprano, le recordaban con demasiada viveza un pasado doloroso que no tenía ningunas ganas de repetir.

Dado que Rick no decía nada, Kendall suspiró con fuerza.

– Vamos, tu madre nos espera. -Salió del coche dando un portazo y él se quedó con la sensación inequívoca de que, debido a su silencio, había traicionado algo valioso e importante.

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