Capítulo 13

Rick tenía la boca pastosa, la cabeza le martilleaba y aun así se sentía muchísimo mejor que cuando había visto a Kendall alejándose de él la noche anterior.

– ¡Arriba! -La voz excesivamente jovial de Charlotte le llegó desde el otro extremo de la casa.

Después de acompañarlo de borrachera y no hacerle hablar, Roman se lo había llevado a su casa para que durmiera la mona. Rick seguía enfadado con él, pero como compañero de copas, Roman había cumplido.

– Levántate, dormilón. -Charlotte entró en la estancia y le abrió las contraventanas de la sala de estar.

La luz del sol le dio de lleno en los ojos y Rick soltó un gemido.

– Ay, por Dios, Charlotte, ten un poco de compasión. -Se dio la vuelta y se tapó la cabeza con las manos.

Su cuñada se colocó a su lado. En la postura en que él estaba, boca abajo y tumbado, sólo veía los pies descalzos de ella. Por desgracia, daba la impresión de que se hubiese atado una ristra de latas a los tobillos, a tal punto le retumbaba la cabeza.

– Tengo compasión. Mira qué te he traído. -Se agachó y le dejó un vaso delante.

– ¿Qué es eso? -Echó un vistazo al líquido oscuro con ojos entrecerrados.

– Algo comestible. Iba a prepararte el viejo remedio de mi padre, compuesto por huevo crudo y leche.

A Rick se le revolvió el estómago, pero reprimió las arcadas.

– Pero me he apiadado de ti y te he traído una Coca-Cola sin gas. Además de una aspirina. -Extendió la palma de la mano para enseñarle las dos pastillas, que él cogió agradecido-. Oye, ¿te bebiste el agua que te traje anoche? -preguntó Charlotte.

– No me acuerdo. -Se incorporó en el sofá y consiguió levantarse a pesar del intenso dolor de cabeza. Se tragó las pastillas y luego tomó la Coca-Cola para llenarse el estómago vacío y gruñón.

Acto seguido, se obligó a enfocar la vista y se encontró con la expresión divertida de Charlotte. Como primera imagen del día para un hombre, era espléndida. Además, le había dado un remedio para la resaca sin ni siquiera habérselo pedido. No podía tener más aprecio por ninguna mujer.

A no ser que se tratara de Kendall, pero ése era un problema para cuando estuviera un poco más recuperado.

– ¿Te he dicho alguna vez que mi hermano es un hombre con una suerte cojonuda?

– Dímelo tú y deja de comértela con los ojos. -Roman entró en el salón sin preocuparse por ser discreto ni por la resaca de Rick.

– ¿Quién ha dicho que veo lo suficientemente bien como para comérmela con los ojos? Si está todo borroso -farfulló Rick.

– Lo cual significa que la ves doble. Qué suerte la tuya. -Roman habló con un tono claramente divertido. Se situó junto a Charlotte, le pasó una mano por la cintura y la abrazó con fuerza por el costado.

– No te rías de mí después de lo que has hecho. -Mientras hablaba, Rick recordó la sensación de recibir un puñetazo en el estómago cuando oyó que su madre reconocía que había fingido tener problemas de corazón. Recordó la sensación de alivio mezclada con la de traición, el impulso de abrazarla y estrangularla a la vez, y la increíble sensación de incredulidad al enterarse de que su hermano lo sabía y le había seguido el juego-. ¿Cómo tuviste la cara de dejarme creer que mamá estaba enferma?

Roman acercó un sillón y Charlotte se acomodó en el brazo acolchado del mismo.

– Te debemos una explicación -declaró Roman, y se calló como si quisiera poner en orden sus pensamientos.

Rick esperó. Tenía muchas ganas de dar golpecitos con el pie en el suelo por el enfado pero se imaginó que su martilleante cabeza se merecía un trato mejor.

– Es complicado. -Roman negó con la cabeza presa de la exasperación-. Al comienzo no te lo dije porque estábamos de luna de miel en Europa. -Buscó la mano de Charlotte y se la cogió.

Rick había descartado el sueño de disfrutar de esa camaradería, ese sentido de unidad con otra persona, sobre todo con Kendall. Por eso, ver a su hermano con su esposa le resultaba agridulce. Rick se masajeó las doloridas sienes.

– Podrías haber llamado -dijo, en un intento por centrarse en los problemas familiares y no en su incluso más complicada vida sentimental. Tenía por delante muchos días y noches solitarios para descubrir en qué se había equivocado en ese sentido.

– Tienes razón. Joder, probablemente debería haber llamado. Debo decir en honor a Charlotte que me suplicó que te llamara para decírtelo.

– ¿Y por qué no lo hiciste?

– No tengo ninguna excusa que sirva como prueba en un juicio -dijo Roman con ironía-. Estaba muy ocupado siendo feliz, e imaginé que unas cuantas semanas más de silencio no iban a perjudicar a nadie. Joder, incluso me hice la ilusión de pensar que quizá mamá se saldría con la suya y te juntaría con una mujer tan maravillosa como Charlotte. Que serías tan feliz como yo he acabado siendo. A pesar de la intromisión de nuestra madre.

Rick arqueó las cejas haciendo caso omiso del dolor que le recorría el cráneo.

– Tendría que pegarte un tiro.

Roman se encogió de hombros.

– Probablemente tengas razón.

– ¿Qué pasó después de que volvierais a casa? ¿Qué te impidió contarme entonces el secreto de mamá?

Roman pareció avergonzado y luego, con un gemido, se recostó en el asiento sin soltar la mano de Charlotte. Probablemente necesitara su apoyo porque había metido la pata y estaba acorralado. Rick no tenía ni idea de cómo pensaba justificar sus actos.

– Bueno, supongo que recuerdas que estuvimos fuera más de un mes -continuó Roman-. No quería darle mucha libertad de acción a mamá, pero Charlotte y yo estábamos muy ocupados preparando el apartamento de Washington D. C. y yo me estaba adaptando al nuevo trabajo. Y tienes que reconocer que al comienzo parecía que sus intentos de encontrarte la mujer adecuada te divertían bastante. -Se encogió de hombros-. Por eso no dije nada. Durante más tiempo del que debería.

– Tú lo has dicho. -Rick ladeó la cabeza, error que lamentó inmediatamente, cuando volvió a parecer que tuviese una banda de música dentro-. Y entonces, ¿qué te impidió decir la verdad?

– Tú y yo sabemos que, en parte, mamá representa esta farsa porque quiere que sentemos la cabeza y seamos felices, pero también quiere…

– Nietos -dijo Rick, afirmando lo obvio. Al fin y al cabo, Raina llevaba ya mucho tiempo inculcándoles esa idea en la cabeza.

– Eso. Y pensé que, después de fingir que estaba enferma, no se merecía que su mayor deseo, tener nietos, se hiciera realidad tan fácilmente. Quería que sudara un poco. Si le decía que Charlotte estaba embarazada, imaginé que…

– ¿Nos dejaría en paz a Chase y a mí? -preguntó Rick-. Ésa sería la suposición más obvia, ¿no? Así pues, ¿por qué no decirle que tenía lo que quería, que Charlotte estaba embarazada? Luego sacar a relucir su estratagema y que Chase y yo viviéramos tranquilos.

– Porque Raina no es una madre como las demás, y con ella no pueden hacerse suposiciones. Sé de buena tinta que nos quiere a todos asentados y felices. No sólo a uno de nosotros. Si se enterara de que Charlotte está embarazada, todavía se convencería más de que sabe lo que es mejor para nosotros e iría a por ti y Chase incluso con más ganas.

Al recordar el traje de dominatriz de Lisa, sin duda inspirado por las palabras de aliento de su madre, Rick negó con la cabeza con fuerza. Vio las estrellas al hacerlo. Maldita sea, tenía que dejar de mover la cabeza.

– No sé si mamá podía ir a por mí con más ganas -farfulló-. Si hubieras estado viviendo aquí, lo sabrías.

Roman apartó la mirada de Rick.

– Bueno, no sabía que la cosa se había puesto tan dura. Así que le dije a mamá que Charlotte y yo queríamos pasar algún tiempo solos antes de buscar descendencia. Quería hacerla sufrir un poco.

Si a Rick la cabeza ya le daba vueltas antes de oír esa explicación, ahora la situación era todavía peor. Pero por fin entendió una cosa: Charlotte estaba embarazada del primer nieto de los Chandler. Le embargó una sensación de orgullo y placer por su hermano pequeño junto con una buena dosis de envidia que imaginó que era normal y que se negó a analizar. Observó entonces a su cuñada. Aparte del buen color que tenía en las mejillas, nunca se habría dado cuenta. Se dispuso a incorporarse, a darle un fuerte abrazo y felicitarla, pero su cabeza se negaba a cooperar.

Charlotte se acercó a él y le colocó una mano en el hombro con firmeza mientras se reía por lo bajo.

– Ya me felicitarás más tarde. Antes mejor será que te recuperes. -Se acomodó a su lado-. Rick, nuestro silencio se debe a más razones que el mero hecho de hacerle pagar a vuestra madre el habernos manipulado. Sé que teníamos que habértelo dicho, pero cuando volvimos a casa, me di cuenta de que mi madre seguía inestable psíquicamente. Su depresión… -Negó con la cabeza-. La medicación todavía no le había hecho efecto, y quise esperar un tiempo para anunciarle el embarazo. Hasta que pudiera valorar la noticia. Así que entonces fui yo quien le dije a Roman que esperara antes de contar lo de la salud de Raina. O mi embarazo.

Rick miró a la mujer que había colmado la vida de su hermano. Ella lo observaba con sus grandes ojos verdes y con una expresión teñida de disculpa y arrepentimiento. ¿Cómo iba a enfadarse con ella? Soltó un quejido y le puso una mano en el hombro para reconfortarla.

– No te culpo.

Charlotte le dedicó una mirada de agradecimiento.

– De todos modos, hicimos mal.

Roman asintió.

– Y para cuando estuvimos preparados para contártelo todo, conociste a Kendall. Entonces no iba a decirte por nada del mundo que mamá había fingido tener problemas de corazón.

– ¿Por qué no?

Roman entornó los ojos como si el motivo fuera obvio. Como si algo de toda aquella situación pudiera ser obvio, pensó Rick con una dosis considerable de frustración.

– No podía decírtelo cuando conociste a Kendall porque era la primera mujer en la que confiabas desde Jillian. La primera que te interesaba de verdad. Parecías haber encontrado lo que nosotros tenemos. -Roman hizo un gesto para incluirse él y Charlotte-. Y no iba a ser yo quien te diera una excusa fácil para desconfiar de las mujeres y alejarte de Kendall. No cuando era tan obvio que estabas coladito por ella. Por eso, cuando mamá quiso decirte la verdad, yo se lo impedí.

Rick negó con la cabeza no dando crédito.

– ¿Mamá quería contármelo?

Roman alzó las manos en el aire.

– ¿Qué quieres que te diga? Está harta de fingir que está enferma porque eso le impide hacer mucha vida social. De modo que le dije que no confesara. Imaginé que hacerla seguir fingiendo que estaba enferma sería un buen castigo por inmiscuirse en nuestras vidas.

Rick se pellizcó el puente de la nariz. Menos mal que la aspirina había empezado a surtirle efecto y el martilleo se le había aligerado lo suficiente como para que se relajara y pensara con más claridad.

– No me lo puedo creer. Has hecho de psicólogo y de casamentero. -Le entraron ganas de estrangular a Roman.

Pero como hermanos siempre se habían comprendido y, al pensar en todo aquel lío, Rick supuso que el razonamiento de su hermano pequeño tenía sentido. De un modo un tanto retorcido.

– ¿Te das cuenta de que esto te sitúa a la altura de mamá?

Roman se sonrojó.

– Volviendo la vista atrás es fácil darse cuenta -musitó.

Charlotte suspiró y apoyó una mano en el hombro de Rick.

– Es lo que hay.

Rick gimió.

– Sí. Es lo que hay. ¿Sabíais que vosotros dos sois capaces de causarle dolor de cabeza a un hombre sobrio?

Roman se rió y, aunque Rick lo miraba furioso, acabó riéndose con su hermano. Si unía todas las piezas del rompecabezas y las motivaciones, no podía culpar a Roman de una situación que Raina había creado y que él había considerado que no le quedaba más remedio que perpetuar. Al fin y al cabo, los hermanos Chandler se mantenían unidos siempre que podían. Nada iba a cambiar eso, aparte de una mujer. En el caso de Roman se trataba de Charlotte y, sabiendo lo que Rick haría por Kendall, no pensaba juzgar a su hermano pequeño.

– ¿Deduzco que la contienda familiar se ha acabado? -preguntó Charlotte, observando a Rick hasta que éste se vio obligado a mirarla a los ojos.

– Lo pensaré. -Que Roman sufra un poquito más, pensó Rick. Le pareció que por lo menos mientras le durara la resaca, teniendo en cuenta que seguía teniendo un dolor de cabeza de mil demonios-. Tacha eso. Hoy no puedo pensar.

Roman se rió porque era obvio que interpretaba correctamente las palabras de Rick y sabía que la situación entre ellos se había normalizado.

– Tengo que hacer unos recados en el pueblo antes de que Charlotte y yo nos marchemos mañana a Washington. Acábate el refresco, tómate la otra aspirina y te llevo a casa.

Rick cogió el vaso y apuró la bebida de un solo trago junto con la aspirina.

– Eso está mejor.

Iba camino de la puerta delantera cuando una idea se abrió paso en su mente brumosa.

– Tenemos que contarle a Chase lo de mamá.

Roman y Charlotte adoptaron una expresión de vergüenza. Cuando su hermano mayor descubriera el alcance de los juegos de su madre, la situación se pondría fea. A él no le entusiasmaba la idea, pero el agotamiento, el cuerpo dolorido y otros achaques producidos por la resaca le impedían centrarse demasiado en las artimañas de Raina. Además, en ese preciso instante sólo era capaz de preocuparse de una cosa, de Kendall.

Al cabo de veinte minutos, sintiéndose igual de hecho polvo que cuando se había despertado, Rick bajó del coche de Roman y se dirigió al lateral del edificio donde estaba su apartamento.

Para su sorpresa, cuando llegó tenía visita. Hannah estaba allí sentada, con la cabeza gacha y el pelo caído delante de la cara. Rick se paró en el escalón justo debajo de ella.

– ¿Qué ocurre? -preguntó, preocupado al ver que se había presentado en su casa y lo había esperado.

Alzó el rostro y vio que lo tenía surcado de lágrimas y con una expresión de profundo dolor.

– Kendall va a vender la casa y a marcharse del pueblo. -La voz se le quebró al pronunciar la última palabra.

Rick no se había dado cuenta de que seguía albergando esperanzas de un futuro con Kendall hasta que advirtió la irrevocabilidad en el tono de Hannah. Y aunque su tristeza era mayúscula, las palabras de ella no le sorprendieron. En vez de sentirse conmocionado, se sintió decepcionado. Decepcionado con Kendall y su decisión de no quedarse y luchar contra sus demonios personales, de no luchar por su relación.

Rick se había pasado la noche ahogando sus emociones en alcohol y por la mañana le habían revelado la situación de la familia. Todavía no había tomado ninguna decisión, pero podía esperar. En esos momentos, Hannah le necesitaba más. Se arrodilló al lado de la muchacha deseando poder ofrecerle algún tipo de consuelo aunque sabiendo que era imposible.

Ni para Hannah ni para él. La rodeó con el brazo y la acercó a él.

– Tu hermana te quiere, ¿sabes?

– Sí, ya. -Le soltó un bufido en la oreja y luego sorbió por la nariz.

A pesar de sentirse decepcionado con Kendall, Rick sabía que lo mejor para Hannah era que diera un giro positivo a una situación desesperada. En circunstancias normales, Rick no se daba por vencido sin luchar, pero Kendall no le había dejado otra opción. Había hecho todo lo posible para mostrarle la vida que podían tener juntos, y ella lo rechazaba. Y, aunque pensaba que había estado preparándose para ese momento desde que ella llegó, el dolor ardiente que notaba en el vientre le indicaba que no lo había asumido.

Independientemente de los sentimientos de Kendall hacia él, Rick estaba convencido de que adoraba a su hermana. Pero antes de intentar que Hannah viera la realidad, tenía que saber los planes de Kendall.

– Vamos a ver, ¿adonde ha dicho tu hermana que os iríais cuando se marche? -Se le revolvió el estómago al pronunciar las palabras que ponían fin a su estancia en Yorkshire Falls.

Hannah exhaló un suspiro.

– Kendall ha dicho que me llevaría con ella pero yo no quiero ir a ningún sitio. -Su voz fue apagándose en un largo suspiro.

Estaba claro que Hannah esperaba más de lo que su hermana estaba dispuesta a darle. Bienvenida al club, pensó Rick en silencio. Pero saber que Kendall se portaba como debía con Hannah le alivió y aflojó el nudo que le atenazaba el corazón. Si Kendall iba a dejar de vagar en solitario, entonces es que había empezado a enfrentarse a su temor al compromiso y la estabilidad. Luchaba con más denuedo del que él la había creído capaz, pero no se hizo ilusiones pensando que fuera a hacer lo correcto consigo misma. Por lo menos había abierto su corazón y su vida a su hermana en el momento en que la muchacha más lo necesitaba. Para Rick, eso contaba mucho.

Miró a Hannah de reojo.

– Ya sabes cómo piensa tu hermana. No ha hecho otra cosa en la vida que ir de aquí para allá. Para ella, llevarte consigo es un paso enorme. Tienes que acompañarla. Estrechar lazos con ella. Comprender su modo de vida.

Respiró hondo, obligándose a teñir de rosa una situación funesta para una adolescente.

– Además, dicen que Arizona tiene un clima estupendo, no hay humedad y podrás aprender a montar a caballo -dijo, suponiendo que Kendall tenía intención de ir hacia el oeste, tal como le había dicho hacía algún tiempo. Le puso la mano bajo el mentón-. Mírame.

Hannah alzó la vista, pero Rick no vio más que desesperación en su joven mirada.

– Tienes que intentar impedírselo -le suplicó la chica sin rodeos.

Había llegado a querer a Hannah como si fuera de su familia y era capaz de hacer cualquier cosa por ella. Cualquier cosa que estuviera en su mano, rectificó Rick. Por desgracia, eso excluía lo que ella más quería en el mundo.

– No puedo.

Hannah parpadeó y apartó la mirada, recuperando esa inclinación del mentón rebelde y obstinada tan característica.

– Porque a ti te da igual que nos quedemos o nos vayamos. -La obstinación de su bravuconería flaqueó cuando pronunció esas palabras.

– No es verdad y lo sabes. -Rick seguía sujetándola con fuerza, a pesar de que ella intentaba distanciarse de él. Era obvio que quería echarle la culpa, obligarle a compartir la carga de su enojo.

– Entonces, ¿por qué no me ayudas a convencer a Kendall de que nos quedemos?

Porque Rick se negaba a cargar con la responsabilidad de los actos impulsivos de Kendall. Resultaba obvio que no hacía frente a sus sentimientos y Rick no iba a ser quien le facilitara la vida. No se lo merecía. Si su endiablada hermana pequeña quería torturarla un poco, quizá se viera obligada a analizar sus decisiones y las consecuencias de éstas.

– Porque Kendall es una mujer adulta -explicó con ternura en la voz pero con intención firme-. Sabe lo que quiere. No puedo obligarla a hacer algo que no quiera, Hannah.

– Ya, ya. Gracias por nada. -Se soltó de su mano y se puso de pie.

Rick la siguió y se paró en el escalón situado encima del de ella.

– ¿Me prometes una cosa?

– A lo mejor.

Quería a aquella jovencita, a pesar de lo contestona que era. Negó con la cabeza y reprimió una carcajada.

– Piensa en lo que te he dicho y dale una oportunidad a tu hermana. Ella te quiere.

– Eso lo dirás tú. -Se volvió y se dispuso a bajar la escalera a saltos.

– Hannah, espera.

La muchacha se dio la vuelta para mirarlo a la cara.

– ¿Qué?

– Sólo quiero saber adonde vas. -No podía evitar preocuparse por ella.

– A Norman's a tomar un refresco. Jeannie está ahí, y como no sé cuándo Kendall decidirá que nos marchemos, quiero pasar el máximo de tiempo posible con ella.

Rick asintió. Él había sentido lo mismo por Kendall.

– ¿Necesitas dinero?

Hannah negó con la cabeza.

– Ayer gané dinero, pero gracias de todos modos.

El móvil de Rick interrumpió la conversación.

– Espera un momento. -Se soltó el móvil del cinturón y respondió al segundo timbrazo-. Chandler.

– Hola, Rick. -La dulce voz del otro extremo resultaba inconfundible.

– Kendall. -Se le aceleró el corazón y puso la directa mientras un torbellino de preguntas se agolpaban en su mente. ¿Había cambiado de idea? ¿Había decidido quedarse? ¿Necesitaba un amigo con quien hablar?

¿Le necesitaba?

Esperaba todas esas cosas.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó.

– ¿Has visto a Hannah?

Sus esperanzas se disiparon y el sentido común se apoderó de él. Era Kendall y no quería quedarse en el pueblo ni con él.

Nunca lo había querido. Al menos debía reconocer que había sido sincera con respecto a sus intenciones desde el principio. Si había que culpar a alguien por caer en la trampa de la ilusión era a él.

Al fin y al cabo, ya había hecho lo mismo en otra ocasión, con Jilin.

– Tu hermana está aquí. -Tapó el teléfono y le hizo un gesto a Hannah para que se acercara-. Por si quiere hablar contigo -le susurró.

– No tengo nada que decirle -repuso Hannah con un mohín en los labios.

– Ya lo he oído -dijo Kendall, decepcionada y dolida.

Y el dolor fue lo que le afectó. Teniendo en cuenta que Kendall le estaba partiendo el corazón, no debería importarle. Pero le importaba, y mucho.

– ¿Puedes convencerla de que me espere en Norman's? -pidió Kendall, manteniendo la distancia con él. Como si nunca hubieran hecho el amor, como si él nunca se le hubiera declarado.

Rick tragó saliva.

– Descuida.

– Gracias. Nos vemos dentro de unos minutos. -Colgó, despidiéndose de él como si no significara nada para ella.

«Vete acostumbrando, amigo.» Rick se dirigió a Hannah.

– Tenemos que reunimos con tu hermana en Norman's.

Hannah se cruzó de brazos.

– No tengo hambre.

Rick entornó los ojos.

– Pues no comas. Además, pensabas ir a Norman's. Estoy seguro de que Kendall sólo quiere hablar, así que, por la cuenta que te trae, intenta llegar a un acuerdo con ella. -Apoyó las manos en los hombros de Hannah y la miró de hito en hito-. Sé que no es fácil y sé que no estás contenta, pero es tu vida, y tú eres la única persona capaz de mejorarla.

– Vaya, te sale por las orejas.

Rick arqueó una ceja, a sabiendas de que sólo podía permitirle ser respondona hasta cierto punto.

– ¿Cómo dices?

– La sabiduría te sale por las orejas, agente Chandler.

Hannah le dedicó una amplia sonrisa que le recordó a su hermana. Hannah causaría sensación dentro de poco. Iba bien encaminada. Lo único que Rick deseó fue que confiara más en el mundo que la rodeaba que Kendall.

– La sabiduría me sale por las orejas. -Negó con la cabeza y, a pesar de lo complicado de la situación, se echó a reír-. Entiendo. En ese caso, yo diría que a ti te pasa lo mismo. Voy a cambiarme en un momento y en seguida vuelvo.

Hannah le hizo un gesto de aprobación, se dio la vuelta y bajó la escalera.

Rick se reuniría con Hannah y Kendall en Norman's, fingiría que aceptaba sus decisiones y luego se largaría.

Ya había abandonado su plan inicial. Bajo ningún concepto volvería a decirle a Kendall que la quería. Ya se lo había dicho una vez. Se lo había demostrado de muchas maneras. ¿Por qué iba a dejarse pisotear de nuevo?

La quería, pero había llegado el momento de preocuparse más de sí mismo. El momento de empezar a reconstruir la muralla que le protegía el corazón.


De no ser por su hermana, Kendall no habría entrado por voluntad propia en Norman's el día después de su aparición fotográfica en el pase de diapositivas. Tampoco habría llamado a Rick. Pero prefería eso que salir a buscar a Hannah o pedirle que volviera a casa hasta que hablaran.

Hannah estaba dolida y enfadada. La última vez que se había sentido de ese modo había cogido el coche de Kendall. En esta ocasión, Kendall esperaba que pudiese reaccionar aún peor, y quiso evitar una escena reuniéndose con su hermana en un lugar público.

Para cuando hubo aparcado y entrado en el local, Hannah y Rick ya habían ocupado una mesa del fondo. Respiró hondo y caminó con la cabeza bien alta por entre las mesas, volvió a oír los murmullos y advirtió que algunos la señalaban. No se estaba imaginando que era el centro de atención, lo era, pero no tenía tiempo de preocuparse por eso.

A diferencia de su hermana, Rick sí la estaba mirando fijamente. Aquellos ojos preciosos la miraban de hito en hito. A primera vista, parecía no haber dormido bien. Tenía una barba incipiente y ojeras. A juzgar por su aspecto, se sentía tan mal como ella y se odió por ser la causante de ello.

– Hola. -Esbozó una sonrisa forzada.

– Hola -saludó él sin devolverle la sonrisa.

Kendall no sabía qué decirle y, al parecer, el sentimiento era mutuo porque los dos guardaron silencio, lo cual hizo que a ella se le encogiera el estómago y notara un hormigueo por todo el cuerpo. Sin previo aviso, Hannah se levantó empujando la silla hacia atrás para que rechinara e hiciera el máximo ruido posible, con lo cual rompió la conexión tensa y silenciosa entre Kendall y Rick.

Sin mediar palabra, Hannah se alejó de la mesa.

– ¿Adónde vas? -preguntó Kendall.

– Al baño. Sólo de veros me dan arcadas. -Acto seguido, miró a Rick y le guiñó el ojo.

Kendall exhaló un suspiro. La pequeña traidora se marchaba a propósito para dejarlos a solas. Antes de que pudiera detenerla, Hannah ya iba camino del salón posterior.

– Yo no le he dicho que hiciera eso. -Rick se recostó en el asiento.

– No he pensado que lo hubieras hecho. -Como Kendall sabía que lo había expulsado de su vida la noche anterior, era de suponer que no iba a urdir ningún plan para estar a solas con ella.

A Rick casi le habían entrado ganas de reír al ver la payasada de Hannah, pero cuando miró a Kendall se quedó en blanco. Había bajado la persiana de sus emociones y la había dejado fuera. Aunque ella se merecía el muro recíproco que Rick había erigido, odió la tensión que había entre ellos, y odiaba todavía más que le hubiera obligado a poner esa distancia entre los dos. Sencillamente, Kendall no sabía cómo abordar el asunto.

Rick estiró el brazo sobre el respaldo de su asiento en un gesto masculino y despreocupado que le flexionó los músculos de los antebrazos y le ciñó la camiseta al ancho tórax.

– Hannah me ha dicho que vendes la casa y te vas del pueblo. -Habló sin un atisbo de emoción o afecto.

Después de la intimidad que habían compartido, era como si estuviera sentada delante de un desconocido. También odiaba esa sensación y se le formó un nudo enorme en la garganta que se mantuvo ahí. «Esto es lo que querías, Kendall -se recordó-. Sin ataduras, sin vínculos, sin apego. Sólo la libertad de hacer las maletas y trasladarte a voluntad. Ninguna relación que pueda dejarte atrás o apartarte.» Nadie que tuviera la capacidad de hacerle daño.

Exactamente la vida que siempre había elegido y la que había decidido retomar la noche anterior. Pero si había recuperado el estilo de vida que prefería, ¿por qué se sentía tan mal en esos momentos? Kendall tenía un presentimiento, y la respuesta la asustaba tanto que se negaba a abordar las emociones asfixiantes que amenazaban con aflorar.

«Céntrate en lo material», se dijo.

– Todavía no la he tasado, pero Tina Roberts me ha llamado y cree que puede conseguir una cantidad de dinero considerable por la casa y la finca. Menos, debido a la condición que he exigido, pero suficiente dinero para que Hannah y yo volvamos a empezar. En algún sitio. -Sus propios pensamientos y palabras amenazaban con ahogarla y se había visto obligada a tragarse el nudo que se le había formado en la garganta antes de continuar-. Probablemente nos vayamos a Arizona.

Rick asintió y apretó la mandíbula, claramente reacio a darle la satisfacción de que viera los sentimientos que le provocaban sus palabras.

– ¿Qué condición? -preguntó.

– Que Pearl y Eldin se trasladen a la casa de invitados y vivan ahí sin pagar alquiler. Siempre y cuando conserven bien la casa; espero que alguien acepte. No puedo obligarles a vivir en otro sitio. -No se imaginaba a la pareja de ancianos que vivía en pecado viviendo en un lugar que no fuera la casa de tía Crystal.

– ¿Ya se lo has dicho?

Kendall negó con la cabeza. Otro asunto al que se veía incapaz de enfrentarse. Pero independientemente de sus sentimientos, tenía la obligación de explicarle a Rick por qué de repente se mostraba tan distante con él. Se había portado muy bien con ella y su hermana y había sufrido mucho en el pasado. No quería que pensase que él había hecho algo mal o que era el motivo de su incapacidad de echar raíces en un sitio.

– Rick, mira, quiero que sepas…

– No. -Sus ojos despedían chispas de ira, dolor y traición, sentimientos que se reflejaban también en la expresión de su rostro tenso-. No te disculpes ni me digas lo mucho que me aprecias.

– ¿Aunque sea verdad? -Se frotó las manos en los vaqueros.

Rick se encogió de hombros.

– ¿De qué me sirve a mí? ¿O a ti, ya puestos? Además, desde el primer momento me dijiste que no te quedarías. Sólo que pensé que este pueblo y su gente encontrarían un hueco en tu corazón. Igual que yo.

Kendall parpadeó para evitar las lágrimas.

– Tú lo has encontrado.

Rick no alteró el semblante serio.

– ¿Y qué? Tus palabras no cambian nada de nada. Eres incapaz de comprometerte, te niegas a enfrentarte a tus miedos. -Se levantó del asiento y de repente pareció un gigante, tanto en estatura como en la fuerza de sus emociones-. ¿Y sabes qué?

– ¿Qué? -susurró ella.

– Que me has decepcionado.

La tenue luz de sus ojos respaldaba la dureza de sus palabras y Kendall se estremeció. Había esperado muchas emociones de Rick, sobre todo enojo. No había previsto su profunda decepción, y se sentía increíblemente pequeña y derrotada por haberle fallado.

Todas las vivencias que había tenido desde su llegada al pueblo le habían resultado ajenas y novedosas. Aterradoras para alguien que nunca había sabido lo que eran la estabilidad o la familia. ¿Cómo se atrevía Rick a criticarla por ello?

– Bueno, siento mucho haberte decepcionado, agente Chandler. Pero como tú mismo has dicho, fui sincera contigo desde el primer día.

– Y corroboraste tus palabras con actos. Felicidades. -Dio una palmada con gran lentitud-. Viniste aquí huyendo de una situación en Nueva York y te marcharás de aquí del mismo modo. Huyendo de mí. -Apoyo la mano en la mesa y se inclinó hacia ella-. Pero Kendall, no olvides que no puedes huir de ti misma ni de tus sentimientos. Algún día te darán alcance. Me perdonaras que no espere a que llegue ese momento.

Enderezó la espalda y la miró a los ojos fijamente.

– Siento que suene tópico, pero teníamos el mundo en nuestras manos. -Negó con la cabeza, se dio la vuelta y se marchó.

No volvió la vista atrás ni un solo instante antes de salir por la puerta, pero sus palabras permanecieron hasta mucho después de que se hubiera marchado, como un eco en el interior de la cabeza de Kendall hasta que le pareció que la machacaban.

– Oh, Dios mío. -Apoyó la frente entre las manos.

– La has cagado, ¿verdad? -La condena verbal de Hannah llegó a continuación de la marcha abrupta de Rick.

Kendall alzó los ojos llorosos y miro a su alrededor antes de lidiar con su hermana. Estaban rodeadas de curiosos ansiosos por escuchar parte de la siguiente confrontación de Kendall. Joder, lo único que les faltaba era tomar notas.

Como el día iba de mal en peor, pensó que lo mejor era hacer frente a Hannah de una vez y miró fijamente a su hermana, que estaba a la expectativa.

– ¿Qué? ¿La has cagado con Rick o no?

– Supongo que depende de tu definición de cagarla.

Era evidente que Hannah se había retocado el pintalabios rosa chillón mientras estaba en el baño, y sus labios carnosos y maquillados dibujaron una mueca de desagrado.

– Te he dejado a solas con el. Lo único que tenias que decirle era que te quedabas. Decirle que le querías. Decirle algo, pero no, no le has dicho eso, ¿verdad? Y ahora se ha largado -dijo alzando la voz, presa de la histeria.

– Hannah, por favor. -Kendall cerró los puños y trató de contener la cada vez mayor sensación de bochorno. A Kendall había llegado a importarle lo que pensara aquella buena gente-. ¿Te importaría bajar la voz?

– ¿Por qué? -preguntó Hannah prácticamente a voz en grito-. Ya te está mirando todo el mundo. Lo cual me recuerda que he oído a alguien en el baño diciendo algo sobre una foto tuya anoche. ¿Qué foto? -Apenas hizo una pausa para respirar-. ¿Qué me perdí? ¿Y hasta qué punto la has pifiado con Rick?

Kendall gimió y apoyó la cabeza en las manos para masajearse las sienes doloridas. Estaba mareada y había empezado a sentir náuseas.

– ¿Kendall? -llamó Hannah, bajando la voz esta vez.

– ¿Qué? -Apenas alzo la vista para responder. Le dolía la cabeza y estaba emocionalmente exhausta, pero Hannah no se daba por vencida.

– ¿Te he dicho que he atascado el retrete de Norman y que se está desbordando?

– Oh, Dios mío. -Eso hizo que a Kendall volviera a circularle la adrenalina. Se puso en pie de un salto y le hizo una seña a Izzy.

– Un momento -le dijo la mujer.

– Pero… -Kendall intentó alcanzarla pero Izzy desapareció en la cocina, para salir a continuación con una bandeja de comida y encaminarse en la dirección contraria.

– No ha sido culpa mía. Quiero decir que no lo he hecho a propósito, te lo juro -se apresuró a decir Hannah.

– ¿Que no lo has hecho a propósito? ¿Y eso lo dice la chica que obstruyó el retrete de la sala de profesores en Vermont Acres?

Su hermana tuvo el detalle de sonrojarse antes de soltar su explicación inconexa.

– La papelera estaba llena y las toallas de papel para secarse las manos no paraban de caer al suelo. -Gesticuló de forma desenfrenada-. Y normalmente me habría dado igual, ¿sabes? Pero como siempre me dices que sea educada y lo deje todo limpio, intenté echarlas al retrete y tirar de la cadena. ¿Lo ves? No lo he hecho a propósito. -Se encogió de hombros demasiado inocentemente según Kendall.

– ¡Isabelle! -gritó Norman desde la sala posterior-. El dichoso retrete se está desbordando. -El dueño del restaurante no parecía muy contento.

Kendall se hundió en la silla. Intentó en vano contener las lágrimas y, como no funcionó, ocultó la cabeza entre las manos para llorar y reír a la vez, como una histérica.

Su vida se había convertido en un desastre absoluto. Y, teniendo en cuenta el comportamiento de Hannah, sus preguntas inquisidoras y lo que la presionaba para que se reconciliara con Rick, la situación no tenía visos de mejorar en un futuro inmediato.

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