– ¡Sorpresa!
Rick retrocedió de un salto, sorprendido al ver el grupo de gente que le esperaba en casa de su madre y, al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que le habían tendido urna trampa. «Una puñetera fiesta sorpresa», pensó. Habría preferido pasar la noche solo, tal como había hecho los últimos años. Y a su madre no se le ocurría otra cosa que montar una fiesta.
Le gustaba, estar con gente, pero ese día en concreto prefería estar solo. Estar rodeado de personas que probablemente recordarían esa fecha no era su idea de una noche divertida. Sin que él lo esperase, Kendall le puso la mano en el hombro como muestra de apoyo. Una sorpresa agradable teniendo en cuenta lo ofendida que estaba antes. Se imaginó que ella seguía esperando algunas respuestas, pero agradeció su perspicacia y el hecho de que estuviera a su lado.
– Feliz cumpleaños. -Su madre se le acercó lentamente y le dio un beso en la mejilla.
Como sabía que el estrés no era bueno para su corazón y había hecho un gran esfuerzo por él, Rick esbozó una sonrisa forzada. Ya hablaría con ella más tarde, cuando no tuvieran público.
– No tenías que haberte molestado -dijo entre dientes.
– Tonterías. Mi hijo mediano no cumple treinta y cinco años todos los días.
– ¡Que empiece el espectáculo! -gritó Norman de entre los invitados.
En seguida se produjo una ronda de aplausos ininterrumpidos mientras la gente canturreaba «Espectáculo, espectáculo, espectáculo…».
– ¿Qué espectáculo? -preguntó Rick con recelo por encinta de los cánticos.
Miró a su alrededor y advirtió que Roman y Charlotte estaban junto a Chase, apoyados en la pared del fondo. Los tres se encogieron de hombros casi al unísono. Era obvio que no iban a apuntarse el mérito de la locura de Raina.
– Yo tampoco tengo ni idea -susurró Kendall. Al igual que sus hermanos, Kendall no quería cargar con las culpas ni con la responsabilidad. Sólo se había aliado con su madre para llevarlo allí.
Un fuerte silbido interrumpió el cántico unos instantes antes de que volviera a empezar.
– Bueno, tranquilizaos. -Raina hizo callar a la gente con un gesto.
Rick le lanzó una mirada de preocupación y ella se sentó enseguida en la silla más cercana.
Eso fue lo que detuvo la algarabía.
– Todos sabéis que no estoy para organizar cosas -dijo con voz queda-. Por eso he contratado a un maestro de ceremonias. -Hizo un gesto a Rick con el dedo para que se acercara-. Intenté convencer a tus hermanos para que lo fueran pero ellos se negaron.
– Les debo una -musitó él.
– Bueno, empecemos -sugirió Raina.
– ¡Así podremos comer! -exclamó alguien desde el fondo de la sala.
Rick entornó la mirada al oír una voz conocida y buscó al hombre solitario.
– Samson, ¿eres tú?
A Rick le costó un poco localizar al viejo, pero es que era un experto en fundirse entre la multitud. El hombre de los patos, el nombre que los niños daban a Samson Humphrey, se pasaba el día en el parque que había al lado del restaurante de Norman, no hablaba con casi nadie y parecía un sin techo, aunque no lo era. También era el ladrón de bragas, aunque no lo supiera nadie aparte de Rick, Charlotte y Roman. No era su estilo aparecer en un lugar tan concurrido, a no ser que…
– Por supuesto que es él. No iba a perderse un sándwich de pollo de Norman gratis -dijo Norman.
– Tú lo has dicho -declaró Samson, confirmando las sospechas de Rick-. Pero si has usado la mostaza esa de miel, la sofisticada, no pienso comerlo.
– Mira que eres desagradecido -farfulló Norman.
Antes de que Rick interviniera, Raina dio una palmada, probablemente para impedir el alboroto antes de que empezara. Entonces, sin previo aviso, una comitiva bajó por la escalera.
– Ésta es tu vida, Rick Chandler -dijo Gran Al, el entrenador de béisbol del instituto, ya retirado, por el estruendoso micrófono inalámbrico, sin importarle que estuvieran dentro de una casa.
Rick contempló anonadado cómo su pasado desfilaba ante sus ojos. Una mezcla variopinta formada por sus viejos profesores, entrenadores y amigos se reunió en el salón de casa de su madre.
Se le encogió el estómago.
– No me lo puedo creer.
– Claro que sí. -El regocijo de su madre era tan grande como la sensación de Rick de fatalidad inminente.
Con Kendall a su lado y Hannah riéndose desde la banda, le fueron empujando por entre el enjambre de gente. Al final lo hicieron sentar en primera fila, rodeado por su madre, sus hermanos, Charlotte, Kendall y Hannah. El resto de los invitados se arremolinaron a su alrededor.
– Que empiece el espectáculo.
Rick hizo una mueca por el estruendo. Era obvio que Gran Al creía que estaba en un campo de rugby.
– La señora Pearson, que hace poco se ha jubilado de la escuela de Yorkshire Falls, fue maestra de Rick en el parvulario. Adelante, señora Pearson. -Al pasó el micrófono a la mujer menuda y de pelo cano situada a su derecha.
– Probando, probando. -Al se acercó el micrófono a los labios y emitió un chillido agudo que hizo que los presentes se encogieran del susto y se quejaran-. Lo siento. Hace siglos que no uso un puto chisme de éstos. Quiero decir el micro. En cuanto me jubilé dejé de cuidar el lenguaje. -Se rió-. Bueno, continuemos.
– No, por favor -dijo Rick.
– No seas cobarde, hermanito. Lo superarás. -Chase se cruzó de brazos y sonrió.
Rick pensaba vengarse de su hermano cuando llegara su cumpleaños.
– Rick era un niño imaginativo -dijo la señora Pearson con su mejor tono de maestra-. Y desde el comienzo supo cómo atraer a la gente. Y ya de pequeño tenía dotes de empresario. Recuerdo un día, a la hora del recreo, cuando vi que todos los niños, bueno, sobre todo las niñas, estaban haciendo fila detrás de él.
– Rick siempre fue encantador -dijo Raina.
Rick negó con la cabeza y notó que se sonrojaba. ¿No era ya demasiado mayor como para que su madre le sacara los colores? Obviamente no. Mierda.
– Bueno, bueno, sin interrupciones -dijo la señora Pearson, pero con una sonrisa en los labios, porque le gustaba volver a ser el foco de atención, por poco que durara-. Resulta que el pequeño Rick había ido al médico a hacerse una revisión esa semana. El doctor Litde, a quien seguro que todos recordáis aunque ya esté muerto…
Se produjo un murmullo de asentimiento y un «que en paz descanse».
– Pues al parecer, el doctor Litde le había dicho a Rick que tenía las orejas tan limpias que a través de ellas se podía ver hasta la China. Y Rick, como era muy listo, puso a los niños en fila y cobraba peniques a quien quisiera ver cómo era la China de primera mano.
Los invitados ovacionaron a la señora Pearson mientras le pasaba el micro a la señorita Nichol, otra maestra del colegio, que se parecía a Lucille Ball.
– Espero que no vayan curso por curso -dijo Rick.
– Oh, no, sólo los momentos estelares -le tranquilizó Raina dándole una palmadita en la mano.
– Genial.
Kendall se rió y el espectáculo tipo Esta es su vida continuó. Rick soportó una anécdota no tan terrible de la todavía pelirroja señorita Nichol, un recordatorio de sus travesuras infantiles de otro maestro e historias embarazosas de su época de instituto sobre cuando el entrenador lo pilló dándose el lote con chicas detrás de las gradas.
Tenía que reconocerle el mérito a su madre. Había conseguido alegrarle la noche e incluso hacerle olvidar qué significaba esa fecha para él, por lo menos durante un rato. Al advertir su sonrisa de complicidad, se dio cuenta de que lo había organizado a propósito. Antes de que le diera tiempo a decidir sí era positivo o no, Kendall lo cogió de la mano. Cálida y suave al contacto con su piel, lo cual le recordó lo mucho que añoraba estar con ella.
Ella se inclinó hacia él para susurrarle al oído.
– Estoy obteniendo más información con este espectáculo que gracias a ti.
– Nunca te he excluido. -Con Kendall había sentido más, había dado más de sí mismo que nunca. Y en el aniversario del mayor desastre de su vida, aquello le asustaba.
Kendall lo asustaba, lo cual no era fácil de reconocer. Así pues, no, pensó Rick, salvo por ese recuerdo, que aún era demasiado doloroso, porque Kendall, al igual que Jillian, se marcharía, no la había excluido. Más bien al contrario, había dejado que se le acercara demasiado.
Antes de que Kendall tuviera tiempo de responder, su madre habló por el micrófono.
– Como sabéis, mis hijos son lo mejor del mundo. Aunque todavía no me hayan dado nietos. -Detrás de ella, Eric carraspeó, porque obviamente no le parecía bien que se quejara en público.
A Rick tampoco. La diferencia era que ya se había acostumbrado a su queja.
– En serio, tengo unos hijos maravillosos. Cuidan de mí cuando lo necesito. -Se llevó la mano al pecho.
Y dirigió la mirada a algún punto lejano, como un sospechoso que tiene algo que ocultar. Pero esa comparación no tenía ningún sentido.
– Así pues -continuó Raina, retomando sus pensamientos-, es un placer para mí compartir con vosotros mi historia preferida sobre mi hijo mediano.
– ¿Puedo marcharme ahora mismo? -preguntó Rick irónicamente.
– Sólo si estás dispuesto a que te traigamos de vuelta a rastras y esposado -gritó alguien.
Kendall contuvo una carcajada pero no consiguió evitar emitir un fuerte hipido.
– Bueno, bueno. Adelante -concedió Rick.
Pasó un brazo por encima del hombro de su madre, agradecido por haberse preocupado de hacer que su cumpleaños fuera un día especial y agradecido de que todavía siguiera viva para celebrarlo con él. «Todavía», esa idea lo estremecía. Igual que el único deseo incumplido que Raina tenía en la vida.
Nietos. Algo que casi le había dado cuando se casó con Jillian. Raina, generosa como pocas, había recibido al bebé de Jillian con los brazos abiertos y había pensado en él como si llevara los genes de los Chandler. A diferencia de los padres de Jillian, que la habían repudiado, Raina le había tomado cariño. Y al igual que a Rick, a Raina se le había partido el corazón. Pero nunca había mirado atrás, ni siquiera cuando hablaba de su deseo de tener nietos. Nunca lo había culpado, ni sacado el tema a la fuerza cuando él no quería hablar de ello. Porque era su madre, y su amor era incondicional. No obstante, ahí estaban muchos años después, y Raina seguía sin tener los nietos que anhelaba. Ni siquiera de Roman, que se había casado hacía unos meses.
«Nietos», pensó de nuevo y desvió la mirada hacia Kendall.
– Bueno, mi historia se remonta a cuando Rick tenía tres años. -Agradeció que la voz de Raina y sus recuerdos de la infancia le dieran un respiro de los pensamientos sobre su cumpleaños-aniversario.
– Pensaba que ya habíamos superado la época del instituto -comentó Roman.
Al igual que Rick, era obvio que sabía qué iba a contar su madre y no le apetecía oírlo. Rick lanzó una mirada de agradecimiento a su hermano pequeño aunque los dos sabían que Raina no iba a desistir de su propósito. Tenían razón.
Raina no le hizo el menor caso a Roman y continuó, retorciéndose en el asiento, mirando a la multitud para lograr el máximo impacto.
– ¿Adivináis qué quería ser mi adorable hijo para Halloween?
– Me imagino que no fue nada tan típico como fantasma o duende. -Kendall se inclinó hacia Rick y él notó el contacto de sus pechos contra el brazo.
Contuvo un gemido y negó con la cabeza.
– Escucha y verás.
– Chase, Rick y yo estábamos en el coche cuando Rick anunció que para Halloween quería ser una hada madrina.
Los invitados estallaron en risas y aplausos. El dichoso calor se le notaba en las mejillas. Maldita sea, era demasiado mayor para esas cosas. Aunque no consiguió evitar reírse al volver a oír esa ocurrencia, al igual que Kendall. Ella soltó una buena carcajada, y ni siquiera se calló cuando Rick le dio un ligero codazo en las costillas.
– Lo siento -dijo tomando aire de forma entrecortada-. Es que no me lo imagino.
Rick entornó los ojos.
– Yo tampoco, pero ella jura que es verdad.
– ¿Ah, sí? -Esbozó una sonrisa sensual al mirarle a los ojos y una fuerte palpitación erótica se abrió paso entre ellos. Algo totalmente fuera de lugar teniendo en cuenta la cantidad de gente que los rodeaba, pero real de todas maneras.
– Cuéntanos más cosas sobre el hada madrina -pidió una voz que parecía la de Samson.
Rick movió la cabeza. No le quedaba más alternativa que sonreír y soportarlo. Mientras Kendall lo mantuviera excitado y él pensara en llevársela a la cama, era capaz de aguantar cualquier cosa.
– Bueno, ya que insistes… -Raina se rió-. La abuela le había leído La Cenicienta y a Rick le había gustado el hada que le concedía un deseo. Yo sabía perfectamente que John lo mandaría a un jardín de infancia del ejército si se enteraba, así que le hice jurar que sería un secreto, y le prometí un montón de barajas de béisbol si no se lo contaba a su padre.
Se produjo una ronda de aplausos. Rick exhaló un suspiro, asombrado de que sus ocurrencias infantiles divirtieran al público y emocionado al ver cuánta gente había acudido allí por él.
– Bueno, se acabó el espectáculo. -Eric le cogió el micrófono a Raina de las manos-. Mi… paciente… tiene que descansar. En la cocina encontraréis los mejores bocados de Norman. Estáis en vuestra casa. Comed, bebed y sed felices. -Alzó una copa hacia Rick-. Feliz cumpleaños, hijo.
Rick parpadeó, dudando de si había oído bien a Eric, y pensando que había dicho «hijo» más como un apelativo cariñoso que literal. Pero cuando lo miró a los ojos, se dio cuenta de que esa palabra entrañaba mucho significado, tanto para su madre como para él. Eric Fallon no tenía nada que temer con respecto a Raina. Rick, al igual que sus hermanos, deseaba mucha salud y felicidad a su madre. Con Eric había encontrado esto último. Después de veinte años sola, Eric le había dado algo especial y Rick sentía que estaba en deuda con él por eso.
Aunque no tenía copa, asintió hacia Eric en señal de aprobación. Un gesto de hombre a hombre lleno de complicidad. Hacía años que Rick había perdido a su padre, pero si había alguien que se merecía a su madre, ése era Eric.
Rick dio un paso adelante para estrecharle la mano antes de dirigirse a Raina.
– Te quiero, mamá.
– Yo también te quiero. Y, Rick… -Algo sospechosamente parecido a unas lágrimas asomó a sus ojos.
– ¿Qué ocurre?
Abrió la boca pero la cerró en seguida antes de señalar hacia donde estaba Kendall.
– Sólo que te está esperando. Y sé que te gusta. La expresión que tienes en la mirada… Ni siquiera la tenías cuando estabas con Jillian.
– Bueno, por lo menos conozco el desenlace con antelación. ¿No tienes que descansar? -Aunque no parecía tan cansada como él pensaba que estaría. Como tenía el corazón débil, algo peor que una cardiopatía tal como les había explicado hacía unos meses, se fatigaba con facilidad y no era bueno que se cansara demasiado. Pero en esos momentos no daba la impresión de correr peligro alguno.
– Eso no lo sabes -dijo Raina refiriéndose a Kendall-. Cuando se quiere algo de verdad, uno va a por todas. -Le dio una palmadita en la mejilla-. Piénsalo. Ahora, Eric tiene razón, necesito descansar. -Se agarró del brazo de Eric-. Me ha dicho que podía pasar la noche en su casa para que aquí pueda seguir la fiesta. Incluso se ha ofrecido a dejarme su cama. -Se sonrojó ligeramente-. Me refiero a que yo puedo dormir en su cama y él dormirá en el sofá mientras la fiesta se prolonga hasta la madrugada. -Dirigió una mirada de súplica a Eric-: Sácame de aquí antes de que empiece a decir tonterías.
– Ya has empezado a decirlas, querida. -Eric movió la cabeza y se rió-. Pero tus deseos son órdenes para mí. Vámonos antes de que te metas en problemas. En más problemas. No te preocupes, la cuidaré bien, Rick.
– No me cabe la menor duda. -Rick inclinó la cabeza para dar su sutil bendición antes de contemplar a la pareja abriéndose paso entre la gente y saliendo por la puerta.
Menuda noche, y eso que no había hecho más que empezar. Kendall parecía seguir ocupada con su hermana, por lo que Rick se dirigió hacia la mesa del rincón, donde estaban los refrescos. Se sirvió una Coca-Cola, alzó el vaso y tarareó:
– Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz. Me deseo a mí mismo…
– ¿Siempre cantas para ti mismo? -Kendall se acercó a él por detrás y le rodeó la cintura con los brazos.
Notó cómo le presionaba el pecho contra la espalda y que su calidez lo embargaba, cosa que le ablandó el corazón pero le endureció el cuerpo hasta el punto de sentir una necesidad ardiente.
Se echó a reír.
– Me has pillado.
– Me ha encantado la historia del hada madrina.
– A ti y a todos los presentes -musitó.
– Comprado por unas barajas de cartas de béisbol. -Dio una vuelta para situarse frente a él sin soltarle la cintura-. No sabía que se te pudiese comprar, agente Chandler -dijo con voz sensual.
– Aquello era otra época. Y no fue por las cartas, fue por el chicle.
– ¿No habías dicho que no recordabas la anécdota?
Kendall arqueó las cejas y se le formó un pliegue en el entrecejo que no hizo más que aumentar las ganas que Rick tenía de besarla.
– No me acuerdo, pero suponiendo que sea verdad y no fruto de la imaginación desbocada de mi madre, no tenía más que tres años. ¿Tú qué crees que me resultaba más atractivo, las cartas o el chicle?
Kendall echó la cabeza hacia atrás y se rió.
– Muy buena. Ahora ya sé que se te puede sobornar.
– ¿Ahora vas a dedicarte a la delincuencia?
Kendall hizo un mohín que le incitó todavía más.
– No, ahora voy a dedicarme a ti.
Rick emitió un gemido desde lo más hondo de la garganta.
– Eso sí me gusta.
Kendall le dedicó una sonrisa forzada. No sabía hasta qué punto le gustaría saber lo que se le estaba pasando por la cabeza. Tras una noche de descubrimientos sobre el pasado de Rick, se había dado cuenta de lo poco que lo conocía. Y de las muchas ganas que tenía de conocerlo. No le había dicho en broma lo de que estaba enterándose de más cosas gracias al espectáculo que a él. Él no le había mencionado que iba a ser su cumpleaños. Ni siquiera de pasada.
Rick Chandler, un hombre abierto, animado y hablador, había guardado silencio sobre ese punto. Y eso le dolía. Él sabía más de su vida que ella de la de él. Hasta esa noche no se había percatado de que Rick lo había hecho conscientemente.
El espectáculo había estimulado su curiosidad sobre Rick y había llegado el momento de averiguar cuánto quería revelar ese hombre.
– Volvamos a los sobornos. ¿Intentas decirme que no puedo ofrecerte nada que te haga desvelar secretos ocultos?
A pesar de la fiesta y de la gente, Rick la miró de hito en hito, excitado y plenamente consciente de sus deseos más íntimos.
– Oh, estoy convencido de que puedes ofrecerme algo que me haría lanzar mis principios por la borda. -Habló sin dejar de mirarla, cautivándola, tentándola con su mirada encendida.
– ¿Estás seguro de que no pondrás en peligro tu trabajo?
– No sé por qué, me atrevería a decir que valdría la pena. ¿Qué me ofreces a cambio de información? -Se inclinó hacia ella.
Kendall notó la calidez de su aliento en las mejillas, y que tenía el cuerpo exaltado por el deseo. Pero todavía no le había prometido que fuese a hablar. No le había dicho que le revelaría lo que quería saber. Su vida. Su pasado. Su matrimonio. Había perfeccionado de tal modo el arte de guardar las distancias al tiempo que daba la impresión de cercanía, que Kendall se preguntó si sabía comportarse de otro modo. Abrirse y arriesgarse a tener que sufrir.
¿Y ella? ¿Estaba dispuesta a hacerlo?
Se estremeció bajo su mirada, sabiendo que hasta entonces la distancia que él había mantenido le había bastado. Probablemente porque a ella eso también le había dado seguridad. Todavía se la daba. Así pues, ¿por qué luchar?, se preguntó. ¿Por qué forzarle a darle información?
Sin previo aviso, el micrófono volvió a emitir un silbido y una voz femenina se elevó por entre los invitados e interrumpió la sugerente conversación entre Rick y Kendall.
– Quería esperar a que Raina se marchara antes de presentar la última de las sorpresas de la velada para Rick.
– ¿Qué pasa aquí? -Kendall se volvió para ver mejor y Rick se puso tenso a su lado.
– Lisa -farfulló-. Maldita sea, en seguida vuelvo.
– Oh, no. Yo también voy. -Kendall quería presenciar la conversación y siguió a Rick por entre la gente.
Por desgracia, Lisa siguió hablando.
– Esta es tu vida, Rick Chandler no sería completa sin un resumen de los últimos años. Me he dado cuenta de que nadie ha mencionado a Jillian Frank.
En la sala se hizo el silencio. Rick llegó junto a Lisa.
– Dame el micrófono y deja de hacer el ridículo.
Lisa bajó el micro pero no lo soltó.
– Soy maestra. Hay pocas cosas que me hagan sentir ridícula. -Acto seguido, alzó el micro y siguió hablando-: Sólo quería desearle a Rick también un feliz aniversario.
Kendall respiró hondo.
– ¿Qué? -No pretendía decirlo en voz alta, pero estaba claro que acababa de descubrir por qué Rick no le había hablado antes de su cumpleaños. Ese día le resultaba demasiado doloroso. Se le encogió el corazón y sintió el dolor en sus propias carnes.
Hannah se acercó a Lisa.
– Qué patética eres -dijo.
Kendall sabía que, a partir de ese momento, podía desencadenarse una retahíla de acontecimientos. Rick parecía compartir esa opinión, porque buscó a Roman con la mirada y, al cabo de unos instantes, Roman y Charlotte se encargaron de alejar a Hannah de Lisa.
– Nos quedaremos con ella el resto de la velada -dijo Charlotte por encima del hombro mientras sacaban a la muchacha por la puerta. Hannah no dejó de quejarse hasta que la puerta se cerró detrás de ellos.
Kendall exhaló un suspiro de alivio. Un problema menos. Pero quedaba otro, pensó, volviéndose de nuevo hacia Lisa. A Kendall no le pasó por alto que el resto de los invitados seguía comiendo, bebiendo, contemplando la escena como si consideraran que el comportamiento de Lisa formaba parte del entretenimiento de la fiesta. Para ellos era eso.
Para Kendall en cambio era una revelación terrible, y se negaba a darle a Lisa la satisfacción de saber que le había fastidiado. Ni siquiera cuando Lisa se dirigió a ella.
– Probablemente eres la única persona del pueblo que no sabía que el cumpleaños de Rick coincide con el día en que se casó con su amiga embarazada. Tampoco es que importe mucho, teniendo en cuenta que lo dejó por el padre del bebé. Pero nunca lo ha superado. Nunca ha vuelto a tener una relación seria. Así que no creas que contigo va a ser diferente…
Rick le quitó el micro de la mano mientras Ellis, el jefe de policía, se acercaba a Lisa.
– Lo siento, Rick -dijo Ellis con la boca llena-. Estaba en la cocina degustando los petits fours de Izzy, de lo contrario habría venido antes. ¿Esta señora estaba invitada?
– Pues no -farfulló Rick.
– Allanamiento de morada, alteración del orden público… -El jefe de policía soltó de un tirón una lista de infracciones y, ayudado por Rick, sacaron a Lisa por la puerta.
Mientras tanto, la cabeza de Kendall era un torbellino de palabras cuyo significado no alcanzaba a comprender. Aniversario. Embarazada. Bebé. Quería saber cosas de Rick, de su pasado. Pues Lisa acababa de proporcionarle información a porrillo. Pero habría preferido escucharla de boca de él.
A Kendall se le contrajo el estómago mientras intentaba procesar lo que habría supuesto para un hombre como Rick que su mujer embarazada lo abandonara. Él, que era un hombre con un fuerte código de honor. Un hombre dispuesto a casarse con una amiga embarazada. Se frotó las sienes con la mano porque le dolía la cabeza. No le extrañaba que evitara las relaciones serias. No le extrañaba que recelara de las mujeres. Y no era de extrañar que recelara todavía más de Kendall, porque le había dicho desde un buen principio que pensaba marcharse.
– Bueno, chicos, se acabó el espectáculo. -Chase dio una palmada y se oyeron murmullos de asentimiento entre la multitud. Acto seguido, se dirigió a Rick-: No cabe duda de que sabes montar una fiesta.
– Te recuerdo que soy el invitado de honor. Si por mí hubiera sido, no habría habido fiesta. -Se frotó los músculos de la nuca, que era donde se le había acumulado la tensión.
– Y ahora ya sé por qué. -Kendall se unió a ellos-. ¿Por qué no mencionaste lo de tu cumpleaños… o lo del aniversario?
Chase carraspeó.
– ¿Se avecina una pelea entre amantes?
– No es asunto tuyo -repusieron Kendall y Rick al unísono.
Chase se echó a reír.
– Sois igual que una pareja que lleva casada un montón de tiempo. Recuerdo que mamá solía acabar los pensamientos de papá.
– Nos vamos de aquí -dijo Rick, cogiendo a Kendall de la mano.
– Yo no me marcho a no ser que me prometas que vas a hablar conmigo -le susurró al oído.
– Hablaré si me escuchas -prometió Rick.
Kendall se tomó sus palabras como un desafío. Después de todo lo que había oído esa noche, no le cabía la menor duda que escucharle hablar de su pasado le resultaría tan difícil como a él le había resultado vivirlo.
Rick no era demasiado hablador. A pesar de que siempre gastaba bromas y de que trababa amistad fácilmente, evitaba hablar en serio sobre su vida. Nunca había sido consciente de ello hasta ese momento. Pero mientras llevaba a Kendall a su apartamento, lo embargó una sensación de claustrofobia y empezó a sudar.
Dejó las llaves sobre el mueble y se le ocurrió una idea.
– Ven conmigo.
– ¿Adónde? -preguntó Kendall-. Si ya hemos llegado. -Hizo un gesto para abarcar el apartamento-. Cuatro paredes y el dormitorio, al que me niego a entrar hasta que hablemos.
Rick se acercó a los ventanales que conducían a la escalera de incendios y levantó uno de forma que una persona alta pudiera salir agachándose un poco. Señaló hacia el exterior.
– Ven conmigo a la terraza.
– ¿Estás de broma?
– No. Cuando Charlotte alquiló este apartamento, utilizaba la escalera de incendios como una especie de terraza. Está apartada y caben dos personas. -Rick se agachó y salió al exterior antes de tenderle la mano para que hiciera lo mismo.
Rick esperó a que ella se acomodara lo mejor posible en la dura superficie metálica y se sentara con las rodillas dobladas a un lado.
– No es el paraíso, pero no está mal.
– La verdad es que se acerca bastante al paraíso. -Kendall alzó el rostro hacia la brisa cálida y exhaló un suspiro de satisfacción-. Me imagino que dentro te debías de sentir claustrofóbico.
Rick se puso tenso.
– ¿Por qué lo dices? -No estaba acostumbrado a que le leyeran el pensamiento y esa noche ya habían estado sincronizados en dos ocasiones. Y eso, después de la bromita de Chase sobre los matrimonios, bastaba para incomodarlo.
Kendall lo miró de hito en hito.
– Porque te he pedido que hables. Que te abras. Y te has esforzado tanto por no hacerlo, que me imagino que ahora debes de sentirte acorralado.
– Y tú sabes perfectamente lo que es sentirse acorralado, ¿no? -Se aventuró a lanzarle esa suposición sabiendo que se había pasado la vida huyendo de aquello que le impedía echar raíces en un lugar.
– ¿Quieres parar ya? -Golpeó el suelo con la mano en señal de clara frustración-. Oh, mierda. -Se sacudió la mano.
Rick le levantó la palma y le dio un beso en la piel escocida.
Kendall apartó la mano en seguida.
– No intentes distraerme. Se te da demasiado bien darle la vuelta a las cosas. Te hago una pregunta y resulta que al cabo de un momento soy yo quien está dando explicaciones en vez de ti.
Rick sonrió.
– ¿Y qué quieres? Soy experto en tácticas de interrogatorio.
– Experto en tácticas evasivas, diría yo -farfulló Kendall-. Tú eres quien se siente acorralado ahora mismo, no yo.
Rick alzó la vista hacia la noche oscura. Había llegado el momento de revelar su dolor más profundo o alejarse de Kendall para siempre, antes de que fuera ella quien se alejara de él. Lo cual probablemente haría de todos modos. Se pasó la mano por la nuca.
– Jillian y yo nos conocimos cuando ella vino a vivir al pueblo. Era unos años mayor que ella pero nos hicimos buenos amigos y así seguimos hasta acabar el instituto.
– ¿Sólo amigos? -preguntó Kendall.
– Sí, sólo amigos.
– Pero tú querías más.
Rick se encogió de hombros.
– Yo era un chico y ella una chica guapa. Por supuesto que quería más. -Rick quería explicar lo sucedido de la forma más sencilla posible, sin emociones ni golpes de efecto-. Cuando acabé el instituto, iba y volvía todos los días a Albany a estudiar en la universidad y prepararme para el ingreso en el cuerpo de policía. Jillian también iba y venía y, al acabar el tercer año de universidad, volvió a casa a pasar el verano.
– Embarazada. -Kendall le puso una mano en el brazo y él se la cubrió con la suya.
– De cuatro meses.
Kendall exhaló un suspiro.
Aunque Kendall le había obligado a contarle la historia, su presencia y apoyo significaban mucho para él en esos momentos. Ella era la única persona con quien le apetecía compartir su pasado. También era la única con quien quería compartir su futuro. Esa idea le impactó con la fuerza de una bala y tomó aire sorprendido.
– ¿Estás bien?
– Sí. -«Sí, ya.»
– Pues acaba la historia -le instó suavemente.
Hizo acopio de fuerzas desde lo más profundo de su ser. Ya no sentía nada por Jillian, de eso estaba convencido. El hecho de contar la historia no le suponía enfrentarse a emociones descarnadas ni al amor perdido. Pero sí debía asumir una pérdida. Una que nunca antes había reconocido plenamente. Porque la marcha de Jillian había representado el final de la vida que siempre había querido. La vida que había asumido que nunca tendría.
O que pensaba que había asumido hasta que conoció a Kendall. En cierto modo, aquella trotamundos había reavivado su deseo de formar una familia que creía haber superado. Lo irónico de la situación era que, aunque ella hubiera alimentado ese anhelo, no podía satisfacerlo.
Pero Rick no podía culpar a Kendall, porque había sido sincera con él desde el principio. Como había carecido de amor, cariño y estabilidad en la vida, pensaba que no era propio de ella echar raíces. Ni confiar en la palabra u obra de nadie. Sin embargo, sabía cómo ofrecer e inspirar esos sentimientos maravillosos en otras personas, en Hannah y en Rick, aunque le diera miedo estirar la mano y procurarse esas cosas para sí misma.
– ¿Rick? -pronunció su nombre con vacilación-. Si te cuesta hacer esto…
– No me cuesta. -No podía obligarla a quedarse, pero podía hablarle claramente y esperar que ella misma se convenciera. La honestidad que había mostrado con él exigía la misma sinceridad. Hizo acopio de valor para continuar-: Jillian le dijo al padre de la criatura que estaba embarazada pero él justo había acabado la carrera y no estaba preparado para comprometerse.
– Pues tenía que haberlo pensado dos veces antes de acostarse con ella -espetó Kendall indignada.
– No te digo que no. -Soltó una carcajada amarga-. Se encontraba en un estado demasiado avanzado para abortar y sus padres la echaron de casa. Fue una escena propia de un melodrama, no de la realidad. Al menos no de la realidad de Yorkshire Falls. Yo vivía en un pequeño apartamento alquilado cerca de la estación y Jillian se presentó allí. Vino a vivir conmigo y, a partir de entonces la cosa se enredó.
– Aja. Esa descripción es demasiado escueta. Demasiado en blanco y negro. -Kendall se apoyó en la barandilla y lo miró con escepticismo.
Lo observó como si no sólo supiera qué pensaba sino qué sentía. Jillian también lo había conocido, pero en un sentido más superficial. Sabía que la acogería y que nunca le fallaría. Pero no lo entendía ni se había molestado en averiguar qué pensaba. Antepuso sus necesidades a todo lo demás, actitud que se prolongó incluso después de que se casaran y de que superara el pánico a la incertidumbre.
Pero ahora tenía a Kendall delante, preguntándole sobre su pasado, sus sentimientos. Era obvio que le importaban los motivos de sus actos. Además de importarle su felicidad. Sabía por experiencia que esa cualidad escaseaba y por eso la valoraba todavía más. Nadie había conocido tan bien a Rick como él sentía que Kendall lo conocía.
– Lo que sentías por Jillian no fue sólo una cuestión de hormonas, ¿verdad? -preguntó Kendall.
Esa pregunta confirmó lo que estaba pensando. Lo conocía bien. ¿Tan bien como para saber lo que sentía por ella? Lo dudaba, aunque sólo fuera porque hasta el momento se lo había ocultado, incluso a él mismo.
Quería a Kendall. Y esas emociones estaban ahora a flor de piel si ella quería reconocerlas y aceptarlas. Quería que formara parte de su futuro porque la amaba. Aunque no tuviera ni puñetera idea de lo que iba a hacer al respecto.
Como policía que era, Rick no estaba acostumbrado a quedarse de brazos cruzados y, en cuanto advertía algo, actuaba. Se negaba a mirar atrás y no poder decir que lo había dado todo por la persona, cosa o situación que fuera. Estiró las piernas lo máximo que le permitió el reducido espacio y miró a Kendall.
Una brisa húmeda alborotó el pelo de ella, cuyos labios discretamente pintados dibujaban una mueca, esperando que él le diera una respuesta. Pero mientras Kendall aguardaba, tensa y rígida, a que le explicara lo que había sentido por su ex mujer, no se imaginaba que lo único que Rick era capaz de pensar era en lo que sentía por ella en esos momentos.
– ¿Por qué estás tan convencida de que lo que sentía por Jillian iba más allá del deseo de ayudar a una amiga?
Kendall se encogió de hombros, pero Rick advirtió que el gesto escondía algo más que un rechazo momentáneo.
– Eres todo un caballero, pero ni siquiera tú sacrificarías tu vida casándote con alguien a quien no amases. Los favores y la buena voluntad tienen un límite, incluso para Rick Chandler -dijo con ironía-. No me malinterpretes, pero para casarte con ella tenía que importarte mucho. -Respiró hondo-. Tenías que quererla.
Rick arqueó una ceja, sorprendido de que empleara esa palabra en aquella conversación tan delicada.
– Jillian era algo más que una amiga para mí -reconoció-. La atracción sexual siempre había existido. Mentiría si dijera que eso no hizo que casarme con ella fuera más fácil.
Kendall lo miró boquiabierta.
Le pareció que Kendall estaba conteniendo la respiración. Le acarició la suave mejilla con un dedo.
– Con la perspectiva que da el tiempo, puedo decir que lo que me gustaba era lo que Jillian suponía. La idea de la vida que podíamos tener juntos. La unión familiar perfecta. -Negó con la cabeza al recordar lo joven e ingenuo que había sido. Entonces se dio cuenta de lo complicada que habría sido su vida si el padre del bebé no hubiera entrado en razón-. Madre, padre, bebé. Joder, estuve a punto de comprar un perro para que representáramos la estampa perfecta.
Se volvió hacia Kendall y se puso de rodillas, elevándose por encima de ella lo suficiente para mirarla a la cara, para hacerse entender.
– Me importaba lo suficiente como para convencerme de casarme con ella, pero no la quería.
¿Eran imaginaciones suyas o ella acababa de exhalar un suspiro de alivio? Rick tenía ganas de sonreír, de besar aquellos labios que seguían esbozando una mueca, pero se contuvo porque sabía que tenía más cosas que decir.
– Esa vida que creía tan perfecta habría sido como llevar una soga al cuello, de la que nunca me habría librado.
Ella lo miró con expresión dulce.
– Tuvo suerte de tenerte. Pero tienes razón. Si dos personas se casan por los motivos equivocados acaban haciéndose desgraciadas la una a la otra. De todos modos, nunca se dio cuenta de la suerte que había tenido, ¿verdad?
– Pues la verdad es que sí. Las primeras Navidades me mandó una carta. Era una mezcla de disculpa y agradecimiento. Llevaba la vida que quería y era feliz. Eso es lo que siempre quise para ella.
– Pero ¿has soportado ese dolor todo este tiempo?
– He soportado la idea de haber perdido algo. Hasta ahora nunca me había dado cuenta de que Jillian no me quitó nada sino que me devolvió la oportunidad de vivir. -Era increíble lo que hablar le revelaba a un hombre. Hablar con la persona adecuada, corrigió.
Todas las barreras que había erigido se derrumbaron como si nunca hubieran existido. Era alguien con el agua al cuello, pero no tenía más remedio que asumir el riesgo.
– ¿O sea que ya no lamentas que se marchara? -preguntó Kendall.
Rick negó con la cabeza.
– Pues no. -En todo caso deseaba lo mejor para Jillian y, en su fuero interno, le agradecía que se hubiera marchado-. Si no se hubiera ido con el padre de su hijo, ¿qué demonios habría hecho cuando apareciste en el pueblo?
Kendall se rió pero el sonido que emitió no denotaba alegría.
– Me habrías echado una mirada por el pelo rosa y el traje de novia, me habrías dejado en casa de mi tía y habrías echado a correr.
– Y qué más. -Emitió un gemido.
– Bueno, no habrías tenido ninguna necesidad de fingir tener una amante, eso seguro. Y por tanto ninguna necesidad de mí.
Le cogió la cara entre las manos. ¿No sabía lo que sentía por ella? ¿No lo veía en sus ojos? ¿No oía las palabras aunque todavía no las hubiera pronunciado en voz alta?
Quizá fingía ignorancia. Él también la conocía bien. Sabía que si Kendall se enfrentaba al hecho de que la quería o de que ella sentía lo mismo por él, recaería en su comportamiento habitual y echaría a correr.
No pensaba permitir que eso ocurriera. Si es que estaba en sus manos evitarlo. Sopesó sus alternativas y se quedó sólo con una. Guardar silencio y seguir disfrutando de su compañía. Emplear un poco de psicología inversa y echarse atrás emocionalmente. Interpretar el papel del amante de verano de Kendall y dejar que fuera ella quien se diera cuenta de las cosas.
Rick acababa de enfrentarse a su pasado, Kendall se merecía el tiempo y la oportunidad de enfrentarse al suyo. Pero si él iba a por todas, se arriesgaba a perderla. Cielos, se arriesgaba a perderla de todos modos, pero con un poco de comedimiento y paciencia, por lo menos tenía alguna posibilidad. Su relación tenía alguna posibilidad.
No le cabía la menor duda de que la necesitaba. Siempre la necesitaría. Pero, por el momento, le haría creer que se trataba de una necesidad meramente sexual, al tiempo que haría todo lo posible por ofrecerle todo lo que le había faltado en la vida: la sensación de familia, seguridad, satisfacción y amor. Todo aquello que ella le daba a él de forma inconsciente.
De cuántas cosas tendría que acostumbrarse a prescindir de nuevo si fallaba y Kendall se iba y llevaba a su adorable hermana bocazas a Arizona y los dejaba a él y Yorkshire Falls atrás.