Capítulo 5

Kendall miró a su alrededor y le gustó el ambiente diferente de Norman's. Seguramente Norman habría sido observador de aves en otra vida porque en las paredes había fotografías de distintas especies y el techo estaba decorado con cajas nido.

– Rick siempre ha sabido aprovechar sus virtudes -estaba diciendo Raina Chandler, y Kendall regresó al presente-. Ya de niño se valía de su físico para seducir a las mujeres.

Izzy, copropietaria y mujer de Norman, asintió.

– A los doce años venía aquí y me piropeaba para ver si le regalaba un paquete de chicles. Imagínate a alguien como yo -se señaló el pelo cano y el cuerpo con unos cuantos kilos de más- creyéndose tan guapa como Cindy Crawford. Rick era un seductor.

Kendall se rió.

– Me lo creo. -Todavía lo era. Ataviado con unos vaqueros azules y un polo a rayas blancas y azules, era el paradigma del hombre sexy. Pero lo más importante era que tenía un gran corazón.

Le había presentado a su familia y amigos, personas afectuosas, encantadoras y que la habían tratado de forma muy diferente a las mujeres de la peluquería. Personas que le habían dado la bienvenida y la habían ayudado a olvidar sus problemas familiares durante un rato.

– Bueno, Kendall, ¿y cuánto tiempo piensas quedarte en el pueblo? -le preguntó Raina, y no era la primera vez que se lo preguntaba.

A Kendall cada vez le costaba más cambiar de tema.

– Pues…

– Ya la habéis acaparado bastante -intervino Chase, el hermano de Rick.

Con aquel pelo negro oscuro y los ojos azules, no se parecía a Rick ni a Raina. Por lo que Kendall había oído decir, tanto Chase como su hermano pequeño, Roman, que no estaba en la fiesta, se parecían a su padre. Según los rumores, los tres hermanos Chandler siempre habían causado sensación entre las mujeres. Chase era el más reservado de los tres.

– Chase, déjame pasármelo bien con la sobrina de Crystal.

– Yo diría que más bien la estás acribillando a preguntas -resopló Chase y luego tomó a Kendall del codo de forma caballerosa-. Me gustaría conocerla a mí un poco más. -Y sin esperar a que su madre respondiese, Chase la alejó de aquel grupo de mujeres.

– ¿Otro Chandler que rescata a mujeres en apuros? -le preguntó Kendall en cuanto estuvieron a solas.

Chase puso los ojos en blanco.

– No, qué va. Eso es cosa de Rick. Me he dado cuenta de que mi madre se estaba preparando para el Gran Interrogatorio y he decidido ahorrarte ese mal trago. -Apoyó un hombro en la pared y la miró de hito en hito, con sus ojos azules.

Le resultaría atractivo si no fuera porque su hermano le gustaba más.

– Te agradezco que intervinieras. Bueno, háblame de ti. Me parece que diriges el periódico local, ¿no?

The Gazette.

Hundió las manos en los bolsillos, un gesto tan propio de Rick que Kendall estuvo a punto de reírse.

– Eso mismo. Es un semanario, ¿no?

Chase asintió.

A diferencia de Rick, su hermano era un hombre de pocas palabras. A Kendall le caía bien, aunque sólo fuera porque se había ocupado de sus hermanos y se veía que era buena persona. Algo que todos los hermanos tenían en común. Kendall miró a Rick, que estaba hablando por el móvil y hacía gestos con la mano. Ella sonrió. Trabajaba incluso en las horas libres. Admiraba su dedicación al trabajo. Oh, sencillamente le admiraba.

– No te encariñes con él -dijo Chase rompiendo el silencio.

Kendall parpadeó y se volvió, avergonzada de que la hubiese visto observando a Rick de esa manera.

– No lo había planeado -repuso, pero le gustaría saber por qué Chase la había advertido sobre ello. Se mordió el labio inferior-. ¿Quieres decirme por qué?

– Pues en realidad no -adoptó una expresión misteriosa-, pero te lo diré. Rick te dejará antes de que intimes con él.

– ¿Por su matrimonio anterior? -preguntó sin pensarlo dos veces. Dudaba mucho que Chase se estuviera refiriendo al pasado de Rick.

El hombre entornó los ojos.

– ¿Rick te ha hablado de eso?

Kendall no le mentiría, ni siquiera para obtener información que preferiría que le contase Rick. Negó con la cabeza.

– No, pero lo dio a entender.

Chase asintió y dejó de fruncir el cejo.

– Bueno, digamos que cuando a un hombre lo dejan, tiende a volverse más cauto.

O sea que ése era el secreto. Kendall lo había imaginado y sintió una punzada en el corazón al pensar que una mujer había hecho sufrir a Rick.

– ¿Y? -preguntó Kendall; no quería que Chase se censurase a sí mismo y se guardase aquello, aunque intuía que el periodista siempre diría la cruda verdad, le gustase o no.

– No creo que le abra el corazón a ninguna mujer, y menos a una que está de paso. -Suavizó la voz para que el golpe doliese menos.

Chase le había caído bien desde el principio. Ahora lo respetaba. Sin embargo, el alma se le cayó a los pies. Sabía que sin motivo alguno, porque ella tampoco pensaba abrirle su corazón a Rick ni asentarse allí.

– ¿Es eso cierto? -preguntó Kendall sin perder la calma.

Chase ladeó la cabeza.

– Sí, lo es. Como sabrás, lo mío son los hechos.

– Hablas como un periodista -repuso Kendall con ironía.

– Es lo que soy -dijo él esbozando una sonrisa.

– Hay algo que me intriga. En el pueblo debe de haber al menos una docena de mujeres llamando a la puerta de tu hermano. ¿A todas les sueltas el mismo discurso?

– No, qué va. Mi madre era amiga de tu tía, y eso te convierte en parte de la familia.

De nuevo esa palabra. «Familia.» Los Chandler la pronunciaban cada dos por tres, pero para Kendall las cosas no eran tan sencillas. Sobre todo cuando se trataba de algo que ella nunca había tenido. Sintió un nudo en la garganta. Miró a Chase y asintió, agradecida.

Chase le levantó el mentón con las manos.

– Sólo trato de ayudarte, así que considera esta conversación como una especie de regalo de bienvenida al pueblo, ¿vale? Quizá algún día incluso me lo agradezcas.

Sí, tal vez se lo agradecería algún día, mientras, intentó no perder la compostura y asimilar que Chase acababa de decirle que iba a salir mal parada del asunto.

– Los periodistas no se basan en suposiciones, ¿no? -le preguntó.

– No. ¿Por qué lo preguntas?

– Porque estás suponiendo que seré yo la que se enamorará de tu hermano. -Se inclinó hacia Chase y le susurró al oído-: Noticia de última hora: no voy a quedarme aquí el tiempo suficiente como para que me hagan daño o me dejen plantada. Pero he dejado huella en más de un hombre. -Confiaba en que sus palabras resultaran proféticas. Ni dolor ni tristeza, al menos no para ella-. O sea que tal vez deberías advertir a tu hermano y preocuparte de sus sentimientos en lugar de los míos. -Se obligó a sonreír.

Chase soltó una carcajada. Por primera vez, rió de verdad y Kendall entrevió su lado más sexy, del que podría prendarse una mujer. Otra mujer, pensó con ironía. Ella ya se había prendado de Rick.

– Creo que ya sé por qué le gustas a Rick. Si necesitas algo mientras estés en el pueblo, llámame.

– Gracias. -Kendall le tocó el brazo de forma impulsiva.

– ¡Ejem! -El sonido de Rick carraspeando interrumpió aquel momento.

A Kendall le dio un vuelco el corazón. No se había dado cuenta de que le había echado de menos, pero ahora se alegraba de que hubiera acabado la llamada de trabajo, de que estuviera a su lado, lejos de los demás.

Oh, oh. Recordó la advertencia de Chase y se dijo a sí misma que debía andarse con cuidado mientras estuviera allí. Pero de todos modos se le aceleró el pulso y se le secó la boca, tal era la atracción irracional que sentía.

– ¿Qué pasa? -Rick tenía la mirada clavada en el contacto físico entre Chase y Kendall.

Ella se había alegrado tanto de verle que había olvidado por completo que tenía la mano apoyada en el brazo de Chase, y la apartó de inmediato al tiempo que éste soltaba la segunda carcajada de la velada.

– ¿Celoso? -le preguntó a Rick.

– Si no me hubieras enseñado que hay que ser un caballero delante de las damas, te diría que cerraras el pico.

Kendall contuvo una carcajada, aunque le gustaban las posibilidades inherentes a la sugerencia de Chase, a pesar de que sabía que no era lo más sensato.

Chase se volvió hacia ella.

– Había olvidado mencionarte durante nuestra conversación que, mientras estés con él, es posesivo. -La miró de manera harto significativa, luego le dio una palmada a su hermano en la espalda y se marchó riéndose y meneando la cabeza.

– ¿A qué viene todo eso? -le preguntó Rick con el cejo fruncido.

Kendall se encogió de hombros, sin saber por qué intereses velaba Chase, si por los de ella, los de Rick o los de ambos.

– Tu hermano acaba de hacerme una advertencia amistosa.

– Demasiado amistosa, diría yo. -La mandíbula le tembló de tensión y Kendall sintió la tentación de alargar la mano y acariciarle la barba incipiente y los músculos de la cara hasta que se relajase.

Se le formó un nudo en el estómago. ¿Tendría Chase razón? ¿Estaría Rick celoso? Ante aquella posibilidad, Kendall analizó sus propios sentimientos. Actuar de forma impulsiva en ese momento sería un error y se obligó a pensar con claridad. Los celos indicarían interés, algo que ya sabía que existía a juzgar por el encuentro en la casa. Lo sorprendente era que esa emoción no supusiera amenaza alguna para Kendall. ¿Cómo iba a serlo si incluso Chase, que conocía a su hermano mejor que nadie, había admitido que Rick no se comprometería a nada serio? Lo mismo que Kendall, que se marcharía antes de enamorarse o salir mal parada.

Puesto que eran hechos innegables, lo vio todo con claridad. ¿Por qué se oponía a la atracción? ¿Por qué no se lanzaba de lleno a la que prometía ser la aventura más apasionada de su vida? No había motivo para no aprovechar la oportunidad que ambos deseaban.

Kendall se acercó a Rick.

– Una advertencia amistosa no supone ninguna amenaza. -No quería que compitiese con su hermano mayor. Se acercó tanto a él que no podía respirar sin inhalar su fragancia varonil. Tenía bien claro que quería que el trato fuese real. Quería ser su amante hasta que se marchase del pueblo y no simplemente representar un papel en aquella farsa.

Ningún hombre la había afectado de esa manera ni le había despertado el deseo tan rápido como Rick. Sus relaciones anteriores habían sido como los traslados de una población a otra, rápidas y frías. Sólo Brian había intimado más con ella porque los dos se necesitaban mutuamente. Se habían encariñado el uno con el otro durante el proceso, pero nunca había sido nada serio. Lo que sentía por Rick era mucho más completo. La atracción sexual era intensa y la conexión emocional, segura y recíproca.

A Rick le habían hecho daño en una ocasión. No sabía quién ni cuándo, pero le ayudaría a sanar esa herida, del mismo modo que él la estaba ayudando a ella. Se había ofrecido a ayudarla desde el primer momento y la consolaba tanto como le despertaba una necesidad física que llevaba demasiado tiempo dormida. Los sentimientos de Kendall le importaban lo suficiente como para haber organizado aquella fiesta. Un gesto que ella creía sincero, y no un recurso para cimentar la idea de que eran amantes. Existían muchos otros modos de demostrar que estaban juntos… como el número que Rick había representado en la peluquería. Rick nunca había intentado mostrarse más afectuoso de la cuenta.

Hasta ese momento.

A ella ya no le preocupaba utilizarle para dejar atrás un trago amargo de su vida, no cuando era obvio que él quería la misma clase de relación que ella. Corta y placentera, pero repleta de recuerdos y sensaciones agradables que siempre llevaría consigo. Eran como dos almas gemelas buscando lo mismo. Rick parecía estar leyéndole el pensamiento porque la tomó de la mano y la arrastró hasta el salón trasero.


A Rick le encantaban las mujeres y no sabía qué eran los celos. La posesión le resultaba más extraña aún. Pero al ver a Chase y a Kendall enfrascados en una conversación y la mano de ella en el brazo de su hermano, sintió una quemazón intensa en el estómago. Sin detenerse a pensar en ello, arrastró a Kendall hasta el salón trasero de Norman's.

– ¿Rick?

Él no le hizo caso. Quería decirle muchas cosas, pero no delante de los demás. Gimió, molesto, y abrió la puerta más cercana, que era la del baño de mujeres. Por suerte, estaba vacío.

– Rick, dime algo…

Rick la interrumpió, la abrazó con fuerza y selló los labios de ella con los suyos. La calidez de Kendall acabó con las horas de frustración que Rick había experimentado hasta asegurarse de que la aceptaban en el pueblo. Kendall le había despertado unos instintos carnales que había ignorado durante demasiado tiempo. O tal vez nunca se había sentido así, pero lo cierto era que ahora lo sentía en toda su plenitud. El corazón le palpitaba en el pecho y la entrepierna le vibraba con fuerza contra los vaqueros, mientras le hacía el amor con la lengua, imitando el acto que su cuerpo tanto ansiaba.

Ella le devolvió el beso y respondió a todos sus movimientos con pasión. La entrega carnal de Kendall le hizo olvidar el enfado y la frustración de antes, y la quemazón en el estómago se intensificó. La llama que aquella mujer había encendido ardía con tal furia que Rick apenas podía controlarla. Sin embargo, sí fue lo suficientemente sensato como para cerrar la puerta del baño con pestillo.

Rick necesitaba estar con ella a solas y consolidar la relación. Mientras Kendall estuviera en Yorkshire Falls, quería saber que era suya. En el pasado, ya había perdido a una mujer por no haber sido previsor. No pensaba repetir su error con Kendall.

Pero de momento las palabras podían esperar. Le introdujo la lengua en la boca y alargó el brazo hasta tocarle el trasero. Kendall gimió y se acercó más a él, cuerpo contra cuerpo, por lo que Rick sintió ganas de bajarle los pantalones de cuero y penetrarla.

De repente, Kendall levantó la cabeza, con los ojos brillantes y los labios húmedos por el beso.

– Tenemos que hablar.

Aunque Rick había pensado lo mismo minutos antes, en ese momento estaba excitado y sólo quería introducirse en su cálido interior y hacerla suya. Tampoco es que pensara satisfacer su pasión allí. Cuando le hiciera el amor, no habría teléfonos ni personas ni distracciones.

Pero en aquel momento, pese al deseo que transmitían los ojos de Kendall, tenía el cejo fruncido y parecía preocupada.

– ¿Qué pasa?

– Creo que deberíamos dejar las cosas claras. -Se relamió los labios húmedos-. Establecer los parámetros y eso.

– Vale. -Rick la había arrastrado hasta allí por los mismos motivos.

– Me marcharé cuando la casa esté lista para venderse.

– Lo sé. -Eso era lo que le provocaba un nudo en el estómago. Rick había mantenido una relación en que había sido abandonado por otro hombre, y eso lo había pillado desprevenido. Desde entonces, se había mostrado distante con las mujeres y se había dicho que no volvería a salir mal parado. Pero al ver la abrumadora reacción que Kendall le había provocado, se dio cuenta de que no tenía por qué haberse esforzado por guardar las distancias con las mujeres. Ninguna le había afectado con tal intensidad.

Sin embargo, antes siquiera de que la relación comenzase en serio, Kendall ya estaba pensando en marcharse. Al menos esta vez no podría decir que no le habían avisado. Debería agradecerle que fuera sincera con él ahora, antes de que se prendase de un sueño imposible. Pero sabiendo lo mucho que Kendall le atraía, se percató de que tendría que esforzarse, y mucho, para que no le robase el corazón.

Empezaría en ese preciso instante. Se encogió de hombros con naturalidad.

– Ya sabes que no me van las relaciones a largo plazo -le dijo. Se le agrandó el nudo del estómago. No era una buena señal.

Al oír las palabras de Rick, la expresión de Kendall reflejó sus emociones. Bien, pensó Rick. Tal vez estuviera más afectada de lo que quería demostrar. Al menos así estarían en igualdad de condiciones.

– Entonces tenemos un trato. Una aventura a corto plazo. -Ella se mordió el labio inferior.

Otro signo de vulnerabilidad, pensó Rick. Aquella conversación no le resultaba cómoda a Kendall y él se dio cuenta de que estaba forzando la situación.

Por el bien de ambos, decidió seguirle el juego.

– ¡Qué remedio! Soy el ligón del pueblo -dijo en tono alegre.

La mujer se estremeció al oír esas palabras y Rick experimentó un placer perverso al comprobar que aquella exageración le molestaba. De todos modos, no quería distanciarla, sino acercarla, para aprovechar al máximo la situación mientras durara.

Si Kendall pensaba marcharse tal como había prometido, quería pasar con ella el máximo tiempo posible, y así se lo diría. Le acarició la mejilla.

– Pero mientras estés aquí, soy todo tuyo.

Kendall se relajó y se acercó a él. Los dos eran conscientes de lo que se avecinaba. Kendall le tentó con los labios y Rick bajó la cabeza para darle otro beso arrebatador, pero antes de llegar a tocarle la boca, alguien llamó a la puerta.

Kendall se sobresaltó y se dio un golpe en la cabeza con el secador de la pared.

– ¡Ay!

Rick le pasó la mano por el pelo recién cortado.

– ¿Estás bien?

Kendall asintió.

– Un momento -le dijo a la persona que estaba al otro lado de la puerta. Luego se volvió hacia Rick con mirada interrogante-. ¿Y ahora qué?

– ¿Que qué quiero ahora? ¿O es una pregunta retórica? -El corazón le palpitaba con fuerza y el cuerpo no sólo le indicaba lo que deseaba sino también lo que necesitaba. Rick tenía mucha labia, pero en ese instante lo único que servía era la verdad pura y dura-. Quiero llevarte a casa. -La casa de ella o la de él, le daba igual, siempre y cuando hubiera una cama. Le tendió la mano.

Kendall puso la palma sobre la suya.

– Espero que sea una invitación -dijo ella, sonriendo con lascivia.

– Una invitación muy, pero que muy personal -contestó él arrastrando las palabras con deliberación.

Kendall se sonrojó. Rick sujetó el pomo de la puerta. En cuanto salieran, pensaba dar las gracias a todos, despedirse rápidamente y marcharse. No llegaron más allá del vestíbulo. Nada más salir del baño, saltaron sobre ellos.

– ¡Rick! -Su cuñada Charlotte la abrazó.

– Vaya sorpresa -dijo él en medio de su melena, ya que no podía zafarse de su abrazo-. Creía que estabais en Washington.

– Estábamos -oyó decir a Roman desde detrás de Charlotte.

Roman y Charlotte viajaban constantemente entre Yorkshire Falls, donde Charlotte tenía su negocio, y Washington, donde Roman trabajaba para The Washington Post como columnista de opinión.

Charlotte soltó a Rick, sobre todo porque Roman le apartó los brazos, y luego fulminó a su mujer con la mirada. Rick se habría reído de aquel gesto posesivo, como había hecho otras veces en el pasado, pero recordó cómo había reaccionado él mismo al ver a Chase y Kendall juntos, y comprendió un poco más a su hermano pequeño.

– Nos enteramos de que había muchas novedades en el pueblo y hemos venido en cuanto hemos podido. -Charlotte sonrió.

– Raina os pidió que vinierais, ¿no? -conjeturó Rick.

– No, nos dijo que creía que nos gustaría conocer a tu nueva amiga -repuso Roman-. Supongo que es ella, ¿no?

Rick miró a Kendall a tiempo de verla mover la cabeza de un lado a otro mientras trataba de seguir la conversación a tres bandas.

Antes de que Rick llegara a presentarla, Kendall intervino.

– Soy ella -afirmó con la cabeza-. Es decir, yo soy ella. Soy Kendall Sutton.

Roman sonrió.

– Encantado de conocerte. -Le tendió la mano y Kendall se la estrechó.

– Igualmente -repuso Kendall.

– ¿Sabías que Roman me besó por primera vez en este vestíbulo? ¿Lo recuerdas? -dijo Charlotte, tras lo cual se volvió hacia su marido y lo devoró con la mirada, haciendo que los demás se sintieran fuera de lugar.

En otra época, Rick habría puesto los ojos en blanco y se habría reído. También hubo otra época, antes de su matrimonio y su divorcio, en que se habría preguntado si alguna vez él sentiría esa atracción por una persona. Como la que habían sentido sus padres. Como la que Roman y Charlotte sentían ahora. Tras el divorcio, se había pasado más tiempo huyendo de las relaciones y los compromisos que valorándolos. Sin embargo, al ver a los recién casados, Rick sintió una emoción nueva: envidia. Quería que Kendall lo mirase de esa manera.

Recordó la ocasión en que había observado a su mujer embarazada y había visto algo más que a una amiga en apuros. Y, creyendo que era suya por ley y por palabra, se había permitido el lujo de bajar la guardia, ya que jamás se habría imaginado que Julian lo abandonaría y lo dejaría solo.

Rick miró a Roman, que lo observaba extrañado, luego a Charlotte, que sonreía con alegría, y por último a Kendall, que parecía confundida.

– Ya nos íbamos -dijo Rick. Quería sacar a Kendall de allí y retomar lo que habían dejado a medias. Le apetecía centrarse en el aspecto físico y olvidar la influencia emocional que Kendall ejercía… además de que, cuando su familia se juntaba, las emociones y el pasado siempre estaban demasiado a flor de piel.

– ¿Ahora? -preguntó Charlotte-. Pero si acabamos de llegar.

– Y en un tiempo récord -añadió Roman-. Lo mínimo que podrías hacer es quedarte un rato.

– Sólo le ha parado un poli. -Charlotte pareció enorgullecerse de ello, y luego miró a Rick-. Es decir, sólo le ha parado un agente que cumplía con su deber, y que tenía un motivo de peso para pararnos.

– ¿Ibas sentada en el regazo de Roman mientras conducía? -preguntó Rick.

Charlotte se sonrojó.

– Algo así.

– Nos quedaremos un rato -Kendall le tiró de la camisa-, ¿no, Rick? Querías que conociera a tu familia y, además, he oído hablar mucho de la tienda de Charlotte. Me gustaría charlar con ella.

– Y ella también quiere conocerte. Por mi parte, yo quiero que mi hermano me ponga al día. -Roman sonrió.

Rick gimió. ¿Ponerle al día? Y una mierda, pensó. Roman y él habían hablado por teléfono la noche anterior. Pero teniendo en cuenta que su hermano seguía siendo ese pelmazo a quien Rick siempre había querido, seguramente estaba echando por la borda y a propósito el plan de Rick de estar a solas con Kendall. Y encima se lo estaba pasando en grande.

Pero Rick no pensaba permitir que su hermano le ganase la partida. Ya tendrían tiempo de estar con la familia al día siguiente y, sin embargo, no sabía cuánto tiempo le quedaba con Kendall. Y esa noche la deseaba y necesitaba.

– Estoy seguro de que Charlotte está agotada después de volar hasta Albany y de conducir durante más de una hora. -Clavó la mirada en su cuñada confiando en que recordara que le debía un favor.

Cuando se habían producido los robos de bragas y Roman era el principal sospechoso, Charlotte había descubierto que Samson, el loco del pueblo, era el autor de los mismos. Sus motivos habían sido bienintencionados: el anciano creía que así conseguiría que Charlotte tuviese más clientes. Charlotte había informado de ello a Rick, pero se negó a declarar y juró que negaría haber descubierto la verdad si Rick arrestaba a Samson. Rick había dejado en libertad al anciano y había archivado el caso como no resuelto, así que Charlotte estaba en deuda con él; y había llegado el momento de saldar cuentas.

Rick continuó mirándola fijamente hasta que ella parpadeó. Luego bostezó y estiró los brazos.

– Tienes razón, Rick. Estoy molida. ¿Desayunamos juntos mañana?

Roman gimió de forma exagerada.

– Vale. Me llevaré a Charlotte a casa para que descanse y los dos podáis retomar lo que estabais haciendo antes de que llegáramos. -Miró de forma harto significativa hacia la puerta del baño de señoras.

Kendall suspiró.

– Ya sé que parece increíble, pero te juro que…

– No hace falta que expliques nada -contó Charlotte-. Teniendo en cuenta que Raina está en la otra sala, estoy segura de que sólo queríais estar a solas.

Kendall se rió, pero a Rick no le hacía ninguna gracia, porque quería estar a solas con Kendall de inmediato. Se despidió de su hermano y Charlotte con un gesto de la cabeza.

– Nos vamos.

– ¿Desayunamos juntas mañana? -preguntó Charlotte a Kendall mientras Rick se la llevaba de allí.

– Me parece bien.

– A las nueve en punto -le gritó Charlotte, tras lo cual rompió a reír junto con Roman.

Rick no volvió la vista y no se detuvo hasta que llegó a la calle.

– Has sido un poco grosero con Roman y Charlotte -le reprendió Kendall en cuanto la puerta de Norman's se cerró tras ellos.

– Son recién casados, lo entenderán. -Le apretó la mano con más fuerza.

Tenía la piel tan cálida como ella caliente el cuerpo.

– Vivo ahí arriba. -Rick señaló un callejón que estaba junto a El Desván de Charlotte.

Kendall miró hacia la esquina.

– Sabía que vivías en el pueblo, pero no dónde.

– Cuando Roman y Charlotte se casaron, me trasladé al apartamento de ella y ellos se compraron una pequeña casa en la nueva zona urbanizada.

Aunque Rick hablaba de cosas triviales, ella sabía que su intención era cualquier cosa menos trivial. Rick se calló y esperó a que Kendall diera el siguiente paso. Él vivía allí mismo y quería saber si ella le acompañaría, si dormiría con él, si haría el amor con él. Kendall sintió un estremecimiento que le recorrió el cuerpo lentamente, una vibración larga y placentera que comenzó como un pequeño nudo en el estómago y acabó con una inconfundible palpitación en la entrepierna.

Sus miradas se encontraron y Kendall tragó saliva. Nunca había sido consciente de que un hombre la deseara tanto. Nunca había disfrutado tanto de ello ni respondido a aquella necesidad palpitante. Nunca había deseado tener a nadie en la cama y dentro de su cuerpo como deseaba a Rick en esos instantes.

Kendall era impulsiva por naturaleza, pero esta vez lo había pensado con calma. Le sonrió a Rick.

– Tú primero.


Raina observó la archiconocida decoración con cajas nido y a las personas que llamaba amigos charlando entre sí. Mientras tanto, ella estaba allí sentada, sola.

– Maldita sea -farfulló.

Detestaba estar quieta mientras a su alrededor pasaba de todo. Rick había sacado a Kendall de Norman's delante de sus narices, obviamente para estar a solas. Al parecer, no la necesitaban para nada. Entonces, ¿por qué seguía fingiendo problemas de corazón, una farsa que le impedía ser el centro de atención?

– ¿Pasa algo? -le preguntó Eric sentándose a su lado.

– Ya era hora de que vinieras -se quejó Raina. Aparte de ser su galán, Eric también era el médico del pueblo. Para desesperación de Raina, Eric se había parado a hablar con todos sus amigos y pacientes, mientras ella le esperaba al fondo de la sala. Le habría gustado ir a su encuentro para llamarle la atención, pero no podía hacerlo sin que se fijasen en ella.

Eric se rió de forma campechana.

– ¿Te sientes limitada por tus propias payasadas? Ya te dije que lo de fingir la enfermedad no era buena idea.

– ¿Lo dice el médico o…? -Raina se calló. No sabía muy bien cómo acabar aquella pregunta.

– Lo dice alguien que se preocupa por ti.

Las palabras de Eric la reconfortaron, y reflejaban lo mismo que ella sentía por él. Puso la mano sobre la de él y lo observó atentamente, maravillada por su aire distinguido. El pelo entrecano y los rasgos curtidos le conferían un atractivo que lo hacía destacar de los solteros mayores de Yorkshire Falls. Por primera vez en años, Raina notó que el corazón le palpitaba al mirar a un hombre y deseó la libertad necesaria para materializar sus sentimientos.

– ¿No ha llegado el momento de poner fin a esa farsa? -le preguntó Eric.

– Eso mismo estaba pensando. -De entre todas las emociones que la embargaban en ese momento, la culpa era la principal. Se sentía culpable por haber engañado a sus hijos y permitir que se preocupasen sin motivo real. Aunque su supuesta enfermedad había unido a Roman y a Charlotte.

Hasta la semana anterior, Rick era un caso perdido, pero ahora el futuro le sonreía. Raina le había enviado a todas las mujeres que reunían los requisitos mínimos, pero no habían saltado chispas. Hasta la llegada de Kendall.

Sin embargo, habían iniciado la relación sin mediación de ella.

– Tal vez tengas razón. -Suspiró-. Podría confesar…

– Y empezaríamos a salir sin tener que escondernos -dijo Eric.

– Ni te imaginas lo fabuloso que sería.

– Entonces haz algo al respecto. -Parecía retarla.

– Tengo que encontrar el momento adecuado. -¿Acaso habría un momento adecuado para explicar a sus hijos que los había traicionado?

– Te quieren. Te perdonarán -dijo leyéndole el pensamiento.

– Eso espero. -Pero no estaba muy segura.

– ¿Vendrás luego a casa? He alquilado varios DVD.

Lo miró a los ojos, encantada del interés que demostraba.

– Por supuesto. ¿Vendrás a recogerme para que nadie vea mi coche aparcado fuera de tu casa? -Dio unos golpecitos en la mesa con los dedos, incapaz de creer que estuviera planeando aquello como una adolescente a la que le han prohibido salir con su novio. Pero puesto que le habían diagnosticado problemas de corazón, no tenía justificación para conducir hasta casa de Eric y quedarse allí buena parte de la noche.

– Te recogeré donde quieras. -Se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla-. Pero ¿por qué no te llevo a casa desde aquí y luego te traigo de vuelta?

– Me parece perfecto. Le diré a Chase que está libre de servicio.

– Y yo paso a estar de guardia -Eric sonrió-. Excelente idea.

Raina sonrió complacida. Si Rick y Kendall se sentían tan plenos como ella, Eric tenía razón. Había llegado el momento de confesar, porque ya no necesitaban su ayuda.


Rick llevaba a Kendall de la mano. Ella entró en el apartamento y percibió su aroma de inmediato. Cada vez que inhalaba, olía su fragancia masculina, lo cual excitaba sus sentidos ya de por sí excitados.

Rick dejó las llaves sobre un pequeño mueble. Aquel tintineo, junto con la puerta que se cerraba y el cerrojo que se corría, contribuían al ambiente erótico y eran un preludio de lo que se avecinaba.

Rick se volvió hacia ella.

– Hogar, dulce hogar.

Sólo había una luz al fondo del pasillo, pero le bastó para observar alrededor y comprobar que la madera oscura y la decoración austera le recordaban a Rick.

– ¿Qué te parece? -le preguntó él frunciendo los labios.

– Es como tú.

– Esta noche será como nosotros -dijo Rick en una especie de gruñido grave que despertó en Kendall una necesidad largo tiempo olvidada.

El hombre la atrajo hacia sí y, lo que comenzó siendo un beso lento y seductor, acabó descontrolándose. Las horas que habían pasado en Norman's habían servido para aumentar su deseo y, mientras Rick le introducía la lengua en la boca, Kendall supo que estaba tan desesperado como ella. Para alguien cuyo mundo se estaba trastocando, resultaba tranquilizador pensar que no estaba sola.

Para cuando Rick interrumpió el beso para llevarla hasta el dormitorio, Kendall ardía de pasión. Se dijo que estaba comenzando una aventura, pero temía que los sentimientos que les unían indicaran algo mucho más profundo. Algo que ella no podía plantearse ahora ni nunca.

Rick se le acercó por detrás y Kendall se volvió para ver que ya se había quitado la camisa y que sólo llevaba los vaqueros, desabrochados. Tenía el pecho moreno y musculoso y, al observarle el vello y los pezones oscuros, sus pechos se endurecieron a modo de respuesta.

– Mientras estábamos en Norman's, me moría de ganas de estar a solas contigo.

– Te entiendo perfectamente. -Kendall sonrió-. Yo sentía lo mismo.

Rick le clavó la mirada.

– Pues el que te quedaras hablando con Charlotte no ha ayudado a que llegáramos antes.

– Una parte de mí quería ser cortés y la otra necesitaba hablar de negocios. -Cogió el borde festoneado de la camisa de encaje y lo provocó subiéndosela lentamente-. Pero me has hecho ver que todo eso podía esperar. -De repente, se quitó la camisa por la cabeza y la dejó caer al suelo junto con el resto de la ropa amontonada-. El placer es mucho más importante -confirmó acercándose a Rick y dejando que su pecho desnudo, apenas cubierto por una fina camisola, rozase el de él.

– Estoy de acuerdo. -Rick la sujetó por los hombros y le recorrió la piel con movimientos circulares de los pulgares. Su cuerpo adoptó un ritmo similar, y sus caderas y pecho presionaron el de ella-. Mira cómo me has puesto.

– Ya lo noto. -Sus pezones, sensibles, rozaron la tela; aquella prenda fina era un obstáculo molesto, porque lo que quería sentir era la piel masculina.

– Y eso no es todo. -Rick rotó las caderas y dejó que el bulto de la erección creciente palpitase y se apoyase en el vientre de Kendall. Aquel acto erótico la afectó sobremanera, tanto física como emocionalmente. Presionó su propia entrepierna contra él; quería sentir cómo su cuerpo cobraba vida e intensificaba las sensaciones para desterrar así cualquier atisbo de sentimiento.

Rick gimió y se hizo a un lado. Las palabras sobraban mientras se desvestían rápidamente, desesperados por unir sus cuerpos. Rick la alzó y la tumbó en la cama, y mientras se colocaba sobre ella, Kendall se refugió en aquel contacto carnal que tanto le gustaba. Suspiró de placer y se dio cuenta de que el sonido resonó entre ellos.

Sin previo aviso, Rick se irguió; su cuerpo se alzaba imponente sobre el de ella, con los muslos a ambos lados de su vientre, mirándola de hito en hito.

– Nunca he deseado a una mujer como te deseo a ti.

Kendall se emocionó.

– Yo tampoco. -Quería ser honesta, aunque se recordó que no debía apegarse demasiado a Rick ni a la situación.

– Joder, espero que no. -Se echó a reír él.

Kendall rebobinó mentalmente y se dio cuenta de lo que acababa de decir. Se sonrojó, pero agradeció esos instantes de alegría. No les convenía tomarse en serio esa experiencia.

– Me refería a que yo tampoco he deseado así a otro hombre.

Rick le acarició la mejilla.

– Me alegro de veras.

Envalentonada, Kendall sonrió.

– Pues demuéstralo.

– Es lo que pienso hacer. -Rick abrió el cajón de la mesita de noche y sacó un condón-. Kendall…

– Sí?

– Los guardo por pura costumbre; Chase nos dijo a Roman y a mí que si alguna vez no estábamos preparados, no sólo seriamos irrespetuosos con nosotros mismos, sino también con las mujeres con las que estuviéramos.

Kendall se emocionó de nuevo al darse cuenta de lo muy unidos que estaban los Chandler, una unión que ella nunca había sentido con nadie, salvo quizá con su tía; pero había sido durante una época muy breve y los recuerdos alegres le resultaban demasiado dolorosos en vista del vacío que había dejado tras su muerte.

– Para ser un hombre de pocas palabras, tu hermano las escoge de forma sensata. -Miró a Rick.

Rick asintió.

– Es el periodista que lleva dentro, pero no me refería a eso.

– ¿A qué te referías?

Se le tensó el rostro.

– A que los guardo aquí, pero nunca los he usado. -Sacó la caja y la vació en el colchón-. Once más el que tengo aquí, doce -dijo, sosteniendo en alto uno de los envoltorios.

Rick no tenía que añadir nada más ni explicarle qué significaban sus palabras o actos. Nunca había llevado a una mujer a aquella casa y quería que Kendall lo supiera. Ella sabía que Rick había estado con muchas mujeres, pero nunca allí. Tragó saliva.

En lugar de reaccionar, optó por tomárselo a la ligera.

– ¿Cuántos crees que usaremos esta noche?

Rick la miró con expresión seria durante unos instantes. Ella no sabía si aceptaría el juego o si querría adentrarse en emociones que Kendall prefería que no se comentasen.

Sin embargo, él se limitó a sonreír para restarle importancia a ese momento.

– ¿Por qué no lo averiguamos?

Kendall lo observó colocarse la protección rápidamente y luego deslizó las manos por sus muslos. La piel fuerte y curtida de Rick contrastaba con la piel blanca de ella, lo que tornaba mucho más intensas la masculinidad y la virilidad de él.

Rick le separó las piernas con las palmas de las manos, deslizó el extremo del pene en su interior y ella jadeó. Duro y suave, ardiente y tierno, su cuerpo entró en el de ella, abriéndola, consumiéndola. Kendall respiró hondo, asombrada por las intensas sensaciones que despertaba aquel sencillo acto. Pero ni Rick Chandler ni lo que ella sentía por él era sencillo.

Antes de que pudiera seguir pensando, Rick la embistió y la penetró por completo. El deseo se apoderó de ella, reavivó con fuerza el fuego que él ya había encendido y la arrastró hacia un torbellino de sensaciones embriagadoras.

– Rick -dijo ella sin tan siquiera pensarlo, y los ojos de él brillaron de pasión y necesidad.

Los cuerpos estaban tan unidos que era imposible distinguirlos, pero de repente Rick se detuvo. Los brazos le temblaron por el esfuerzo que le supuso contenerse.

– Has parado -murmuró Kendall-. ¿Por qué?

Rick se inclinó hasta que su frente tocó la de ella.

– ¿Por qué tengo la sensación de haberte estado esperando toda la vida cuando apenas acabamos de conocernos?

Ojalá Kendall lo supiera. Abrió la boca para responder y obtuvo un beso como recompensa. Un beso cálido, exigente y entregado que le indicaba con claridad qué harían a continuación. No necesitaban preliminares sexuales. Cada momento que habían compartido desde que se habían conocido había formado parte de los preliminares.

Le recorrió la mejilla con la lengua hasta llegar a su boca.

– Quiero que estés mojada y lista -le dijo con una voz áspera y ronca que la excitó aún más.

– Lo estoy.

– Lo sé. -Rick salió de su interior para que sintiera cada una de las rugosidades de su lascivia y luego volvió a embestirla, introduciendo en su cuerpo deseoso cada uno de los resbaladizos centímetros de su intensa erección.

Cada embestida ponía a prueba su resistencia y la acercaba al límite, al climax. Se balanceaba al mismo ritmo que Rick, alzando las caderas para que la penetrara hasta el fondo, uniéndose a él hasta que el torbellino que se había iniciado el día que se conocieron tomó fuerza e hizo que ella subiera, subiera, subiera hasta entregarse a un olvido cálido, dulce y divino.

A medida que la realidad y las sensaciones volvían, Kendall supo que había cambiado para siempre, y no sólo porque hubiese hecho el amor con Rick, sino porque él había hecho algo insólito: le había demostrado que ella le importaba. No sólo una vez, y no sólo con el cuerpo, sino también con el corazón y el alma.


«Tomárselo a la ligera.» A Rick le bastó una mirada para percibir la batalla interna de Kendall. Lo comprendía, porque él sentía lo mismo. Se suponía que el sexo era algo sencillo.

Su relación no lo era.

Por el bien de los dos, haría lo que sus ojos le suplicaban.

– Hemos usado dos condones -dijo-. ¿Pasamos al tercero? ¿O debería compadecerme de ti y dejarte dormir un poco?

Kendall se rió, se relajó y se acurrucó a su lado.

– ¿Por qué tengo la impresión de que le estás dando la vuelta a la tortilla y me pones a mí de excusa cuando en realidad el que necesita descansar eres tú?

Rick se desplomó sobre las sábanas, exhausto.

– Me has pillado.

– Vale, lo admito, yo también estoy agotada.

– Supongo que entonces disponemos de tiempo para hablar.

Ella se volvió hacia Rick.

– ¿De qué?

Él se encogió de hombros. Le daba igual. Todo lo que supiera sobre ella valdría la pena. Todo lo que explicara su personalidad única, qué la convertía en una trotamundos que ansiaba el amor aunque no lo reconociese. Era así. Rick lo sabía, lo había presenciado esa noche.

Había visto su expresión de gratitud cuando le había mencionado la fiesta y, una vez allí, la había visto absorber, a pesar de la cautela, la cordialidad y la afectuosidad del mismo modo que una esponja absorbe el agua. Ese lado vulnerable le había atraído tanto como la mujer atractiva de ceñidos pantalones de cuero.

– Quiero saber qué es lo que te emociona. ¿Cuáles son tus propósitos, tus sueños? ¿Qué planes tienes, y no me refiero a limpiar la casa, sino a cuando te hayas marchado? ¿Piensas hacer de modelo en el futuro? -Lo dijo como si no le importara lo más mínimo. Por desgracia, comenzaba a darse cuenta de que no era así.

Kendall negó con la cabeza.

– No. Sólo hice de modelo con una finalidad. Como te habrás dado cuenta al verme con el pelo rosa, la vanidad no es lo mío. -Se rió y Rick notó la vibración en su cuerpo-. Pero diseño joyas y…

– ¿Ah, sí?

– ¿Te sorprende? -Se apoyó en el codo y lo miró de hito en hito-. ¿Cómo creías que me ganaba la vida?

El edredón se movió un poco dejándole al descubierto los pechos y, durante unos instantes, Rick no pudo pensar en nada.

Kendall se dio cuenta y volvió a taparse con el edredón.

– Compórtate y contesta.

– Bueno, sabía que hacías de modelo. Creo que no había pensado en nada más.

– Aah, vale. Sólo he vivido de mi atractivo. -Kendall sonrió y se le formaron aquellos hoyuelos que a Rick tanto le gustaban.

Rick sabía que bromeaba y le agradeció que bajase la guardia unos instantes.

– Eres guapa. ¿Por qué no sacarle partido?

– Me parece bien siempre y cuando no supongas que es lo único que tengo que vale la pena.

– ¿Me crees tan superficial? -Le recorrió el vientre con la mano, luego ascendió hasta el pecho y se lo rodeó con la palma-. Sé que tienes muchas otras virtudes.

Kendall suspiró, disfrutando del contacto.

– Enuméralas.

– ¿Eh?

– Enumera esas virtudes que dices que tengo. Demuéstrame que no te estás valiendo del encanto de los Chandler para meterte en mi cama.

– Corrígeme si me equivoco, pero creo que estás en mi cama.

Kendall dejó escapar un largo suspiro.

– Vale, para meterte en mis pantalones… por así decirlo.

– Corrígeme de nuevo si me equivoco, pero ya he estado ahí dentro. -Al pensar en ello, la entrepierna se le endureció y se colocó sobre Kendall.

– Sí, pero si quieres volver a entrar tendrás que enumerar esos supuestos atributos. -Lo miró a los ojos y sonrió.

Rick, complacido, se rió. ¿Cuándo fue la última vez que había disfrutado con la personalidad de una mujer en la cama?

– Tengo la impresión de que no quieres hablar de tus planes inmediatos ni de ti misma, pero te seguiré el juego.

– Adelante.

– Primero, eres guapa. No sé si es un atributo o no, pero lo eres. Segundo, eres lista.

– ¿A qué te refieres? ¿A que me quedara tirada en la carretera con un vestido de novia, Don Encantador? -Los ojos le brillaban de deseo y diversión. Los dos disfrutaban con aquellas bromas.

– Eres cariñosa y compasiva y, antes de que me lo preguntes, lo sé por cómo has tratado a la entrometida de mi madre, mi familia y amigos.

– Entonces te gusto, ¿eh?

Su entrepierna palpitó sobre su cuerpo a modo de respuesta.

– Sí -dijo con voz ronca-, me gustas. Ahora deja de eludir mis preguntas y dime lo que quiero saber. -No importaban las ganas que tuviera de estar dentro de ella, necesitaba que Kendall confiase más en él. Necesitaba saber que aquellos sentimientos eran recíprocos y cimentar esa conexión emocional sería el primer paso.

Durante años se había dicho que se negaría a conectar a nivel emocional con las mujeres, que no le volverían a hacer daño. Pero lo cierto era que Rick no controlaba en absoluto lo que sentía o dejaba de sentir. Nunca lo había hecho. Desde que había conocido a Kendall, se sentía como si una corriente lo arrastrara y quería que Kendall se sintiese igual. Aunque dudaba mucho que haber intimado con ella lo hiciera sentirse mejor cuando se marchara en el pequeño coche rojo, no podía controlar el impulso de querer saber más detalles sobre su vida.

Rick supuso que, puesto que Kendall no había hablado de sus planes, si lograba que lo hiciese sería como si le entregase una parte de su ser. Se dio cuenta de que su ex mujer nunca lo había hecho, y era algo que necesitaba de Kendall.

Rick le separó los muslos con las piernas y acercó el pene erecto a su calor femenino y húmedo.

– Y ahora, habla.

– Esto sí que es un interrogatorio policial de primera -dijo ella en un tono que transmitía deseo-. Pensaba ir a Arizona, a Sedona. A algún lugar artístico donde pueda aprender más sobre diseño y donde tal vez me haga un nombre y venda mis piezas. -Suspiró; le costaba admitir aquello, como si al revelar su mayor sueño se arriesgase a que no se hiciese realidad.

Aunque Rick sabía que lo pasaría mal cuando ella se marchara, en esos momentos quería complacerla.

– Si de verdad lo quieres, supongo que esos sueños se materializarán. Al fin y al cabo, ¿cuánto tiempo crees que tardaremos en arreglar la casa para que esté en condiciones para venderse? -La alentaba a marcharse aunque su corazón quería que se quedase.

– Si lo hacemos juntos acabaremos en un abrir y cerrar de ojos.

Rick creyó apreciar un tono nostálgico en esas palabras. Era obvio que estaba destinado a encontrarse con mujeres que preferían marcharse del pueblo. Para Kendall, cualquier lugar del país era preferible a Yorkshire Falls. Joder, de todos modos él no quería una relación seria, ¿no era eso lo que siempre se decía a sí mismo? Y hasta que había conocido a Kendall, era lo que había creído.

– Me aseguraré de que llegues a Arizona, Kendall. -Observó sus ojos brillantes y la penetró. Su cálido interior se contrajo alrededor de su miembro y dejó escapar un suave gemido de necesidad, lo cual hizo que Rick estuviese a punto de alcanzar el orgasmo en cuestión de segundos-. Pero, hasta el día que te marches, eres mía.

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