Capítulo 12

Aire fresco, el negro cielo nocturno y Rick a su lado. En un entorno tan idílico, Kendall fue capaz de respirar con normalidad mientras se acercaban al campo de rugby. Por primera vez en su vida se permitió ceder ante la idea de pertenecer a algún lugar y a alguien, y disfrutar de ello sin temor a que le quitaran ninguna de las dos cosas.

Miró a su alrededor. Tal como Rick le había prometido, una pantalla enorme cubría la parte donde estaba el marcador y la gente se había acomodado en el césped encima de mantas. Cogiéndola de la mano, Rick se abrió paso por entre la multitud, sin detenerse más que para saludar rápidamente.

– ¿Adonde vamos? -le preguntó Kendall.

– Ya lo verás. -Le tiró de la mano y la condujo hacia las gradas descubiertas, que también estaban atestadas.

– Hasta el momento, no puede decirse que me impresione el nivel de intimidad -bromeó.

Rodearon las gradas y caminaron más allá de las mismas para meterse luego por debajo, donde sólo el eco de las pisadas en los listones metálicos de la parte superior les recordaba que no estaban solos. Rick había encontrado para ellos un mínimo de intimidad en medio de la multitud.

– Bueno, ahora sí estoy impresionada.

– Te dije que quería un lugar apartado, donde pudiéramos estar solos. -Su voz estaba imbuida de calor, igual que su cuerpo trémulo, cuando la sujetó por la cintura y la acercó más a él.

El alivio de estar por fin entre sus brazos junto con la posibilidad de que los pillaran haciendo manitas como dos adolescentes aumentó el grado de excitación y la conciencia de Kendall. El corazón le latía con fuerza en el pecho y sentía dardos de fuego candente crepitándole en las venas. Con Rick siempre se sentía así. La excitación la consumía, ya fuera pensando en él o estando con él.

– Vaya, has encontrado el lugar perfecto para nosotros. -Metió la nariz en un punto cálido de su cuello, entre el hombro y la oreja, lo cual le arrancó un claro gemido de placer-. No sé cómo vamos a ver el pase de diapositivas y ahora mismo me da igual. Pero estamos solos, como prometiste.

– Siempre cumplo mi palabra, Kendall.

– Pues me temo que tendréis que buscaros otro sitio donde estar -dijo una voz masculina que les resultaba familiar-, porque nosotros hemos llegado primero.

– ¿Roman? -preguntó Rick.

– ¿Quién si no?

– Mierda -farfulló Rick.

A Kendall se le escapó una carcajada.

– Qué original.

– Como he dicho, nosotros llegamos primero.

Rick, contrariado, dio un resoplido.

– ¿Y crees que eso te da derecho a la ocupación?

– ¿Esto es lo que llaman rivalidad entre hermanos? -Kendall no lo sabía porque no se había criado con ningún hermano o hermana el tiempo suficiente como para experimentar ese fenómeno en sus propias carnes. Pero a pesar de la interrupción indeseada, estaba disfrutando de la graciosa y acalorada conversación entre los hermanos.

– Es lo que se conoce como dos machos marcando el territorio -apuntó Charlotte, riéndose igual que Kendall-. Además, ni Roman ni Rick pueden apuntarse el mérito de este lugar. Según dicen en el pueblo, Chase fue el primero en dejar aquí la marca de los Chandler.

– No me digas. -Kendall no se imaginaba al serio de Chase metiéndose en problemas. Sin embargo, aunque Kendall prefería la personalidad más extrovertida de Rick, sabía que a muchas chicas les atraía el carácter fuerte y silencioso de Chase.

– Bueno, me han contado que cuando Chase iba al instituto, lo pillaron aquí abajo con una chica. Estaban haciendo novillos y los expulsaron -explicó Charlotte.

Kendall soltó una buena carcajada.

– No me lo creo.

Rick afirmó con la cabeza.

– Es la última correría juvenil que conocemos de Chase antes de que pasara a ser el cabeza de familia.

– Antes de que se convirtiera en el hermano mojigato y serio que conocemos y queremos -añadió Roman.

– Me pregunto qué hará falta para amansar a ese Chandler -dijo Charlotte.

Roman dejó escapar un leve gemido.

– Yo soy el único Chandler al que tú vas a amansar. Ahora, largo, Rick. No te lo tomes a mal, Kendall.

– No te preocupes. -Se echó a reír. ¿Cómo iba a tomárselo a mal? Le gustaba lo posesivo que parecía Roman con respecto a Charlotte. Y apreciaba que Charlotte hubiera amansado a su trotamundos y que ahora confiara en que no la traicionaría, como había temido que su padre hiciera con su madre. Todo aquello hizo que Kendall se preguntara qué necesitaría ella para dar ese gran voto de confianza a alguna persona.

A algún hombre.

A Rick.

Estaba a punto, lo sabía. A punto de creer que ella también podía tener el final feliz y la estabilidad que había visto en otras personas.

Pero seguía albergando ciertas dudas. Como qué haría con ese temor al abandono y a la traición que lo empañaba todo. ¿Dónde guardaría los recuerdos de los abandonos que había sufrido y cómo superaría los años que se había pasado convenciéndose de que estar sola y tener una vida nómada era lo mejor para su corazón?

– Vamos -musitó Rick, interrumpiendo sus pensamientos. La cogió de la mano y se encaminó al campo-. Me debes una, y grande, hermanito. -Estaba claro que no le había gustado nada que Roman lo desplazara.

Al cabo de diez minutos habían sacado una manta del coche y se habían unido a la multitud que ocupaba el campo. A pesar de estar rodeados de gente, Kendall se acurrucó en la manta con Rick. Había música y Kendall estaba más que contenta. El espectáculo empezó por fin, con diapositivas de la época en que Yorkshire Falls se fundó.

Rick tenía razón. Aunque algunas imágenes y parte de la narración resultaban interesantes, podía haberle sacado más provecho a un momento de intimidad bajo las estrellas. De todos modos, Kendall comprendía por qué se había convertido en una tradición en el pueblo, y le agradaba haber participado en ella.

Rick la estrechó más entre sus brazos, le rodeó la cintura con ellos y enterró la cara en su pelo.

– ¿Antes hablabas en serio? -le preguntó.

Kendall podía fingir que no sabía a qué se refería pero no sería justo, no ahora que conocía su pasado y comprendía los temores que latían en su interior. Se volvió para verle la cara y mirarle a los ojos.

– ¿Te refieres a lo de quedarme aquí?

Rick asintió sin decir nada. Pero la forma en que miraba, tan repleto de anhelo y deseo, la hizo estremecerse. Esperó que respondiera, armado de paciencia y comprensión.

Y mientras Rick esperaba, deslizó hacia arriba sus manos fuertes, acariciándole el pelo, tirándole del cuero cabelludo y provocando una sensación erótica y una impresión de unión y confianza que atravesó todos sus temores y reservas.

Que la hizo querer depositar su confianza en alguien por primera vez.

– Rick, yo…

Le selló los labios con un dedo.

– Antes de que respondas, quiero que sepas una cosa.

No hacía falta que dijera nada. Todo lo que ella necesitaba ver y oír estaba escrito en la expresión de su rostro. Pero era obvio que Rick necesitaba hablar.

– ¿De qué se trata?

Ahuecó las palmas junto a sus mejillas.

– Te quiero, Kendall.

El corazón le dio un vuelco. Justo cuando acababa de llegar a un acuerdo provisional con ella misma, él le ofrecía la expresión permanente y definitiva de la confianza y el compromiso.

No estaba segura de cómo corresponderle, porque nunca le habían enseñado a hacerlo. Pero quería corresponderle. Era un hombre especial que se merecía mucho de la vida, y le habían privado de ello durante demasiado tiempo. La amaba.

– Rick, yo…

Fuera lo que fuese lo que estaba a punto de decir, quedó interrumpido por fuertes gritos ahogados de la gente que les rodeaba. Kendall se volvió para ver cuál era la causa de tal conmoción y se sobresaltó ante la gran pantalla que segundos antes había proyectado imágenes en blanco y negro y luego en tonos sepia del pueblo. Porque ahora, en vez de fotos antiguas y aburridas, se veía una foto enormemente ampliada que Kendall conocía bien.

Lo que no era de extrañar, teniendo en cuenta que había posado para ella. En la época en que necesitaba dinero para poder enviar a su tía a una buena residencia geriátrica y antes de que Brian le hiciera fotos más elegantes, Kendall había hecho de modelo para un catálogo de lencería con distintos atuendos. Algunos eran de cuero. En esa imagen llevaba unas esposas forradas de piel y un fular de seda. Y aunque nunca había decidido llevar o usar los artículos con los que había posado, en aquel entonces ninguna de las fotos la había incomodado ni abochornado. Hasta ese momento.

Porque entonces había visto esas fotografías formando parte de un catálogo promocional, no en lo que debía ser una manifestación del orgullo de un pueblo. La imagen la devolvió a la realidad y se dio cuenta de que estaba prácticamente desnuda en la pantalla, a la vista de todo el pueblo. Delante de todas las personas que respetaban al agente Rick Chandler y al resto de su familia. No sólo estaba en juego su reputación sino también la de ellos.

– Oh, Dios mío. Tengo que irme de aquí. -Se deshizo del abrazo de Rick y se puso en pie, pero cuando todas las miradas se centraron en ella, advirtió su error.

Quienes tenían fija su atención en la fotografía desviaron ahora la vista para contemplarla a ella, en carne y hueso. Señalando, murmurando, riendo. Kendall se había convertido en el centro de todas las conversaciones. Notó que se le encendía el rostro y se sintió invadida por las náuseas. ¿Cómo era posible que ocurriera una cosa así?

Rick le rodeó la cintura con un brazo e intentó hacerla avanzar.

– Kendall, vámonos.

Pero su voz apenas alcanzaba a penetrar la niebla que de repente la rodeaba. Miró hacia atrás y vio que habían cambiado aquella foto por una más reciente de First Street. A Kendall no le quedó más remedio que reconocer que la prueba había desaparecido, pero que el daño ya estaba hecho.

– Pensaba que…

– Más tarde ya me contarás lo que pensabas. Antes deja que te lleve a casa.

Notó que la empujaba otra vez para que se moviera, pero ella seguía petrificada en el sitio.

– Pensaba que por fin podría formar un hogar.

Pero era obvio que nunca tendría derecho a utilizar una palabra como «hogar». Las carcajadas, los gritos ahogados y los susurros disimulados de la gente que había conocido y que apreciaba resonaban en sus oídos, lo cual le recordó el primer día en la peluquería, cuando la clientela le dejó claro que era una forastera.

Siempre lo sería.

– Sí tienes un hogar aquí -le dijo Rick, confiando en que sus palabras le llegaran. Tenía un hogar en el pueblo y en su corazón.

Rick conocía bien a la gente de Yorkshire Falls y sabía que en su mayor parte eran personas cariñosas, abiertas y comprensivas. Con la excepción de unas cuantas. Su reacción ante la foto era fruto del asombro, pero estaba convencido de que nadie castigaría a Kendall por las prendas con las que había posado.

Sin embargo, eso no disminuía el impacto inmediato de la foto. La imagen se había tomado con la intención de atraer a los compradores, hombres y mujeres cuyos gustos iban desde lo extremadamente atrevido y sensual a los juegos de cama más eclécticos. Y cumplía bien su función. Cuando Rick cerró los ojos, vio a Kendall con un corpiño de cuero, tentándole con un escote más que sugerente y atrayéndole con su vientre plano. Y aunque nadie del pueblo la atacaría por una fotografía, al fin y al cabo un trabajo, tampoco olvidarían fácilmente lo que acababan de ver.

Joder, él no iba a olvidarse de que la había visto enfundada en cuero. Cuero. Recordó la última vez que había visto un modelito así, en el cuerpo de Lisa Burton. «Vamos, te enseñaré los accesorios que tengo», le había dicho al tiempo que balanceaba unas esposas forradas de cuero. Menuda hija de perra, pensó Rick.

– ¿Que tengo un hogar? -preguntó Kendall con una carcajada aguda-. Pregunta a esta gente si soy una de ellos. -Negó con la cabeza y Rick se dio cuenta de que le temblaba todo el cuerpo.

Le rodeó los hombros con el brazo.

– Nos vamos a casa. -Por mucho que se muriera de ganas de zanjar el asunto con Lisa de una vez por todas, antes tenía que ocuparse de Kendall-. No sé a ciencia cierta quién ha hecho esto -le dijo-, pero tengo un presentimiento. Tienes que pensar que ahora parece algo horrible, pero en realidad no tiene la menor importancia.

Kendall se soltó de su abrazo y lo miró con los ojos muy abiertos y expresión incrédula.

– ¿Hablas en serio? Tiene mucha importancia.

A Rick se le revolvió el estómago al oír sus palabras. Era obvio que Kendall pensaba que aquello había cambiado su situación. La de los dos.

No sólo se encerraba en sí misma sino que Rick advirtió que su mecanismo de huida se había puesto en marcha, algo arraigado en su pasado. Cuando las cosas se ponían difíciles, sus parientes la pasaban de una casa a otra. Cuando en su vida de adulta se encontraba con un bache, se subía al coche y huía. Con esa fotografía, Kendall se enfrentaba a su mayor desafío. ¿Haría acopio de valor y optaría por luchar? ¿O se encerraría en ella misma para distanciarse de él hasta que su marcha estuviera justificada?

– Ahora no voy a discutir contigo. -Le tiró de la mano y la obligó a alejarse de los ojos que la observaban y de los murmullos poco disimulados, para dirigirse al coche.

No podía obligarla a no volver a huir. Sólo tenía que recordarle cómo se sentía él antes de que se proyectara la dichosa fotografía. La quería y más le valía que volviera a decírselo cuando estuviera dispuesta a escuchar. En esos momentos, el dolor y la conmoción estaban en su máximo apogeo. Cuando hubiera tenido tiempo de asumir el bochorno, volvería a hacerla partícipe de sus sentimientos.

Si se marchaba después de eso, por lo menos podría decir que le había dado todo lo que podía ofrecerle. Igual que hiciera con Jillian en el pasado.

Y ahora había mucho más en juego.

Pararon el coche junto a su casa y Rick se dispuso a salir del vehículo.

Kendall se volvió hacia él con la mirada perdida.

– No hace falta que me acompañes dentro. Además, necesito estar sola.

Se le hizo un nudo en el estómago al oír sus palabras.

– ¿Para apartarte más de mí?

– Deberías ir a ver cómo está Raina -dijo, en vez de responderle-. Seguro que el susto que se ha llevado al ver esa foto no le hará ningún bien a su pobre corazón.

– Lo único que le pasará al corazón de mi madre como consecuencia de esta noche es que le dolerá por ti. Estoy convencido de que ella sabrá sobreponerse. -Cerró los puños.

– De todos modos deberías ir a ver cómo está.

No podía insistirle más al respecto ni sacar nada en claro esa noche Kendall había erigido unos muros altísimos a su alrededor y lo había dejado fuera.

– ¿Me llamarás si me necesitas? -le sugirió.

Ella asintió. Pero cuando salió del coche sin mediar palabra y dando un portazo, supo que no sabría nada de ella esa noche ni ninguna otra en un futuro inmediato.


Raina recorría la cocina de un extremo a otro. Estaba rodeada de sus poco predispuestos cómplices en la estratagema sobre su salud. Eric estaba sentado a la mesa de formica mientras Roman y Charlotte permanecían de pie, junto a los armarios del otro lado de la cocina. Se habían reunido allí después del fiasco de la noche y, aunque ninguno de ellos había visto a Rick ni tenido noticias de él desde que la fotografía de Kendall cubriera la pantalla a la vista de todo el pueblo, todos estaban preocupados.

El único que faltaba era Chase. Como había enviado a un empleado a que cubriera el pase de diapositivas para el periódico, se había perdido el espectáculo y no estaba ahí. Menos mal, porque Raina no estaba preparada para lidiar con su hijo mayor y sus propias mentiras a la vez. Esa noche quena ayudar al hijo que más la necesitaba en esos momentos,

– Lo de esta noche ha sido una vergüenza -declaró Raina-. Una vergüenza total. Me cuesta creer que haya gente capaz de hacer una cosa así. -Frunció el cejo al recordar lo que había visto en la pantalla.

– Pues a mí no me parece que posar para un catálogo de lencería sea una vergüenza. -Charlotte defendió a Kendall-. ¿Verdad que no, Roman?

Roman carraspeó.

– Estoy de acuerdo. Aunque los… eh… accesorios eran un tanto raritos, creo que Kendall estaba muy sexy.

Charlotte le dio un codazo a su mando en las costillas.

– Bueno, quiero decir que Kendall estaba muy bien. -Roman corrigió sus palabras a regañadientes. Acto seguido, abrazó a su contrariada mujer-. Ya sabes qué he querido decir. Te adoro, pero había que estar ciego para no mirar.

Rama entornó los ojos.

– Te hemos entendido perfectamente, hijo -dijo Eric, interviniendo por fin.

– Kendall no tiene de qué avergonzarse -declaró Roman.

– Estoy de acuerdo. -Eric apoyó un codo en la mesa.

Raina sonrió. Había tanteado la opinión de los presentes a propósito y parecía que todos estaban a favor de Kendall.

– Bueno, ahora que veo que todos estamos en la misma onda, ¿qué vamos a hacer para ayudarla? Sabe Dios que la pobre debe de estar abochornada.

– Como mucho, lo que podemos hacer es atajar los cotilleos que oigamos y apoyarla. Aparte de eso, seguro que ella preferirá que no se hable del tema -opinó Charlotte.

– ¿Que no se hable del tema? -dijo Raina, contrariada por lo que le habían hecho a Kendall-. Para empezar, alguien ha tendido una trampa a la pobre chica.

– Y de ella depende si quiere averiguar quién ha sido -afirmó Roman con voz seria para advertir a Raina de que no se entrometiera.

Roman sabía bien de lo que su madre era capaz, pero era quien le había dado la vida, lo cual le otorgaba cierto derecho a hablar y a seguir expresando sus ideas.

– Para continuar, ella es como de la familia, y estoy seguro de que Rick agradecería que…

– Cada uno se ocupara de sus propios asuntos. -Eric acabó la frase por ella.

Raina lo miró enojada. Gracias a lo muy unidos que estaban desde hacía unos meses, Eric había acabado comprendiendo su intenso deseo de tener nietos y de que sus hijos se casaran y fueran felices. Y ninguna de esas cosas iba a pasar si Kendall se asustaba e intentaba marcharse.

– Estoy de acuerdo, Raina. Pero por mucho que quieras a Rick y a Kendall, no puedes tomar decisiones por ellos y no puedes cambiar el destino. -Charlotte habló con voz queda pero con tono de súplica.

– Siento discrepar. Si haces memoria, recordarás que una cosa como un problema de corazón simulado hizo que mis hijos se echaran a suertes quién tenía que casarse y le tocó a Roman. Dejando de lado los pequeños fallos, podemos decir que sois muy felices. Yo diría que eso es cambiar el destino. -Y aunque le incomodaba haber mentido, la causa y el resultado final habían sido positivos, gracias a Dios. Si tuviera la oportunidad de volver a hacerlo, tomaría una decisión distinta, sin embargo, tenía que reconocer que había funcionado.

– No te metas en los asuntos de los demás, mamá. -Roman la fulminó con sus ojos azul profundo, tan parecidos a los de su padre.

Raina exhaló con fuerza.

– ¿Qué tiene de malo apoyar a los seres queridos?

Charlotte cruzó la estancia y colocó una mano sobre el brazo de Raina.

– Escucha, he hablado con Kendall y, que yo sepa, Rick tenía dificultades para conseguir que se quedara en el pueblo, y eso fue antes de que alguien pusiera su foto a la vista de todo el mundo. Rick necesitará tu apoyo pero no que te entrometas. Esta vez tendrás que confiar en mí.

– Ojalá alguien confiara en mí -dijo Rick.

Raina ahogó un grito y todos se volvieron sorprendidos al oír la voz de Rick.

– No sé si sentirme más ofendido por el hecho de que estéis todos aquí hablando de mi vida o por el hecho de que guardéis secretos. -Entró en la cocina, de brazos cruzados y con el cejo fruncido.

Raina no lo había oído llegar y, a juzgar por las expresiones de asombro de los demás, ellos tampoco. Se apoyó en el marco de la puerta con expresión agotada y consternada. La palabra «derrota» no existía en el vocabulario de los Chandler, pero era obvio que algo se había torcido entre Kendall y él.

Y por su cara de disgusto, la situación en su casa no le parecía mucho mejor.

– ¿Cuánto rato hace que estás ahí? -preguntó Raina, aunque la sensación de incomodidad que notaba en el estómago no daba pie a equívocos.

– Oh, he llegado más o menos cuando estabas hablando de tu problema de corazón simulado. -Apretó la mandíbula con una ira inconfundible mientras sus ojos lanzaban destellos de traición y dolor.

– Rick…

– Ahora no, ¿vale? Esta noche ya he tenido suficiente. No me hace falta saber nada ahora. Me alegro de que estés sana. Encantado, de hecho. -Se volvió para marcharse negando con la cabeza con incredulidad.

– Rick. -Roman dio un paso hacia su hermano.

Rick no lo miró.

– A no ser que me digas que no tenías ni idea de que fingía, no tengo nada que hablar contigo.

– Charlotte, voy a llevarme a mi hermano a tomar una copa. Eric se encargará de que llegues bien a casa. -Roman miró al otro hombre, que asintió en silencio.

– Prefiero beber solo -farfulló Rick.

– No te preocupes por mí. Vosotros dos tenéis que hablar. -Los ojos azules de Charlotte estaban teñidos de compasión y preocupación por su nueva familia-. Rick, ya sabes que te queremos.

– Pues tenéis una forma muy original de demostrarlo.

– Tienes razón. Y no hay excusas que valgan pero… -Raina dejó la frase inacabada.

– Yo me encargaré, mamá. Tranquilízate y duerme un poco, ¿de acuerdo? -Roman le puso una mano sobre el hombro y ella se lo agradeció.

Aunque nunca había justificado su farsa, ahora no le volvía la espalda y Raina agradeció su lealtad. Quería a sus hijos, demasiado quizá, si hacerles sufrir era el resultado final de sus buenas intenciones.

– ¿Dónde está Kendall? -Charlotte formuló la pregunta que Raina estaba convencida que todos tenían en la cabeza.

– En casa. Haciendo las maletas, supongo -musitó Rick.

Raina hizo una mueca de dolor.

– Si sirve de algo, podría ir a hablar con ella. -Incluso mientras lo sugería, incluso mientras Roman le hacía el gesto de que se callara la boca, sabía cuál sería la respuesta de su hijo.

– ¿No te parece que ya has hecho suficiente? -preguntó Rick.

La desilusión de Rick le atravesó directamente el corazón, el órgano que había utilizado para manipularlo. Raina se dio cuenta de que era un ejemplo de justicia poética, aunque esa idea no la consoló y le causó un dolor enorme.

Rick también estaba sufriendo por el distanciamiento de Kendall y la revelación de Raina. El aprieto y sentimientos de ésta palidecieron en comparación con la agonía que debía de estar sufriendo su hijo mediano.

Independientemente de que Rick la perdonara o no, Raina tenía que ayudar a que él y Kendall se reconciliaran. Pero por desgracia no sabía por dónde empezar.


Sin saber muy bien cómo, Kendall sobrevivió a la velada con dos adolescentes, un perro nuevo y el corazón malherido. Las chicas la ayudaron a bañar a Feliz y la actividad la ayudó a no pensar en la humillación que había sufrido. «¿A manos de quién?», se preguntó por enésima vez.

Aunque Rick había insinuado que tenía una sospecha con respecto al culpable, Kendall no tenía ni idea de quién la odiaba tanto como para proyectar una foto de ella semidesnuda en una pantalla panorámica. La única persona que no disimulaba su antipatía hacia ella era Lisa Burton, pero Kendall no se imaginaba a la maestra arriesgando su puesto de trabajo o su reputación para gastar una broma de tan mal gusto.

Para cuando las chicas dejaron de reírse por todo y se quedaron dormidas, ajenas a lo sucedido en el pase de diapositivas, Kendall había llegado a la conclusión de que daba igual quién le hubiese hecho esa jugarreta. La cuestión era que esa persona le había hecho un favor. Le había demostrado que sus ensoñaciones nunca podrían convertirse en realidad y que Kendall Sutton no tenía ningún futuro en un pueblo pequeño con un hombre bueno y honrado como Rick Chandler.

Para cuando la luz del día se filtró por la ventana, porque todavía no había bajado la persiana, Kendall había revivido una y otra vez el pase de diapositivas y la fotografía. No se avergonzaba de su carrera pasada ni de la fotografía que habían proyectado. Por muy necesitada de dinero que estuviera, Kendall nunca habría aceptado un encargo que considerara que la infravaloraba a ella o a su familia. Pero la realidad era que todo el pueblo la había visto medio desnuda, y ese suceso no dejaría indiferente a las personas que se habían portado bien con ella.

Y los Chandler se merecían algo mejor. Desde Charlotte, que tenía un negocio propio, pasando por Raina que tenía clase y sentido de la ética, además de problemas de corazón y a quien el estrés perjudicaba, hasta Rick, cuya fama intachable de buen policía no tenía parangón. Hasta que se había liado con Kendall.

Negó con la cabeza y se acercó al alféizar de la ventana a mirar la hierba empapada de rocío. Por primera vez en su vida se había permitido creer en posibilidades. Se había planteado si debía quedarse, si podía formar parte del pueblo de Rick, de su familia, de su vida. La noche pasada había recibido la respuesta, proyectada a todo color, y esas posibilidades se habían esfumado. Tal como había aprendido de niña, otras personas gozaban de la familia y la estabilidad, pero no ella.

Menos mal que Hannah se había perdido el espectáculo. Kendall tendría que contárselo antes de que se enterara por ahí. El asunto resultaría embarazoso para una adolescente y Kendall deseó poder ahorrárselo a su hermana, pero era imposible. Lo máximo que podía hacer sería atenuar el golpe cuando Kendall se lo explicara.

Luego ella y Hannah se irían al oeste, lejos de ese pueblo, antes de que alguna de las dos se sintiera más apegada a él, o sufriera alguna otra decepción.

– Buenos días, Kendall. -Las chicas irrumpieron en la cocina con la euforia de dos adolescentes dispuestas a iniciar un nuevo día.

Lo que más le apetecía a Kendall era volver a meterse en la cama, pero esbozó una sonrisa forzada.

– Buenos días, chicas. ¿Os preparo algo para desayunar?

– No. Tomaremos cereales -dijo Hannah.

– ¿Qué tal el pase de diapositivas? Anoche estuvimos tan ocupadas con Feliz que se me olvidó preguntar. -Jeannie acarició la cabeza del perro-. Mi madre suele ir pero está tan harta de ver las mismas imágenes cada año que prefirió llevarnos al cine.

Kendall no tenía intención de contarle lo sucedido a Hannah delante de su amiga.

– Fue… interesante. ¿Qué plan tenemos para hoy?

El móvil de Kendall sonó y evitó que las chicas respondieran.

– Le di el número a mis amigos, así que ya contesto yo -dijo Hannah mientras se abalanzaba sobre el teléfono que estaba en la encimera-. ¿Diga?

Kendall esperó, confiando en que Rick no decidiera llamarla de buena mañana.

– ¿De parte de quién?

– De parte de quién, por favor -articuló Kendall para que le leyera los labios. Hannah aprendería modales o Kendall moriría en el intento, pensó con ironía.

– ¡No, no, no! Esta casa no está en venta y no va a venderse. No, no puede hablar con la señora de la casa porque voy a ser yo quien va a hablar con ella. -Hannah apagó el teléfono móvil y se volvió para fulminar a Kendall con la mirada.

Oh, lo que faltaba.

– No he puesto un anuncio de la casa, Hannah.

Todavía no. Era esa tal Tina Roberts. Vas a poner un anuncio para vender la casa. ¿Y luego qué? ¿Yo voy a otro internado? ¿Cómo has podido? -gimió, se sorbió la nariz y se frotó los ojos llenos de las lágrimas que le habían corrido el maquillaje.

A Kendall se le encogió el corazón al ver el sufrimiento de su hermana. Sabía demasiado bien lo que era sentirse abandonada y rechazada y Kendall estaba decidida a evitar que Hannah volviera a sentirse así.

La mirada de Jeannie iba de Kendall a Hannah, absorta en la discusión familiar. Kendall no podía hacer nada al respecto. Estaba claro que en esa ocasión no podía darle largas a su hermana hasta que estuvieran solas, de modo que dio un paso adelante y puso la mano con firmeza en el brazo de Hannah.

– No voy a mandarte a ningún internado.

– ¿Ah, no? -Hannah alzó la vista hacia ella, con ojos muy abiertos y esperanzados.

Kendall negó con la cabeza.

– Por supuesto que no. -Kendall no estaba segura de demasiadas cosas en la vida pero, tras pasar unas semanas con su hermana, no podía ni quería mandarla a otro sitio-. Voy a ponerme en contacto con papá y mamá para que me nombren tu tutora legal y así ocuparme de ti y tomar las decisiones adecuadas en tu nombre.

– ¡Lo sabía! -Hannah dio un grito de alegría.

Acto seguido, se lanzó al cuello de Kendall y la abrazó con fuerza. ¡Qué sensación tan agradable notar el contacto de sus brazos!

– Sabía que no me mandarías a ningún sitio -le dijo Hannah al oído.

Qué rápido cambiaban de opinión los adolescentes. Sin duda una mujer estaba en su derecho, pero en este caso se trataba más bien de un capricho juvenil. Hannah se apartó y miró a Kendall con todo el amor y cariño que albergaba su corazón. A Kendall se le formó un nudo en la garganta, la sensación de ser necesaria para alguien amenazaba con asfixiarla. No quería lanzar cohetes de alegría ni tampoco que el temor a perder a Hannah la consumiera. Como hermanas de sangre, y por ser la mayor, Kendall tenía más control de la situación.

No era como Rick o Yorkshire Falls, los elementos en los que ella había puesto su confianza. Esta vez era Hannah quien depositaba su fe en Kendall, y estaba decidida a no decepcionarla.

– No voy a mandarte a ningún sitio, Hannah. Tú irás conmigo allá donde yo vaya. Tú y yo somos un equipo. -Le dedicó una sonrisa, contenta de que por fin se tuvieran la una a la otra.

– ¿Qué quieres decir con eso de «allá donde yo vaya»? -Hannah la hizo retroceder y se cruzó de brazos-. Pensaba que íbamos a quedarnos aquí. He hecho amigos. Me gusta este pueblo. A ti también, y Rick te quiere.

«Te quiero, Kendall.» Se lo había dicho la noche anterior, justo antes de que apareciera la dichosa foto en la pantalla. Y ella se había quedado tan inmersa en su conmoción y tristeza, en su determinación de creer que no era bien recibida en el pueblo, que no había vuelto a pensar en las palabras de Rick. La quería, pero a saber qué sentía después de las repercusiones de la proyección de la foto.

Se dirigió a su hermana, que la miraba fijamente, y cuyos ojos verdes habían sustituido el amor y el agradecimiento por un sentimiento de sentirse traicionada.

– ¿Qué te hace creer que Rick me quiere? -Al fin y al cabo, Hannah no había estado con ellos la noche anterior.

– Resulta obvio con solo mirarle. Tan obvio como que tú sólo te preocupas de ti misma. -Dio una zancada hacia Jeannie, que seguía contemplando la escena, boquiabierta-. Vámonos.

– ¿Adónde? -preguntó Jeannie.

– Al pueblo. A tu casa. Me da igual mientras me largue de aquí -declaró Hannah.

Kendall exhaló un suspiro.

– Hannah, espera. No hemos terminado.

– Oh, sí que hemos terminado. Prefiero ir a un internado que vivir contigo. Por lo menos allí la gente no finge que le importas cuando en realidad les das igual. Me largo de aquí. -Y como si quisiera demostrar que tenía razón, Hannah cogió a Jeannie de la mano y la sacó a rastras de la cocina. Al cabo de unos segundos, la puerta delantera se cerró de un portazo.

El sonido coincidió con el nudo que a Kendall se le formó en el estómago al ver que su hermana se marchaba furiosa con ella.

Загрузка...