Capítulo 14

Kendall volvió como pudo a casa tras el incidente de Norman's. Había dejado que Hannah se fuera con Jeannie y sus padres mientras ella se quedaba hasta la llegada del fontanero y conseguía que, tras mucho insistir, le dejaran pagar la factura. Se detuvo al llegar al porche delantero, cuando el fácilmente reconocible aroma del chocolate la embargó y le dio la inyección de energía que tanto necesitaba.

Se arrodilló delante de la bandeja cubierta con papel de aluminio que había en el suelo y desplegó la nota de la parte superior para leerla en voz alta:


Querida Kendall:

El alimento que más reconforta en el momento en que más lo necesitas. Es lo mínimo que la familia puede hacer por ti. No hagas caso de las habladurías y pronto les aburrirá el tema.

Besos y abrazos.

Pearl y Eldin


«Es lo mínimo que la familia puede hacer por ti.» Familia.

Daba la impresión de que la palabra surgía una y otra vez, burlándose de ella. Hasta su llegada allí, Kendall se había considerado una persona más bien solitaria que con contactos, sobre todo contactos familiares. Los había mantenido a todos en la periferia de su mundo, incluso a Hannah. Y las dos habían pagado por ese error, pensó Kendall con tristeza.

No obstante, ahí estaban Pearl y Eldin, a quienes acababa de conocer, preocupados por sus sentimientos y acogiéndola en su vida porque la apreciaban. Igual que Raina Chandler, que Charlotte y Roman, que Beth… La lista de personas que le tenían afecto a Kendall parecía interminable. Y ¿acaso ella no los apreciaba también?

Se secó una lágrima que ni siquiera había advertido que le surcaba la mejilla. Y encima estaba el asunto de Pearl y Eldin, pensó mientras se comía un brownie. ¿Cómo iba a decirles que tenían que dejar la casa grande e irse a la pequeña para que ella pudiera vender la otra a sus espaldas?

Del mismo modo que le había dicho a su hermana que se la llevaba de Yorkshire Falls, así. E igual que había hecho caso omiso de la declaración de amor de Rick. «Te quiero», le había dicho. Y ella se había marchado de todas formas. Sintió un escalofrío a pesar del calor que hacía y se dio cuenta de que no se había movido del porche.

Exhaló un suspiro, recogió la bandeja de brownies y entró Feliz fue directamente a ella para recibirla en la puerta delantera. Meneó la cola, se le subió encima y estuvo a punto de hacer que se cayese la bandeja con las patas delanteras.

Feliz, abajo.

Su tono serio funcionó. El perro se sentó junto a sus pies sin dejar de mover la cola con alegría.

– Por lo menos alguien se alegra hoy de verme.

Dejó sus cosas en la cocina, dedicó al perro las atenciones que deseaba y él le correspondió dándole lametones y frotándose contra ella con una efusividad difícil de controlar.

La quería incondicionalmente y lo único que pedía a cambio era que ella le quisiera a él. A pesar de que habían sido dos perfectos desconocidos hasta la noche anterior, Feliz confiaba en que Kendall le proporcionara el hogar y el amor que deseaba.

Y se lo daría. Así pues, ¿por qué ella no era capaz de tener esa misma confianza en otras personas? ¿Cuándo se había vuelto su vida tan complicada?, se preguntó Kendall. Se acercó a la ventana, seguida de Feliz, y contempló el jardín, la extensión de hierba verde y árboles que recordaba de su infancia. La imagen hizo que se remontara a las meriendas con tía Crystal, en las que los invitados eran los animales disecados. En esos momentos, Kendall se dio cuenta de que su tía utilizaba los animales como peso para evitar que el viento se llevara los paños de cocina. Pero no le importó. Los animales se tomaban el té y no contradecían ni interrumpían sus historias.

Tía Crystal tampoco. Una sonrisa asomó a sus labios ante ese maravilloso recuerdo. Un recuerdo que no le causaba dolor, sólo consuelo, y abrazó al perro. Gracias a esa evocación respondió a la cuestión que se había formulado con anterioridad. Kendall no podía tener la misma confianza ciega que Feliz porque era humana. Tenía recuerdos, buenos y malos, que conformaban la persona en quien se había convertido. Una persona vacía y desconfiada, pensó entristecida.

Incluso Rick, que había sufrido un duro golpe en la vida, le había abierto su corazón. Y ella había destruido todo amor y respeto que él pudiera tener.

«Eres incapaz de comprometerte, te niegas a enfrentarte a tus miedos -le había dicho-. Y me has decepcionado.»

Sus palabras habían sido como un puñetazo en el estómago, entonces y ahora. Habían tenido el mismo impacto emocional que las palabras de tía Crystal cuando le había dicho que ya no podía quedarse en Yorkshire Falls. El mismo impacto que la segunda marcha de sus padres, el día en que habían enviado a Hannah al internado y habían vuelto a irse con destino desconocido. Kendall se rodeó la cintura con los brazos para intentar superar el dolor de todo eso.

Rick tenía razón. Era incapaz de confiar porque no se había enfrentado a sus temores. No había superado su pasado, pero ahora quería hacerlo. Porque ya había perdido a Rick y estaba a punto de perder a Hannah y, se dio cuenta quizá demasiado tarde, ya no quería estar sola.

La ironía resultaba clara. Precisamente el tipo de vida del que siempre había huido era la vida que había anhelado en secreto. Esa idea tan asombrosa rebotaba en su cabeza. Inconscientemente, la niña a la que le encantaba organizar meriendas soñaba con tener familia propia. Parientes que la quisieran. Personas con las que poder contar en los buenos y en los malos momentos.

Sin embargo, como sus padres no habían sido esas personas en sus años de formación y tía Crystal no había podido serlo, Kendall se había blindado ante más dolor, decepciones o daño. El primer paso había sido convencerse de que, a los dieciocho años, cuando sus padres volvieron a marcharse, ya se sentía tan poco unida a ellos que le daba igual adonde fueran o qué hicieran. Pero ahora se dio cuenta de que se había mentido.

Perder a los padres, del modo que sea y a la edad que sea, resulta muy doloroso. Ella había perdido a los suyos en dos ocasiones, en ambos casos porque habían preferido viajar a estar con ella, lo cual había tenido consecuencias demoledoras. Se había distanciado tanto de sus emociones que era increíble que Rick hubiera sido capaz de llegarle al corazón.

Pero así era. Y ella también le quería. Tragó saliva y tuvo dificultades para soportar el dolor que sentía en el pecho y el nudo que se le había formado en la garganta. Le quería y aun así lo había apartado. Al retomar sus viejas costumbres y pautas, había herido a un hombre que había asumido el mayor riesgo posible entregándole su corazón a pesar del daño que le habían infligido en el pasado.

Era imposible que Rick llegara a perdonarla o que empezara a comprender cuál era el motivo de su necesidad de permanecer en una burbuja para protegerse. Por desgracia, ya no se sentía ni tan segura ni protegida como en otros tiempos. Por el contrario, se sentía eviscerada, expuesta, y eso le dolía. Pero el hecho de que le doliera significaba que sentía. Por primera vez.

Lo cual implicaba que quizá tuviera futuro.


Raina estaba sentada en el salón de casa de Eric mientras él estaba ocupado haciendo a saber qué. A ella no le importaba, en realidad gozaba de esos momentos de soledad en casa de él. Hacía demasiado tiempo que no disfrutaba de los sonidos de un hombre ocupado a su alrededor y saboreó la sensación. Pronto tendría incluso más familia alrededor, cuando llegaran las hijas de Eric y sus nietos.

Raina estaba deseosa de pasar tiempo con ellos y el corazón se le henchía de orgullo al sentirse incluida y aceptada. Eric había pensado pasar la tarde tranquilamente en casa y luego cenar en Norman's por deferencia a su farsa. No le parecía bien que ella fingiera estar mal del corazón, pero lo aceptaba con la única condición de que, si alguna vez los hijos de Raina le preguntaban directamente, no iba a mentir.

Motivo por el que ahora era su socia, la doctora Leslie Gaines, la médico que la llevaba. La vida profesional y la privada tenían que separarse, aunque a estas alturas ya no importaba demasiado. Roman lo sabía, Rick acababa de enterarse y sin duda se lo contarían a Chase.

– Siento haberte hecho esperar -dijo Eric cuando se sentó a su lado en el sofá blanco del salón.

Estaba guapo, con un polo y unos pantalones caqui. A Raina el corazón le daba un vuelco cada vez que lo veía aparecer, sensación a la que todavía no se había acostumbrado después de veinte años de viudedad, pero sensación que sin duda le agradaba. Las atenciones de Eric la hacían sentir más joven y cada día daba las gracias a Dios por esa segunda oportunidad de ser feliz; la misma felicidad que deseaba para sus tres hijos.

– Tenía que acabar de arreglar unos papeles. Pero ahora estoy a tu disposición el resto del día -dijo, sonriendo satisfecho.

– Qué bien.

– Entonces, ¿por qué pareces tan decaída? -La miró a la cara y le cogió la mano.

Raina movió la cabeza.

– Decaída, no. Sólo un poco preocupada por Rick y Kendall.

Eric exhaló un suspiro.

– Ya te entiendo. La foto que se proyectó el otro día fue totalmente improcedente. ¿Rick ha averiguado algo sobre quién intercaló esa imagen?

Por respeto a su hijo mediano y por lo dolido que estaba por sus actos, Raina había intentado por todos los medios no inmiscuirse más ni hacerle demasiadas preguntas. Pero la respuesta a esa pregunta sí la sabía.

– Tiene el presentimiento de que fue Lisa Burton pero no puede demostrar nada.

– ¿Lisa? -Eric abrió los ojos de par en par-. Menuda sorpresa. Supongo que lo hizo por celos, pero me cuesta creer que fuera capaz de llegar hasta el extremo de buscar información sobre el pasado de Kendall. Tuvo que investigar a fondo o de lo contrario ¿cómo habría encontrado algo con lo que poner en un aprieto a la pobre Kendall?

– Bueno, quizá no haya tenido que investigar tan a fondo. Según parece, Lisa tiene una faceta fetichista que no mucha gente conoce.

– ¿Y tú cómo lo sabes? -preguntó Eric.

Raina se rió por lo bajo.

– Yo oigo cosas. Rick no es el único que ha llegado a la misma conclusión sobre Lisa. Parece ser que Mildred, la de la oficina de correos, lo pensó en seguida, porque hace años que le entrega catálogos de lencería «cochinos» a Lisa. Mildred es quien ha usado esa palabra, ya me entiendes.

– Te entiendo perfectamente. Estás buscando información para congraciarte con Rick. -Negó con la cabeza, chasqueando la lengua al mismo tiempo-. Raina, Raina, ¿cuándo vas a hacerme caso y te vas a preocupar más de tu vida en vez de la de tus hijos?

Raina exhaló un suspiro.

– Otra vez no. Sabes perfectamente que leo para los niños del hospital infantil una vez a la semana, hago ejercicio cuando no temo que me vean, y quedo contigo cuando no estás trabajando. Tengo una vida muy plena y gratificante. -Gratificante sin duda, pensó ella, mirando sus ojos oscuros.

– ¿De veras? ¿Y qué me dices de que lo sea todavía más? -Alargó el brazo hacia la mesita situada junto al sofá y cogió una cajita en la que Raina no había reparado.

Teniendo en cuenta que tenía cincuenta y muchos años, no era fácil sorprenderla y Raina tuvo el presentimiento de que sabía exactamente qué tipo de joya contenía el estuche. Cuando se le aceleró el pulso, dio gracias a Dios por no sufrir realmente del corazón porque, de ser así, le habría dado un ataque allí mismo. Eric le tendió la cajita y ella la aceptó con manos temblorosas.

– Es distinto cuando la sorpresa te la llevas tú, ¿verdad? -murmuró él.

Raina lo miró y vio que él la observaba divertido.

– No sé muy bien qué decir.

– Algo es algo -repuso él con ironía-. Pues no digas nada. Ábrela.

El material suave se le deslizó entre los dedos cuando levantó la tapa y vio un anillo de zafiro azul que resplandecía sobre un engarce de platino.

– Es… es espectacular. -Los ojos se le llenaron de lágrimas porque sabía que no se merecía algo tan hermoso y valioso.

– Pensé que, como era la segunda vez para ambos, podíamos prescindir de lo típico y elegir algo más personal. El zafiro me recuerda el azul de tus ojos -dijo él con voz repentinamente áspera. A continuación se arrodilló-. ¿Me harías el honor de convertirte en mi esposa?

La belleza tanto del anillo como del gesto la pillaron desprevenida y se emocionó tanto que casi no podía respirar ni hablar.

– ¡Te has quedado callada! -Eric esperó unos instantes antes de cogerla de la mano con expresión ansiosa-. ¿Puedo interpretarlo como un sobrecogido sí?

Sin saber muy bien cómo, Raina alcanzó a asentir nerviosa con la cabeza.

– Sí, sí. -Y antes de que tuviera tiempo de darle un caluroso abrazo, sonó el timbre interrumpiendo la situación.

Eric se sentó sobre los talones.

– Qué oportunas -farfulló-. Deben de ser mis hijas.

– No podemos decírselo todavía. -Raina sostenía el estuche con reverencia, contemplando el anillo que representaba el comienzo de una nueva vida. Una vida feliz como pareja, la esposa del hombre que amaba-. No hasta que se lo comuniquemos juntos a todos nuestros hijos. Quizá podríamos organizar una cena.

Se sintió embargada por el cariño sólo de pensarlo.

– Oh, una cena familiar. Yo podría cocinar e invitar a todo el mundo… -Después de que Chase se enterara de que estaba bien de salud-. Pero necesito un poco de tiempo. Hasta que Rick y Chase se aposenten. Por favor, Eric. Necesito que mis hijos sean felices para poder serlo yo totalmente.

El timbre volvió a sonar.

– Un momento -gritó Eric-. Ya voy.

La miró con los ojos entrecerrados.

– ¿Sabes?, esperaré sólo hasta que Rick y Kendall arreglen su situación de un modo u otro, para bien o para mal. Y entonces anunciaremos lo nuestro.

Raina sabía de antemano que tendría que negociarlo con él y le agradecía que comprendiera su necesidad de esperar. Y también que entendiera su impulso de asegurarse de que sus hijos no se privaban de lo mejor de la vida.

Pronto llegarían los nietos, supuso. Eso esperaba. Le dedicó una sonrisa radiante.

– Te quiero por aceptarme como soy.

Eric le dio un beso dulce y cariñoso en los labios y Raina sintió un cosquilleo en el cuerpo, una combinación de novedad y familiaridad a la vez, antes de recostarse en el asiento y sonreír.

– Lo menos que puedo hacer es aceptarte, porque tú también acabarás conociendo mis defectos. -Se rió abiertamente satisfecho-. Además, te quiero, Raina.

Raina exhaló un suspiro con el corazón más lleno de felicidad de la que una persona tenía derecho en la vida. Y ella la había encontrado dos veces.

– Yo también te quiero. Y ahora deja entrar a tu hija y su familia.

Eric se levantó e hizo una mueca.

– No te preocupes, querida. Te mantendré joven. -Se rió entre dientes y luego le quitó el estuche de terciopelo de las manos-. Y me quedaré con esto hasta que estés preparada para revelar nuestro pequeño secreto. -Se lo guardó en el bolsillo-. Es un incentivo añadido para que aceleres las cosas. -Le guiñó el ojo y se encaminó a la puerta.

– Ni siquiera sé si me va bien -pensó Raina en voz alta permitiéndose un mohín. Pero sabía que no le había dado elección. Tras haber visto el anillo y el amor en los ojos de Eric, se moría de ganas de llevarlo y de anunciar al mundo que tenía la suerte de ser la elegida por aquel hombre.

Se le ocurrió una idea que hizo que se estremeciera. Eric quería que acelerara las cosas y eso haría. Empujando a Rick y a Kendall en la dirección adecuada.


Kendall hizo trizas la tarjeta de la agente inmobiliaria y dejó caer los pedacitos en la basura en forma de cascada. No iba a trasladarse, no iba a marcharse de Yorkshire Falls, no iba a huir. Ir a Arizona suponía eso y su futuro estaba allí. Por primera vez en su vida se enfrentaba a sus temores e intentaba cumplir sus sueños. Y aunque la idea le aterraba, nunca antes había estado tan segura de una decisión.

El sonido del teléfono móvil interrumpió sus pensamientos. Lo primero que haría para cimentar su condición de residente sería darse de alta en la compañía de teléfonos y tener una línea fija, decidió, mientras abría su diminuto móvil.

– ¿Diga?

– Hola, Kendall. Soy Raina. No tengo mucho tiempo para hablar, así que escucha.

Kendall se rió por lo bajo. Le encantaba la madre de Rick y cómo se encargaba de las cosas discretamente.

– ¿Todo bien? -preguntó Kendall.

– No me gusta entrometerme -dijo Raina pero se retractó rápidamente-. Bueno, sí me gusta entrometerme, así que perdóname por volverlo a hacer. Aunque te marches del pueblo, tengo una información que creo que puede interesarte.

Kendall respiró hondo.

– Raina, no voy a vender la casa de tía Crystal.

Sólo que Rick todavía no lo sabía y su hermana tampoco. No había visto a Hannah, que había preferido dormir en casa de Jeannie en vez de estar con ella. Y todavía no había hablado seriamente con Rick. No tenía forma de saber cuánto daño le había infligido. Un hombre al que habían traicionado, un hombre que aun así le había abierto su corazón, y ella se lo había pisoteado.

Kendall negó con la cabeza. No se merecía su perdón ni su amor, aunque deseaba ambos. Pero aunque Rick la rechazara, Yorkshire Falls era su hogar, y lo había sido desde que tía Crystal la acogiera. Lástima que hubiera tardado tanto en reconocer la verdad. Habría ahorrado mucho dolor a varias personas.

– Kendall, ¿me has oído? He dicho que me alegro mucho de que no la vendas. Tu tía estaría encantada -exclamó Raina, transmitiéndole su alegría y emoción sinceras a través de la línea telefónica.

– Gracias. -Kendall exhaló, agradecida por la calidez y compasión de la mujer-. Pero me gustaría decírselo personalmente a Rick.

– Por supuesto. Y ahora que lo sé, mi información parece más importante que nunca.

Las palabras de Raina despertaron la curiosidad de Kendall, que era precisamente lo que ella quería.

– ¿Qué sabes, Raina?

– Sé quién cambió las fotos en el pase de diapositivas del otro día. Quién te la jugó. Un momento. Estoy en la entrada de Norman's y no quiero que nadie me oiga.

Mientras Raina hacía una pausa, la expectación de Kendall iba en aumento. Ahora que había planeado forjarse una nueva vida, empezando por la decisión de quedarse allí, tenía que plantearse qué hacer a continuación. Enfrentarse a la persona que tantas ganas tenía de echarla del pueblo sería un comienzo estupendo. Luego se presentaría ante Rick.

– Fue Lisa -susurró Raina.

Kendall negó con la cabeza. Rick había tenido ese presentimiento, pero a Kendall seguía costándole imaginar a una maestra de escuela recurriendo a tales extremos por un hombre. De todos modos, tendría más sentido que fuera Lisa -y Kendall se quedaría más tranquila- porque ésta no disimulaba su desprecio, en vez de cualquier otra persona en la sombra sin motivos para odiarla. Los celos de Lisa habían resultado obvios desde el comienzo.

– Me parece absurdo -dijo Kendall, expresando en voz alta su incertidumbre-. No dudo que lo hagas con buena intención, pero no puedo enfrentarme a alguien sin pruebas.

– A ver qué te parece esto como prueba. Mildred, la de la oficina de correos, lleva años dejando, cómo decirlo con delicadeza, catálogos de lencería raritos en el buzón de Lisa.

Kendall inhaló con fuerza.

– ¿Mildred mencionó alguno en concreto?

Raina se echó a reír.

– Sabía que me lo preguntarías, así que por supuesto que le pedí más información a Mildred. Parece ser que Lisa lo recibe todo, desde Victoria's Secret a Feminine and Flirty pasando por Risque Business. ¿Te suena alguno?

– Sí. -La foto del pase de diapositivas era de Risque Business. Kendall carraspeó y fue asumiendo la realidad. Por lo menos el enemigo tenía cara y ojos-. Gracias, Raina. Es muy amable de tu parte habérmelo dicho.

Raina suspiró.

– La verdad es que no estaba muy segura de si sería mejor que lo supieras o no, pero cuando he entrado en Norman's y he visto a Lisa tan altanera, como si no tuviera nada que reprocharse… pues he decidido que no se merecía salirse con la suya. Y me avergüenzo de haberla animado a ir detrás de mi hijo. Tenía que compensar eso. Ahora tengo que reunirme con la familia de Eric.

– Gracias de nuevo, Raina.

– De nada, Kendall. Ya sabes que tu tía era como de la familia para mí. Y tú también. Adiós.

Unos segundos después de terminar la conversación, Kendall se retiró el teléfono de la oreja. Bajó la mirada y se dio cuenta de que estaba temblando, no de miedo sino de enfado. Enfado con ella y con Lisa.

Kendall había provocado el distanciamiento de Rick. No podía culpar a nadie más. Lisa Burton no se habría interpuesto entre ellos si Kendall no hubiera estado muerta de miedo, y tenía el presentimiento de que si Lisa no hubiera proyectado el cuerpo semidesnudo de Kendall en una pantalla para que la viera todo el pueblo, ella de todos modos habría encontrado otra excusa para huir. Al fin y al cabo eso era lo que siempre había hecho. Pero se acabó, pensó Kendall, por fin orgullosa de sí misma.

Aun así, Lisa debía asumir la responsabilidad de sus actos. No tenía ningún derecho a sabotear el pase de diapositivas anual del pueblo, igual que tampoco lo tenía a humillar o acosar públicamente a Kendall por culpa de los celos. En realidad, Kendall no tenía la exclusiva sobre el cuerpo de Rick Chandler, pero él le había dejado las cosas claras a Lisa. Ésta tampoco la tenía ni la tendría nunca.


Si Kendall pensaba quedarse en el pueblo, ya iba siendo hora de que se hiciera valer como persona con derechos, sentimientos y objetivos personales, uno de los cuales incluía a Rick Chandler.

Lo cual implicaba que tenía que decirle a Lisa Burton que se batiera en retirada.

Rick entró en Norman's. Cuando su madre lo había llamado a la comisaría hacía unos minutos y le había pedido que se reuniera con ella y la familia de Eric después del trabajo, no había podido negarse, a pesar de que seguía muy enfadado con ella por el hecho de que hubiera fingido sus problemas cardíacos.

Pero como sabía que lo había hecho por su propio bien, por retorcido que fuera el método, no pensaba darle la espalda y hacerla sufrir por ello. Era su madre y la quería.

En cuanto entró en el restaurante, se le acercó y ella le dio un fuerte abrazo, agradecida y aliviada.

– Qué contenta estoy de que hayas venido. Gracias.

Rick la abrazó también, dando gracias a Dios en silencio porque gozaba de buena salud aunque deseó que no tuviera una mente tan confabuladora. Luego dio un paso hacia atrás.

– ¿Dónde está Chase?

Rick supuso que Raina también le había invitado a cenar con la familia de Eric. A Roman probablemente le tocaría la próxima vez, cuando él y Charlotte regresaran de Washington D. C.

– Tu hermano ya vendrá -dijo Raina sin mirarle a los ojos.

Rick todavía no le había contado a Chase lo de la farsa de Raina. Asombroso, teniendo en cuenta que había reprendido a Roman por ocultarle la información, pero Chase estaba muy ocupado con los plazos de entrega y las reuniones, y Rick todavía no había encontrado la ocasión de darle la noticia. Ahora tenía que lidiar con su madre de nuevo, que volvía a dar muestras de estar haciendo de las suyas.

De repente le parecía que aquella cena era una especie de trampa.

– ¿Dónde está la familia de Eric? -preguntó Rick, temiéndose que ni siquiera estuvieran allí.

– Están en esa mesa redonda de ahí. -Señaló hacia un grupo numeroso situado en una esquina-. Pero creo que deberías saber que cuando Kendall ha entrado…

Rick soltó un gemido. Su madre acababa de confirmarle la corazonada que había tenido. Lo había embaucado para que fuera a Norman's. Oh, claro que quería que cenara con la familia de Eric, pero la idea probablemente no se le había ocurrido hasta que había entrado en el local y había visto a Kendall. En el fondo, su madre era una celestina extraordinaria.

Kendall. El alma se le había caído a los pies al oír su nombre, sensación que sabía que le duraría unas cuantas semanas. O por lo menos hasta que ella hiciera las maletas y se marchara del pueblo. Colocó con firmeza una mano en el hombro de su madre porque quería que lo dejara en paz. Había descartado la idea de reconciliarse con Kendall. Tenía que seguir adelante con su vida sin que su madre tratara de inmiscuirse.

Le apretó el hombro ligeramente para asegurarse de que le prestaba atención.

– Los sitios a los que Kendall va y lo que hace son asunto suyo. Hemos terminado, se marcha del pueblo y no quiere que me entrometa en su vida. Dejémoslo así.

Raina frunció el cejo.

– De acuerdo, pero si no quieres que el enfrentamiento entre Kendall y Lisa se convierta en una pelea a muerte en el salón trasero de Norman's, yo diría que mejor que te entrometas. -Dicho esto, se volvió y se encaminó a la mesa redonda donde estaba la familia de Eric.

Rick dejó escapar un gemido. ¿Alguna vez dejaría de caer en las trampas de su madre? Había picado el anzuelo y lo sabía. Pero tenía motivos. Si Kendall estaba en el salón posterior con Lisa, alguien tenía que arbitrar. Y mejor que ese alguien fuera él.

En cuanto dobló la esquina de la parte trasera, oyó claramente la voz de Kendall.

– Si vuelves a acosarme, te demandaré.

– ¿Alegando qué? -preguntó Lisa con tono aburrido.

– Oh, empezaré por algo sencillo, como provocar intencionadamente sufrimiento emocional, y luego pasaré a presentar acusaciones a la policía. Acoso sería un buen comienzo. Aunque no estoy segura de que haga mucha falta. Yorkshire Falls es un pueblo pequeño, y aquí la gente tiene una memoria de elefante.

Rick no quería arriesgarse a que lo vieran asomándose, pero notó la alegría con que Kendall le leía la cartilla a Lisa, que se limitó a exhalar un suspiro de sufridora.

– He vivido aquí más tiempo, tengo una reputación excelente y además tú no puedes demostrar que hiciera nada -replicó Lisa.

– ¿Estás segura? Resulta que tengo una amiga en la oficina de correos.

Rick entornó los ojos.

– Ya sabes que las editoriales de revistas ponen una etiqueta en la portada con el nombre y la dirección a que van dirigidas. Pues bien, a esta amiga no le importaría arrancar la portada del siguiente ejemplar mensual de Risque Business. Ya sabes, la portada que demuestra que estás suscrita a la revista para la que hice de modelo. -Resultaba claro que Kendall se estaba regodeando-. No soy abogada, pero eso debería bastar para demostrar que tuviste la oportunidad. Todo el pueblo sabe que Rick te gusta, así que no costaría nada encontrar el motivo. Créeme, Lisa, más te vale no meterte conmigo. Retírate -dijo para terminar, hablando con voz más grave.

Rick parpadeó asombrado. Nunca había oído a Kendall emplear un tono tan estricto, tan de intocable; ni siquiera con su hermana. El pecho se le hinchó de orgullo junto con el reconocimiento de que algo había cambiado en el interior de Kendall. Era obvio que se había enfrentado a algunos de los demonios que llevaba dentro desde la niñez, y que la experiencia la había fortalecido.

Deseó poder albergar esperanzas ante la idea, pero Kendall llevaba la pasión de viajar en las venas. Aunque el temor fuera lo que motivaba sus huidas y parte de ese temor pareciera haber desaparecido, Rick se había llevado demasiados palos en la vida como para creer que Kendall cambiaría de opinión y se quedaría. Con él.

Pero le agradaba saber que, por lo menos, se marcharía del pueblo con la cabeza bien alta.

– Así me gusta -dijo entre dientes, aunque acto seguido se dio cuenta de que ella nunca lo sabría.

– En cuanto te marches, Rick se olvidará de ti por completo -apostilló Lisa para acabar.

Rick dio un paso adelante, movido por el instinto de corregir a Lisa y proteger a Kendall, pero ésta respondió antes, demostrándole que no necesitaba que se preocupara de ella. Siempre había sabido apañárselas sola.

– Dejemos claras unas cuantas cosas -le dijo Kendall-. Una: soy inolvidable; dos: no me voy a ningún sitio, y tres: aléjate de Rick. Es mío.

Rick se rió al oír las palabras de Kendall y finalmente un tenue rayo de esperanza se abrió camino en su interior. El hecho de que Kendall dijera «no me voy a ningún sitio» y «es mío» le provocaron una subida de adrenalina a la vez que lo asaltaron las dudas. No debía tomarse esas palabras al pie de la letra.

Dobló la esquina y entró en el salón para hablar cara a cara con Kendall. Lisa pasó por su lado a toda prisa y Rick no le dijo nada. Kendall ya había dicho todo lo que había que decir, y más. Pero la duda era si volvería a decirlo, esta vez a él directamente o si se marcharía corriendo.

Echó un vistazo. Kendall se había apoyado en la pared del fondo y había cerrado los ojos. Rick sabía que las confrontaciones no eran propias de su carácter, pero lo había hecho bien. Estaba orgulloso de ella. No sabía si Lisa tenía más ases en la manga, pero por lo menos Kendall la había puesto en evidencia. La próxima vez tendría que asumir las consecuencias de sus actos.

Kendall inspiró hondo y luego exhaló. El pecho le subía y bajaba debajo de la camiseta sin mangas color limón que llevaba. Uno de los tirantes se le deslizó por el hombro y dejó al descubierto su suave piel, lo cual hizo que Rick sintiera el deseo acuciante de besar cada milímetro de su ser.

– Tranquilo -dijo Rick entre dientes. Tenían mucho por solucionar antes de besar a la mujer que tenía la llave de su corazón. Era mejor que empezara por lo más simple-. Felicidades.

Kendall abrió los ojos de repente.

– Rick. -Parpadeó, claramente sorprendida pero no descontenta de verle, si es que la sonrisa vacilante de su rostro podía tomarse como indicación-. ¿Felicidades por qué?

– Has amansado a la fiera -respondió, refiriéndose a Lisa. Esbozó una sonrisa-. Eso merece una ronda de aplausos. -Aplaudió para reafirmar sus palabras así como para romper el hielo entre ellos.

– No sé si la he amansado. -Kendall se echó a reír. Le brillaban los ojos. Sólo habían sido unos pocos días, pero cuánto había añorado su mirada luminosa y su risa fácil-. Pero sí le he dejado las cosas claras.

Rick asintió.

– Eso he oído.

– ¿Estabas escuchando a escondidas? -preguntó, claramente sorprendida.

– Escuchando en un lugar público.

Kendall puso los ojos en blanco.

– Lo mismo da. Entonces… ¿qué has oído? -preguntó mordiéndose el labio inferior.

Rick también tenía ganas de mordisquearse.

– ¿Cuánto quieres que sepa? -preguntó él a su vez.

Kendall suspiró, cambiando el peso de un pie a otro, incómoda.

– Rick, no quiero entrar en un juego de veinte preguntas.

– Yo tampoco. -Tampoco quería poner sus esperanzas en una mujer que podía volver a rechazarlo-. ¿Qué te parece si contestas a mi pregunta y me dices qué quieres que sepa? -Se acercó a ella, asumiendo el mayor riesgo de su vida. Pero si había oído bien, ella por fin también había asumido un riesgo. Si no, en todo caso, era la última oportunidad de Rick Chandler-. Dímelo.

Kendall lo miró de hito en hito, captando su querido rostro, su expresión seria y su preciosa boca. Ahora que lo tenía delante, no sabía qué decir y optó por la verdad.

– Tengo miedo -reconoció.

Rick extendió la mano y le acarició la mejilla. Su piel endurecida la hizo estremecer y le recordó no sólo su conexión física sino también la emocional. Era obvio que su unión perduraba a pesar de sus intentos por distanciarlo de ella, y el alivio que la embargó le proporcionó una mayor tranquilidad de espíritu. Era Rick y podía decirle todo lo que quisiera.

Mientras lo miraba a los ojos, se dio cuenta de lo mucho que se jugaba con su respuesta. Aunque temía que él la rechazara, una parte de ella también tenía miedo de que la aceptara. La vida que siempre había querido y temido al mismo tiempo estaba a su alcance y no sería humana si no reconocía que estaba aterrorizada.

Respiró hondo y se lanzó al vacío esperando que Rick estuviera dispuesto a sujetarla en su caída.

– No me voy a marchar de Yorkshire Falls.

– ¿Ah, no? -Arqueó una ceja-. Cuéntame.

Una sonrisa adorable asomó a sus labios y Kendall se dio cuenta de que había oído toda la conversación con Lisa. De todos modos, se merecía que se lo dijera a la cara y con un tono y actitud muy distintos a los que había empleado con la fiera, como Rick había tenido el acierto de llamarla.

– Yo… -Kendall hizo una pausa para aclararse la garganta, a punto de quedarse paralizada por los nervios. ¿Y si él le daba la espalda? ¿Y si no se la daba?

Como si notara su angustia, Rick la cogió de la mano y se la apretó con fuerza. Para infundirle valor. Y consuelo.

– Continúa.

Kendall esbozó una sonrisa forzada que se volvió más fácil y real mientras hablaba.

– He decidido dejar de huir.

– ¿Por qué?

Le apretó la mano un poco más y ella agradeció esa muestra de apoyo, que le hizo ganar esperanza.

– No sé por qué. De repente vi esa foto y me convencí de que había llegado el momento de marcharme. Pensé que tú y tu familia os merecíais algo mejor.

– ¿Alguno de nosotros te dijo que queríamos algo mejor? -masculló. Dejó de sonreír y frunció el cejo. Resultaba claro que no estaba contento.

– Pues no. -Nadie le había dicho nunca algo así.

– Sin embargo, tú, de todos modos, pensaste tomar esa decisión por nosotros. Muchas gracias. -Negó con la cabeza.

– Era una excusa para huir.

– Era una excusa para huir -dijo él casi simultáneamente.

Kendall se rió y notó que el nudo que tenía en la garganta le desaparecía.

– Qué bien me conoces.

– Eso es lo que hace tiempo que intento decirte. -Adoptó un tono de voz sombrío, serio e incluso más sexy si es que tal cosa era posible.

– Ojalá pudiera prometerte que esto será fácil. -Kendall hizo un gesto que los abarcaba a los dos-. Que no tendré problemas para adaptarme.

– Si me gustaran las relaciones fáciles estaría con Lisa. -Rick sonrió ampliamente, se dio una palmada en el muslo y soltó una carcajada ante su propia broma.

– Muy gracioso -comentó ella.

– Eso me ha parecido -reconoció él antes de encogerse de hombros-. En serio, cariño, sólo te quiero a ti y en un sitio. Conmigo. Lo demás ya vendrá de forma natural, te lo prometo. Quizá encontremos unos cuantos baches en el camino, pero todos los matrimonios se enfrentan a ellos tarde o temprano.

– ¿Matrimonios? -Retrocedió sorprendida y se dio contra la pared que tenía detrás.

Él la siguió sin dejarle espacio para la retirada.

– Tenemos dos maneras de hacer esto. Lento y fácil o rápido y difícil. -Apoyó una mano en la pared por encima del hombro de ella-. No quiero obligarte a nada para lo que no estés preparada, pero tengo que dejar claras mis intenciones para evitar malentendidos.

Kendall asintió. Era lo que ella quería. Sinceridad, las cosas claras, sin errores ni sorpresas. Sin marcha atrás.

– Quiero casarme contigo. -Le acarició la mejilla con la otra mano-. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. Quiero ayudarte a cuidar de tu hermana rebelde junto con un par de hijos que tengamos. Y quiero hacerlo aquí, en Yorkshire Falls. -Inclinó la cabeza hacia ella, hasta que la tocó con la frente y Kendall notó la calidez de su aliento en su mejilla.

Respiró hondo y se sintió como si hubiera encontrado su hogar.

– Yo también quiero lo mismo. -Se le quebró la voz y una lágrima se le deslizó por la mejilla-. Pero ¿y si me entra el pánico? Nunca he vivido demasiado tiempo en el mismo sitio, nunca he pensado en el futuro. Ante el menor atisbo de problema, mi reacción es huir, rechazar a una persona o un lugar antes de que me rechacen a mí. Me he dado cuenta de que eso es lo que hago. Y si…

– Chis. -Le puso un dedo en los labios-. Deja de pensar en «y si». No ahora que entiendes por qué siempre huías. Si te entra ese pánico, me daré cuenta. O tú te darás cuenta y vendrás a mí, porque eso es lo que hacen las personas que se quieren. Y lo hablaremos -dijo antes de sellarle la boca con la suya, la promesa y el amor palpables en el recorrido de su lengua y en la forma posesiva con que se apoderó de sus sentidos.

Rick la conocía, la comprendía y la aceptaba a pesar de los pesares. Kendall levantó las manos y le cogió el rostro entre las palmas para gozar de un acceso mejor y más profundo a la calidez húmeda de su boca antes de acabar separándose.

– Nunca pensé que encontraría un hogar -musitó.

– Pues está aquí mismo, cariño. -Sus labios se cernieron sobre los de ella-. Conmigo.

– Mmm. -A pesar de que sabía que cierto temor la acompañaría durante algún tiempo, Kendall se sentía segura, amada y querida por primera vez en su vida. Sentimiento que transmitiría a su hermana y a los hijos que tuvieran. El cariño que sentía en su interior le ensanchaba el pecho.

– ¡La madre de Dios! -El grito de Hannah resonó en el pasillo-. ¡Jeannie, ven aquí a ver esto! Y trae a la señora Chandler. Me refiero a Raina. Trae a Raina. ¡Yuju!

Kendall se sonrojó, y notó que el calor le subía rápida y furiosamente a las mejillas mientras Rick se limitaba a enderezarse y reír.

– Supongo que más vale que me vaya acostumbrando a este tipo de interrupciones, ¿no?

– Quizá aprenda a llamar antes a la puerta -sugirió Kendall esperanzada.

– ¿Nos quedamos? ¿Nos quedamos? -preguntó Hannah, con los ojos muy abiertos y expresión esperanzada.

Kendall sonrió ampliamente.

– Nos quedamos.

– ¿Dónde vamos a vivir? ¿Podemos trasladarnos a la casa principal? Pearl dijo que la espalda de Eldin no se resentiría tanto en la casa de invitados, pero que no quería decírtelo porque estabas preocupada por el escándalo -divagó Hannah.

Kendall miró a Rick mientras la cabeza le daba vueltas.

– No hemos decidido tantas cosas, mequetrefe -le dijo a Hannah.

– Bueno, vale, de acuerdo. Ya lo hablaremos más adelante. Quiero que mi habitación sea violeta. Rick, ¿podrás pintar de color violeta la habitación que me toque?

Kendall observó conmocionada a su repentinamente eufórica hermana.

– Ya hablaremos de la habitación violeta en otro momento. ¿Cómo has entrado? ¿No te dijo Norman que no quería verte por aquí hasta el siglo que viene?

– Sí, pero me lo he camelado -repuso Hannah con total desparpajo.

Rick miró a su hermana.

– ¿Y cómo se hace eso?

– Le he ayudado a lavar los platos esta mañana y me lo he metido en el bote. ¿Esto significa que puedo llamarte papá? ¿O tío Rick? O ¿qué te parece Hey Cooper? -Hannah se echó a reír, más feliz de lo que Kendall la había visto en toda su vida.

– No sé cómo tienes que llamarle a él, pero a mí mejor que me llames abuela -dijo Raina apareciendo por detrás de Hannah. Miró a Rick de hito en hito-. ¿Lo ves? Ya te dije que en mi futuro veía nietos. -Rodeó con los brazos a la muchacha y la abrazó cada vez con más fuerza.

– No puedo respirar -chilló Hannah.

– Y ella no puede hablar. Sigue abrazándola, mamá. -Rick se rió por lo bajo mientras Hannah le dedicaba una mueca de fastidio que se transformó en una amplia sonrisa en cuanto Raina la soltó.

– ¿Significa eso que dejarás en paz a Chase? -preguntó Rick-. Ya nos tienes colocados a Roman y a mí. Creo que deberíamos ir a The Gazette y contarle juntos la verdad.

– ¿Qué verdad? -preguntó Kendall, confundida y curiosa.

– Luego te lo cuento -le susurró Rick al oído-. Cuando estemos desnudos y solos -le dijo con voz incluso más baja, rozándole la mejilla.

– Eh -dijo Hannah observándoles. Pero la sonrisa no desaparecía de su rostro.

Y cuando Kendall se encontró con la mirada encendida de Rick, supo exactamente cómo se sentía su hermana. Vértigo, felicidad, incredulidad y una gran cantidad de amor alojados en su interior cuando pensaba en el futuro. Todo era posible porque se había enfrentado al pasado.

Kendall había llegado al pueblo huyendo y había acabado encontrando la vida que siempre había soñado y el hogar y la familia que nunca había tenido. Había domesticado tanto a sus demonios personales como al seductor del pueblo. No estaba mal, se dijo.

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