Capítulo 3

Al cabo de una hora, Rick la había llevado al pequeño supermercado de Herb Cooper y la había ayudado a escoger lo que necesitaba para la casa. Mientras recorrían los pasillos, Rick tenía la impresión de que los observaban, pero no veía a nadie cuando miraba a su alrededor.

Lo achacó a haber pasado demasiadas horas de guardia, pero entonces oyó un ruido a sus espaldas y, al volverse, vio a Lisa Burton. Estaba al final del pasillo de los quesos y las galletas saladas y los observaba cuando creía que él no miraba. Rick gimió y apartó la mirada antes de que ella se diera cuenta. No le apetecía enfrentarse de nuevo a aquella obsesa sexual.

– Te has callado de repente -le dijo Kendall-. Ya casi he acabado y te agradezco que me hayas acompañado a hacer la compra.

– Ha sido un placer -repuso Rick, y lo era. Le gustaba Kendall, su perspicacia y sentido del humor. La prefería a cualquiera de las otras mujeres con las que había estado, incluida Lisa, desde luego.

Una mirada rápida por encima del hombro le bastó para ver que esta última había desaparecido. Seguramente habría ido al otro pasillo para hacerse la encontradiza con él. En ese momento, Rick se trazó un plan. Sabiendo que iba a toparse con la mujer, si actuaba antes de que ella lo hiciera, entonces Lisa y sus sueños de matrimonio pasarían a ser un recuerdo lejano… dejándolo con una candidata menos… y todo un pueblo por delante, pero algo era algo.

– La cena. -Kendall sonrió y arrojó un paquete de perritos calientes al carrito como si fuera una pelota de baloncesto.

La cena.

– ¡Joder! -exclamó. Su madre y Chase estaban esperándolo -consultó la hora- desde hacía más de una hora. Era normal que no le hubieran llamado. Cuando Rick estaba de servicio, su familia se había acostumbrado a que llegase tarde, pero quizá estaban preocupados.

– Admito que no son una exquisitez, pero se preparan rápido y son baratos. La comida perfecta para un soltero, así que ¿a qué viene la palabrota? -Kendall estaba mirándolo sorprendida.

– Había olvidado que tenía que ir a cenar a casa de mi madre.

– Y aquí estás, perdiendo el tiempo conmigo. -Alargó la mano y le tocó el brazo.

Entre ellos saltaron chispas que se burlaron de las palabras de Kendall y cimentaron la idea de que el plan para intimidar a Lisa funcionaría.

– Siento haberte entretenido -dijo Kendall.

– Yo no. -A Rick le gustaba estar con aquella mujer que lo divertía, le excitaba y que no quería nada a cambio, salvo lo que él estuviese dispuesto a darle.

Extrajo el móvil de entre el equipamiento que le colgaba de la cintura, marcó el número de memoria y esperó a oír la voz de Raina al otro lado de la línea.

– Hola, mamá. Siento el retraso. Me he distraído.

– ¿Tu nueva novia? -Se rió; parecía mucho más animada de lo normal.

Desde que a su madre le diagnosticaran meses atrás que tenía problemas de corazón, estaba preocupado por su salud. Chase y él se turnaban para controlarla, asegurarse de que comía con regularidad y no se fatigaba en exceso. Tras la muerte de su padre, los tres hermanos Chandler se ocupaban de ella.

– Habrás cenado, ¿no? -le preguntó.

– Chase y yo hemos cenado -le aseguró-. Lo han llamado del periódico y se ha marchado, pero te he guardado la cena caliente. Y no he tomado postre para luego comérmelo contigo. Quiero que me lo cuentes todo sobre la boda.

Rick puso los ojos en blanco. Sabía que su madre no creía en los rumores, pero era obvio que aquél había corrido como la pólvora. Echó un vistazo y vio a Lisa donde se había imaginado, esperándole al final del pasillo y, sin duda, tratando de adivinar quién era Kendall. Rick necesitaba darle un motivo de peso para que se convenciera de una vez de que ella no le interesaba. Al mismo tiempo, necesitaba que su madre pensase que estaba con una mujer, para que acabase de una vez por todas con su infernal campaña.

– Te agradezco que me esperes, mamá. Llegaré dentro… -consultó la hora mientras calculaba el tiempo que necesitaría para acabar allí-… de una media hora. Oh, iré acompañado.

Kendall meneó la cabeza a su lado.

– No hace falta -le susurró-. Me las apañaré sola.

Rick hizo un gesto para restarle importancia a aquella objeción y oyó el final de la pregunta de su madre.

– Llevaré una acompañante, mamá, que te sorprenderá gratamente. -Antes de que Raina comenzase el interrogatorio, Rick cortó la llamada, cerró el móvil y se lo guardó.

– Eso ha sido una tontería. -Kendall lo fulminó con la mirada.

Rick se le acercó, consciente de que Lisa estaba espiándolos.

– No eres muy agradecida que digamos teniendo en cuenta que acabo de salvarte de una cena a base de perritos calientes y polvo.

– Acabas de contarme que tu madre quiere casarte. Seguramente todo el pueblo piensa que ya nos hemos casado, ¿y pretendes llevarme a cenar con ella? ¿Te has vuelto loco?

– Probablemente. -Vio la mirada sorprendida de Kendall y le dedicó una sonrisa-. Tengo un plan. Una especie de quid pro quo y tienes que oírlo antes de negarte.

Kendall adoptó una expresión recelosa y Rick pensó que rechazaría la idea antes siquiera de que pudiera proponérsela.

Ella puso los brazos en jarras y le miró.

– ¿Qué te hace pensar que voy a negarme? -preguntó, y el tono desafiante le pilló desprevenido.

Rick supuso que ella quería demostrarle que era muy capaz de plantarle cara a cualquier propuesta y, después de aquel beso, a Rick tampoco le importaría demostrarle algo parecido.

– ¿En qué clase de intercambio has pensado? -preguntó en el mismo tono cauto.

Si quería convencerla para que participase en el plan, tendría que cambiar de actitud. Apoyó un brazo en la puerta de cristal que había detrás de Kendall, con lo que la dejó atrapada entre su cuerpo y el compartimiento de comida congelada. Era una inconfundible situación íntima para que ella bajase la guardia.

– Te propongo una especie de ayuda de limpieza mutua. -Bajó la voz al sentir su cercanía y la emoción desatada en sus venas-. Te ayudaré a limpiar tu casa si tú me ayudas a limpiar la mía.

Kendall negó con la cabeza y se rió.

– No lo dices en sentido literal.

– Lo de tu casa, sí. Lo de la mía, no. -Alargó la mano por puro impulso y le cogió un mechón de pelo, que frotó entre el pulgar y el índice, deleitándose con la sensación que le producían los cabellos en la piel-. Te ayudaré a dejar la casa de tu tía en condiciones para venderla y tú me ayudarás a poner orden en mi casa. Mi casa interior.

¿Hacía falta que añadiera algo? «¿Quieres ser mi amante, Kendall?» Sintió un hormigueo en la piel y se estremeció. Las palabras y el hecho parecían correctos. Ella parecía la persona correcta. ¿Cómo era posible que le propusiera algo que sonaba tan desalmado?

– Deja de andarte por las ramas y dime qué has pensado.

Rick respiró hondo y decidió decirle la verdad pura y dura.

– Quiero que finjas que eres mi amante, que todo el mundo chismorree y que las mujeres me dejen tranquilo. -La miró de hito en hito-. ¿Qué te parece?

Kendall se notó un tic nervioso en la boca.

– Lo que ya te he dicho. Estás loco -respondió sin apartar la mirada.

¿Era su imaginación o le parecía que había visto un destello de dolor en sus preciosos ojos verdes antes de que ella pudiera disimularlo?

– No estoy loco -repuso Rick-, lo que pasa es que estoy harto del acoso femenino. Por otra parte, estoy a gusto contigo y pienso que este plan nos beneficiaría a los dos. -¿Acaso no le decía su cuerpo lo que el de Rick ya sabía? ¿Que estaban hechos el uno para el otro y que sólo les faltaba consumar la unión?

Él tuvo que recordarse que lo que le había sugerido era una relación ficticia, pero su cuerpo opinaba distinto al ver cómo ella se mordía el labio.

– No lo sé.

– Has dicho que no te sobra el dinero. ¿Puedes pagar a un carpintero? -Rick buscó argumentos para convencerla de que él tenía lo que ella necesitaba, es decir, él-. ¿Un pintor? -prosiguió-. ¿Cualquier otra reparación que necesite la casa?

Kendall exhaló de forma sonora.

– Seguramente no. -Sin lugar a dudas, no podría hacer frente a todos esos gastos, pensó Kendall. Aunque recurriese a las joyas para mantenerse mientras arreglaba la casa, no sabía si dispondría de ingresos suficientes para cubrir las reparaciones. Rick se estaba ofreciendo a hacerlas él… por un precio especial. Un precio que Kendall le había pagado con anterioridad a Brian… y había acabado vestida de novia.

La recorrió un escalofrío que nada tenía que ver con el compartimiento de alimentos congelados que tenía detrás. No quería depender de nadie para satisfacer sus necesidades o lograr sus sueños. Sobre todo, no quería que nadie se interpusiese en sus propósitos. Y Rick, con aquellos ojos dorados, aquella atractiva sonrisa y su personalidad encantadora, era un peligro mucho mayor del que había supuesto Brian.

Sin embargo, sabía que su trato tenía sentido. La frente de Rick todavía tocaba la suya, y con aquel contacto íntimo le era mucho más difícil sopesar las alternativas. Que era justamente lo que él quería, de eso no le cabía duda.

– Como incentivo añadido, resulta que soy un manitas.

Quiso preguntarle hasta qué punto lo era, pero se contuvo. Aunque su cuerpo ya había reaccionado a su deliberado equívoco y sintió una calidez deliciosa en el estómago mientras un intenso hormigueo sensual se apoderaba de su entrepierna. La voz de Rick destilaba seducción y Kendall se dejó seducir.

Se lamió los labios y trató en vano de concentrarse en cosas más triviales.

– No me dejes con la intriga. Dime qué saben hacer esas manos. -Por desgracia, las frases sonaron como las de una persona necesitada, que era como ella se sentía en esos momentos.

Rick sonrió.

– En mis días libres, en casa de mi madre he hecho de todo -repuso-. Puedo ocuparme de casi todo lo que necesites, y si hay algo que no sepa hacer, puedo pedir un favor; por suerte, tengo turnos bastante flexibles. Cuatro de diez.

– Que yo lo entienda, por favor.

Rick puso los ojos en blanco con un gesto divertido que a Kendall le pareció sumamente atractivo.

– ¡Muy fácil! Tengo cuatro turnos de diez horas a la semana con tres días libres. Tiempo de sobra para ayudarte en la casa y dar así la impresión correcta a los ojos de los demás.

Kendall abrió y cerró los puños humedecidos.

– ¿Y cuál sería esa impresión?

Rick le acarició la mejilla.

– Que no puedo estar sin ti, que finalmente he encontrado a la mujer que buscaba. Y que ya no me interesa nadie más.

Hablaba con tal convicción que podría haber sido sincero… pero no lo era, se dijo Kendall. Era sólo un trato. Rick quería evitar las relaciones y el matrimonio. Lo único que hacía era demostrar que, de cara a los demás, podía fingir ser su amante.

Ella tendría que hacer otro tanto si aceptaba. Puesto que acababa de finalizar con un trato similar hecho con Brian, sabía lo muy unidos que Rick y ella podrían acabar estando. Pero Rick no le pedía nada duradero, tan sólo necesitaba una solución temporal para su problema. Lo mismo que ella precisaba una solución rápida para el suyo. Quid pro quo, en efecto. Ella apenas tenía dinero en el banco y Rick le ofrecía la solución que necesitaba desesperadamente.

– ¿Kendall? -Rick rompió el largo silencio y la devolvió al presente.

Podría hacerlo. Si se ponía una coraza y se recordaba a menudo que se marcharía en cuanto pudiera, no acabaría encariñándose con Rick ni con el pueblo.

Se las arreglaría. Lo miró a los ojos.

– Sí -le dijo.

– «Sí» me estás prestando atención ahora o «sí»…

– Seré tu amante -dijo rápido, antes de cambiar de idea-. Fingiré serlo…

Sin dejarla acabar, y sin que ella lo esperase, Rick la besó rozándole apenas los labios. Permanecieron unidos unos instantes, lo bastante para que el infierno entrase en erupción y las brasas se avivasen. Entonces, de repente, Rick se apartó, levantó la cabeza y la miró.

– Gracias.

Kendall sentía un cosquilleo en los labios, y una calidez inesperada le envolvió el corazón. Se asustó. Pero aunque turbada, se lo tomó a la ligera.

– Ya veremos si te lo mereces o no.

De repente, en la tienda se oyó un chillido. Kendall se dio la vuelta y vio a una mujer que salía corriendo tan rápido hacia el otro lado del pasillo que no llegó a verle la cara. Ni siquiera sabía si era esa mujer la que había gritado. Se volvió hacia Rick.

– ¿Qué ha sido eso?

Rick se encogió de hombros.

– Ni idea. -Los ojos le brillaron de emoción, pero se le pasó en seguida-. Creo que este trato nos beneficiará a los dos.

Kendall se encogió de hombros, insegura.

– Sigo pensando que estás loco.

– No, qué va. Sólo me gusta causar revuelo. -Se le iluminó la mirada-. Venga, acabemos la compra y pongámonos en marcha.

– Si tú lo dices, pero no pienso responsabilizarme de lo que pase a continuación.

– Has llegado al pueblo con un vestido de novia, querida. No pienso asumir yo la responsabilidad de nada. -Algo que Rick demostró al cabo de unos minutos, cuando el propietario de la tienda comenzó a cobrar la compra.

– Recién casados, ¿eh? -El hombre, mayor y medio calvo, marcaba los precios a mano. Era obvio que la lectura por escáner todavía no había llegado al pueblo-. ¿Te vas a mudar a la casa de invitados de Crystal? -le preguntó a Rick, pero no esperó a que respondiese-. Siento lo de su tía, señorita Sutton, es decir, señora Chandler.

Kendall comenzó a atragantarse.

– Kendall, llámeme Kendall -repuso-. Kendall Sutton.

Herb alzó la vista y frunció el cejo.

– ¿Te has casado con una feminista, Rick? No dejes que conserve su apellido porque dentro de nada comenzará a exigirte más y más cosas, como el mando a distancia de la tele. Al final, al hombre no le queda nada, ni siquiera el orgullo.

Rick respiró hondo y contuvo la risa, pero no corrigió a Herb.

– ¿No piensas decir nada? -le susurró Kendall.

– No serviría de nada y, además, tampoco es grave dejar que siga especulando, ¿no?

– El trato era para una relación, no para un matrimonio.

– Pronto conocerás el pueblo, pero por esta vez te haré caso. -Rick le dio una palmadita en la mano-. No estamos casados, Herb. Y te agradecería que aclarases el malentendido cuando se lo oigas decir a alguien. Aunque no creo que sirva de nada -añadió en un susurro para que sólo Kendall lo oyese.

Herb se pasó la mano por la calva.

– Pues Pearl dijo que te vio llevar en brazos a esta guapa señorita con un vestido de novia.

– Bueno, eso es verdad…

– Es una larga historia, señor… -Kendall se dio cuenta de que no sabía su nombre-. Es una larga historia, Herb.

– Y te la contaríamos, pero llegamos tarde a la cena en casa de mi madre. -Rick le apretó la mano a Kendall.

Ésta trató de asimilar rápidamente esas palabras y se dio cuenta de que Rick ya estaba interpretando su papel: decía en público que ella iría a cenar a casa de su madre, le cogía la mano delante de la gente. Sintió el calor que emanaba de esa mano y tragó saliva.

Herb se rió.

– A Raina le gustará tener una nuera que viva en Yorkshire Falls.

– No…

Rick le dio un codazo suave para recordarle que debía seguir el juego. Tal vez no fuera su novia, pero a partir de aquel momento, sería su amante a ojos de los demás.

Que comience la farsa, pensó Kendall y le entregó a Herb la tarjeta de crédito para que le cobrase. Herb leyó el nombre que figuraba en la misma, miró a Rick y luego a Kendall, y farfulló algo sobre las mujeres y sus malditas ganas de independencia, pero al cabo de unos minutos le había cobrado y guardado los productos en bolsas.

– ¿Has visto a Lisa Burton salir corriendo? -preguntó Herb.

– ¿La mujer que ha chillado antes? -inquirió Kendall.

– Sí. Ha dejado caer la cesta y se ha marchado a toda prisa; he tenido que limpiar los huevos rotos y todo.

– Nunca se sabe qué es lo que provoca a una mujer, Herb. -Rick tomó a Kendall del codo en un gesto caballeroso-. Me alegro de verte. -Rick le estrechó la mano.

– Igualmente.

– Encantado de conocerte -le dijo Kendall mientras recogía las bolsas con Rick.

– Estoy seguro de que volveremos a vernos. Una casa vieja necesita muchas cosas para dos personas y…

– Desde luego, por eso tenemos que marcharnos ya. -Rick interrumpió a Herb y empujó a Kendall hacia la puerta antes de que el hombre iniciase otra conversación sobre el matrimonio.

Kendall se alegró de ello porque suponía que la madre de Rick ya los interrogaría largo y tendido.


Rick parecía otra persona, pensó Raina encantada. No había visto esa mirada enamorada y vidriosa en ninguno de sus hijos desde… desde que Roman viera a Charlotte en el baile del día de San Patricio. Seguramente tenía que ver con el hecho de lo mucho que enseñaban el cuerpo las mujeres. O tal vez fuera el ombligo. Raina se dio cuenta de que Rick no dejaba de mirarle a Kendall el ombligo y el vientre.

Al ver a aquellos dos jóvenes juntos, Raina se sintió más tranquila y feliz. La sobrina de Crystal le devolvía la presencia de su amiga. Se preguntó si Crystal habría enviado a Kendall para trastocar la vida de todos. Si así era, Raina pensaba ayudarla.

– Entonces, ¿qué piensas hacer con la casa? -le preguntó a Kendall-. Pearl y Eldin estarían encantados de quedársela.

Kendall soltó el tenedor.

– ¿En serio? Excelente:

Raina asintió.

– Me alegro de que te parezca bien, sobre todo teniendo en cuenta que viven de unos ingresos fijos. El alquiler que acordaron con tu tía era el único que podían permitirse.

– Hablando de alquileres, tendría que averiguar los detalles sobre el contrato de alquiler -dijo Kendall.

– Oh, no existe. -Raina agitó la mano en el aire.

– ¿Qué quiere decir?

– En el pueblo, la gente que se conoce desde hace mucho tiempo todavía cierra los tratos con un apretón de manos. Lo sé, es una tontería, pero es lo que hay. Cuando tu tía enfermó, Pearl y Eldin dejaron su apartamento, que les costaba dinero, y se fueron a vivir a casa de tu tía para ocuparse de la misma durante su ausencia.

Kendall se atragantó con el agua.

– Oh, vaya, lo siento. No sabía que no pagaran alquiler. -Tosió de nuevo y se secó los labios con una servilleta.

Raina se percató de que Rick escuchaba la conversación con semblante serio.

– ¿Dice que se han ocupado del mantenimiento de la casa? -le preguntó Kendall cuando se hubo recompuesto.

– Eldin pinta en sus ratos libres, y tiene muchos, porque está de baja por discapacidad -explicó Rick-. Si te fijas bien, verás manchurrones en las paredes de la casa principal.

– Retoques -corrigió Raina.

– Sigo sin creer que no le pagaran alquiler a tía Crystal.

– Bueno, Crystal no veía motivo para ello, La casa era propiedad suya desde hacía años. Sabía que a Eldin y a Pearl no les sobraba el dinero y les pidió que se ocuparan de la casa mientras ella estaba en la residencia. -Raina alargó la mano y le dio una palmadita a Kendall-. Tu tía era una buena mujer.

– Una de las mejores -repuso Kendall bajando la voz, afligida por el dolor. Sin embargo, se armó de valor y sonrió, algo que a Raina le pareció admirable-. Pero tendré que arreglar la casa de todos modos -añadió-. Y luego decidiré qué hacer con ella… -Se calló. Las miradas de Rick y ella se encontraron y se comunicaron sin palabras.

Raina recordaba a la perfección esa época. Esas miraditas que sólo comprendían las parejas al comienzo de la relación.

– Es decir, no…

– No sabe qué hacer con la casa -intervino Rick para acabar la frase de Kendall.

– Bueno, no querrás venderla, ¡es tu patrimonio! -Raina no estaba al corriente de los detalles, pero le parecía increíble que la sobrina de Crystal renunciase a su herencia.

– Lo que Kendall quiera hacer con su propiedad no es asunto tuyo, mamá -dijo Rick.

Kendall suspiró.

– Me cuesta pensar en tener patrimonio cuando me he pasado la vida de un lado para otro.

– Ah, sí. ¿Tus padres siguen en el extranjero? Crystal solía hablarme de sus viajes. -Raina dio unos golpecitos en la mesa con las yemas de los dedos, pensando. La transitoriedad no era un rasgo útil, pero quizá Kendall no fuera como sus padres.

– Son arqueólogos. Ahora están en algún lugar de África.

– ¿Y tu hermana? ¿Cómo está?

– Hannah está en un internado de Vermont. Está bien. He recibido una o dos llamadas dándome a entender que es alborotadora, pero siempre ha tenido mucho brío. Pienso ir a verla para hablar con ella en cuanto arregle las cosas aquí.

Raina movió la cabeza.

– Es una pena cuando una familia no vive como una familia.

– Madre. -Rick la reprendió con el tono-. Kendall acaba de perder a su tía, no le des la lata. Lo que quiera hacer con su vida no es asunto tuyo.

La está protegiendo, pensó Raina, y aunque Rick era así por naturaleza, se dio cuenta de que en esa ocasión se trataba de algo personal. Raina observó a su hijo, complacida.

– Rick, no me importa explicárselo. Casi nadie entiende mi forma de vivir. Creo que ni yo misma la entendería si no fuera porque la vivo en primera persona. -Le sonrió a Raina-. Teniendo en cuenta que su familia es cariñosa y afectuosa, estoy segura de que la mía le parece extraña.

– Tonterías. Bueno, quizá -admitió Raina. La gente cambia, pensó, con el incentivo adecuado-. Quiero que te sientas como si formaras parte de nuestra familia. Crystal lo habría querido y es lo que yo deseo. -Más de lo que Kendall se imaginaba.

A primera vista, Kendall Sutton no sólo era atractiva, sino también inteligente, cariñosa y compasiva. Independiente. Raina supuso que aquella independencia atraía a su hijo, a quien le habían abordado mujeres más tradicionales. Raina se sentía responsable de ello, pero ahora las cosas habían cambiado.

Era obvio que Rick se había enamorado de Kendall aunque todavía no lo supiera. Si Kendall recibía muestras de amor y cariño, tal vez aprendiera a valorar la estabilidad que le había faltado de niña. ¿Y quién mejor que los Chandler para enseñarle los valores familiares? Sobre todo Rick.

– Qué bonito. No sé qué decir -declaró Kendall con los ojos brillantes.

– Yo sí. Te ha timado la mayor experta del negocio -dijo Rick con ironía.

Raina frunció el cejo.

– ¿Qué negocio? -le preguntó Kendall.

– El del matrimonio.

– Ah, sí. -Kendall se inclinó hacia adelante y sonrió-. He oído hablar de su vocación de casamentera.

– Y yo he oído hablar de tu feliz llegada. Cuéntame cómo es posible que llegaras aquí con un vestido de novia.

– Mamá…

– Es una pregunta justa, Rick. -Kendall se ruborizó, pero no se amilanó-. Se suponía que iba a casarme esta mañana -explicó, avergonzada al admitir que le había faltado muy poco para pronunciar el «sí, quiero»… antes de que todo se viniera abajo, claro-. Pero los dos nos dimos cuenta de que el matrimonio habría sido un error y suspendimos la boda.

Raina había estado felizmente casada durante casi veinte años hasta la muerte de John. Era incapaz de imaginarse que nadie pudiera casarse con alguien a quien no quería o poner fin a una relación de forma tan brusca.

– No es normal anular una boda tan de repente. ¿Te engañaba? -preguntó Raina, horrorizada e indignada en nombre de Kendall.

Rick le propinó una suave patada por debajo de la mesa.

Kendall negó con la cabeza.

– No, pero más que nada éramos buenos amigos. Me había hecho varios favores y me había sacado de varios apuros al ofrecerme trabajos como modelo para pagar la residencia de tía Crystal, y me sentía en deuda con él. Luego la situación se nos fue de las manos, pero por suerte nos dimos cuenta justo a tiempo. Me sentía tan aliviada que ni siquiera pensé en nada. Salí de la iglesia, subí al coche y comencé a conducir.

Aquel acto impulsivo sorprendió a Raina, que se había pasado toda la vida en la misma casa haciendo lo que se esperaba que hiciera.

– ¿Así de sencillo?

– Así de sencillo.

Raina parpadeó, asombrada. Pero puesto que ya le había contado parte de lo sucedido, quería saber el resto.

– ¿Y el pelo rosa forma parte del trabajo de modelo?

Kendall se llevó una mano a la cabeza.

– Ojalá. De hecho, fue un acto impulsivo.

– ¿Otro? -preguntó Rick devorándola con la mirada.

Raina estaba tan emocionada que habría aplaudido.

– Anoche me asusté. Estaba delante del espejo del baño y… -La mirada se le tornó vidriosa-. Me asusté. No me veía casada con Brian. Lo quiero como amigo, pero nunca he estado atada a nadie ni a nada. Vi mi reflejo y la boda me dio miedo. -Bajó la voz-. Pero le había dado mi palabra, se lo había prometido, y Brian había sido muy bueno conmigo. Pensé que si cambiaba de aspecto, si no era yo misma, mi nuevo yo podría vivir una nueva vida.

– ¿Y compraste tinte rosa?

Kendall se rió.

– No. Tenía tinte rojo en casa. Color cereza más bien, pero soy muy rubia y el tinte no funcionó del todo. En lugar de rojo cereza se me quedó rosa. -Se encogió de hombros-. Hay cosas peores.

– Debería haber sabido que en realidad eres rubia -susurró Rick.

– ¿Por mi conducta impulsiva y excéntrica de hoy? -le preguntó Kendall riéndose.

– Porque tiene debilidad por las rubias -le informó Raina-. Si quieres recuperar el color rubio, te presentaré a Luanne y a su hija Pam. Son las propietarias de Luanne's Locks, la única peluquería del pueblo.

– Se supone que debes descansar -le espetó Rick.

«Maldita sea», pensó Raina. El invento de sus problemas cardíacos acabaría con ella. Detestaba haber tenido que contarles a sus hijos esa mentira, pero odiaba mucho más lo que esa farsa limitaba su vida social; pero era necesario. Había urdido el plan después de que la llevaran a Urgencias hacía unos meses por una indigestión. Pero como sus hijos no sabían la verdad, Raina se había valido de la ocasión para demostrarles que la soltería era un error.

Les había hecho creer que estaba gravemente enferma y, a cambio, se habían unido para satisfacer su mayor deseo. Roman había sido el hijo elegido para darle un nieto. Raina seguía confiando en que Charlotte y él lo hicieran, aunque Roman insistía en que necesitaban pasar tiempo solos antes de formar una familia.

Sin embargo, Raina no sólo deseaba nietos. Quería que sus hijos sentasen la cabeza y vivieran felices durante el resto de sus días con la mujer de sus sueños. No quería que vivieran solos. Ya había logrado un tercio de su propósito. Ahora le faltaban Chase y Rick.

– ¿Está enferma? -preguntó Kendall en tono preocupado.

Raina respiró hondo y se llevó la mano al corazón.

– Sufrí un ataque no hace mucho.

– Problemas cardíacos -explicó Rick-. Tiene que vigilar sus actividades y la dieta, y eso es sólo el principio.

– Norman me trae la comida muchas veces y los chicos han contratado a una asistenta. -Mientras tanto, Raina había ido guardando dinero en una cuenta bancada para devolverles el dinero cuando aquella farsa llegara a su fin. Detestaba que se negaran a dejarle pagar sus propios gastos, y cada vez le gustaba menos que la vigilaran tanto.

Pero ella había sido la artífice de la situación y lograría salir adelante. De momento, Kendall parecía la mejor candidata para convertirse en su segunda nuera.

– Tiene suerte de que sus hijos sean tan entregados.

– Sí, mis hijos son lo mejor del mundo. También serán maridos excelentes. Pregúntaselo a mi primera nuera. Pescó a Roman, el trotamundos. En el caso de Rick es más fácil, porque no hay que convencerle de que se asiente en un lugar. En cambio tú…

– Ejem. -Rick carraspeó de forma ruidosa-. Mamá, me gusta seducir a las mujeres por méritos propios, no necesito tu ayuda. -Rick le dio un apretón a Kendall y ella volvió a sonrojarse.

– O sea, que admites que estás seduciéndola, ¿no? -le preguntó Raina, encantada.

– Mamá, deja los platos -repuso Rick sin hacerle caso.

Pero Raina no pensaba darse por vencida. Rick nunca había llevado a una mujer a las cenas familiares y la presencia de Kendall era más que significativa.

– Cynthia vendrá a primera hora de la mañana a limpiar. Kendall y yo tendríamos que irnos. Le he prometido que la ayudaría a acondicionar una habitación o dos para que esta noche duerma en un sitio limpio.

– Tonterías, se quedará aquí -afirmó Raina con la voz que hacía que sus hijos perdiesen la compostura cuando eran niños-. Ese lugar es una pocilga, no apta para un ser humano, y un par de horas de limpieza no lo cambiarán. Y no te ofendas, Kendall.

La joven negó con la cabeza.

– No me ofendo, pero no quisiera molestar.

– Nunca serás una molestia.

– Qué detalle, pero estoy acostumbrada a arreglármelas sola.

– O sea, que queréis estar a solas, ¿no? -conjeturó Raina, aliviada de que Kendall no hubiera aceptado la invitación. Si se quedaba, Raina se perdería su rato de correr en la cinta. Cuando urdió el plan debería haberse imaginado que, más que problemas de corazón, tendría problemas por falta de actividad, pero no había sido lo bastante previsora.

Rick se levantó y Kendall hizo otro tanto. Él le colocó la mano en la región lumbar.

– No hablaremos de asuntos privados, mamá. -Se inclinó y le dio un beso de buenas noches.

Bastante después de que Kendall le hubiera dado las gracias y se hubiera marchado con Rick, Raina seguía exultante. Hacía mucho que no veía reír a Rick de esa manera; en cualquier caso no gracias a una mujer, no desde que Jillian le rompiera el corazón. Pero eso pertenecía al pasado.

Kendall era el futuro, y aunque Rick creía que no volvería a casarse, Raina le conocía mejor. Gracias a Kendall y a su carácter impulsivo, Rick volvería a creer en el matrimonio.


Rick mantuvo abierta la puerta del coche para que Kendall entrara, luego rodeó el coche, subió al mismo y se abrochó el cinturón de seguridad antes de volverse hacia ella. Sostuvo la mano en alto y Kendall le dio una palmada,

– Misión cumplida.

– ¿Eso crees?

– Conozco a mi madre, y está convencida de haber visto chispas entre nosotros. -Porque las había habido, pensó Rick.

Ya tendrían tiempo de hablar de ello. Las ojeras de Kendall se habían oscurecido por el agotamiento. Necesitaba descansar.

– ¿Dejará de buscar una nuera?

Rick negó con la cabeza.

– No he dicho eso. -Le dio al contacto y arrancó-. En todo caso, intensificará la campaña.

– Entonces, ¿de qué ha servido lo de esta noche? -le preguntó Kendall.

– No me molestará con más mujeres, sino que se concentrará al máximo en la que tiene más posibilidades.

La miró de soslayo y la vio abrir y cerrar aquellos ojos que tanto le tentaban.

– Es decir, yo.

Rick sonrió.

– Sin lugar a dudas, tú. -Pero Rick adoptó un semblante serio porque quería hablar con ella de cosas más apremiantes-. Kendall, ¿qué clase de relación tenías con Brian?

Ella se puso tensa y la risa dio paso a la intensidad.

– No creo que importe.

– Claro que importa. Has dicho que te hizo favores y que te sentías en deuda. -Al oír esas palabras en boca de Kendall, Rick se había sentido intranquilo-. Nuestro trato es algo parecido. No quiero que te sientas incómoda conmigo.

– Si temes que mi trato con Brian pueda afectar a nuestra farsa, no te preocupes. A estas alturas ya soy una profesional -declaró con ironía.

Eso era lo que le había preocupado. Rick no quería que Kendall pensase que él era otro hombre que la utilizaba en beneficio propio.

– Has dicho que te consiguió trabajos de modelo para que pudieras costear la residencia de tu tía. ¿Qué le diste a cambio?

Kendall se frotó los ojos con gesto cansado.

Rick le apretó con fuerza una de las manos.

– Brian estaba recuperándose de una ruptura sentimental. Una modelo a quien solía ver en los desfiles le había roto el corazón. Quería a una mujer guapa a su lado para demostrarle a su ex que ya lo había superado. Me necesitaba para que fingiera ser su…

– Amante. -«Quiero que finjas ser mi amante, Kendall»; Rick le había pedido lo mismo.

Exactamente lo mismo que la había hecho salir corriendo de Nueva York vestida de novia. Y estaba tan desesperada que había aceptado. Rick se sentía como un mierda por haberla metido en la misma situación.

Exhaló de forma sonora.

– Lo siento.

– Yo no. Y no hago cosas que no quiero hacer -le aseguró-. Créeme, saldré beneficiada de este trato.

– ¿Aparte de mi maravillosa compañía? -Rick trató de quitarle hierro al asunto.

– Sí, aparte de eso.

Kendall se rió, y Rick sintió que la calidez de su risa lo envolvía.

– Cuando termines de arreglar la casa de mi tía, empezaré una nueva vida. -Se reclinó en el asiento y cerró los ojos, satisfecha y con una sonrisa en los labios.

Bueno, Rick le había preguntado y ella había respondido. Peor para él si no le gustaba la respuesta.

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