Capítulo 8

Colin se estiró a su lado, apretándose contra ella para sentir cada centímetro de su cuerpo. Acarició su cabello y la atrajo hacia sí. Tras el encuentro del sofá, se habían marchado a la cama y Rina se había quedado profundamente dormida al cabo de un rato. Hacer el amor con él había sido toda una experiencia. Una que desde luego iba a repetir por la mañana.

Pero todavía no.

– Háblame sobre Julie -dijo de repente.

Colin gimió.

– Vaya manera de empezar el día…

Rina pensó que se había equivocado al sacar el tema de conversación en aquel momento, pero él siguió hablando.

– Julie es mi ex esposa.

– ¿Y?

– Pertenece al pasado.

– A un pasado doloroso, según veo…

– Sólo duele si te importa. Y no me importa. Ya lo he superado.

– Supongo que sí o no estaríamos aquí.

– Entonces, ¿por qué te interesa tanto Julie?

– Porque tú me interesas.

– ¿Y prefieres hablar en lugar de hacer el amor? -preguntó él sonriendo.

Rina comprendió que el intento de conversación sobre Julie no le había molestado tanto. En realidad sólo intentaba mantener su dignidad masculina con un estoico silencio.

Se besaron durante un largo rato. Y cuando por fin se apartaron, ella insistió con el tema.

– ¿La amabas?

Colin se tumbó de espaldas y se pasó una mano por la cara.

– Supongo que no la amé como debía. Pero ella tampoco lo hizo conmigo. La conocí cuando yo trabajaba en una cadena de televisión de Boston. Teníamos algunas cosas en común y me pareció una mujer refrescante. No era como esas mujeres que buscaban en mí la imagen de macho arrogante que yo daba en la televisión.

– ¿Tú un macho arrogante? -preguntó ella, riendo.

– ¿Es que vas a dudar de mi masculinidad después de lo de anoche?

– Definitivamente, no.

– En ese caso, ¿prefieres hablar de mi experiencia matrimonial o repetir algunas de las eróticas posturas que probamos hace un rato? -preguntó él, nuevamente excitado.

Ella suspiró, dividida entre el deseo y el interés por su vida pasada. Pero al final se decidió por lo último. Era importante.

– Quiero que hablemos. Quiero saberlo todo sobre ti. Y después, quiero que hagamos el amor.

– Está bien -dijo, resignado-. Julie y yo nos casamos. Yo trabajaba en la cadena y seguía inquieto con mi trabajo y mi vida, pero eso no era extraño porque siempre me había sentido así. Creo que Julie notaba mi inquietud, y aunque eso no es excusa para la traición, supongo que también era infeliz.

– ¿Te engañó?

Colin comprendió que no había hablado suficientemente claro y rió. Obviamente había creído que él la había engañado a ella.

– Sí, lo hizo. Está claro que nuestra relación no le resultaba satisfactoria.

– O que no conocía el significado de la palabra lealtad -dijo, enojada.

– No. Creo que Julie quería que estuviera satisfecho en casa. Y como no lo conseguía, buscó fuera.

– Qué curioso. Mi esposo también quería tenerme en casa.

– ¿Y te engañó?

– Que yo sepa, no. Pero hizo algo peor: intentó cambiarme.

– Menudo error.

– Eso es lo que me gusta de ti, Colin. Me aceptas tal y como soy y respetas lo que hago con mi vida. Sé que no tienes una visión equivocada de lo que soy ni una idea alternativa sobre lo que supuestamente debería estar haciendo. Me quieres.

Colin pensó que era cierto. Entonces, apartó los muslos de Rina y mientras entraba en su cuerpo, dijo:

– Sí, te quiero.

Ella se estremeció.

– Quiero un hombre que me conozca y me acepte.

– Y yo lo quiero todo de ti, hasta el último aliento.

Rina se arqueó contra él, para sentirlo más dentro de sí.

– Y yo de ti -dijo ella.

– Entonces, ¿a qué estamos esperando?

Colin se apresuró a conocerla mejor. A aceptarla. Y ella hizo lo mismo. Lo tomó y aceptó todo lo que podía darle.


Rina abrió el grifo de la ducha en el cuarto de baño de Colin mientras aspiraba el aroma de su loción y de su espuma de afeitar. En aquel momento, le pareció delicioso.

Por mucho que quisiera volver a la cama y seguir haciendo el amor, sabía que era mejor que Colin la llevara de vuelta a su casa. Había llamado a Frankie para que le hiciera el favor de sacar a pasear al perro, pero no estaba en casa y no tenía la certeza de que escuchara el mensaje que le había dejado en el contestador. En cuanto al perro, no estaba acostumbrado a pasar tanto tiempo solo.

Además, necesitaba espacio y tiempo para pensar.

Una hora más tarde, Colin la dejó en su casa. Al aparcar, Rina vio que había un coche desconocido, negro, frente al edificio.

– Puede que Frankie tenga compañía…

– Bueno, es Navidad y la gente suele invitar a su familia. Lo que me recuerda que hay algo que quería preguntarte y que ya te habría preguntado si no fueras tan sexy y me distrajeras tanto. Mañana es Nochebuena… ¿Tienes algún plan?

Jake y Brianne estaban a punto de llegar a la ciudad y Rina quería que Colin los conociera. Presentarle a su hermano y su mujer implicaba reconocer la importancia de su relación, pero la idea de que Colin pasara solo las Navidades, en la habitación de un hospital, le parecía inaceptable.

Pero quería escuchar lo que tuviera que decir antes de hacerle una propuesta.

– ¿Qué tienes en mente?

– Bueno, sé que no tienes árbol de Navidad en tu apartamento.

– Es cierto. Estando sola, no he querido poner ninguno…

– Oh, qué cosas dices -se burló de ella-. ¿No crees que Norton merece unas fiestas más alegres?

– ¡Norton! ¡Lo había olvidado!

Rina corrió a su casa para sacar al perro, pensando que debía estar desesperado. Pero cuando se detuvo ante la puerta, se sorprendió al ver unos zapatos mojados en el exterior, que reconoció de inmediato. Al parecer, Norton había vuelto a hacerlo. Y esta vez, en los zapatos de Emma. Pero no tenía la menor idea de qué estaba haciendo Emma en su casa.

– ¿Emma? ¿Eres tú?

Colin apareció en aquel momento.

– ¿Emma está en tu casa?

– Supongo que sí. Imagino que Frankie la habrá dejado entrar… Me preguntó qué querrá.

– No importa. Seguro que quiere interrogarnos sobre lo sucedido. Y la verdad es que no me apetece nada.

– Cobarde… -se burló, mientras entraban en la casa-. ¿Emma? ¿Estás ahí?

– Estoy en la cocina…

Rina entró en la cocina y vio que su anciana amiga estaba junto al fregadero, lavando lo que parecían ser unas medias.

– Hola, Emma…

– Hola, querida. Tu amiga Francesca me ha dejado entrar. Es una chica encantadora. Parece que anoche tuvo una mala experiencia con un hombre, así que le voy a dar una lista de todos los hombres disponibles que tengo.

– Ya veo que también has conocido a Norton…

– Oh, sí -dijo la mujer, sonriendo.

– ¿Y no estás enfadada?

– En absoluto. El pobre animal lleva solo toda la noche, así que no cabía esperar otra cosa. Deberías alegrarte de que no te haya denunciado a la sociedad protectora de animales.

Rina alzó los ojos al cielo, desesperada.

– ¿Qué ha pasado?

– Se animó mucho cuando llamé al timbre. Justo en aquel momento apareció Francesca, que había recibido tu mensaje e iba a sacarlo a la calle, pero mientras estaba buscando la correa… bueno, huelga decir que el pobre no pudo aguantarse más -declaró la anciana-. Pero Francesca lo sacó a pasear de todos modos.

– Te pagaré los zapatos y las medias -dijo, preocupada.

– No importa, querida -dijo mientras se volvía y se sentaba en una silla-. Pero ahora me gustaría escuchar lo que tengáis que decir. Seguro que tenéis mucho que contar.

Colin se acercó a Emma, la besó en una mano y dijo:

– Sabes que te adoro.

La anciana sonrió y se ruborizó levemente, para sorpresa de Rina.

– Por supuesto que me adoras. Pero eso no significa que no tengas nada que contar. Has mantenido ocupada a Rina toda la noche…

– ¿Cómo sabes que no hemos quedado para desayunar? -preguntó Rina.

– Porque llevas un vestido de noche, y no muy apropiado para salir a desayunar. Así que no me mientas. Soy demasiado vieja y llevo muchos años en el mundo. Y ahora, jovencito, ¿qué tienes que decir?

– Sólo que te adoro.

– Antes de que sigas con las preguntas, ¿se puede saber qué haces aquí? -preguntó Rina.

– Buena pregunta -dijo Colin.

– ¿Queréis saberlo de verdad?

– Por supuesto -respondió Rina, exasperada.

– He venido a cotillear.

– ¿Qué?

– Bueno, ya sabes. Vine a tomar el té, charlar un poco, excusarme para ir al cuarto de baño y ver las posibles pruebas que hubierais dejado por ahí. Pero luego he pensado que soy tu amiga y que ése sería un comportamiento inexcusable. Aunque tú no te hayas preocupado mucho por mis sentimientos, yo sí me preocupo por los tuyos.

Rina miró a la mujer, sin entender nada.

– ¿Tú sabes de qué está hablando, Colin?

Colin se encogió de hombros.

– Ni idea.

– ¿Sabes que Rina te está traicionando, Colin?

– ¿Cómo? -preguntaron los dos jóvenes al unísono.

– Es verdad. Me está haciendo la competencia con mi querido Stan.

Rina parpadeó.

– Pero si dijiste que era un viejo verde y que no te interesaba. ¿En qué quedamos, Emma?

– Primero te envió flores y luego te pidió que salieras con él -dijo la anciana sin hacer caso.

– Eso no es verdad -dijo Rina.

Colin tuvo que cubrirse la boca para no empezar a reír.

– Stan me enseño la copia de una carta en la que te pedía que salieras con él.

– Te está tomando el pelo. No me envió ninguna carta, pero quiere ponerte celosa y lo ha conseguido. Estás interesada en él. Admítelo de una vez por todas y actúa…

– Es que tengo miedo -confesó.

– Logan no permitirá que tu hijo te envíe al asilo, Emma -dijo Colin.

– Es lo mismo que te dije yo el otro día -afirmó Rina.

Emma asintió.

– La vida es muy corta, Emma -continuó la joven-. Confía en mí, por favor, y disfruta. Si Stan quiere acompañarte, arriésgate a conocerlo más y confía en tu instinto.

– Sé que tienes razón. Y ojalá que fuera tan fácil…

Rina no pasó por alto la ironía de la vida de Emma. No tenía problema alguno para dejarse llevar por su instinto cuando se trataba de aconsejar a los demás, pero curiosamente no lo hacía en lo que se refería a ella.

Por primera vez, Emma le pareció frágil. Quiso estrangular a su hijo por lo que le había hecho. Pero en aquel momento lo más importante era consolar a su amiga.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Colin se adelantó, se acercó a la mujer y la abrazó en silencio.

Emma se levantó de la silla segundos más tarde, emocionada.

– Bueno, puedo aseguraros que me vengaré de Stan por haberme engañado -dijo.

– Seguro que lo haces -observó Rina con una sonrisa.

– Y estaré observándote, jovencita. No pienso permitir que engañes a Colin -dijo entre risas mientras la abrazaba-. Eres una buena chica, Rina. Ojalá que tuviera una hija como tú. Y un hijo como tú, Colin.

– Cuídate. Y sobre todo, sé buena contigo misma -dijo Rina.

– ¿Es que puedo ser otra cosa? -se preguntó con malicia-. En fin, me marcho. Creo que mi chófer me está esperando en el coche.

Rina arqueó una ceja.

– No había reconocido el coche. De hecho, no creo haber visto a nadie al volante…

– Porque he tomado prestado el sedán de mi hijo. Y en cuanto al chófer, tal vez haya salido a hacer sus necesidades como el perro…

Rina rió.

– Ya arreglaremos lo de tus zapatos y las medias más tarde, ¿de acuerdo?

– Tonterías, no es necesario. Limítate a darle un beso a Norton de mi parte. Me encanta ese animal.

Cuando Emma se marchó, Rina se apoyó en una pared y suspiró.

– Solos, al fin…

Él sonrió.

– Sí, por fin lo estamos. Y ahora, ¿qué tal si regresamos a la conversación sobre la Nochebuena?

Rina se mordió el labio inferior.

– Creo recordar que te había preguntado por lo que tenías en mente…

– Algo muy sencillo: comprar un árbol, pasar la Nochebuena juntos y hacer el amor todo el fin de semana.

– Suena maravillosamente bien -dijo ella, excitada por el sonido de la voz de su amante-. Si te parece oportuno, podremos seguir haciendo eso todo el día y toda la noche. Pero, mañana, me temo que tendrías que compartirme con mi familia…

– ¿Tu familia?

– Sí. Con todo lo que ha sucedido y con mi deseo por seducirte había olvidado que…

– ¿Tu deseo de seducirme? -la interrumpió.

– Déjame que termine de hablar… Estaba tan distraída, que olvidé que Jake y Brianne vienen mañana.

Colin se sintió muy decepcionado. Esperaba pasar las fiestas a solas con ella.

– Bueno, no me gustaría entrometerme en una fiesta familiar…

– ¿Quién ha dicho que te entrometerías? De hecho, pretendía invitarte. Te habría pedido que te quedaras aquí de todas formas. Pero me distraes tanto, que no puedo pensar con claridad y lo olvidé -dijo con una sonrisa muy sensual-. Además, las fiestas dejarían de serlo si no estuviera a tu lado.

Rina acarició el pecho de Colin. Sabía cómo excitarlo mental y físicamente, y cuando sintió el contacto de sus senos, supo que su invitación era más que sincera. Con familia o sin familia, quería estar con ella.

– En tal caso, ¿qué te parece si sacas a Norton y luego salimos a comprar ese árbol?

– ¿Quiere eso decir que te quedarás aquí?

– Si mantienes al perro alejado de mis zapatos, sí. Haría cualquier cosa que me pidieras.

– ¿Cualquier cosa? -preguntó con una sonrisa.

– Eres malévola, Rina…

– Sí, y a ti te encanta que lo sea.

Él asintió. No cabía ninguna duda.

– Dame media hora para sacar a Norton y cambiarme y después seré completamente tuya.

Rina lo besó y salió a buscar a Frankie.

Colin pensó que aquella mujer había despertado algo muy profundo en su interior. Sin embargo, se dijo que sería mejor que no se acostumbrara demasiado. Había perdido a sus padres y a su esposa. E incluso sus padres adoptivos se habían separado. En su experiencia, nada duraba mucho tiempo.

El destino siempre había amenazado todo lo que había querido. Pero en aquel caso, estaba decidido a impedir que nadie ni nada lo separara de Rina. Esperaba poder cimentar su relación. Y ahora sabía que asumiría todas las consecuencias.

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