A Rina le encantaban las Navidades. Le gustaba la música, las fiestas, la gente que la rodeaba. Le habría gustado poder ayudar más a Colin, pero suponía que se sentiría mejor después de hablar con Joe.
Emma comenzó a golpear impacientemente el suelo con un pie. Rina la miró y supo que estaba disgustada con ella.
– ¿Qué quieres que haga? No puedo hacer nada más por Colin…
– Podrías ir a su lado. Además, tus invitados no te necesitan.
– No puedo marcharme de mi propia fiesta. No sería de buena educación.
– Te equivocas. Catherine se dedica a organizar fiestas y estoy segura de que podrá encargarse de todo hasta que regreséis. ¿Verdad, Catherine?
La rubia, que acababa de entrar, preguntó:
– ¿De qué estás hablando?
– Decía que puedes encargarte de todo mientras Rina va al hospital para estar con Colin.
– Ah, por supuesto. No te preocupes, Rina, márchate.
– Pero…
– Y mientras Catherine se encarga de la comida, Francesca puede hacer las veces de anfitriona -la interrumpió Emma-. Lo haría yo misma, pero estoy cansada.
Rina miró a su alrededor y llegó a la conclusión de que la anciana tenía razón. Podía salir un rato y sobrevivirían sin ella.
Media hora más tarde, entró en el hospital. Se encontró con Corinne en un pasillo y acto seguido se dirigió a la habitación de Joe. Cuando entró, vio que Colin estaba sentado en una silla, inclinado sobre su padrastro.
Al verlos así, se emocionó. No sabía lo que estaba pasando entre ellos, ni cómo se sentía el hombre al que amaba. Deseaba acercarse, tomarlo de la mano y cuidarlo. Pero permaneció en las sombras porque sabía que debía estar a solas con Joe.
Corinne había dejado a Colin a solas con Joe, eliminando de paso toda la desconfianza que sentía por ella. Tras toda una semana de estar al lado de su padre adoptivo, ahora sabía que se había equivocado al juzgar a la mujer.
– ¿Has tenido alguna vez un sueño? -preguntó Joe.
– Por supuesto que sí. Sueño con dirigir el periódico.
– Bah, tonterías… Ni siquiera sabes lo que deseas. Y hasta que no dejes de viajar, no lo sabrás.
El comentario de Joe le sorprendió muchísimo, y pasó un buen rato en silencio, mientras intentaba encontrar una respuesta. Sin embargo, y como de costumbre, Joe tenía razón.
– Si te hubiera pedido que dirigieras el periódico hace meses, cuando supe que estaba enfermo, te habría obligado a abandonar tu trabajo y volver aquí. Pero prefería que te tomaras tu tiempo y averiguaras lo que querías hacer -declaró Joe-. Siempre te he considerado mi hijo. Aunque probablemente tú no me consideres tu padre.
– Te equivocas. Es que me costaba demostrarlo porque pensaba que de ese modo traicionaba la memoria de mis padres.
– Lo sé, y Nell también lo sabía. Pero eso nunca nos disgustó. Siempre demostraste un gran sentido de la lealtad, y me siento orgulloso de que seas mi hijo.
– Yo no te merezco…
– Por supuesto que sí. ¿Crees que no sé que has venido porque quieres salvar mi periódico? Sólo un hijo haría eso.
Colin cerró los ojos durante un momento. Joe lo conocía mejor que él mismo.
– Tengo mucha suerte de tenerte -dijo Colin-. Siempre la he tenido. Pero, ¿por qué no me contaste que ibas a dejar el periódico en manos de Corinne?
– Fue el destino. Cuando enfermé, no quise llamarte por no molestarte. Después, los acontecimientos se sucedieron y no pude actuar de otro modo.
– Pero Corinne no sabe nada de dirigir un periódico, Joe.
– Pero la quiero y confío en ella, como en ti y como en Nell antes de ella. Además, no podía decirte que pensaba darle la responsabilidad del diario porque era algo demasiado serio para contarlo por teléfono. Sin embargo, estaba a punto de hacerlo cuando sufrí el primer infarto.
Colin pensó que había llegado el momento de contarle lo que estaba sucediendo, así que se armó de valor y lo hizo.
– Sabes que el Ashford Times tiene un espacio limitado, y ella lo está sacrificando en favor de noticias frívolas. Ha reducido la información general y ahora tiene a una mujer llamada Rina Lowell y a Emma escribiendo artículos sobre relaciones personales -le explicó-. Desde que empezó con esa política, las ventas han bajado y tenemos problemas con los anunciantes.
Colin odiaba tener que hacer daño a su padre y a su esposa, pero no le quedaba otro remedio.
Entonces, entrecerró los ojos y añadió:
– No me digas que ya lo sabías…
– Sí. Corinne me confesó que había cometido algunos errores. Pero no me sentía bien incluso antes del infarto, y no quiso preocuparme. Estaba decidida a arreglarlo todo y a que me sintiera orgulloso de ella.
– No pareces enfadado…
– Cuando te enfrentas a la muerte, como yo lo he hecho, hay cosas más importantes que vender periódicos.
– Pues me temo he venido para complicarte un poco la vida. Ron pensó que tú querrías que las cosas volvieran a ser como antes y le prometí que lo serían. Además, Fortune’s ha amenazado con retirar su publicidad si no cambiamos de rumbo antes de principios de año.
– ¿Y se puede saber cómo pensabas salvar mi periódico, Colin? -preguntó Corinne, que acababa de entrar sin ser vista.
– Volviendo a hacer de él lo que era. Y despidiendo a tus nuevas columnistas -respondió.
– ¿Querías que despidiera a Emma y a Rina? -preguntó, incapaz de creerlo.
Colin quiso explicarse, pero cuando la miró, vio que Rina estaba en el umbral de la puerta y que lo había oído todo.
– Rina…
Rina giró en redondo y se marchó.
– ¿Es que no vas a seguirla? -preguntó Corinne.
– Hablaré con ella en cuanto terminemos aquí. He cambiado de idea en muchas cosas y me gustaría explicarme.
– Me parece justo.
– Entonces, sentaos los dos -dijo Joe-. Es hora de que empecemos a portarnos como una verdadera familia.
Aunque su corazón estaba con Rina, Colin obedeció a su padre adoptivo y por primera vez hablaron abiertamente, como la familia que eran. Colin estaba convencido de que aún podían salvar el diario y Corinne se comprometió a no tocar el dinero del préstamo sin contar antes con la aprobación del joven. Además, volverían a concentrarse en la información general, y a cambio, abrirían una nueva sección para las nuevas colaboradoras como Rina y Emma.
Cuando se marchó del hospital, Colin se sentía mucho más centrado y feliz con la situación de su familia, pero aún tenía que arreglar las cosas con Rina. No iba a cometer de nuevo el error que había cometido el día anterior.
Al llegar a su casa, Rina prácticamente no le dirigió la palabra, pero él lo comprendió. Por desgracia, no tuvo ocasión de hablar con ella a solas, y como Jake y Brianne pensaban quedarse a pasar la noche, no le quedó más remedio que posponer su conversación a la mañana siguiente. Ni siquiera se sorprendió cuando Rina decidió no despedirse de él.
A la mañana siguiente, Rina llamó al trabajo para decir que estaba enferma. No era cierto, pero no se sentía con fuerzas para enfrentarse al mundo. Estaba a punto de perder el trabajo que tanto le gustaba.
Sin embargo, lo peor de todo había sido la traición de Colin. No podía creer que, después de haber hecho el amor, de mantener una relación tan intensa como aquélla, no le hubiera dicho lo que pensaba hacer.
Desesperada, decidió aprovechar la ocasión para poner al día su curriculum y enviarlo por correo electrónico a varios editores de revistas de Nueva York. Gracias a Internet, fue sencillo. Ahora sólo tenía que esperar las respuestas. Por mucho que le gustara el Ashford Times, Colin tenía razón. Había que aprovechar las oportunidades.
Definitivamente, había llegado el momento de regresar a Nueva York, de volver a casa.
En aquel instante apareció Frankie.
– ¿Hola? ¿Has sobrevivido a las Navidades? He visto tu coche abajo y me figuré que te habrías quedado en casa.
– Sí, claro, y decidiste venir y despertarme…
– Ja, ja… ¿Qué haces aquí? ¿Es que estás trabajando? -preguntó, al ver que estaba con el ordenador portátil.
– No, sólo estoy buscando un nuevo empleo. De hecho, es posible que pronto tengas una nueva vecina.
– ¿Una nueva vecina? De eso, nada. No es tan fácil. Es como pedirme que me busque a una nueva mejor amiga. Además, adoro que vivas aquí. Así que explícame lo que ha pasado…
Rina le contó todo lo que sabía sobre la situación económica del periódico y sobre las intenciones de Colin para arreglar el problema.
– Así que, como ves, no tengo más remedio que buscar otra cosa en Manhattan. Mi curriculum no es muy extenso, pero mi serie de artículos casi está terminada y creo que me ayudarán bastante.
– Por un momento he pensado que te marchabas por tus problemas con Colin…
– No, no es por eso. Ya no me queda nada aquí, así que he decidido volver a Nueva York.
– ¿Y qué hay de tu relación con él?
– ¿A qué te refieres?
– No juegues conmigo. Lo sabes de sobra.
Rina se sintió frustrada.
– No lo sé, maldita sea…
Frankie puso una mano en la espalda de su amiga y los ojos de Rina se llenaron de lágrimas.
– No ha dudado en mentirme en algo tan importante como eso. ¿Cómo voy a volver a confiar en él?
– No lo sé, Rina, pero puedes confiar en mí y en los amigos que has hecho en el periódico. Y estoy segura de que Colin también estará a tu lado si le das una oportunidad.
Rina pensó que aquél era el verdadero problema. Sabía que, si se acercaba a él, se sentiría aún más vulnerable. Y por mucho que lo amara, no quería que la hiriera de nuevo.
Había perdido a su marido y ahora había perdido a Colin. Pero al menos se había encontrado a sí misma y no podía arriesgarse a perder eso. Sobre todo, ahora que su marcha era inminente.
Colin estaba sentado ante su escritorio, golpeándolo con un bolígrafo. Había intentado hablar varias veces con Rina, pero no lo conseguía nunca. El lunes había estado enferma. El martes había pasado por redacción, pero le había rehuido y después no había querido contestar a sus llamadas ni abrirle la puerta cuando decidió ir a su casa. Y el miércoles, él ya estaba de tan mal humor que no soportaba ni a su sombra.
Entonces, alguien lo tocó en el hombro y él se volvió, disgustado.
– ¿Qué diablos quieres?
– Un minuto de tu tiempo, si no es mucho pedir.
Era Rina en persona.
– ¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó, con frialdad.
– He intentado hablar con Corinne, pero dice que ahora eres el responsable de la sección de personal, así que no tengo más remedio que hablar contigo…
– ¿Sobre qué? -preguntó, extrañado.
– Sobre referencias. He seguido tu consejo y he enviado varios currículums a revistas de Nueva York. Así que, si alguien llama, te agradecería que le dieras buenas referencias de mí a pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros.
La idea de perderla le pareció insoportable.
– No pienso hacer nada parecido -espetó.
– Colin, puede que no te guste lo que escribo, pero no puedes negar que he hecho un buen trabajo por el periódico. No puedes negarme algo tan sencillo como facilitarme la obtención de un nuevo empleo…
– Claro que puedo.
Entonces, y tal y como había hecho en otra ocasión, la tomó de la mano y se llevó a la escalera para hablar a solas con ella.
– Estás siendo poco razonable -dijo Rina, retrocediendo hasta la pared.
– ¿Poco razonable? ¿No te parece que hacer las maletas y enviar currículums es aún menos razonable?
– Tú veras. ¿Es cierto o no que pretendías librarte de las columnistas de Corinne? -preguntó, enojada.
– Sí, en efecto, ése era mi plan -confesó.
– Y entonces, ¿por qué te parece poco razonable que intente encontrar otro empleo?
– Porque entre Corinne, Joe y yo vamos a conseguir reflotar el diario. Volveremos a dar noticias generales, pero espero que salvemos vuestras columnas en el proceso.
Ella se encogió de hombros.
– Eso no es ninguna garantía. Así que, si no te importa, te agradecería que me dieras una recomendación.
– Rina, lo siento de verdad… Eres la última persona en el mundo a la que querría hacer daño. Y haré lo que esté en mi mano por salvar tu empleo.
– ¿Es que aún no te has dado cuenta? No estoy enfadada contigo por eso. Por muy difícil que me resulte de creer, puedo entender que quisieras salvar el periódico aunque fuera a mi costa -explicó, temblando-. Pero no entiendo por qué me mentiste. Después de acostarte conmigo, de compartir mis sueños y esperanzas, mis miedos y mis errores, ¿cómo pudiste callar algo tan importante?
– Intenté contártelo varias veces, pero nunca encontré el momento.
– Sí, recuerdo que quisiste contarme algo en la fiesta de Emma.
– En efecto, pero justo entonces nos echó encima el champán. Y después comprendí que la columna era muy importante para ti y que la noticia te hundiría… Si comprendes por qué lo hice, ¿no podrías perdonarme?
Colin quería tocarla, pero no se atrevió y se metió las manos en los bolsillos.
– Puedo perdonarte, pero no creo que podamos volver a lo que teníamos. Por una parte, creo que te marcharás de todas formas. Y por otra, confíe en mis instintos contigo y me equivoqué… Acepto tus disculpas, pero me vuelvo a Nueva York.
– Rina…
Rina hizo ademán de marcharse, pero se quedó allí.
– ¿Qué?
– Si salvo tu empleo, ¿te quedarás? Sé que te gusta.
Ella no dijo nada.
– Corinne y yo tomaremos esa respuesta por un sí -dijo él-. Y si te quedas aquí, estaré a tu lado. Porque mis días de viajar por el mundo han terminado para siempre.
– No, no es cierto. Te aburrirás o te sentirás agobiado en alguna situación y querrás huir.
Colin la miró y sonrió.
– La única manera de averiguarlo es que te quedes y lo compruebes tú misma…
– Dame una buena recomendación, Colin, eso es todo. Por favor…
Colin negó con la cabeza y se apoyó en la pared. Era consciente de haberlo complicado todo. En cierto momento había llegado a creer que podía estar con Rina y marcharse después, probablemente porque era lo que había estado haciendo toda su vida.
Desde que perdió a sus padres, no había hecho otra cosa que poner distancias con respecto a los demás, esperando no tener que volverse a enfrentar, otra vez, con el sentimiento de pérdida. Y ahora, la amenaza de la marcha de Rina volvía a colocarlo en la misma situación.
Pero esta vez no iba a huir. Iba a luchar por lo que quería.