Era viernes noche en Boston, el fin de semana anterior a la Navidad, y el club estaba lleno.
La sala de baile y el bar estaban abarrotados, pero la esposa de Logan, Catherine, había llegado pronto y había conseguido una mesa.
– ¿Cuándo voy a conocer a esa novia tuya? -preguntó Cat a Colin, con sus ojos llenos de curiosidad-. Estuve tan ocupada en la fiesta, que no tuve ocasión de conocerla. ¿Cómo es?
– No seas tan impaciente, Cat… Ya vendrá y podrás verla. Tenía que resolver antes unos asuntos.
Rina le había dicho que le había surgido un problema de última hora y, que en lugar de ir a recogerla, se encontrarían allí.
– Pues trabaja mucho -dijo Cat, mirando su reloj-. ¿Hay mucho que hacer en un periódico un viernes por la noche a estas horas?
– No lo sé. No me ha dicho qué asuntos debía resolver.
Era cierto, y aquello lo había sacado de sus casillas. Tenía la impresión de que Rina no había querido darle ninguna explicación precisamente para que se preocupara.
– ¿No te ha dicho por qué iba a llegar tarde? -preguntó Cat, arqueando una ceja-. Entonces, permíteme que te diga que pretende realizar una aparición estelar. Sí, quiere impresionarte. Por eso va a llegar a una hora lo suficientemente tardía.
– No lo creo, no conoces a Rina…
– Y tú obviamente no conoces a las mujeres -se defendió Cat-. ¿Es que no has leído su columna? Habla sobre la atracción sexual. Dice que hay que hacerse notar y es cierto. Sobre todo al principio de una relación, cuando las cosas aún están en un plano inseguro. Nadie quiere que lo olviden con facilidad, de modo que impresionar es importante. ¿Y qué hay mejor que llegar tarde con un aspecto maravilloso?
– Es verdad. Esta semana escribió que esa actitud era importante -intervino Logan.
– ¿Has estado leyendo su columna? -preguntó Colin.
Logan asintió con timidez, y Colin no supo si su timidez se debía a que conocía sus intenciones sobre esa columna en concreto o a que lo habían pillado leyendo artículos sobre relaciones personales.
– Todos mis empleados leen su columna -dijo Cat-. Esa mujer ha conseguido hacerse un nombre en muy poco tiempo.
Colin se sintió orgulloso de Rina y se preguntó si podía aprovechar la popularidad de su columna a su favor, para conseguir que el anunciante prorrogara su contrato.
– Sea como sea, creo que está siguiendo sus propios consejos -dijo Cat-. Quiere que estés aquí y que le prestes toda tu atención.
– Rina no tiene que hacer esas cosas para impresionarme.
Logan rió.
– Bueno, pero si hace un esfuerzo, dudo mucho que te moleste…
En aquel preciso instante, Rina apareció en el local. Llevaba un vestido rojo con zapatos a juego de tacón alto y sin duda alguna estaba impresionante. No sólo lo pensaba él, sino todos los hombres del lugar.
Tenía tantas ganas de estar a su lado que decidió que durante aquel fin de semana se olvidaría del periódico y disfrutaría de la vida. Además, Rina parecía tener la misma intención, a juzgar por su indumentaria. Y por si fuera poco, su cuerpo ya había reaccionado ante la presencia de la mujer.
La deseaba. Y esperaba que aquella noche fuera la noche.
Rina quería impresionar a Colin, y la reunión de última hora de Corinne le había dado la excusa perfecta.
Por otra parte, estaba muy contenta. Durante la reunión, la editora le había dicho que su columna era todo un éxito y que había sobrepasado, con mucho, las expectativas de sus jefes. Empezaba a creer que llegaría muy lejos en su nuevo trabajo.
Todos los que estaban en la mesa se volvieron para mirarla, así que Rina respiró profundamente y caminó hacia ellos.
– Hola, siento llegar tarde pero tenía una reunión con Corinne -dijo.
Colin no le quitó la vista de encima en ningún momento.
El hecho de que hubiera invitado a sus amigos significaba que la consideraba importante y que formaba parte de su vida. Ahora ya sabía que lo suyo no era algo superficial. La había aceptado, y eso ya era suficiente para que se dejara llevar por el deseo que sentía.
Colin y Logan se levantaron al unísono.
– Y luego hay quien dice que la caballerosidad ha muerto… -bromeó Rina mientras se sentaba junto a la mujer-. Hola, soy Rina Lowell.
– Hola, yo soy Catherine Montgomery.
La rubia sonrió y de inmediato consiguió que se sintiera bienvenida. En otras circunstancias, la habría odiado solo por ser tan bella y por comportarse de un modo tan amable.
– Tenía muchas ganas de conocerte -continuó Cat-, pero no pude hacerlo en la fiesta. Me alegra mucho que nos invitarais a venir esta noche, aunque supongo que debería cerrar la boca y dejar que hablaras…
Rina rió.
– Colin dice cosas maravillosas de ti. Y ahora comprendo por qué.
– Este hombre es un encantador de serpientes. Diría cualquier cosa que le viniera bien.
Rina notó que alguien acababa de pegar una patada a otra persona por debajo de la mesa, y enseguida conoció a los protagonistas.
– Ay… -protestó Cat, mirando a Colin-. Está bien, soy una bocazas. En realidad quería decir que eres un encanto, Colin.
Rina volvió a reír.
– No os preocupéis. Ya lo conozco bien.
Pidieron unas raciones y unas copas y charlaron amigablemente durante un buen rato. Rina era de la opinión de que se podía conocer a las personas por sus amigos. Mientras los amigos de su marido eran siempre colegas de trabajo, Logan era radicalmente opuesto a Colin. Poseía la calidez y el humor de su abuela y, por el brillo de sus ojos, supo que también era de naturaleza maliciosa.
Una hora más tarde, Colin ya se había acercado más a ella y le estaba acariciando una pierna por debajo de la mesa. Necesitaba a aquel hombre más de lo que había necesitado a nadie. Necesitaba explorar la pasión que compartían, dejar que estallara en ellos de una vez.
– ¿Quieres bailar, Rina? -preguntó Logan-. Mi esposa me ha rogado que no la haga bailar demasiado. Este fin de semana tiene mucho trabajo.
Rina aceptó y bailó con Logan dos canciones. Le divertía su sentido del humor y su carácter, pero desde luego no era Colin. Estaba deseando sentirse entre sus brazos, notar su contacto y aspirar su aroma.
Por fin, la segunda canción terminó y Logan se apartó de ella.
– Antes de volver a la mesa, quiero decirte algo.
– ¿De qué se trata?
– Es algo sobre Colin, que tal vez no sepas. Compartimos habitación en la universidad y lo conozco muy bien. Nunca presenta sus novias a los amigos y nunca las lleva a su casa. Incluso con Julie tardó mucho en hacerlo.
– ¿Quién es Julie?
– Eso tendrá que contártelo él. Sólo intentaba decirte que es obvio que eres alguien especial para Colin.
– Gracias, pero será mejor que volvamos o tu esposa se pondrá celosa…
Rina miró hacia la mesa. Cat acababa de pedir otra copa y estaba charlando con la camarera, completamente al margen de lo que sucedía en la pista. Su desinterés era tan evidente, que resultó obvio que lo había dicho porque deseaba estar con Colin.
– No me digas… Sospecho que lo que pasa es que prefieres estar con Colin que conmigo.
En aquel momento se acercó Colin y Logan volvió con su esposa.
Rina lo miró y se estremeció.
– ¿Tienes frío?
– No, pero caliéntame…
Colin la tomó entre sus brazos y los pezones de ella se endurecieron mientras el deseo humedecía su sexo. Necesitaba hacer el amor con él.
La pista de baile estaba llena, pero a pesar de todo consiguieron una cierta intimidad.
– ¿Ya has entrado en calor?
– Mmm… -respondió, con los ojos cerrados.
– ¿Rina?
Rina abrió los ojos de nuevo.
– ¿Sí?
Colin acarició entonces sus labios con un pulgar.
– ¿Quieres sentir aún más calor? -preguntó él con voz profunda y sensual.
– Quiero quemarme -respondió ella.
– Entonces, ¿a qué estamos esperando?
Colin la tomó de la mano y se marcharon del local.
Ya en el coche de Colin, Rina tuvo ocasión de pensar en todo lo que había cambiado desde que lo había conocido. Nunca había sentido una pasión tan intensa en toda su vida, pero por otra parte jamás se había sentido tan libre con ningún hombre.
Se mordió el labio y miró a Colin. La blanca nieve, en contraste con la oscuridad de la noche, le recordó por alguna razón a la mujer que era y a la que había sido. Colin respetaba a aquella mujer. Colin, el hombre que se había estremecido al verla con aquel vestido rojo.
Rina contempló su perfil mientras conducía. La simple visión de su rostro bastaba para que su pulso se acelerara.
– ¿Te importa si pongo algo de música? -preguntó ella.
– No, por supuesto que no.
– ¿Vamos a tu casa o a la mía?
– La mía está más cerca.
Ya habían acordado estar juntos. No necesitaron hablar de ello. Rina recordó el comentario de Logan; había dicho que Colin nunca llevaba a las mujeres a su casa. Definitivamente, aquello significaba algo.
– ¿Eso es una invitación, o una simple constatación de un hecho? -preguntó ella.
Colin rió.
– No juegues conmigo. Aunque me gusta que lo hagas… Y, por supuesto, es una invitación. Una que no suelo hacer, por cierto.
Colin la miró durante un instante, dominado por el deseo.
– Si es una invitación, acepto. Y debo añadir que no suelo aceptar invitaciones de ese tipo.
Dos o tres calles más adelante, Colin entró en un complejo de viviendas. El camino sólo estaba iluminado por alguna farola ocasional o por la luz de alguna casa, así que avanzaron en oscuridad y Rina se preguntó dónde estarían. Pero en aquel momento no le importó en absoluto. Ya lo descubriría por la mañana.
Cuando salieron del coche, se sorprendió. Había empezado a nevar de nuevo, pero estaba tan concentrada en sus pensamientos, que ni siquiera se había dado cuenta.
Colin se inclinó y la besó con suavidad, pero el beso se hizo enseguida más apasionado. Estaban allí por una razón y era evidente que Colin pretendía darle todo lo que deseara.
Cuando la tomó de la mano y la llevó a la casa, el sentimiento de anticipación y el deseo la habían superado por completo. Pero no tenía reservas ni dudas. Estaba preparada.
A pesar del frío que hacía en el exterior de la casa, Colin estaba ardiendo por dentro. Observó a Rina mientras se quitaba el abrigo, dejando al descubierto el rojo vestido que había elegido aquella noche.
– De no haber sido por la nevada que está cayendo, jamás habríamos llegado a entrar en la casa.
– ¿Por qué? -preguntó, maliciosa.
– Como si no lo supieras. Te deseo tanto, que viajar en el coche contigo, sin hacer nada, ha sido una tortura.
Ella echó los hombros hacia atrás, para que sus senos se levantaran un poco. Quería provocarlo, excitarlo.
– En ese caso, ¿por qué estamos perdiendo el tiempo con tantas palabras?
– No tengo la menor idea.
Rina sabía deliciosamente bien, pero él quería más. La tomó de los hombros y ella gimió al sentir el contacto de sus labios en la boca. Pero no se detuvo ahí. Después de besarla, descendió por su cuello y se detuvo un momento para morderla. Se llenó de su aroma, un olor muy femenino, totalmente suyo.
– Quiero sentir tu cuerpo desnudo -murmuró ella-. Quiero sentir tu piel, necesito saber lo que se siente…
Él sonrió. Le gustaba que aquella mujer lo sorprendiera.
La atrajo hacia sí y la abrazó, apretándose contra el cuerpo de Rina. Colin cerró los ojos y saboreó la intensa sensación.
– Yo diría que encajamos perfectamente.
– Entonces, desnudémonos y veamos si es cierto…
Colin no necesitaba una segunda invitación. Llevó una mano a la cremallera del vestido y se lo quitó rápidamente. Pero no era lo único que llevaba de color rojo. Sus braguitas y su sostén también lo eran.
– Creo que he muerto y que estoy en el cielo -dijo él.
– ¿Te importa llevarme contigo?
– Por supuesto que no.
Colin estaba muy excitado. Intentó quitarse la camisa, pero antes de que pudiera terminar, ella se adelantó y terminó el trabajo.
– No vayas tan despacio, Colin. La lentitud tiene su momento y su lugar, pero ahora quiero ir deprisa.
Colin asintió y le quitó el sujetador. La visión de sus generosos senos lo volvió loco, y un segundo después descendió hacia sus braguitas para quitárselas.
– Siempre me he preguntado si llevarías calzoncillos o slips…
Colin se quitó los pantalones y enseguida ella supo la respuesta. Llevaba calzoncillos, y estaba tan excitado que su pene amenazaba con romper la prenda.
Incapaz de contenerse por más tiempo, la llevó al sofá de cuero y dejó la ropa en el suelo. Después, se tumbó sobre ella. Su cuerpo era suave, cálido y húmedo.
La besó con hambre, dejando libre, por fin, toda la tensión sexual que habían estado acumulando a lo largo de toda la semana. No podía cansarse de ella. No tenía nunca suficiente. Quería entrar en su cuerpo, pero prefirió tomárselo con calma, disfrutar de cada segundo. Colin había cerrado los ojos durante un momento, y al abrirlos de nuevo, vio que ella lo estaba mirando, con un brillo de deseo.
Habían estado jugando mucho tiempo, alimentando la atracción que sentían con contactos eróticos y promesas silenciosas. Pero había llegado el momento de hacer realidad aquellas promesas.
Rana lo sorprendió entonces cerrando las piernas alrededor de su cintura y arqueándose y frotándose contra él una y otra vez. Era una situación muy peligrosa. Si seguía haciendo eso, podía alcanzar el orgasmo sin siquiera haber entrado en su cuerpo.
Debía actuar con rapidez.
– Los preservativos están en mi dormitorio -acertó a decir.
– También hay en mi bolso. Está en el suelo, a tu lado. Pero ahora estoy tomando la píldora y no es preciso que tomemos más precauciones porque no he estado con ninguna otra persona desde que murió mi marido.
Colin respiró profundamente. Nunca había hecho el amor con ninguna mujer sin ponerse un preservativo. No se fiaba y no quería arriesgarse a tener posibles problemas.
Por supuesto, alguna vez había pensado no usar preservativos con Julie. Pero ella no había querido tener hijos.
Rina era muy distinta a ella, en muchos sentidos.
– Yo también soy de fiar -dijo él.
– ¿Lo eres? ¿De verdad?
Rina echó la cabeza hacia atrás y gimió. Colin ya no tenía más pensamiento que la obsesión por entrar en ella, por dejarse llevar. Entonces, se incorporó un momento para quitarse los calzoncillos y cuando intentó volver al sofá, vio que Rina había cambiado de posición. Ahora lo esperaba con las piernas muy abiertas.
Descendió sobre ella y acarició su sexo. Rina contuvo la respiración, sintiendo un deseo indescriptible.
– ¿Te gusta? -preguntó él mientras introducía un dedo en su interior.
– Oh, sí…
Colin estaba disfrutando tanto como ella. En realidad, ninguna mujer lo había afectado de un modo tan intenso y directo.
No le había pasado desapercibido el comentario de que Rina no había estado con ningún hombre desde la muerte de su marido. La idea le pareció triste y se dijo que haría lo posible por darle una noche perfecta. Quería darle todo lo que tenía.
No esperó más. Entró en su cuerpo y comenzó a moverse rápidamente. Ella gimió, satisfecha. Colin deseaba disfrutar tanto como pudiera de aquel instante, hacerlo interminable, largo, pero los dos habían llegado demasiado lejos y necesitaban satisfacer su deseo ya, sin esperas. Sus movimientos se sincronizaron y crearon no sólo una sensación tan intensa que apenas podían controlarla, sino una emoción profunda para la que Colin no estaba preparado.
Aunque sabía que entre Rina y él no podía haber sólo sexo, la perfección del instante lo sorprendió. Y cuando ella volvió a cerrar sus piernas a su alrededor, tal y como había hecho antes, no supo dónde empezaba y terminaba cada uno.
No lo supo y no quería saberlo. Sólo quería sentirla.
Entonces, Rina le clavó las uñas en la espalda y se dejó llevar por completo. Por primera vez su vida, Colin se sintió totalmente libre.