Rina vio de soslayo que Emma acababa de abandonar la sala.
– Emma se ha marchado -dijo Colin.
El hombre parecía tan sorprendido como ella por el curso de los acontecimientos. Pero su voz había adquirido un tono más ronco y suave que de costumbre.
– Sí, y nos ha dejado en una situación muy interesante.
– Cierto.
Colin la observó con detenimiento, como si estuviera midiéndola. Rina no sabía lo que estaba pensando, pero tuvo la sensación de que aquellos ojos la atravesaban y podían ver en su interior.
En realidad, le habría gustado que pudiera adivinar su pensamiento. Entonces habría sabido que ella también creía en la tradición del muérdago y que estaba deseando besarlo, en aquel mismo instante.
Colin puso las manos sobre los hombros de la joven, que al sentir su cálido contacto se estremeció otra vez.
– ¿Rina?
– ¿Sí?
Colin le quitó las gafas que llevaba y las dejó sobre una mesa.
– ¿Sabes que tienes motas doradas en tus ojos marrones?
Rina no era capaz de hablar. Se limitó a humedecerse los labios.
– Me recuerdan a la luz del sol…
Rina sintió un intenso calor. Había nacido y crecido en el Bronx, en Nueva York, y no era una persona tímida en absoluto cuando quería algo. Y ahora quería empezar una nueva vida. Así que, a pesar de no conocer demasiado a Colin, estaba dispuesta a probar su suerte.
– Deberías saber que no suelo desaprovechar las oportunidades que se me presentan.
– Y tú deberías saber que me gustan los retos y que no rompo las tradiciones, aunque sean muy inesperadas -dijo, refiriéndose al muérdago.
Colin acababa de tomar la iniciativa y estaba coqueteando y jugando con ella de forma evidente.
Él se inclinó sobre ella y lamió suave y brevemente los labios de Rina. El experimento fue impactante. Ella se sintió dominada por pasiones que había negado durante mucho tiempo y por sensaciones que hasta entonces nunca había vivido.
En cuanto a Colin, apretó las manos sobre los hombros de la joven, en señal evidente de que también él la deseaba.
Pero Rina no se dejó engañar. Por sorprendente e intensa que hubiera sido la experiencia, sólo era una reacción física ante un simple beso. Aunque nada en Colin parecía simple.
Alzó la cabeza y se apartó un poco de él, sin dejar de mirarlo. Los ojos del hombre brillaban de deseo, y la constatación de aquello la excitó una vez más.
– Ha sido…
– Divertido -dijo él.
Rina parpadeó, sobresaltada. No era la palabra que ella habría utilizado para definirlo.
– ¿No se supone que los besos bajo el muérdago deben de ser así? -preguntó él, con una sonrisa.
– Sí, por supuesto que ha sido divertido. Emma lo ha organizado todo y nosotros hemos respondido como cualquier pareja de adultos bajo una rama de muérdago.
Rina dio un paso atrás, y luego otro, y uno más, hasta toparse con una mesa. Se apoyó en ella y dejó a Colin, solo, bajo el muérdago.
– Si ha sido divertido, deberíamos repetirlo -dijo él.
Rina hizo ademán de recoger su abrigo y Colin se apresuró a acercarse para ayudarla. Sus manos le parecieron infinitamente dulces mientras le ajustaba la solapa, y el roce de sus dedos en el cuello volvieron a cargarla de energía.
Acababa de descubrir que también era un caballero.
– Gracias.
– De nada.
Rina se las arregló para recoger la carpeta con su serie de artículos y despedirse sin mirar de nuevo a Colin.
– Espera…
– ¿Qué ocurre?
– Has olvidado algo.
Colin le dio las gafas que le había quitado minutos antes y ella salió a la fría noche de Ashford.
Al sentir el viento helado en sus mejillas, volvió a pensar. Con aquel beso, el experimento había adquirido perspectivas muy excitantes.
Aún tenía intención de seguir experimentando para hacer un buen trabajo con sus columnas. Al día siguiente iba a iniciar una nueva etapa y estaba decidida a probar a los hombres en general. Pero en lo relativo a Colin, era muy consciente del impacto que provocaba en ella. Con un simple beso, había aprendido que tenía un enorme poder sexual. Era un hombre muy seductor, y le encantaba.
Antes de aquella noche, apenas había coqueteado con la idea de mantener una relación ligera; pero ahora, era una posibilidad real. Colin poseía todo lo necesario para alimentar su fuego. Además, no era un individuo normal y corriente. De haber estado buscando una relación, él habría sido el primero en su lista. Pero tras perder a su marido, estaba cansada de relaciones largas y ya no estaba segura de creer en el «para siempre».
Sin embargo, tal vez fuera mejor así. Era la solución perfecta. Y Colin, el hombre perfecto.
Colin se echó hacia atrás, puso los pies sobre el escritorio y observó la puerta por la que acababa de salir Rina Lowell, la mujer a quien acababa de besar bajo una rama de muérdago.
Le habían dado una oportunidad inesperada, y dado que se sentía atraído por Rina, había aprovechado la ocasión de besarla. Pero, ahora, pensaba que no debía haberlo hecho. Colin tenía intención de llegar a Corinne a través de la joven, pero no pretendía aprovecharse de ella. Sobre todo, porque su carrera profesional estaba en sus manos.
Mantener una relación con ella le crearía un conflicto de lealtades, aunque no dudaba de quién saldría ganando. Ya le había fallado una vez a Joe y no iba a fallarle de nuevo. Pero cuando había tenido a Rina entre sus brazos, ni siquiera se había acordado del periódico.
Se encontraba en una posición inesperada. No esperaba sentirse completamente seducido. Y desde el momento en que había entrado en la redacción, justo cuando ella jugaba a contonearse, se había sentido profunda y totalmente seducido. Hasta el punto de que permaneció allí, observando la escena y contemplando su conversación con Emma sin decir nada.
Aquella mujer lo excitaba, lo hechizaba con su combinación de belleza natural y movimientos eróticos.
Ni siquiera intentó convencerse de que se lo había imaginado todo. El calor, la intensidad y la inesperada conexión que existía entre ellos resultaban innegables. Ella también lo sentía, porque de lo contrario no se habría marchado tan deprisa.
Se frotó las manos en las perneras de los pantalones y gimió. Tras el beso, Rina se había quedado mirándolo con sus grandes ojos marrones, asombrada, sin saber qué hacer.
Aquello lo inquietó y se volvió a sentir culpable por las complicaciones derivadas del asunto de Corinne. Rina le gustaba realmente. No quería mezclar los negocios con el placer, pero todo en Rina estaba relacionado con el placer.
Y entre todas sus necesidades, entre todos sus conflictos, al final sólo quedaba una persona: una maravillosa morena llamada Rina Lowell.
No era el primer día de trabajo de Rina, pero estaba tan entusiasmada y nerviosa como si lo fuera. Tenía una doble misión; por una parte debía empezar con la segunda parte de su experimento, y por otra, tenía intención de seducir a Colin. Al pensar en ello, la boca se le quedó seca.
El día comenzó como cualquier otro. Se detuvo en la cafetería de las oficinas del Ashford Times, y el dueño, un hombre atractivo de treinta y tantos años, le sonrió. Hasta entonces, no había obtenido ninguna respuesta similar por su parte. Y eso que algunas compañeras le habían comentado que siempre servía mejor a las mujeres atractivas.
De momento, sólo había cambiado algunos detalles sutiles en su indumentaria y aspecto. Reservaba el cambio radical para la fiesta de Navidad, prevista para el fin de semana siguiente. No esperaba recibir todavía ningún tipo de tratamiento especial, pero quería probar qué pasaba con un simple cambio consistente en pintarse la raya de los ojos y maquillarse muy levemente.
– ¿Qué deseas? -preguntó el dueño de la cafetería.
– ¿Qué es lo que hacéis mejor en el local?
Rina inclinó la cabeza y la coleta en la que se había recogido el pelo, cayó hacia un lado. Pero no fue casual que acabara justo encima de uno de sus senos.
El hombre se apoyó en la barra y la miró. Rina pensó que era demasiado guapo. Prefería los rasgos duros y en extremo masculinos de Colin, los rasgos que habían conquistado sus fantasías eróticas.
– El especial de Dave es un magnífico capuchino con chocolate -respondió.
– ¿Quiere eso decir que tú eres Dave? -preguntó, sonriendo-. Entonces, quiero un capuchino con chocolate.
Cinco minutos más tarde, salió a la calle con su capuchino con chocolate, un café solo y una petición de cita para el sábado por la noche. Por suerte, ya se había comprometido con la fiesta de Navidad de Emma.
Rina pensó que el principio del experimentó había demostrado que a los hombres les importaba mucho el aspecto físico. Dave había cambiado de actitud porque ella había cambiado de apariencia, aunque fuera de forma sutil. En este caso, la química no había tenido tanta importancia como las impresiones superficiales.
Entró en el edificio de oficinas. Rina conocía los horarios del resto de los empleados tan bien como los suyos propios y sabía que Colin solía llegar pronto. Entró en la redacción, una gran sala llena de ordenadores y escritorios, con alguna mampara de plástico ocasional, aquí y allá, que separaba las mesas de algunos ejecutivos.
De inmediato, notó que Colin estaba en su mesa. Pero no tenía ningún café sobre ella. Aún no.
Estaba leyendo el correo electrónico y Rina pensó que era atractivo incluso cuando trabajaba. No era por la chaqueta de cuero que descansaba sobre el respaldo de la silla, ni por su pelo revuelto por el viento, ni por la inteligencia de aquellos ojos azules. Era algo más profundo, algo en su interior, algo que lo llenaba de intensidad en todos y cada uno de sus actos.
Se detuvo un momento para reunir el coraje necesario y se mordió un labio. Sabía a carmín, uno de sus cambios del día, y esperaba que aquello surtiera el mismo efecto en Colin que en Dave.
Entonces, avanzó hacia su mesa, decidida. La rama de muérdago aún colgaba del techo, y había un precioso árbol de Navidad en un rincón.
– Esto ha cambiado mucho -se dijo él, en aquel momento.
Colin se había limitado a hablar en voz alta. Todavía no había notado su presencia.
– Eso suena muy deprimente -dijo, para hacerse notar-. ¿Es que no te gustan las Navidades?
– Contra las Navidades no tengo nada, pero contra los árboles de Navidad, sí.
La verdad era que el árbol que había instalado Corinne en la redacción estaba cargado de adornos y había resultado muy caro, pero se preguntó por qué le molestaba a Colin.
– ¿Qué es lo que tienes contra un pobre e inofensivo árbol? Estoy segura de que la intención de Corinne era buena y que supuso que un árbol tan obviamente caro como ése era mejor que un árbol más normal -respondió.
– Corinne no pretendía otra cosa que satisfacer su propia necesidad de gastar.
Rina se sorprendió. Era la primera vez que Colin atacaba a Corinne. Aunque no conocía bien a la editora, le había parecido que se preocupaba sinceramente por la gente, por sus empleados y especialmente por su marido.
– No me hagas caso -continuó él-. No es para tanto.
– Puede que no, pero es obvio que algo te molesta. Y sea lo que sea, te sentirás mejor si lo dices.
– ¿Quieres oír? -preguntó, sorprendido.
A Rina no le pareció nada extraño que quisiera saber lo que pensaba. Aunque apenas se conocieran, ya se habían besado.
Asintió y respondió:
– Sí, me gustaría mucho.
Colin se acomodó en su asiento y tardó unos segundos en hablar, como si estuviera considerando lo que iba a decir.
– Joe y yo teníamos una tradición anual. Comenzó el año en que su primera esposa, Nell, y él se encargaron de mí cuando mis padres murieron en un accidente de tráfico. En aquella época, yo tenía doce años.
Rina sintió una punzada en el corazón.
Ella había crecido con el cariño y la presencia constante de sus padres, y la familia era tan importante para ella, que se alegró de que Joe y Nell hubieran compensado, siquiera parcialmente, la pérdida de sus padres reales.
– No lo sabía…
– ¿Cómo ibas a saberlo? Joe y Nell me adoptaron al final, pero dado que eso es parte de la vida pasada de Joe, supongo que no habla mucho de ello con Corinne.
Rina dudó que tuviera razón, pero no quiso decir nada. Obviamente había algún tipo de conflicto entre Colin y la segunda esposa de su padre adoptivo.
– Me alegra que tuvieras gente que cuidara de ti…
– Yo también me alegro. Pero, ¿quieres saber qué tradición compartíamos?
Colin se levantó y caminó hacia la gran ventana que daba al parque. Rina dejó el café sobre la mesa de él y lo siguió. En el exterior estaba nevando.
– Joe es lo más parecido a un padre que tengo. Y todos los años, desde que me recogió, salíamos a buscar un árbol a los bosques.
– ¿No lo comprabais? Donde yo crecí, comprábamos el árbol más barato que podíamos encontrar en el supermercado. Colin rió.
– No, nosotros preferíamos cortarlo en la montaña. Nos adentrábamos en la propiedad de Joe y lo escogíamos personalmente -declaró, mientras se metía las manos en los bolsillos-. Mantuvimos la tradición todos los años.
– Hasta este año…
– Sí.
Rina notó la soledad del niño que había perdido a sus padres y que sólo tenía a Joe. Incapaz de detenerse, puso una mano en su espalda, para animarlo. Y al hacerlo, una corriente de electricidad recorrió el cuerpo de la joven. Sintió una súbita pesadez en sus senos y un lento calor entre sus piernas.
– Corinne dice que Joe está mejorando -comentó ella, para salir del paso.
– Sí, es cierto, pero es una lástima que no pueda trabajar. Están pasando muchas cosas últimamente.
La voz de Colin sonaba ronca y conjuró en la imaginación de Rina imágenes de noches eróticas, de caricias sobre su cuerpo desnudo, de palabras cargadas de pasión. Se estremeció. No era nada extraño: lo deseaba.
Pero resultaba sorprendente porque nunca había deseado a nadie con tal intensidad.
Y necesitaba que él también supiera que comprendía sus emociones.
– No es lo mismo, pero yo también sé lo que significa echar de menos a alguien que se quiere. Mi hermano, por ejemplo, vive en Nueva York.
– ¿Cuántos hermanos tienes?
– Solo a Jake. Y créeme, tener un hermano policía puede ser muy problemático. Imagina volver a casa tras una cita secreta cuando tu hermanito hace las veces de guardaespaldas no requerido.
Colin rió.
– Algo me dice que le diste mucho trabajo…
Las bromas de Colin y su tono de evidente coqueteo, le recordaron a Rina que tenía una misión. Una misión profesional destinada a averiguar las reacciones del hombre ante sus cambios, y otra de carácter personal, para intentar seducirlo.
Sin embargo, su deseo de conocerlo más le había hecho olvidar lo primero y en consecuencia se estaba involucrando con él, acercándose emocionalmente, algo que no estaba en su plan.
– Más de una vez le di a Jake su merecido por meterse donde no lo llamaban.
– No lo dudo en absoluto.
Rina rió de forma descaradamente coqueta. Lo hizo con perfecta consciencia, para probarlo. Y el efecto fue inmediato: Colin la devoró con los ojos. Era evidente que llamaba su atención, pero no sabía por qué.
Había tal tensión sexual entre ellos, que continuar una conversación no resultaba tan fácil. Pero lo intentó.
– En cierta ocasión me fui de vacaciones y le dejé mi apartamento. Pero no le mencioné que había invitado a alguien más.
Cada vez que pensaba en la forma en que se habían conocido Jake y Brianne, sentía una intensa alegría. La pareja demostraba que dos personas muy distintas podían caminar juntas. Mantenían una relación muy libre, donde ninguno de ellos había perdido su independencia, y al mismo tiempo se querían apasionadamente.
– Me alegra que sea policía. Así podrá defendernos a los pobres ciudadanos contra alguien tan sorprendente como tú.
– No soy tan sorprendente. En realidad soy muy previsible.
– Oh, no, en absoluto. Hoy, por ejemplo, estás distinta -declaró el hombre, observándola con una sonrisa-. Llevas las mismas gafas, el mismo jersey largo y ancho, pero estás distinta.
Rina quería más detalles. Quería saber qué era, exactamente, lo que había notado. En teoría sólo le interesaban los datos para su investigación periodística; pero en la práctica, estaba más interesada por razones de carácter personal.
Además, sintió una inmensa esperanza al notar que a Colin le gustaba lo que veía.
– Vamos, sigue. Eres periodista. Observar es tu especialidad, así que seguro que sabrás darme más detalles…
Colin arqueó una ceja y acarició una de sus mejillas, con suavidad. Después, le enseñó un dedo que había quedado manchado de maquillaje.
– Te has maquillado levemente y desde luego estás muy guapa. Siempre lo estás.
El cumplido le gustó mucho a Rina.
– Pero no necesitas maquillarte para estarlo. Tu cambio es de otro tipo, es un cambio de actitud. Y ahora, dime… ¿te has maquillado por mí?
– Ya te gustaría a ti -bromeó-. No, es un experimento para mi columna. Sólo quería aprovecharme un poco de tus dotes de observación. Ya he comprobado la reacción del dueño de la cafetería y quería saber cuál era la reacción de otros hombres.
– ¿Vas a obligarme a competir para ganar tu atención?
– ¿Hay alguna razón por la que no debería hacerlo? -preguntó ella.
– Sí. No soy hombre que comparta ciertas cosas.
Rina lo deseó con todas sus fuerzas. Era obvio que no le importaba si se había maquillado o no. Se sentía atraído por ella de todas formas y sabía que no estaba mintiendo. Pero aquella relación suponía un obstáculo en su trabajo y alteraba su mente y su cuerpo.
– Ven conmigo a la fiesta de Navidad de Emma -dijo él, cambiando de conversación de repente.
– ¿Como compañeros de trabajo, o como algo más?
– Como tú quieras. Si te apetece, pasaré a recogerte a las ocho.
– Si voy contigo, no podría mezclarme con otros hombres y perdería la oportunidad de hacer una buena investigación.
– En efecto, de eso se trata. Te quiero sólo para mí. Además, dijiste que estarías sola durante las vacaciones.
Rina no había dicho eso. Había dicho que su hermano vivía en Nueva York, y de hecho, pensaba pasar a visitarla. Pero en aquel momento no le pareció relevante.
– Con Joe en el hospital, yo también estoy solo -continuó-. ¿Vas a permitir que pase solo las vacaciones? Vamos, Rina… Uno de los nietos de Emma fue compañero mío en la universidad y sé que las fiestas de la familia Montgomery son muy divertidas. No te las puedes perder, pero es mejor cuando no se está solo.
Rina lo miró sin saber qué decir.
– Si te prometo que te dejaré en paz para que lleves a cabo tu investigación, ¿querrías venir conmigo?
La mujer suspiró. Había estado a punto de rechazarlo cuando en realidad deseaba todo lo contrario. Pero su insistencia le había recordado a Robert. El también había intentado imponerse en más de una ocasión. Sin embargo, la comparación resultaba injusta y lo sabía: ahora era una mujer libre que tomaba sus propias decisiones; y durante su matrimonio, se había limitado a someterse a los caprichos de su marido.
Además, era obvio que Colin se interesaba realmente por sus sentimientos y que sólo le estaba haciendo un ofrecimiento que podía rechazar si lo estimaba oportuno.
Así que sonrió, súbitamente emocionada con la idea, y dijo:
– De acuerdo. A las ocho está bien.
Colin la miró con ojos como platos. Aparentemente, lo había sorprendido.
– Me alegro mucho…
– Será mejor que llegues puntual.
Rina pensó que la fiesta le proporcionaría una ocasión perfecta para investigar en la sociedad de Ashford. Y en cuanto a su acompañante, también estaba deseando investigarlo, pero en otros sentidos.
– Lo haré. No me perdería ni un segundo contigo.
– Bueno, tengo que seguir trabajando…
– Disculpa, no pretendía interrumpirte.
Sin embargo, Colin la interrumpió. Pero no con la conversación, sino con su marcha. Cuando desapareció, Rina no pudo dejar de pensar en él. Además, acababa de darse cuenta de que, por primera vez, había sido capaz de hablar con alguien en la redacción sin prestar atención alguna a la gente que la rodeaba.
Al pensar en ello, se estremeció. Si Colin conseguía hechizarla de un modo tan absoluto en público, no podía ni imaginar lo que sería capaz de hacer en privado. Pero tenía todo un fin de semana para investigar las posibilidades.
Si todo salía como pretendía, aquel hombre y ella y estaban a punto de iniciar una relación breve pero muy satisfactoria.