Capítulo 5

Rina no sabía qué hacer. No quería pensar, no quería dudar. Sin embargo, lo deseaba tanto que finalmente descruzó los brazos.

– Supongo que eso es un sí -dijo él.

– Me alegra saber que entiendes las señales de las mujeres…

Colin suspiró, se inclinó sobre los senos de la joven y comenzó a lamer su piel. Sabía al champán que se había derramado.

Los pezones de Rina se endurecieron. Aquello era una maravillosa tortura. Se estaba tomando su tiempo, divirtiéndose y dándose un pequeño festín con su piel, hasta que estuvo tan excitada que no podía controlarse.

– Dime lo que quieres -dijo él con ojos brillantes.

– ¿Eso es lo que quieren los hombres? ¿Que se lo digan?

– No pienso contestar a esa pregunta. No soy el objeto de un artículo -dijo él, enojado.

Rina se sorprendió un poco, porque no estaba pensando en sus artículos al decir eso.

– No te lo he preguntado por esa razón.

– Entonces, ¿por qué?

– Porque yo… bueno, nunca he vivido una situación similar con ningún otro hombre. Siempre ha sido algo bastante directo y debo reconocer que nunca tuve el valor de pedir lo que me gustaba a mí -declaró, algo avergonzada por su propia ingenuidad-. Sólo quería saber por qué me preguntas por lo que deseo. ¿Es porque te importa, o únicamente porque te excita?

– Lo he preguntado porque quiero darte placer. Pero desde luego no me importaría que dijeras ciertas cosas sólo para excitarme…

Colin volvió de nuevo sobre sus senos y siguió lamiéndolos, explorándolos. El cuerpo de la mujer reaccionó de inmediato.

– Y ahora, dime de una vez lo que quieres.

– Quiero que dejes de jugar conmigo.

Colin dejó de lamer el seno que tenía ante su boca. Pero lejos de detenerse, pasó entonces al otro pecho.

– Confía en mí y dime lo que quieres -dijo él, mirándola con intensidad.

– Ponme en tu boca -dijo ella, entonces-. Agárrame el seno y mete mi pezón en tu boca…

Colin lo hizo.

– ¿Así?

– Mmm. Sí. Pero quiero más…

Él obedeció. La mordisqueaba con suavidad, o la lamía, o succionaba su pezón en un juego que desató la pasión de Rina.

Esta vez, Colin no hizo preguntas. Sencillamente, la alzó para que ella pudiera cerrar las piernas alrededor de su cintura y acto seguido comenzó a acariciarla íntimamente. Ella se apretó contra él y su mundo no tardó en estallar en un clímax sensacional e inesperado. Nunca había sentido nada parecido.

No había hecho el amor con él, pero las contracciones que recorrían su cuerpo eran tan intensas y vigorosas como si lo hubiera hecho.

– Oh, Dios mío…

Colin la dejó en el suelo y se pasó una mano por el pelo.

– Desde luego, sabes cómo volver loco a un hombre.

Entonces, Rina bajó la mirada y recordó que, a diferencia de ella, él no estaba ni mucho menos satisfecho.

– Colin…

– No, no digas nada. No quiero que hagas algo sólo a cambio de lo que te acabo de dar. Nuestra primera vez tiene que ser especial.

Rina se ruborizó y quiso decir algo, pero él se inclinó, tomó la blusa que había caído al suelo y se la dio. Después, se la puso abrochándola poco a poco. La sensación fue tan íntima, que ella sonrió.

– ¿Qué te parece tan divertido?

– Nada, solo estaba pensando.

– ¿En qué?

– En que he elegido al hombre correcto.

– ¿Por qué lo dices?

– Porque te preocupas verdaderamente por mí. Ningún hombre lo había hecho antes y es algo que siempre recordaré.

– Rina…

En aquel momento, alguien llamó a la puerta.

– Salimos enseguida…

Rina comprendió que había cometido un error e intentó corregirlo:

– Salgo enseguida -dijo de nuevo.

– Soy Corinne. Emma me ha dicho que Colin estaba en el piso superior.

– No quiero que nos encuentre aquí, juntos. No sería justo para ti -murmuró Colin a Rina.

– Quiero hablar con él sobre Joe -insistió Corinne.

– Oh, pues no está aquí…

Cuando la mujer se marchó, Colin se despidió de la joven y dijo:

– Te espero abajo.

Entonces, salió del cuarto de baño y la dejó sin más despedida que un guiño de complicidad. Pero ella no se quedó a solas. Su cuerpo aún le recordaba.


Colin pensó que no debía haberla tocado.

Quería cambiar las cosas en el periódico y eso implicaba que Rina perdería su puesto de trabajo, así que se dijo que habría sido mejor que se marchara sin tocarla, sin mirar atrás.

Pero lo había hecho y ahora estaba más sorprendido que nunca. Ya sabía que tenían una intensa complicidad intelectual; ahora, también sabía que esa misma intensidad se daba también en el terreno de lo físico. Cuando ella confesó que ningún hombre se había interesado por lo que le gustaba, decidió pasar a la acción y convertirse en la primera persona de su sexo en la que Rina pudiera confiar.

Corinne no tardó en localizarlo. Se acercó a él y preguntó:

– Quería hablar contigo sobre Joe.

– ¿Qué le ocurre?

– Ha sufrido un amago de infarto.

– ¿Cómo?

– Me acaban de llamar desde el hospital y llevo un buen rato intentando encontrarte en la casa.

– ¿Quieres que te lleve al hospital?

– Sí, por favor, no me siento con fuerzas para conducir.

Colin la tomó del brazo y la llevó hacia la salida. Corinne empezaba a parecerle más enigmática que nunca. Tan pronto parecía que su interés por Joe era verdadero como actuaba sin tener en cuenta los deseos de su marido.

– ¿Qué han dicho los médicos?

– Que está estable.

– Espérame un momento en el vestíbulo. Enseguida vuelvo.

Colin habló con Emma y con Logan para que supieran por qué se tenía que marchar y para que avisaran a Rina. Le habría gustado esperar allí para decírselo personalmente, pero el asunto era de extrema gravedad y no podía esperar ni un segundo.

Además, Corinne y Joe le acababan de dar la ocasión perfecta para conceder a Rina un poco de espacio y concedérselo a sí mismo. No sabía qué hacer con las emociones que lo dominaban. Nunca se había sentido tan conectado con una mujer.

Sabía que en todo aquello había mucho más que sexo. Pero también sabía que al final le haría daño y que ella le haría daño a él.

Era mejor que mantuviera las distancias; al menos, de momento.


Rina aceptó otra copa de champán y se volvió hacia un hombre atractivo que la estaba mirando y que se pasó quince minutos hablando sobre su trabajo. La aburrió terriblemente, pero al menos le estaba prestando atención.

Colin, en cambio, la había abandonado. En lugar de pedirle que lo acompañara al hospital, la había dejado sola en la fiesta. Sin embargo, intentó no sentirse herida. A fin de cuentas, solo quería una relación superficial y Colin le acababa de demostrar que él tampoco deseaba otra cosa.

Enojada, intentó coquetear un poco con el desconocido y se interesó por su trabajo. En determinado momento, el hombre dijo:

– ¿Por qué no vienes a mi casa y te lo enseño?

Por suerte, Emma apareció de repente e intervino.

– Me temo que Rina ya tiene quien la lleve a casa -dijo la anciana mientras se la llevaba del brazo-. ¿Se puede saber qué estabas haciendo, Rina?

– Siguiendo con mi investigación.

– Pues no me parece muy justo que coquetees con alguien cuando realmente no estás interesada en absoluto. Así que déjalo en paz -declaró la mujer-. Te has enfadado porque Colin se ha marchado sin ti, y tampoco tienes razón en eso.

Rina sabía que había tenido que marcharse, pero no dijo nada sobre lo sucedido en el cuarto de baño ni sobre la sensación de quedarse sola después de aquello.

– Mi chófer te llevará a casa -dijo Emma-. Hablaremos mañana, cuando puedas pensar con más claridad.

– Tonterías. Yo la llevaré -dijo Stan, que se había acercado-. He oído cómo le dabas su dirección a tu chófer, y me viene de paso.

– Oír las conversaciones ajenas es de mal gusto…

– Y tu actitud también, pero yo no me quejo -espetó el hombre.

Era la primera vez que Rina veía que alguien ponía a Emma en su sitio, y a punto estuvo de estallar en carcajadas.

– Muchas gracias, Stan. Acepto la oferta si no te molesta llevarme -dijo la joven.

– No me molesta en absoluto. Hace siglos que ninguna jovencita se sienta en mi coche.

– Ya te he dicho que es un viejo verde -intervino Emma, molesta.

– Es todo un caballero, Emma.

– Está bien, que te lleve a casa. Total, yo me alegraría si no volviera a verlo -declaró la anciana-. Pero recuerda que Colin es un buen hombre y que tiene un gran corazón. Deberías darle la oportunidad de explicarse.

Cuando la anciana se alejó, Stan dijo:

– Emma miente. Yo le intereso y, antes de una semana, estará entre mis brazos.

– Eso espero…

De camino a casa, Stan le habló sobre el fallecimiento de su esposa y sobre lo mucho que tenía en común con Emma. Al parecer se conocían desde hacía años y tampoco él estaba de acuerdo con lo que su hijo, el juez, había intentado hacer con ella.

Veinte minutos después de llegar a casa, Rina entró en la ducha para quitarse los restos del champán. Pero no pudo quitarse el recuerdo de las caricias de Colin.

Estaba pensando que cada vez entendía menos a los hombres cuando alguien llamó a la puerta.

Acababa de secarse, así que se dirigió a la entrada.

– Ya voy…

Era un poco tarde, alrededor de la una de la madrugada. Sin embargo, Frankie tenía la costumbre de pasar por allí a esas horas para charlar un poco o compartir un helado de chocolate.

Convencida de que sería su amiga, abrió la puerta de par de par y dijo:

– Me alegro de verte.

– Bueno, al menos alguien se alegra.

– ¿Que te ha pasado? -preguntó a su amiga.

– Lo peor -respondió la mujer mientras entraba y se sentaba en el sofá-. ¿Pero qué tal te ha ido en tu primera cita en Nueva Inglaterra?

Rina cerró los ojos y recordó el contacto y el aroma de Colin.

– ¿Tan maravilloso ha sido? -preguntó Frankie-. ¿Puedes contarme cuál es el secreto para que las cosas salgan bien?

– No hay secreto alguno. No puedo decir que se aprovechara de mí porque yo lo deseaba tanto como él. Además, yo quedé satisfecha y él no. Pero cuando se marchó de la fiesta dejándome sola…

– Detente, no sigas. Será mejor que me lo cuentes todo desde el principio.

Rina se ruborizó al comprender que acababa de revelar que había pasado algo entre ellos.

– Emma nos tiró una copa de champán encima y subimos para cambiarnos de ropa. Y digamos que después tuvimos un… momento. Pero cuando bajé de nuevo a la fiesta, él se había marchado. Surgió una emergencia y tuvo que irse al hospital -explicó mientras se sentaba a su lado.

– ¿Estás muy interesada en él?

– Hace que me sienta bien…

– Bueno, es justo lo que querías. Algo superficial pero intenso.

– Es verdad, pero desafortunadamente me ha llegado aquí -dijo, llevándose una mano al corazón-. Sus padres murieron cuando era muy joven y tiene heridas que aún no se han curado.

– No estarás considerando la posibilidad de mantener una relación seria, ¿verdad?

– No sé, es que…

– Explícate.

– Digamos que me siento como si estuviera traicionando el recuerdo de Robert -confesó-. Colin despierta emociones en mí que él nunca despertó. Y eso me asusta.

– ¿Por qué? Si un hombre me hiciera lo que ese hombre te ha hecho a ti, yo no saldría nunca de su cama. Nada podría conseguir que me alejara de él.

Rina sabía que su amiga tenía razón.

– ¿Sabes lo que me asusta de verdad? Que le gusta ir y venir, y sé que se marchará al final.

– Entonces, tendrás que jugar fuerte para impedirlo.

– Si fuera tan fácil, no estaría a punto de devorar un helado de chocolate. Estaría con él.

– Pensaba que nunca ibas a ofrecerme ese helado -bromeó Frankie-. Pero por lo que me dices, no hay problema alguno. Hacía mucho tiempo que no estabas con un hombre, así que diviértete. Mantén las cosas a un nivel puramente físico y no pasará nada.

Rina se había repetido eso mismo muchas veces, pero las cosas con Colin eran tan complicadas, que ya no se lo creía.

Entonces, sonó el teléfono y corrió a contestar.

– ¿Dígame?

– Hola, Rina.

– Colin…

– Vaya, la noche comienza a ponerse interesante -murmuró Frankie.

– Sss -protestó Rina.

– Tengo que hablar contigo -dijo Colin-. ¿Te he despertado?

– No, estaba charlando con alguien.

– Sólo te he llamado para asegurarme de que te encuentras bien.

– Sí, estoy perfectamente. ¿Y Joe?

– Ha sufrido un amago de infarto. No parece que sea nada importante, pero naturalmente retrasará su recuperación. Los médicos le han dado una medicación para que no vuelva a suceder. Pero gracias por interesarte.

– ¿Se pondrá bien entonces?

– Sí -respondió-. Escucha, Rina… Siento haberte dejado sola en la fiesta.

La ronca y suave voz de Colin la estremeció.

– Lo comprendo.

– Entonces, no te molesto más. Te veré en el trabajo. Buenas noches, Rina.

– Buenas noches, Colin.

Cuando colgó, su amiga preguntó:

– ¿Aún estás insegura? Es obvio que ese hombre te interesa y que él está interesado en ti. Le importas tanto como para llamarte sólo para saber si estabas bien. En cambio, mi cita me dejó plantada.

– Supongo que tienes razón. Supongo que debería tener un poco de fe…

– Sí, desde luego.

– Es verdad -dijo Rina, más animada-. Además, ¿qué ejemplo voy a dar a mis lectores si reacciono de forma histérica en cuanto surge un inconveniente?

– Exacto. Y esa nueva actitud me gusta.

– A mí también. Soy la nueva mujer del nuevo milenio. Sé lo que quiero y cómo conseguirlo.

Frankie aplaudió y Rina hizo una reverencia como si se encontrara en un escenario. Sólo esperaba ser capaz de decir lo mismo el lunes por la mañana cuando volviera a ver a Colin.

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