«Estaba charlando con alguien». Un día después, Colin todavía recordaba la frase que había dicho Rina durante su conversación telefónica. No creía que estuviera con un hombre, pero eso no evitó que sintiera celos. Incluso consideró la posibilidad de que la intención de ella hubiera sido precisamente esa y se maldijo por haber mordido el anzuelo.
Tenía un plan en lo relativo a Rina, pero todo se estaba estropeando por culpa de los sentimientos que albergaba hacia ella.
Levantó el auricular del teléfono y llamó a varias empresas pequeñas que se anunciaban en el Ashford Times para asegurarse de que seguirían trabajando con ellos. Después, se puso en contacto con la compañía que suministraba el papel para comprobar que todo estaba en orden, y acto seguido tomó nota de que tenía que llamar a Bloomberg para hablar sobre la posibilidad de adquirir las noticias deportivas de una agencia de prensa muy conocida. A Corinne no se le había ocurrido mejor cosa que eliminar la sección deportiva y no le extrañaba que perdieran lectores tan rápidamente.
Sabía que los cambios que debía hacer iban a costar dinero; sin embargo, no tenía más remedio que gastar algo para recuperar la confianza de los lectores.
– Buenos días, Colin.
Emma entró en la redacción. Parecía excesivamente feliz a pesar de ser lunes.
– Buenos días. Supongo que has pasado el fin de semana descansando de la fiesta…
– Oh, sí. Me di un buen baño caliente y leí un buen libro. Ahora me siento totalmente recuperada, gracias. ¿Qué tal tu fin de semana?
– Ayer estuve con Joe.
También había estado con Corinne, pero no quería pensar en ello en aquel momento.
– Corinne me ha dicho que se está recuperando y me alegra sinceramente. Nadie debería pasar tanto tiempo en un hospital. Creo que deberíamos preparar una fiesta para cuando salga.
Un segundo más tarde, apareció un hombre, que se acercó a ellos y dijo:
– Estoy buscando a Rina Powell. Tengo un ramo de flores para ella.
– Qué bonito… -dijo Emma-. Déjalas en este escritorio, es el suyo.
El hombre se marchó y la anciana se volvió hacia Colin.
– No has debido molestarte…
– No he sido yo.
– Oh, vaya…
Antes de sugerir que echaran un vistazo a la tarjeta que había en el ramo, Rina apareció en escena.
– Buenos días -dijo mientras avanzaba hacia su escritorio-. ¿Qué es esto?
– Flores, por supuesto.
Rina miró inmediatamente a Colin, que se vio obligado a sacarla de su evidente error.
– Lo siento, no son mías.
– No pensé que lo fueran.
– ¿Y entonces? -preguntó Emma-. ¿No vas a averiguar la identidad de tu admirador secreto?
– Son de Jake y Brianne, para felicitarme por mi primer artículo en el Ashford Times…
– Qué detalle. La familia es maravillosa… Y hablando de familias, tengo que hacer una llamada y después ponerme a trabajar.
Emma se alejó y Rina se quitó el abrigo. Colin no se había creído, ni por un momento, que las flores fueran de Jake y Brianne, pero dejó de pensar en ello cuando Emma se quitó la prenda.
Bajo el abrigo llevaba una blusa negra abierta hasta el escote y una falda mínima que enfatizaba sus largas y esbeltas piernas.
Se acercó a ella y la tomó de la mano.
– Ven conmigo.
– ¿Adonde?
– A tomar un café -murmuró.
Colin la llevó hacia las escaleras. No era precisamente hora de hacer una pausa para el café, pero necesitaba estar con ella a solas.
– ¿Quién ha enviado realmente esas flores? -preguntó.
– ¿Te importa?
– Tal vez no debería importarme, pero me importa.
– Me las ha enviado Stan Blecher.
– ¿Y qué cree que está haciendo ese viejo? -preguntó, irritado.
– Es obvio. Intenta poner celosa a Emma prestándome atención a mí.
– ¿Y vas a ayudarlo en el plan?
– Por supuesto que sí, pero no quiero herir a Emma. Sé que no vive sola por elección, sino por necesidad. Teme que, si actúa de otro modo, su hijo la envíe a un asilo.
– ¿Te lo ha dicho ella?
– Me lo ha insinuado. Pero no la presionaría para que haga algo que no quiere. Sé que Stan le gusta. Sin embargo, hay que conseguir que le dé una oportunidad y que confíe en él.
– Así que ahora estás cuidando de nuestra amiga…
– Eso es lo que hacen las amigas -murmuró.
– Es lo que hacen las personas realmente especiales.
Colin la miró con sus intensos ojos azules y ella se estremeció. A esas alturas ya ni se acordaba de que la había abandonado en la fiesta del sábado. A todos los efectos, era un caso cerrado.
Así que aquella mañana se había vestido de forma diferente con intención de atraer a Colin. Si le gustaba, tenía que jugar fuerte para retenerlo. Pero, una vez más, él la había sorprendido; había mirado más allá de su apariencia física y había visto la mujer que había debajo de su piel.
Entonces, le acarició el cabello con suavidad. Aquello la sobresaltó tanto como su enorme capacidad de percepción. Quería seguir con las barreras levantadas y no involucrarse más en aquella relación, pero no podía. Y cuando se inclinó sobre ella y la besó, Rina se dejó llevar y pasó los brazos alrededor de su cuello.
Sus labios eran cálidos y provocativos; tomaron posesión de ella y de inmediato la encendieron. Ella lo besó con idéntico apasionamiento, dando tanto como recibía.
– ¿Sabes el efecto que provoca en mí la falda que llevas? -preguntó él, cuando se apartaron.
– ¿Por qué no me lo explicas?
– Como quieras… Mirar esas piernas me excita.
Colin se frotó deliberadamente contra uno de los muslos de ella para que pudiera comprobarlo.
Rina suspiró, excitada. Colin Lyons la deseaba y quería hacer el amor con ella. Enseguida, se sintió húmeda.
– Y cuando me pregunto lo que esconden esas medias, me vuelvo loco -continuó.
Sin esperar a permiso alguno, extendió un brazo y le acarició un muslo. Se dio cuenta de que llevaba ligas.
– ¡Dios mío! -dijo con voz ronca.
– Son muy cómodas -dijo ella, riendo.
– ¿Para quién?
– Para mí. Los pantys me presionan el abdomen.
– ¿Y qué ha pasado con la ropa ancha que solías llevar?
Por su gesto, Rina sabía que lo había conseguido. Su nueva imagen le había gustado.
Pero necesitaba saber si además de la imagen también estaba interesado en Rina Lowell, la persona. Sin embargo, se estaba divirtiendo mucho con los efectos de su transformación.
No era el único hombre que se había interesado en ella. También lo había hecho Dave, el chico que le había llevado la pizza la noche anterior e incluso Edward Worthington III, el hombre con el que había estado coqueteando en la fiesta. Pero sólo le interesaba Colin.
– ¿Y qué hay debajo de la falda? ¿Qué te calienta durante el frío invierno?
Estuvo a punto de responder que lo que la calentaba era él.
– Solo unas bragas de algodón, Colin. ¿Qué otra cosa podría llevar?
Colin comprobó con sus dedos que decía la verdad y los pezones de Rina se endurecieron.
– No juegas limpio -susurró ella.
– Vestida de ese modo, tú tampoco.
Se besaron de nuevo, pero, esa vez, hubo algo más que un beso. Colin no dejó de acariciarla entre las piernas, excitándola, y ella se apretó contra él, arqueando sus caderas hacia delante.
– ¿Te ha gustado? -preguntó él.
– Oh, sí…
Rina sabía que aquel juego la haría perder la razón si no se andaba con cuidado, así que apretó los muslos con fuerza. Necesitaba más tiempo.
Colin entendió la indirecta y se apartó, pero no dejó de observarla en la oscura escalera. Justo en aquel momento, Rina hizo un descubrimiento que hasta entonces ni siquiera había imaginado: una mujer no podía hacer feliz a nadie si no se sentía bien consigo misma.
O dicho de otro modo, acababa de comprender que en el preciso momento en que aceptó quedarse en casa y limitarse a ser la acompañante de su marido, había dejado de ser Rina Lowell. En lugar de divertirse, sólo había envejecido; había renunciado a su vida y a sus amigos en favor de la vida de su esposo y había desperdiciado su tiempo en actos sociales sin sentido, sólo por obtener la aprobación de Robert.
Su esposo había pensado que sería feliz con una tarjeta de crédito a su disposición y todo el tiempo del mundo. En realidad le había dado una vida de ensueño, llena de lujos. Por desgracia, no había sido la vida que ella necesitaba.
Ahora, en cambio, sabía que no podría estar con ningún hombre que no respetara sus sueños, que no creyera en ella.
Ya sabía que Colin respetaba su trabajo. Pero antes de ir más adelante, debía averiguar si le gustaba todo lo demás.
– Ven a bailar conmigo el viernes por la noche -dijo ella.
– ¿A bailar?
– Claro. Pensé que conocías bien la noche de Boston…
– Sí, ¿por qué no? Iré a bailar contigo. A fin de cuentas alguien debe cuidarte.
– No necesito que cuiden de mí…
Colin movió la cabeza en gesto negativo, divertido con su expresión. Después, le acarició el cuello y descendió con un dedo hacia su escote.
– Algo me dice que tu hermano no estaría de acuerdo con eso.
– Eso es un golpe bajo. Jake es un tipo razonable.
– ¿Incluso en lo relativo a su hermanita pequeña?
– Incluso entonces -mintió-. ¿Y bien? ¿Tenemos una cita o tendré que ir sola a bailar? -preguntó.
La perspectiva de salir con él la entusiasmaba, pero él se limitó a mirarla con atención.
– ¿Por qué tengo la sensación de que me estás probando? Y sobre todo, ¿cómo sabré que he pasado la prueba?
– Lo sabrás -respondió con voz sensual.
– En ese caso, tenemos una cita. ¿Qué te parece si paso a buscarte? Al fin y al cabo, yo conozco la ciudad. Incluso podríamos llamar a Logan y a Cat para que se unan a nosotros.
– ¿Como carabinas? -preguntó en tono de broma.
– Para divertirnos -sonrió.
– Me parece bien.
Alguien llamó a la puerta que daba a la escalera, desde el otro lado, y enseguida oyeron la voz de Emma.
– Rina Lowell, ven aquí ahora mismo…
– Parece que tienes problemas -bromeó Colin.
– Iré yo primero. Tú quédate un momento y así podrás tranquilizarte un poco -dijo, mirando su entrepierna.
– Muy gracioso…-protestó.
Rina entró de nuevo en la redacción y enseguida se dirigió hacia su amiga.
– ¿Qué ocurre, Emma?
– ¿Ese viejo verde te está molestando?
– ¿Te refieres a Colin?
– Ja, qué divertido -dijo Emma, molesta-. Ya sé que Stan te ha enviado las flores. Te dije que ese hombre es un viejo verde. Dice que está interesado en mí y te envía rosas a ti…
– Son margaritas, no rosas…
– Da igual.
– No es lo mismo en absoluto. Además, te estás excediendo…
– Sí, bueno, y tú tienes el carmín corrido. Es obvio que has estado haciendo tonterías en la escalera.
Rina le pasó un brazo por encima de los hombros para tranquilizarla, y la ayudó a sentarse en una butaca.
– Emma Montgomery, estás celosa. Ce-lo-sa. Tienes celos porque Stan ha demostrado interés por otra persona después de que tú lo rechazaras.
– Eso es ridículo.
– No, no es ridículo, es verdad. Y tú sabes de sobra que Stan es un hombre inteligente. Sabe que trabajas conmigo, que trabajas a mi lado, y es lógico suponer que sabía que verías las flores y la nota -dijo Rina mientras se reía-. No deberías ser tan previsible. Vamos, Emma, no seas tan dura y sal con ese hombre…
– ¿Y qué pasará si tengo problemas?
Rina sabía de sobra a lo que se refería su amiga.
– No creo que tu hijo pueda ser tan cruel. Y Logan no permitiría que hiciera nada malo. Ese hombre es un viudo solitario como tú, que al igual que tú necesita compañía.
Emma no dijo nada.
– Dale una oportunidad… -insistió.
– De acuerdo, lo haré si tú haces lo mismo -dijo Emma, con un brillo malicioso en la mirada.
– ¿Cómo?
– Ya que das tantos consejos sobre el viejo verde, deberías hacer lo mismo con Colin.
– Se llama Stan, y será mejor que lo recuerdes antes de llamarle algo tan feo directamente.
– No cambies de conversación.
– No cambio de conversación.
Emma se inclinó sobre ella y dijo en voz baja:
– La cosa es sencilla. Tú confías y yo confío. Eso es todo.
Colin eligió precisamente aquel momento para entrar en la sala. Al verlo, su cuerpo reaccionó y la excitación le recordó que nada era tan sencillo en lo relativo a aquel hombre.
Tenía miedo de poner en peligro su corazón.
En otro intento por provocar cambios en el periódico, Colin se sentó en el despacho de Logan, localizado en el lado del edificio que daba al mar. Incluso en invierno, la vista era impresionante.
– Siento haberte hecho esperar. Esa llamada era importante -dijo Logan-. ¿Qué tal estás?
– Sobreviviendo…
– Mi secretaria me ha dicho que ésta es una visita de negocios. ¿Qué puedo hacer por ti.
– Necesito un consejo legal -respondió Colin.
– Adelante, habla.
– Si como hijo adoptivo de Joe intentara sustituir a Corinne en la dirección del periódico, ¿tendría alguna oportunidad de ganar? Esa mujer está hundiendo el periódico.
Logan suspiró y se inclinó hacia delante.
– Veo que no pierdes el tiempo…
– ¿Debería hacerlo?
– ¿Y qué hay de los deseos de Joe? -preguntó.
Su antiguo compañero de universidad conocía muy bien la relación de Joe y de Colin. Así que era evidente que estaba intentando que se enfrentara al hecho de que Joe había elegido a Corinne para el puesto por alguna razón, y que la había elegido a ella y no a él.
– Hasta que Joe no me diga lo contrario, no tengo más remedio que suponer que Corinne consiguió engañarlo de algún modo.
– ¿Engañarlo?
– Sí, usando el sexo para obtener lo que quería.
– Está bien, te diré lo que quieres. A menos que puedas demostrar claramente que Corinne presionó de forma inadecuada a tu padre adoptivo, no tendrías la menor oportunidad.
– Entonces, ¿no tengo base legal?
– No, a menos que quieras enfrentarte a Corinne en un juicio largo y sucio.
– Ni el periódico ni yo nos podríamos permitir esa solución -declaró Colin, frustrado.
Aquello complicaba mucho las cosas. No quería fallarle a Joe. De no haber sido por eso, habría dejado que Corinne se saliera con la suya y se enfrentara a las consecuencias de su gestión.
– Creo que deberías hablar con Joe. ¿Ya está consciente?
– Después de la recaída, los médicos han dicho que hay que evitarle tensiones. Pero se está recuperando bien y podrá hablar pronto.
– Entonces, te sugiero que lo hagas en cuanto sea posible. Ahora bien, como amigo, me gustaría decir algo más…
– Dispara.
– Sé que Fortune’s ha amenazado con retirar su publicidad si el periódico no vuelve a ser lo que era. Pero te conozco bien y sé que hay algo más en todo esto. Algo personal entre Joe y tú.
Colin se echó hacia atrás. Su amigo había dado en el clavo.
– Menos mal que nunca tuve un molesto hermano… Para eso ya te tengo a ti.
Logan rió.
– Oh, estás hablando con un experto en conflictos familiares. Y tengo la impresión de que la traición de Joe al darle el periódico a Corinne te molesta mucho más que el resto de las razones -dijo-. En serio, habla con él. Y después, si sigues con intención de quitar a Corinne del puesto, estaré de tu lado. Pero será duro y probablemente dividirá a tu familia.
– Gracias -murmuró Colin-, pero no te preocupes. Pase lo que pase, me aseguraría de que Emma tuviera un trabajo.
Logan se levantó y le dio una palmadita en la espalda.
– Gracias, amigo. Ya sabes que el juez la enviaría de inmediato a un asilo si no tuviera un empleo como el que tiene. Pero cambiando de tema… ¿qué tal está Rina?
– ¿Quién? -preguntó Colin, quien no pudo evitar una cálida sonrisa.
– Eso responde a mi pregunta. Pero no responde a la pregunta de lo que pasará con su columna si te sales con la tuya en el periódico.
Colin prefirió no decir nada al respecto y cambió de tema:
– ¿Cat y tú vais a estar ocupados el viernes por la noche? He pensado que tal vez os gustaría venir a bailar con Rina y conmigo.
Logan se frotó la barbilla.
– Bueno, no salimos a bailar desde que…
– ¿Desde que estabais solteros? -lo interrumpió.
A pesar de su ironía, Colin envidiaba en el fondo a Logan. Tenía esposa, hijos y una familia.
Su vida se había destrozado con la muerte de sus padres, y aunque Joe y Nell le habían dado todo su cariño, se sentía como si hubiera perdido algo para siempre y estuviera condenado a sentir un vacío que no podía llenar.
Sin embargo, últimamente había empezado a considerar la posibilidad de que una mujer pudiera llenar ese vacío. Intentaba convencerse de que la idea era ridícula, pero se lo planteaba de todos modos.
Era un vacío enorme y dudaba que alguien pudiera llenarlo. Sería muy difícil. Tan difícil como salvar el empleo de Rina y salvar el periódico de Joe al mismo tiempo.