Prólogo

Emma Montgomery se encontraba junto a la ventana de la redacción del periódico. La nieve que caía en el exterior le recordó que faltaba poco para las Navidades y que adoraba las vacaciones, la alegría, las fiestas.

Volvió a mirar a la calle, pero todavía no podía ver a su chófer. El hombre iba y venía a su antojo, cuando le parecía mejor, y deseó no haber perdido su permiso de conducir. Por suerte, poseía otras habilidades que no había perdido. Por ejemplo, su habilidad para ejercer como celestina; característica que Corinne, la editora del Ashford Times, había reconocido en ella.

Emma escribía una columna fija en el periódico, detalle que la había salvado de acabar en un asilo. Su hijo, el juez, la había amenazado con llevarla a un centro para la tercera edad si no ocupaba su tiempo en algo útil en lugar de hacer travesuras. Al pensar en ello, se estremeció; aunque se dijo que la reacción se debía a la sensación de frío de contemplar la nieve. A fin de cuentas, el juez le había hecho un favor sin pretenderlo. Le gustaba mucho su trabajo en el periódico, y sus compañeros apreciaban mucho su talento y su humor.

Emma llamó entonces a la única empleada que quedaba en la redacción, una chica nueva que se llamaba Rina Lowell. Tenía un nombre bonito y era una joven muy atractiva, de piel perfecta. No usaba maquillaje ni le hacía falta alguna.

– Rina…

– ¿Qué quieres, Emma? -preguntó la joven.

– ¿Has oído eso que dicen de que demasiado trabajo y poca diversión convierten a cualquiera en una vieja cascarrabias?

Rina rió. Su risa era tan musical que habría seducido a cualquier hombre.

– ¿Estás insinuando que es hora de que me marche a casa?

– No, en absoluto. Estoy diciendo que deberíamos largarnos a tomar algo y festejar la nueva vida que tenemos gracias a este trabajo.

Emma sólo llevaba unos meses en el periódico, pero Rina acababa de llegar y resultaba evidente que quería dar una buena impresión a sus jefes. Llegaba pronto y salía tarde, pero hasta el más dedicado de los empleados debía divertirse un poco.

– ¿Tienes alguna idea al respecto? -preguntó Rina.

Emma vio entonces que su chófer, contratado por su hijo, acababa de llegar. Así que pensó que podía aprovecharlo.

– Podríamos ir a O'Dooley y tomar unas cervezas.

Rina empezó a reír.

– Lo siento, pero me cuesta imaginar a una mujer de más de ochenta años bebiendo cerveza…

– Vaya, vaya. No deberías burlarte de una anciana dama. ¿Es que prefieres que tome tequila?

– Yo me tomaré uno contigo -dijo Rina, a modo de reto.

– Hecho. Al menos no tendré que preocuparme por conducir después. Y si vienes conmigo, tú tampoco tendrás que hacerlo. Deja tu coche aquí. Te dejaré en tu casa esta noche e iré a recogerte mañana por la mañana.

Rina hizo ademán de considerar la oferta, pero Emma sonrió: sabía que ya se había decidido.

– Está bien, vamos a divertirnos un rato -dijo al fin.

Entonces, Rina echó hacia atrás su silla con ruedas, giró en redondo y se levantó casi de un salto.

– ¿A qué viene eso? -preguntó Emma.

– Sólo quería actuar de un modo tan libre como me siento -explicó Rina-. Estoy tan feliz por haber conseguido este trabajo y por empezar a vivir en Ashford…

Emma sonrió para sus adentros y se frotó las manos. Con una actitud tan vital, Rina era la candidata perfecta para sus planes de celestina.

– Entonces, vámonos…

– ¿Crees que conoceremos a algún hombre interesante en ese local? Ahora que estoy escribiendo esa columna sobre temas picantes, no me vendría mal un poco de interacción social.

Aunque Rina había intentado justificar su interés con la excusa del trabajo, Emma se las sabía todas y notó su brillo en los ojos al mencionar al sexo opuesto. Aquello iba a resultar más divertido de lo que había imaginado.

– Con esos pómulos que tienes, podrías conocer a hombres interesantes en cualquier parte.

– Gracias, Emma.

Rina parpadeó de forma exagerada, a modo de broma, y acto seguido tomó su abrigo. Emma se echó el chal sobre los hombros y juntas caminaron hacia la puerta; pero antes de salir, Emma se detuvo junto a un escritorio vacío que se encontraba junto al de la joven y preguntó:

– ¿Te has enterado de las noticias?

– ¿A qué te refieres? Llegué tarde y he estado trabajando el resto del día.

– Este escritorio va ser ocupado pronto. El hijo pródigo ha vuelto.

Emma pasó una mano por la vieja mesa. Llevaba mucho tiempo vacío y habían prohibido que lo ocupara otra persona por si Colin Lyons regresaba.

– No te entiendo.

– Ya sabes que Corinne se hizo cargo del periódico tras la enfermedad de Joe, su marido, ¿verdad?

– Sí. Ahora está en el hospital y Corinne está preocupada.

– Es cierto. Y también lo está el hijo de Joe. Es un joven muy viajero. Nunca se queda demasiado tiempo en ningún sitio, para desesperación de su padre.

A ella le encantaba tener cerca a sus hijos y nietos. Su nieta Grace vivía en Nueva York y eso ya le parecía que estaba lejísimos de Massachusetts, donde vivía ella.

– Pero pronto estará de vuelta y Corinne me ha dicho que volverá a ocupar este escritorio -continuó Emma.

La mujer se sintió más animada al pensar en las posibilidades que se abrían con el regreso del joven.

Colin era un hombre impresionante, de brillantes ojos azules y una sonrisa encantadora. Lo sabía porque había sido compañero de habitación de su nieto Logan, en la universidad. Le tenía tanto afecto como si también fuera nieto suyo, y lamentaba que se estuviera perdiendo muchas de las cosas que la vida podía ofrecer. Por ejemplo, un cálido hogar y una mujer atractiva.

Una mujer como Rina.

– Vámonos y te contaré todo lo que hay que contar sobre Colin -sugirió Emma.

– Me parece un gran plan -dijo Rina mientras le abría la puerta de la salida-. ¿Es atractivo?

– ¿Atractivo? Es imponente.

Rina arqueó una ceja.

– ¿Sale con alguien?

– Que yo sepa, está completamente libre.

En realidad, Emma no estaba segura porque hacía tiempo que no sabía nada de él, así que se dijo que tendría que preguntárselo a Logan.

– Mmm.

– ¿Qué significa eso? -preguntó.

Las dos mujeres entraron en el ascensor.

Emma necesitaba saber si Rina estaba dispuesta a mantener una relación ligera con un hombre interesante, antes de empezar a mover sus fichas. También podía provocar algo más serio y estable, pero no sabía si Colin sentaría la cabeza alguna vez.

Rina se encogió de hombros.

– Nada importante. Ya sabes lo que significa. Con un nuevo trabajo y una nueva vida, no me importaría divertirme un poco con un hombre que merezca la pena.

Emma asintió. Lo entendía perfectamente. Rina se había referido a la posibilidad de divertirse porque estaba pensando en algo sin importancia. De haber pensado en otra cosa, habría hablado de mantener una relación.

– Claro que lo entiendo. Te apetece una ración de buen sexo.

– ¡Emma! -exclamó Rina, ruborizada-. Eres terrible.

– En absoluto. Lo único terrible que hay en esta vida es callarse lo que se piensa. Hay que decirlo, por lo menos cuando se está entre amigas. Y tú eres amiga mía -declaró mientras la tomaba del brazo-. Me recuerdas un poco a mi nieta Grace. O al menos, a cómo era antes de que me las arreglara para que Ben cuidara de ella. Estaba llena de energía. Sólo necesitas encontrar al hombre apropiado para divertirte a fondo.

– Así que crees que quiero una relación sexual, ¿eh? -preguntó Rina, entre risas-. Bueno, cree lo que quieras. Pero puedes estar segura de que estoy más que dispuesta a dejarme llevar.

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