Capítulo 12

Primero llegó un ramo de flores a la casa de Rina. Un ramo de rosas rojas con una tarjeta que sólo tenía tres palabras: Por favor, quédate.

Después, fue a comprobar su correo electrónico y vio que Colin le había enviado una tarjeta desde el servidor del periódico, que decía: Las disputas de los amantes están hechas para ser olvidadas.

Y por último, encontró una cajita en el cajón de su escritorio. Era una cajita vacía, tapizada en terciopelo, con una nota en la que se podía leer: Los mejores regalos se dan en persona. Perdóname.

Los regalos eran encantadores, muy románticos y destinados a llegarle al corazón. Pero el último, que obviamente implicaba la promesa de un anillo, la emocionó especialmente. Sin embargo, enseguida pensó que aquél no era el estilo de Colin. Él era más directo. Era evidente que alguien lo estaba ayudando. Entonces, sonó el teléfono.

– ¿Dígame?

– Hola, Rina, soy Cat.

– Hola, Cat…

– ¿Has sobrevivido a las Navidades? Cuando organizo una fiesta en mi casa, luego sólo quiero pasar varios días en la cama. Puede llegar a ser muy pesado.

– Comprendo lo que quieres decir, pero estar con todos vosotros fue divertido…

– Pues parecía que hubieras perdido a tu mejor amigo…

– Emma siempre ha dicho que eres muy intuitiva.

– Y cotilla también -dijo, estallando en carcajadas-. ¿Van mejor las cosas entre Colin y tú?

– Sí.

– Perdóname que lo dude, pero no te creo. Colin me llamó a noche y no se encontraba nada bien.

– Puedo asegurarte que lo que sucede no es culpa mía, Cat.

– Bueno, no recuerdo haber tenido ningún problema importante con Logan cuando nos conocimos, pero para aceptar a otra persona es necesario antes aceptarse a sí mismo.

Rina suspiró.

– Entiendo lo que quieres decir.

Rina sabía que Colin la aceptaba como era. Y comprendía que él se había encontrado en una situación muy complicada. No podía decirle tranquilamente que para salvar el periódico debía despedirla. Pero ahora deseaba que lo hubiera hecho.

Al igual que Robert, Colin sólo quería darle lo que deseaba. Pero a diferencia de su difunto marido, la escuchaba, aceptaba sus necesidades y no quería ser el hombre que destrozara sus sueños.

Al pensar en ello, suspiró otra vez.

– ¿Te ocurre algo? Oigo tu respiración, pero no te escucho.

Rina sonrió.

– ¿Te parece que Colin es el típico hombre que envía flores y notas anónimas? -preguntó.

Cat rió.

– No. ¿Es que te las está enviando?

– Sí.

– Emma… -dijeron las dos a mismo tiempo.

– Sí, parece cosa de Emma -dijo Rina-. Parece que sus propias relaciones personales no la mantienen tan ocupada como creía.

– Nunca estará tan ocupada. Pero bueno, yo te llamaba para saber si me dejé el otro día mi bandeja preferida en tu casa…

– Sí. Si quieres, podemos quedar a comer la semana que viene y te la devolveré.

– Me parece bien.

Tras quedar para la semana siguiente, Rina colgó el teléfono y miró a su alrededor. Cuando cerraba los ojos, podía ver a Colin por todas partes.

Lo echaba mucho de menos. Pero lo echaría aún más de menos si permitía que las cosas empeoraran. Ya había perdido a Robert en una inesperada tragedia y no quería que le rompieran el corazón de nuevo. Pero sabía que el control era una ilusión y que se había enamorado a pesar de todo de un hombre que tal vez se marchara a la primera oportunidad, aunque no fuera consciente de ello.

Se frotó las sienes. Ni siquiera sabía qué pretendía Colin de aquella relación. Pero la pregunta, en aquel momento, era otra: ¿Estaba dispuesta a aceptarlo a él?


Colin pasó toda la semana recopilando información. Los contables del diario le dijeron que la situación económica estaba mejorando, y los anunciantes le dieron el visto bueno para las nuevas secciones siempre y cuando no afectaran a las noticias generales. Al final, la mezcla del viejo formato y del nuevo iba ser la solución más adecuada.

Al final, incluso el director de Fortune’s había decidido darles más tiempo, gracias a su afecto por Joe. Aunque era un hombre chapado a la antigua, se contentaría con aceptar las nuevas columnas si no sustituían a las noticias importantes en portada.

Por otra parte, el banco había decidido extenderles el crédito, que era justo lo que necesitaba para mantener la columna de Rina y devolverle su confianza en sí misma. Si después de todo lo que había hecho seguía empeñada en marcharse, ya no se le ocurría qué podía hacer.

Cuando llamaron al timbre de su casa, a última hora de la tarde de Nochevieja, se sorprendió. No tenía planes y no esperaba a nadie.

Abrió la puerta y se encontró con Rina.

– Qué sorpresa…

– Quería hablar contigo, pero no podía hacerlo en el trabajo. ¿Puedo pasar un rato?

– Por supuesto.

Él la ayudó a quitarse el abrigo y lo colgó en la percha de la entrada. Después, la acompañó al salón. Llevaba un sobre que apretaba contra su pecho.

– ¿Qué llevas ahí?

– Algo que creo que simplificará tu vida. Sé que nuestra relación complicó las aspiraciones que tú tenías para el periódico y que, con Joe enfermo, no tenías más remedio que intentar salvarlo. Así que toma.

– ¿Qué es? ¿Tu renuncia? -preguntó, entristecido.

– Sí.

– Rina, esto no es lógico ni necesario. ¿Por qué dejas un trabajo que obviamente te encanta?

– Todas las cosas buenas terminan en algún momento. Además, y como dijiste, el periódico tiene problemas económicos y mi marcha es una de las soluciones posibles.

– Si no recuerdo mal, te dije que salvaría tu empleo y el de Emma.

– Pero tienes que concentrarte en lo que es mejor para el diario, no en lo que es mejor para mí.

– Al menos, ¿crees que quiero salvar tu puesto?

– Sí, lo creo.

– Y si te dijera que ya lo he salvado, ¿te quedarías?

– ¿Es una pregunta hipotética? Lo pregunto porque no tengo ganas de seguir jugando.

Por primera vez, Colin notó sus ojeras. Al parecer, estaba durmiendo tan poco como él.

– Yo tampoco quiero jugar. Es una pregunta clara y directa.

– Me quedaré aquí aunque el Ashford Times no tenga un empleo para mí.

Colin se sorprendió mucho. No esperaba escuchar algo así.

– Me haces muy feliz, Rina.

– ¿Por qué? ¿Es que piensas quedarte tú también?

– Por supuesto. Ya te dije el otro día que no voy a marcharme a ninguna parte. Mi familia está aquí, mi nuevo trabajo está aquí, y lo más importante de todo: tú estás aquí.

– Tú familia siempre ha estado aquí.

Él rió.

– Eso es obvio. Pero mi corazón no lo estaba.

– ¿Y ahora lo está?

– Sí. Necesitaba enfrentarme a mi pasado para tener un futuro. Y ya lo he hecho, gracias a ti -dijo, tomándola de las manos-. El día que te conocí, supe que eras especial. Que tenías la habilidad de cambiarme.

– ¿Cambiarte? ¿Cómo?

Rina se sintió inmensamente feliz. Había estado a punto de perderlo todo, pero ahora tenían otra oportunidad.

– Cambiarme para mejor… Antes, siempre huía. Pero ya no voy a seguir huyendo. Tengo demasiadas cosas aquí.

– ¿Y yo estoy incluida entre ellas?

– Si tú también dejas de huir, sí.

– ¿Me estás llamando cobarde? -preguntó Rina en tono de broma.

Colin le pasó un brazo por encima de los hombros, la invitó a sentarse con él en el sofá y la miró.

El corazón de ella comenzó a latir más deprisa. Pero esta vez no era el deseo, sino una descarga de adrenalina provocada por la incertidumbre. Había llegado el momento de la verdad. Ahora tenía que enfrentarse a su propio pasado o arrepentirse el resto de su vida.

– No te puedo prometer que no me entre el pánico un día de estos -dijo ella.

– Puedo asumir cierta dosis de pánico. De hecho, yo también estoy acostumbrado a sentir esas cosas. Pero he pedido un crédito y Corinne ha pedido otro poniendo su casa como aval. Con ello devolveremos el dinero que nos habían prestado y creo que salvaremos el periódico. Ahora, Corinne y yo trabajamos juntos -dijo Colin, entre risas-. ¿Quién lo habría pensado?

– ¿Habéis puesto en peligro la casa de Joe y de Corinne y tus propios ahorros por el periódico?

– No. Por ti. No tenía por qué devolverle el dinero a Ron ahora mismo. Pero quería hacerlo porque él no confía en el trabajo que Emma y tú estabais haciendo. Y no me gusta que pongan en duda tu capacidad.

Rina se estremeció, emocionada.

– Colin, lo siento mucho. Te culpé de todo y ahora sé que has arriesgado mucho por mí… No sé qué decir.

– Yo sí lo sé -dijo él con una sonrisa maliciosa.

Ella se inclinó hacia él, esperando.

Colin le acarició una mejilla y la mujer sintió un intenso deseo.

– Puedes decir que tú también me amas -declaró él.

– ¿Me amas?

– Es lo que acabo de decir.

– De un modo más bien retorcido…

– Está bien, lo haré a tu modo entonces: Te amo.

– Yo también te amo, Colin.

Colin sonrió de nuevo y la besó apasionadamente. Llevaba mucho tiempo deseando hacerlo. Y cuando se apartaron, abrió un cajón de la mesa que estaba junto al sofá y dijo:

– Durante la fiesta de Navidad, tuve que marcharme llevándome esto en el bolsillo. No tuve ocasión de dártelo.

Entonces, abrió la mano y le dio un brazalete de diamantes.

– Es precioso -dijo ella con sinceridad, mientras se lo probaba.

– He pasado muchas noches mirándolo, imaginando cómo quedaría en tu muñeca… Feliz Navidad, Rina.

– Feliz Navidad, Colin -dijo, con ojos llenos de lágrimas.

– ¿Qué te sucede? -preguntó preocupado.

– Nada, que no tengo nada especial que darte…

– ¿Y qué me regalarías?

– Mmm. Un papel y un bolígrafo, para que nunca te olvides de escribirme.

– Si quieres, te escribiré notas de amor el resto de nuestras vidas.

– ¿Eso es una propuesta?

– Por supuesto que sí.

Una vez más, Colin volvió a abrir el cajón de la mesita y extrajo la segunda parte del regalo.

– ¿No pensaste que esa cajita vacía era algún tipo de insinuación? -preguntó él.

– ¿Así que fuiste tú el que me la regalaste?

– Por supuesto. ¿Se te ocurre algún otro hombre que pudiera enviarte notas y regalos personales?

– Te olvidas de las flores…

– Yo no te envié ningún ramo de flores.

– ¿Y tampoco me enviaste mensajes de correo electrónico?

– No -dijo, cada vez más celoso.

– Relájate, no temas. Creo que el responsable de todo esto es una mujer de ochenta años…

– Emma no lo hizo.

– Lo hizo.

– Está muy ocupada. Stan va a pedirle su mano…

– Me gustaría que lo intentara. De hecho, me gustaría ver cómo intenta domar a una mujer independiente. Eso no es posible.

– ¿En tu caso tampoco?

– ¿Tienes intención de hacerlo?

– Corazón, pensé que nunca lo dirías. Mi primera intención es domarte.

Entonces, Colin abrió la mano y le enseñó un anillo de diamantes.

– Ahora, me perteneces -añadió.

Ella tomó el símbolo de su amor y lo miró durante unos segundos antes de apretarlo contra su pecho.

– Eres tan especial, Colin… Te amo.

Él sonrió.

– Yo también te amo. Lo que me lleva al segundo paso. Te has quedado callada, sin habla, así que supongo que ya he empezado a domarte. ¿Qué te parece si seguimos con el juego?

A Rina le encantaba bromear con él, charlar con él, estar con él. Puso una mano sobre sus piernas y la subió hasta colocarla sobre su duro sexo.

– Mmm. Creo que a mí también me gustaría seguir con el juego.

Colin sonrió, se recostó en el sofá y dejó que lo acariciara. Después, ella le desabrochó los pantalones y se los bajó, junto con los calzoncillos, hasta los pies. Ahora lo tenía a su merced, y comenzó a demostrarle con la lengua quién era el ama y quién el esclavo.

Más tarde, estuvo encantada de asumir ella el papel de sierva. Y luego, hicieron el amor como iguales. Era algo tan maravilloso que a Rina no le habría importado seguir así durante el resto de su vida.

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