Colin pensó que Rina no había dicho la verdad al afirmar que su cambio de aspecto se debía a la investigación para sus artículos. Prefería pensar que lo había hecho por él.
No era ningún secreto que se había sentido atraído por la joven desde el primer día, pero hasta entonces no había sabido si la atracción era recíproca. En un solo encuentro, había aprendido muchas cosas. En primer lugar, lo había sorprendido por ser tan comprensiva y por interesarse tanto por su vida y por su pasado. Quiso darle las gracias por ello, pero su nuevo aspecto lo impresionó. El maquillaje no hacía que le gustara más, en modo alguno, aunque sus labios resultaban aún más besables con carmín. Y por supuesto, estaba deseando probarlos de nuevo.
Desde aquel beso, estaba permanentemente excitado. Y desde el momento en que la vio aquella mañana, no deseó otra cosa que tener más de ella. Por increíble que pareciera, Rina había conseguido que se volviera loco por ella.
Era la primera vez que una mujer le afectaba de un modo tan intenso. Incluso ahora, mientras trabajaban en escritorios contiguos, se miraban de vez en cuando en silencio. Y a pesar de las gafas que llevaba Rina, Colin podía ver el brillo de sus ojos, una invitación silenciosa de la que tal vez ni siquiera fuera consciente.
Había tenido intención de invitarla a la fiesta de Emma para tratar el asunto de Corinne, pero no lo había hecho por eso. Lo había hecho porque no iba a permitir que estuviera sola durante las vacaciones, sin familia, sin amigos, en una ciudad todavía desconocida para ella. No después de haberlo escuchado y de haberse interesado por él, después del desafortunado comentario sobre el árbol de Navidad de la editora.
Se preguntó cuándo había sido la última vez que había confiado sus sentimientos a una mujer. Su ex esposa, Julie, le había enseñado que confiar podía resultar muy doloroso y que era mejor no contar con nadie.
Viajar era una de las cosas que más le gustaba. Tal vez, por huir del dolor. Pero en aquel caso, no podía hacer nada por evitar el deseo que sentía hacia la joven periodista.
A medida que maduró, comprendió que podía hacer algo útil si combinaba su experiencia viajera con su talento periodístico. Cuando Julie lo abandonó, decidió que había llegado el momento de intentarlo, así que dejó su trabajo y abandonó el país.
Desde entonces nunca se había sentido tan cerca de ninguna otra mujer. Y allí estaba, compartiendo su dolor con Rina, alguien a quien acababan de presentarle. Irónicamente, sospechaba que le entendía mucho mejor que Julie; pero debía salvar el periódico y no podía olvidar que tenía una misión. No quería arriesgarlo todo por un simple deseo. Debía actuar y debía hacerlo con rapidez. Acaba de recibir una llamada de la directiva de Fortunes Inc, interesándose por la evolución de los cambios en el periódico.
Por otra parte, estaba el factor psicológico. Tanto Ron Gold como Bert Hartmann, el director de Fortunes, eran amigos de Joe y lo habían ayudado a levantar el periódico en los viejos tiempos. Colin no quería decepcionar a Joe y permitir que al regresar descubriera que había perdido el respeto de sus amigos. El Ashford Times debía estar fuera de peligro cuando su padre adoptivo saliera del hospital.
En aquel preciso instante, Corinne apareció en la redacción. Iba cantando una canción navideña. Se aproximó a él y dijo:
– He venido a invitarte a la fiesta de Navidad del periódico -dijo.
– La familia de Emma va a dar una fiesta este sábado. Todos estamos invitados, así que, ¿por qué no ahorras dinero y lo celebramos allí?
– No seas aguafiestas, Colin -intervino Rina-. Es lógico que Corinne quiera dar una fiesta para sus empleados.
La reacción de Rina dejó bien claro, a ojos de Colin, que la editora no la había informado sobre la situación económica del diario. La culpa no era de la joven, y además, desde su conversación matinal creía conocerla mejor. Era obvio que había crecido en una familia sin demasiado dinero y que entendería bien su preocupación por el periódico.
– Rina tiene razón -dijo Corinne con una sonrisa-. Me alegra saber que alguien aprecia mis ideas.
– No te equivoques, Corinne, yo también las aprecio -dijo Colin en voz baja.
Rina tosió y lo miró de soslayo, enarcando una ceja. Evidentemente, había notado que el comentario de Colin no podía estar más lejos de la verdad.
Entonces, Corinne dio varias, palmas para llamar la atención de sus empleados y dijo:
– Escuchadme todos. El viernes por la noche vamos a tener una fiesta en el restaurante Seaside. Podéis ir con invitados.
– Corinne, espera…-intentó decir Colin.
Corinne se dio la vuelta con intención de marcharse.
– ¿Adónde vas? -preguntó él.
– A planear el menú. También quiero comprar regalos para los empleados. Creo que a Joe le gustaría.
– A Joe le gustaría más que estuvieras con él en el hospital. Ve a su lado y pregúntale si quiere que te gastes el poco dinero que le queda al periódico en cosas triviales -declaró en voz baja para que sólo ella pudiera escucharlo.
Colin estaba muy enfadado con la actitud de la mujer. No sólo ponía en riesgo el periódico, sino que además habían dividido el día de tal manera que ella debía estar con Joe por la mañana, y él, por las tardes. Pero Corinne no cumplía con su parte del pacto.
– Me niego a molestar a Joe con preocupaciones mientras se está recuperando -dijo ella-. Y por otra parte, te preocupas demasiado.
– Tal vez, pero tú no te preocupas lo suficiente. Bert Harmann ha llamado para recordarnos las intenciones de Fortune's Inc. Tienes que conseguir que el abogado de la empresa me dé poderes para poder actuar o firmar una declaración en la que te comprometes a cambiar el rumbo del periódico -declaró Colin, pasándose una mano por el pelo-. Maldita sea, Corinne, bastaría con que te limitaras a publicar noticias en portada. Con eso podríamos seguir sin perder a nuestro principal anunciante.
Corinne negó con la cabeza.
– Lo siento, no voy a hacerlo. Tengo una intuición y creo en ella.
La editora se dio la vuelta y se marchó, dando por concluida la conversación. Pero antes de marcharse, pasó por la mesa de Emma y dijo:
– Emma, Colin parece un poco estresado. Tal vez deberías buscarle una mujer.
Emma rió y Rina se humedeció los labios. El gesto de la joven bastó para que se sintiera dominado una vez más por el deseo y se dejara llevar por pensamientos bastante más agradables que el periódico.
– Estoy segura de que Colin puede elegir a sus propias mujeres -dijo Rina.
– ¿Qué sucede? -preguntó él-. ¿Te preocupa que Emma pueda encontrarme a alguien que me distraiga de ti?
– En absoluto. Confío plenamente en lo que tengo que ofrecer.
– Me alegra saberlo. Pero aunque no fuera así, no tendrías que preocuparte. Cuando me planteo un objetivo, no lo abandono.
El problema de Colin era que ahora tenía dos objetivos, no uno solo. Por una parte, debía salvar el periódico, hacerle un favor a Joe y demostrarse a sí mismo que no había fallado a su padre adoptivo.
Pero, por otra parte, estaba Rina. No podía negar la atracción que sentía hacia la joven y deseaba ser algo más que un compañero de trabajo que la había besado.
Días más tarde, Rina aún no había olvidado las palabras de Colin. Había dicho que, cuando se planteaba un objetivo, no lo abandonaba; y estaba claro que, en ese caso, el objetivo era ella.
Se estremeció, sin saber si su entusiasmo se debía a la excitación que la dominaba o al simple y puro nerviosismo por la fiesta de aquella noche, a la que iba a asistir en compañía de Colin.
Llevaba toda la semana imaginando el momento. El viernes por la noche había estado en la fiesta de Corinne, pero Colin no apareció. Sin embargo, tampoco le extrañó demasiado; ya sabía que pasaba algo entre ellos, y ahora también sabía que él tendía a alejarse de lo que lo incomodaba.
En la fiesta del periódico, casi todos los hombres estaban casados o mantenían relaciones de otro tipo, así que Rina se dedicó a hablar con las mujeres. Aprovechó la noche para tomar notas de sus comentarios sobre los hombres y sobre todo lo que ellas creían que les gustaba de las mujeres. Casi todas ellas estuvieron de acuerdo en que, en lo relativo a las relaciones emocionales, a los hombres les importaba más la personalidad de una mujer que su aspecto.
Pero el aspecto era esencial en una relación y desde luego en el comienzo de una relación. Además, su primera columna de la serie Simplemente sexy titulada Atracción sexual ya había aparecido en el periódico y había recibido multitud de mensajes de correo electrónico de lectores. A juzgar por su reacción, había tenido un gran impacto.
Mientras enviaba la columna a Jake y a Brianne, sintió un enorme orgullo. Aquel trabajo llenaba su vacío, y le estaba muy agradecida a Corinne por la oportunidad que le había dado.
Su siguiente artículo iba a tratar sobre la forma de conocer gente. No en vano, había estado viviendo sola en Manhattan y su vida matrimonial había consistido, básicamente, en asistir a fiestas y actos sociales, así que contaba con una enorme experiencia en ese sentido. Sabía cómo atraer a los hombres y lo había demostrado con el dueño de la cafetería, días antes. Por otra parte, sus conversaciones con mujeres le habían dado aún más información al respecto.
Se dijo que, en cuanto consiguiera sacar a Colin de sus pensamientos, podría concentrarse en sus columnas. Sin embargo, no conseguía dejar de pensar en él. Estaban conectados a un nivel profundo, lo que demostraba que entre ellos había algo más que una atracción sexual.
Al parecer, mantener una relación con aquel hombre podía resultar muy peligroso si no actuaba con cautela.
Un hombre inteligente sabía cuándo debía dejar más espacio a una mujer. Así que Colin tuvo el buen juicio de no acercarse demasiado a Rina hasta el sábado. Además, no quería darle la ocasión de romper la cita y arruinar la ocasión de saber algo más de ella.
Rina había alquilado un pequeño ático. Lo sabía porque Emma le había dado la dirección junto con toda clase de indicaciones para llegar. Emma había comentado:
– Así no te perderás al ir a buscarla. Y en lugar de dar vueltas toda la noche, podrás estar cuanto antes con ella.
A las ocho en punto, Colin llamaba a la a puerta del apartamento de Rina. Entonces, oyó un ladrido, y acto seguido, la voz de Rina.
– Norton, siéntate y no ladres.
Rina abrió, pero antes de que pudiera verla, el perro salió y se puso de patas sobre él.
– Norton, baja de ahí -ordenó ella.
Norton obedeció.
– Lo siento. Suele comportarse bastante mejor.
Colin rió.
– Es un animal precioso.
– Sí, Robert ya lo tenía cuando lo conocí. Pero ahora es mío -comentó con tristeza.
Sin poder evitarlo, Colin sintió celos. No recordaba cuándo había sentido celos por última vez, pero desde luego no había sido con Julie.
Se preguntó quién sería ese Robert, y si lo habría dejado en Nueva York.
– ¿Quién es Robert?
– Mi marido.
– ¿Estás casada? -preguntó, asombrado.
– Lo estaba, pero él murió. Supongo que todavía no me he acostumbrado a definirme como viuda.
Aquello lo sorprendió aún más.
– Oh, lo siento…
– No te preocupes. Ha pasado mucho tiempo.
El perro se acercó de nuevo a Colin y comenzó a olerlo.
– Deberías tener cuidado -dijo ella-. Es muy caprichoso cuando no le gusta alguien.
Colin rió aunque dio un paso atrás de todas formas. Pero Norton lo siguió y se frotó contra una de sus piernas. Le había caído bien, así que él lo acarició en la cabeza.
– Norton, pórtate bien… -ordenó su ama.
Rina lo miró y él aprovechó la ocasión para observarla con más detenimiento. Había cambiado aún más. Se había quitado las gafas y ahora podía contemplar sin obstáculos aquellos ojos que tanto le gustaban.
– Espero que no te importe, pero tengo que sacar a Norton antes de marcharnos. Me vestiré para ir a la fiesta en cuanto regresemos. La lavadora se estropeó y tuve que ir a la lavandería, así que no he tenido tiempo para cambiarme.
– No hay problema, te acompañaré.
Un buen rato más tarde, regresaron a la casa. Habían estado tanto tiempo afuera, que Colin estaba helado.
– Lo has hecho a propósito, ¿verdad? -afirmó él.
– ¿A qué te refieres?
– Me has pedido que te acompañara a sacar al perro porque sabías que hace un frío terrible y que me quedaría helado -dijo con ironía.
De todas formas, le había encantado pasear con ella. Ahora la conocía más y se sentía aún más cerca de la joven.
– Sólo quería que te divirtieras un rato con Norton. La verdad es que a mí me ayuda mucho su compañía -dijo ella con una sonrisa-. Es muy peculiar. Al igual que tú, detesta el frío, y cuando el tiempo empeora, siempre intenta meterse en las casas de los demás.
– Y entonces, los paseos con él se hacen más largos…
– Yo no he dicho eso.
– No hace falta. Ya me he imaginado que querías que te acompañara porque el paseo iba a ser muy largo.
– Mi hermano siempre dice que llego tarde a todas partes, así que no creerás que he alargado el paseo a propósito…
Sin embargo, a Colin le bastó con mirarla para saber que estaba mintiendo. Lo había hecho totalmente a propósito, y curiosamente, deseó besarla con más fuerza que antes.
– ¿Qué te parece si te cambias para que podamos marcharnos?
Colin lo preguntó para que se alejara de él. Temía que, de no hacerlo, sería incapaz de contener sus impulsos y terminaría besándola sobre el sofá.
– De acuerdo. Estaré lista en cinco minutos.
– Nunca he conocido a una mujer que tarde tan poco tiempo en cambiarse de ropa. Sobre todo, cuando admite que suele llegar tarde.
Rina rió.
– Pues espera y verás. Te dejo a Norton para que te acompañe…
El hombre tuvo que hacer un esfuerzo para no imaginarse a Rina cambiándose de ropa en la habitación contigua. No quería excitarse demasiado porque tenían que ir a la fiesta, y una erección impediría que pudiera caminar con normalidad. Así que se concentró en el perro. Estaba jadeando y supuso que tendría sed.
– Imagino que hay agua en alguna parte…
Colin se levantó y se dirigió a la cocina. Norton lo siguió y, tal y como había imaginado, descubrió que tenía un bol con agua en el suelo. Acto seguido, regresó al salón y echó un vistazo a la casa.
En las estanterías había muchos libros de misterio, cosa que no le extrañó demasiado, puesto que ella misma era un enigma. También descubrió una foto enmarcada en la que aparecía un hombre de pelo oscuro con una mujer rubia. Como él tenía rasgos parecidos a los de Rina, imaginó que era su hermano Jake y que la mujer era su esposa.
En otra de las fotografías aparecía una pareja de edad más avanzada, que supuso serían sus padres. Y finalmente había una tercera de Rina con su perro Norton.
El mismo tenía varias fotografías de su familia en casa, y le alegró saber que compartía con ella el gusto por esas cosas. Además, no le pasó desapercibido el hecho de que no hubiera ninguna fotografía de su difunto marido, y se preguntó por qué. Pero entonces vio que sobre una de las mesas había una pequeña fotografía enmarcada.
Se acercó, la tomó y vio un hombre muy atractivo, vestido con traje y corbata. Aquello le pareció extraño, porque nunca habría imaginado que a Rina le gustaran ese tipo de hombres, pero tampoco había imaginado que tendría un perro. Obviamente, y en lo tocante a aquella mujer, debía acostumbrarse a las sorpresas.
Acababa de dejar la fotografía en su sitio cuando Rina entró en el salón. Colin la miró y su libido lo traicionó de inmediato.
Mientras él se había decantado por una indumentaria corriente, con un jersey y una chaqueta, Rina había optado por algo muy diferente. Llevaba zapatos negros, pantalones de vestir de idéntico color, una blusa blanca con tirantes y corbata de lazo roja. No se podía decir que en principio fuera nada muy elegante, pero sin embargo resultaba extrañamente sexy.
– Tenemos que marcharnos -dijo ella, mirando el reloj-. ¿Lo ves? He tardado veinte segundos menos del tiempo que te había dicho.
– Y has hecho un gran trabajo en esos cinco minutos…
– Bueno, gracias. Tú tampoco estás mal.
Colin la tomó del brazo y entonces notó lo que había cambiado en ella.
– Tu pelo…
– Sigue en su sitio, ¿no? ¿O es que me he quedado calva y no me he dado cuenta? -bromeó ella.
– No, pero ahora que lo llevas suelto me parece mucho más corto de lo que parecía ser cuando te lo recogías en una coleta.
– Es el arte de la ilusión, Colin. Las mujeres somos maestras en eso. Pero me agrada que te gustara la extensión que me puse…
– Sí, me gustó mucho -dijo.
– Mentiroso… No te gustaba. Te encantaba esa coleta. A los hombres les encanta el pelo largo. Forma parte de sus fantasías.
– ¿Y quién dice eso? -preguntó cruzándose de brazos.
– Lo publican en todas las revistas femeninas.
– ¿Ah, sí? Y entonces, ¿por qué me gusta más tu pelo?
Colin podía haber elegido muchas salidas posibles a la respuesta de Rina. Podía haber aprovechado la oportunidad para decirle que era más apropiado que ella publicara sus artículos en las revistas que había mencionado. Pero optó por demostrarle el efecto que su cercanía tenía en él. Se acercó a la joven y la atrapó entre su cuerpo y la pared.
Rina contuvo la respiración y sus pezones se endurecieron al sentir el contacto del pecho del hombre. El deseaba desesperadamente acariciar su cabello, pero se contuvo. Estaban a punto de marcharse y no quería aumentar aún más su retraso.
– Deberías hacer experimentos con santos y no con hombres -dijo él.
– No quiero experimentar con santos, sino contigo.
– Pues estás haciendo un gran trabajo. Pero es hora de marcharse.
Rina lo miró con confusión.
– ¿No habías dicho que querías aprovechar la fiesta de Emma para investigar? -preguntó él.
– En efecto -asintió.
– Bueno, pues no quiero que luego me eches la culpa a mí si no consigues hacerlo.
Colin no quería darle ninguna excusa para que se alejara de él. Pero el asunto de Joe y el periódico no tenía nada que ver. Sencillamente, deseaba que supiera que le importaban los deseos de ella. Y era cierto.
– Dime una cosa: ¿eres real?
– La última vez que me miré, sí.
Nuevamente, Colin se sintió muy vulnerable. Le había prometido a Ron y al principal anunciante del periódico que haría lo que estuviera en su mano para que las cosas volvieran a ser como antes. Pero eso implicaba que el diario debía volver a dar noticias y nada más que noticias, así que no podía permitirse el lujo de preocuparse por las necesidades y los sentimientos de Rina.
Desafortunadamente, era demasiado tarde.