Capítulo Once

Kelly sabía que estaba demasiado tensa para dormir. Habían llegado a casa una hora antes y cada segundo era una tortura en espera de noticias. La policía había sugerido que estuvieran en casa, ya que sería el lugar donde el secuestrador intentaría contactar con ellos. Pero toda esa inactividad era muy difícil de soportar.

Cuando Mac de repente apareció en el salón, con un barreño de agua caliente y un frasco de antiséptico, Kelly no sabía si reír o llorar.

– Mac, no puedo quedarme quieta, y mucho menos darme un baño de pies.

– Sí, me imaginaba que me darías una excusa -admitió él, colocando el barreño y una toalla grande sobre la alfombra-. Pero no puedes seguir caminando con los pies llenos de sangre, pequeña. Odio tener que decírtelo, pero están horribles.

– No me importan mis malditos pies!

– Ya sé que no te importan. En este momento sólo pensamos en una cosa y nada va cambiar, pero esos cortes y arañazos no son ninguna tontería, Kel. Sé que no quieres que llame a un doctor…

– No quiero doctor.

– Y sé que no quieres ir a darte una ducha o un baño por si suena el teléfono.

– Efectivamente.

– Así que te traigo esto para que los humedezcas cinco minutos. Eso es todo. Será suficiente para desinfectarlos, ¿de acuerdo?

Finalmente obedeció y metió los pies en el agua, él se había tomado la molestia de traerlo. Igual que le había llevado una taza de té caliente unos minutos antes, diciendo que le iba a sentar bien para recuperarse un poco de todo lo sucedido.

Mac había estado cuidando de ella continuamente, cuando él estaba pasando lo mismo que ella. No estaban solos en casa, había dos policías en la cocina que habían estado manipulando el teléfono para poder grabar las llamadas. Pero en ese momento estaban como ella y Mac, esperando noticias, tomando tranquilamente un té. El té caliente y el jabón desinfectante no servían de nada, aunque las manos de Mac, acariciando su cuello y sus hombros le dieron fuerzas.

No iba a servir de nada gritar y llorar. Tenían que intentar mantener la calma. Estar preparados para cuando el secuestrador llamara. Reaccionar con la suficiente inteligencia para que Annie se salvara.

Mac comenzó a darle un masaje en el cuello, aunque ella sabía que no iba a relajarse mientras su hija estuviera en manos de un desconocido. Pero la comunicación con Mac, su cariño, sus caricias y su compañía significaban todo para ella.

– Conseguiremos recuperarla -dijo ella.

– Ya lo sé.

– No ha pasado mucho tiempo y todos los policías están buscándola. -Ya lo sé -la voz de él fue tranquila y relajada, exactamente lo que ella necesitaba escuchar-. Y ahora vamos a ver esos pies, pequeña.

Ella levantó un pie, luego el otro. A Mac le impresionaron los rasguños y las heridas, pero ella parecía no darse cuenta. Ella lo miraba a él. El rostro de Mac estaba pálido, sus ojos aterrados, su rostro completamente tenso y Kelly comprendió todo el miedo que su marido intentaba ocultar.

De repente el teléfono sonó y ambos dieron un respingo. Había grabadoras por toda la casa y ellos no tenían que contestar hasta recibir una señal de los policías. Ambos se levantaron y corrieron a la cocina.

Henry Spaulding, el detective de pelo gris, estuvo a punto de chocarse en el vestíbulo con ellos.

– ¡La tenemos! – el hombre les sonrió por primera vez-. A la niña. Y está bien. Se encuentra perfectamente.

– ¿Está usted seguro? -preguntó ella sofocada.

– Claro, se lo prometo. La niña está bien.

– ¿Y dónde está ahora? -preguntó Mac, después de abrazarla.

– Está en camino. Llegará en un cuarto de hora -aseguró Henry-. Todavía no hemos atrapado al secuestrador, pero tenemos una pista de su paradero. Y sabemos quién es. Se trata de Rawlin White, de veintinueve años, que perdió a su mujer y a su hijo hace tres años. Sufrió una crisis nerviosa y le tuvieron que hospitalizar. Este mismo año fue demandado por una mujer a la que asustó en un parque cuando iba con su niño.

El hombre hizo una pausa.

– Más tarde, hace dos meses, volvieron a dar un aviso de que había un hombre rondando una guardería infantil. Era Rawlin, aunque no hizo nada, sólo merodear por allí. En cualquier caso, Smythe, uno de los policías que trabajaron en el caso de la madre que lo demandó, pensó que por la descripción podía tratarse de ese hombre. Y aunque no es- ternos seguros hasta que lo atrapemos, pensamos que Rawlin no quería hacer daño a su hija. Lo único que sucede es que está obsesionado por la pérdida de su propio hijo. Seguramente sólo quería tener al bebé un rato en sus brazos.

– Annie… -le interrumpió Mac.

– Ya, usted quiere saber dónde la encontramos. Según parece, ella se echó a llorar. Lloraba tan fuerte que él se asustó, así que la dejó en el suelo y echó a correr. Una mujer lo vio todo y llamó a la policía. Hasta que ésta llegó la estuvo cuidando.

Kelly no pudo seguir escuchando. Impaciente, se dirigió a la puerta principal, y desde allí vio llegar el coche celular. Kelly salió a recoger a Annie a toda velocidad y antes de que la mujer policía que llevaba a la niña en brazos pudiera salir del coche, Kelly ya estaba a su lado. Annie estaba llorando. Debía de tener hambre, y eso significaba que estaba bien. Así que ese llanto tranquilizó a su madre.

Tomó a la niña en brazos, mientras Mac llegaba hasta donde estaban ellas y las abrazaba a ambas. El estaba llorando, igual que ella.

A medianoche, la casa estaba ya en calma. Aunque Mac y Kelly todavía no estaban del todo tranquilos. Ambos debían de estar al borde del agotamiento nervioso. Y seguían frente a la cuna, viendo dormir a Annie.

– Tenemos que irnos a la cama, Mac. Esto es estúpido. La niña está bien y nosotros estamos exhaustos.

– Lo sé, pero…

Pero ninguno de los dos podía dejar de mirar a la niña. Kelly pensaba en lo afortunados que habían sido. Ese día podía haber acabado de un modo muy distinto. Al fin y al cabo, nadie había hecho daño a la niña. Después de darle de cenar y bañarla, habían tenido que acostarla, aunque se hubieran quedado con ella en brazos toda la noche.

KelIy no podía parar de mirar cómo la niña dormía con su pulgar dentro de su boquita, las pestañas claras cayéndole sobre las mejillas sonrosadas.

Mac estaba en silencio. Apenas había dicho nada desde que se marchó la policía. Pero, de pronto, reaccionó.

– Vamos -le dijo cariñosamente-. Necesitas descansar los pies, sino no se te van a curar los cortes y ampollas que tienes.

Ella asintió y ambos se dirigieron al dormitorio, donde después de desnudarse se metieron a la cama. Ella se abrazó a él.

– Todo va bien, Mac.

– Así es.

– La niña está a salvo, y nosotros también. Así que todo se ha terminado.

Kelly se apretujó más contra su marido. No podía pensar en hacer el amor, ambos estaban exhaustos, pero quería sentirle cerca de ella. Era como la confirmación de que estaban a salvo. Los tres. Pasó la pierna entre las de él y notó como Mac se ponía tenso. Luego se besaron. Delicadamente, aunque con pasión. Era como si la tensión acumulada se escapara a través de ese beso.

Mac se incorporó, la besó en la frente y se volvió a acostar hacia su lado.

Kelly no se extrañó, tenían que recuperarse de la impresión. Tampoco se extrañó la noche siguiente, cuando sucedió lo mismo.

Pero una semana después, y habiéndose fijado en que Mac no se comportaba del mismo modo con ella, sí se comenzó a preocupar. Mac había vuelto al trabajo y en la casa seguía comportándose como siempre con Annie, pero no había vuelto a hacer el amor desde el secuestro. Además, Mac no debía de estar durmiendo bien, como delataban las ojeras profundas que tenía.

Kelly pensó que Mac debía de seguir echándose la culpa por lo sucedido. Y podía entenderlo perfectamente, ya que también ella se había estado culpando.


El martes siguiente hizo un día soleado de primavera. Cuando Annie se despertó de su siesta, Kelly les dijo a Benz y Martha que iba a sacar a la niña a dar un paseo. Pese a las protestas de ellos, que pensaban que quizá no debieran de salir ellas solas, Kelly insistió en que hacía una semana que no salían. Además sólo iban a acercarse hasta su antiguo apartamento para recoger la ropa de verano. Así que no tardarían más de una hora en ir y volver.

Aunque era cierto, la verdadera razón por la que Kelly quería salir era que quería pensar con claridad. Poco después llegaban a su antiguo vecindario. Su apartamento olía a cerrado, así que abrió varias ventanas.

Recordó que en un tiempo ese había sido su hogar, pero en ese momento se sentía extraña allí. La relación con Mac había cambiado su vida completamente. De algún modo, había madurado con él. O al menos, había sido así hasta hacía poco.

Kelly suspiró y acarició la cabeza de su hija.

– Esto no está funcionando, cariño. Lo mejor será que recoja la ropa de verano y nos marchemos.

Acababa de comenzar a vaciar el armario del dormitorio cuando oyó ruido en la puerta.

– Kelly, no te asustes -la tranquilizó Mac-. Soy yo. Ella sabía que Mac tenía una llave del apartamento, pero no se esperaba verlo allí. Salió a recibirlo con una sonrisa en los labios. Pero al ver la expresión seria de él, la sonrisa desapareció.

– Me has abandonado.

Kelly pensó que no le había oído bien.

– ¿Qué?

– Es que llamé a casa y Martha me dijo que habías venido aquí… -se explicó él.

– Así es, como hoy hacía tanto calor pensé que sería una buena idea venir a buscar mi ropa de verano -ella se quedó pensativa-. Aunque también es cierto que necesitaba salir.

– Sí, lo entiendo.

Quizá fuese así, pero por la expresión de sus ojos, él más bien parecía creer que ella le estaba haciendo algún reproche.

– Mac, me he dado cuenta de que me estaba comenzando a dar miedo salir de casa. Y quería demostrarme a mí misma que podía salir. Esa es la verdadera razón por la que he venido aquí hoy.

– Pero es que es normal que tengas miedo, es la segunda vez que tienes que afrontar este tipo de situación en los últimos meses.

– Bueno, admito que sería normal que me asustara meterme dentro de una multitud, pero para venir aquí sólo tuve que dar un pequeño paseo en el coche… -su voz se apagó. Pensó que sobraban esas explicaciones cuando a ella le preocupaba una sola cosa-. Mac, ¿pensabas que había venido al apartamento para quedarme? ¿Sin ti?

Abrió la boca para contestar, pero no lo hizo. En ese momento, Annie se echó a llorar. Seguramente porque se acercaba la hora de la merienda.

– La verdad es que no voy a hacer nada más aquí -dijo Kelly con voz firme- Así que podemos volver a casa. Pero después de que acostemos a la niña tenemos que hablar de todo esto, Mac.

– Sí, creo que es lo mejor.

Kelly pasó las horas siguientes en un estado de extrema confusión. Se dio cuenta de que todos esos días se había estado culpando por lo del secuestro. Se culpaba de no haber cerrado el seguro de las puertas del coche hasta que tuviera a la niña en sus brazos y de haberse despistado. Pero si Mac también la culpaba por ello, no había dicho ni una sola palabra. Así que no veía cuál era la razón por la que i podía haber pensado que ella iba a abandonarlo.

Así que debía de ser otra cosa lo que marchaba mal. Kelly sintió miedo de que el secuestro hubiera hecho descubrir a Mac que su matrimonio no funcionaba. Que él no la quería realmente. Era cierto que las circunstancias les habían unido, pero quizá no hubiera verdadero amor entre ellos. Quizá él sólo seguía adelante con el matrimonio por su sentido del honor.

Al llegar a casa, Kelly dio el biberón a Annie y después mecieron a la niña por turnos. Más tarde, cenaron, ella se dio una ducha y se cambió, mientras Mac cuidaba de la niña. Finalmente, Mac se fue a duchar, mientras Kelly se quedaba con la niña en la biblioteca.

Llegó la hora de acostar a la niña, que se quedó inmediatamente dormida.

Kelly salió a buscar a Mac, que estaba en el patio, mirando pensativo hacia los bosques. El sol ya se había puesto, aunque todavía se podía ver una franja rojiza sobre el horizonte.

– Mac, si quieres divorciarte, ya te puedes ir olvidando de ello. No me importan los papeles que firmé. No te voy a abandonar -dijo ella en voz alta.

Kelly no quería discutir, pero quería darle que pensar.

El se volvió. Kelly pudo ver sus ojos oscuros aun en medio de la penumbra. Al principio, ella no había sabido que esa mirada dura de autocontrol encerraba un corazón sensible y vulnerable. Pero en ese momento ya sí que lo sabía. Y también sabía que él se preocupaba muchísimo por hacer siempre lo correcto. Kelly hubiera deseado acordarse de eso durante la última semana.

– ¿Piensas que quiero el divorcio?

– He estado pensando en nuestra relación. Tú te viste atrapado en un matrimonio con una mujer embarazada para protegerla. Si yo fuera una mujer con tu sentido del honor, sé que ahora que ha pasado el peligro debería dejarte marchar. Pero es que yo no soy tan honrada como tú…

Mac agitó la cabeza confuso.

– Kel, no sé qué estás diciendo. Yo nunca…

Pero no iba a dejarle decir ni una sola palabra hasta que ella terminase de decir lo que quería.

– Olvídate del honor por un momento. Yo debía volverme loca para dejarte actuar como lo hiciste. Pero también de eso tienes tú la culpa. Te comportabas conmigo como un hombre que quiere a su mujer. Me ayudaste durante el embarazo, durante el parto y siempre que yo me asustaba. Hiciste que me sintiera en tu casa como si fuera mía. E incluso te acostaste conmigo… Hiciste todo eso por una mujer a la que tú no habías elegido.

– Eso no es cierto, pequeña.

Ese «pequeña» resonó en su corazón como una campana. Si volvía a llamarla así, no podría evitar bajar la guardia.

– Claro que sí. Y me da la impresión de que tu sentido del honor incluso ha provocado que te sintieras responsable de lo del secuestro, ¿no es así?

Por el modo en que brillaron los ojos de él, Kelly supo que había acertado.

– Te casaste conmigo para que te protegiera, Kelly. El hecho de estar embarazada de un miembro de la familia Fortune te puso en peligro y yo prometí protegerte. Ahora no puedo parar de pensar que te fallé.

– ¡Oh, Mac! ¿Y por eso pensaste que te quería abandonar? Pues estás equivocado. Tú nunca me has fallado en nada.

Ella sintió unas ganas enormes de abrazarlo, para que ese gesto sombrío desapareciera de su rostro. 0 también me he pasado la semana entera echándome la culpa por lo del secuestro -dijo Kelly con voz tranquila-. Creo que ése ha sido nuestro error. Culparnos por algo que no se podía preveer. Nadie tiene la culpa de que ese desequilibrado estuviera en el aparcamiento cuando nosotras llegamos.

– Quizá no. Pero lo que sí es seguro es que yo pensé que el hecho de que te convirtieras en una Fortune podría protegerte. Ahora sólo creo que te va a hacer correr nuevos peligros.

– Es cierto que tú y yo vamos a tener que correr con más riesgos que la mayoría de los matrimonios. Tu apellido hace que así sea. Pero eso no importa, tú me hiciste ver la solución hace tiempo.

– ¿Eso hice?

Ella asintió.

– Sí, tú fuiste quien me dijo que nosotros teníamos la posibilidad de crear nuestras propias reglas para nuestra relación. Así que no quiero que seas tú sólo el que me protege a mí. Esa preocupación debe ser mutua. Cuando yo siento miedo me gusta saber que puedo contar contigo. Pero si tú tienes miedo, a mí me gustaría saber que me lo vas a decir. Y me gustaría que supieras que puedes contar conmigo.

Ella se quedó en silencio esperando a que él dijera algo.

– ¿Kel? -su voz sonó como una caricia.

– ¿Qué?

– Yo tenía miedo de que me abandonaras…

Dos segundos después ella estaba en sus brazos. El la besó apasionadamente. Kelly pensó que ese beso sólo lo podía dar un hombre tan fuerte que no le importaba demostrar su vulnerabilidad. Le había costado mucho que Mac la besara de ese modo y ella respondió a ese beso con igual pasión. Lo amaba tanto…

– Nunca te dejaré -susurró ella-. Te quiero más que a nada.

– Y yo también te quiero a ti -Mac comenzó a acariciarle las mejillas y el pelo. Luego la volvió a besar. Esta vez de un modo más suave. La besó despacio, como si estuviera saboreando el futuro que les esperaba-. Pero hay dos cosas que todavía quiero preguntarte.

– ¿Ahora?

– Ahora. No nos llevarán mucho tiempo. ¿Quieres casarte conmigo Kelly Sinclair? ¿Quieres que te prometa que voy a amarte, honrarte y respetarte?

– ¡Dios mío, Mac! Vas a hacerme llorar -Kelly tenía los ojos cubiertos de lágrimas-. Además, juraría que eso me suena.

– Sí, pero creo que deberíamos casarnos otra vez. Aunque esta vez, sólo para nosotros. Pensé en que la ceremonia podría ser la próxima Nochevieja, que es nuestro aniversario. Pero luego pensé que…

– ¿Que por qué esperar? -terminó Kelly la frase.

El la besó de nuevo. Kelly levantó la cabeza y vio en sus ojos esa expresión que hacía que la sangre le comenzara a hervir. Eso era la fuerza del amor. Luego, ella vio que su ropa desaparecía como por arte de magia. Aunque el hecho de que al poco se encontrara consumando su nuevo matrimonio, no era cosa de magia. Era el producto del amor que el uno sentía por el otro.

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