Kelly abrió las puertas del vestíbulo de la empresa Fortune y se dirigió a los ascensores. George, el guardia de seguridad, se acercó a ella, pero a aquella hora, más de las seis, Kelly imaginaba que estarían casi todos los empleados fuera. Llevaba un mes sin ir allí y tenía muchas ganas de volver a ver a sus viejos amigos. Aunque con aquella ropa, un anorak de esquiar, un jersey de lana y unas botas de nieve, además de su abultado vientre, no parecía la esposa de uno de los directores.
Era inevitable. La elegancia y las mujeres de vientres grandes no sintonizaban, y si tenía suerte, no se encontraría con nadie más que con la secretaria de Mac.
Tuvo suerte. Una vez que las puertas del ascensor se abrieron en la planta del despacho de Mac, no vio un alma. Al entrar en el despacho, Ellen alzó la vista de la mesa. La secretaria de Mac iba vestida con un gusto exquisito, pero su sonrisa era agradable y cariñosa.
– Kelly! Me alegra verte. El señor Fortune…
– No, no he venido a interrumpirlo. He hablado hace dos horas con él y sé que está muy ocupado.
– Así es. Pero si sabe que estás aquí…
– No te preocupes, no he venido a verlo a él. Pasaba por aquí cerca y… Iba a clase de ejercicios para el parto. Mac iba a venir conmigo, pero cuando supe todas las cosas que tenía que hacer le dije que iría sola. Pero como he tenido que venir al centro, bueno… ya sabes cómo es. Por no perder tiempo se suele meter a cualquier sitio de comida rápida. Pedirá algo mejicano, porque le encanta…
– Incluso algo muy picante mejicano, porque le gusta mucho más -añadió la secretaria, riéndose-. Y luego estará…
– Enfermo del estómago, así que le he traído algo que puede calentar en el microondas -explicó, dejando una mochila en la mesa, y sin mencionar el otro paquete que había dentro de ella. El lo encontraría y Ellen no tenía por qué saberlo.
Llevaban un mes de casados y pensó que Mac merecía una recompensa, aunque no sabía qué. Su corazón habría deseado una cena romántica. Pero eso podría parecer una estupidez. De manera que se presentó con un paquete de judías en salsa especial. Seguro que le gustaría el detalle. Ella sabía que era uno de sus platos favoritos.
– Haré que le llegue la cena -prometió Ellen.
– Muchas gracias…
Kelly iba a darse la vuelta, cuando la puerta del despacho de Mac se abrió y un hombre rubio trajeado salió.
– Sí, señor Fortune, lo tendré para mañana -dijo el hombre, antes de despedirse.
Después de él salió uno de los químicos del laboratorio, que también prometió tener algo para el día siguiente.
Y después de él, una mujer joven con un traje de rayas y mirada aturdida salió apresuradamente.
– Tiene razón, señor Fortune. Tiene toda la razón.
Esa fue la última despedida, ya no salió nadie más de aquel despacho. Kelly agarró la mochila y se asomó a la puerta, para ver si realmente no había nadie. Y así era. En el despacho no había nadie más que su marido, de espaldas a la puerta.
– ¿Mac?
– ¡Qué sorpresa, pequeña! Iba a salir ahora mismo para llevarte a la clase.
– Estaba tan segura de que no ibas a poder hacerlo, que me he pasado por aquí a traerte la cena.
– He tenido que hacer muchos cambios, pero te prometí que no me perdería ninguna de tus clases.
Mac nunca hacía una promesa que no fuera a cumplir. Kelly debería de haberlo sabido. Además, recordó que si él era tan paciente con sus cambios hormonales, ella, a su vez, debía ser paciente con su tendencia protectora.
En los últimos días, ella había conseguido que la abrazara por las mañanas antes de irse al trabajo, por las tardes discutían periódicamente sobre el sofá rosa de Kelly, y Mac sugería todas las noches un paseo después de cenar, sin que importara el tiempo que hacía. En definitiva, estaban enfrentándose a la rutina de vivir juntos de un modo mucho mejor de lo que ella nunca había esperado.
Por otro lado, Kelly aceptaba que por el momento no podían intimar, debido al bebé, y se conformaba con portarse bien con Mac, siempre que estaban juntos. Tenía que olvidarse del amor. Además, poco a poco, notaba que Mac se reía más estando con ella, que se relajaba más y se tomaba de otra manera las responsabilidades. Todavía seguía siendo muy exigente consigo mismo, pero Kelly sabía que no se ganaban las batallas en un día.
Mac se puso la chaqueta azul marino.
– ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? – preguntó a Kelly-. No me digas que estoy manchado de mostaza.
– No, no tienes mostaza. Pero he estado observando cómo se despedía toda esa gente de ti… -dijo, acercándose a él para colocarle la corbata.
– ¿Sí?
– Seguro que los tienes engañados con que eres una persona muy seria y dura, cuando yo sé que no sabes ni colocarte bien la corbata.
– Pensar que me he casado para que me insulten todos los días…
Mac se inclinó para rozar la nariz de ella. Le había costado mucho tiempo de entrenamiento establecer la costumbre de tener un gesto cariñoso voluntariamente. Por supuesto, luego la tomó del brazo, de una manera mucho más formal.
– Vamos a llegar tarde si no nos damos prisa. ¿Está Benz abajo?
– No, vine yo sola -dijo, al tiempo que salían y hacían un gesto de despedida a Ellen-. No me mires así, Mac. Es una tontería sacar a Benz con el catarro que tiene en una noche como ésta, cuando puedo venir yo sola.
– Sabes que me preocupa que conduzcas sola en tu estado.
– Vamos, Mac. No pasa nada. No puedo estar más segura. En casa estoy rodeada de muros, de alarmas, de puertas blindadas. Me acompañan Benz y Martha. Y cuando vengo, George me recoge en el aparcamiento.
Cuando llegaron a la entrada, Mac abrió las puertas para que pasara ella. Al salir, Kelly estuvo a punto de chocarse con un hombre que iba con un abrigo de lana oscura. El hombre iba corriendo, sin mirar, pero Kelly no pudo evitar estremecerse.
– Por eso -dijo Mac, tomándola por los hombros.
– Por eso, ¿qué? -preguntó ella.
– Por eso quiero que Benz te traiga. No te has olvidado todavía de cuando te atacaron, estoy seguro. Si Benz está acatarrado, me llamas y voy yo a buscarte.
– Mac, no ha pasado nada desde aquel día. Admito que fue algo horrible y que todavía a veces me asusto, pero tengo cuidado y no quiero volverme una paranoica que ve un violador en cada esquina. Y conforme va pasando el tiempo, me doy más cuenta de que el hombre que me atacó no fue un secuestrador, sino un simple ladrón.
– Yo también. Si alguien te hubiera estado siguiendo, habría pasado algo más. No ha vuelto a suceder nada y no volverá a suceder -dijo Mac con firmeza, mientras abría para ella la puerta del coche. Luego subió él y arrancó el motor-. Escucha, Kel, ya sé que crees que soy demasiado protector y probablemente tienes razón. Pero te pido que no vayas en el coche sola a ninguna parte, por lo menos hasta que el niño nazca.
– ¿Te he dicho últimamente que es imposible discutir contigo?
– No, desde esta mañana.
– Está bien, pero quiero que dejes de preocuparte, Mac. Nadie podría habernos protegido mejor al bebé ni a mí. Es suficiente, de verdad. No sigas preocupándote.
Kelly sabía que era totalmente imposible que él se dejara de preocupar. Su sentido del honor no se lo permitiría. No debería sentirse responsable por cosas de las que no era responsable, pero Kelly no podía hacer nada para evitarlo. En cualquiera caso, eso ya no importaba, acababan de llegar frente a la clínica y debían ocuparse de la clase.
Mientras entraban, Kelly se fijó en que las mujeres habían engordado desde la última clase y que cada vez se movían con mayor dificultad. Le consolaba ver que el resto de mujeres tenían las mismas dificultades que ella para sentarse y levantarse de las esterillas del suelo donde hacían los ejercicios.
– Deberíamos haber traído palomitas -comentó Mac, que se había sentado al lado de ella-. ¿No iban a echar hoy una película de un parto?
– Así es. Y por eso te dije que no me importaba que no me acompañaras esta noche. La señora Riley nos advirtió que iba a ser bastante real.
– ¿Es que crees que voy a desmayarme?
– Ya sé que lo dices de broma, pero la señora Riley nos contó que durante el último pase de la película dos maridos se tuvieron que salir… -Kelly se calló, ya que se habían apagado las luces y la película estaba a punto de comenzar.
Luego se echó un poquito hacia atrás, de modo que pudiera ver a Mac por el rabillo del ojo. Los hombres siempre presumen de que son muy duros, pero algunos no resisten la visión de la sangre. Ella no se imaginaba por qué tendrían que ver con atención esa película. Al fin y al cabo, las mujeres se lo cuentan todo, no como los hombres. Y todas sabían perfectamente en qué consistía un parto. No sabía qué podía aportarles la visión del documental.
Ciertamente, no mostraba nada nuevo, pero a los diez minutos Kelly comenzó a sentir convulsiones en el estómago y la garganta se le comenzó a secar. Luego sufrió una náusea. Debió de ser por ver todo el proceso del parto, sabiendo que ella estaba embarazada de ocho meses y que, por tanto, daría a luz en pocas semanas.
Después de la clase y ya en el coche, Mac abrió la guantera y sacó unas pastillas contra el mareo.
– Quizá esto te ayude -le ofreció.
– No voy a volver a vomitar -murmuró ella-. Lo que sucede es que he cambiado de opinión respecto a lo que es un parto. Yo ya sabía que el estar embarazada tiene algunos inconvenientes, y hasta ahora no me había importado, pero creo que quiero replantearme lo del parto. Quizá debiera cambiar de médico…
– Creía que estabas muy contenta con la doctora Lynn.
– Así es. Pero le pregunté qué opinaba del uso de la anestesia epidural, y ella me contestó que no haría falta.
– Es curioso, yo recordaba que la última vez que estuvimos en la consulta, fuiste tú la que dijiste que no querías utilizar ningún tipo de anestesia.
– Pero eso era antes de ver la película. Cualquiera puede cambiar de opinión.
– ¿Y no podría ser que también hayas cambiado de opinión respecto a lo de no tener ningún asistente durante el parto? Ya me conoces, y si cambiaras de opinión, sabes que puedes contar conmigo.
Ella se quedó pensativa. Su primer impulso fue abrazarlo, pero pensó que hubiera sido algo bastante peligroso, debido a que él iba conduciendo. Y además, aunque Mac parecía más comprensivo con su forma de expresar el afecto de un tiempo a esa parte, eso no quería decir que necesariamente le gustara. Así que se contuvo.
– Te agradezco el ofrecimiento y te aseguro que si cambio de opinión te lo diré a ti. Pero, de momento, prefiero seguir haciéndolo yo sola. Y la razón principal es que, como te dije, soy una cobarde. Y sé que es mejor que me enfrente yo sola a este tipo de situaciones.
– No quiero discutir contigo -respondió él, después de quedarse un rato pensativo-. Sólo quiero que hagas lo que sea mejor para ti. En cualquier caso, todavía hay tiempo para que te lo pienses.
– Muy bien.
– Puedes contar conmigo.
– Lo sé.
– Piensa que dentro de un mes todo esto habrá acabado y tendremos a nuestro bebé. Recuerda esto cada vez que tengas miedo. El parto pasará rápido y cuando menos lo esperes tendrás al niño en tus brazos.
Kelly se quedó pensando en sus palabras. Él había dicho «nuestro bebé». Mac se preocupaba por el niño y eso era muy importante para ella.
Dos semanas después, Kelly estaba asomada a la ventana del cuarto del niño. El cielo estaba cubierto de nubes oscuras y no paraba de nevar desde hacía dos días. Estaban en medio de otra ventisca, y eso resultaba divertido, ya que era el día de San Valentín.
Benz y Martha se habían marchado tres días antes a visitar a una nieta suya a Duluth y no habían podido regresar. Las carreteras estaban cortadas y no había forma de acceder a la ciudad.
Kelly debería de estar preocupada por el tiempo, ya que esa mañana se había levantado con dolor de espalda. Pero extrañamente se sentía segura de sí misma. Y llevaba todo el día tranquila.
Se apartó de la ventana y se masajeó la zona de la espalda que le dolía. Luego comenzó a dar pequeños paseos por la habitación. Había quedado perfecta, pensó. La lámpara con forma de osito iluminaba el cuarto del niño que se había construido con todo su cariño y esfuerzo. Sobre la cunita había sábanas y mantas para cubrir al bebé. Sobre la mesa para cambiarle se veían ya los pañales. Kelly se acercó hasta la mecedora y la acarició, pensando que quizá se había equivocado al elegir la alfombra, de color amarillo claro. Un color que podía ser algo sucio, pero que a pesar de eso, le encantaba. Era mullida y suave, de modo que el niño podría gatear sobre ella sin problemas.
Quizá se había anticipado un poco, ya que el niño en teoría no nacería hasta dos semanas después, pero no había podido evitarlo. Quería verlo todo listo.
– ¿Kelly?
Al oír la voz de Mac, ella respiró hondo. Haciendo un ruido enorme.
– Estoy arriba, en el cuarto del niño -gritó.
Como ya imaginaba, oyó los pasos de él sobre la escalera dirigiéndose a donde ella estaba. Kelly sabía que aunque el tiempo le hubiera permitido ir a trabajar, Mac se habría quedado con ella de todos modos. En los últimos tiempos no se separaba de ella. Durante la última revisión, Kelly pensó que se iba a meter a la consulta a examinarse con ella.
El apareció en la puerta y la miró aliviado. Ella sonrió al darse cuenta que la tensión en los hombros de él se relajaba al ver que ella estaba simplemente paseando.
– He visto las galletas, enfriándose.
– ¿Te gustan? Las he hecho con forma de corazón debido a que hoy es San Valentín.
– Con gusto me habría comido alguna, pero las vi tan bonitas que pensé que sería mejor preguntar antes.
– En otras palabras, que ya te has…
– Tres. Y la verdad es que están realmente buenas -entró en la habitación y la recorrió, tocando las cosas del niño como ella había hecho antes-. No creo que haya ningún niño con una habitación tan bonita como ésta.
– Gracias a nosotros.
– Gracias a ti. Tú fuiste quien lo planeó todo. Yo sólo añadí algún detalle -se agachó para tocar algunos juguetes que había en una mesita-. ¿Piensas que es demasiado pronto para regalarle un balón de rugby?
– Yo creo que sí. Además, imagínate que es niña. A mí no me importaría que le gustase jugar al rugby, pero estoy segura de que a ti sí. Y eres tan protector que seguro que no la dejarías tener su primera cita hasta que tuviera por lo menos cuarenta años.
– Oye, pero es que también podría ser un niño.
– Podría ser. Y se me acaba de ocurrir que éste es un buen momento para que nos peleemos por elegir el nombre por si es chico.
Volvió a tomar aire, haciendo mucho ruido. Había notado un pinchazo en la espalda que la había dejado casi sin aire en los pulmones.
– No quiero que haya ningún otro Mackenzie en la familia. Odio que se añada lo de junior a los nombres de los hijos.
– Pero podríamos llamarlo Aaron Mackenzie Fortune. Su nombre de pila sería Aaron y así no habría que utilizar el junior. ¿Qué te parece?
– Bueno, pero… ¡Demonios! ¿Qué te ocurre? -se asustó Mac al ver la expresión de dolor de ella.
Ella consiguió sonreír después de un rato.
– Ha empezado. Debería habértelo dicho antes, pero es que no estaba segura. Esta mañana pensé que se trataba sólo de un dolor de espalda. Y luego me convencí de que debía de tratarse de uno de esos falsos avisos de que estás de parto, pero ahora…
– ¡Oh, Dios! ¿Quieres decir, el niño? ¡Oh, Dios!
– Pero no hay prisa. Todo el mundo dice que si es el primer niño, tardan un montón en nacer. No es que me haga feliz, pero al fin y al cabo, así han tenido las mujeres los niños desde el comienzo de los tiempos…
– Pero con tus caderas estrechas no podrás tener el niño aquí en casa. Eso no puede ser. Tú espera aquí… -salió corriendo hacia la puerta, luego se volvió-. No, no esperes aquí. Es mejor que te metas en la cama en vez de estar de pie. ¿Por qué diablos estás de pie?
– Mac, no pasa nada. Todo saldrá bien. Intenta calmarte.
Kelly no podía creer que fuese ella quien le tuviera que tranquilizar a él. Normalmente era al revés, Y más, tratándose de Mac. Nunca le había visto ponerse nervioso. Pero en ese momento estaba fuera de sí.
– No vas a tener el niño en casa. Vas a tenerlo en la mejor clínica del país y con el obstetra que nosotros hemos elegido. No me importa en absoluto la ventisca. Conseguiremos llegar, por eso no te preocupes. Estáte tranquila.
El salió a toda velocidad de la habitación. La línea telefónica ordinaria estaba cortada, pero pudo conseguir llamar con el móvil. Telefoneó al hospital, al servicio de ambulancias, a la policía… Luego volvió corriendo arriba, para ver que tal estaba ella.
Ella estaba bien. Lo único que temía era que le diera un ataque al corazón a Mac. Algo después de las cinco rompió aguas. Afortunadamente estaba en el baño en ese momento. Si hubiera estado en el cuarto del niño, habría echado a perder la alfombra.
Mac subió las escaleras llamándola a gritos, hasta que, finalmente, la encontró.
– Estoy aquí, Mac, pero necesito estar sola un momento.
El no debió oírla a juzgar por el modo en que estaba tirando de la puerta. Finalmente, consiguió abrir y ambos se quedaron mirándose asombrados.
Ella estaba desnuda, tratando de limpiar el suelo. Kelly pensó que había fantaseado muchas veces con la idea de estar desnuda delante de Mac, pero no de esa forma. Debía de estar horrorosa con la luz del fluorescente reflejándose en su enorme tripa y con toda esa porquería por el suelo. Kelly estaba completamente avergonzada. Y él se dio cuenta, así que reaccionó con rapidez y la cubrió con una toalla. Él recuperó la calma de nuevo y trató de excusarse.
– No quería… es que temía que necesitaras ayuda y no quisieras decírmelo, Kel. Sé que no es el mejor momento para decírtelo, pero creo que eres la mujer más bella que he visto en mi vida. Ya no sé ni lo que me digo, estoy tratando de hacerlo lo mejor que puedo…
– Lo sé.
– Pero es que no puedo parar de pensar en que lo habíamos planeado todo para que el parto transcurriera del mejor modo posible y ahora…
– Lo sé.
– Me pongo malo de pensar que te pueda pasar algo.
Kelly se conmovió al ver cómo se preocupaba por ella.
Mac le ayudó a limpiar el baño. Luego puso sábanas de plástico sobre su cama, de modo que ella tuviera el bebé allí. Poco después comenzaron las contracciones. Y ella se asombró al descubrir que podía aguantar el dolor mejor de lo que había pensado. Y eso que era el dolor más fuerte que había sentido en toda su vida. Pero su cuerpo estaba trabajando de un modo instintivo para facilitar el nacimiento del niño.
A medianoche, la tormenta amainó y Mac utilizó el móvil para llamar al hospital para ver si podían mandar un helicóptero. Pero Kelly sabía que no llegaría a tiempo. Y Mac también. Estaban solos. Y por increíble que pareciera, ella no lo habría querido de otro modo.
La imagen del niño asomando la cabeza, quedaría grabada para siempre en su memoria. Y también la expresión de Mac. Estaba tranquilo y sus ojos estaban llenos de amor…
Luego, él agarró a su hija con ambas manos.
– Mírala, si es igual que su madre. Annie, eres guapísima -luego se volvió hacia ella-. Kelly, te amo -las palabras parecieron salir directamente de su corazón.
Una hora después oyeron aterrizar a un helicóptero afuera. Kelly dijo que no hacía falta que las llevaran al hospital. La niña estaba bien y ella también. Pero Mac insistió en que se las llevaran y nada le hubiera hecho cambiar de opinión. Nada.