Capítulo Cinco

– No pierdas el tiempo buscando escándalos personales, sabes cuánto odio ese tipo de cosas. Lo único que me interesa de él es su vida profesional, lo que quiero es un documento lo más completo posible de las finanzas de Gray McGuire -en ese momento Mac oyó unos golpes en la puerta de su despacho y se dio la vuelta, con el teléfono todavía en la oreja, e hizo un gesto de bienvenida a su primo Jack-. Llámame tan pronto como tengas algo, incluso a casa, ¿de acuerdo? Y gracias, Sterling.

Cuando Mac terminó de hablar con su abogado, su primo había cerrado la puerta, una señal inequívoca de que había problemas, y caminaba de un lado a otro del despacho como si estuviera demasiado inquieto para poder sentarse. A los treinta y un años, Jack Fortune era muy joven para ser vicepresidente de marketing, pero Mac lo había visto crecer y prosperar en la empresa, y confiaba plenamente en él. Solían charlar diariamente, pero aquella semana Mac había ido poco por allí. La mesa llena de documentos apilados era una prueba de ello.

A pesar de todo, Mac no conseguía concentrarse en el trabajo atrasado. Aquella mañana Kelly era su única preocupación.

– ¿Tú puedes descubrir algo más sobre Gray McGuire? -preguntó a su primo.

– Ya hice algunas pesquisas, pero todavía no me han contestado. Es el director ejecutivo de McGuire Industries. Se dedica a asuntos de ordenadores, no tiene nada en común con nosotros, así que no tengo ni idea por qué ha estado intentando comprar material en Stuart Fortune’s Knight Star Sistems. ¿Sigues pensando que está intentando una maniobra de absorción?

– No creo. Pero no puedo entenderlo. McGuire parece observarnos, esperando a que la compañía atraviese un momento duro para aprovecharse, a pesar de que nosotros no le hacemos la competencia. No puedo hallar ninguna conexión. De todas maneras, tenemos a profesionales encargándose de ello y algo saldrá a la luz -Mac hizo una pausa. Su primo no parecía interesado en aquello-. ¿En qué piensas?

Jack se señaló el pelo.

– ¿Ves estas canas? Las mujeres tienen la culpa.

Así, de repente, Mac no vio ni una sola cana, pero puso un pie sobre la mesa y miró a su primo con una mueca en los labios.

– Si vienes a pedirme consejo sobre mujeres, no vas a tener suerte. Yo me acabo de encontrar casado con una y todavía me siento como si acabara de salir de un tornado.

Jack hizo un ruido con la boca y se relajó sobre el respaldo del sillón.

– Eso me recuerda que se supone que tengo que interrogarte. Toda la familia espera a que les diga cómo te va con tu esposa.

– Pues di que va todo bien. Admito que todavía estoy en período experimental, pero Kelly es encantadora.

– Eso es lo único que me puedes decir? Para las mujeres de la familia eso no es ni un aperitivo. Ellas quieren detalles, a ser posible sobre tu vida sexual.

– Me temo que se van a quedar con hambre. Deberían saber ya que no me gusta participar en esos chismorreos -contestó secamente Mac.

Sospechaba que Jack podía sentir tanta curiosidad como los demás, o no le habría hecho aquellas preguntas, pero su primo, por lo menos, respetaba que a Mac no le gustara airear su vida privada. Y, efectivamente, Mac no iba a decir a nadie que estaba completamente aterrorizado por su esposa.

Entonces, sin desearlos, sin buscarlos, los recuerdos de aquella noche, siete días antes, invadieron su mente. Le llegó la boca roja de Kelly hinchada por sus besos, el fuego repentino que brilló en sus ojos, y el absurdo deseo de anhelo y amor que alteró toda su sensatez.

Incluso una semana después la culpabilidad lo atormentaba, formando un nudo en el estómago. ¡Dios mío! Ella estaba embarazada casi de ocho meses y se había excitado terriblemente, mientras que él había reaccionado como un adolescente embrutecido. Había pensado en aquello docenas de veces y todavía seguía sin poder hallar explicación. Y, desgraciadamente, la química entre ellos no había terminado. Cuando recordaba todas las cosas que Kelly le había hecho la semana anterior, no podía evitar ponerse nervioso. ¡Maldita sea! Ya comenzaba de nuevo. Su primo empezó a caminar de un lado para otro.

– No puedo creer que las mujeres para ti sean un problema, Jack. Creí que habías renegado de ellas después de tu divorcio.

– Lo hice, lo hice. Desgraciadamente, adoptar un estilo de vida monacal no ha conseguido borrar definitivamente a Sandra. Me ha llamado esta mañana para decirme que va a casarse de nuevo.

– Entonces dónde está el problema? Así podrá envenenar la vida de otro hombre en vez de perseguirte a ti.

– Hasta ahí suena bien, pero me hace chantaje cada vez que me acerco a Lilly. Mi hija tiene tres años y apenas me conoce. Si Sandra se vuelve a casar, me temo que me lo pondrá más difícil.

Mac se quedó pensativo unos segundos.

– Otras veces has conseguido lo que querías con dinero.

– Sí, la ambición funciona con ella. Podría intentarlo de nuevo -replicó Jack, con un suspiro-. Pero va contra mi orgullo y mis principios, ya que ella, cada vez que le doy dinero, se cree que es porque lleva razón. Y lo que más me duele es lo que todo eso dice de mí, de mi conocimiento de las mujeres. No entiendo cómo alguna vez la elegí como esposa, y mucho menos como la madre de mi hija.

– Piensa que muchas veces es difícil saber lo que hay en un paquete por la manera en que va envuelto.

Hablaron unos minutos más sobre algunos temas generales y finalmente Jack se marchó, mucho más tranquilo. Mac, sin embargo, estaba nervioso. Se levantó de la mesa y se acercó a las ventanas. Debajo, Minneapolis había adquirido un tono grisáceo. Los adornos de Navidad habían desaparecido y la nieve se había convertido en una capa dura y gris. El tráfico había vuelto a la normalidad. Mac miraba, pero sólo veía el rostro de Kelly. Su «envoltorio» era muy normal. El cabello rubio y fino, los ojos azules, la sonrisa dulce… Era bonita, era real, era atractiva de una manera completamente personal. No había nada en su apariencia que avisara a un hombre del peligro de conocerla.

Una semana de matrimonio y Mac tenía los nervios a punto de estallar. Era culpa de los besos, pensó malhumorado.

Nunca imaginó que tocarla supusiera un problema. Tampoco pensó que podría serlo el sexo. El hecho de que ella estuviera enamorada de su hermano debería de servir de escudo, por muy atractiva que le pareciera. Por otro lado, Kelly le había dicho ya varias veces que nunca se habría casado con Chad, aunque eso no quería decir, por mucho que le doliera, que su amor por él había muerto. Además, la inexperiencia de ella sólo confirmaba ese amor, ya que no era una mujer que aceptara mantener relaciones sexuales a la ligera.

El problema comenzó cuando ella empezó con lo de los besos. Lo hacía como si hubiera crecido rodeada de cariño y no pudiera sobrevivir sin su dosis diaria. Mac no suponía, ni remotamente, que ella lo hiciera con un propósito más profundo, eso era algo totalmente absurdo dada la relación que mantenían. Pero aún así, la semana había sido una tortura. Sin ir más lejos, aquella misma mañana, en que ella había estado riendo y bromeando hasta que quemó la tostada, ¿qué importaba una tostada quemada? Y sus ojos se convirtieron en un torrente de lágrimas.

Unos días antes de aquello, habían tenido un par de problemas electrónicos. Maldita sea si él sabía cómo Kelly había sido capaz de romper el ratón del ordenador y estropear dos vídeos en un mismo día. Pero Mac opinaba que siempre había que enfrentarse a los hechos. Kelly no era muy habilidosa con los aparatos electrónicos, era evidente, así que él regresó a casa con dos cintas de vídeo, un ordenador para ella y la esperanza de no verla llorar de nuevo.

Pero Kelly hizo otras cosas extrañas. Por ejemplo, le hizo un pastel de rodaballo y un cordero asado, cuando ni siquiera su familia sabía que eran sus platos favoritos. También le regaló un día una caja de chocolate blanco, del que era adicto desde niño, sin razón aparente. Además, preparaba su abrigo y ponía la radio mientras desayunaban, a parte de tener siempre en la cocina pastas que preparaba ella misma. Luego aquella tarde en la que le pidió solemnemente que le explicara el sistema de seguridad y consiguió desactivar todas las alarmas de la finca…

Mac se pasó nerviosamente la mano por el pelo. Ninguna de esas cosas requerían de un abrazo o beso, pero cada vez que ella extendía los brazos, él se sentía como si no tuviera otra elección. Estaba embarazada, con lo cual estaba muy nerviosa. No podía rechazarla. No podía enojarla.

Nunca pensó quee1 matrimonio fuera una tortura tan… exquisita. El no había escapado a las mujeres todos esos años porque tuviera alguna ilusión al respecto, aunque Kelly parecía diferente. Incluso antes de proponerle el matrimonio, el papel cje él en la vida de ella estaba, para Mac, muy claro. El tenía un trabajo para darle seguridad. Tenía que compensar el error que su hermano había cometido y proteger a ambos, a Kelly y a su hijo. Eso era para lo único que él estaba cualificado. El había sido toda su vida un «solucionador» de problemas, no alguien que los causara.

Nunca había fallado a nadie. Jamás.

Pero jamás pensó en el asunto de los besos. Nunca imaginó que ella quisiera tocarlo, y mucho menos que él reaccionara a ella como si fuera la mujer más importante del universo. ¡Maldita sea! Aquella condenada mujer se estaba convirtiendo en la sal de su vida.

Mac cerró los ojos con fuerza, pensando en que, afortunadamente, aquella noche tenía razones importantes para no ir pronto a casa. La familia lo había salvado preparando una sorpresa para Kelly, así que tenía unas horas extras para prepararse antes de volverla a ver.

Pero Mac en realidad no necesitaba tanto tiempo. Sabía exactamente lo que debía ser hecho, sabía que tenía que conseguir que Kelly confiara en él. Para ello tenía que apartarse de ella, no complicar la situación con algo tan peligroso como el sexo. Esa era la clave.

Sólo tenía que cumplirlo.


Kelly se subió la manga del abrigo para mirar el reloj.

– Benz, tenemos que volver ya a casa. Te agradezco que me hayas traído aquí, pero…

– Sí, yo tampoco quiero que usted se pierda, si viene sola. Hay muchos caminos que se entrecruzan.

Kelly iba a responder, pero se detuvo. Algo extraño pasaba, pero no imaginaba qué. Habían salido después de comer porque Benz le había pedido ayuda para elegir un regalo de cumpleaños para Martha. Eso era normal, pero luego, después de las compras, le había dicho que ella debería de familiarizarse con la zona. También eso era cierto, pero entonces Benz la había llevado a treinta kilómetros por hora por carreteras estrechas entre bosques y más bosques.

– Son más de las siete -insistió-. Ocurre que no sé cuándo Mac volverá del despacho…

– Créame que no vendrá tan pronto. No esta noche.

– Cómo estás tan seguro?

– Lo sé, simplemente -contestó Benz, con una sonrisa misteriosa.

Benz no solía comportarse de aquella manera y Kelly supo que, evidentemente, intentaba ocultarle algo, aunque, finalmente, parecieron tomar la carretera que conducía a casa. Kelly entonces pensó en Mac, en que estaba impaciente por verlo.

Volvería cansado, imaginaba. Si ella no estaba en casa, nadie descolgaría el teléfono ni le haría poner los pies en alto unos minutos. Después de vivir con él una semana, Kelly era consciente de que el teléfono sonaba a cualquier hora del día o la noche, por parte de familiares o compañeros de trabajo que no parecían darse cuenta, ni unos ni otros, que Mac tenía derecho a unas horas de descanso.

Cuando Kelly divisó los muros altos de la finca, buscó en su bolso un peine y una barra de labios. Puede que su matrimonio acabara de empezar, pero ella ya había decidido no ser una carga para él. Había demasiada gente que llamaba a Mac con problemas. Demasiados que esperaban que Mac saliera corriendo para rescatarlos de cualquier situación difícil y a Kelly le dolía pensar que ella pudiera ser igual que los demás. Recordó que Mac no se quejó cuando ella rompió las dos cintas de vídeo y el ratón del ordenador. Era tan considerado y amable con ella que estaba empezando a volverla loca.

Pero Kelly seguía luchando por encontrar un lugar en la vida de él. Un lugar que no molestara, que no interfiriera en su vida. No lo había conseguido todavía y también sabía que a Mac no le gustaba demasiado ella. Se daba cuenta perfectamente de que Mac se sentía incómodo con sus impulsivas muestras de cariño, pero se empezaba a acostumbrar. ¡Ese condenado necesitaba más abrazos! Necesitaba a alguien al que poder manifestar sus pensamientos. Alguien, ¡por el amor de Dios!, que no estuviera siempre pidiendo o esperando algo de él.

Nunca jamás había conocido a un hombre más necesitado de amor o que tuviera más cualidades para ser amado, se decía Kelly, negando el hecho de estar enamorándose de él. Mac nunca tenía que saber que esos gestos cariñosos la ponían cada vez más nerviosa. De manera que tenía que descubrir cómo no alterarse tanto para hacer, así, más llevadera la relación para él… Sus pensamientos de repente se detuvieron al ver la casa.

– ¿Qué pasa? -preguntó a Benz.

– Nada, ¿por qué?

– La casa está toda iluminada como si fuera un árbol de Navidad y veo que la puerta está entreabierta. Es muy extraño, sabiendo la importancia que da Mac a la seguridad.

– Habrá alguna buena razón para que Martha la haya dejado así. Quizá haya salido hace poco, pensando que estábamos a punto de volver. Puede que Mac todavía no está en casa y no querrá que entre a oscuras. Ella sabe lo difícil que le resulta a usted el manejo de los aparatos eléctricos.

– De acuerdo, de acuerdo. No te creo, pero está claro que no voy a obtener de ti una respuesta. Ya hablaremos mañana.

Kelly salió del coche y le hizo un gesto de despedida desde la puerta. Acababa de entrar en la cocina cuando un coro femenino de voces gritó.

– ¡Sorpresa!

La agarraron por detrás y pensó que no podía ser nada malo, cuando Benz estaba hacía unos momentos tan contento. De repente aparecieron delante de ella varias caras conocidas con una bañera de bebé en las manos. Estaban su amiga Mollie, Kate, Renee, Chloe, la hermana de Mac, vestida con un traje púrpura que realzaba increíblemente sus ojos violetas. También estaba Amanda Corbain, que trabajaba en marketing con Jack, el primo de Mac. Marie, la tía de Mac, cuyo papel en la familia era tan importante como el de Kate en la suya.

Kelly, ruborizada y sin poder evitar reírse, trató de expresar las gracias mientras el grupo se acercaba. Las dos horas siguientes fueron un torbellino. La familia Fortune nunca hacía las cosas a medias y habían encargado un espectacular banquete con un helado en forma de oso. También habían traído otros regalos: una cuna, una mecedora, un cochecito, un asiento de bebé para el coche y toda clase de juguetes, desde sonajeros de plata hasta un osito blanco de peluche. Después llegaron los regalos para la futura madre: un vale para ir un día a la sauna, cremas para prevenir las estrías o lencería para cuando volviera a adelgazar.

Kelly se sentía tan emocionada, que estuvo a punto de ponerse a llorar varias veces. Cuando se terminaron de abrir todos los regalos, la casa parecía el lugar de una batalla, con envoltorios y cajas por todas partes, platos amontonados en las mesillas de café y alguna que otra mancha de champán y café derramado por el suelo. Finalmente, todas se sentaron con un refresco en la mano y se pusieron tranquilamente a hablar.

– No sé cómo daros las gracias a todas. No esperaba algo así -dijo Kelly emocionada.

– Tonterías, cariño. Ahora somos tu familia -contestó Rate, con los ojos llenos de ternura-. Hablamos con Mac primero para preguntarle qué colores preferías para la habitación del bebé…

– Nos puso al corriente de tu gusto por los ositos de peluche -dijo Amanda.

– Yo pensé en la lencería -añadió Marie, otra de las tías de Mac-. Vosotras, las chicas jóvenes, vestís demasiado con vaqueros. Sé que me estoy haciendo mayor, pero creo que vuestra generación no sabe cómo mantener un matrimonio unido. Un poco de encaje negro y la luz de una vela no pueden hacer daño a nadie.

– Ya sabemos por qué Stuart nunca se ha perdido en todos estos años, ¿eh, Marie?-gritaron varias mujeres a un tiempo.

– No, estáis equivocadas. Stuart no se ha perdido en todos estos años porque sabe perfectamente que si lo hace lo mato -contestó la mujer.

En medio de las risas, Kelly vio que Mollie se ponía de repente pálida y salía del salón. Preocupada, Kelly se levantó para seguirla, pero en ese momento la hermana de Mac hizo un gesto con la mano para que todos la escucharan.

– Ya que estamos hablando de sexo y de lo que hace falta para mantener unido un matrimonio, me parece el momento adecuado para deciros algo. Para no convertir nuestra relación en el compromiso más largo de la historia, Mason y yo hemos decidido establecer una fecha y nuestra boda será en noviembre.

Todo el grupo la felicitó, pero Kelly no pudo evitar darse cuenta de que todos estaban más contentos que Chloe misma.

– Por qué habéis decidido de repente la fecha?

– No lo sé. Creo que ya es hora. Si seguimos así vamos a estar comprometidos toda la vida.

– Que sería mejor si no estás segura -añadió Kate.

– Claro que estoy segura. Estoy enamorada de él desde el primer día que lo vi. Sólo que Mason en algunas cosas es… dificil de atrapar. Un hombre típico, ¿no? -las palabras de Chloe parecían alegres, pero el tono repentinamente serio hizo que todas se quedaran silenciosas, como si adivinaran que había un problema que no quería decir-. Y eso es todo. Volvamos a Kelly. Quiero saber cómo consigue mantener el matrimonio con mi hermano mayor. ¿Se quita o no se quita esas camisas almidonadas cuando apaga la luz?

– Chloe, creo que no hace falta ser tan descarada -dijo Marie.

– Oh, vamos. Todas os estáis preguntando lo mismo. Todos sabemos lo del bebé, Kel, pero tiene que haber algo más. Mac ha sido siempre alérgico al matrimonio. Nunca ha dejado que una mujer se le acerque demasiado. Es más, ni siquiera ha dejado que la familia se acercara mucho a él. Ninguno de nosotros hemos conseguido nunca que sea más expresivo, que hable un poco más de su vida privada.

– Como su primo Jack -dijo Amanda, enfadada-. Trabajo todos los días con él y no consigo hacerle hablar sobre algo personal.

– Eso es diferente. Jack se hizo así de reservado después de su divorcio. Mac, en cambio, nunca ha tenido una relación traumática con nadie. Por lo menos es lo que ha dicho a la familia, incluso a mí

– Chloe se giró para mirar a Kelly-. Todos lo queremos, Kel. Puede que a veces nos entrometamos en su vida un poco, pero es porque queremos verlo feliz. Queremos que sea feliz contigo. No te preguntaríamos esto si no nos importarais.

Podían ser contratados como un equipo de la inquisición, pensó Kelly. Durante otra hora más hicieron algunas preguntas molestas e incluso le dieron consejos de cómo tratarlo, pero nadie hacía ademán de marcharse. Kelly se escapó al baño unos segundos, pero al ir a la cocina se encontró a Mollie, que estaba limpiando todo.

– ¿Qué haces? Kate ha dicho que el restaurante que ha traído la comida vendrá por la mañana a limpiar todo.

– Ya me conoces, no puedo estar sentada -dijo Mollie con una mueca.

Kelly observó a su amiga.

– Sí, te conozco. Y por la manera en que has desaparecido, temía que te pasara algo o estuvieras enferma.

– No, estoy bien.

Kelly se sirvió un vaso de leche como excusa para quedarse un rato más. Mac y su nuevo estado estaban dominando su vida, pero no podía olvidarse de su amiga. Esta no parecía estar muy bien. Su piel, normalmente sonrosada y vibrante, aparecía pálida. Se llevaban cinco años de diferencia, pero habían crecido prácticamente juntas, hijas ambas de madres solteras. Además, la madre de Mollie tenía una floristería y estaba mucho fuera de casa, de manera que Kelly tenía que cuidar a menudo a Mol, o simplemente ir de vez en cuando a su casa para que ésta no estuviera sola tanto tiempo.

– Te preocupa algo.

– Sí, hay algo -admitió Mollie, pero luego no dijo nada más-. Es algo personal, Kel. No quiero tener contigo secretos, pero quiero hablar de ello cuando lo tenga claro.

Kelly entendía aquello, pero la elección de su amiga de no hablar podía hacer que el problema se hiciera mayor.

– Está relacionado con que te marcharas en medio de mi boda? No dijiste nada y pensé en ese momento que te pasaba algo. Luego quise convencerme de que estarías muy ocupada…

– Sí, estaba muy ocupada -le aseguró Mollie, evitando los ojos de su amiga-. Pero me marché al recordar que mi madre acababa de morir… De repente pensé que no me verá nunca casarme, tampoco verá que mi negocio va adelante. Tuve un ataque de tristeza, es todo. Luego volví, pero tú y Mac os habíais ido… ¿Qué decían ahí fuera? He oído algunas de las preguntas que te hacían -añadió, cambiando de tema.

– Desde luego no creo que haya ningún tímido en la familia Fortune. Pero me alegra haberlos conocido hoy a todos y sé que han venido porque me quieren.

– Creo que tienes razón. Pero son un poco cotillas, ¿verdad? Sé que no has contestado a ninguna de sus preguntas, pero ahora estamos tú y yo solas aquí. Sé que has estado muy ocupada, pero no me has dicho todavía cómo os lleváis. Quiero decir, ¿lo amas? ¿El te ama? ¿Cómo sentís eso de que vayas a tener un hijo de su hermano?

Más preguntas. Y Kelly quería a su amiga, pero no quería hablar de su relación con Mac a nadie. Sus sentimientos eran demasiado personales y confusos a un tiempo. Y aunque cada vez le daba más miedo enamorarse de él, se daba cuenta de que era la única persona en el universo con el que compartiría su vida. Mac nunca la agobiaba o presionaba con algo. Hubo un tiempo en que pensó que nunca se encontraría cómoda con el gran Mackenzie Fortune, pero estaba portándose con ella de manera extraordinaria. Y sentía que podía ser ella misma junto a él. La única cosa que tenía que vigilar eran aquellos sentimientos que iban creciendo dentro de ella. Lo demás, su manera impulsiva de comportarse, sus fallos y sus manías, eran aceptados completamente por Mac, mucho más de lo que lo aceptaba ella misma.

Se unió de nuevo a la reunión, obligando a Mollie a ir con ella e intentando que se riera y hablara con las demás mujeres. Le informaron de que Mac tenía órdenes de no aparecer temprano para dejarlas a solas.

A las once de la noche se oyó la puerta y Kelly no pudo evitar levantarse y correr a su encuentro. Se dio cuenta de que las mujeres dejaron de hablar, pero ella sólo pensaba en la alegría de verlo. Cuando Mac entró, con los hombros y la cabeza ligeramente húmedos por la nieve, le pareció natural rodearlo con sus brazos.

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