Capítulo Cuatro

Treinta horas más tarde, Kelly se estaba poniendo un top rojo modelo prenatal y considerando la posibilidad de divorciarse. La luna de miel se había acabado en el momento que sonó el teléfono mientras preparaban las galletas la mañana del día anterior. Mac le dijo que se trataba de un tal Gray McGuire, con el que tenía que resolver unos asuntos. Así que veinte minutos después, él se fue destino a Nueva York.

Se sentó en la cama y se puso las medias como pudo. Cada vez le resultaba más difícil debido al tamaño de su barriga. Y lo peor era que tenía prisa. Debería de salir en cinco minutos si quería llegar a tiempo a la clase de ejercicios para el parto. No le importaba tener que ir sola. Sabía que Mac era un hombre muy ocupado y no se había terminado de creer que él quisiera acompañarla.

De pronto oyó el ruido de un motor afuera. Miró por la ventana y vio una furgoneta allí abajo. Luego bajó corriendo al vestíbulo.

– Martha, ¿has visto esa furgoneta que…?

El ama de llaves de Mac ya estaba abriendo la puerta.

– Sí, no se preocupe por nada. El señor Fortune ordenó que trajeran el resto de sus cosas. Pero usted tiene que ir a su clase, así que deje que yo me encargue de todo…

– Pero, ¿qué cosas? -preguntó asombrada Kelly.

Justo en ese momento la mujer abrió la puerta y

Kelly pudo ver su cama allí fuera. El color rosa del mueble contrastaba de un modo curioso con el paisaje nevado.

– ¿Será posible? Pero si eso no va a caber aquí…

– Señora, ahora dese prisa. Benz ya ha caldeado el coche para que se puedan marchar.

– Benz, no me vas a llevar -protestó ella, volviéndose hacia él, que estaba al pie de las escaleras.

– Por supuesto que sí voy a llevarla. El señor Fortune me ordenó que cuidara de usted. Y ahora, debemos marcharnos para que llegue usted a tiempo.

Kelly fue todo el camino algo enfurruñada. Martha y Benz eran una pareja encantadora, pero no paraban de repetir «el señor Fortune ordenó», y esa frase la sacaba de quicio.

– Si este matrimonio sigue adelante, voy a tener que cambiar muchas cosas -murmuró ella con enojo.

– ¿Qué dice, señora?

– Digo que es absurdo que tengas que llevarme a la ciudad con el frío que hace, que no debe ser nada bueno para tu artritis.

– Pero usted no debe sentirse culpable. El señor Fortune ordenó que…

– Ya sé, ya sé.

Kelly comenzó a pensar en que Mac debía de sentirse muy solo con todo el mundo llamándole el señor Fortune. Durante el tiempo que había pasado en la casa, todo el mundo que llamaba preguntaba por el señor Fortune, como esperando que éste hiciera algo por ellos, pero nadie había llamado para decir simplemente: «Hola, Mac».

Claro, que se veía que Martha y Benz le estimaban y seguro que su familia también se preocupaba por él, pero era como si no tuviera ninguna relación verdaderamente íntima.

– Y no hablo de sentarnos a comer galletas, pero podía tomarse al menos unos días de vacaciones.

– ¿Está usted hablando sola?

– No creas que necesito una camisa de fuerza, Benz. Creo que esto es normal en las mujeres embarazadas. Simplemente estaba diciendo que tenemos que conseguir que él cambie su forma de vida.

Benz asintió. Al poco llegaron a la clínica. El aparcó enfrente.

– Esperaré aquí hasta que esté dentro. Cuando termine, no salga. Yo entraré a buscarla.

– A sus órdenes -bromeó Kelly, dándole un pellizco cariñoso en la mejilla.

Cuando salió del coche, recibió una bofetada de frío. Aunque había poca distancia hasta la clínica. La nieve estaba amontonada por todas partes a los lados de las entradas a las casas y de los caminos. Reconoció a varias de las mujeres que entraban en ese momento por la puerta. Habían estado también el primer día. Kelly se sintió invadida de repente por un espíritu de camaradería al ver a todas esas mujeres con las que tenía tanto en común. Todas iban a ser madres por primera vez. Todas estaban gordas como toneles. Y todas vestían ropas holgadas y cómodas para poder hacer los ejercicios con facilidad.

Sin embargo, poco después, Kelly se enteró de que ella era la única que acudía sola a las clases. Todas las demás llevaban algún ayudante. Casi todas iban acompañadas de su marido, aunque también alguna iba con una amiga o hermana. Pero ella lo había elegido así y no se veía pidiéndole a Mac que la acompañara. Al fin y al cabo, ella se había acostado libremente con Chad y no quería que nadie tuviera que pagar por ello.

Luego, cuando se reunió con las otras mujeres, que estaban riendo y charlando alrededor de las esterillas que había en el suelo, Kelly dejó de pensar en todo aquello. Delante de ellas estaba la señora

Riley, que por su entusiasmo parecía tener treinta años en vez de los cincuenta que tenía.

– Muy bien, señoras. Hoy he traído una serie de muñecos para que puedan aprender las técnicas para cambiar pañales, hacer que los niños expulsen tos gases y todas las cosas que necesitan saber para cuidar adecuadamente a los recién nacidos. Después de eso practicaremos los ejercicios de respiración…

De pronto, toda la clase se volvió para ver a la persona que entraba en ese momento. Era Mac. A Kelly casi se le paró el pulso al verlo y no pudo evitar emocionarse. Se dio cuenta de que todas las mujeres miraban su elegante forma de vestir y quizá no sólo eso.

También se sorprendió de que ella comenzaba a verlo como a un hombre y no como al señor Fortune que todo el mundo veía. Podía ver sus ojos cansados y preocuparse de si habría comido y dormido lo suficiente. Además, algo en su forma de andar le confirmaba que efectivamente era un hombre que se sentía solo. Todo el mundo lo admiraba, pero él se sentía solo.

– Lo siento, llego tarde -le susurró al oído.

– Pero no pensé que tú realmente…

– Te dije que vendría.

– Ya, pero como tuviste que ir a Nueva York a resolver ese asunto que parecía tan importante…

– Sí, pero ese asunto puede esperar. Por cierto, ¿qué tal va nuestro bebé?

– Nuestro bebé está bien, pero no sé si puedo decir lo mismo de su madre. No consigo enterarme de cómo se maneja el sistema de seguridad de la casa. Martha y Benz me lo han explicado repetidamente, pero yo ya he hecho saltar la alarma un par de veces…

– No te preocupes. Luego te acompañaré a casa y me aseguraré de que lo entiendes.

Kelly pensó que ella no podría entender nada si él seguía mirándola de esa forma, como si se preocupara realmente de ella, como si ella significara algo para él…

De pronto, la estridente voz de la señora Riley interrumpió sus pensamientos.

– ¿Señorita Sinclair? No me gustaría que se perdiera la clase de hoy…

– Ya no es la señorita Sinclair -dijo Mac, antes de que ella pudiera contestar-. Ahora es la señora Fortune.

– ¿La señora Fortune? -repitió la señora Riley. Y por el gesto que hizo, debió de reconocer el apellido-. Entonces usted es…

– Su marido. Y le pido disculpas por interrumpir la clase.

La señora Riley asintió y comenzó a repartir unos muñecos de tamaño natural para que pudieran practicar con ellos. Les enseñó cómo agarrar a los bebés, cómo sacarles el aire y cómo cambiarles los pañales.

Mac le puso el pañal al muñeco con aparente facilidad, pero cuando lo levantó, el pañal cayó al suelo, con lo que Kelly se echó a reír. El se concentró y repitió la operación como si se tratara de un asunto de negocios. Cuatro intentos después sonrió satisfecho al ver que lo había conseguido. Pero cuando miraron a su alrededor pudieron ver que ya todo el mundo había acabado las prácticas.

Kelly sintió que se estaba enamorando de ese hombre cuando le vio escuchar atentamente lo que decía la señora Riley. Incluso tomó algunas notas. Aparentemente, iba a ser un padre estupendo.

La señora Riley dio la clase por terminada después de que hicieran los ejercicios de respiración y de anunciar que en la próxima clase les pasaría una película con un parto en vivo, así que era conveniente que acudieran todos, tanto las futuras madres, como sus ayudantes.

– No tienes por qué venir si no quieres -le dijo Kelly, mientras se ponían el abrigo y se dirigían a la salida.

– Ya sé que no quieres tener un ayudante durante el parto, pero si no te importa, preferiría venir a las clases que quedan. Como ya te dije, no sé nada acerca de los bebés. Es cierto que tengo varios sobrinos, pero ya conoces a las mujeres de mi familia. No dejan que los hombres se acerquen a los niños.

Salieron a la calle y él, al ver el suelo resbaladizo, le pasó el brazo por detrás de los hombros.

Ella sintió el aire frío contra su rostro, pero se sentía protegida yendo al lado de Mac.

– Ya veo que allí está tu coche, así que imagino que contactaste con Benz.

– Sí, lo llamé al teléfono del coche y le dije que yo vendría a buscarte.

– ¿Has cenado?

– Comeré algo cuando lleguemos a casa.

– Podemos ir a un sitio estupendo que hay aquí cerca -propuso Kelly, pensando que él debía de estar desfallecido después del viaje y la clase. Era probable que incluso tampoco hubiera comido.

– No te preocupes, Kel, estoy bien. Y sé que tú estarás cansada.

Era cierto, lo que era normal debido a su estado, pero quería hacer algo por Mac, aunque sólo fuera Conseguir que cenase cuanto antes.

– Pero, Mac, es que yo también estoy hambrienta.

– Bueno, pues haberlo dicho antes -dijo él, acelerando el paso.

Algo menos de veinte minutos después, estaban sentados frente a un enorme plato de lasaña. Estaban solos en el pequeño restaurante especializado en comida casera. Cenaron tranquilamente mientras oían cantar al cocinero.

Cuando llegó el postre de Kelly, Mac se quedó asombrado mirándolo. Se trataba de un pastel de merengue y limón con pepinillos.

– Me parece que vas a tener pesadillas esta noche.

– Al niño le encantan los pepinillos -replicó ella.

– ¿Y le da igual que te los comas acompañados de un pastel de merengue y limón?

– Bueno, yo preferiría comerlos con un buen helado, pero es que no tenían. ¿Seguro que no quieres probarlo?

– Quizá después, por ahora prefiero disfrutar viendo lo bien que estás comiendo. Creo que ese postre es uno de esos típicos antojos de las embarazadas.

– Yo creía que lo de los antojos era un cuento, pero desde que me apetecieron pepinillos una noche a las dos de la mañana, sé que es cierto. Ya sé que suena a tópico, pero es que yo odiaba los pepinillos antes de estar embarazada.

– Pues nadie lo diría…

– La verdad es que me tomo muy en serio la alimentación. Como mi madre decía, si a una mujer embarazada se le antoja algún alimento, seguramente es porque el niño lo necesita.

– Creo que estás tratando de justificar el haberte hecho adicta a los pepinillos.

– Podría ser peor -replicó ella, con una sonrisa-. A una de las mujeres de la clase le ha dado por los caracoles.

– ¡Oh, Dios! Esperemos que no te dé a ti por nada parecido.

No tardaron en marcharse una vez acabaron de comer. Mientras volvían al coche, él iba riéndose y ella estaba encantada. Nunca le había oído reírse de ese modo. El parecía estar siempre tan preocupado con sus responsabilidades que no se permitía bromear. Así que ella estaba orgullosa de haber conseguido que se relajara.

Ya en el coche, él se puso serio. Pero ya no existía la tirantez de antes en su relación.

– Durante la clase escuché a varias mujeres hablando de que debían de tener cuidado con la tensión y con el nivel de azúcar mientras estuvieran embarazadas…

– No te preocupes, yo no tengo ese tipo de problemas. Con lo único que tengo que controlarme es con la comida, ya que tengo un apetito insaciable. Además, según parece los problemas en el embarazo suelen ser hereditarios y mi madre tuvo un parto muy fácil. Así que es probable que yo también lo tenga.

– No quiero ser indiscreto, pero ¿tenía tu madre también las caderas estrechas?

– No sé si las caderas serían estrechas, pero sí que era una mujer delgada, pero ya te he dicho que no tienes que preocuparte por mis caderas…

Iban con la calefacción puesta y ya habían salido a la carretera, por lo que los rodeaba la oscuridad. Ella se sentía bien y comenzó a hablarle de su infancia. El barrio donde ella había crecido era como un mundo diferente para Mac.

– Nunca hice un secreto del hecho de ser hija ilegitima. Nunca conocí a mi padre. El abandonó a mi madre en el momento que ella le dijo que estaba embarazada. El se lo perdió. Porque por lo que puedo recordar, mi madre era una persona increíble. A pesar de las dificultades económicas, recuerdo que ella me quería muchísimo.

– La echas de menos…

Kelly asintió.

– Sí, pero ahora me consuelo recordándola. Al principio, después deque ella muriese, yo también quería morirme. Por cierto, tú también perdiste a tu madre…

– Así es. Y por eso sé a lo que te refieres. Después de que se muriera sentí una pena horrible, pero ahora siento como si ella formara parte de mí cuando la recuerdo. Lo que siento es que Chad y Chloe no pudieran haber vivido lo que yo viví con ella en esos años.

Al oírlo hablar de Chad, Kelly recordó que había querido hablar antes de él con su hermano, pero no se había atrevido. Quizá, ese momento fuera apropiado para hacerlo.

– Recuerdo que de adolescente, mi madre me prohibió maquillarme. La pobre tenía miedo de que me quedara embarazada antes de casarme como le había pasado a ella.

– Pero, Kelly, ése es uno de los errores típicos de todo el mundo. Eso siempre ha pasado. Errar es humano.

– Ya lo sé, pero… -se quedó pensativa-. Mac, cuando me pediste que me casara contigo, te conté todo lo que había pasado con Chad. Y te dije que yo ya no quería casarme con él, pero no sé si tú me creíste…

– Creo que mi hermano te hizo daño. Pero no me importa lo que sientas o sintieras por él. Desde que te atacaron en ese aparcamiento, todas las circunstancias cambiaron.

– Así es. Pero lo que quiero decirte es que no hubo ningún culpable. Yo era muy inexperta con los hombres y Chad no tuvo ninguna culpa. Fui yo quien malinterpretó sus intenciones. El me había dicho en repetidas ocasiones que no quería saber nada de hijos, así que es normal que me abandonara. Además, lo nuestro no habría funcionado. Y sé que él no quiso hacerme daño. Lo único que sucedió es que ambos queríamos cosas distintas de nuestra relación.

Cuando llegaron a la casa, él se bajó y dio la vuelta para abrirle la puerta a ella. En otros tiempos ella abría abierto la puerta por sí misma, pero actualmente tardaba algo más en desabrocharse el cinturón y en maniobrar con esa barriga.

Como él no había dicho nada acerca de lo de Chad, Kelly pensó que no quería hablar de él o que simplemente no estaba interesado en el tema, pero después de abrirle la puerta y de ayudarla a bajar fue él quien volvió a hablar de su hermano.

– Kelly, sabes que él volverá a casa…

– Sí.

– No sé qué es lo que sentirás al verlo de nuevo, pero me dijiste que estabas preocupada por mi relación con Chad. Lo que te quiero decir es que no tienes por qué preocuparte. Yo no voy a sentirme incómodo. Para mí está todo claro. Tuvisteis una relación sentimental y él te abandonó. Sé que te hirió. El es mi hermano y lo quiero, pero lo que te hizo no estuvo bien.

– No quiero que te enfades con él por mi culpa…

– Pues vas a tener que aguantarte, porque pienso darle un buen escarmiento.

– Mac, no has escuchado nada de lo que te he dicho. Te digo que él no tiene la culpa de nada. Lo único que pasó es que yo fui una tonta.

– No te preocupes, no voy a matarlo, sólo voy a darle una buena paliza.

Ella no pudo contenerse y le pasó las manos por detrás del cuello. No sabía exactamente por qué, pero sintió unas ganas irresistibles de que la besara. No sabía si sería por el recuerdo de su imagen sudorosa intentando poner el pañal al muñeco o por el hecho de que él fuera un caballero pasado de moda que creía todavía en el honor, pero lo cierto era que quería que la besara.

El se quedó quieto como una piedra. Kelly pensó que él era demasiado educado para rechazarla y que lo mejor sería no moverse.

De pronto, ella pensó en la humillación que suponía el que Mac descubriera que se sentía atraída por él. Hasta ese momento, ella no había dado ninguna muestra de ello. Sólo había demostrado afecto por él.

Luego, ya no tuvo nada que temer porque él comenzó a besarla. Al comienzo, sus labios le parecieron fríos, pero pronto la hicieron entrar en calor. La hizo sentirse como no se había sentido nunca antes de que él la besara.

Luego sintió sus manos alrededor de su cintura. Pensó que quizá quisiera apartarla, pero cuando la abrazó igual que ella le estaba abrazando a él, se dio cuenta de que no era así.

Ella presentía que él se sentía solo, pero lo que no podía pensar era que estaba tan solo. Cerró los ojos y lo besó a su vez, con el corazón latiéndole a toda velocidad. Sintió la necesidad de ayudar a ese hombre que, en teoría, no necesitaba ninguna ayuda.

Y es que ella nunca se hubiera imaginado que él pudiera necesitarla, pero. a partir de ese momento podía estar segura de que así era.

La fría noche se transformó en un entorno de ensueño, mientras él la volvía a besar, haciendo que sus lenguas se enredaran y que se despertara en ella una pasión desconocida hasta ese momento.

Ella llevaba tanta ropa que él no pudo tocarla más íntimamente, pero sus pechos se habían endurecido y sentía un enorme calor en lo más íntimo de ella. Lo agarró más fuerte del cuello, deseando que él nunca parase de besarla. Deseando que ese momento nunca terminara.

De pronto, el niño dio una fuerte patada. Tan fuerte que ella despertó de ese mágico ensueño y sonrió. El también se dio cuenta de que el niño se había movido.

– ¿Qué ha sido eso, ha sido el niño?

– Sí -asintió ella, mientras seguía sonriendo.

Mac sonrió a su vez, pero sólo por un instante. Pronto se le heló el gesto.

– ¿Qué diablos estamos haciendo, Kelly?

– ¿Besuquearnos en el porche como un par de adolescentes?

– Como un par de inconscientes, querrás decir. Con este frío y en tu estado… Y no sólo eso, la verdad es que no sé en que estaba pensando, Kel.

– No te preocupes, Mac. No tienes que disculparte -dijo ella con tono amable.

– Eso no es tan fácil.

– Mira, ninguno de los dos sabía lo que estaba haciendo. Eso es todo. Fue un simple impulso. Los dos nos sentimos necesitados de cariño por un momento. ¿Te parece eso un crimen?

– Por supuesto que no, pero…

– Además, fui yo la que empezó. Aunque no quise hacerte sentir incómodo. Pero es que yo crecí rodeada de cariño. Mi madre siempre decía que no debería de pasar un solo día sin que alguien te abrazase y yo aprendí a saber sacar el afecto que todos llevamos dentro. Pero ya me doy cuenta de que tú no eres así. De modo que prometo tener más cuidado en el futuro. Intentaré no tocarte, si eso te incómoda…

– Eso no me incómoda, Kelly -aseguró él con voz dulce-. Nada de lo que tú hagas podría incomodarme.

El iba a decir algo más, pero ella lo interrumpió.

– Muy bien, eso me consuela. Además, como tú dices, somos nosotros los que debemos fijar las reglas de nuestra convivencia. Si hablamos las cosas, no tendremos ningún problema. Y ahora, lo que me apetece es subir a darme un baño y acostarme. Estoy agotada.

Luego entraron a la casa. Y ella trató de mantener una conversación casual. Le agradeció que la hubiera acompañado a la clase, le preguntó por el viaje y por el estado de sus negocios. El contestó brevemente a sus preguntas.

Finalmente Kelly se despidió y comenzó a subir la escalera. Notó perfectamente que Mac la miraba y no pudo evitar sentir cierto nerviosismo. No consiguió relajarse hasta llegar a su cuarto y saber que él ya no la veía.

Mac no la deseaba. Lo sabía desde el primer día y ella nunca intentaría seducirlo. Tampoco quería que él descubriera la atracción que ejercía sobre ella. Aún así, se negó a lamentar aquel último beso.

Mac había sido muy bueno con ella y ella necesitaba darle algo a cambio, pero nunca sexo o algo que le violentara. Kelly opinaba que Mac necesitaba descargarse de las obligaciones que nunca dejaba, que necesitaba reírse, divertirse un poco. Estar con alguien que no lo llamara señor Fortune todo el tiempo.

No le vendría mal recibir de vez en cuando un beso.

Y mientras ella no cometiera la estupidez de enamorarse de él, no habría ningún peligro.

Загрузка...