Capítulo Dos

– ¿Cuánto falta?

– Como siete kilómetros -contestó Mac, tocándose la mandíbula-. Más o menos medio kilómetro menos de la última vez que me preguntaste. ¿Te pasa algo?

Era una pregunta graciosa, pensó Kelly. Se acababa de casar con un desconocido y el beso que había sellado su estado la había dejado conmocionada. La tormenta de nieve no cesaba y el viento era tan fuerte que los limpia parabrisas del elegante Mercedes de Mac apenas funcionaban. Habían salido de la autopista poco antes y no se habían encontrado ningún coche desde entonces. Tampoco edificios o luces, ni ninguna señal de que alguien pudiera ayudarlos en caso de urgencia… si acaso encontraran algo abierto aquella noche de Año Nuevo.

Por supuesto que les pasaría algo, pensó Kelly, aunque lo que pudiera acontecerles no era nada comparado con el problema que rondaba a Kelly continuamente.

– Cuánto tiempo sueles tardar desde la empresa?

– Unos quince minutos. Veinte como mucho, pero con esta nieve no puedo ir a más velocidad.

– Lo sé, Mac, no quise parecer impaciente.

– ¿No tendrás frío, verdad? Si quieres, puedo subir la calefacción…

– No, estoy bien.

De todas formas, él la subió.

– Si estás cansada, puedes echar el asiento hacia atrás…

Ella se sintió halagada por las molestias que él se estaba tomando. Y debido a su comentario, le vino a la cabeza de nuevo la emoción que le había embargado cuando él la besó. Aunque el hecho de que en ese momento se encontrara exhausta seguro que no tenía que ver en absoluto con ese beso. Lo más probable era que se debiera a algún desarreglo hormonal típico de su estado. Después de siete meses de embarazo, Kelly sabía que las mujeres embarazadas eran mucho más sensibles a todo.

– Estoy bien -mintió-, además este coche es muy cómodo.

Mac la miró, sin creerla. Luego volvió la vista de nuevo a la carretera. Ella apenas veía su cara en la semipenumbra del coche, pero pudo vislumbrar su perfil de patricio y ver el brillo de sus ojos oscuros. Pero no sabía en qué estaría él pensando. Si en la boda, en el tiempo que hacía o en cualquier otra cosa. Pero, por el tono de su voz, Kelly se había dado cuenta de que él estaba esforzándose por aparentar que estaba tranquilo.

– Si te preocupa el mal tiempo, puedes tranquilizarte. Porque estoy acostumbrado a conducir en estas condiciones. Te aseguro que llegaremos a casa sin problemas.

– Me alegra oír eso.

Pero Mac vio que ella seguía removiéndose en su asiento, y se dio cuenta de que no estaba todavía relajada del todo.

– Kelly… ya sé que estás preocupada, y más después de este día tan ajetreado, pero debes saber que si confiamos el uno en el otro, no tendremos ningún problema. Ambos queremos lo mismo, y si nos tomamos la situación con calma, todo irá bien, ¿de acuerdo?

Kelly contuvo un suspiro. Se daba cuenta de que Mac estaba siendo muy considerado con ella y que estaba tratando de consolarla, y lo cierto era que lo estaba haciendo muy bien.

Durante la ceremonia, la había salvado de todas las personas que querían saber demasiado. Había una serie de preguntas que flotaban en el ambiente: ¿Qué clase de relación era la que mantenían ella y Mac? ¿Se conocían los dos lo suficiente? ¿Sabía Chad que se iban a casar?

Ella no quería entrar en detalles, y cada vez que alguien la interrogaba, allí aparecía Mac presto a salvarla.

Kelly había estado locamente enamorada de Chad, pero después de que se acostaran, se dio cuenta de que él sólo buscaba seducirla. Luego, se había enterado de que él ya había estado envuelto en un asunto de una muchacha que lo acusaba de ser el padre de su hijo, así que cuando ella con- firmó que estaba embarazada ya sabía que él no se casaría nunca con ella. Y eso ya no la importaba, pero tampoco quería contárselo a nadie.

Así que estaba muy agradecida a Mac por haberse mostrado tan protector con ella durante la boda. Pero en ese momento, en el que ya estaban ellos dos solos, no se sentía cómoda con la actitud de él. Además, él era un hombre muy atractivo, y eso hacía las cosas más difíciles. Cada vez que le hablaba con esa voz de barítono, conseguía que le temblaran los pies.

Kelly se removió en su asiento de nuevo.

– Creo que en estas condiciones el uso del cinturón es imprescindible. Pero también sé que no están pensados para mujeres embarazadas, así que si te sientes incómoda…

Por lo que parecía, Mac se había dado cuenta de que algo no marchaba bien, y no iba a parar hasta conseguir que ella confesara cuál era el problema.

– Mac, es cierto que estoy incómoda, pero no se debe ni al cinturón, ni a la boda, ni al tiempo. Es sólo que necesito ir al baño.

– ¡Oh! ¿Justo ahora? Creo que no tardaremos más de veinte minutos en llegar a casa…

– Me doy cuenta de que nunca has estado embarazado de siete meses, pero te puedo asegurar que dentro de veinte minutos estaré completamente desesperada, así que eso no resuelve el problema.

– De acuerdo. No te preocupes, en pocos minutos, pararemos en una gasolinera. Aunque no creo que haya muchas abiertas, ya que es Nochevieja. Además, me temo que…

– Mac.

– ¿Qué?

– Para donde puedas.

– ¿Que me pare donde pueda? ¿Es que no te das cuenta de que estamos en medio de una ventisca de nieve y de que hace un frío infernal?

Kelly se sintió conmovida por la reacción de su marido. Nunca lo había visto tan aturdido.

– Bueno, ya sé que debería habértelo dicho antes, pero ahora ya es tarde. Y necesito bajar del coche inmediatamente.

El paró el coche a un lado de la carretera.

– Si necesitas…

– No te preocupes, desde el cuarto mes de embarazo, siempre llevo toallas de papel conmigo.

El viento soplaba con una fuerza endemoniada haciendo que la nieve se metiera por todas partes. Kelly pensó que era un modo extraño de comenzar un matrimonio. Cuando volvió al coche, con los pies y el pelo empapados, y con nieve en las pestañas y en la nariz, Mac no pudo evitar una sonrisa divertida.

– Creo que durante los dos próximos meses será mejor que no te metas en medio de más ventiscas.

Kelly se rió entre dientes. Se sorprendió al darse cuenta de que Mac tenía sentido del humor. De modo que pensó que le había juzgado prematuramente. Lo cierto era que pensaba que se trataba de un hombre serio y formal debido al tono de las conversaciones que habían mantenido durante las últimas dos semanas. Pero en ese momento se daba cuenta de que el tono no podía haber sido otro, ya que se trataba de un asunto grave. Tampoco le había visto bromear en el trabajo, pero en esa clase de negocios no había lugar para el sentido del humor.

Así que Kelly sabía poco de cómo era Mac realmente. Desconocía cuales sería sus sueños y sus inquietudes. Tampoco sabía con qué tipo de mujeres acostumbraba él a salir, pero dudaba que se parecieran a ella.

Antes de que se diera cuenta, estaban enfrente de una verja de hierro, y Mac estaba accionando el botón que abría la puerta con un mecanismo electrónico.

– Tendré que enseñarte un montón de cosas, como el funcionamiento del sistema de seguridad, pero ya tendremos tiempo para eso mañana. Imagino que ahora lo único que querrás será descansar. Pero lo que sí quiero que sepas es que aquí estarás segura, Kel.

– Lo sé -eso era de lo único que podía estar segura. Con Mac a su alrededor se sentiría segura incluso si un león la atacara. Aunque también había descubierto que una cosa era que se sintiera a salvo de cualquier criminal, mientras estuviera con Mac, y otra cosa era que se sintiera a salvo de él.

El camino privado estaba rodeado de pinos cubiertos de nieve, al igual que el suelo, en el que no se podía ver ninguna pisada, dando el aspecto al terreno de estar deshabitado. Pronto llegaron frente a la casa.

Kelly sintió una patada del bebé, y se echó las manos a la un modo instintivo. Pudo reconocer la casa incluso en medio de la oscuridad.

Mac la había llevado allí unos días antes para que decidiera si podría vivir allí. Era como si él hubiera querido darle una última oportunidad de echarse atrás con lo de la boda. Pero, a decir verdad, sabía que esa oportunidad no había existido, ya que ella, desde el ataque en el aparcamiento, estaba petrificada por el miedo. Lo único que quería era proteger a su bebé. Eso era lo único que importaba. Así que esas dos últimas semanas habían transcurrido a toda velocidad, sin que ella pudiera pararse a pensar lo que iban a significar todos esos cambios en su vida.

Pero al ver la casa, de pronto, la situación se había hecho más real.

Había luces en la casa. La nieve parecía enrollarse alrededor de las luces del porche y en las ventanas se veían algunas lámparas encendidas, como dándoles la bienvenida. Kelly recordó la primera vez que vio la casa de Kate Fortune. Ella había crecido en un lugar humilde con una madre soltera y el lujo de esa mansión la había deslumbrado. Los numerosos objetos de arte, los paisajes, las alfombras y todo ese lujo que nunca había podido ver ella antes, sino en las películas. Kelly recordó qué fácil era sentir un ataque de codicia al ver todas esas posesiones, pero el trabajar con Kate había hecho que se acostumbrara al lujo. Había descubierto lo que significaba vivir en un verdadero museo.

Aunque la casa de Mac no parecía ningún museo. Era una casa de piedra con un porche formado por arcos, y su tamaño era enorme. Sobre todo, si se comparaba con el apartamento en el que vivía ella. Pero ese edificio tenía cierta personalidad y no parecía un sitio sin alma. Daba la impresión de que alguien vivía allí. A ello contribuían el humo que salía de la chimenea, y también la entrada de la casa, de la que alguien había apartado la nieve, dejando olvidada la pala en el porche.

Sólo pudo echar un breve vistazo a la fachada de la casa, ya que Mac metió el coche en el garaje rápidamente. Allí estaba aparcado un jeep. Kelly se sorprendió, ya que no se imaginaba a Mac montado en él. Siempre lo había visto trajeado como para salir en la portada de una revista de negocios.

– ¿Es tuyo ese jeep?

– Sí -respondió Mac, bajándose del coche. Kelly no se había dado cuenta hasta ese momento del aspecto de cansancio que tenía él. Había conducido un largo trecho, por no hablar del resto del día…

– Vamos dentro, Kelly. No hay nadie. No me acuerdo si el otro día conociste a Benz y a Martha. Ellos viven al otro extremo de la finca y se encargan de llevar la propiedad. Ya les he advertido que vendré a menudo. No quiero que estés aquí sola, mientras yo esté trabajando. Especialmente, estando tu embarazo ya tan avanzado. Pero pensé que los primeros días preferirías adaptarte a la casa sin que hubiera mucha gente a tu alrededor. Si no recuerdas bien la distribución, te diré que esas puertas son las de la cocina. Entra y ponte cómoda, yo enseguida estoy contigo… quiero revisar unas cosas antes. La casa tiene un generador, por si hay problemas con la electricidad, y temo que con la tormenta podríamos quedarnos dos días… colgados.

– ¿Colgados?

A Kelly no le parecía esa expresión muy normal para Mac, pero él volvió a sonreírle de ese modo tan maravilloso.

– Sí, no sé dónde tengo la cabeza. Estoy diciendo tonterías sobre lo primero que se me ocurre, cuando debería recordar que hay cosas más importantes. El cuarto de baño está en la primera planta, a la izquierda.

Por un segundo, ambos compartieron una sonrisa. Una sonrisa verdadera. Por un instante, ella olvidó que él era un hombre atractivo, olvidó que era el poderoso Mac Fortune, olvidó que él se había encargado de la responsabilidad de cuidar a una mujer que su hermano había dejado embarazada. En ese momento, Mac fue simplemente… un hombre. Un hombre con cabello oscuro y una sombra de barba incipiente. Un hombre con una sonrisa que suavizaba aquellos ojos verdes tremendamente fríos. Un hombre al que tenía interés en conocer por ella misma, no por una imposición externa.

Pero él tenía que revisar aquel generador, así que ella entró rápidamente en la cocina. Después de quitarse el abrigo y dejarlo sobre una silla, se quitó los zapatos y se dirigió al cuarto de baño adyacente.

Cuando se lavó las manos, se miró al espejo e inmediatamente pensó en la posibilidad de esconderse allí… durante las dos semanas siguientes. Claro que había tenido peor aspecto alguna vez, aunque no recordaba cuándo. Su pelo fino estaba despeinado, su maquillaje se había borrado y su traje de satén resultaba ridículo sobre su vientre del tamaño de un balón. La novia de Frankestein seguramente era más guapa… Aunque Kelly sabía que el físico era lo de menos en ese momento. Mac no tenía motivos para importarle lo que pareciera.

Era sólo que temía enfrentarse a su marido. Y eso que no había razones para preocuparse por la posibilidad de que pudieran mantener relaciones íntimas. Incluso aunque ella no estuviera embarazada de siete meses, no imaginaba ser el tipo de mujer que pudiera atraer a Mac. Además, ellos se habían casado porque no había otro remedio, pero no iban a acostarse juntos ni tenían por qué sentirse incómodos al respecto. Sin embargo, para una novia recién casada lo normal sería abandonarse en los brazos de su amante y Kelly no sabía qué hacer o qué decir, ni siquiera cómo empezar a vivir con él.

El hecho de posponerlo, además, no iba a hacer que el problema se solucionara solo, de manera que después de cepillarse el cabello salió. En seguida notó que la puerta trasera estaba cerrada y las luces del porche apagadas. También que su abrigo había desaparecido, así que Mac debía de haberlo colgado en algún sitio.

Se quedó en la cocina, tratando de recordar la distribución de la planta de abajo. El lado este de la casa albergaba la cocina, un gran salón con confortables sillones al lado de las ventanas y la biblioteca-estudio, con una chimenea y estanterías que llegaban al techo. En esta última habitación había también una alfombra oriental de colorido brillante. Había esperado encontrar allí a Mac, ya que parecía una habitación privada, pero no fue así.

Al otro lado del vestíbulo estaba la escalera que conducía a la planta de arriba. Luego estaba la parte oeste de la casa, que no recordaba. Pero no le hizo falta porque encontró en seguida a Mac en el enorme salón. Ya desde la entrada, no pudo evitar ponerse nerviosa de nuevo.

La habitación era maravillosa. El techo y las paredes estaban cubiertas por paneles de madera. El arco enorme de una chimenea de piedra llegaba casi hasta el techo y era lo suficientemente grande como para asar en ella un oso. Ninguno de los muebles era especialmente moderno. Eran fríos y escogidos, evidentemente, por un hombre: sillas enormes, dos grandes sofás y antigüedades con cierto sabor al Oeste. Finalmente, el tapizado de color verde oscuro de los sillones parecía resaltar la madera de los paneles. Era un lugar perfecto, por lo menos para un hombre, excepto por las maletas y las cajas que se apilaban por todas partes.

Mac se había quitado la chaqueta del frac y se había desabrochado los botones superiores de la camisa. Al entrar ella, estaba agachado en el suelo, encendiendo la chimenea. Había conseguido ya encender algunas llamas que llenaron la sala de olor a pino.

Mac se levantó con una sonrisa en los labios.

– Me estaba empezando a preguntar si te habías perdido.

– Será mejor que te diga cuanto antes que tengo el sentido de la orientación de un murciélago sordo. Me puedo perder en una habitación con una sola puerta. Por cierto, tienes una casa preciosa, Mac.

– Ahora también es tu casa -contestó él, acercándose a un grupo de maletas apiladas-. Mandé traer tu ropa esta tarde, pero no dije nada acerca de los muebles. Creo que podríamos ir a tu apartamento dentro de unos días para que elijas lo que quieras traer…

– Los muebles que tengo son pequeños, no creo que queden bien aquí.

– Encontraremos sitio para ellos. O puedes traer sólo algunas cosas. Y desde luego, si quieres cambiar o redecorar algo, sólo tienes que decirlo. Como te decía, no sabía si traerlo todo aquí o dejarlo para que lo trajeras tú. Por otro lado, no sé dónde quieres dormir. ¿Recuerdas la planta de arriba?

– Si te soy sincera, no -aunque sí recordaba el dormitorio principal.

Que era el dormitorio de Mac. Pero había estado tan nerviosa todo el día que no había puesto mucha atención en el resto de la planta.

– Bien…, arriba hay cinco habitaciones libres. Me imaginaba que elegirías dos, una para el niño y otra para ti, ¿qué me dices? Pero antes quería preguntarte a ti. También he pensado que, como estarías muy cansada de todo el día, hoy te acostarías en cualquier cama y mañana o cualquier otro día puedes elegir.

– Me parece bien. Hoy me da igual acostarme en un sitio o en otro.

Kelly pensó que todo parecía como si fuera un sueño. Luego miró de nuevo sus maletas y pensó que parecían las de una huérfana que va de visita. Al lado de ellas, había una mesa pequeña con dos vasos. Uno de ellos era de leche, por lo que, obviamente, debía ser para ella.

Mac hablaba sobre dónde dormir aquella noche, de la misma manera práctica con la que había organizado la boda. También conducía de ese modo y hacía todo lo demás. Kelly no sabía lo que había esperado de él, pero nunca creyó que pensara tanto las cosas y que las hiciera con aquella sensibilidad. La estaba tratando como si fuera una porcelana china, cuando él se había visto implicado en aquel matrimonio a su pesar.

– ¿Quieres acostarte ya? O quizá prefieras sentarte un rato frente a la chimenea con los pies en alto…

– Mac -dijo, tomando el vaso de leche y dando un pequeño trago-. No te atrevas a decirme ni una palabra amable más. Me estoy empezando a sentir algo incomoda

– ¿Incómoda? -el hombre se levantó inmediatamente-. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Es por el niño? ¿Te sientes mal?

– No, no… no es ese tipo de malestar. Me siento… No sé. Me he metido de repente en tu vida y sé que, aunque hayamos hecho esto por razones importantes, va a ser difícil sentirnos cómodos juntos. Miro esta casa y todo me dice que es para un hombre soltero, no para que una mujer venga y ponga cortinas de encaje y cojines rosas…

– No hay problema, Kelly. Si tú quieres cortinas de encaje… -dijo él, confundido.

– No. ¡Caramba, quedarían fatal! – se imaginó las cortinas contra la madera rojiza y estuvo a punto de soltar una carcajada-. No quería decir que me importara algo así. Sólo quería… ¿Te importa que te haga una pregunta?

– Claro que no. Adelante -dijo, sentándose en uno de los sillones tapizados de verde oscuro. Hizo un gesto para que ella hiciera lo mismo.

Ella pensó en que sería mejor sentarse en una silla dura, ya que sabía lo que le costaba levantarse y sentarse, pero la única silla de la habitación estaba muy lejos de Mac. Así que se dejó caer sobre uno de los cómodos sillones.

– Hemos hablado ya de muchas cosas. Sé que te diste cuenta del miedo que tenía la noche que fui atacada…

– Sí, lo sé. Y me gustaría tener el poder de cambiar las cosas, Kelly, pero me temo que los delincuentes sienten cierta especial atracción por familias como la nuestra.

– Ahora lo entiendo, pero cuando me enamoré de tu hermano, nunca pensé en ello ni en cómo podría afectar a mí o a la de mi hijo -la muchacha dio otro sorbo de leche-. Lo que intento decir, es que al pedirme que me casara contigo, se solucionaron muchas cosas. Aunque sólo con respeto a la seguridad. Ahora tengo tu apoyo y el apoyo de toda la familia, a parte de esos muros altos y gruesos.

– Y tu bebé tendrá un apellido.

Ella asintió.

– Sí. El o ella tendrá un apellido y una familia. Asegurar el futuro de mi hijo, Mac, es lo único importante para mí. Pero ya hemos hecho todo eso, me hiciste firmar un montón de papeles que me benefician y benefician a mi hijo. Incluso me explicaste toda esa burocracia para que no me perdiera entre tanto documento…

Mac colocó uno de los pies sobre la mesilla de café. Por la expresión de su rostro, era evidente que no sabía hacia dónde se dirigía la conversación.

– La cuenta que abrimos a nombre del bebé asegurará su futuro, pase lo que pase hasta entonces -continuó Mac-. Tú ahora mismo estás en una situación de debilidad, también después de que nazca el niño. Pero esas circunstancias no van a ser iguales dentro de un tiempo y eso significa que quizá quieras cambiar tu vida. Ambos estamos de acuerdo en que este matrimonio no tiene por qué durar si deja de funcionar en algún momento.

Kelly hizo un gesto de impotencia.

– Sí, todo es estupendo -dijo-. Sé todas las ventajas que hay para mí y para el niño. Pero son sólo eso y sólo para mí. ¿Qué hay de tu vida?

Las cejas de Mac se arquearon, como si la respuesta a aquella pregunta fuera evidente.

– La relación con mi hermano significa para ti un riesgo continuo. No sabemos si aquel canalla intentaba secuestrarte, pero no sería el primer secuestro en la familia. Nosotros hemos tenido que enfrentarnos a todo tipo de estafadores, ladrones y chantajistas, y el hecho de que tu relación con Chad haya aparecido en los periódicos significa que cualquier desalmado sabe que llevas en tu vientre un miembro de la familia.

– Pero fue Chad quien me puso en esa situación, no tú. No es culpa tuya, Mac.

– Culpa no, pero hay un problema y tiene que ser solucionado: tú y el niño necesitáis protección. Si fiera tan sencillo como contratar a un guardaespaldas, cualquiera podría haberlo hecho, pero no es tan sencillo. Tú no has crecido en nuestra familia y hay peligros con los que puedes encontrarte que no sabrías cómo manejar. Además, el bebé no sólo necesita dinero -Mac hizo una pausa y alcanzó su vaso de whisky-. ¿Te contó Chad cosas de la familia?

– Algunas cosas, no muchas. Sé que tu madre murió cuando tenías diez años y que fue muy duro para ti. Sé también que eres el mayor y que hay mucha diferencia de edad entre tú y los mellizos. Conozco a Chloe, ya que está muy unida a Chad…

– Ambos son incorregibles. Los quiero mucho, pero no me gusta el tipo de vida que llevan. Al parecer, mi padre se hundió emocionalmente cuando mi madre murió y los dejó demasiado libres. Chad tiene que luchar por encontrar su camino. Conozco sus cualidades y sé que tú también las conoces. Yo me siento culpable por no haber podido ejercer una mayor influencia en su educación.

– Entiendo lo que dices. Tú te sientes culpable porque el bebé es de Chad, pero sigue siendo un error de tu hermano y mío, no tuyo.

– Llevas en el vientre a mi sobrino o sobrina. Alguien de mi misma sangre y puede ser lo más cercano a un hijo que yo alguna vez tenga. Si nos aseguramos de que nuestra relación se mantiene legalmente unida…

– ¿Quieres participar en su educación?

– Hasta cierto punto sí. Yo quiero tener la capacidad de decidir en todas las pequeñas cosas que van apareciendo cuando un hijo va creciendo. Como el colegio, el cuidado sanitario, la seguridad, la oportunidad de que conozca una parte masculina…

– Mac, yo siempre te permitiría todo eso. En cuanto a nosotros, si alguna vez no nos ponemos de acuerdo, me imagino que discutiremos y no habrá ningún documento que me impida decirte que estás interfiriendo demasiado en su vida. Pero volviendo a lo que decías hace un momento, ¿por qué has dicho que es tu única oportunidad de tener un hijo? ¿Por qué no te has casado?

Kelly notó un brillo de humor en los ojos de él.

– ¿Te referías a ese tipo de preguntas?

– Mac, no quiero incomodarte -aseguró, luchando por encontrar las palabras precisas-. Estoy intentando encontrar el modo adecuado para que las cosas funcionen también para ti, no sólo para mí. Miro esta casa, que es el paraíso de un soltero, y no puedo evitar pensar que de repente te has visto unido a una mujer que le gusta el encaje, las flores y el desorden. A una mujer que creció en una casa que cabría toda entera en este salón. Todo ello me hace darme cuenta de que debemos de ser dos personas muy diferentes. Y, además, si nunca has querido casarte…

– De acuerdo, ahora entiendo lo que dices. Y la verdad es que nunca pensé en casarme -declaró, frotándose la barbilla-. Toda la familia ha tratado siempre de atarme de alguna manera. No sé si puedo explicar por qué no lo he hecho. Puede que la razón esté en que no he visto muchos matrimonios felices en la familia. Si alguien viene a mí, es porque hay problemas. Todo el mundo comienza a hablar de lo enamorado que está, pero sé lo que pasa cuando termina la luna de miel, cómo se tuercen las vidas en nombre del amor, cómo los niños son separados de sus padres cuando las cosas no funcionan. Si te soy sincero…

Un leño se partió en la chimenea, provocando un estallido de chispas. Mac se acercó al fuego y pareció que daba por concluida la conversación.

– Por favor, termina de decir lo que piensas -suplicó Kelly.

– De acuerdo. Puede que a ti te parezca difícil de creer, pero estoy a gusto con este matrimonio.

– Estás bromeando.

– No. Tiene su lógica. Creo que ambos tenemos la libertad que otras parejas no tienen, podemos hacer nuestras propias reglas. No tenemos por qué hacer juntos algo que a uno de nosotros no agrade. Si quieres pintar la casa de rosa, créeme Kelly, que puedes hacerlo. Si algo no te gusta, sólo tienes que decirlo. Estoy seguro de que tendremos que llegar a un acuerdo en todo tipo de cosas, pero ninguno de los dos vamos a entremezclar los sentimientos en ello. Podemos ser sinceros el uno con el otro.

Kelly no dijo nada, simplemente observó a su marido. Podría haber imaginado que Mac valoraría la sinceridad y la libertad en una relación. Con la cantidad de responsabilidades que tenía que manejar en su trabajo y en su familia, no soportaría tener una pareja, o incluso una amiga, que exigiera una continua atención. Y, como siempre, su expresión era ilegible, sus ojos impenetrables. No parecía sentirse solo, sin embargo, y a pesar de ello, sus palabras fueron para Kelly la declaración de alguien solitario.

– ¿No crees en el amor, Mac?

– Claro, creo en todo tipo de amor. En la amistad, en la lealtad, en la familia…, en cuidarse de uno mismo.

– ¿Pero no en otro tipo de amor? ¿En el amor entre un hombre y una mujer?

Mac terminó el último sorbo de whisky y la miró fijamente.

– Creo que el poder de las hormonas puede llegar a ser muy placentero… pero si te preocupa si te seré fiel, tranquila. No puedo decir que me guste la vida de un monje, pero en este momento… ¡Caramba! Creo que ambos vamos a estar muy ocupados por un tiempo. Y no me importa si dormimos o no juntos. Sin embargo…

– ¿Sin embargo?

– Sin embargo, Chad podría volver o tú podrías encontrar a alguien… igual que podría encontrarlo yo. Por eso quise que firmáramos todos esos documentos, para proteger al niño y que no le pueda afectar lo que pase entre nosotros. No tendremos que divorciarnos, Kelly, pero si uno de los dos lo quiere, nos separaremos. Mientras que esto quede claro desde ahora, no tendremos que soportar el sufrimiento que normalmente conlleva la separación. Seguiremos estando unidos a ese hijo y, al mismo tiempo, tú estarás protegida.

A pesar de todo, Kelly seguía opinando que había una laguna en aquella discusión. El no le había pedido nada a ella, excepto sinceridad. Quizá se debiera a que Mac no quería que ella ganara un lugar especial en su vida, a pesar del proyecto en común. Pero Kelly estaba segura de que tendría que haber necesidades que ella pudiera cumplir para compensar todo lo que él estaba haciendo por ella.

Pero antes de que pudiera decir nada más, escuchó el reloj de la entrada, que daba las horas. Una, dos, tres… bruscamente se dio cuenta de que en unos segundos sería un nuevo año.

Mac también se distrajo con las campanadas y se levantó repentinamente.

– Creo que nos habíamos olvidado de esto. ¿Tienes leche suficiente para brindar por el próximo año?

– Creo que sí -contestó ella, inclinándose para agarrar su vaso.

– Hemos pasado un día verdaderamente extraño. Estamos aquí gracias a que la novia dio codazos al novio cada vez que éste se olvidaba de repetir las palabras del sacerdote. ¿Te he dado las gracias?

– No, pero… puedes dármelas haciéndome un pequeño favor.

– ¿Qué?

Ella alzó los ojos hacia el techo, incómoda.

– Estaba intentando levantarme para el brindis, pero creo que no puedo. No tenía que haberme sentado aquí, los cojines son muy blandos, tendré que sentarme en las sillas duras. Me siento como un elefante…

Antes de que le diera tiempo a intentar levantarse de nuevo, Mac la tomó por ambas manos y tiró de ella. Kelly pensó que, desgraciadamente, la conversación había llegado a su fin. En ese momento brindarían y luego tendría que abrir la maleta.

Al levantarse, su vientre abultado se chocó contra el abdomen liso de él. Y, por alguna razón, él continuó agarrándola durante unos segundos más. Tenía las manos fuertes y calientes, y su roce provocó en ella una corriente de alto voltaje.

Kelly había sentido 1 mismo cuando la había besado en la ceremonia. Aunque estaba segura, entonces lo estuvo y lo estaba en ese momento, de que eran imaginaciones suyas. El simplemente quería ser amable. Había hablado de sexo varias veces con ella como si se tratara de macarrones y queso para cenar. Mac pensaba que estaba enamorada de su hermano y no había ninguna razón para pensar que él sintiera la más mínima atracción hacia ella.

Y ella tampoco hacia él, por supuesto.

Pero por una milésima de segundo, el músculo de la mandíbula de él se tensó, y en sus ojos apareció algo. Pudo ser soledad y tristeza, O quizá se daba cuenta, lo mismo que Kelly, que una pareja de recién casados normales no terminarían su día de boda de aquella manera.

Entonces ella tuvo un impulso de rodearlo con sus brazos. Sabía que los abrazos no eran parte del trato y podría resultar un poco presuntuoso, pero no le importaba. Aquella mirada la emocionó. Todo el mundo necesita un abrazo de vez en cuando. Si tenía un infarto, peor para él, pensó finalmente.

El se puso rígido cuando los brazos de ella se enredaron a su alrededor.

Pero luego se relajó.

Había sido un estúpido, relajándose…

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