La boda era un error. A Kelly Sinclair le había parecido una idea estupenda casarse dos semanas antes, y también la semana anterior, e incluso cuando se había despertado aquella mañana. Pero en ese momento, no podía decir lo mismo. Ya que había comenzado a darse cuenta, con una brillante lucidez, de que iba a ser muy duro pasar por todo aquello.
El ramo de gardenias blancas que sostenía en sus manos comenzó a temblar sin que lo pudiera remediar. Notó un nudo de ansiedad en el estómago. Puede que la mayoría de las novias estuvieran muy nerviosas el día de su boda, pero la mayoría no estaban, además, embarazadas de siete meses. De manera, que no sólo sentía miedo, también se sentía fea y gorda; lo cual era una combinación terrible.
Buscó en la memoria algún momento de su vida en que se hubiera sentido tan terriblemente asustada…, pero no encontró ninguno. No había nada que pudiera compararse al nivel de terror que sentía en ese instante. A los veintisiete años, Kelly había pasado por algunas situaciones duras y difíciles, pero nunca se había sentido tan atrapada, con esa sensación de miedo que la hacía temblar de pies a cabeza.
La puerta del cuarto de baño se abrió y Kate Fortune, la cabeza del imperio de Fortune Cosmetics, se asomó y se dirigió hacia la novia. La mujer, de setenta años, colocó el velo sobre los mechones rubios de Kelly.
– Todo el mundo está sentado. Les he dicho que comiencen la marcha nupcial dentro de dos minutos. Creí que ibas a necesitar ayuda, pero veo que estás preparada y guapísima.
Kelly miró fijamente a los ojos de la anciana en el espejo.
– Parezco un melón pegado a un palillo.
– Sí, hija, pero me das envidia. No hay nada que haga más bella a una mujer que el embarazo.
Kate retrocedió para mirarse por última vez en el espejo, y la puerta se abrió de nuevo.
Mollie Shaw, con una sonrisa amplia en el rostro y el pelo rojizo cayéndole sobre la espalda entró.
– ¡Aquí está nuestra novia! Me imaginé que estarías nerviosa y vine a decirte que todo está preparado, que no hay ningún problema. Hola, señora Fortune… Me encanta ese traje azul que lleva. Es muy elegante y le sienta muy bien. Y Kel, tú estás preciosa…
Mollie tiró del velo de Kelly ligeramente hacia la derecha.
– Ahora estás perfecta. La música va a empezar en seguida. ¿Recuerdas lo que te dije de respirar profundamente tres veces?
– Sí.
– De acuerdo. Ahora me voy, pero ya sabes que estaré cerca para ayudarte en la fiesta. Todo va a Salir bien. Confía en mí, Kel.
Nada iba a salir bien, pero Mollie salió por la puerta antes de que Kelly pudiera decir nada… Y mucho menos se había atrevido a anunciarle sus planes de huida.
– La cara de esa chica me resulta conocida -dijo Kate.
El comentario distrajo a Kelly unos segundos.
– Claro que te resulta conocida, ya conocías a Mollie de antes, Kate.
– Sí, y ha sido una suerte tenerla con nosotros. Es muy joven y tiene mucha energía. No sé cómo podríamos haber preparado todo esto en sólo dos semanas sin su ayuda. Pero no me refería a eso. Es que su cabello pelirrojo y sus ojos verdes son muy peculiares y cada vez que la veo creo que la conozco de otra parte, aunque no recuerdo de dónde. Bien… de todas maneras, eso ahora no importa. Sobre todo porque tenemos sólo unos segundos y hay algo que quiero decirte.
¡Kate colocó el velo una vez más. Y si notó la palidez de la novia, o la alarma en sus ojos, no dijo nada.
– Kelly… Es un honor para mí que me dejes estar contigo hasta el final. Siento mucho que tu madre no esté aquí, se sentiría muy orgullosa. Pero quiero que sepas que yo no podría estar más emocionada si fuera mi hija la que se casara.
Las palabras de Kate la hicieron sentirse culpable. Tenía que decirle que estaba decidida; que la boda no iba a celebrarse, que no soportaría pasar por todo ello. Pero, de alguna manera, no encontraba las palabras para decirlo.
Esa mujer había hecho mucho por ella. Cuatro años antes, cuando Kate le había dado trabajo como secretaria personal, su vida había cambiado irrevocablemente. La mayoría de la gente pensaba que ¡Cate era una persona cruel y dominante, incluso con su propia familia. Pero nunca lo fue con Kelly. La relación de trabajo de ambas había sido diferente. ¡Cate había sido quien había elegido el traje de satén de color crema con perlas engarzadas en el cuello y los puños. El estilo sencillo, con unos pliegues que escondían sutilmente el tamaño abultado de su vientre, era uno de los vestidos más bonitos que había tenido jamás. Y no sólo el traje, Kate también había pagado todos los gastos de la ceremonia y la fiesta, y había dispuesto que se celebrara en el edificio de la empresa familiar. Lugar donde podían estar perfectamente protegidos y aislados de los medios de comunicación.
Kate tenía razones importantes para querer que esa boda se celebrara. Aunque eso no significaba que Kelly debiera de estarle menos agradecida.
– Kate, no sabía que iba a ser todo tan caro y complicado.
– Tonterías. Tu amiga Mollie se ocupó de todos los trámites legales. Yo sólo ayudé un poco en la organización. Además, me divertí mucho y no me supuso ningún trabajo.
Kelly lo sabía bien. Nunca había pedido nada, pero cada detalle, desde las gardenias hasta el diseño del traje o la fiesta, delataban la mano de la anciana. Tampoco se había dado cuenta de lo mucho que Mollie y Kate habían trabajado a sus espaldas hasta que todo estuvo listo. De nuevo la invadió la sensación de culpabilidad. Las dos se habían portado de un modo maravilloso. Y ella no quería quedar como una desagradecida, pero su mente no paraba de repetir una palabra: ¡Escápate!
De repente, escuchó las primeras notas de la marcha nupcial y notó cómo le subía la adrenalina. No podía soportar la presión; era imposible.
– Vamos -ordenó Kate, tomándola de un brazo-. Sólo tienes que estar tranquila y sonreír. No te preocupes por nada. Todo va a salir bien.
Nada iba a salir bien y a Kate le pareció que no pasaba el tiempo mientras caminaba hacia el pasillo. Pudo ver a Sterling, el marido de Kate, al lado de las dos puertas de madera. También a Renee Riley, su dama de honor, que le guiñó un ojo. Mientras, Kate seguía agarrando su brazo con fuerza.
Kelly miró, por encima de su hombro, hacia la salida. Desde allí no podía verla, pero sí las ventanas del vestíbulo. Divisó los adornos de Navidad y la nieve, cayendo con fuerza. Eso era lo normal en Minesota en vísperas de Año Nuevo. El viento soplaba con furia. La tormenta de nieve había sido constante desde media mañana, como si el tiempo hubiera querido reflejar el estado de confusión de su mente.
Aunque no era exacto decir que su mente estaba confusa. Había decidido no casarse.
Sólo que en esos momentos, Kate la había acercado hasta donde estaban esperando todos los invitados. El lugar no era reconocible como sala de reuniones. De un vistazo, Kelly vio la alfombra roja, las cintas de satén que adornaban las sillas y el estrado totalmente transformado con floreros de gardenias y rosas rojas. También vio a todos los invitados levantarse, en señal de respeto por la novia y pensó que todo iba a cambiar cuando saliera corriendo.
El sacerdote esbozó una sonrisa desde el estrado. Kelly pensó que la sonrisa iba a desaparecer tan pronto como se agarrara la falda y desapareciera a toda velocidad.
Parecía que había mucha gente porque todas las sillas estaban ocupadas, pero aún así, no pasaban de la treintena. Kelly vio a todos. Todos eran miembros de la familia Fortune, no había nadie de su propia familia. De hecho ella ya no tenía familia propia, aunque todos sabían que los Fortune la habían acogido como si fuera del clan. El hecho de que la familia prácticamente al completo asistiera a la boda era una prueba más de ese apoyo.
Pero para ella era una situación claustrofóbica que iba empeorando segundo a segundo. Era indudable que todos esperaban asistir a una boda normal, tranquila y alegre, en vez de ver a la novia salir corriendo como una posesa y sumergirse en una tormenta de nieve con zapatos de tacón y sin abrigo.
Kate la apretó un poco más para que continuara avanzando, aunque la mujer ya no tenía mucha fuerza. Kelly sabía que cuando quisiera podría liberarse. Sería sólo cuestión de saber elegir el momento. Esa boda no sólo era un error, sino que era un error enorme. Puede que tuviera que salir del país bajo un nombre falso, pero no había otro remedio.
Entonces ocurrió algo extraño.
Y no era tanto que el sacerdote o la mano de Kate o el resto de las personas allí reunidas desaparecieran, como que su mirada reparó de repente en el novio.
Mackenzie Fortune.
Mac.
Sus hombros parecían increíblemente anchos con aquel frac negro, su altura impresionante, su pelo más oscuro que el carbón, con tonos grisáceos en las sienes. El negro le sentaba bien, como le sentaría a un pirata. Su rostro era anguloso, su boca elegante y tenía una mandíbula cuadrada surrealista.
Nadie se enfadaba con Mac. Era un hombre de negocios al que nunca oyó levantar la voz, tampoco enfadarse, pero tenía la facultad de hacer que todos se callaran cuando él entraba en una habitación. Sus ojos verdes intensos podían ser más cortantes que cualquier espada. Las arrugas que rodeaban sus ojos y su boca reflejaban una naturaleza que no se comprometía con nada, hablaban de un hombre que amaba el riesgo y que nunca se retiraba de un peligro.
Un año antes, Kelly se había enamorado perdidamente. El padre de su hijo era un hombre increíblemente excitante. Y ella se había entregado a él en cuerpo y alma. Era un hombre por el que ella habría hecho cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier lugar, sin preguntar nada…
Ese había sido su gran error.
Mac no era el hombre del que ella se había enamorado.
No era el padre de su hijo.
Era simplemente el novio.
Pero los ojos de él se encontraron con los de ella con tal intensidad que parecía que no hubiera nadie en aquella sala excepto ellos dos. No sonrió, pero aquella mirada alteró inmediatamente sus pulsaciones. Kelly no sabía lo que quería decir aquella expresión oscura y fantasmal de sus ojos. Lo que no era ninguna novedad. Kelly siempre se había sentido algo insegura en todo lo referente a Mac e inmediatamente se perdonó a sí misma por el ataque de pánico. Seguramente era normal, dadas las circunstancias. Una mujer que se casara con un desconocido tenía que estar loca. Aunque, a decir verdad, toda su vida había sido algo, extraña. Entonces, de repente olvidó todo su egoísmo y recordó lo único que importaba.
Si había un hombre en el mundo que podía proteger a su hijo, ése era Mac Fortune.
Tomó aire, esbozó una sonrisa y caminó hacia el novio.
A los treinta y ocho, Mac no creía en la magia, pero siempre había sentido algo especial por Houdini. Comprendía perfectamente lo difícil que era llegar a ser un profesional que escapara de cualquier situación. Para escapar del matrimonio durante todos aquellos años, Mac había necesitado continuamente su poder de resolución, sobre todo cuando su familia no había cesado de acosarlo. Muchas mujeres lo habían perseguido, la mayor parte de ellas más interesadas en su dinero que en su persona, pero eso no le había preocupado jamás. El siempre había respetado ambas cosas, la avaricia y la ambición, y había disfrutado de verse perseguido. ¡Y le gustaban las mujeres! Lo único que sucedía era que tenía una predisposición natural contra el matrimonio.
Kelly llegaba casi a la alfombra roja cuando Mac la vio tambalearse. No llegó a tropezar, pero él notó el nerviosismo en sus ojos. Sin vacilar, se acercó a ella y la tomó de la mano. El sacerdote frunció el ceño ligeramente, censurándolo por romper el protocolo. Al parecer, el novio no podía agarrar a la novia en aquel momento de la ceremonia.
Mac pensó que Kelly parecía muy frágil. Sus mejillas tenían un color intenso y, a juzgar por el sudor de sus manos, parecía estar tan nerviosa como él. En ese instante, le ayudó pensar que por lo menos tenían algo en común. El tampoco quiso nunca ese matrimonio.
Pero tampoco veía la manera de escapar de él.
– Queridos hermanos… -comenzó el sacerdote, con un tono de voz monótono.
Mac se dio la vuelta y, sujetando la mano de la novia, calculó mentalmente cuánto tiempo les quedaba para poder escapar de aquel teatro. ¿Era cierto que la ceremonia duraría sólo quince minutos? Luego todos tomarían una copa de champán. Como el tiempo no era muy agradable, en menos de dos horas, si tenían suerte, estarían de camino a casa… mucho antes de que el reloj diera la media noche y trajera el Año Nuevo.
Sintió miradas en su espalda, observándolo, estudiándolo. En cualquier boda el novio y la novia eran, evidentemente, el centro de atención, pero Mac se daba cuenta perfectamente de que las circunstancias eran especiales. Como vicepresidente de finanzas de Fortune Corporation desde hacía casi diez años, su trabajo había consistido en eliminar todo problema en la empresa o en la familia. El clan estaba unido y se quería, pero cuando había riqueza de por medio, los problemas eran mayores y también los desacuerdos. Cuando nadie sabía qué hacer y se retorcía las manos, Mac se ocupaba de todo y lo arreglaba.
Esa vez, sin embargo, no estaban muy seguros de que actuara bien.
Había anunciado dos semanas antes que se casaría con Kelly. Todo el mundo se había quedado en silencio. A esas alturas, el problema de Kelly ya no era un secreto, pero nadie podía estar de acuerdo con la solución. Nadie consideraba que aquel matrimonio fuera la solución a aquel contratiempo y mucho menos para Mac. Todos sabían lo mucho que odiaba el matrimonio y no creyeron que lo dijera en serio. Incluso en ese momento, seguían pensando que no sería capaz de hacerlo.
Las manos de Kelly apretaron de repente las suyas. El la miró y por un instante le pareció ver un brillo de humor en los ojos de la mujer.
– El anillo -dijo el sacerdote.
Por el tono de voz con que fue dicho, Mac sospechó que era la segunda vez que lo decía.
Su primo, Garrett Fortune, que era su padrino, le pasó el anillo. Mac agarró la mano izquierda de Kelly. El aro de oro era casi diminuto… poco adecuado para una novia de un miembro de la familia Fortune. Pero él había ofrecido a Kelly elegir el anillo que deseara y ella lo había rechazado. No deseaba joyas y menos ninguna de las piedras preciosas que componían la herencia de la familia.
Mientras luchaba por colocarle el anillo, fue consciente del temblor de la mano femenina. Estaba tan nerviosa que su mano blanca y delgada temblaba como una hoja al viento. Mac notó el traje de ella contra su muslo y el perfume que emanaba de su cuerpo. Un perfume dulce que le recordó a la primavera. También vio el rizo que escapaba de las horquillas y se enredaba en la pálida columna de su cuello. Mac no estaba seguro del motivo por el que su pulso de repente se alteró. Si no la conocía apenas…
Pero el anillo pasó por fin el nudillo.
– Con este anillo… -siguió el sacerdote. Luego esperó.
Kelly le dio una patada suave.
– Con este anillo… -repitió Mac, en voz alta y clara.
– Yo te acepto…
Esa vez no necesitó que le avisaran.
– Yo acepto…
– Amarte, honrarte y cuidarte…
Normalmente le habría molestado decir aquellas mentiras, pero no sabía por qué no era así. La integridad de un hombre se medía por su honor, un valor antiguo por el que Mac creía que se medía a las personas. La sinceridad del momento era algo entre Kelly y él, y unas cuantas palabras dichas en público no tenían nada que ver con ello.
Cuando llegó el turno a Kelly de ponerle el anillo en el dedo, se ruborizó y estuvo a punto de que se le cayera.
– Con este anillo… -comenzó a recitar.
La voz de ella apenas alcanzó el volumen de un susurro. Le costaba ponerle el anillo y Mac notó la manera insegura con que le tomaba de la mano. La muchacha no fue capaz de mirarlo a los ojos cuando terminó, pero seguían estando muy juntos.
Mac pudo ver el sudor que cubría las pestañas y se dividía en diminutas gotitas en la nariz.
¡Era muy joven! Pensó Mac. Ella tenía veintisiete años y él treinta y ocho. Claro, que el vientre abultado de ella hablaba de una vida intensa. Pero aún así, aquella mujer tenía un aire inocente. Debían de ser aquellas pecas y aquellos ojos azules llenos de timidez. Aquel pelo sedoso y fino que normalmente llevaba sobre los hombros y le hacía parecer siempre algo despeinada… Era un poco más baja que él y su rostro ovalado tenía facciones delicadas. Aunque no había nada delicado ni elegante en la forma en que se comportaba cuando iba a la empresa. La había oído reírse más de una vez en el despacho de Kate y caminaba por allí con tanta energía que hacía palidecer á los rayos de sol. Era una muchacha madura e inteligente, capaz de aceptar riesgos en el trabajo, tal como había demostrado numerosas veces a Kate. Nadie había conseguido borrar aquella sonrisa de su rostro juvenil hasta que Chad la abandonó.
Mac maldijo mentalmente a su hermano menor. No era la primera vez en aquellos últimos meses. Chad podía encandilar a una mujer y seducirla más rápidamente de lo que una abeja tardaría en descubrir un bote de miel. También tenía la facultad de desaparecer cuando había de enfrentarse a algún problema. Y aunque en esa ocasión Chad no se había enterado del embarazo, no habría sido la primera vez que escapara de una situación similar. Quizá si Mac hubiera hecho caso de los rumores antes, habría reaccionado… pero no podía estar seguro. Durante años él había tratado de aconsejar a su hermano, de inculcarle un poco de sensatez, pero había sido todo inútil. Al principio, Mac había tratado de localizarlo cuando pareció que la situación se complicaba, pero Chad había salido al extranjero y estaba en paradero desconocido. Por supuesto que con suficiente dinero se podía encontrar a cualquiera, pero el problema de Kelly requería una solución inmediata y Mac había perdido toda esperanza de que su hermano lo pudiera arreglar.
Kelly levantó de repente los ojos y lo miró fijamente. Estaba intentado decirle algo, era evidente, pero era incapaz de entender aquellos ojos. ¡Caramba! Por un segundo fue incapaz incluso de pensar.
La mente de Mac retrocedió dos semanas, a la noche en que ella fuç atacada en el aparcamiento cuando volvía a casa. El ya sabía que estaba embarazada entonces. También sabía que ella estaba completamente enamorada de su hermano y de que Chad era el responsable de su embarazo. Y todos esos factores formaban un problema que afectaba a la familia…, aunque no directamente a él hasta aquella noche.
Ella se había quedado hasta tarde, trabajando en algo importante para Kate… tan tarde que cuando llegó al aparcamiento estaba desierto, tan tarde que sólo había unas cuantas personas cuando entró en el edificio para escapar de su asaltante, buscando ayuda.
Ocurrió que a la primera persona que vio fue a Mac, y aquellos momentos se quedaron grabados en su mente para siempre. Conocía a Kelly hacía varios años, pero habían tenido una relación bastante superficial. La había visto siempre por la empresa o con Kate. En los últimos tiempos, él había tratado de conocerla un poco más, ya que la familia no paraba de comentar la relación de ella con Chad y lo del embarazo, pero le fue imposible conseguirlo. Ella parecía rehuirle. Aunque eso no le importó, ya que estaba acostumbrado a que la gente le respetara. Incluso algunas personas le tenían miedo. Aquella noche, sin embargo, Mac dudaba que Kelly supiera o le importara quién era él. Podía haber sido un santo o un pecador, para Kelly habría sido completamente igual.
La muchacha entró corriendo por las puertas de cristal del vestíbulo. Había un recepcionista de guardia, pero ella pareció no verlo. Le temblaba todo el cuerpo e iba sin abrigo, a pesar de la temperatura bajo cero del exterior. Tenía la mejilla arañada y las medias rotas, incluso le sangraba la rodilla derecha. Lloraba y gritaba, al borde de la histeria, y se abrazó al primer cuerpo que vio con la fuerza de un misil. Estuvo a punto de tirarlo al suelo.
Había luchado unos minutos con el hombre en cuestión y en un momento dado éste la agarró por la manga del abrigo. Esta aprovechó para quitarse la prenda y escapar corriendo. A Mac le costó averiguar lo ocurrido, ya que ella no quería hablar de su atacante y sólo le preocupaba que le hubiera ocurrido algo al bebé.
En menos de diez minutos, Mac consiguió hacer llegar a la policía y a un médico. Seguidamente, la dejó en manos del doctor y de una empleada, para él contestar a las preguntas de la policía. Como imaginaba, los policías no lograron encontrar huellas de la identidad del canalla. La relación de Kelly y Chad había salido anteriormente en los periódicos, como era habitual tratándose de un asunto que concernía a la familia Fortune. Eso significaba, desgraciadamente, que se había hecho público que ella llevaba en su vientre un miembro de una de las familias más ricas del país.
Anteriormente se habían dado casos de secuestros en la familia. Secuestros, amenazas, intentos de sobornos, robos… ¡La delincuencia no tenía límites cuando se trataba de una familia con dinero como aquélla!
Aquella misma noche, algo después, él había llevado a Kelly a casa y se había quedado con ella para tranquilizarla. Le dio un vaso de leche y él se sirvió una copa de whisky… era el único alcohol que ella tenía en su apartamento. Luego propuso que se casaran. Fue la primera vez que la vio sonreír aquella noche. Y cuando se dio cuenta de que él lo decía en serio, le entró hipo.
No sabía cómo se le había ocurrido aquello. No era muy lógico solucionar un problema añadiéndole otro mayor. Pero ocurría que lo que ella tenía en el vientre era su sobrino. Un miembro de la familia. Y si ella había sido o no consciente de aquello al acostarse con su hermano, no cambiaba las cosas. El hijo estaría mucho mejor protegido si continuaba dentro del círculo familiar, dentro de su poder. Kelly tendría así oportunidad de asegurar el futuro de su hijo. Mac no cerraba ninguna puerta, ni a ella ni a él. ¡Sabía perfectamente que ella estaba enamorada de su hermano! Pero el amor no tenía nada que ver con el problema. El no iba a solucionarlo. Justo entonces se dio cuenta de que la única solución era que ellos dos se casaran.
Mac sabía que ella había dicho que sí aquella noche porque estaba asustada. No sólo porque estuviera asustada por el ataque de aquella noche, sino también porque se daba cuenta de que aquel ataque podía ser la punta de un iceberg. Puede que ella lo único que hubiera hecho había sido enamorarse de un hombre, pero aquel hombre pertenecía a la familia Fortune y eso significaba una serie de repercusiones en su vida que ni siquiera imaginaba.
Mac se dio cuenta repentinamente de que Kelly también estaba asustada en ese momento. Además, no trataba de ocultar su miedo, ya que lo miraba fijamente. Tenía dos círculos rojos en las mejillas y su pulso era tan fuerte como un reloj histérico. Sus suaves ojos azules lo miraban con un mensaje urgente. ¡Probablemente se iba a poner a hipar en cualquier momento!
Mac, con el ceño fruncido, miró al sacerdote. El reverendo tenía el rostro tan rojo como Kelly.
– Yo os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia. «Ahora, Mac» -repitió, al ver que el novio lo miraba.
¡Maldita sea! Se dijo Mac. Entonces agarró el velo de encaje y se inclinó. Por una razón que él no supo, los ojos de Kelly lo miraron con una intensidad mucho mayor. El no podía imaginar por qué estaba preocupada. Sólo era un beso. Un gesto tradicional. No iba a durar más de un segundo. Debía saber que no tenía que tener ningún miedo de él.
Y luego la besó.
El beso fue breve. Más rápido de lo que un hombre tarda en llenarse de aire los pulmones. Mac tenía que agradecérselo y prometerle que nunca le haría daño. Jamás. Cuando se inclinó para rozar sus labios, no pensó en nada más que en el deseo mutuo de terminar cuanto antes.
Pero en se breve espacio de tiempo algo pasó. El no podía explicarlo. Fue sólo… que los labios de ella eran más calientes que el sol de verano. Más suaves que la primavera, más que el roce de una brisa ligera. Tenía un sabor joven y dulce y vibrante, y hacía miles de años que Mac no sentía aquello. El era un hombre adulto. Hacía mucho tiempo que había dejado a un lado el idealismo juvenil, pero en ese instante recordó los años en que había sido joven… y estúpido. Cuando el amor lo era todo para él y la vida le ofrecía un sin fin de peligros y posibilidades. Hasta aquel segundo, no había vuelto a recordar aquel deseo enorme de amar.
No sabía por qué un beso corto de Kelly le había Capitulo Dos hecho evocar todo aquello.
Pero cuando él levantó la cabeza, dos círculos rojos le teñían las mejillas y el pulso se le había acelerado sin control.