Capítulo Tres

Mac se sirvió otra taza de café, la cuarta en esa mañana, y la llevó hacia la ventana del salón. El sol no había salido todavía y el horizonte tenía ese matiz rosado del amanecer, convirtiendo el paisaje en una postal de Navidad inocente y pura. Pero no había nada inocente en el viento de la noche anterior. Mac estimaba que podía haber dos pies de nieve, algo fácil de eliminar si no fuera porque el nivel no era el mismo en todos los lugares. En algunas partes había montones más altos que un hombre.

Pensó en que Kel estaba embarazada y que no podía estar alejada o aislada de la civilización y de un médico. La población estaba cerca y él tenía una furgoneta preparada para la nieve. Podría limpiar la entrada en unas pocas horas.

Al escuchar pasos en la escalera se giró. Había dejado la cocina encendida, ya que había estado trabajando para ordenar un poco la comida. Sobre el horno se apilaban cuatro sartenes. Una para huevos, otra para beicon, una para bollos y la última para panqueques. La mesa estaba abarrotada con cajas de cereales y recipientes con manzanas, naranjas y melones. También había dos jarras de plata, una con zumo de naranja y otra de arándanos amargos.

Mac se frotó la barbilla. Quizá había llevado demasiada comida. ¡Había comida para un regimiento! Pero las mujeres embarazadas eran una especie completamente diferente a todas. Aunque no sabía los gustos de Kelly o lo que debía comer.

Mac odiaba que las situaciones lo pillaran desprevenido.

Los pasos se aproximaron y su corazón comenzó a palpitar. Se pasó una mano por el cabello, luego se tocó la cremallera del pantalón y luego miró su camisa negra y se aseguró de que no había tanta suciedad como en el suelo. Los pasos sonaban en la escalera. Mac se preparó mentalmente, como si fuera a enfrentarse a todo un batallón.

Y ahí justamente era donde había cometido el error la noche anterior: no se había preparado. Teóricamente no había nada malo en un abrazo, pero no había esperado que ella lo abrazara de repente. Todavía no sabía por qué lo había hecho. Quizá todas las mujeres embarazadas se hacían un poco descaradas. Quizá estaba cansada y no lo pensó. Quizá necesitaba agarrarse a algo para sentir seguridad. Quizá había olvidado que estaba enamorada de su hermano.

Mac no. Lo había intentado, pero la familia le había preguntado muchas veces qué ocurriría si Chad volvía. ¡Y por supuesto que Chad volvería en cualquier momento! Siempre lo hacía, después de una de sus desapariciones. Mac lo sabía perfectamente cuando pidió a Kelly que se casara con él. También sabía que amaba a su hermano. Pero todas esas complicaciones no borraban los motivos para aquel matrimonio, sino al contrario. Kelly había sido atacada y necesitaba un hombre a su lado. Mac, por otro lado, quería a su hermano, a pesar de conocerlo bien. Demasiado bien y sabía que no había diferencia en que Chad estuviera allí o en una playa de Jamaica. No confiaba en él para que protegiera a Kelly o se hiciera cargo de su hijo. Por tanto, era deber suyo cuidarla.


Y por eso, precisamente, la reacción de él a aquel maldito abrazo era inexcusable. Mac se pasó la mano por el pelo. Recordó cómo él también la había abrazado. Sólo porque no quería quedarse como un bulto y porque, ¡maldita sea!, no deseaba sentirse rechazado o asustado. Devolver el abrazo le había parecido adecuado, pero inmediatamente después todo fue una tremenda confusión. Las sensaciones lo bombardearon como balas. Como balas suaves… Recordó su pelo rozándole la nariz y la sensación de su vientre contra él. Y el modo en que la piel de ella brillaba con el fuego de la chimenea. Kelly olía a champú de melocotón y jabón, y a aquel perfume provocador que llevaba. Le molestaba los comentarios que ella hacía sobre estar fea y sentirse como un elefante. No era cierto. Parecía tan pequeña en sus brazos, tan caliente, tan real. Recordó que había cerrado los ojos y recordó el infantil deseo que tuvo de ser amado… también recordó, demasiado claramente, excitarse tan rápidamente como un adolescente.

Se había retirado de ella bruscamente, esperando que ella no lo hubiera notado. Después estuvo toda la noche viendo la luz del baño encenderse y apagarse y se preocupó de que se pusiera enferma a causa de su estado. Pero lo que más le preocupó fue que ella no pudiera dormir por estar en una casa extraña con su vida completamente cambiada, al lado de un hombre que apenas conocía.

Tendría que solucionar aquello, era todo. ¡El, que había manejado fortunas, contratado y echado a empleados en cuatro países diferentes! ¿Qué problema podía ser una mujer embarazada?

Y de repente ella estaba en la entrada.

– Buenos días, Mac. Te has levantado muy temprano. ¡Qué de nieve!

No importaba la brillante iluminación de la cocina, porque ella era más brillante. Le sonrió, con un gesto de sueño. Se había cepillado el pelo, de eso estaba seguro, pero le caía por los hombros en mechones desordenados. Una camiseta roja enorme le cubría su vientre, y el color le hacía juego con sus mejillas y sus pantalones de algodón. De repente aquella sonrisa adormilada desapareció y, asustado, Mac se preguntó si habría hecho algo mal.

Kelly caminó por la cocina.

– Oh, Mac. Te estoy dando tanto trabajo.

– No te preocupes. Me imaginé que quizá tendrías hambre por las mañanas…

– Siempre tengo hambre, pero, desgraciadamente, suelo tener náuseas por las mañanas y no puedo tomar más que un zumo y una tostada.

– Tostada -repitió él. Naturalmente, la única cosa en la que no había pensado-. No hay problema. Sé que tiene que haber pan en algún sitio…

Ella hizo un gesto para que se calmara.

– No seas tonto. Tú puedes desayunar, no hace falta que me esperes. Y yo tengo que empezar a saber dónde están las cosas en la cocina. Te puedo ayudar a colocar toda esa comida…

– No, no. Siéntate y relájate -sugirió él, pensando en que era mejor apartarla del horno y de toda aquella comida, sobre todo si le daban ganas de vomitar-. ¿Dormiste bien?

– Muy bien, aunque el niño no dejó de darme patadas. Y tuve un pequeño problema con el colchón…

– ¿El colchón? -preguntó, levantando la cabeza de la jarra de zumo.

– Sí. No estoy preparada para una vida lujosa. Apenas puedo dormir si el colchón no tiene bultos.

Mac había hecho una lista completa de las cosas que ella podría necesitar, pero nunca imaginó que pudiera necesitar un colchón con bultos.

– Mac… quizá puedes dejar de echar el zumo sobre la mesa…

– ¡Oh, Dios mío!

Pero ella rió mientras agarraba un puñado de toallas de papel y las llevaba a la mesa.

– Había un chiste sobre un colchón con bultos. Sólo estaba intentando hacer una broma, pero me temo que te he puesto nervioso.

– No estoy nervioso -aseguró él, pensando en lo poco que ella lo conocía.

Toda la familia afirmaría sin vacilar que tenía nervios de acero. Cuanto mayor era el problema, más tranquilo se ponía él. Los problemas eran su estimulante. Pero cuando su mujer descubrió un poco de zumo sobre su camisa y comenzó a darle golpecitos en el pecho, Mac se puso al borde de un infarto.

Kelly retrocedió y lo miró fijamente.

– Escucha, tenemos que hablar de algunas cosas y vamos a sentirnos más cómodos los dos. Te lo juro.

Mac pensó que ella le estaba robando su personalidad. Así era como él siempre actuaba y él era quien utilizaba ese tono de voz tranquilo y firme. Desde luego, aquella mujer era bastante decidida.

Eficientemente, ella terminó de fregar el zumo que había caído, sacó pan de un armario y luego sacó solemnemente un cuaderno y un bolígrafo del bolsillo.

– ¿Te gusta hacer listas? -quiso saber Mac.

– No puedo empezar el día sin hacer una -admitió ella.

Quizá hubiera esperanza aquella mañana, aunque… Bueno, si ella iba a presumir de su lista, él podría presumir de la suya. La suya, sin embargo, tendría cosas importantes. El sistema de seguridad, números de emergencia, cómo utilizar los aparatos eléctricos de la casa, desde los ordenadores hasta el equipo de música. También tarjetas de crédito y su nueva agenda.

Sólo que Kelly de repente frunció el ceño.

– Mac, me doy cuenta de que tenemos que hablar sobre todas estas cosas de la vida diaria, ¿pero no podíamos hablar primero de algunas cosas importantes? ¿Cuál es tu comida favorita? -preguntó, con el bolígrafo preparado.

– ¿Comida?

– Sí. ¿Te gusta la carne o el pescado? ¿Eres alérgico a algo, o hay alguna verdura que no puedas soportar? ¿Te vigilas el colesterol, o te crees inmortal? ¿Te gusta un postre en especial?

– Kelly, no pienso que tú vayas a cocinar…

– ¿Vamos a comer por osmosis? Y luego dime, cuáles son tus programas favoritos de televisión, y mucho más importante: ¿cuáles son tus aficiones?

– ¿Aficiones?

– No hace falta que me hables de tu trabajo. ¿Pero qué haces para relajarte? ¿Te metes en un jacuzzi? ¿Montas en bicicleta? ¿Piensas sentado en el metro? ¿Esquías? Y si necesitas al día un tiempo para estas solo -la muchacha hizo una pausa y vio el gesto de Mac-. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras de ese modo?

Mac no se dio cuenta de que la mirara de una manera especial. Además, eran demasiadas preguntas.

– No recuerdo a nadie que me preguntara nunca por mis aficiones. Y no creo que mi propia hermana sepa mis platos favoritos.

– Pero Chloe no vive contigo. Yo sí. Tampoco quiero interferir en tu espacio, Mac, y será mucho más fácil si sabemos los hábitos de cada uno. ¿Te gustan las camisas almidonadas?

– ¡Yo que sé! Las llevo a la tintorería y me las devuelven preparadas. Siempre pensé que era algo mágico. Nadie me dijo nunca que pudiera elegir.

Ella murmuró algún comentario gracioso sobre los hombres y luego continuó. Mucho rato, Mac estuvo soportando preguntas sobre las cuentas de la casa y dónde guardaba los recibos. También le preguntó lo que le gustaba leer, o si había llamadas que le molestaran y quería que las contestara ella.

Mac no recordaba haber tenido nunca una conversación así con nadie. Nunca le habían hecho unas preguntas tan personales, ni siquiera él había pensado en muchas de aquellas cosas hacía años. Mientras hablaban, pensó que tenía que cuidarla, aunque le fuera en ello la vida. Ella no sólo estaba embarazada, además había tenido que soportar experiencias traumáticas en los últimos tiempos y él iba a intentar que su vida fuera más fácil.

– No, no te desesperes, Mac. Casi hemos terminado…

– No estoy desesperado. Yo nunca me desespero.

– ¡Ah! Eso estaba en mi lista. ¿Qué tipo de cosas te hacen perder la paciencia? La verdad es que creo que no tendré problema en imaginarlo yo misma

– continuó ella, con un gesto travieso breve-. También tengo que hablarte de algo desagradable, así que prepárate. Es sobre dinero.

¡Ya era hora! Mac sospechaba que ella era una mujer práctica.

– Vamos a poner las cartas sobre la mesa, Mac.

– Estoy de acuerdo.

– Bien, pues yo sé que no tengo mucho dinero, pero prefiero que no me hables de ese asunto, ¿de acuerdo?

– Muy bien, Kelly. Pero es que quería comentarte…

– Perdóname un momento.

Mac se quedó sentado con la cabeza sujeta entre las manos, mientras ella iba al baño. Nada estaba sucediendo según lo que él había planeado. Aceptaba que ella no quisiera hablar de finanzas, pero lo cierto era que no habían hablado de nada importante todavía. Tan pronto como ella volvió del servicio, Mac decidió que debía tomar la iniciativa.

– ¿Puedo hablar yo ahora?

– Por supuesto, Mac.

Pero en vez de sentarse a escuchar educadamente como había hecho él, Kelly se puso a revolver cacharros en la cocina sin parar.

– Kelly, deja eso para luego. Quiero hablar contigo de cosas importantes relativas a tu estado…

– ¿Qué es lo que quieres saber? Mi ginecóloga es la doctora Lynn y en cuanto al seguro médico, tengo el de la empresa. Por cierto, ¿no me irás a decir que al estar casada contigo ya no me vale ese seguro?

– Bueno, en cualquier caso te cubriría el mío. Pero eso no es lo que te quería preguntar. ¿Cuándo te vas a convencer de que ese tipo de cosas ya no tiene que importarte?

– Oye, Mac, ya sé que tú tienes mucho dinero, pero no quiero que pienses que mi intención es aprovecharme de ti. Yo puedo pagar mis cuentas.

– Ya sé que no quieres aprovecharte de mí. Y ahora, ¿vas a dejar que te pregunte lo quiero saber o no? ¿Te has hecho alguna ecografía recientemente?

– Sí, la semana pasada me hicieron una. Se temían que podía estar embarazada de gemelos, ya que en tu familia hay algún precedente…

Si, de hecho, su madre había muerto al ir a dar a luz a gemelos, pero él no había querido comentarle nada a Kelly al respecto por miedo a asustarla.

– … pero es un solo niño. Y todo va perfectamente. En teoría, salgo de cuentas a finales de febrero, y no quise saber si iba a ser niño o niña. Eso no me importa, pero lo que sí me está costando es elegir un nombre. He pensado en Annie, si es niña.

El frunció el ceño.

– ¿Es que no te gusta?

– Sí, es un nombre bonito.

– Lo decía por la expresión que has puesto.

– Es que mi madre se llamaba Annie -Mac respiró hondo-. Y algo me dice que tú ya lo sabías.

Ella asintió.

– Sí, Kate me lo comentó en una ocasión. Y también Marie. Creo que ambas querían mucho a tu madre. Hablaban de ella como si hubiera sido una persona maravillosa. Y a mí me parece un nombre precioso. Claro, que hay personas reacias a utilizar nombres de familiares, ¿no serás tú una de ellas?

– No; por mi parte, no podías haber elegido un nombre mejor.

– Me alegro -dijo ella, con una gran sonrisa-. Entonces, si es chica, está decidido el nombre. Ahora ya sólo queda pensar en un nombre por si es chico.

– Eso ya lo pensaremos en otro momento. Ahora quiero saber qué tal te encuentras tú, no sólo me interesa saber que el bebé está bien.

– Bueno, es que no hay nada interesante que reseñar acerca de mí. Lo único que dice la doctora Lynn es que tengo las caderas algo estrechas. ¿Te lo puedes creer? Y yo que me veo más gorda que una ballena…

– De eso nada. No sé por qué dices eso. No estás nada gorda, estás preciosa. ¿Y por qué te dice la doctora lo de las caderas? ¿Es que puede eso suponer algún riesgo durante el parto?

– Oye, Mac, no tienes que mentir y decir que estoy preciosa. No necesito que me adules.

El se levantó a ayudarla a recoger los cacharros.

Viéndola de espaldas a él, pensó que ella quizá no tenía el tipo de belleza de las modelos, pero es que ese tipo de belleza era demasiado frío. Los enormes ojos azules de Kelly podrían dejar pasmado a cualquier hombre, sus labios recordaban dos fresas y su piel era blanca como una perla. Y además, ella estaba llena de vida y era una mujer de lo más sensual. Una mujer así debería de ser consciente de lo. atractiva que era. A cualquier hombre le volvería loco imaginar esa piel suave desnuda apretándose contra él… De pronto, Mac recuperó la consciencia, arrepintiéndose del curso que habían tomado sus pensamientos.

– O sea, ¿que no tendrás problemas durante el parto? -insistió Mac, recuperando la calma.

– No, estoy perfectamente. Oye, por cierto, me acabo de acordar de… ¿Sabes si mañana por la noche hará buen tiempo?

– ¿Qué sucede mañana por la noche?

– Mañana a las seis y media tengo que ir a la clase de preparación del parto. No es que me apasione la idea de ir mañana, pero es que sólo va a haber cuatro y he ido nada más a la primera…

– No te preocupes, yo te llevaré. ¿Y estabas pensando en ir sola?

– Sí, Mollie se ofreció a venir conmigo como ayudante. Y también Amanda, la que trabaja con tu primo en marketing. E incluso tu tía Kate insistió en que estaría encantada de acompañarme, pero yo les dije que preferiría ir sola.

– ¿Que no quieres que nadie te ayude?

– No, me conozco y sé que tengo poco aguante para el dolor, pero también sé que puedo manejar mejor la situación si estoy sola. Estaré más tranquila.

A él no le gustó la idea de que ella prefiriera estar sola en ese momento, y lo que menos le gustó fue que no se le ocurriera pensar que él, como marido, querría estar allí ayudándola.

De pronto ella le puso una mano sobre el estómago. Y Mac notó que el pulso se le aceleraba de manera increíble. Luego se dio cuenta de que ella lo único que quería era apartarlo para poner en marcha el lavavajillas.

– Si quieres estar sola durante el parto, de acuerdo -dijo él, dejándola pasar-. Pero si no te importa, me gustaría acompañarte a las prácticas.

– ¿Es que quieres aprender a gruñir y a gemir?

– se burló ella.

– Me gustaría saber por lo que vas a pasar, si no te importa.

– No, claro que no. Por cierto, ¿te gustan las galletas con miel y pasas?

– ¿Qué?

– Es que me a mí me apetecen. Y me parece que es un buen día para hacerlas. Por cierto, que he decidido que podemos poner el cuarto del niño arriba, al lado del baño.

– Muy bien -asintió él, echándose una taza de café. Iba a necesitar la cafeína para seguir charlando con la «señorita eficiencia».

– ¿Te parece bien si pinto las paredes de ese cuarto?

– No.


– ¿Cómo que no? Ya sé que el color azul oscuro es bonito, pero no me parece adecuado para un bebé. Creo que un niño preferiría un color más alegre…

– No me refería a lo de pintar la habitación. Puedes hacer los cambios que quieras en la casa, pero lo que no quiero es que lo hagas tú sola.

Estuvieron un buen rato discutiendo; Ella argumentó que estar embarazada no era lo mismo que estar enferma. También le dijo que le encantaba pintar y que podía hacerlo sola. Luego, en un momento de la conversación, le puso un bol en el regazo y le ordenó que batiera la crema que había dentro. El se dio cuenta de que llevaba horas sin preocuparse del trabajo, y al verse allí sentado con el bol entre las manos se le escapó una sonrisa.

Hacía años que no se sentía tan relajado. A él le gustaba llevar un ritmo fuerte de vida con poder y responsabilidades, pero lo que nunca se le había ocurrido era que ese matrimonio sería tan sencillo. No pensaba que vivir con Kelly sería tan divertido. Se trataba de una mujer que charlaba sin cesar y que llenaba por sí sola toda la casa de luz y alegría. No paraba de bromear ni un momento, era una mujer increíble.

Por un momento, deseó que no dejara nunca de nevar. Le hubiera gustado que todo excepto ellos desapareciera durante un tiempo.

Por un momento, se sintió como un verdadero esposo Y pensó que ella le pertenecía y que era normal que estuvieran allí juntos.

Pero entonces, como no podía ser de otra forma, el teléfono sonó.

De ese modo, el mundo real se impuso a la sensación de ilusión que había invadido a Mac. El se recordó a sí mismo que estaba allí para protegerla. Al fin y al cabo ella no había elegido vivir con él, y sena peligroso pretender otra cosa.

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