Mac tenía órdenes de no aparecer hasta las once de la noche. Al principio pensó que estaría encantado de tener tanto tiempo libre. Pidió que le llevaran comida de un restaurante cercano y esperó impaciente a que todos los empleados se marcharan para ordenar su mesa. Pero no podía concentrarse en nada. Estuvo todo el tiempo pensando en cómo le iría a Kelly.
Estaba seguro de que le divertiría una reunión sólo de mujeres, pero su embarazo le preocupaba. Cuanto más se acercaba al día señalado, más rápidamente se cansaba. Y cuando estaba cansada, un soplo de viento la podía hacer llorar. Las mujeres de la familia eran otra preocupación para Mac. Las quería, eran su familia, pero eran bastante dominantes por naturaleza. Así que pensó que sería una buena idea aparecer un poco antes, entrar de puntillas, asomarse a ver si todo iba bien y desaparecer escaleras arriba hasta que todo acabara.
Esos eran sus planes y Mac llegó sin hacer ruido, o eso pensó. Todas las mujeres habían escondido los coches detrás del garage para que Kelly no los viera, y él hizo lo mismo. Estaba nevando mucho y llegó a la entrada con el pelo y el abrigo empapados…, y, de repente, allí estaba ella con los brazos abiertos.
– ¡Mac, ya estás aquí!
El pensaba que no tenía tiempo para darle un abrazo, pero sabía que cuando su esposa decidía ser cariñosa, no iba a pensárselo ni a esperar. Así que, con la velocidad de un misil, Kelly se tiró a sus brazos.
Y con esa rapidez él estuvo de nuevo en una difícil situación.
Porque, después del frío de aquella noche, la sintió a ella más caliente y suave, como un rayo de sol. Olía tan bien…, le gustaba tanto sentirla, que instintivamente se abrazó a ella. Y enseguida notó la reacción normal en un hombre que llevaba tanto tiempo en un estado de celibato. Lo malo era que él había pasado épocas así y nunca había respondido a ninguna mujer como a Kelly.
Era como si un adicto al chocolate oliera la tableta más exquisita. El se estaba volviendo adicto. No sabía por qué sentía ese deseo, pero la fuerza de aquella sonrisa… Nunca nadie se había alegrado tanto de ver a Mac, o no como ella, ni simplemente por verlo. Como si él fuera su universo, como si le gustara estar con él por ninguna otra razón. Las sonrisas de Kelly, su piel, aquellos ojos azules, sentir sus hombros estrechos contra sus brazos y el hijo acurrucado entre ellos…
Sin darse cuenta apretó los labios contra su pelo suave. Ella debió de notar el beso, porque de repente alzó la cabeza. Mac sintió una voz de alarma. Ella buscó su rostro, luego, como si hubiera visto una súplica, se alzó de puntillas y lo besó a su vez con sus labios trémulos y vibrantes.
No era la primera vez que estallaba entre ellos una llama de erotismo. Así como tampoco era la primera vez que a él se le ocurría llevarla a la cama y no pensar en las consecuencias. Las manos de ella acariciaron su nuca y sus labios se posaron en los de él con suavidad, con timidez, como in capullo que se abre para beber los rayos del sol. El había conocido otras mujeres, a muchas mujeres, decenas de mujeres experimentadas que no habían conseguido excitarlo hasta aquel punto de abandono. Había algo en Kelly que lo hechizaba. Y es que él podía sentir su fragilidad, podía sentir la invitación en la manera en que lo besaba. Podía imaginar toda la exuberancia y el ofrecimiento total que ella podía darle.
Mac se recordaba continuamente que tenía que contar con su hermano. No era estúpido y no lo olvidaba, pero era muy difícil apartarse de ella. Cuando Kelly estaba en sus brazos se generaba una magia perfecta, casi dolorosa, como si nada importara en esos momentos excepto ellos dos.
Pero a la larga, la conciencia emergía a la superficie, a pesar de todas esas emociones. Era preciso contar con el honor. No por él, sino por Kelly. Ella lo necesitaba. Todo el asunto del matrimonio había surgido por la necesidad de ella de tener un hombre en quien confiar. Y cuanto más la quería, más le importaba y más decidía no fallarle nunca.
Así que cortó el beso suavemente, sin soltarla, para no hacerla sentirse rechazada o preocupada. Luego esbozó una sonrisa, como si el deseo no estuviera hincándole sus afilados dientes, como si la sangre no le circulara a toda velocidad por las venas. Aquella mañana la había dejado con un vestido fresco de embarazada color azul. Ahora llevaba el mismo vestido, pero tenía el cuello ladeado y el pelo todo desordenado.
– Por tu aspecto parece que te los has pasado divinamente en la fiesta.
– Oh, Mac. Tenía tantas ganas de que llegaras a casa para contártelo. No creerías…
Entonces comenzó a darle los detalles, con lo cual le dio unos segundos para recuperarse y borrar todo deseo. Le estaba colocando uno de los tirantes del vestido, cuando de repente se dio cuenta de que no estaban solos.
Todo el grupo de mujeres se había colocado en la entrada, tan silenciosas como estatuas, y miraban cómo abrazaba a Kelly, mientras esbozaban una sonrisa bobalicona.
No tuvo que dar un paso, porque el grupo se deshizo instantáneamente. Mac devolvió los abrigos, dio las gracias y aceptó golpecitos en la mejilla y sonrisas de complicidad de sus primas, tías y hermana.
Cuando se hubo ido la última, se dirigió con Kelly hacia el salón.
– ¡Dios, mío! -exclamó al entrar.
– Es un desastre, ¿verdad? Pero no tenemos por qué preocuparnos. Tus tías dicen que el servicio que ha traído la comida vendrá mañana a limpiar.
– ¿No crees que sería más fácil mudarnos de casa? Me imagino que hay pólizas de seguro para desastres naturales como éste.
Ella rió y lo agarró de la mano, para enseñarle todos los regalos. Llevó un buen rato. Finalmente, Mac se sentó en el extremo del sofá rosa que ella había traído de su casa, con los pies en alto. Había sido un día muy largo. Ella también parecía cansada, así que la animó a que se sentara a su lado y pusiera también los pies en alto.
– ¿Me estás diciendo que un bebé de cuatro kilos necesita doscientas mil pesetas para vivir un día cualquiera?
– Me aseguraron que ni siquiera habíamos empezado. Aunque no puedo imaginar que falte nada. Tienes una familia maravillosa -dijo, demasiado excitada par sentarse.
Sin embargo, después de caminar un rato más entre cajas y papeles, se inclinó sobre la caja de la silla de dar de comer al bebé. Sacó una hoja de instrucciones, seguida de un montón de pequeñas bolsas de plástico y de piezas pequeñas.
– La familia tiene ideas muy divertidas sobre ti.
– ¿Divertidas? ¿Por ejemplo? -preguntó él intrigado.
– Me dieron muchos consejos. Me hablaron de tus gustos y de lo que no te gustaba. De cómo mantenerte contento. Creen que tienes muy mal humor, Mac.
– Un poco quizá -de la caja aparecieron dos patas de madera. Mac se iba quedando pálido con cada pieza que sacaba-. No estarás pensando en montar eso ahora, ¿verdad?
– Claro. Dice: Fácil de montar, pero necesitamos dos tipos de destornilladores. Tú siéntate, yo sé dónde está todo -así que fue a la cocina y volvió enseguida con algunas herramientas y dos vasos de zumo de manzana-. Y no voy a contarte todos los consejos que me han dado. Chloe me ha informado que es importante que empiece a practicar en serio. Tu hermana dice que tienes que asistir a todo tipo de actos sociales para la empresa.
– Espero que no la hicieras caso. Odio esas reuniones de empresa, nunca me han gustado.
– Eso es lo que yo pensé -dijo, comenzando a mover los destornilladores como si fueran armas mortales-. Me pareció sorprendente que ninguna supiera que te gusta pasear por el bosque, encender tú mismo la chimenea, esquiar o leer historia. La mayoría me aconsejaba ir contigo a los actos sociales, pero entonces habló tu tía Marie.
– ¿Sí?
Mac se levantó del sofá, se agachó a su lado y tomó la hoja de instrucciones. No podía estar allí sentado mientras ella intentaba armar la silla. Lo menos importante era que no supiera distinguir un destornillador de unos alicates. Armar muebles era cosa de hombres.
– ¿Y qué dijo mi tía Marie?
– Me dijo que la manera de mantenerte contento era darte mucho sexo. Mac, ten cuidado con esas tuercas. Nada demasiado perverso, me dijo. No te imaginaba con una venda en los ojos y un slip de cuero. Debo de mantenerme con lo esencial, pero asegurándome de que tú también participas… ¿Por qué estás tan rojo?
– Imaginar a mi tía Marie discutiendo sobre vendas en los ojos y sexo perverso es suficiente para sonrojar a un monje -murmuró Mac secamente.
Sacó una pieza de madera y trató de identificarla en la hoja de instrucciones, o por lo menos eso pensó que haría cuando Kelly dejara la hoja. Pero segundos después la muchacha unía esa pieza con otra igualmente extraña.
– De acuerdo, como tú y yo no tenemos es tipo de relación, da igual si prefieres vendas o cuero. Pero, personalmente, opino que tú te puedes poner un poco más salvaje y creativo una vez que las luces se apagan, señor Fortune.
Mac se pasó una mano por el rostro, seguro de que algo se tramaba en aquellos ojos azules de Kelly. Recordó en ese momento, con demasiada claridad, animar a Kelly a que fuera completamente sincera con él. Y siempre lo era, pero le parecía un poco excesivo que lo provocara de aquella manera. Y menos después de aquel encuentro en el vestíbulo, que le tenía todavía un poco nervioso.
– ¿Te emborracharon? -quiso saber.
– ¡Mac! ¡Estoy embarazada! Todas tomaron una copa de vino menos yo… y ahora agarra estas patas y mantenlas firmes, ¿vale? De todos modos, te estoy hablando de estos consejos por un motivo.
– ¿Cuál?
– Me preocupa que tu familia no te conozca.
– Por eso me parece bastante improbable que mis primas y tías sepan de mis preferencias sexuales -contestó, intentando no ponerse muy serio.
– No estoy hablando de sexo, hablo de amor. Tu familia nunca me habría atosigado con tantas preguntas o consejos si no te quisieran muchísimo, o quisieran que fueras feliz. Y por lo que yo imagino, tú eres al primero que acuden cuando tienen problemas y siempre has respondido. Pero parece que no te conocen nada y no lo comprendo. ¿Quién te ayuda a ti cuando lo necesitas?
Kelly repetía ese tipo de cosas continuamente, confundiéndolo. Eran cosas que nadie le había preguntado jamás y tampoco sabía qué responder.
– Soy una persona adulta. Si tengo un problema, yo mismo tengo que solucionarlo. No espero que nadie vaya corriendo a hacerlo.
Los ojos de Kelly brillaron de ternura. Apartó a un lado la silla alta, como si nunca hubiera estado montándola.
– Todo el mundo necesita ayuda de vez en cuando. Tú eres tan bueno para tu familia, que los has acostumbrado a pedir sin tener que darte nada a cambio. Pero nadie puede ayudar continuamente. Tú necesitas también ayuda, tener alguien al que puedas confesarte. Alguien que pueda ayudarte y decirte que el mundo no acaba aunque cometas un error.
Mac se puso rígido. Kelly no se equivocaba en las relaciones que había entre su familia y él, pero siempre había aceptado aquel papel. Nunca había sido consciente de la soledad, hasta que su esposa había comenzado a provocarle toda esa clase de sentimientos confusos. Nunca había echado de menos a nadie, hasta que llegó ella. Hasta que empezó a recordarla cuando no estaba a su lado. A recordar la manera en que su pelo se movía, la manera en que sus ojos suaves penetraban dentro de él, provocando todo tipo de sentimientos. A necesitar su modo de escucharlo, las pecas en la nariz, aquellas piernas largas…
Cuando se dio cuenta de que estaba mirando su cuerpo, otra vez apartó la vista. Era hora de cambiar de tema.
– Creo que la familia dejará de acosarte después de esta noche.
– ¿Por qué crees que dejarán de hacerlo?
– Porque te han visto en mis brazos, pequeña. En mi familia no hay malicia y todos creen estúpidamente en el amor, que es lo que piensan que han visto esta noche.
– Mac, no te abracé ni hice nada para disimular delante de ellos. No me di cuenta de que nos miraban. Me puse contenta cuando te vi llegar y estaba impaciente por contarte todo…
– Nunca pensé que estuvieras haciendo algo falso, Kel. Pero sí creo que estamos en medio de un problema que necesita solución. Tienes que saber que hay atracción entre nosotros. El cariño es una cosa, pero tú no me abrazas como a un hermano. Y yo te aseguro que tampoco te abrazo a ti como si fueras mi hermana.
Ella se quedó inmóvil, observando su rostro. En ese momento Mac recordó cuando ella iba a su despacho y procuraba marcharse cuanto antes, como si se sintiera incómoda o intimidada por él. Dios sabía que no quería que volvieran esos tiempos de nuevo, pero tenía que saber lo que ella pensaba.
– ¿Preferirías que no te tocara? -preguntó ella despacio.
– No.
– ¿Me estás diciendo que quieres ignorar esa atracción?
– No. Creo que no es una buena idea disimular, hacer como si no existiera. No puedes resolver un problema al que no quieres enfrentarte. Creo que ninguno de los dos esperábamos algo así… y haríamos bien en sinceramos y hablar sobre qué tipo de relación queremos.
– De acuerdo. Desde el principio tú dijiste que haríamos este matrimonio de acuerdo a nuestras propias reglas, de manera que los dos nos sintiéramos cómodos. Y creo que es exactamente lo que estamos haciendo, Mac. Estamos explorándonos el uno al otro. ¿Crees que sería tan terrible que nuestra relación se hiciera demasiado íntima?
¿Y ahora por qué volvía a excitarse? Se preguntó Mac. Pero eran los sentimientos de ella los que él quería comprender, no los suyos. Instantáneamente aparecieron en su mente imágenes de ella haciendo el amor… Se llevó la mano al cuello nervioso.
– Lo que creo es que hacer el amor complica cualquier relación y es algo en lo que no pensamos cuando decidimos casarnos. No quiero que te preocupes pensando en que no puedes confiar en mí. No quiero que comience por accidente algo que luego puedas lamentar. Me doy cuenta que tú también te pones cada vez más nerviosa cuando estamos juntos. Por eso no quiero ignorar la atracción que existe entre nosotros, pero sí sugiero que intentemos controlarla hasta después de que el niño nazca.
Desde luego, Mac no había pensado en la respuesta, pero la sonrisa de Kelly lo sorprendió.
– No hay problemas en que deje de confiar en ti, Mac. Y, me parece bien lo que dices. Aunque no puedes negarme mi ración diaria de besos…
Mac sintió alivio al ver que la conversación daba un giro que borraba la tensión entre ellos.
– Los besos están en la programación, pequeña.
– Y ahora que hemos aclarado todo, te diré que estoy completamente agotada. Voy a llevar a mi hijo y a mí a la cama.
Dicho lo cual se inclinó y besó a Mac en la frente, luego se dirigió hacia la puerta, donde se volvió.
– ¿Mac?
– ¿Qué?
– No se te ocurra utilizar el destornillador.
– ¿Perdón?
– Yo terminaré la silla mañana por la mañana. Es evidente que no sabes hacer nada de bricolage. La verdad es que me alegro que no sepas nada de mecánica. Es un consuelo, después de mi torpeza con los aparatos electrónicos.
Mac se sentó en el sofá de nuevo y dejó el destornillador. Miró alrededor y vio los adornos que colgaban de las paredes y las cajas… Y aún así, era curioso cómo la vida desaparecía una vez que Kelly se marchaba. El carácter de Mac parecía desinflarse como un balón.
A pesar de todo, se dijo que la breve conversación había salido bastante bien. No la entendía, pero no era nuevo. La verdad es que Kelly lo confundía más cada día, pero tampoco eso era nada nuevo.
Ella no había dicho que quisiera acostarse con él, pero a sus treinta y ocho años, Mac era perfectamente capaz de distinguir la dinamita. El había conocido la pasión, pero ninguna mujer había respondido como ella a aquellos besos breves, a aquellos abrazos vulgares con ese anhelo. Ella lo deseaba. Y él también la deseaba, ¡por supuesto! Aunque estaba demasiado preocupado por saber la razón. Quizá ella se sentía en deuda con él, quizá vivir juntos había propiciado el problema. Quizá el embarazo la hacía vulnerable y sentía todo con demasiada intensidad. Con tanta intensidad que olvidaba a su hermano.
Dejar un tiempo hasta después de que el niño naciera, daría a Kelly un tiempo para pensar, creía Mac. Después del parto, ella se sentiría más segura, más realista. Podría decidir que no lo necesitaba para nada, y mucho menos para hacer el amor. Esperar, darle suficiente tiempo para pensar era lo más.honesto que podía hacer.
Mac se puso de pie y comenzó a apagar las luces. Minutos después se metía en la cama, jurando llevar a cabo su promesa.
Por primera vez en su vida, pensó que el honor era una estupidez.
En medio de la noche, Kelly fue despertada por una patada del bebé, directamente en el hígado. Con los ojos abiertos apenas, se levantó y se puso la mano en el vientre. A continuación salió, tambaleándose, y se dirigió al baño sin encender la luz.
Sintió la alfombra bajo sus pies, y el viento frío de la noche a su alrededor, luego el azulejo helado del cuarto de baño. No le importaba interrumpir su sueño. De alguna manera esas interrupciones eran su único momento del día que tenía para estar a solas con su hijo. La sensación del pequeño que crecía dentro de ella, moviéndose todo el tiempo ya, siempre evocaba en ella una sensación de extrañeza. El amor que sentía por el bebé no se parecía a nada.
Nunca había dudado en que quería a aquel hijo, ni siquiera al descubrir que estaba embarazada. Incluso sabiendo las ideas estrictas de su madre sobre el tema, incluso sabiendo que Chad la había abandonado. Si hubiera sabido cómo localizar a Chad, lo habría intentado, pero sólo porque sentía el deber de informarle. Chad siempre había dicho que no quería tener hijos y sabía que estaba sola. Para ella no era desconocida las dificultades de ser una madre soltera, tenía como referencia a su madre y todo el esfuerzo de criarla. Pero el ejemplo de su madre también le había enseñado a ser fuerte y valiente.
A pesar de todo, en ese instante deseó con todas sus fuerzas que Mac fuera el padre de aquel hijo que llevaba dentro.
El bebé dejó de dar patadas y Kelly se lavó las manos. Luego volvió a su cuarto. Al ir hacia allí se chocó con algo duro y caliente. Notó en su frente la mandíbula masculina y alguien que la agarraba para que no se cayera.
– Me figuraba que era tu paseo de todas las noches, pero quise asegurarme de que no estabas enferma.
– Estoy bien, Mac. De verdad.
El hombre acarició sus mejillas y pareció adivinar, con aquel gesto, que era sincera.
– De acuerdo. Duerme bien, pequeña -dijo, dejando caer las manos.
Mac se dio la vuelta y se fue hacia su habitación. Kelly pensó que estaba dormido porque le oyó chocarse con la pared.
Y Kelly entonces se dio cuenta, fue consciente por vez primera, de que se estaba engañando a sí misma, de que estaba enamorada de él y de que ese amor crecía más cada día.
¿Pero cómo no enamorarse de aquel hombre que la trataba con tanto cariño? ¿Que se despertaba por la noche para asegurarse de que no le pasaba nada?
Se metió en!a cama y se acurrucó bajo las sábanas, intentando convencerse y recordarse que él se había casado con ella sólo por su sentido de la responsabilidad.
Tenía que ser fuerte, tenía que permanecer callada y no decir su secreto. Se negaba a herir a ese hombre que tan increíblemente bueno era con ella.