Capítulo 11

Gabe no fue capaz de detenerse. Rebecca ni siquiera consideró la posibilidad de hacerlo. La pasión que había entre ellos era mucho más que un viaje hacia la satisfacción física. Para ella, todo lo que estuviera relacionado con hacer el amor con Gabe estaba bien. Gabe había acariciado su alma y ella ardía en deseos de alcanzar el alma de Gabe.

Además, la sensación de intimidad con él era tan poderosa… Hizo falta una eternidad para que su corazón se tranquilizara. Y también el de Gabe. De alguna manera, Rebecca se sentía irremediablemente unida a él. Gabe se tensó a su lado, pero continuaba acurrucándola contra él. Y Rebecca no era capaz de dejar de mirarlo, de dejar de acariciarlo. Gabe también la acariciaba y la besaba como si hubiera encontrado el mismo júbilo que ella.

Durante unos minutos, permanecieron unidos sin hablar, mirándose a los ojos. Al cabo de un rato, Gabe musitó algo sobre que necesitaba levantarse. Solo estuvo unos minutos en el baño. Cuando volvió, apagó la televisión y la luz y regresó a la cama.

Pero algo había cambiado drásticamente en aquellos minutos. Rebecca no podía ver sus ojos, su expresión. Cuando lo sintió deslizarse bajo las sábanas, comprendió que iba a pasar aquella noche con ella. Que Gabe, siendo como era, no podía hacer el amor con una mujer y después abandonarla.

Pero sentía su piel fría y sus músculos repentinamente tensos.

Segundos antes, Rebecca había estado a punto de dormirse. Pero ya no. No estaba segura de qué decir, de qué hacer, pero notaba que Gabe estaba alejándose de ella a la velocidad de la luz.

De pronto, la voz de Gabe interrumpió el silencio de la noche.

– Debería haberme detenido, Rebecca, ha sido culpa mía.

– No creo que sea justo hablar de culpabilidad. Ninguno de nosotros podría haber anticipado que había posibilidades de que el preservativo se rompiera.

– Sí, bueno… la cuestión es que… si te quedas embarazada, me gustaría que me lo dijeras. No quiero que creas que es solo problema tuyo. No voy a eludir mis responsabilidades, pelirroja.

El dolor la atravesó como una daga. Responsabilidad, deber, honor. Ella sabía que eran una parte indeleble de Gabe, pero no era eso lo que esperaba que sintiera por ella.

– Sé que lo último que quieres es tener un hijo, formar una familia.

– Sí, y eso me hace diez veces más culpable.

– Vamos, Gabe. El preservativo se ha roto, ninguno de nosotros pretendía que ocurriera.


– Siempre hay un porcentaje de riesgo con esa clase de anticonceptivos. Y solo por esa razón, hasta ahora solo me he acostado con mujeres que pensaban lo mismo que yo. Pero tú estabas muy afectada después de un día traumático, seguro que tu nivel de adrenalina todavía era muy alto. Comprendo perfectamente que necesitaras sentirte abrazada, pero en realidad no querías hacer el amor.

– Claro que quería hacer el amor -respondió Rebecca rápidamente.

– Hacer el amor contigo ha sido aprovecharme de ti, pelirroja. Yo sé lo que es el peligro, lo que te lleva a pensar. Pero tú no. Es posible que hayas querido hacer el amor, pero mañana por la mañana podrías arrepentirte de lo que has hecho.

– No me arrepentiré. Te quiero Gabe -replicó Rebecca con fiereza, y sintió tensarse todos los músculos del detective.

– No estoy diciendo que no sientas que me quieres. Pero yo nunca te he mentido y no pienso insultarte haciéndolo ahora. Yo no le doy el mismo valor que tú a la palabra «amor».

– ¿Devereax?

– ¿Sí?

– No estoy segura de cómo defines el riesgo, pero puedo decirte cómo lo defino yo. Mi padre solía decir que nunca debes participar en un juego si no eres capaz de enfrentarte a perder. Yo siempre he visto la vida de forma diferente. Nunca he participado en un juego en el que no merezca la pena ganar.

– De todas formas, en este caso eso es irrelevante, porque para ti el amor no es ningún juego.

– No, no lo es. Y sé que no te va a gustar oír esto, pero si pudiera elegir un padre para mis hijos, te elegiría a ti.

– Entonces es que no me conoces, Rebecca.

– Sí, claro que te conozco. Pero no es esa la razón por la que he sacado el tema -dijo con firmeza-. Necesito que sepas que jamás habría hecho nada para atraparte. Jamás le habría hecho algo así a ningún hombre, y mucho menos al hombre del que estoy enamorada. Tú sabes las ganas que tengo de tener un hijo, pero si no estaba utilizando ningún método anticonceptivo era porque no sabía que íbamos a hacer el amor. Jamás habría intentado acorralarte contra las cuerdas sabiendo lo que sientes por el matrimonio y la familia.

Gabe buscó los ojos de Rebecca en medio de la oscuridad.

– Te creo. Siempre has sido muy sincera, pelirroja. Pero tú misma lo has dicho, no sabías que íbamos a hacer el amor y eso me convierte en responsable de lo ocurrido. Y quiero que me prometas que, si te quedas embarazada, no lo mantendrás en secreto.

– Solo hemos hecho el amor una vez. Y no hay muchas posibilidades -todavía no quería prometerle nada. Necesitaba más tiempo para pensar-. Quiero decirte algo más.

– ¿El qué?

– No te estoy pidiendo nada al decirte que te amo. No pretendo ponerte una soga al cuello. Solo te amaré porque quiero amarte -se acercó hasta él y lo besó lentamente.

Gabe aceptó su castigo como un hombre: se mostró tolerante y paciente. Y el pobrecito también se encendió más rápido que la pólvora.

– ¿No te gusta que te quieran, monada?

Gabe suspiró sonoramente.

– Dios, eres increíble. Te juro que si la primera vez que te vi hubiera sabido que…

– ¿Habrías traído más preservativos? Pero no te preocupes, esta vez intentaremos ser más creativos -le dio un beso en la barbilla y se dirigió hacia su garganta-. Podrías ayudarme a encontrar formas de ser creativa.

– ¿Alguna vez en tu vida has hecho algo que no haya supuesto problemas?

– Bueno, este problema me parece de los mejores. No hay nada malo en ser querido. No te va a pasar a nada, Gabe. ¿Cuándo te cuidaron por última vez?

– Soy un hombre adulto, sé cuidar de mí mismo.

– Eso es lo que tú te crees monada -le mordisqueó suavemente el cuello-. Todo el mundo necesita que lo cuiden de vez en cuando. Ahora, cierra los ojos y sufre en silencio. Considera esto como una especie de lección. Vamos a comprobar si eres capaz de sobrevivir a ser amado sin sufrir un ataque de pánico.

– Rebecca…

Y no pudo decir nada más porque Rebecca anuló cualquier posibilidad de hablar.

La zona en la que Rebecca estaba esperando la salida de su avión estaba abarrotada de turistas. El vuelo estaba anunciado para las tres. Desde luego, podía haber ido en taxi al aeropuerto, pero Gabe había insistido en llevarla.

Y ella sospechaba que quería asegurarse de que volviera sana y salva a en aquel avión.

La escena en el aeropuerto era idéntica a la del día de la llegada de Rebecca. El mismo sol resplandeciente de Las Vegas entrando a raudales por los ventanales, los pasajeros abandonando sus aviones con el brillo de los jugadores en la mirada. Carteles anunciando los diferentes casinos de la ciudad en las paredes y máquinas tragaperras en todas las direcciones. La camiseta de Mickey Mouse que Rebecca llevaba estaba un poco más arrugada, pero era la misma que llevaba durante su primer día de estancia en Las Vegas.

Pero nada era igual.

El problema de su hermano no estaba resuelto, pero sí a punto de resolverse. Y en cuanto le retiraran la acusación de asesinato a Jake, la familia no tendría ningún motivo para seguir contratando a Gabe. Su trabajo habría terminado. Y eso supondría que tampoco tendría ningún motivo para seguir relacionándose con ella.

El corazón comenzó a latirle violentamente, no con ansiedad, sino con un creciente dolor. Si Gabe quisiera mantener con ella una relación personal, si estuviera enamorado de ella, como ella lo estaba de él, o si hubiera comprendido que lo que ellos compartían era algo único y especial no tendrían por qué dejar de verse.

El verdadero Gabe era un hombre vulnerable y generoso en sus sentimientos, pero ese Gabe parecía haber desaparecido para siempre.

– ¿Llevas dinero, pelirroja? -le preguntó pragmático.

– Yo nunca llevo dinero encima -respondió ella con una sonrisa-. Pero tengo más de cuarenta y siete tarjetas.

– ¿Va a ir tu madre a buscarte al aeropuerto?

– Tengo el coche aparcado en el aeropuerto, así que no hay ningún motivo para que nadie vaya a buscarme. Veré a mi madre cuando vuelva a casa.

– Pero vas a llegar de noche. Debería ir alguien a buscarte.

– Tranquilízate, Devereax, sé que no puedes cambiar tu carácter sexista y sobre protector de un día para otro, pero creo que necesitas un curso de reentrenamiento.

– Durante los últimos días has tenido que pasar por muchas cosas.

– Sí, es cierto, pero tú también.

Anunciaron su vuelo. Rebecca agarró la maleta y el bolso. Cuando se enderezó, Gabe sacó las manos de los bolsillos y la tomó por los hombros. Rebecca vio sus ojos justo antes de que inclinara la cabeza para reclamar su boca.

El beso fue letal. Ardiente, intenso, una sensual y embriagadora invitación al delito y a la locura… pero cuando Gabe alzó la cabeza, Rebecca volvió a leer el adiós en su mirada.

Le dolió mil veces más que sentir la navaja automática de Wayne en la garganta. Tuvo que tragar saliva con fuerza antes de poder hablar otra vez.

– ¿Cuándo sale tu avión? -le preguntó.

– Todavía no tengo billete. Quiero hablar antes con la policía y ver lo que ha pasado después del interrogatorio de Tracey y de Wayne. Y quedan algunos detalles que me gustaría seguir investigando.

– ¿Y después?

– Y después… tengo una tonelada de proyectos esperándome en la oficina. Y tú tendrás que volver a tu mundo -dibujó la barbilla de Rebecca con el pulgar. La escritora vio añoranza en sus ojos. Y también amor, aunque Gabe sería incapaz de pronunciar aquella palabra-. Si surge algún problema, házmelo saber.

Rebecca debería haber sabido que volvería a sacar el potencial problema del embarazo otra vez. Gabe siempre había sido un hombre práctico y honorable.

Pero si iba a verlos a ella y a su bebé como un problema, entonces no había nada más que decir.


Cuando Rebecca fue a abrir la puerta, la última persona a la que esperaba encontrarse era su hermano. Habían pasado cinco largas semanas desde aquel inolvidable fin de semana con Gabe. Y tres semanas desde que habían retirado los cargos de asesinato contra Jake. Volvía a ser un hombre libre. Pero Jake nunca se había presentado de improviso en su casa.

Rebecca se arrojó a sus brazos con una risa escandalosa.

– Vaya, ¿qué te trae por aquí? Pasa, pasa. ¿Quieres un café o un té?

– No me importaría tomar un café, pero temo interrumpirte…

– No te preocupes por eso, estaba a punto de tomarme un descanso. Pasa y ponte cómodo. El café ya está hecho.

Minutos después, Rebecca llevaba un par de tazas de café a su estudio, donde la estaba esperando su hermano.

– Creo que necesitas una excavadora -bromeó Jake.

– Si te parece que está desordenado, deberías verlo cuando no he hecho limpieza.

– ¿Pero has limpiado alguna vez esta habitación en la última década?

Rebecca dejó las tazas en la mesa y lo pellizcó. Cuando Jake fingió un intenso dolor, estuvo a punto de arrancarle las lágrimas a Rebecca. Dios, tenía tan buen aspecto… Y era maravilloso poder verlo fuera de los barrotes de la prisión.

Casi todo el mundo consideraba a Jake Fortune un hombre extremadamente formal e imponente, Rebecca lo sabía. Eran pocas las personas que se atrevían a bromear con él.

Y la verdad era que Gabe siempre había sido un hombre controlado y contenido, excepto con ella.

– ¿Solo has venido aquí para meterte conmigo y para darme pena? -Rebecca se acurrucó en la silla del escritorio, rodeando con las manos la taza de café.

– En realidad, he venido por una razón muy diferente -miró a su alrededor buscando un lugar donde sentarse y después de quitar varios kilos de papel de una silla lo encontró-. Esta es una visita privada, hermanita. He venido para darte personalmente las gracias. Si no hubiera sido por ti, todavía estaría pudriéndome en esa cárcel.

Rebecca sacudió rápidamente la cabeza.

– Gabe hizo todo el trabajo de investigación realmente importante, Jake. No yo.

– He visto a Devereax. Le he dado las gracias personalmente, y también al resto de la familia. Dios, todavía me cuesta creer que toda la familia haya permanecido en todo momento a mi lado. Pero Rebecca, tú fuiste la única que hiciste algo para solucionar mi situación. No creas que no lo sé.

– ¿Sabes? Ha habido algo muy irónico en todo esto. Tracey y Mónica eran muy parecidas. Ninguna de ellas habría sido capaz de definir la palabra «ética» con un diccionario en la mano. Ambas eran manipuladoras y ambiciosas, no le hacían ascos ni al chantaje, ni al robo ni a ninguna otra actividad criminal. No estoy diciendo que esté bien que hayan asesinado a Mónica. Pero no me extraña que esas dos brujas terminaran encontrándose.

Jake asintió.

– Sí, dos gatos negros cruzando sus caminos en la noche. Mónica amenazando a Tracey para mantener el secreto sobre el secuestro de nuestro hermano. ¿Quién podía haberse imaginado que Tracey investigaría a Mónica y terminaría descubriendo que, curiosamente, había adoptado a Brandon poco después de que el gemelo desapareciera? Solo una mente tan perversa como la suya podría haber relacionado ambos hechos. Tracey vio el asesinato como una forma de mantener el secreto y así poder capitalizar su estafa -de pronto, Jake pareció fatigado-. Sí, es una ironía que esas dos depredadoras sin moral se encontraran, pero creo que podríamos habernos ahorrado mucho sufrimiento si la familia Fortune no hubiera intentado esconder tantos secretos.

– ¿Incluyendo los tuyos? -le preguntó Rebecca con delicadeza-. ¿Qué tal estáis tú y Erica después de todo esto? Sé que las chicas han estado en todo momento a tu lado, ¿pero cómo andan las cosas con Adam?

Rebecca nunca había estado muy unida a Erica, la esposa de Jake. Adam era el único hijo varón de Jake y Rebecca sabía que padre e hijo eran casi dos desconocidos.

– Las cosas están yendo francamente bien, aunque todavía quedan muchas asperezas por limar con mi familia. He cometido muchos errores… -vaciló un instante-. ¿Sabes? El motivo por el que me dejé enredar por Mónica al principio fue que estaba chantajeándome. Nunca he sabido cómo se enteró de que mi padre biológico no era Ben Fortune, pero yo respondí dejándome llevar por el miedo. Pensé que lo perdería todo si se llegaba a descubrir que no era el auténtico heredero de los Fortune. Tenía miedo de perder mi vida entera, Rebecca.

Se levantó de la silla y comenzó a caminar por el atestado estudio.

– Esa era en parte la razón por la que me resultaba tan insoportable estar siendo acusado de asesinato. Había estado bebiendo, había ido a enfrentarme a Mónica, pero no tenía ningún motivo para matarla. Sé que era eso lo que podía parecer, pero yo ya había aceptado que la verdad sobre mi pasado debería conocerse. Había llegado a la conclusión de que no podía seguir viviendo en la mentira. Pero no tenía ninguna manera de hacer que me creyeran.

– Me temo que la verdad no siempre es evidente ante la ley -murmuró Rebecca, recordando todas las ocasiones en las que había discutido con Gabe sobre la validez de los hechos frente a la intuición-. Jake, todavía no me has dicho cómo van las cosas con tu esposa y con Adam.

– Van bien. Más que bien. Adam… en realidad nunca le había importado demasiado quién era yo. He sido yo mismo el que no he sido honesto y he estado ocultando cosas que han estado a punto de destrozar nuestra relación. Me temo que él es un hombre mejor que su padre.

– Y yo creo que tú eres un buen tipo, hermanito. Cualquiera puede cometer errores.

– Sí, y desde luego yo lo he hecho. En cuanto a Erica… hemos vuelto a estar juntos. Esa mujer me quiere de verdad.

– ¿Y te sorprende?

– Muchas veces pensé que a quien amaba era al heredero de los Fortune -Jake sacudió la cabeza-. Siempre he estado intentando ser el hombre que pensaba que ella quería que fuera. Hemos perdido un montón de años sin atrevernos a ser sinceros el uno con el otro…

El sonido del teléfono los interrumpió. Jake miró a su hermana arqueando las cejas en silencio al ver que no contestaba al primer timbrazo.

Rebecca no tenía intención de contestar, pero al ver el gesto de su hermano se levantó rápidamente. El contestador estaba programado para conectarse al segundo timbrazo.

Oyó la voz de Gabe, que había grabado ya su mensaje. Grave, queda, sexy, y dolorosamente familiar.

– En algún momento voy a localizarte, pelirroja. Rebecca, necesito hablar contigo.

Aquel era todo el mensaje, pero fue suficiente para llamar la atención de Jake, que miró a su hermana con expresión astuta.

– Sabías quién era. ¿Por qué no querías contestar?

– Porque estás aquí, no tengo muchas oportunidades de hablar contigo y a él puedo llamarlo en cualquier momento.

– Eres la peor mentirosa que he conocido en toda mi vida, hermanita. ¿Qué ocurre? ¿Era Gabe? No he reconocido la voz…

– No ocurre nada malo. Todo va estupendamente – le aseguró alegremente, y giró rápidamente la conversación hacia los asuntos de la familia.

Jake se quedó con ella hora y media más. Cuando le llegó el momento de marcharse, Rebecca lo acompañó hasta la puerta pensando que se habría olvidado ya de la llamada de teléfono.

– Si necesitas ayuda, de cualquier tipo, me ofendería que no me dieras la oportunidad de dártela. Estaría a tu lado lo más rápido posible y no haría ninguna pregunta.

– Gracias, Jake -sabía que su hermano estaba hablando en serio, pero había ciertos problemas a los que una mujer tenía que enfrentarse sola.

Cuando Jake se marchó, se llevó la mano al vientre.

Hacía tres días que se había hecho la prueba del embarazo.


Regresó al estudio, encendió el ordenador y buscó el capítulo en el que estaba trabajando. El trabajo había sido su salvación durante semanas. Normalmente, su mente se bloqueaba a todo lo demás cuando estaba escribiendo y, antes de que llegara su hermano, había dejado al protagonista de su libro pendiente de un terrible peligro. Necesitaba solucionar la crisis para salvarlo, pero los minutos iban pasando uno a uno y no acudía una sola palabra a su mente.

Acarició el brazalete que llevaba en la muñeca buscando inspiración. Pero no obró su magia. Se rodeó las piernas con los brazos y cerró los ojos. Gabe llevaba una semana intentando ponerse en contacto con ella. Utilizar el contestador para esquivarlo era inmaduro, estúpido y deshonesto… pero de momento, Rebecca no estaba preparada para hablar con él.

Gabe podría haberla llamado hacía mucho tiempo, pero no lo había hecho y su largo silencio la había dolido terriblemente. Rebecca no era ninguna entusiasta de la lógica, pero Gabe sí. Y sus repentinas llamadas tenían un motivo perfectamente lógico: había pasado el tiempo suficiente como para que ella supiera si estaba o no embarazada.

Semanas atrás, después de una noche inolvidable en su compañía, Rebecca había decidido no decirle la verdad si realmente estuviera embarazada. Gabe era un hombre tan honesto y chapado a la antigua que le ofrecería matrimonio en cuanto se enterara. Pero Rebecca no podía imaginar un desastre peor que un matrimonio forzado.

Si Gabe hubiera llamado antes, podría haber pensado que todavía tenían alguna oportunidad. Pero ya era demasiado tarde. Era demasiado evidente que el sentido de la responsabilidad y el honor eran el único motivo de sus llamadas.

Rebecca jamás había conocido a un hombre que necesitara el amor más que Gabe. Pero él solo parecía capaz de creer en las relaciones basadas en el honor y en la responsabilidad. Haría falta que llegara a su vida la mujer adecuada para quitarle esa idea de la cabeza. Una mujer que lo hiciera sentirse libre para dar rienda suelta a toda la ternura y la vulnerabilidad que había en su interior, libre para descubrir que el amor no era una jaula, sino todo un mundo abierto de posibilidades.

Una mujer que al parecer no era ella. Las lágrimas inundaron sus ojos, pero las reprimió con fuerza. Llorar no era ningún consuelo.

Rebecca había probado el sabor de la pérdida. Conocía todos los sabores de la soledad. Pero nada en su vida le había dolido tanto como saber que había perdido a Gabe.

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