Capítulo 13

– No estás herido -anunció Rebecca.

– No.

– Y no has sufrido ningún accidente en el que te hayas jugado la vida.

– No. De hecho, la última vez que me jugué la vida fue en Las Vegas. Contigo. ¿Rebecca?

– ¿Qué?

– No pareces en absoluto sorprendida.

– Claro que no estoy sorprendida, Devereax. Te conozco. Te pondría en un callejón con seis matones y compadecería a los matones. Si hay algún hombre sobre la tierra capaz de cuidar de sí mismo, ese eres tú. ¿Qué te creías, que me estaba tragando toda esta farsa? Escribo ficción, por el amor de Dios, soy perfectamente capaz de reconocer una estratagema tan artificiosa con los ojos cerrados.

Gabe se aclaró la garganta con incomodidad.

– Pero… has venido.

– Claro que he venido. Estaba terriblemente preocupada. Todavía lo estoy de hecho. No es propio de ti recurrir a la mentira. Ha tenido que ocurrirte algo verdaderamente malo para que hayas tramado todo esto.

– Sí, me ha ocurrido: no querías verme, ni siquiera podía conseguir que te pusieras al teléfono. Era bastante evidente que tenía que hacer algo creativo para llamar tu atención.

– Vaya, y desde luego lo has hecho.

Rebecca había estado evitándolo porque no quería contestar a ninguna pregunta sobre su embarazo hasta que no estuviera realmente preparada. Pero durante aquel increíble trayecto hasta la cabaña, no había podido evitar advertir que Gabe, a pesar de todas las oportunidades que había tenido, no había sacado todavía el tema.

– Así que querías hablar conmigo…

– Sí -musitó-. Pero creo que ya he tenido toda la conversación que soy capaz de soportar por ahora.

Rebecca estaba caminando a su alrededor, con los brazos todavía en las caderas, cuando Gabe alargó los brazos hacia ella y la estrechó contra su pecho. Rebecca pudo sentir los latidos atemorizados de su corazón contra los latidos asustados del suyo. Y entonces Gabe la besó.

Rebecca tenía miedo de que la besara. Mucho miedo. Porque sabía lo fácil que sería volver a hundirse en el abrazo de Gabe otra vez. La química era tan mágica entre ellos que sospechaba que podría durar toda una vida y que, si seguía al lado de Gabe, su amor iría haciéndose cada vez más desesperantemente profundo.

El primer beso fue todo lo que había temido…, y más todavía. La boca de Gabe descendió sobre sus labios con la suavidad del rocío sobre una rosa. Rozó su boca con una dulzura infinita, como si estuviera dando un largo y tierno sorbo de sus labios. Como si fuera agua para un hombre que había estado agonizando de sed en el desierto.

Un golpe de viento primaveral alborotó los árboles. De sus hojas cayeron gotas de agua que llegaron hasta ellos. Rebecca podía oír el gorgoteo del agua en la distancia, olía la fragancia de los pinos y sentía la humedad de la hierba atravesando sus zapatos.

La boca de Gabe era más suave que la luz de la luna y sus brazos más ardientes que el sol. Los sueños en los que Rebecca había querido creer durante toda su vida parecían muy reales en aquel momento, pero se sentía tan frágil que tenía miedo de romperse…

– Gabe…

– Lo sé, tenemos que hablar. Y yo quiero hablar contigo, pelirroja. Pero ahora mismo lo único que quiero es averiguar si puedo ponerte nerviosa.

– ¿Nerviosa? ¿Por qué demonios quieres ponerme nerviosa?

– Ojalá lo supiera, maldita sea, pero es importante -la levantó en brazos y subió con ella los escalones que conducían hasta la casa, besándola cada tres pasos-Tenemos que solucionar esto pelirroja. No creo que sea capaz de hacer nada más hasta que lo hayamos resuelto.

– ¿Lo de sí me pones o no nerviosa?

– Sí. Ahora vamos a ir al dormitorio. ¿Eso te pone nerviosa?

– Eh… no. ¿Debería? -la puerta se cerró tras ellos.

– Mira Rebecca, esto no es solo una cuestión de sexo. Esto tiene que ver con lo mucho que te necesito. Y con la tristeza de todas las mañanas de mi vida en las que tú no estás. Tiene que ver con que pensaba que era un hombre libre hasta que te he conocido y he descubierto que jamás lo he sido. Y ahora, ¿todo eso te pone nerviosa?

– No, Gabe -susurró Rebecca.

– Te amo. Te amo, pequeña. Nunca he amado a nadie. Y nunca he pensado que podría llegar a amar a alguien. Y ahora, por el amor de Dios, Rebecca, estoy empezando a desesperarme. ¿Qué demonios te pone nerviosa?

Llegaron al dormitorio después de cruzar el resto de la casa a una velocidad suicida, pero una vez allí, Gabe parecía estar confundido sobre lo que debía hacer con ella. Parecía incapaz de soltarla. Y parecía incapaz de dejar de besarla. Pero tampoco era capaz de dar un paso más allá del umbral de la puerta.

– Gabe -susurró Rebecca-, aunque me sueltes, no voy a ir a ninguna parte.

– No voy a dejarte marchar -respondió Gabe con fiereza, pero la dejó en el suelo.


Rebecca le quitó la sudadera. Y lo besó. Después buscó el cierre de sus vaqueros y volvió a besarlo otra vez.

Y cuando vio que ni siquiera aquella sensualidad agresiva hacía mella en la desesperación que reflejaban sus ojos, deslizó las manos en el interior de la tela vaquera y tomó su miembro posesivamente. Posiblemente le temblaron un poco las manos, pero por lo menos la expresión de Gabe se transformó. Y también el sentimiento que reflejaba su mirada. Arqueó una ceja y dijo en tono acusador:

– No estás nerviosa en absoluto.

– Creo que eres tú el que debería estarlo, monada. Si no eres capaz de reconocer cuándo te encuentras frente a un problema serio, déjame darte alguna pista.

Le dio un empujón. Y no necesitó nada más para derrumbarlo sobre la cama. Rebecca se desprendió de todas las prendas que llevaba encima. Primero un zapato. Después el jersey. Después el otro zapato. Y luego bajaron sus pantalones al mismo tiempo que sus bragas.

Una colcha de lana gruesa cubría la cama, haciendo un contraste imposiblemente erótico con Gabe.

Él era satén; Rebecca sintió su piel suave y sedosa bajo las manos. Gabe era un hombre duro, pero se derretía como la mantequilla bajo sus húmedos besos. Y la ternura iba invadiendo sus ojos con cada uno de ellos.

La amaba. Rebecca le había oído decirlo, había inhalado y saboreado aquellas palabras que nunca había esperado escuchar. Y en aquel momento estaba sintiendo el amor de Gabe en cada beso, en todas las respuestas de su cuerpo.

Dejándose llevar por la intuición, por el amor, Rebecca fue desenredando para él toda una madeja de besos. Había muchas preguntas entre ellos que todavía necesitaban respuesta, pero el amor también era una forma de responder. Todos los miedos que Rebecca había tenido a perderlo los expresaba en sus caricias. Todas las noches oscuras, todas sus pesadillas, las comunicaba en sus manos, en sus besos, en el deseo de desnudar su alma ante él. Aquel no era momento para secretos. Gabe era su pareja, su alma gemela, el único hombre al que realmente había querido.

Se amaron una y otra vez. Compartieron besos cálidos y besos tórridos, caricias apasionadas y caricias tiernas como la seda. Escalaron una y otra vez el precipicio del éxtasis, buscando cómo complacerse el uno al otro. Rebecca habría jurado que había llegado a tocar el alma de Gabe. Jamás se había sentido tan libre con otro ser humano. Y esperaba, con todo su corazón, ser capaz de hacerle sentir lo mismo.

Tiempo después, Rebecca se recordaría desplomándose en sus brazos, con el pulso resonando en su interior como el palpitar de un trueno. Pero no fue consciente de que se había quedado dormida hasta que se despertó.

Todavía somnolienta, advirtió que era noche cerrada. La colcha había desaparecido. Gabe la había tapado con una sábana mucho más suave y había encendido la lámpara de la mesilla. Continuaba tumbado a su lado, despierto y con los ojos fijos en su rostro con una expresión de gravedad que Rebecca le había visto docenas de veces.

Rebecca alargó la mano para borrar el ceño que ensombrecía su frente. Le daba miedo hablar, pero más todavía no hacerlo.

– Voy a tener un hijo tuyo, Gabe -le dijo con voz queda.

En vez del recelo que esperaba, descubrió en los ojos de Gabe un brillo luminoso.

– Gracias a Dios. Si llenamos la casa de Devereax en miniatura, a lo mejor hay alguna oportunidad de que te mantengas suficientemente ocupada como para que dejes de meterte en problemas. Excepto los que tengas conmigo, claro.

Rebecca se incorporó sobre un codo, sin engañarse por aquella maliciosa broma.

– Esto no puede ser una propuesta de matrimonio. Lo último que sabía era que estabas completamente en contra del matrimonio, de las familias y de los bebés.

– Sí, bueno, pero enamorarme de ti me ha hecho repensar algunas cosas. En realidad nunca he estado en contra de todas esas cosas. Lo que no quería era cometer un error y, para no mentirte, no soy una persona a la que le guste correr riesgos. Y no tengo ni la mitad de confianza en el amor que tú.

– Creo que eres la persona más arriesgada que he conocido en mi vida. Siempre he sabido que no eras una de esas personas que huyen de los problemas.

– En eso tienes razón.

– Y también sé que nos vamos a pelear.

– Eso también lo he descubierto yo. Durante mucho tiempo, he asociado erróneamente las discusiones con hacerle daño a otra persona. Pero nosotros siempre nos peleamos, pelirroja, y, por alguna condenada razón, me encanta discutir contigo. No puedo jurarte que vayamos a estar siempre de acuerdo, pero mi intención es no hacerte sufrir nunca. Te quiero Rebecca.

Cubrió el rostro de Rebecca de besos lentos y tiernos. Besos cargados de promesas.

– No voy a dejar de besarte hasta que no me digas claramente que sí -le advirtió.

– Entonces vas a tener que sufrir durante un buen rato, porque no voy a darte ninguna excusa para que pares.

– ¿Y vas a seguir siendo tan implacable después de que nos casemos?

– Pienso seguir siendo igual de implacable durante los siguientes cincuenta o sesenta años de mi vida, Devereax. Confía en mí. Pretendo darte muchas cosas.

– Confío plenamente en ti.

Rebecca lo sabía. Podía verlo en sus ojos.

– Creo que acabas de ganarte un sí perfectamente claro -susurró-. Sí, sí, sí. Yo solía soñar con el amor auténtico, Gabe. Nunca quise conformarme con menos. Pero no creía que fuera capaz de encontrarlo. Hasta que te conocí. Sin embargo…

– ¿Sin embargo?


– Sin embargo, ¿cómo demonios vamos a volver a casa si has tirado las llaves del coche?

– Es posible que tenga otro juego.

– Siendo el hombre lógico y racional que has sido siempre, estoy convencida.

– En realidad, hasta hace muy poco no he confiado en mi intuición. Sé que puede parecer una locura, pero… -se interrumpió.

– ¿Pero?

– Pero dejarse llevar por los impulsos puede tener ciertas repercusiones.

– ¿Y no tienes otro juego de llaves?

– Sí, lo tengo, pero en casa.

– ¿Y estás intentando decirme que vamos a quedarnos aislados en esta cabaña?

– Sí,

– ¿Indefinidamente?

– Sí.

– Estupendo -musitó Rebecca y alargó la mano para apagar la luz.


Epílogo


Kate rara vez se ponía nerviosa. Había pasado por demasiados trances en la vida para que algo realmente la afectara. Había sobrevivido a un accidente de avión, a intentos de asesinato, a sabotajes… Y todo lo había soportado. Sabía que era una mujer fuerte.

Pero una boda en su propia casa era algo diferente…

Permanecía en el balcón, retorciéndose inquieta las manos y mirando el jardín. La mansión que era su hogar se encontraba a las afueras de Minneapolis y tenía muy poco que ver con el orfanato en el que había crecido. Y al parecer, no había manera de que las cosas fueran suficientemente perfectas… por lo menos aquel día.

Estudió el jardín, buscando algún detalle que se le hubiera pasado por alto. Las camelias se alineaban a lo largo de la alfombra blanca preparada para la novia. La brisa de verano acariciaba el lago, levantando algunas olas y transportando en el aire el perfume de las flores. Los invitados estaban empezando a llegar y el murmullo de sus risas se oía incluso desde el balcón.

Kate percibía la felicidad en sus voces. Aun así, escrutó sus rostros, buscando también en ellos esa felicidad. Nick y Caroline, Kyle y Samantha, Rafe y Allie, Mike y Julia… Por un momento, pensó que Luke y Rocky no habían llegado, pero no tardó en reconocer a la pareja, con las manos unidas y regresando de un paseo por la orilla del lago. Adam y Laura, Zack y Jane, Rick y Natalie, Grant y Meredith… para un desconocido, seguramente, todos esos nombres y rostros no significarían nada, pero no para Kate. Para ella, cada uno de esos rostros era algo único y preciado. Representaba otra generación de la familia Fortune, los hijos de sus hijos, y todas las esperanzas y promesas de futuro. Había habido muchas bodas durante los últimos dos años… pero ninguna tan crítica como aquella, por lo menos para ella.

Rebecca era la más pequeña de sus hijos y la última en casarse. Y Kate siempre había temido que no pudiera encontrar la felicidad.

Por eso había hecho todo lo posible para que ese día fuera perfecto. Les había ordenado a los dioses del tiempo un día soleado. Y habían obedecido. Se había encargado de organizar el banquete, las flores y la decoración de las mesas. Y había ayudado a vestirse a su hija.

Pero cuando le estaba poniendo el velo de encaje belga, las lágrimas habían inundado sus ojos y había decidido concederse unos minutos de soledad.

Oyó el sonido de una puerta que se abría tras ella. Sin necesidad de volverse, supo que era Sterling. En cuanto sintió deslizarse su brazo alrededor de su cintura, la invadió la calma. Cerró los ojos y se inclinó contra él. Había pasado mucho tiempo, años, desde la última vez que había podido disfrutar de la libertad de apoyarse en alguien.

Pronto le comunicaría a la familia sus propios planes de boda con Sterling. Acarició su mejilla con un cariñoso beso. Tenía setenta y un años y sus días de salvaje pasión podrían haber terminado, pero Kate sospechaba que, a su manera, iban a disfrutar de una memorable noche de bodas.

– ¿Estás nerviosa, Kate? -Sterling siempre era capaz de intuir su estado de humor.

– Nerviosa exactamente no. Pero estoy un poco exasperada con el novio. ¡Ese Gabe! Tengo todo el derecho del mundo a hacerle un regalo de boda a mi hija pequeña.

– ¿Entonces Gabe ha renunciado al cheque?

– Le ofrecí que utilizara uno de los yates, un avión, pero no ha querido aceptar nada. Y tampoco ha querido decirme dónde van a pasar la luna de miel. Me ha dado un abrazo, me ha dado las gracias y me ha dicho que puede cuidar de mi hija sin mi ayuda.

Sterling se echó a reír.

– A mí me parece que un hombre tan orgulloso y cabezota es la pareja perfecta para Rebecca.

– Sí, supongo que es cierto, ¿pero crees que tendrá el detalle de dejarme intervenir aunque solo sea un poco en su vida?

– Ya tendrás oportunidad de vengarte. Siempre podrás mimar a tus nietos, Kate. Y algo me dice que ya viene un nieto en camino.

– ¿Tú crees? -Kate, inmediatamente aplacada, bajó la mirada hacia el novio.

Gabe acababa de aparecer y estaba ocupando su sitio, en espera de la novia. A diferencia de cualquier otro novio, Gabriel no estaba en absoluto nervioso y parecía más contento que un pirata que acabara de robar un tesoro.

A Kate le produjo un gran placer recordar la última vez que lo había visto en su despacho. Estaba tan alterado como un tigre enjaulado y Kate había sabido entonces que era el hombre ideal para su hija pequeña.

Y casi podía perdonarle que fuera tan cabezota.

Sterling le acarició la mejilla.

– ¿Has guardado el secreto?

– Sí. Ha sido muy difícil. No quería que nada distrajera la atención de la boda de Rebecca, pero tengo que reconocer que he tenido que emplear toda mi fuerza de voluntad para no revelar esa noticia tan maravillosa.

Toda la familia estaba al corriente de que habían encontrado el secreto de la fórmula de la juventud, pero solo Sterling y ella sabían que había pasado todos los controles sanitarios con éxito y estaba lista para ser lanzada al mercado.

Kate acarició el brazalete que llevaba en la muñeca. Ya solo le quedaban unos cuantos dijes, pero sabía que vería a sus nietas llevando sus propios dijes. Ya eran un símbolo para la familia. Kate le había prestado el brazalete a Rebecca y sabía que su hija había descubierto la fuerza de aquel talismán. El brazalete siempre había sido un símbolo de la familia, un recuerdo del amor y la lealtad que los Fortune necesitaban compartir.

Pero Kate había recuperado aquel recuerdo aquella mañana y le había regalado a Rebecca su propio brazalete. Rebecca ya no necesitaba más recuerdos, más símbolos. Iba a comenzar a formar su propia dinastía.

Sterling le tocó suavemente el brazo.

– ¿Estás preparada para bajar a despedir a tu hija, cariño?

– Más que preparada -alzó la barbilla y le tomó la mano-. No estaría bien que tuvieran que esperar a la madre de la novia.

Por un breve instante, Kate pensó en la época en la que en su vida no había nada que pareciera más importante que amasar fortuna y poder. Pero, con el tiempo, Kate había aprendido a definir la palabra fortuna de una forma muy diferente.

Sus hijos habían encontrado la felicidad. Su familia estaba unida. Y esa era la única fortuna que realmente importaba.

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