Acordaron salir de viaje el lunes a las nueve de la mañana. Gina estaba mirando su habitación para ver si se había olvidado algo.
– ¿Estás lista para marcharnos?
– Sí, todo en orden.
Cuando abrió la puerta de la habitación que comunicaba con la de Joey, se detuvo ante lo que vio.
Joey estaba mirando la foto de su madre. Estaba haciendo señas como queriendo explicarle algo a ella.
– ¿Qué significa eso? -preguntó Carson.
– Es la seña que significa amor -dijo Gina-. Está diciendo que la quiere.
– ¡Maldita sea! ¡Maldita sea!-exclamó Carso.
Gina intentó sonreír al entrar en la habitación del pequeño y hacer que este le prestara atención. El niño tomó su mano y casi la arrastró a la planta de abajo.
Carson le tocó el hombro y le habló:
– Por aquí.
El niño preguntó si no iban a ir en el «cacahuete». La idea de tres personas apretujadas en su pequeño coche hizo sonreír a Carson.
– No deberías llamarlo «cacahuete»-dijo Carson.
«Gina, tú dijiste que mi padre lo llamó "cacahuete con ruedas"», dijo el niño.
– ¿Sí? -dijo Gina-. Eres un diablillo…
Era estupendo ver a Carson compartir la broma con su hijo.
El niño le preguntó a su padre qué era Gina, cómo le llamarían.
– Bueno… Gina es… ¿Cómo la llamaremos a Gina? -dijo Carson finalmente.
Joey hizo señas.
Gina se quedó helada. El niño había hecho la seña de la palabra «madre».
– Es hora de marcharnos -dijo ella, incómoda-. O habrá mucho tráfico.
Había cuatrocientos kilómetros hasta el sitio escogido.
El enclave había perdido brillo y esplendor. Pero con el acuario había vuelto a ganar cierta popularidad.
– ¿Nos has reservado algún sitio, verdad? -le preguntó Carson a Gina mientras conducía por el paseo marítimo.
– En el Grand Hotel, dos habitaciones frente al mar.
Gina había reservado una habitación para Carson y otra para Joey y ella.
Joey estaba excitadísimo.
«¿Cuándo podremos ir al acuario?», le preguntó a Gina.
– Pronto.
El niño quería ir aquel día.
– No sé cuándo cierra el acuario.
«Entonces, ¿no podemos ir ahora?», insistió el niño.
Y así volvieron al principio de la discusión.
Era un hotel de primera con un restaurante muy bueno. Pero Carson, que empezaba a conocer a su hijo, prefirió ir a comer a una hamburguesería cerca de allí.
– Creo que me merezco una medalla por la elección -dijo Carson viendo comer entusiasmado a su hijo.
– Sí -dijo ella-. Y se come más rápido aquí, así que tal vez lleguemos al acuario antes de que cierre.
– Llegaremos. He mirado la hora de cierre y tenemos tres horas todavía -dijo Carson, notando que ella alzaba una ceja-. Organización. Esa es la llave de una empresa con éxito.
– Me siento impresionada. ¿Por qué no se lo dices a Joey?
Joey estaba comiendo con una mano y con la otra sujetaba un panfleto. Se lo mostró a ellos, señalando algo imprimido en la hoja. Se miraron y se rieron.
Se trataba del acuario, y Joey había visto la hora de cierre.
– No por nada es tu hijo. Debe de haberlo recogido del hotel. Eso sí que es organización.
– Sí, lo es -Carson miró con ternura a su hijo.
– ¿Por qué no le preguntas por las wrasse ahora? No has hecho trampa, ¿verdad? -preguntó Gina a Carson.
Joey pareció dudar, como si no supiera si iba en serio aquella conversación.
– Venga, cuéntamelo -dijo Carson.
El niño no necesitó más. Empezó a hacer señales y haciendo el alfabeto con tanta energía y tan rápidamente, que Carson tuvo que hacerlo parar.
– Tranquilo. Vas demasiado deprisa para mí.
Joey asintió y empezó de nuevo.
– Espera. Hazlo nuevamente. No sé si te he comprendido. Me parece que has dicho… No, debo de estar equivocado.
Joey agitó la cabeza. No había comprendido mal.
– Sigue -le dijo Gina-. Ayuda a tu padre.
– Gracias -dijo Carson con una sonrisa.
Joey hizo la seña nuevamente. Carson observó sus dedos y frunció más el ceño.
– ¡Me estás tomando el pelo!-exclamó.
Joey comprendió y se rió.
– ¿Lo he comprendido bien? -preguntó Carson a Gina.
– Es increíble, ¿no?
– Dice que wrasse es un pez. Y que son todos femeninos… O sea que nacen todos femeninos.
– Bien, sigue.
– ¿Viven en grupos de alrededor de veinte hembras y un macho, y cuando el macho muere, una de las hembras cambia de sexo, y se transforma en el macho que vive con ellas? ¿Y esperas que me lo crea?
– No me lo preguntes a mí. Joey es el experto.
Carson se volvió a su hijo y le dijo:
– No puede ser cierto eso.
Joey asintió y luego dijo con señas «Espera a ver el acuario».
Después de eso Carson estuvo tan ansioso por ir al acuario como su hijo, porque quería saber si le había tomado el pelo.
En cuanto entraron al acuario se hizo evidente que Joey era diferente de otros niños. En lugar de quedarse mirando los peces de colores vivos, se detuvo a observar a pequeños peces que para otros pasaban inadvertidos.
– Es como un pequeño profesor -dijo Carson.
– Sí, lo es. Cuando se mete en su tema favorito, tiene una edad mental superior a la suya.
Joey pasaba de un exótico ejemplar a otro, se quedaba profundamente absorto en ellos, dejando a su padre y a Gina entretenerse con los ejemplares más accesibles.
– Me siento como si yo fuera el niño y él el adulto -se quejó Carson, no muy seriamente-. Joey -tocó al niño en el hombro.
El niño le hizo una seña que quería decir que estaba ocupado. Que le hablara más tarde.
– ¿Has visto eso?
– No te enfades con él.
– No me enfado. Solo me pregunto qué está pasando.
– Es muy sencillo -le dijo Gina-. Estás en presencia de una inteligencia superior.
– Empiezo a creerte -dijo Carson.
Joey salió de su feliz trance y les sonrió.
– Wrasse -dijo Carson.
Joey asintió como si fuera un profesor, y los hizo seguirlo.
Y allí estaba el wrasse con un cartel que lo indicaba, confirmando todo lo que había dicho Joey. Carson se había quedado sin habla. Joey lo miraba como diciendo: «¿No me creías, eh?».
La respuesta de Carson le encantó a Gina. Él extendió la mano, Joey puso la suya y se dieron la mano.
No hubo tiempo de ver todo, pero Joey estaba listo para marcharse, con la promesa de una visita al día siguiente. Se detuvieron en la librería del acuario a comprar libros para Joey. También compró un libro introductorio en el tema para él, acerca del mecanismo de supervivencia de esos peces, le dijo a Gina.
Pasaron una tarde alegre. A Joey le permitieron estar despierto hasta tarde porque estaban de vacaciones, y cuando el niño cayó rendido en la cama, ellos se alegraron de acostarse temprano también.
Al día siguiente lo primero que hicieron fue ir al acuario. Gina y Carson tenían la impresión de haber visto todo, pero el experto no opinaba lo mismo.
Al final, Joey sintió pena por ellos y pareció comprender que estaban cansados. Bajaron a la zona de mayor atracción del acuario, que era un túnel que pasaba a través del agua. Había tiburones nadando al lado de ellos, lenguados por encima de sus cabezas, langostas debajo de sus pies. Joey les señaló algo que no habían visto ninguno de los dos: un congrio y una anguila espiando desde su escondite, inmóviles.
Después de tomar una hamburguesa y un zumo estuvieron de acuerdo en que los adultos necesitaban un poco de diversión, y fueron al parque de atracciones. Aquí Joey dejó de ser el profesor y se convirtió en un niño excitado, queriendo probar todos los juegos. Hasta tiró al blanco, demostrando que tenía buena puntería.
Más tarde, en otra tómbola, Gina cargó con muñecos de peluche y joyas de plástico que ganaron en los juegos.
Al final, Joey se detuvo en el Tren Fantasma, donde colgaban calaveras del techo, los sorprenderían esqueletos y monstruos que los asaltarían desde sus escondites…
– ¿Aquí? -le preguntó Gina.
Joey asintió vigorosamente.
– ¿Estás seguro?
Joey asintió nuevamente.
– Me parece que no nos quedará otra elección -dijo Gina.
Carson pagó las entradas de los tres y se metieron en un carro, Joey en la parte de dentro, Gina en medio, y Carson en la parte de fuera.
– No me gustan estas cosas -dijo Gina-. Nunca me han gustado.
– Pero estamos nosotros para cuidarte -dijo Carson.
Los coches se empezaron a mover. De pronto, estuvieron dentro. Un gemido los sorprendió. Parecía provenir de todos lados.
Aparecieron esqueletos y volvieron a desaparecer. Gina miró a Joey. El niño estaba disfrutando de cada momento. Algo le cayó en la cara a Gina, haciéndola saltar y gritar.
– ¿Estás bien? -preguntó Carson, rodeándola con su brazo para protegerla.
Ella le pidió que repitiera lo que había dicho, puesto que los ruidos se habían filtrado en el implante Él lo repitió más claramente.
– Por supuesto que estoy bien -dijo ella, intentando recuperar la dignidad.
Pero una calavera que se rió delante de ellos, la volvió a asustar.
Luego, el coche siguió su camino y la oscuridad los envolvió.
– ¡Uh!
Carson la apretó contra él. Luego le sujetó la barbilla, y la obligó a mirarlo.
– ¿Estás bien? -le preguntó Carson.
– Estoy bien, mientras no te transformes en una calavera tú también -le dijo ella.
La luz roja aparecía y desaparecía, dándole a Carson un aspecto satánico. Ella pensó que de haber sido educada en el papel tradicional de la mujer, habría usado aquella situación para agarrarse a Carson, con la excusa del miedo.
Entonces apareció un esqueleto que se descolgó del techo y que le acarició la cara, antes de desvanecerse. Sobresaltada, Gina pegó un grito auténtico y sin darse cuenta se refugió en el hombro de Carson. Este se rió.
– ¡Qué horror!
– Ya pasó, ya se fue -dijo él.
– No pienso mirar. ¡Esa cosa es espantosa!-exclamó ella.
– Estás a salvo, te lo prometo.
Lentamente ella alzó la cabeza y descubrió que estaban totalmente a oscuras. Los gemidos de los monstruos habían cesado, pero no había luces. Ella se quedó expectante, preparada para resguardarse nuevamente si algo volvía a tocarle la cara.
Pero cuando sintió el roce de los labios de Carson no se defendió. Fue como el roce de una pluma.
Luego el roce se hizo más firme. Sintió unos labios cálidos, haciendo preguntas silenciosas, recibiendo calladas respuestas.
Carson abrazó a Gina y la besó más intensamente.
Ella respondió hambrienta al beso que había estado esperando desde aquel día en que él se había apartado. Aquella vez Carson no se apartó, sino que le demostró que la deseaba con ferocidad.
En la oscuridad, parecían estar solo ellos dos. Gina sintió su propio deseo. Susurró su nombre en el oído de Carson. Gimió cuando él la exploró con su lengua, rindiéndose a la exquisita sensación del fuego.
En el anonimato de la oscuridad y las luces intermitentes, asustada por las espantosas visiones de esqueletos que se agitaban y contorsionaban alrededor de ellos, Gina se sintió libre para apretarse contra él y hacer lo que deseaba.
Finalmente, sintió que el brazo de Carson se relajaba, y se dio cuenta de que estaban llegando al final del túnel. No podían verlos así. Ella se separó de él y se recompuso a tiempo. Un momento más tarde salieron a la luz del día.
Allí estaba Carson riéndose relajado, como si no hubiera pasado nada.
¿No había pasado nada? ¿Habían sido imaginaciones suyas? Sus labios estaban ardiendo aún y su corazón latía aceleradamente con la pasión que se había desatado en ella.
Joey pidió volver a montar en el tren.
– Espera un momento -le dijo Carson-. Necesito un momento para recuperarme -sonrió de repente.
– ¿Qué pasa? -preguntó Gina.
– Me estaba acordando de lo que tenía que hacer esta tarde. Hojas de balance, por ejemplo. Pero me parece que me gusta más pescar patos de plástico en el agua.
Mientras hablaba estaba pagando la entrada para pescar patos. Cuando Gina fue a dirigirse a Joey alarmó al no verlo.
– ¡Carson! ¡Joey, se ha marchado! ¡Oh, Dios mío!-exclamó ella.
– Relájate. Allí está -le dijo Carson.
Al mirar hacia donde señalaba Carson, Gina se sintió aliviada. Joey estaba subiendo a un coche del Tren Fantasma. Cuando el coche se movió los saludó con la mano. Luego las negras cortinas se lo tragaron.
– ¡Qué pillo!-dijo Carson.
– Supongo que se cansó de esperar y decidió ir solo -dijo Gina-. Me alegro de que se sienta seguro. Solo que…
– Sí, lo sé. A mí casi me dio un ataque al corazón. Vayamos a tomar una taza de té para recuperarnos del susto. Hay una cafetería pequeña allí, desde la cual se ve el Tren Fantasma.
Gina se sentó a la mesa y Carson fue a buscar el té. Había cola y él tardó un poco. Gina no dejaba de mirar el Tren Fantasma. Después de unos minutos, Joey reapareció. Ella le hizo señas, y el niño saludó con la mano, pero no salió. Simplemente le dio el dinero al hombre, y le hizo sitio a una niña de vestido rojo que se sentó junto a él.
El hombre puso la mano para que la niña le diera el dinero, pero la niña no se movió. Entonces el hombre le empezó a hablar, indicándole, naturalmente, que no podía subir si no pagaba. Joey le tocó el brazo y le dio el dinero. El hombre lo tomó y los coches se pusieron en movimiento.
– ¿Qué estás mirando? -preguntó Carson, que acababa de volver con el té.
– Me parece que acabo de ver a Joey siendo galante con una dama -dijo ella.
Le contó la escena y Carson sonrió.
– Empieza joven… Como su padre.
– ¿Empezaste a los ocho años?
– Antes. A los siete, compartía los helados con Tilly, la niña de al lado. No recuerdo su apellido, y la cara tampoco. Pero su gusto por la frambuesa lo recordaré siempre.
Era un placer verlo relajado y de buen humor. Estaba vestido con una camisa de manga corta, y el sol iluminaba su cara bronceada y sus antebrazos. Por una vez, la tensión había desaparecido de su cara, y estaba guapo solamente, como un animal, macho y vital.
Hubo un ruido detrás de ellos. Cuando se dieron la vuelta vieron a un hombre y a una mujer de mediana edad, con caras de preocupación.
– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó la mujer.
– No te preocupes, Helen. Seguramente la niña está bien.
– ¿Cómo puede estar bien, tan sola y desamparada? Perdone… -la mujer se dirigió a Gina-. ¿No ha visto a una niña? Tiene ocho años y lleva un vestido rojo… Se alejó de nosotros…
– No se preocupe. Yo la he visto. Ha entrado en el Tren Fantasma. Saldrá enseguida.
– Pero si no tenía dinero -dijo el hombre.
– Joey se ocupó de eso.
La pareja se presentó como Helen y Peter Leyton.
– Sally es muy vulnerable -explicó Helen-. Tiene el síndrome de Down.
En ese momento los coches volvieron a aparecer y se pararon. Joey y la pequeña estaban allí, sonriendo después de una aventura fantástica. Helen se puso de pie y saludó con la mano, pero Sally no la miró.
– Espere -dijo Gina-. Veamos qué pasa. No se preocupe por ella. No correrá ningún peligro con Joey.
– Gina… -protestó Carson.
– Está bien. ¿No ves que sabe lo que está haciendo?
Joey le estaba dando más dinero al hombre encargado del Tren. Mientras los adultos miraban, le tomó la mano a Sally de forma protectora. Y volvieron a salir.
– Bueno… -Peter se rascó la cabeza y sonrió-. ¡Que chico más amable que es su hijo, señora…?
– Es el hijo del señor Page. Yo solo lo cuido -explicó Gina.
– Bueno, están haciendo un buen trabajo -dijo Helen-. Es un verdadero pequeño caballero. Debe de estar muy orgulloso de él -le dijo a Carson.
– Sí. Lo estoy.
– Es tan hermoso ver a Sally haciéndose amiga de un niño normal… La mayoría de ellos se apartan de ella, pero su hijo la trata con naturalidad, y eso es lo que ella necesita -Peter notó una mirada extraña en Carson-. ¿Ocurre algo? -preguntó.
– Nada -dijo Carson rápidamente.
Pero Gina sabía que había sido un shock para Carson que describieran a su hijo como un chico normal. Porque eso es lo que pensaría la gente por su actitud. Que no era una víctima.
– Sally es un encanto -dijo Helen-. Pero tiene una voluntad de hierro. Si quiere hacer algo, da vueltas y merodea por ahí hasta que se sale con la suya. Siempre tenemos que estar vigilándola. Esta vez se nos escapó.
– Y tiene problemas para hablar -agregó Peter-. A veces no habla bien, y la gente no la entiende. En esos casos se enfada.
– No hace mucho que la tenemos -dijo Helen-. Somos padres adoptivos, y nos especializamos en niños con problemas. Es un modo de agradecimiento, puesto que nuestros tres hijos biológicos tienen todos una salud estupenda.
Cuando los coches reaparecieron, notaron que había alguna disputa. Sally no quería bajar del coche. Joey le tomó el brazo y la quiso hacer salir. Al final, el niño le tomó la mano firmemente y señaló la cafetería. Frente a aquella muestra de autoridad, Sally cedió y lo siguió, apretando la mano de Joey.
Gina miró a Carson.
– Seguro que Tilly no dejaba que le dieras órdenes como Sally.
– No. Una vez que lo intenté, me tiró el helado a la cara.
Joey apareció con su nueva amiga y le ofreció una silla a esta. Sally tenía una cara dulce y era miope. Llevaba unas gruesas gafas. Su sonrisa era encantadora.
– Te agradecemos tanto que te hayas ocupado de ella… -le dijo Helen a Joey. Le habló de frente, de manera que el niño pudo ver el movimiento de sus labios-. ¿Has entendido lo que te ha dicho? La mayoría de la gente no la entiende -dijo Helen a Joey.
Joey comprendió sus palabras perfectamente. Sonrió y miró a Gina y a Carson, como para que estos compartieran la broma con él.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Helen-. ¿Qué he dicho?
– Joey es sordo -le explicó Gina-. Así que el problema de Sally no le importa.
– ¡Bueno!-Peter se echó atrás en su silla-. ¡Creí que sabía cosas sobre los niños sordos. Nosotros hemos acogido a varios. Pero jamás me imaginé…
– Mi hijo tiene mucho estilo -dijo Carson.
– Sí -dijo Gina-. Esa es la palabra: estilo.
Peter empezó a hacer señas para presentarse ante Joey. Luego le presentó a Helen y a Sally. Joey asintió y le devolvió la cortesía, pero Sally lo interrumpió, tirándole de la camisa para decirle que quería algo.
«¿Podemos tomar un helado?», preguntó el niño por señas. «Sally quiere uno de fresa y yo uno de chocolate».
– ¿Cómo sabes que Sally quiere uno de fresa? -preguntó Gina.
El niño le dijo que estaba seguro de que le gustaría.
Y Gina pensó que a Sally le gustaría seguramente, viniendo de Joey.
El niño había encontrado lo que necesitaba, alguien que tuviera un problema más grande que el de él. Gin miró a Carson y descubrió en él el orgullo de padre.
Antes de marcharse hicieron planes para ir a Leytons al día siguiente. Joey estaba cansado, y después de la cena se le cerraban los ojos. Gina dejó que Carson lo acompañase a acostarse y le diera las buenas noches. Mientras tanto, ella bajó a la recepción del hotel y se entretuvo hojeando una revista.
De pronto, encontró un titular que hablaba de Angelica Duvaine. Al parecer su carrera estaba en declive. Le había fallado un proyecto de un programa de televisión. Y su romance con un productor famoso acababa de terminar.
Gina dejó la revista, sintiéndose incómoda de repente.