El día en que a Joey le iban a probar el implante, Carson lo llevó al hospital. Joey se sentó en el asiento de atrás, con Gina.
Ella le explicó que ese día no verían a un médico sino a un especialista llamado audiólogo y a una terapeuta del habla.
Cuando entraron al edificio, Joey tenía el aspecto de un adulto que había comprendido perfectamente lo que le iban a hacer.
Gina tuvo miedo de que la prueba de sonido angustiase al niño, pero Joey estaba tan deseoso de oír, que no se quejó.
Cuando el audiólogo terminó dijo:
– Ahora, veamos qué pasa -dijo el médico, e hizo la prueba.
No pasó nada.
Joey miró alrededor como preguntando qué iba a pasar. Gina cerró los ojos, rogando que pasara algo. Carson se puso pálido. Se dio la vuelta y fue hacia la ventana que estaba detrás de su hijo. Cuando volvió a mirar, Joey estaba sentado con la cabeza gacha, como si estuviera derrotado totalmente.
– ¡Dios mío!-exclamó, desesperado-. ¡Oh, Dios!
Joey se giró abruptamente para mirar a su padre.
– Carson -dijo Gina entre lágrimas-. ¡Te ha escuchado!
– ¿Me has escuchado? -Carson se dio la vuelta y agachó al lado de Joey-. ¿Me has oído?
– No te comprende -protestó Gina-. No está acostumbrado al sonido de las palabras.
Carson tomó la cara de Joey entre sus manos y lo miró fijamente:
– Joey… Joey.
– Aahh… -dijo el niño. Y, de pronto, una luz se encendió en su cara. Acababa de oír su propia voz.
– Joey -repitió Carson, prácticamente incapaz de creer el milagro.
– ¡Lo ha conseguido! ¡Puede oír!-gritó Carson triunfante.
El audiólogo sonrió con cautela.
– Ahora empieza el verdadero trabajo -dijo-. El proyecto llevará tiempo y trabajo.
– ¿El proyecto? -repitió Carson.
– El proyecto para programar el aparato para que Joey consiga los mejores resultados. Los niveles y la sintonización varían de una persona a otra. Tendrá que traerlo todas las semanas, y luego cada dos semanas. Después, una vez al mes, y luego cada dos meses, cada tres, cada seis… Una vez al año. Cada vez que venga, adaptaremos el sonido a sus necesidades, partiendo de lo que él haya experimentado.
El especialista y Joey se pusieron a trabajar, probando ruidos, ajustando constantemente la sintonía hasta que encontraron el nivel de ruido en el que Joey se encontraba cómodo.
Después de un rato Gina miró alrededor y se dio cuenta de que Carson no estaba allí. Salió al corredor y lo encontró allí. Parecía abatido, en lugar de esperanzado. Pero ahora ella ya lo conocía, y sabía que estaba experimentando una violenta emoción.
Gina se acercó y lo tocó. Luego lo rodeó con sus brazos. Carson lloró como un niño abrazado a ella en el corredor. Se quedaron así un rato.
Gina hizo la tarta de cumpleaños de Joey con mucho amor. Le puso ocho velas en el centro.
Le había dado los últimos toques por la mañana antes de que Joey se despertase. Cuando Carson se levantó la encontró en la cocina, de espaldas. Él le besó el cuello. Eso la distrajo, y se le cayó una vela al suelo.
– ¡Mira lo que has hecho!-le dijo ella seriamente.
– Tienes otras velas. Puedes dedicarme un momento, ¿no?
Se abrazaron y ella emergió de sus brazos momentos después.
– No quiero seguir esperando. Quiero decirle lo nuestro a Joey. Podemos casarnos al final del mes que viene -le dijo Carson-. Dime que sí.
– Sí -dijo ella.
¿Qué más podía pedir?
El ruido de unos pasos los alertó. Al rato apareció Joey con cara de alegría. Luego hubo risas y regalos.
Pasaron el día en el parque y fue uno de los días más felices de Joey. El mundo era un lugar con sonidos nuevos. Algunos lo confundían. Tampoco podía distinguir muchos ruidos a la vez, pero estaba aprendiendo.
Por la tarde, Gina llegó a casa y preparó la mesa para el té. La tarta había sido un éxito y ahora tocaba encender las velitas y soplar.
– ¡Sopla!-le dijo a Joey.
Joey tomó aliento y sopló las ocho velitas de una vez, mientras Gina y Carson aplaudían. Después de comer un trozo de tarta, Carson la miró como haciéndole una pregunta, y ella asintió.
– Joey, sabes que Gina se ha transformado en algo muy importante para nosotros, ¿verdad?
Joey asintió.
– Bueno… ¿Qué dirías si…?
La pregunta fue interrumpida por un golpe en la ventana que tenían detrás de ellos. Afuera, una mujer rubia, joven y hermosa, estaba golpeando con una mano y saludando con la otra. Detrás de la cortina Gina no podía ver claramente sus facciones al principio.
Pero luego, sí. Y con horror reconoció a Angelica Duvaine.
De repente, todo pareció ocurrir en cámara lenta. Carson se puso tenso y se quedó paralizado. Joey miró tras la ventana y formó con la boca un silencioso «mamá».
Carson se levantó como si estuviera en un sueño, con movimientos lentos, dudosos. Gina lo observó. Parecía no poder creer lo que veía.
Joey fue el primero en volver a la vida. Se puso de pie de un salto y corrió a la puerta. La abrió y se echó en brazos de la mujer. Carson pareció recobrar la energía para moverse y fue detrás de él. Gina lo siguió y vio que Angelica lo rodeaba con sus brazos y le daba un beso en la boca, mientras Joey se movía excitado y una docena de fotógrafos tomaban fotos.
Angelica Duvaine había llevado a la prensa.
– ¡Maldita sea! ¡Marcharos de aquí!-gruñó Carson.
– No te enfades, cariño -le dijo Angelica con voz seductora-. Tenía que compartir nuestra felicidad con el mundo -se dio la vuelta y volvió a abrazar a Joey. Tenía expresión de madre feliz, pero siempre teniendo cuidado de mirar a las cámaras.
Un hombre con un micrófono dio un paso al frente.
– ¿Tiene algo que declarar, señorita Duvaine?
– Solo que este es el día más feliz de mi vida. Toda mi tristeza ha terminado…
– Entra en la casa -le dijo Carson entre dientes.
– Tengo que marcharme ahora -le dijo Angelica al periodista-. Necesito estar a solas con mi familia… Estoy segura de que lo comprenderán…
Tomó a Carson del brazo y abrazó a Joey con el otro, y los tres entraron en la casa. Gina se hizo a un lado para dejarlos pasar. Angelica la miró sin perderse detalle.
Pero no se molestó en hablar con ella. En cuanto se cerró la puerta, se anticipó a la explosión de ira de Carson agachándose y abrazando a Joey con palabras cariñosas. El niño se abrazó a su madre de un modo que dejaba claro su sentimiento de soledad y abandono.
Gina lo observó, y se dio cuenta de que se había estado engañando. Había intentado acercarse a Joey todo lo posible, y el niño había llegado a quererla realmente, pero, en cuanto aparecía su madre, aquello parecía no tener la más mínima importancia.
¿Y Carson? ¿La olvidaría ahora que había aparecido la mujer a la que había amado apasionadamente?
Estaba aturdida con tantos acontecimientos a la vez. Su boda con Carson, la aparición de Angelica…
– ¡Oh, es estupendo estar en casa!-exclamó Angelica.
– Tienes una llave todavía, me parece recordar -dijo Carson-. Podrías haber entrado directamente.
– ¡Oh! Eso no habría sido tan efectivo, cariño.
– No, no habríamos salido, y la prensa no nos hubiera visto, ¿no es verdad?
– Bueno, debes admitir, que han sido unas fotos encantadoras.
– ¿Cómo te atreves a hacerle eso a Joey?
– A Joey no le importa, ¿no es verdad, cariño?
El niño estaba intentando adaptarse a un huésped con sonidos nuevos. Hizo un sonido que Gina comprendió, pero que hizo que su madre lo mirase con el ceño fruncido.
– ¿Qué? -preguntó Angelica bruscamente.
– Ha dicho «mamá»-le dijo Gina serenamente.
Angelica se irguió y miró de arriba abajo a Gina con sus ojos profundamente azules. Su boca se torció como si hubiera visto algo gracioso. Y Gina, que hasta entonces se había sentido satisfecha consigo, sintió nuevamente que era un ratoncito marrón.
– Creo que no nos han presentado -dijo Angelica.
– Me llamo Gina Tennison. Estoy aquí para ayudar a Joey.
Antes de que Gina pudiera evitarlo, la estrella de cine la rodeó con sus brazos.
– Entonces eres mi amiga -dijo con apasionada sinceridad-. Cualquier persona que ayude a mi querido hijito es mi amiga, y yo soy la suya.
– Debes saber, Brenda, que Gina es mucho más que…
– Carson -Gina lo interrumpió con un tono que era casi un ruego, casi una advertencia-. Ahora, no.
Angelica achicó los ojos. No era una persona muy inteligente, pero tenía un agudo instinto para las cosas que le interesaban. Las palabras de Carson habían sido reveladoras, y la libertad con que Gina había interrumpido a Carson y ese «Ahora, no» la había alertado.
Angelica mantuvo la sonrisa y dijo:
– Háblame de ti. ¿Eres una especie de terapeuta del lenguaje?
– No, soy abogada. Pero soy sorda.
– ¡Oh! ¿De verdad? Debes de ser muy buena leyendo los labios. Pensé que oías.
– Puedo oír, porque llevo un implante, como el de Joey. Pero sigo siendo sorda, como él.
Angelica se rió exageradamente.
– Tonterías. Joey no es sordo ya. Se ha curado.
– No hay cura -le dijo firmemente-. Joey sigue siendo tan sordo como antes. Con tiempo y mucho trabajo llegará a parecer «normal». Pero seguirá siendo sordo.
– ¿De verdad? -dijo Angelica-. Eso no es lo que… Bueno, no importa. Estoy segura de que nos arreglareis de algún modo.
– «¿Nos?»-preguntó Carson.
– Bueno, somos una familia, cariño -dijo Angelica dulcemente-. Tú, yo, y nuestro pequeño. Y los encuentros familiares son ocasiones de alegría.
– ¿Qué diablos te ha hecho volver, Brenda? -preguntó Carson, muy pálido.
– Preferiría que no usaras ese nombre. No soy yo.
– Te he preguntado qué te ha hecho volver. ¿Por qué esta demostración repentina de amor maternal?
Angelica se encogió de hombros.
– Bueno, querido, es algo esperado, especialmente si… ¡Oh, diablos! Una estúpida periodista de una revista descubrió una pista y ha querido causarme problemas.
– Lo han descubierto, ¿verdad? -preguntó Carson con ferocidad-. Alguna persona de ese pequeño mundo de egocéntricos ha descubierto a Joey y ha hecho preguntas molestas, como ¿cómo es posible que la bella Angelica Duvaine tenga un niño enfermo?
– Piensa lo que quieras. Estoy aquí ahora y no puedes hacer nada al respecto.
– ¿No? Podría echarte por esa puerta…
– ¡Oh! No creo que le gustase a Joey -contestó ella, volviéndose hacia el niño-. ¿No es verdad?
Carson no dijo nada. Fue Gina quien contestó.
– No, a Joey no le gustaría.
– ¿No te das cuenta de cuál es su juego? -preguntó Carson.
– Por supuesto. Pero tienes que aguantarlo, al menos de momento -dijo Gina.
– Él lo aguantará el tiempo que yo quiera -dijo Angelica-. Y ahora, si no te importa, quisiera que nos dejaras solos. Tengo que hablar en privado con mi marido.
– Yo no soy tu marido. Nuestro matrimonio terminó hace mucho tiempo.
– No, según la ley. Hay papeles que dejan muy claro que todavía somos marido y mujer, durante los próximos días, al menos.
– Después de los cuales nuestro divorcio se hará definitivo -dijo Carson.
– ¿Por qué no hablamos de ello más tarde? Ahora quiero disfrutar del cumpleaños de mi pequeño.
Angelica había ido con una montaña de regalos para su hijo. Aparentemente no se había dado cuenta de que su presencia le era suficiente a su hijo para ser feliz. Joey abrió los paquetes entusiasmado, e intentó darle las gracias. Las pocas palabras que pudo pronunciar le salieron distorsionadas y Gina tuvo que interpretarlas. Mientras, la sonrisa de Brenda fue apagándose.
Pero siguió cubriendo a Joey de besos. El niño miraba a su madre, encantado. Y luego a su padre.
Gina se apartó de aquella escena, con el corazón herido.
La casa llevaba un rato en silencio, pero a pesar de que lo intentaba, Gina no podía dormirse.
Miró la habitación de Joey. Estaba dormido. Brenda había hecho una gran representación en el momento de llevarlo a la cama, y el niño no había parecido notar nada.
Tal vez la actriz tuviera un sentimiento maternal auténtico, pensó Gina. Le habría gustado creerlo, por el bien de Joey.
Gina se había marchado a su habitación sin intentar hablar con Carson. Ahora se preguntaba dónde estaría. ¿En su dormitorio? ¿Y Angelica?
Se había olvidado de llevar un vaso de agua a su habitación. Se levantó sigilosamente y bajó a la cocina.
El corredor estaba iluminado apenas por una luz proveniente de una habitación con la puerta abierta. Al llegar al escalón de abajo, se dio cuenta de que se había equivocado y de que Carson y Angelica no estaban en la habitación de Carson. Los vio abrazados en el salón.
Al principio parecía un lío de cuerpos juntos, dos bocas unidas, Angelica medio desnuda, las manos acariciando, incitando a la pasión.
Luego, Gina se aclaró la mente y vio que Carson tenía los brazos a un lado. Eran las manos de Angelica las que se movían y acariciaban su cabeza, sus hombros, intentando despertar el deseo. El hombre estaba inmóvil, esperando fríamente que ella terminase con aquella escena.
Después, Angelica se apartó y soltó una risa de incredulidad.
– No te pongas tan rígido, cariño. Tú y yo siempre hemos ardido, y algunas cosas no mueren. Últimamente he pensado mucho en ti…
Carson no se movió ni habló.
– ¡Oh, cariño! ¿Estás intentando castigarme, haciéndote el difícil? Bueno, será divertido, incluso. ¿Te acuerdas de cuando…?
– Cállate y vete -dijo Carson con voz de hielo, apartándola-. Y no vuelvas a tocarme o lo lamentarás.
– Tienes miedo -dijo Angelica-. Sabes que no puedes resistirte.
– Creo que acabo de comprobar que sí puedo. No, es más sencillo que eso. Me molestas. No hago más que pensar en lo podrida que estás por dentro.
– Comprendo. Se trata de esa santurrona, ¿verdad?
– Voy a casarme con Gina, sí. Y tendremos un verdadero matrimonio, que es mucho más de lo que ha habido entre tú y yo.
– ¡Oh, estás tan seguro de ti mismo! Eso es lo que nunca he podido aguantar de ti. Bueno, no hagas planes para una boda muy pronto. No me conviene divorciarme todavía. No quedaría bien con la historia de la reconciliación que acabo de dar a la prensa. Pero un día… quién sabe. Sé bueno conmigo, y al final probablemente yo seré buena contigo. Mientras tanto siempre podemos…
Angela le acarició el cuello e intentó besarlo, pero Carson se apartó tan violentamente que ella se cayó encima del sofá.
– ¡Eres un desgraciado!-exclamó Angelica-. En Hollywood hacen cola para acostarse conmigo. He tenido… -empezó a decir un montón de nombres.
Pero se quedó hablando sola. Porque Carson se marchó de la habitación.
Gina lo vio salir y subir las escaleras. La encontró en el rellano, apoyada en la pared, casi mareada de lo que acababa de oír y presenciar.
– ¿Has visto todo? -preguntó Carson.
– La he visto intentando besarte…
– Entonces también me has visto rechazarla. No podría acostarme con ella aunque fuera la última mujer sobre la tierra. Me pone enfermo. No me digas que lo has dudado… -Carson se acercó más y vio el brillo de las lágrimas en los ojos de Gina-. ¡Qué tonta eres, cariño mío!-le dijo suavemente-. ¿Realmente crees que puede tenerme nuevamente en su cama?
– No estaba segura -contestó Gina susurrando.
– Bueno, ahora ya lo sabes bien.
Al oír un movimiento en la planta de abajo, Carson la llevó a su habitación. Cerró la puerta y puso las manos en los hombros de Gina, mirándola a los ojos, bajo la tenue luz que entraba por la ventana.
– ¿Realmente has creído eso de mí? -preguntó Carson-. Vamos a casarnos pronto, ¿y has creído que iba a llevar a otra mujer a mi cama?
– Brenda no es solo otra mujer. Te he oído hablar de ella, como si fuera una obsesión imposible de arrancar.
– Tal vez lo fue una vez. Una obsesión enfermiza. Pero la enfermedad se puede curar. Ahora soy un hombre distinto, sano y entero porque apareciste tú en mi vida, con tu generosidad, tu coraje, tu risa. Me había olvidado de que existía la alegría hasta que apareciste tú con aquel coche. Se me había olvidado lo que era el amor hasta que te tuve en mis brazos -la abrazó-. Esto es lo que quiero. ¡Que esa mujer haga lo que quiera! ¡No nos separará!
– Pero Carson, ¿no te das cuenta de que…?
– Olvídala.
Gina pensó que Angelica ya había hecho su maldad, y que había sido suficiente como para que jamás volvieran a estar juntos.
Pero sentir sus labios era maravilloso, y los pensamientos negativos desaparecieron. Habría toda una vida para ellos más tarde. Ahora se rendiría a su amor y luego tendría recuerdos imborrables que atesoraría en la soledad que la esperaba, y de la que él era inconsciente.
Lentamente, Carson le quitó el camisón, dejando su cuerpo desnudo.
– ¿Sabes cuánto hace que te deseo, y cuánto te deseo? -murmuró él.
Gina agitó la cabeza.
– Me hubiera gustado saberlo.
– Te lo demostraré -dijo Carson.
Carson se quitó la ropa también, la tiró con impaciencia y la atrajo hacia él. El primer contacto fue como fuego para los dos. La besó profundamente, intensamente, poseyéndola. Ella se apretó contra él, contenta de entregarse a su deseo, de entregarse a él en cuerpo y alma.
Ella sintió su cuerpo masculino contra el suyo femenino. Lo abrazó, le acarició la espalda, las caderas y muslos. Él se estremeció al contacto de sus dedos suaves al principio, incitantes luego, a medida que iba sanando confianza.
Carson la llevó a la cama y la dejó allí tiernamente. No se dio prisa. Contempló cada línea y curva de su belleza antes de hundir su cara entre sus pechos.
Luego le acarició sus pechos y pezones con la boca. Gina gimió de placer. Ella no podía reconocer dónde empezaba el amor y dónde el deseo, porque estaban unidos en un profundo sentimiento por aquel hombre. Había temido que la pasión de Carson estuviera terminada, pero ahora veía su feroz deseo, aquel que Angelica Duvaine no había podido despertar.
Cuando él la cubrió con su cuerpo, ella deseó entregarle todo su ser. No se había equivocado al elegir vivir aquel momento, porque tal vez sería todo lo que conocería del amor.
Gina lo abrazó apasionadamente, queriendo imprimir en su memoria cada detalle de su cuerpo. Se llevaría el recuerdo de aquella unión, donde sus cuerpos, sus almas y sus corazones habían formado una unidad.
Ella lo abrazó más y susurró su nombre, entregándose a él, sin reservas, sin defensas. Era toda suya. Intentó aferrarse a aquel momento. Porque no habría otra vez.
Carson la besó hasta que sus lágrimas se secaron.
– Ahora eres mía para siempre -le dijo.
– Sí -dijo ella en un susurro-. Yo siempre te perteneceré, dondequiera que esté, donde quiera que estés.
– ¿De qué estás hablando? No vamos a estar separados. Vamos a casarnos.
– ¡Pero no podemos casarnos!-dijo ella desesperadamente-. Querido mío, ¿no has comprendido que tengo que marcharme y abandonarte, y que tal vez no nos volvamos a ver?