Capítulo 5

No le llevó demasiado tiempo comprobar que Joey era un diablillo, pero su encanto le hacía ganarse el perdón rápidamente. A la noticia de que iban a visitar a la señora Saunders al hospital había reaccionado con una mirada desafiante y una cara de contrariedad.

– Vamos a ir al hospital. ¡Ahora!-le dijo ella firmemente-. ¿Por qué no te gusta?

«Porque yo no le gusto a ella», le contestó el niño. Gina le aseguró que se equivocaba.

– Venga. Cumplamos con nuestro deber.

El niño le hizo una mueca, y ella le hizo otra, y ambos se rieron.


Encontraron a la señora Saunders sentada en una silla. Era una mujer de mediana edad, parecía tener heridas y una actitud beligerante. Miró a Joey con hostilidad. El niño la miró del mismo modo.

– No quiero que me venga con alguna de sus rabietas -dijo la mujer.

– No tiene rabietas… -empezó a decir Gina.

– Eso es lo que usted cree. Chilla y grita…

– Solo lo hace porque no puede hacerse entender. Cuando vuelva…

– No voy a volver. Tengo otro trabajo esperándome, cuando salga de aquí.

– ¿Qué?

– El otro día me tomé el día para ir a una entrevista de trabajo. Al día siguiente me llamaron para otra entrevista. Estaba yendo a la casa cuando tuve el accidente.

– O sea que fue por ello que salió y lo dejó solo -dijo Gina, enfadada.

– Bueno, no podía llevarlo conmigo, ¿no? De todos modos, ahora tengo otro trabajo, y no hay más que hablar.

Por la sonrisa de Joey, Gina dedujo que el niño había entendido la conversación.

No les quedaba más que marcharse.

Gina estuvo pensativa durante todo el día. Estaba armando un plan en su cabeza. Carson llamó para decirle que llegaría tarde, y ella le dijo que no se preocupase.

Cuando Carson llegó aquel día a las diez, se sorprendió al verla en el salón, junto a sus maletas.

– Iba a llevarlas a mi coche.

– No se irá, ¿verdad? -preguntó él alarmado.

– Ahora mismo.

– No puede hacer eso.

– Sí. No sé a qué arreglo llegó con mis jefes, si me despiden, me despiden. Ya he tomado la decisión.

– Gina, solo hasta que la señora Saunders…

– La señora Saunders no va a volver. Tiene otro trabajo.

Carson juró entre dientes.

– De acuerdo. Buscaré a otra persona. Pero hasta entonces…

– Joey no necesita a nadie más. Necesita a su padre. Usted es su padre. Yo, no. Ni la señora Saunders. Ni la persona que contrate, sino usted.

– Yo tengo que atender mis negocios…

– Los negocios son una excusa para no estar a solas con él.

– Porque sé que no le sirvo de nada.

– Bueno, eso puede cambiar, ¿no?

– ¿Cómo?

– Puede aprender el lenguaje de las señas, para empezar, para que se puedan comunicar. Tendría que haberlo hecho hace tiempo.

– ¿Y cree que tengo tiempo?

– Me decepciona, Carson. Pensé que era un hombre sincero, con los demás y con usted mismo.

– ¿Me está diciendo que no lo soy?

– ¿Por qué no admite la verdadera razón de no haber aprendido el lenguaje de los señas?

– Está segura de saber el motivo, ¿verdad?

– ¿Me pregunta eso, sabiendo cuál es mi pasado?

– De acuerdo. Dígamelo.

– Porque no puede enfrentarse a la verdad. Aprender el lenguaje de los sordos habría sido como admitir que su hijo es sordo. Probablemente haya decidido no admitirlo hace mucho tiempo.

– Es posible -dijo él con la boca pequeña.

– Pero Joey no puede olvidar ese hecho, como usted. Para él es un hecho cierto cada minuto y cada momento del día y de la noche. No tiene escapatoria. Está atrapado en una jaula, y todo su dinero y su éxito no pueden abrir la puerta y sacarlo. Solo le queda entrar a usted con él en ese mundo, y tal vez ayudarlo a encontrar parte del camino de salida. Si no quiere hacer eso, yo me iré.

Se miraron.

– Esto es un chantaje.

– Sí, lo es.

– Déme un poco de tiempo…

– El momento es ahora. Mis condiciones son sencillas. Quiero la promesa de varias cosas. Joey tiene seis semanas de vacaciones de verano todavía. Usted tiene que aprovechar ese tiempo. Aprenda el lenguaje de los sordos, y hable con él. Y escúchelo. Es un niño muy interesante. Además tiene que salir del trabajo más temprano, no volver a llegar a las diez. Si tiene reuniones, las interrumpe. Tómese una semana de vacaciones, por lo menos para irse de vacaciones con él a algún sitio. Quiero su palabra. Si no la tengo, me iré ahora mismo. Y cuando Joey se levante mañana, puede explicarle mi ausencia como quiera.

– ¿Y qué significaría eso para él? Pensé que quería ayudarlo.

– Lo estoy ayudando del modo que me parece mejor. ¿Me da su palabra o recojo mi abrigo?

Hubo un silencio.

– Me advirtió que era dura.

– Tengo que serlo. Descubrirá que Joey también lo es, por la misma razón.

– Ya veo de qué lado está.

– Carson, veo que el pequeño afronta los problemas de minusvalía con coraje y humor. Y veo a su padre que esconde la cabeza. ¿De qué lado cree que me puedo poner?

– Si le hago esas promesas, quiero una a cambio.

– ¿Cuál?

– Que se quedará con nosotros las seis semanas enteras. Puedo hacerlo, Gina, pero no sin usted.

– Si mis jefes dicen que sí…

– Lo harán.

Gina sonrió. Sabía que había ganado.

– Sí, estoy segura de que lo aceptarán si usted se lo dice. De acuerdo. Lo prometo, si usted lo hace.

Carson extendió la mano y dijo:

– Démonos la mano.

– De acuerdo.

Se dieron la mano como el primer día. Pero los dos sintieron que habían pasado años desde aquel primer encuentro.

Durante la cena, Gina estuvo eufórica.

– No me gustaría tenerla en la sala de reuniones. Me mandaría a la bancarrota en una semana -dijo Carson.

– Tenemos que establecer unas reglas básicas.

– Que no haya bancarrota. Solo, relevo.

– ¿Quién limpia esta casa?

– La señora Saunders era quien lo hacía, pero no se lo voy a pedir a usted.

– Bien. Mi tiempo es para Joey. Llamaré a una agencia y pediré que envíen a alguien.

– Lo que usted diga.

Después del segundo vaso de vino él dijo:

– Será mejor que me enseñe el lenguaje de las señas.

– Hay dos tipos. El lenguaje con los dedos, que tiene un signo para cada letra. Pero eso llevaría demasiado tiempo, así que algunas palabras tienen signos propios. Como esta.

Gina puso la mano horizontalmente, con los dedos juntos y el pulgar aparte, y la posó en su pecho. Luego la deslizó arriba y abajo hasta que la volvió a dejar en su pecho.

– Ese es el símbolo de «Por favor». Inténtelo.

El lo hizo, torpemente.

– No, deje el pulgar aparte. Hay señas para casi todas las palabras, de manera que se pueda hablar deprisa.

– ¡Deben de ser muchos los signos para aprenderlos!

– No me diga que el hombre que creó Ingenieros Page no es capaz de aprender lo que su pequeño ha aprendido hace tiempo?

– ¡Muy lista! ¿Actúa así con Joey?

– No tengo problema con Joey. Es un chico listo y jamás duda que pueda hacer algo. Eso es muy importante.

Él sonrió, y ella se sintió un poco turbada.

– De acuerdo, profesora. Adelante con la lección.

Ella se rió.

– Será más fácil de lo que cree. Y tendrá a Joey para que le enseñe.

– Si cree que voy a permitir que me vea balbuceando…

– ¡Carson, su hijo estará encantado de ver lo que hace por él!

– Mmmm…

– De todos modos, no tendrá problemas con los signos. No obstante necesitará el alfabeto también. Algunas palabras son demasiado complicadas para representarse con un solo signo.

– Entonces, empecemos con el alfabeto.

Ella empezó a enseñarle. Él la imitó.

Después de un rato él le preguntó:

– ¿Qué haría si a mitad de camino, falto a mi palabra? ¿Acerca de las vacaciones, por ejemplo?

Ella sonrió.

– No sé por qué no se me ocurrió que pudiera faltar a su palabra. ¿Me he equivocado?

– No, no se ha equivocado. Es alarmante que me conozca tanto. Tengo un amigo que tiene una agencia de viajes. Es un poco tarde para reservar un viaje a Disneylandia, pero él podrá… ¿No? -preguntó, puesto que Gina estaba agitando la cabeza-. ¿A Disneylandia, no?

– A Disneylandia, no. A Kenningham.

– ¿A Kenningham? ¿A ese pequeño enclave en la costa oeste? No es gran cosa.

– Tiene el mejor acuario del país. Podemos pasar dos días allí, y luego ir al segundo mejor acuario. Usted sabe que él está muy interesado en ese tema. No me sorprendería que algún día Joey contribuyera a la ciencia marina.

– Sí -dijo él con escepticismo.

– Carson, hablo en serio. Joey es sordo, no es estúpido. Su problema es que cuando intenta hablar parece estúpido. Pero usted tiene que ver más allá. Es muy inteligente. ¿Es que podría ser de otro modo siendo hijo de Carson Page?

Él la miró con curiosidad.

– ¿No me dice esto porque piensa que Joey tiene que ser brillante para que yo pueda amarlo?

– ¿He dicho eso?

– Lo piensa.

– ¿Es verdad?

– No, no lo es. Es posible que usted crea que no es así, pero yo amo a mi hijo. Déme su vaso. Se lo llenaré.

Evidentemente, Carson quería cambiar de tema.

– Dígame, ¿qué sabe sobre los wrasse?

– Nada. ¿Qué es?

– Joey le puede hablar horas de ese tema.

– Me siento como en una casa de locos.

– El tema es que usted tiene que aprender cosas sobre wrasse.

– ¿Tiene algo que ver con el mundo marino?

– Correcto -dijo ella.

– Averiguaré…

– No, no lo haga. Joey es un experto. Dígale que le hable de ellos.

– ¿Lo pondrá… contento?

Él estudió su cara.

– Muy contento.

– Entonces, lo haré.

– Pero no lo busque en libros. Deje que él se lo cuente.

– Lo que usted diga.

Ella dejó su vaso. Al inclinarse hacia adelante, dejó al descubierto un aparato pequeño detrás de la oreja.

– ¿Es ese implante del que me ha hablado? -preguntó él.

– Sí. Hay una parte dentro del oído también. Hace falta una operación para implantarlo.

– ¿Y cura su sordera?

– No. Sigo siendo sorda. Si me quito esto, no oigo como Joey. Pero si lo llevo encendido, escucho los ruidos y los entiendo, no igual que usted, pero lo suficiente como para llevar una vida normal.

– No comprendo. ¿Cómo puede oír y seguir siendo sorda?

– Al oír a la gente, el sonido entra en el oído externo, atraviesa el oído interno y hace contacto con el nervio auditivo. Pero si los pelos del oído interno no funcionan, no pueden recoger el sonido y transmitirlo al nervio. El implante estimula los pelos eléctricamente en lugar de acústicamente y el sonido pasa de ese modo. Me sorprende que el especialista de Joey no le haya hablado de implantes hace un año.

– Dijo algo así. Pero no comprendí muy bien. Estaba tan deprimido, que creo que me bloqueé. Además parecía una operación terrible. Lo dejamos suspendido por un tiempo. Pero luego Joey tuvo neumonía. Y después se contagió de todo virus y bacteria que había: tuvo resfriado, bronquitis, gripe. Durante años estuvo con una u otra cosa. El médico dijo que no podía operarlo hasta que no estuviera completamente bien.

– ¿Y ahora?

– Ahora está fuerte, así que, quizás… ¿Realmente cree…? -su cara estaba llena de entusiasmo.

Gina sonrió.

– Es posible -dijo ella-. Tal vez sea momento de volverlo a llevar al especialista. Pero, Carson, por favor, no ponga todas sus esperanzas en esto. No todo el mundo puede operarse. Pero vale la pena que lo averigüe. Si va a ocurrir, me gustaría estar presente.

– Es posible que pueda oír… y hablar… -dijo Carson.

– Sí Tendrá que aprender a hablar como si fuera un bebé. Le costará más porque es mayor.

– Yo tuve suerte de aprender a hablar antes de quedarme sorda, y eso ayuda mucho. Cuando empecé a oír sonidos otra vez, me acordé de lo que querían decir. Pero Joey tendrá que aprender desde el principio antes de poder aprender a hablar. Necesitará terapia para hablar, y tal vez le lleve un año o más -lo miró malévolamente-. Así que tendrá que aprender el alfabeto y los signos mientras tanto.

– ¡Ustedes la jefa!

– Déme los datos de su médico y arreglaré una cita con él.

– De acuerdo. Estoy en sus manos -luego reflexionó y dijo-: Tal vez sea el mejor lugar donde estar.

Subieron juntos y pasaron a ver a Joey. Estaba dormido. Luego Carson se fue a su dormitorio, pensativo.

Se quedó pensando en Gina. Aquella mujer parecía tener varias personalidades. La del primer encuentro: dulce, divertida, un poco loca. Luego, cuando la había vuelto a ver, había sido muy diferente. Y ahora… otra Gina, una maestra prácticamente.

Le sorprendía que ella se viera como un «ratoncito marrón».


Al día siguiente Carson Page volvió a casa con unos folios con señas y un. alfabeto de sordos.

– Hasta he practicado unas cuantas letras en la oficina -dijo a Gina-. En un momento entró mi secretaria y me miró extrañada…

– ¿No se dio cuenta de que lo estaba haciendo por su hijo?

– No lo sabe. Nadie lo sabe -dijo Carson. Ella se quedó en silencio y él gritó-: ¡Dígalo!

– Nadie debe saber que Carson hizo algo que no fue perfecto.

– ¡Dios santo! ¡Qué dura es!

Carson salió de la habitación con un movimiento brusco y se chocó con Joey en la puerta, tan fuertemente que el niño se cayó y Carson casi perdió el equilibrio.

Joey se levantó rápidamente e hizo un signo, tocándose el pecho formando círculos.

– ¿Qué está diciendo? -preguntó Carson.

– Esa seña quiere decir «Lo siento».

– Pero si ha sido culpa mía.

– Entonces dígale que lo siente. No es difícil la seña.

Joey empezó a disculparse otra vez, pero Carson le tomó la mano y lo detuvo. Lentamente hizo él la seña.

Joey frunció el ceño, y giró levemente la cabeza hacia un lado. Al parecer no comprendía a su padre.

– ¿Se ha disculpado alguna vez con él? -preguntó Gina.

– No creo… -contestó.

Finalmente el niño sonrió y tocó la mano de su padre.

Carson dejó escapar una exhalación. Por un momento los papeles se habían invertido.

Luego, el niño se apartó. Aquella intimidad con su padre pareció incomodarlo, y se transformó en un niño pequeño corriente.

– Cenemos -dijo Gina.

Joey se sorprendió al ver los folios con el alfabeto de sordos. Los miró y luego miró a su padre.

– ¿Por qué no le dice que va a aprender?

– Todavía no sé las señas para decírselo.

– Intente decírselo. Él sabe leer los labios. Póngase donde se los vea y háblele claramente.

Carson se acomodó y se lo dijo.

Joey frunció el ceño. No comprendió.

– Más despacio -dijo Gina.

Aquella vez salió mejor. El niño le hizo una seña indicando «Bien».

– Lo hace bien. Es fácil.

– Gracias por el voto de confianza -dijo con una sonrisa Carson. E hizo la seña de «Bien»

– ¿No le ha hablado antes?

– Lo intenté, pero no me entendía.

– Tal vez no lo haya intentado firmemente.

– Parece una maestra de escuela. Sí, señorita. Me esforzaré más.

– Más vale -dijo ella con una severidad burlona.

– Y cuando Joey podía seguir mi conversación, intentaba contestarme y… No sé.

– Hizo esos ruidos que usted no puede soportar escuchar.

Él respiró profundamente.

– Y se dio por vencido. ¿Va a darse por vencido esta vez?

– No estaría dónde estoy si fuera un hombre que se da por vencido.

– ¿Y dónde está hoy?

Él estuvo a punto de darle un discurso acerca de Ingenieros Page y su lugar en el comercio internacional, pero se calló a tiempo. Por supuesto que ella no estaba hablando de eso.

Nada de lo que él había hecho la impresionaba, pensó él. Sus éxitos eran poca cosa frente a sus fracasos con su hijo.

El placer de Joey al ver los esfuerzos de su padre lo llevaron a excitarse en exceso. Durante la cena intentó comunicarse con él y Carson no pudo seguir sus señas de rápido que las hacía.

– Ve más despacio -le dijo Carson-. Soy un principiante.

Joey asintió y repitió la seña que le había hecho.

Era compleja, y Carson la entendió mal. El niño la volvió a intentar, y su padre se puso nervioso. No estaba acostumbrado a no hacer las cosas bien. Entonces Joey puso una mano encima de la de su padre y puso los dedos en la posición adecuada.

– Gracias -dijo Carson con palabras.

Joey frunció el ceño y miró la boca de su padre.

– Gracias -repitió Carson.

El niño hizo una seña después de mirar a su padre.

– ¿Quiere decir «gracias»? -preguntó Carson.

Ella asintió, complacida.

Gina se alegró de quedar en un segundo plano mientras padre e hijo se entendían. Lo lograron, y, a la hora de acostar al niño, Gina sabía que Carson se sentía mejor.

Más tarde esa noche, cuando ella se estaba por ir a dormir, Carson le dijo:

– ¿Cómo era esa seña que le hizo Joey la primera noche, cuando le dijo que usted le gustaba?

Gina hizo una seña formando una Y.

– Eso quiere decir «gustar». El resto se hace señalándose a sí mismo y a la otra persona.

Carson intentó hacerlo.

– Así, muy bien -dijo ella.

Carson se señaló, formó una Y, y luego la señaló.

– Lo ha comprendido -dijo Gina. E hizo el mismo gesto.

Él volvió a hacerlo y dijo:

– Me gusta…

Luego pareció sentirse incómodo.

– Buenas noches -dijo apresuradamente y se marchó.

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