Gina preparó el terreno para hablar con Joey. Pero al final el niño hizo que surgiera la conversación a través de una broma.
Una tarde, cuando abrió la puerta del dormitorio del niño, le cayó agua encima. Joey había puesto un florero encima de la puerta.
– ¡Joey!-exclamó Carson.
Gina lo silenció con un gesto. Joey estaba muerto de risa, y ella se rió con él.
– ¡Eres un pillo! ¡Un pillo terrible!-exclamó Gina.
Joey comprendió el sentido cariñoso del término y se rió más.
– Es poco amable de su parte, después de todo lo que ha hecho por él -dijo Carson, recogiendo el florero.
– Es una broma -protestó Gina-. Es un niño pequeño. Los niños hacen bromas. Pero, mira, cariño…
Carson se sobresaltó, pero luego se dio cuenta de que ese «cariño» estaba dirigido a Joey.
– Mira, cariño, la próxima vez…
– ¿La próxima vez? -preguntó Carson.
– ¡Shhh! La próxima vez no uses agua. Mira -ella le mostró el implante que tenía en la oreja-. Eso es lo que uso para poder oír. No debe mojarse, si no, dejará de funcionar.
Joey se transformó de pronto en una persona seria.
«Ayuda para oír», dijo el niño con señas.
– Es más que eso. Una ayuda para oír es para alguien que puede oír un poco, y que hace que oiga más fuerte. Esto es para gente que es totalmente sorda. Como nosotros…
Al oír la palabra «nosotros» el niño alzó la cabeza y la miró. Al principio, le había dicho que era sorda pero se veía que al notar que oía tan bien, el niño se debía de haber creído que eso había sido en el pasado.
El niño le preguntó si ya no era sorda, y ella le contestó que sí, pero le mostró el aparato y le dijo que con él podía oír.
El niño pareció preocupado, y le preguntó si lo había estropeado mojándolo.
– No, he tenido suerte. El agua no lo ha tocado. Y si se me moja, puedo comprar otro. Pero no más floreros con agua.
Joey agitó la cabeza vigorosamente y se lo prometió.
Luego, miró el aparato y preguntó si podía ponerse uno él.
– Podemos averiguarlo -le contestó ella.
Joey le pidió encarecidamente ponerse un aparato. Gina lo abrazó fuertemente, deseando que los sueños del niño se hicieran realidad.
– ¿Se ha puesto en contacto con el especialista ya? -preguntó Carson.
– Le he escrito hoy.
– ¿No habría sido más rápida una llamada telefónica?
– No siempre me es fácil hablar por teléfono. Algunas veces, si es inevitable, y es con alguien a quien le conozco la voz, no me es tan complicado. Pero con extraños me es más fácil escribir. Cuando estoy en la oficina, Dulcie me suele ayudar.
– ¿Cómo se arregló con la llamada de Brenda, entonces?
– Afortunadamente, no he tenido problema con ella. A veces ocurre con ciertas voces.
Al día siguiente recibió la contestación del especialista para una entrevista. Eso era lo fácil. Lo difícil era explicarle a Joey que tendría que hacer varias pruebas v ver a un número de personas antes de ser declarado apto para la operación. Le dijo que le llevaría varios días de duro trabajo, y que era posible que le resultase muy cansado. Joey asintió y expresó que no le importaba.
Carson fue con ellos al hospital. Para Gina era obvio que estaba más nervioso que su hijo. Joey estaba excitado pero contento. Parecía no tener dudas acerca del resultado de sus pruebas. Y tuvo razón. Se fijó la fecha para la operación dos días más tarde.
El día que tenía que ingresar en el hospital, Joey estaba muy contento, y le pidió a Gina que le contase su historia.
– Si te la he contado muchas veces.
Joey le pidió que la repitiera, «por favor». Gina sonrió y empezó a contársela.
– Yo pude oír hasta tener tu edad. Un día tuve una fiebre muy alta, y cuando me recobré, quedé completamente sorda. Entonces no tenían estos implantes, así que me quedé igual que estaba hasta los diez años.
– En esos años se inventaron estos aparatos y fue cuando me operaron. Tuve que esperar cuatro semanas para que me implantaran el procesador de habla al exterior.
«¡Cuatro semanas!», señaló el niño.
– Pasarán muy rápido.
Gina lo acompañó al hospital ese día y se quedó con él. Carson fue un poco más tarde, y los encontró mirando televisión, leyendo los subtítulos y riendo. Joey estaba cenando, aunque la comida parecía consistir en helado fundamentalmente.
– No puede tomar nada después de medianoche. Así que está aprovechando ahora.
Gina salió de la habitación para dejar solos a padre e hijo.
Carson iba progresando mucho en sus señas y podía llevar una conversación básica, siempre que supiera qué decirle a su hijo.
A la media hora Carson salió de la habitación.
– La enfermera ha dicho que es hora de dormir, pero él dice que no puede dormirse hasta que usted no esté allí.
– Ahora mismo iré. En casa tiene comida preparada, si quiere comer allí -dijo Gina.
– No hace falta. Volveré al trabajo. Comeré un bocadillo. Llámeme mañana, cuando Joey haya salido de la operación -dijo Carson.
– Pero…
– Será mejor que vaya con Joey, Gina. Se está poniendo impaciente.
Carson se marchó rápidamente por el corredor. Era evidente que no quería quedarse allí. Había estado todo el tiempo incómodo y tenso.
Por supuesto que a algunos hombres no le gustaban los hospitales, pero no era justo para Joey.
¿Por qué tenía que decepcionarla justo ahora?
Se recompuso y fue a la habitación de Joey.
A la mañana siguiente Joey estaba tranquilo y contento. Sonrió cuando le dieron la medicación previa a la operación, y saludó a Gina con la mano cuando se lo llevaron en la silla de ruedas.
Ella no podía hacer más que esperar. Pensó en Carson, asistiendo a reuniones, dando órdenes, aumentando sus ganancias, imaginándose que estaba haciendo todo lo necesario porque podía pagar el mejor tratamiento para su hijo en el mejor hospital. Casi lo odiaba, pensó Gina.
– Gina -le dijo de pronto una voz muy baja.
Carson estaba de pie en la puerta de su habitación. Tenía la cara muy pálida y ojeras.
– ¿Puedo entrar? ¿Va todo bien? -preguntó Carson.
– Sí, por supuesto.
– ¿Hay alguna novedad?
– No, sigue en el quirófano. No tiene muy buen aspecto usted.
Carson se sentó en el sofá, al lado de ella.
– Ahora estoy mejor. He tenido que marcharme del trabajo. No servía. No podía concentrarme.
– ¿No? -le preguntó ella, tiernamente.
– Me daba la impresión de que mi trabajo no tenía ninguna importancia, frente a la operación de mi hijo… -sus manos temblaron.
Gina las tomó, y él se aferró a ellas fuertemente.
– Al final, le he dicho a Simmons, mi mano derecha, que hiciera lo que le pareciera, porque yo me marchaba. Todos me miraron como si estuviera loco.
– ¡Me alegro de que lo haya hecho!
– Creo que son las primeras palabras de aprobación que me ha dicho desde que me conoce -dijo él, con una risa temblorosa.
– Bueno, se las merece.
– Ayer no podía soportar estar en este sitio… ¡Es tan importante para Joey…! Es algo que puede cambiarle la vida. Quisiera darle el mundo entero a mi hijo, pero lo único que cuenta es usted… Estoy diciendo tonterías, ¿verdad?
– Da igual. Creo que lo comprendo.
– ¡Doy gracias a Dios por tenerla a usted! Anoche no he podido dormir. He pensado en usted, y en él… aquí, tan valientes… Y lo único que hice yo fue huir… Pensé que el niño y usted estarían mejor sin mí, y es cierto…
– No, no lo es -le dijo ella suavemente-. Joey se aferra un poco más a mí porque yo he pasado por esto, pero usted es su padre. Me alegro de que esté aquí.
– ¿De verdad?
– De verdad -ella hizo un gesto de dolor.
– ¿Qué ocurre?
– Mis manos. Me las está apretando demasiado.
– Lo siento -él empezó a frotarle las manos-. ¿Están mejor ahora?
– Un poco. Siga un poco más.
Era agradable sentir las manos de Carson, unas manos grandes, depredadoras. Pero en aquel momento no era más que un padre vulnerable, buscando consuelo, por un lado, y por el otro, reconfortándola con sus manos.
– ¿Durará mucho la operación? -preguntó él, agonizante.
– Me temo que sí. Es una operación muy delicada.
– ¡Dios santo!-se tapó la cara con las manos-. ¿Qué puedo hacer por él?
– Lo ha hecho viniendo aquí. Simplemente espere. Será bueno que esté presente cuando Joey se despierte.
– ¿Solo esperar? No sé esperar. El caso es que si no doy órdenes o escribo cartas, soy totalmente inútil -se rió brevemente, contrariado consigo mismo-. Usted siempre pensó que yo era inútil, ¿no es cierto?
– Durante un tiempo, lo he visto a través de un cristal distorsionado…
– No. Me ha visto como soy -dijo él con amargura.
– Carson, no se torture. A Joey no lo ayudará que usted se derrumbe.
– ¿Derrumbarme? No. Yo siempre he sido fuerte. Soy famoso por ello. ¡Y pensar que mi hijo ha sido el fuerte todo este tiempo, el que ha tenido que luchar sin mi ayuda! Ni siquiera puedo decirle que lo quiero. A él no le importa si lo quiero o no…
– Eso no es cierto.
– ¿No? Ya ha visto cómo se aparta de mí. Aquella vez que quise pedirle disculpas.
– Es todo muy nuevo para él. Ustedes dos se tienen que conocer todavía. No se dé prisa. Tómeselo con tranquilidad.
– Usted debe de ser la mujer más sabia del mundo. ¡No sé qué sería de mi vida sin usted! Bueno, en realidad mi vida ha sido un desastre, ¿verdad?
– Pudo crear un imperio comercial.
– ¡Como si eso importase! ¡Oh, Dios!-de pronto volvió a hundir la cara en sus manos. Gina lo rodeó con sus brazos y puso su cabeza contra la de él.
– Tranquilo -dijo ella.
Gina sintió que él buscaba su mano. Se quedaron sentados sin moverse. Ella estaba un poco incómoda en esa posición, pero no quería moverse. No deseaba que Carson la soltase. No quería. Se sentía bien así, sintiendo su calidez, sabiendo que él la necesitaba.
Después de un rato, la respiración de Carson cambió y ella se dio cuenta de que se había dormido.
Evidentemente, no solo el niño la necesitaba. Se imaginó a Carson solo en su casa, lleno de temores y tristeza…
Debió de dormirse también ella, porque de pronto la sobresaltó un ruido en la habitación de Joey.
Gina tocó a Carson para despertarlo.
– Ya han vuelto. Ha terminado la operación -dijo ella.
Se quedaron de pie, delante de la habitación mientras las enfermeras llevaban a Joey. Solo se veía un bulto en la camilla, y la cabeza llena de vendas. Carson quiso dar un paso y acercarse, pero Gina se lo impidió.
– Deje que hagan su trabajo.
Una mujer joven de bata blanca se acercó a ellos.
– Soy la doctora Henderson. Todo ha ido muy bien. Volverá en sí dentro de una hora, aproximadamente.
– ¡Gracias a Dios!-exclamó Carson.
Al final se marcharon todos, excepto una enfermera que los acompañó a ver a Joey. El niño respiraba a ritmo regular. Parecía pequeño y frágil. Gina notó que tenía buen color. Le dio un beso suave, y luego se apartó, para dejar a Carson solo con su hijo.
Carson se inclinó hacia su hijo y le acarició la cara. Luego le susurró algo al oído.
A los tres días Joey estaba en casa. Ya le habían quitado las vendas. Tenía la cabeza igual, excepto por una zona afeitada debajo de la oreja izquierda, y por una gasa.
Después de la intimidad que habían compartido en el hospital, Gina sintió que algo debía de haber cambiado entre Carson y ella. Pero él parecía haber salido brevemente de su concha, y luego se había vuelto a meter en ella. Eso la entristecía. Pero no podía hacer nada.
Lo veía muy poco, a pesar de estar compartiendo la casa. Él volvía temprano a casa, y cenaban los tres juntos, antes de que ella acostase a Joey.
Después, Carson solía trabajar en su estudio hasta tarde, haciendo llamadas a diferentes países. Y aún seguía trabajando cuando ella se iba a dormir.
Pero una noche, ella se quedó mirando una película hasta tarde, y cuando esta terminó, Carson se acercó a ella y la convidó con una copa de coñac. Luego se sentó en el sofá y respiró profundamente.
– He estado una hora hablando por teléfono con el hombre más estúpido del mundo -dijo Carson con los ojos cerrados-. Cuando crees que ha quedado todo claro, él vuelve al principio y tienes que empezar de nuevo. Y así varias veces, hasta que te quieres morir.
Carson bebió la copa y se sirvió más coñac. Era parte de su naturaleza controlada el que no bebiera nada durante el día, ni siquiera durante el almuerzo.
Gina sorbió su coñac con placer, a pesar de que no solía beber normalmente.
– ¿Y le ha tocado hoy pasar por esa experiencia?
– Sí -sonrió él.
Ella le devolvió la sonrisa. No pudo evitar sonreír por el aspecto que tenía. Después de hablar con el hombre más estúpido del mundo se había aflojado la corbata, se había abierto la camisa y revuelto el pelo hasta quedar totalmente despeinado.
Parecía tener diez años menos, por lo menos.
– ¿Cómo ha sido su día? -preguntó él-. Joey parecía contento hoy durante la cena.
– Sí, lo hemos pasado bien. Fuimos al parque y tomamos un bote en el lago. Y nos hemos encontrado a un profesor de su colegio, Alan Hanley. Parece un hombre simpático. Me ha comentado algunas cosas que no sabía.
– Lo conozco. ¿Cómo reaccionó Joey?
– Extrañamente. Fue cortés, pero no parecieron conectar.
– Entonces, ¿cuál es su secreto?
– ¿Cómo dice? -preguntó ella.
– Joey tiene profesores expertos. Algunos de ellos son sordos, así que ellos comprenden sus problemas también. Pero él la ha elegido a usted como referencia. ¿Qué tiene usted que no tienen los demás?
– Me gustaría saberlo. ¿Cómo puede explicarse la empatía?
– No se puede, supongo. Es como el amor. Viene de no se sabe dónde, y no se puede explicar.
– Y a veces hasta sobrevive, aunque la gente haga cosas para destruirlo -dijo Gina.
– ¿A qué se refiere?
– Joey ha estado hablando hoy de su madre. ¿Le ha dicho a ella lo de la operación?
– ¿Para qué? -dijo él, encogiéndose de hombros.
– Supongo que tiene razón, pero Joey la sigue queriendo mucho. No sé qué decirle cuando me habla de ella de ese modo, si animarlo o decepcionarlo.
– Ella le hará daño, sea como sea -dijo Carson, como hablando solo.
Hacía eso siempre que hablaba de algo personal.
– Siempre ha sabido seducirlo con su encanto. Su belleza es algo secundario, en realidad. Tiene un encanto que te envuelve, aunque sepas que puede quitártelo igual que te lo da…
– ¿Era así con usted? -preguntó Gina.
Él no contestó inmediatamente. Y ella se preguntó si le habría molestado la pregunta. Luego empezó a hablar como si hablara consigo.
– Al principio uno cree que todo ese encanto es exclusivamente para ti, que eres un ser privilegiado, a quien le dedican esa sonrisa increíble, como si ella te hubiera estado esperando toda la vida. Después de todo, Brenda tenía diecinueve años, y no podía haber aprendido muchas argucias. Te convences de todo ello porque eres un joven tonto, locamente enamorado, y quieres creértelo. Es un poco arrogante el pensar que semejante premio ha caído en tus manos porque te lo mereces, pero a esa edad eres arrogante. Y estás dispuesto a creerte cualquier cosa si ella lo dice con esa sonrisa tan especial. «Cariño, te amo, solo a ti, y jamás amaré a nadie más…».
– Pero ella debe de haberlo amado, si no fuera así, no se habría casado, ¿no? -dijo Gina.
– Es una mujer de grandes apetitos, y yo se los satisfacía. Cuando te arrebata ese tipo de pasión, no eres capaz de darte cuenta de que esa pasión no lo es todo. Y luego, cuando descubres que no lo es… Es demasiado tarde.
Carson se quedó en silencio. El corazón de Gina se aceleró al sentir que compartía aquel dolor secreto con él Pero sabía que la confesión no era para ella, y que más tarde lamentaría habérsela hecho.
Gina pensó que el sueño cortaría aquella conversación. Y que sería mejor así.
Pero el momento se prolongó. Y aunque era cierto que era importante hablar de todo aquello por Joey, también sabía que para ella era importante por Carson.
– Sabía que ella quería ser famosa cuando nos casamos -siguió Carson-. Pero no tenía idea de lo ambiciosa que era. La vi tan feliz como esposa y madre que pensé que duraría toda la vida. Luego me di cuenta de que había sido solo una etapa, algo que había querido probar, como si fuera un nuevo papel.
Carson volvió a llenar su copa, como si solo con alcohol pudiera aguantar aquellos recuerdos.
– Y, cuando descubrimos que Joey tenía problemas, ella se cansó del papel, y quiso algo diferente. Intenté ser comprensivo. Teníamos una niñera muy buena y eso a Brenda le daba libertad para pasar algún tiempo fuera de casa. A mí no me gustaba que se marchase, pero pensé que nuestro matrimonio era lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a cualquier cosa -se rió con rencor-. Tenía unas ideas un poco ingenuas en aquellos tiempos, algo así como que el verdadero amor lo podía todo. Todas esas cosas que dicen las canciones románticas…
– ¿Y ahora no las cree? -preguntó Gina.
– No lo sé. Todo se nos vino abajo. El encaprichamiento no es una buena base para el matrimonio. Lo mejor es que la gente tenga algo en común y que se gusten, incluso que no se gusten demasiado -se rió amargamente-. Si lo hubiera sabido entonces, jamás me habría casado con una mujer que me volvía loco. Nos hubiéramos ahorrado mucho dolor -se volvió a reír afectadamente y continuó-: Empezó a pasar más tiempo fuera de casa. Rodaba en el extranjero a veces Su carrera estaba en alza.
Carson hizo una pausa, luego continuó:
– Al principio Brenda lo negaba. Es muy convincente… Te hace dudar de lo que sabes que es verdad. Luego la sorprendí con una persona… Me rogó que la perdonase… Me juró que no volvería a pasar…
– ¿Y la creyó?
– Parece muy loco, ¿no? Pero yo quería creerla, para no volverme loco. Al final ya no se molestaba en fingir. Y entonces comprendí que tenía que apartarla de mi vida, o que me volvería loco. Y eso es lo que hice -las últimas palabras tuvieron un tono de final. Después, no dijo nada más.
Debajo del tono sereno de Carson, Gina adivinó una rabia salvaje. Él había conocido la pasión, y su destrucción lo había dejado vacío. Él había arrancado a Brenda de su corazón, pero en cierto modo se había arrancado también el corazón.
Un leve temblor la hizo alzar la mirada. A Carson la copa se le había caído a la alfombra. Estaba dormido.
Gina se agachó a recoger la copa con cuidado de no despertarlo. Así, dormido, parecía un muchacho.
Nunca se había fijado en la boca, pero ahora veía lo ancha, firme y sensual que era.
Carson mostraba un aspecto controlado al mundo, porque temía ser arrastrado otra vez por sentimientos que no pudiera manejar.
Cuando se arrodilló, su cara estuvo muy cerca de la de él. Sintió el poder de aquel cuerpo que ni siquiera la había tocado, y que, sin embargo, la estaba derritiendo, debilitándola con el deseo.
No podía entender que la mujer lo hubiera abandonado. Si Carson la hubiera amado a ella, jamás podría haberlo arrancado de su vida. Él habría sido el centro de su vida, hubiera satisfecho todos sus deseos y sueños.
Mientras lo miraba, la asaltó un deseo irrefrenable: El de posar sus labios en los de él. Luchó por reprimirla, pero no lo suficiente. Se acercó y lo besó, sin medir las consecuencias.
Él se movió, extendió la mano a ciegas y le tocó la cara. Ella temió que se despertase y que la encontrase allí.
Lentamente le tomó la mano y la quitó de su cara. La dejó apoyada en el sofá. Luego se puso de pie y salió de la habitación.
Carson abrió los ojos, confundido. No sabía si lo había soñado o no… En su estado medio dormido le había parecido que ella…
Pero no había nadie allí.