Capítulo 12

Carson la miró sin comprender.

– ¿Qué quieres decir? Esto es un principio para nosotros. No puedes dejarme ahora. No lo permitiré -dijo él, con la arrogancia de la posesión.

– ¿No comprendes que no está en nuestras manos, cariño? ¡Oh, querido! ¡Cuánto me gustaría pensar que hay alguna esperanza para nosotros, pero no la hay.

Él la miró sin poder creerlo.

– No puedes hablar en serio. Olvídate de que Brenda ha dicho que todavía está casada conmigo…

– No se trata de Brenda, sino de Joey. Él quiere volver a tener a su familia junta, y cree que la tiene. ¿No has visto lo feliz que ha estado?

– Está en un paraíso inventado. Gina, no hables así. No nos hagas sufrir a todos porque esa mujer te haya engañado.

– No me ha engañado -contestó Gina con voz temblorosa-. Veo perfectamente lo que es. Pero también he visto la cara de Joey cuando apareció ella. Cuando murió mi madre, yo no podía creer que estuviese muerta, y creía que un día me perdonaría por ser «una chica mala», y volvería a casa. Me lo imaginé una y otra vez, que un día abriría la puerta y que yo correría a sus brazos. Estaba muerta, pero eso no impedía que yo fantaseara con ella. Y hoy lo he visto en los ojos de Joey. Que su sueño se había hecho realidad.

– Pero hace pocos días Joey habló de ti como de su madre.

– Solo como una sustituta. Ahora tiene a su madre real, y por primera vez es completamente feliz. Yo no seré quien le arrebate esa felicidad.

– No, será Brenda quien lo haga.

– Entonces, te tendrá a ti. Tendrás que estar cerca de ellos, hacer que su madre se comporte como debe, ayudarlo tú cuando ella no lo haga.

– Esto acabará en pocos días. Ella se irá a Los Angeles corriendo…

– No creo que podamos contar con eso. Brenda está atravesando un mal momento. Ha perdido ese programa de televisión. Querido, deja que Joey disfrute de esa felicidad mientras pueda. Ahora puedes ayudarlo. Os habéis encontrado.

– Porque tú lo has hecho posible.

– Sí, tal vez sea así. Me gustaría pensarlo de ese modo. Pero ahora tú y tu hijo estaréis bien sin mí.

– ¿Sí? -dijo él amargamente-. ¿Crees que puedo amarte tan profundamente y estar bien sin ti? ¡Dios mío! ¡Sabía que no me amabas tanto como yo te amo, pero esperaba algo más que esto!

– ¿Me amas? -susurró ella-. ¿Y crees… de verdad crees… que no te amo?

– ¿Lo has hecho solo por Joey, no? Y porque querías enmendar lo que habías vivido de pequeña. Te habrías casado por Joey, y ahora me dejas por Joey.

– Pero… -ella no podía creer lo que acababa de escuchar-. Por supuesto que no ha sido solo por Joey. ¿Cómo has podido creer eso?

– Porque has tardado mucho en contestar que te casarías conmigo. Me has contestado después de que Joey tuviera esa pesadilla. Sabía lo que estaba pasando.

– No lo has comprendido. ¿Y lo de esta noche? ¿Qué has pensado que pasaba? ¿Por qué crees que he hecho el amor sabiendo que nos íbamos a separar?

– No lo sé -dijo él sombríamente-. Estoy confundido. Me ha dado la impresión de que me amabas y de que te entregabas a mí. Tal vez me haya engañado -buscó la cara de Gina con desesperación.

La cabeza de Gina le daba vueltas.

– Te amo, Carson -dijo ella apasionadamente-. ¡Si supieras cuánto te amo! Pero pensé que Brenda estaba entre nosotros todavía, y que te había dejado vacío e incapaz de amar. Creí que querías una madre para Joey y que por mí no sentías más que afecto.

– ¿Un poco de afecto? ¡Querida mía! Si pudiera decirte… ¿Gina? ¿Qué ocurre?

Ella se estaba riendo y llorando a la vez, histéricamente.

– ¿Qué ocurre? -preguntó él, alarmado.

– No puedo creerlo -sollozó ella-. ¿Cómo es posible que lo hayamos descubierto ahora, que es demasiado tarde?

Con un gruñido, Carson la abrazó y hundió su cara en su pelo.

– No es tarde. Tú eres mi amor, mi único amor. Y no habrá nadie más.

– ¿De verdad? -susurró ella con alegría en medio de su desesperación.

– Te lo digo con el corazón, te lo juro.

– Pero esas cosas que dijiste de las cosas que tenemos en común… Una vez me dijiste prácticamente que solo querías un matrimonio sensato.

– Tal vez pensé que era así, pero ahora sé que no. Si fuera sensato, no me pondría así ante la idea de perderte. ¡Dios santo! No es posible que ahora nos perdamos el uno al otro…

– ¡Oh, cariño mío! ¡Bésame! Una y otra vez… Es lo único que tenemos…

– No debe ser así. No te dejaré marchar. ¿Me oyes?

Habría sido fácil resguardarse en su insistencia… La tentación la torturaba. Era injusto, pensó ella, rebelándose contra la situación. Pero no podía olvidar la cara de Joey. Tenía que hacerlo por él.

– De momento, al menos, tienes que rendirte. No puedes echar a Brenda. Rompería el corazón de Joey -dijo ella.

– Pero ambos sabemos que sus juegos no durarán. Se cansará y…

– Brenda seguirá el juego mientras le sea útil. A lo mejor el tiempo suficiente como para que crezca Joey y pueda aceptar la situación. No lo obligues a aceptar la verdad ahora. No podría soportarlo.

– ¿No es mejor para él que la acepte ahora?

– De acuerdo. ¿Crees que puedes decirle que la madre que siempre creyó que lo amaba lo está usando sin piedad, que su sueño ha terminado, y que lo rechaza tanto como antes, y que lo abandonará como siempre? ¿Quieres decirle eso, querido mío? ¿O quieres que se lo diga yo?

Él se sintió tocado.

– Tienes razón -susurró horrorizado-. No podemos hacerle eso…

Se miraron. No había más que decir.

Carson la abrazó en silencio, para sentir su calor. Y así permanecieron hasta que amaneció.

Gina había pensado que ella era una mujer de segunda para él. Ahora sabía que Carson era todo suyo, su corazón, su alma, su pasión. Tenía todo lo que había querido.

Pero era tarde.

Mientras amanecía, pensó que tal vez habría sido mejor no haberlo amado para no sentir aquel dolor de su pérdida.

– No puedo creer que este sea el final -dijo Carson-. Un día volveremos a encontrarnos. Y mis sentimientos por ti seguirán intactos.

– Yo te seguiré amando también -dijo ella-. A pesar de todo, te querré, como ahora. ¡Abrázame! ¡Abrázame!

Gina hundió su cara contra él. Sus hombros temblaban. Y él la abrazó en silencio.


Angelica encontró a Gina en la cocina mientras esta hacía el café.

– Ahora sé quién eres -dijo Angelica beligerante-. Eras tú quien atendió el teléfono aquella vez. Al principio no reconocí tu voz. O sea que has estado aquí desde entonces, labrando tu porvenir.

– Estaba aquí para ayudar a Joey.

– Buena excusa. Miraste alrededor y pensaste que meterías las manos en el bote. No creo que una terapeuta del lenguaje, o lo que seas, gane mucho.

– Soy abogada.

– ¡Oh! Abogada… ¿Crees que me voy a creer que no has intentado sacar tajada de esto?

– Puedes pensar lo que quieras -dijo Gina serenamente.

– ¡Oh, claro! Conozco a las de tu clase. Pensaste que sería fácil reemplazar a una mujer en su casa y con su marido. Bueno, piénsalo otra vez, señorita. Porque he venido a quedarme.

– Mientras hagas feliz a Joey… Está bien.

– No me des lecciones acerca de mi hijo -dijo Angelica-. Quiero que te marches de aquí, rápidamente.

– No te preocupes. Me voy a marchar. Pero me gustaría hablarte de Joey primero. Hay cosas que tienes que saber de su desarrollo.

– ¿Cómo cuáles? Puede oír ahora, ¿no?

– En cierto modo, pero…

– Bueno, como si no pudiera. No entiendo una palabra de lo que dice. Y en cuanto a las señas…

– Puedes aprenderlas. El señor Page lo ha hecho -agregó Gina-. Estoy segura de que podrá enseñarte.

– Pero, ¿por qué tengo que aprenderlas? Creía que una vez que tuviera ese chisme estaría bien. Pero está igual que antes. Supongo que eso tiene que ver contigo.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– ¡Oh, venga! ¿Crees que me engañas? ¡Pobre niño! Te necesita. A ti no te interesa que se mejore demasiado pronto, por si Carson se arrepiente.

Gina estaba furiosa, pero se controló.

– No pienso contestar a eso -dijo cuando pudo hablar con calma-. Pero tienes que saber cómo son las cosas para él.

– De acuerdo, de acuerdo. Tal vez más tarde…

– ¡Cállate y escucha!

Angelica no podía creerlo. Hacía años que nadie le hablaba de aquel modo.

Gina le explicó lo del implante de Joey, y acerca del tiempo y trabajo que le llevaría hablar apropiadamente.

– Bueno, no es lo que pensaba, te digo…

– Tienes que tener paciencia con Joey. Está aprendiendo deprisa, y ahora que te tiene otra vez, está… realmente feliz. Si aprendieses unas pocas señas…

– De ninguna manera. ¡Me pone enferma! Si Joey puede oír ahora, es hora de que se adapte. Y seguramente le irá mejor no teniéndote cerca. Así que… fuera.

Hubo un ruido en la puerta y ambas se dieron la vuelta. Era Joey. Miraba alternativamente a una y a otra mujer. Era difícil saber lo que podía haber escuchado. Angelica estaba de perfil, y no podía leer sus labios, y no habría oído más que un montón de ruidos.

La actriz saludó efusivamente a su hijo, lo que lo hizo sonreír. Luego Joey empezó a hacer señas, y Brenda apretó la boca.

– Ha dicho «Hola, mamá» -le dijo Gina.

– Bueno, puede decirlo entonces, ¿no? -le preguntó Angelica.

– Déjalo que lo haga cuando pueda -le rogó Gina.

– Te he dicho que no te metas, señorita. Joey puede hablar bien si quiere, y lo hará bien cuando no te tenga por aquí.

Angelica cambió el tono y habló a su hijo.

– Vamos, cariño. Puedes hacerlo por mamá, ¿verdad? Ahora di: «Hola, mamá».

El niño lo intentó. Y para ser un niño que llevaba solo unos días oyendo no había estado mal, pero no como para complacer a Angelica.

Angelica hizo una mueca de horror.

– Da igual -dijo entre dientes-. Lo intentaremos más tarde nuevamente.


Carson escuchó parte de la conversación, y tuvo la sensación de estar en una pesadilla. Esta aumentó al saber que Angelica había invitado a la prensa ese día.

– Si cree que voy a permitir que… -dijo Carson.

– Deja que lo haga -dijo Gina-. Tarde o temprano va a hacerlo, mejor ahora, entonces, que estoy aquí para ayudar a Joey. Después, tendré que marcharme.

– ¿Se lo has explicado a Joey? Será duro para él.

– No estoy segura. No soy indispensable. Tengo la sensación de que ni siquiera notará que me he ido.

– Después de todo lo que has hecho por él…

– Los niños son prácticos, cariño. Toman lo que necesitan para sobrevivir, y siguen…

Joey estaba siguiendo a su madre, tratando de comunicarse con ella. Cuando esta no comprendía sus señas, Joey intentaba hablar, y conseguía decir algunas palabras. Lo que él no sabía era que Angelica esperaba que su problema hubiera terminado.

Joey leía sus labios. Su madre le explicó que iban tener otra fiesta a la que asistirían algunos amigos de ella y que debía portarse muy bien. Joey sonrió, disfrutando de la idea de tener otra fiesta, pero preguntándose cuándo querría su madre estar a solas con él, para que pudieran hablar, como lo hacían en sus sueños Como lo hacía con Gina.

Joey pensó que Gina sabría cuál era la respuesta y fue a buscarla. La encontró en su habitación, haciendo las maletas.

«¿Adonde vas?», le preguntó.

– Vuelvo a mi trabajo, cariño. Eso fue lo convenido desde el principio… Que estaría aquí unas semanas.

El niño le dijo que no quería que se marchase.

– Tengo que irme. Tú ya no me necesitas. Ahora tienes a tu mamá.

Joey agitó la cabeza y la movió como si estuviera pensando, como si no se le hubiera ocurrido que no podía tener a las dos.

– Quieres a tu madre, ¿no? -le preguntó Gina.

Joey parecía no comprender leyendo los labios, y ella tuvo que hacer señas.

Joey asintió y sonrió. Luego, se marchó sin decir nada más.

Ella sintió pena. Pero, ¿qué se había pensado? El niño había recuperado a su madre… Y todo iría bien…


Angelica estaba agitada. Se había puesto un vestido elegante y sofisticado y se había arreglado concienzudamente. Cuando vio a Joey frunció el ceño.

– ¿Por qué no te has puesto la ropa que te he comprado? No te quiero ver con esos viejos vaqueros y esa sudadera.

Había hablado demasiado rápidamente para comprender, y Gina, que lo había seguido hasta la habitación, interpretaba sus palabras.

– ¡Por el amor de Dios! ¡No me digas que no ha comprendido eso! ¿Qué es, mudo o algo así?

– No, es muy inteligente -dijo Gina-. Pero no ha podido ver tus labios y todavía no conoce las palabras por sonidos.

– Bueno, ponle la ropa que le he traído. Es de diseño, y me ha costado muy cara. ¿Qué está diciendo?

Joey estaba haciendo señas.

– Dice que la ropa es pequeña. Ha crecido mucho últimamente. ¿Tiene mucha importancia lo que se ponga?

– Está bien. Déjalo. Pero haz que agarre esto -Angelica tomó un balón de fútbol y se lo dio a Joey-. Te gusta el fútbol, ¿verdad?

El niño agitó la cabeza.

– Tonterías. Por supuesto que te gusta. A todos los niños les gusta el fútbol.

Carson entró en la habitación. Había oído la última parte de la conversación.

– No le gusta -dijo-. Le aburre. Está interesado en el mundo marino.

– ¿En qué?

– En los peces, para que lo entiendas tú.

– Bueno, si crees que voy a dejar que la gente lo vea con un pez… ¡Por supuesto que le gusta el fútbol!

Joey agitó la cabeza.

– ¡Sí! Te gusta. A todos los niños les gusta. Así es como se sabe que son chicos.

Joey intentó explicarle, usando palabras, puesto que ella no comprendía las señas. Angelica escuchó los sonidos incoherentes que salían de su boca, y se quedó helada.

– Mira. No quiero que hagas esto. Quédate callado, ¿de acuerdo? -dijo Angelica poniéndose a la vista del niño.

Pero en su necesidad de explicarle, el niño la ignoró. Su cerebro iba mucho más rápido que su capacidad de hablar y emitió un lío de sonidos y se excitó cada vez más.

Angelica se puso nerviosa también. Se levantó e intentó apartarse de él, pero Joey le sujetó el brazo para hacerla escuchar.

– Sí, sí… -dijo Angelica, intentando mantener su sonrisa-. Bien, bien, pero ahora, no. Ten cuidado… mi vestido.

Él no pudo seguirla. Se sujetó más fuertemente y dijo:

– Momi… Momi…

En su nerviosismo no se dio cuenta de que había un vaso de batido encima de la mesa. Su manga lo rozó y lo tiró sin querer, con el resultado de que el batido de fresa salpicó el bonito vestido de Angelica.

– ¡Mira lo que has hecho!-gritó a Joey-. ¿Qué pasa contigo, chico? Pensé que ahora eras normal…

Gina se puso tensa al ver la cara de Joey. Había leído los labios de Angelica sin problema. También la había oído, sin distinguir todas las palabras, pero recibiendo toda la malevolencia de su tono.

En aquel momento, Joey comprendió lo que pasaba con su madre, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Gina se acercó al niño para que supiera que ella estaba allí, pero sin presionarlo.

Angelica se recompuso, dándose cuenta de que acababa de arruinar una representación. Y se esforzó por sonreír.

– Tengo que ir a cambiarme. No tengo mucho tiempo. La prensa llegará enseguida. ¿No has querido estropear el vestido de mamá, verdad?

Joey no contestó. Solo la miró.

– Espero que no tengas ese aspecto de tonto cuando vengan a hacerte fotos -dijo Angelica.

– Nadie va a hacerle fotos -dijo Carson-. Esta farsa se ha acabado. ¡Vete de aquí, ahora!

Angelica se rió.

– No, cariño… Si no hablas en serio. Haces una montaña de un grano de arena.

– No he dicho nada más en serio en mi vida. Recoge tus cosas y márchate.

– No seas tonto. La prensa llegará en un momento.

– Sí. Y si estás aquí todavía, les contaré una historia que hará que te miren de otro modo.

Angelica se jugó la última carta. Miró a Joey y gritó:

– Tú no quieres que me vaya, ¿verdad, cariño?

El niño no contestó. Pero se quedó mirándola fijamente.

– Tú quieres que me quede. Tú quieres a mamá, ¿verdad?

Joey la miró en silencio durante un largo rato, luego se acercó a Gina y le tomó la mano.

– Sí -dijo claramente.

Al principio Gina se preguntó si había comprendido bien.

Luego, se dio cuenta de que el niño la miraba.

– Ya tienes la respuesta, Brenda -dijo Carson.

– ¡No me llames así!

– Te he aguantado por Joey, pero ahora que hasta él ha visto lo que eres, ya no aguantaré. Si causas algún problema, le daré una información a la prensa que terminará con tu imagen y destruirá lo que te queda de carrera.

– No puedes hacer eso -dijo Angelica-. No debes… es todo…

– Es lo único que te queda -dijo Carson-. Sí. Tenías un marido y un hijo que te adoraban, pero los despreciaste. Así que ahora ambos han elegido otra cosa, una mujer de verdad, con corazón, a la que amarán toda la vida. Y ahora ve y haz las maletas. Habrá un taxi esperándote cuando bajes.

– Os creéis muy listos vosotros dos -dijo Angelica-. Pero yo tengo amigos aún. Les diré lo que me has hecho, que me has echado para reemplazarme por una terapeuta del lenguaje…

– Es abogada.

– No -dijo Gina-. Terapeuta del lenguaje suena mejor, ¿no, Angelica? Alguien que comprende a Joey y que lo ayuda. Tú eres una madre abnegada, ¿verdad? Así que eso es lo que quieres: lo mejor para tu hijo, aunque hagas un sacrificio.

– ¿Qué?

– Te han tratado muy mal -siguió Gina-. Tendrás la solidaridad de la gente.

– ¡Gina!-exclamó Carson.

Pero Gina no le hizo caso.

– Si lo planeas bien, la primera entrevista saldrá el día del divorcio definitivo.

– ¿La primera entrevista? -preguntó Angelica.

– Estoy segura de que alguien como tú puede matar dos pájaros de un tiro. Carson y yo nos casaremos en pocas semanas. Te haré saber la fecha, y podrás dar otra entrevista que realmente nos arruinará el día. Pero tú conseguirás notoriedad.

Angelica sonrió maliciosamente. Gina la miró con desprecio y pena a la vez. ¡Como si Angelica pudiera arruinar su felicidad con Carson!

Los ojos de las dos mujeres se encontraron. Hubo un trato en el silencio.

– Por supuesto -dijo Angelica-. Por mi niño, seré capaz de hacer el sacrificio… Aunque eso signifique renunciar a mi marido y mi casa…

Angelica habló lentamente, como haciendo cálculos. Por un momento, todos pudieron imaginarse los titulares que la proclamarían una mártir.

– Y como ni Carson ni yo vamos a hablar con la prensa -agregó Gina-. Nadie va a contradecirte.

– Tú dices eso, pero, ¿y tú? -se dirigió a Carson-. ¿Habla ella por ti también?

– Por supuesto -dijo él, disgustado-. Quítate de mi vista. Y yo me quitaré de la tuya.

– Pero tú y Joey debéis estar en contacto -dijo Gina rápidamente-. Dentro de poco, cuando él pueda hablar bien, es posible que te vayamos a visitar y tú y él podréis…

Angelica se dio la vuelta, de manera que quedó frente a Gina y en cambio el niño no podía verle la cara.

– De verdad, es todo tuyo -dijo Angelica; luego se dirigió a Carson y dijo-: Que el taxi esté aquí en diez minutos.

Angelica subió y en pocos minutos bajó y se marchó sin mirar atrás.

Joey miró la partida de su madre en silencio, de pie, cerca de Gina. Lo habían herido, pero en otro sentido, había llegado el fin de su dolor. Como su padre, había elegido, y para siempre.

Cuando estuvieron solos, tiró de la mano de Gina y le dijo con señas:

«¿No te vas a marchar?».

– No, me voy a quedar, cariño.

– Yo me aseguraré de que así sea -dijo Carson.

Joey tocó la manga de su padre, señaló a Gina y puso sus manos juntas.

– No conozco esa seña, hijo -dijo Carson.

– Quiere decir casarse -dijo Gina.

– Sí, vamos a casarnos -dijo Carson.

«¿Cuándo?», preguntó el niño.

– El mes próximo.

Joey hizo otro gesto.

– Sí, así es. Los tres -dijo Carson.

– ¿Has comprendido eso? -preguntó Gina.

– Sí, porque tú me has enseñado. Sin ti, jamás lo habría comprendido -dijo Carson.

– Haz la seña, Carson. Te he oído decirlo, pero me gustaría ver cómo lo dices con señas.

Carson asintió. La miró, cruzó sus manos y se las puso en el corazón.

– Nos amamos -dijo, haciendo la seña al mismo tiempo.

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