Capítulo 7

Dan había estado en contacto con ella todo ese tiempo, proponiéndole que se vieran, pero ella le había puesto excusas.

A los diez días de estar el niño en casa, Carson le dijo que Dan la había llamado nuevamente.

– Me pesa monopolizarte de este modo -le dijo-. Llámalo y dile que saldrás con él.

– ¿Cómo vas a arreglarte solo con Joey?

– Bien. Podemos practicar señas. Seguro que se reirá a mi costa. Es una pena que no estés aquí para verlo.

– No te preocupes -dijo ella maliciosamente-. Me lo contará luego.

– Seguro -dijo él riendo.

Su trato era cordial, pero medido, a pesar del tuteo. Al día siguiente de la confesión de Carson, este había dicho:

– Anoche bebí demasiado. Eso me hace decir tonterías. Es por eso por lo que no lo hago a menudo. ¿He dicho muchas cosas?

– Poco. Has estado medio dormido.

– Bien -y cerró el tema.

Además del sueldo de Renshaw Baines, ella estaba recibiendo un buen salario de Carson, y decidió comprarse un vestido nuevo. Era elegante y sofisticado, y dudó que Dan la llevase a algún sitio que justificase el ponérselo.

No era el tipo de vestido para Dan, pensó, mirándose al espejo del vestíbulo, puesto que su habitación un poco pequeña para hacer un desfile.

Joey estaba sentado en la escalera, mirándola. Le hizo la seña que significaba «guapa».

– Gracias, señor -le respondió ella.

– ¿Qué ha dicho? -preguntó Carson, que estaba de pie en el pasillo, observándolos.

Ella se sintió incómoda sin saber por qué.

– Dice que… le gusta.

Joey volvió a hacer la seña.

– Deletréala -le pidió Carson.

Joey lo volvió a hacer.

– ¿Guapa? ¿Es eso? Sí, Gina es muy guapa.

Joey lo repitió diciendo «Muy muy guapa».

– Sí, lo es. Yo también lo creo.

– Gracias -dijo ella, sonriendo, excitada.

Se miró al espejo. Tenía el pelo bonito, el maquillaje bien puesto. Dan nunca se había fijado en ella.

El timbre de la puerta la sobresaltó. Esperaba que no fuera Dan. Necesitaba tiempo para ordenar sus sentimientos.

Pero era Dan.

Cuando la vio se quedó sorprendido. Aquella vez parecía haberse fijado en cómo estaba vestida.

– Me parece que te has arreglado mucho, ¿no? Solo vamos a ir a una carrera de perros.

– ¿A una carrera de perros? -preguntó Carson inocentemente.

– Pensé que íbamos a cenar -dijo Gina, decepcionada.

– Hay un restaurante que da a la pista donde podemos comer algo.

– Iré a cambiarme -dijo ella.

– No, no lo hagas. No tenemos tiempo. No me gustaría perderme la primera carrera. Ve como estás. Toma tu abrigo.

Cuando salieron, Carson miró a su hijo. Aunque el niño no escuchaba, había captado perfectamente la atmósfera. Y en la mirada ambos quisieron decir: «¿Qué diablos le ve a ese?».


– Lo estás haciendo muy bien -le dijo Dan-. Toma un poco más de empanada. Está muy buena.

Gina recogió el borde del vestido para que no se manchase. Empanada y judías.

Habían encontrado un lugar en un restaurante que daba a la pista, junto a una ventana. Desde allí podían ver las carreras.

Dan había apostado en todas las carreras, había ganado dos y perdido una, y estaba de buen humor.

– ¿Cómo sabes que estoy haciendo un buen trabajo? -preguntó Gina-. Si apenas has visto a Joey.

– Me refiero a su padre. Hoy ha duplicado su pedido con mi empresa.

– ¿Sí?

– Mira, sé lo que estás pensando.

– No creo.

– Sí. Crees que está haciendo esto para que tú sigas ayudándolo.

Era tan cierto, que Gina se quedó muda. Dan siempre había sido muy intuitivo.

– Son buenos enchufes, Gina. Todo lo que quiero es la oportunidad de que los pruebe, y eso es lo que tú me estás dando. Te lo agradezco. No debe de ser fácil trabajar como niñera con él, y sin que te pague.

– Sí me paga. Me paga, además de recibir el salario de mi empresa. ¿Cómo crees que he podido comprarme este vestido si no?

Iba a empezar una carrera. Pero Dan miró su vestido.

– Mmm… Sí. Debe de costar mucho dinero. Es una pena que gastes dinero. Podrías haber… ¡Mira, van a empezar!

– Dan…

– ¡Espera, cariño! ¡He apostado por Silver Lad!

Durante los siguientes minutos Dan estuvo absortó en la carrera. Y después de que ganase su perro, no habló más que de su triunfo. Luego, cuando podrían haber conversado, sacaron a los perros para la siguiente carrera.

– Hoy es mi noche de suerte. He apostado por Slyboots, el perro negro que hay al fondo. Es el favorito, pero no importa.

– Sí, tenemos otras cosas de qué hablar además de Slyboots. Dan, realmente eres extraordinario.

– ¿Sí, cariño? Eres muy amable.

– Me refiero a que a cualquier otro hombre le disgustaría que estuviera compartiendo la casa con otro hombre, pero a ti no se te mueve un pelo.

– Bueno, no hay nada de malo en ello, ¿no?

– No. Pero, ¿por qué estás tan seguro?

– Porque te conozco. No serías capaz ni de pensar en él de ese modo. Lo haces por nosotros. Y somos un equipo fabuloso. Están muy contentos conmigo en el trabajo por hacer ese negocio. Me van a dar bonificaciones, así que tal vez sea hora de planear el futuro.

– ¿El futuro?

– Nuestro futuro. La casa y esas cosas. ¡Eh! ¡Ya salen!

Gina lo miró.

– Dan, ¿es una proposición?

– ¿Qué?

– ¿Es una proposición? -gritó ella.

– Si quieres -dijo Dan entre el ruido.

«No quiero», pensó ella. No quería a un hombre que le hiciera una proposición comiendo empanada y judías, un hombre que no le prestase atención.

Pero así era Dan. No había cambiado desde que se habían conocido. Era ella quien había cambiado. Lo que antes le había parecido suficiente, ya no lo era.

Dan la llevó a casa eufórico por haber ganado cuatro carreras. No se había dado cuenta de que ella no le había contestado a la proposición. Tal vez pensara que no hacía falta ninguna respuesta.

Cuando llegaron y Dan la acompañó a la puerta Gina supo que tenía que decírselo, porque allí le daría el beso de buenas noches. Y ella no quería sentir sus labios en los suyos. Ni los labios de ningún otro hombre que no fuera…

– Hay luces encendidas. Está despierto todavía -dijo Dan-. Entremos pronto. Luego tú te vas a preparar un café y así puedo tener la oportunidad de charlar con él.

Carson estaba en su oficina. El ruido de la puerta le hizo alzar la vista, y salir al corredor. Gina notó que Joey estaba espiando.

– Es la quinta vez que sale a ver si has vuelto -dijo Carson.

– ¿Por qué no vas a acostarlo, cariño? -dijo Dan enseguida.

Sabía lo que quería Dan, pero la cara de Joey era irresistible, así que Gina subió las escaleras y sonrió al niño.

Una vez a solas con Dan, Carson lo llevó a la cocina para preparar un café.

– ¿Así que habéis tenido una velada agradable?

– Sí. He ganado bastante.

– ¿Y Gina?

– Ella también ganó un par de carreras.

– Quiero decir, ¿se lo pasó bien?

– ¡Oh, sí! Eso es lo bueno de Gina. Es fácil de complacer. Nunca hace problema por nada.

– Sí, esa debe de ser una gran ventaja en una mujer -dijo Carson con la voz tensa. Pero Dan no lo notó.

– Sí. Gina y yo nos llevamos bien. De hecho se lo he propuesto esta noche, y estuvo de acuerdo. Bueno, ya era hora de que formalizáramos algo.

Carson detuvo la mano a medio camino de la cafetera.

– ¿Se refiere a…?

– Algún día tenía que ser. Llevamos mucho tiempo juntos. Nunca he querido estar con otra persona. Ella es algo muy querido por mí.

– Sí -murmuró Carson.

Carson puso dos tazas en la mesa. Así tenía las manos ocupadas. Cualquier cosa con tal de ocultar que acababa de recibir una sacudida.

– He pensado ir a comprarle un anillo. No es que a mí me guste mucho eso, pero a las chicas parece gustarles. ¿Podría contar con la tarde de mañana para ir con Gina?

– Sí, por supuesto -contestó Carson fríamente.

Cuando bajó Gina, se encontró con los dos hombres hablando de negocios en la cocina.

– Le agradezco su comprensión en esta situación en que Gina está en mi casa. Mi hijo necesita tanto…

– ¡Pobre niño! Si necesita a Gina, ella debe quedarse…

– Exactamente. Está intentando dar a Joey el cuidado y comprensión que la madre de ella le dio en su momento.

Dan se rió.

– ¿Cuidado y comprensión? ¿De dónde sacó esa idea?

– Bueno, sé que murió cuando Gina era pequeña, pero…

– Y antes de morir no servía de nada. Perdió interés en la niña después de lo ocurrido. ¿No es así, querida?

– Yo… No lo recuerdo -balbuceó ella.

– Bueno, yo sí. Mi madre se quería morir. No comprendía cómo una madre…

– Perdonen -dijo ella, y se marchó a la habitación.

Estaba turbada, las lágrimas le nublaron la vista ¿Cómo había podido decir eso Dan, cuando sabía que eran recuerdos tan dolorosos para ella?

Pero era normal en Dan. Jamás se daba cuenta de lo que podía afectarle a la gente.

Dan la había seguido.

– ¿Qué pasa, cariño? No sueles ponerte así.

– No, se puede estar tranquilo conmigo, ¿no? Se puede confiar en mí -dijo ella con amargura.

– ¿Cómo dices?

– Nada. Solo estoy cansada. Gracias por una velada estupenda, Dan.

– ¿No ha estado mal, no? Mejor que todas esas salidas a lugares exóticos, ¿no?

– Un hombre sencillo -dijo Carson, que estaba detrás de Dan-. Debemos seguir hablando de esos enchufes de los que me estaba contando… -Carson se lo llevó hacia la puerta.

De pronto Dan se encontró yéndose, sin despedirse de Gina. Pero antes de que pudiera protestar, la puerta de entrada se abrió y Carson se despidió de él.

Carson volvió junto a Gina, que en aquel momento estaba lavando las tazas del café.

– Deja eso -le dijo Carson.

– No hay problema, me gusta dejar las cosas ordenadas antes de irme a dormir.

– He dicho que lo dejes. Quiero hablar.

– No hay nada de qué hablar.

– Después de eso, ¿no hay nada de qué hablar? -preguntó él, enfadado.

– Si te refieres a que te he engañado… Lo siento.

– ¿Engañarme?

– Supongo que te he hecho creer que mi madre era perfecta, y que por eso yo sabía lo que necesitaba Joey…

– ¡Al diablo con eso! ¿Quieres dejar esas cosas?

– Sí, he terminado. Me voy a la cama.

– Todavía no. Déjame que te sirva un coñac. Parece que has tenido un shock.

– Estoy bien, de verdad.

Carson le tomó las manos.

– Entonces, ¿por qué estás temblando?

– No estoy… Solo estoy cansada.

Ella hubiera salido corriendo, pero él la estaba sujetando.

– Cuéntamelo, Gina.

– No tengo nada que contar -dijo ella, desesperada-. Mi madre está muerta. Ha pasado mucho tiempo…

Él soltó sus manos.

– Comprendo -dijo en un tono que a ella la alarmó.

– ¿Qué comprendes? -preguntó Gina.

– Tú sí puedes escuchar mis problemas, pero cuando yo pregunto por los tuyos, no hay tiempo.

– No, no es así…


– Tú has conocido cosas acerca de mi vida que no se las he mostrado a nadie. No es agradable que me mantengas a distancia después de ello -dijo Carson.

– Yo no…

– Se supone que tengo que confiar en ti, pero tú no confías en mí. Creí que éramos amigos. De no ser así, no te habría confiado tantas cosas. Pero al parecer solo es por mi parte -dijo él, con resentimiento.

– No hay nada que contar -le dijo ella-. Nada en absoluto. Me voy a la cama.

Gina se fue corriendo a la habitación. Carson la observó marcharse, y se preguntó por qué le había dado por hablarle así.

¡Maldita sea! ¡Qué derecho tenía Gina a ganarse el corazón de Joey y luego desaparecer casándose con ese zoquete!, pensó Carson.

Carson se sirvió un generoso whisky. Lo necesitaba.

La casa se había transformado desde que ella la había llenado con su calidez y su risa. Y ahora planeaba desaparecer, dejándola vacía. Había sido soportable sobrevivir sin ella antes de conocerla, pero ahora sería insoportable. Habría sido mejor no conocerla que sufrir su pérdida.

Carson tenía mucho trabajo. Intentó concentrarse en él durante la siguiente hora, pero no pudo.

Sería mejor que Gina se marchase cuanto antes, pensó Carson.

Finalmente, Carson abandonó el trabajo. Le dolía la cabeza.

No se molestó en encender la luz del pasillo, subió las escaleras a oscuras. En el último escalón se tropezó con algo.

– Gina, ¿qué estás haciendo, sentada ahí en las escaleras?

– No lo sé -Gina respiró y se sonó la nariz-. Iba a bajar a beber algo, y luego cambié de opinión. Me senté aquí sin saber qué hacer… De eso hace diez minutos, creo…

– Estás balbuceando -dijo él amablemente.

– Sí, supongo que sí.

Carson se sentó a su lado. Aunque solo llegaba la luz del descansillo, él notó que se había quitado el hermoso vestido y que se había puesto una barata bata de algodón. Era una suerte que ella estuviera acostumbrada a agradecer lo que tenía, pensó él con rabia, porque cuando se casara con Dan, usaría batas baratas el resto de su vida.

Gina se volvió a sonar la nariz, y la rabia de Carson se evaporó.

– ¿Has estado llorando? -le preguntó.

– Si te digo que no, ¿me creerías?

– No.

– Entonces, sí he estado llorando.

– ¿Por mi culpa? ¿Porque he sido desagradable contigo? Siento haber dicho esas cosas.

– No, no es por ti. Es… por todo.

– Por Dan, que te ha hecho recordar cosas desagradables delante de mí…

– Sí…

– No debió decir esas cosas. Ha tenido poco tacto.

– ¡Oh! Dan es una buena persona, y no tiene malas intenciones, simplemente que dice lo primero que se le cruza por la cabeza.

– ¿Aun si hiere a la gente?

– Bueno, supongo que estoy exagerando un poco. De aquello hace mucho tiempo.

– Pero era tu madre.

– Sí. Y yo no comprendía por qué de pronto no podía soportar mirarme. Yo estaba enferma, y cuando me mejoré, me quedé sorda, y fue como si me hubiera transformado en una persona diferente. Seguí pensando que un día yo volvería a estar bien y que la complacería. Pero entonces ella murió…

Gina había estado intentando no llorar, pero, de pronto, el dolor se apoderó de ella y estalló en llanto. Carson le rodeó los hombros con su brazo. La apretó contra él y apoyó su mejilla en la cabeza de Gina.

– Ahora ya no hay posibilidad de nada. Solo la puedo recordar enfadada porque yo no podía hacer lo que ella quería. Solía gritarme, yo no la oía, pero sabía que estaba gritando por sus gestos, y me miraba con hostilidad, como si yo actuase estúpidamente a propósito. Cuando venía gente a casa, me decía que no apareciera por allí.

– ¡Dios santo!-exclamó Carson.

– Un día, cuando yo tenía diez años, mi madre se puso muy impaciente. Cuanto más impaciente se ponía yo menos la entendía. Al final, salió hecha una furia de la casa. Yo me sentía mala, pero no sabía qué había hecho. Me senté en las escaleras y me quedé pensando que todo sería diferente cuando volviera, que intentaríamos comprendernos otra vez, y que yo sería capaz de entender. Pero no regresó nunca más. Chocó con un camión y murió. Yo pensé que había sido culpa mía.

Carson la abrazó.

– Hacía años que no me acordaba de todo esto. Los recuerdos estaban ahí, pero sepultados… Luego, más tarde, cuando mi padre tampoco pudo resolver bien la situación, me inventé una imagen de mi madre para compensar. Cuando la gente no está, uno puede inventarse un montón de mentiras consoladoras.

– Sí -murmuró él-. Eso es cierto.

Gina suspiró.

– No fue culpa de ella realmente. Creo que mi madre era una persona alegre, que cuando las cosas no iban bien, reaccionaba mal.

– Muchas madres pueden sobrellevar esa situación -dijo Carson-. ¿Por qué tienes que disculparla?

– Tal vez porque sea menos doloroso de ese modo -Gina hizo un esfuerzo por recomponerse-. Estoy bien, no sé por qué he reaccionado de ese modo.

– Algunas heridas no se curan. Y si intentamos fingir que sí, es peor -dijo Carson.

– Sí -susurró Gina.

– Tú eres fuerte con Joey y conmigo.

– Ha habido gente que me ayudó. La señora Braith, la madre de Dan, me enseñó el lenguaje de signos. Ella fue muy amable, y Dan me cuidaba mucho cuando éramos niños.

Carson la miró pensando en Dan con dureza, y la abrazó más.

Luego Carson sintió los brazos de Gina alrededor de él, como si encontrase consuelo en el calor de su cuerpo. Él le acarició el pelo. Sintió la menudez de Gina contra su poderoso cuerpo viril. Pero era su personalidad la que era fuerte.

– Supongo que tienes muchas cosas por qué llorar -dijo él.

– ¡Oh! Ya no lloro. He superado todo eso hace años.

Carson le alzó la barbilla con un dedo y le deshizo una lágrima.

– ¿De verdad? Ahora solo secas las lágrimas de otros.

Ella sonrió trémulamente, y Carson respiró profundamente.

– Tranquila. Todo irá bien -le dijo él suavemente, sin saber qué decir realmente.

Carson había llegado a ella, no a través de sus oídos, sino a través de su cuerpo y su corazón. Ella hubiera deseado quedarse allí, envuelta en sus brazos, disfrutando de la calidez de aquel momento.

Carson se quedó mirando su cara, con la impresión de que aquello era un sueño. Aquella era la noche de su compromiso con otro hombre, y él no tenía derecho a besarla. Pero mientras su consciencia protestaba, su boca la besó.

La boca de Gina era grande y curvada, generosa. Hacía tanto tiempo que su corazón vivía en invierno, que la aparición de la primavera era como un shock para él.

Para Gina, que solo podía compararlo con Dan, aquel beso fue una revelación. No había sabido que los labios de un hombre podían ser tan sutiles, tan diestros, ni que podía perderse de aquel modo en las sensaciones.

Había deseado aquello desde la noche en que él se había dormido, en que ella había mirado su boca como si fuera una fruta. Por eso no podía volver a besar a Dan.

No era capaz de pensar en nada, solo de sentir. Aquello era lo que quería. Y aún quería más.

Gina estaba temblando con el despertar de la vida. No deseaba solo sus labios, sino sus manos también.

Ella deslizó una mano y le acarició el cuello y lo atrajo hacia sí, invitándolo a explorarla más íntimamente. Entonces sintió su lengua en su boca, llenándola de sensaciones gloriosas. Se entregó a ellas, muriéndose por la intimidad de sus caricias. En ese momento sintió los brazos de Carson apretarla más.

Ella no había sabido que las caricias de un hombre podían hacerle sentir aquello. Se derretía contra su cuerpo. Sintió su espalda fuerte, su pecho ancho.

Se sentía viva al lado de Carson. Las sensaciones que le había despertado con su beso le recorrieron todo el cuerpo.

Carson era un amante demasiado experimentado para no saber que Gina estaba al borde de la derrota. Su beso se hizo más intenso. En un momento la llevaría a la cama, y ella lo dejaría porque sus caricias le habían arrebatado la voluntad. ¡Al diablo con Dan! Un hombre no tenía derecho a una mujer si no era capaz de retenerla.

Pero el recuerdo de Dan fue fatal. Para Carson sería un zoquete, pero para ella era el hombre que había escogido, ¡quien sabe por qué!

La lucha consigo misma era terrible. Pero él ganó.

De pronto sintió que su abrazo se hizo más laxo, y supo que se estaba apartando. Gina quiso mirarle a la cara, para ver si en ella se reflejaba la suya propia.

Pero cuando la vio su corazón se hundió. Estaba llena de cautela y de incomodidad, como si se arrepintiera de haber hecho lo que acababa de hacer. Ella sintió un frío recorriéndola entera.

– Quizá no sea una buena idea -dijo-. No quisiera que pensaras… Yo quería hacerte sentir mejor, pero creo que elegí el camino equivocado.

Gina intentó recomponerse y aclarar su mente.

– Por favor, no te preocupes, Gina. Sé que eres muy vulnerable en esta casa, y no voy a presionarte.

– Carson, yo no…

– Después de todo, comprendo lo que ocurre entre tú y Dan… No quiero que te preocupes.

– No estoy preocupada -dijo ella, con voz apagada-. Sé que solo intentabas hacerme sentir mejor.

– Sí -dijo él rápidamente-. Solo que me pasé un poco. Olvídalo, por favor, por Joey.

– Por supuesto. Yo… creo que me voy a ir a la cama.

– Sí, yo también -dijo él.

Al parecer Carson no veía la hora de huir de ella. ¡Qué tonta había sido!

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