FERNE llegó a su apartamento bien entrada la noche y lo encontró lúgubre y frío. Cerró la puerta tras ella y se quedó en silencio, pensando que Dante estaría encerrado en una oscuridad más que física.
No había comido nada en todo el día, así que encendió la calefacción y empezó a prepararse algo, pero de pronto lo dejó y se fue a la cama. No tenía fuerzas para ser sensata.
«¿Dónde estás», pensó. «¿Qué estás haciendo? ¿Estás tumbado allí solo, pensando en mí como yo pienso en ti? ¿O estás entretenido con alguna chica? No, es demasiado pronto. Acabarás haciéndolo, pero todavía no».
Durmió un rato, se despertó y volvió a dormirse. Dormida o despierta, sólo veía sombras en todas direcciones. Al final se vio obligada a admitir que había amanecido un nuevo día y salió despacio de la cama.
Lo primero que hizo fue llamar a Hope. Estaba al tanto de todo y le había pedido que la llamase para decirle si había llegado bien.
– Pretendía llamarte anoche, pero llegué muy tarde -se disculpó.
– No importa. ¿Cómo estás tú? Tienes muy mala voz.
– Estaré bien cuando tome una taza de té -dijo ella, intentando parecer relajada.
– ¿Cómo estás de verdad? -insistió Hope con preocupación maternal.
– Necesitaré un tiempo -admitió ella-. ¿Cómo está Dante?
– Él también lo va a necesitar. Carlo y Ruggiero se pasaron a verle anoche. No estaba en casa, así que recorrieron los bares de la zona hasta encontrarlo sentado en un rincón bebiendo whisky. Lo llevaron a casa, lo acostaron y se quedaron con él hasta el día siguiente. Carlo acaba de llamarme para decirme que está despierto con una terrible resaca, pero bien en general.
Se despidieron con mutuas expresiones de afecto. Unos minutos después, sonó el teléfono. Era Mick.
– He oído rumores -dijo-. Dicen que has vuelto a la tierra de los vivos.
Ella casi se echó a reír.
– Es una forma de decirlo. Estoy en Inglaterra.
– -¡Genial! Tengo un montón de trabajo para ti. -Pensaba que me habías plantado.
– No suelo plantar a gente con el potencial de beneficios que tú tienes. El trabajo que rechazaste sigue en pie. Han probado a otra persona, pero no les gustó y me dijeron que te consiguiera a cualquier precio. Es mucho dinero.
– Muy bien -interrumpió a Mick finalmente-. Dime cuándo y dónde y allí estaré.
Aquel día se acercó al teatro y desde el primer momento todo fue como la seda. La historia de su encuentro con Sandor en Italia se había hecho pública y empezó a recibir ofertas para contarlo a la prensa, pero las rechazó. Sandor, nervioso, ofreció una entrevista al periódico, que apareció ilustrada con varias de las fotos más famosas de Ferne. Su fama aumentó y también sus honorarios.
La vida florecía a su alrededor
Pero ella pensó que no, que la vida no, sino su carrera, porque la vida para ella ya no existía.
Hablaba con Hope con frecuencia y siempre tuvo la impresión de que la existencia de Dante era muy parecida a la suya, exitosa en apariencia pero gris y deprimente en realidad, pero no tuvo noticias directas de él hasta pasado un mes de su estancia en Inglaterra, cuando recibió un mensaje:
Tu éxito aparece en todos los periódicos. Me alegro de que no salieras perdiendo. Dante.
Ella le contestó:
He perdido más de lo que sabrás jamás.
Después de aquello se hizo el silencio. Ella luchó desesperadamente por aceptar el hecho de que nunca más sabría de él, pero entonces recibió una carta.
Sé lo generosa que eres, así que me atrevo a esperar que con el tiempo me perdones por las cosas que dije e hice. Sí, te quiero, y sé que siempre te querré. Pero por el bien de los dos no volveré a decírtelo nunca más.
Noche tras noche, Ferne lloró con la carta apretada contra su pecho. Finalmente contestó:
No tienes que volver a decírmelo. Era suficiente con que me lo dijeses una vez. Adiós, amor mío.
Él no contestó. Ella no esperaba que lo hiciese. Empezó a tener pesadillas. Un día soñó que el tiempo había pasado y lo veía al cabo de los años. Corría ansiosa hacia Dante, pero él la miraba sin reconocerla. Alguien lo tomaba del brazo y se lo llevaba.
Entonces ella se daba cuenta de que había pasado lo peor, que había sufrido el daño cerebral que siempre había temido. Ella esperaba que se volviese a mirarla, pero no lo hacía, porque se había borrado de su mente como si nunca hubiese existido.
Se despertó gritando.
Incorporándose con dificultad, reprimió sus sollozos y de pronto todo su cuerpo pareció convertirse en una enorme náusea. Salió corriendo de la cama y consiguió llegar al baño justo a tiempo.
Una vez se le hubo pasado, se sentó temblando y pensando en lo que le había pasado.
«Debe de ser una indisposición estomacal, no significa que esté embarazada».
Pero así era. Y ella lo sabía. Una visita a la farmacia y un test lo confirmaron
La certeza de que iba a tener un hijo de Dante le cayó encima como un rayo. Se consideraba una persona moderna, cuidadosa, sensata, pero al estar con él había olvidado todo lo demás. Su vida había dado un vuelco en un segundo.
Iba a tener un hijo de Dante, nacido de su amor, pero también con la posibilidad de heredar la enfermedad que había distorsionado la vida de su padre: sería el recuerdo constante de lo que podía haber tenido y había perdido para siempre.
La solución más sensata sería un aborto, pero ella lo descartó enseguida. Si no podía tener a Dante, conservaría una pequeña parte de él y nada podría convencerla de que la destruyese.
Lo que sí era seguro es que Dante tenía derecho a saberlo. Y entonces, quizá…
– ¡No, no! -gimió-. Nada de falsas esperanzas. Sólo decírselo y luego… ¿Y luego qué?
Una vez decidida, se movió con rapidez. Llamó a Mick y arregló con él todo lo referente al trabajo. Luego voló a Nápoles y se alojó en un hotel. No le anunció a nadie su visita, ni siquiera a Hope. Era algo que sólo les incumbía a Dante y a ella.
Todavía había luz cuando cubrió la corta distancia que había hasta el bloque de apartamentos. Levantó la vista hacia las ventanas intentando descubrir algún signo de vida, pero era demasiado temprano como para que las luces estuviesen encendidas.
Tomó el ascensor hasta la quinta planta y entonces dudó. No le pegaba perder la confianza, pero aquello era muy importante, sobre todo los minutos siguientes. Escuchó, pero no había ruido alguno en el interior. De pronto perdió el valor y se dispuso a marcharse.
¡No te vayas!
Era casi un grito. Girándose, vio a Dante en el umbral de la puerta. Estaba despeinado y llevaba la camisa abierta, tenía el rostro demacrado y parecía no haber dormido en un mes. Pero lo único que ella vio fue que tenía los brazos abiertos y en un segundo se vio envuelta en ellos.
Se abrazaron en silencio, con fuerza, sin besarse pero aferrados el uno al otro como si buscasen un lugar en el que refugiarse.
– Pensé que no llamarías nunca -le dijo él, desesperado-. Te estaba esperando.
– ¿Sabías que iba avenir?
– Te vi abajo en la calle. Al principio no lo creí, porque te he visto muchas veces, pero siempre te desvanecías. Luego oí subir al ascensor y tus pasos… pero no llamaste a la puerta y temía que fuese otra alucinación. He tenido tantas que no podía soportar otra más.
La condujo al apartamento y volvió a abrazarla.
– Gracias a Dios que estás aquí -dijo él, y sus palabras hicieron que Ferne ascendiese hasta las nubes, pero lo siguiente que dijo la hizo bajar de nuevo-: quería verte una vez más. Nos separamos de mala manera y todo fue culpa mía. Ahora al menos podemos hacer las paces.
Así que en aquello él no había cambiado. Ya no negaba su amor, pero seguía dispuesto a mantenerse apartado de ella.
Ferne respiró hondo.
– No es así de simple -dijo ella, echándose hacia atrás y mirándolo con cariño-. Ha pasado algo y he venido a contártelo… pero luego me iré si quieres y no volverás a verme jamás.
Él torció la boca en un gesto.
– Eso no suena muy bien.
– Ya; para mí tampoco, pero cuando escuches lo que tengo que decir puede que te enfades tanto que desees que me marche.
– Nada podría hacerme enfadar contigo:
– Una vez lo estuviste.
– Dejé de estar enfadado hace mucho tiempo. Estaba sobre todo enfadado conmigo mismo. Te puse en una situación horrible, lo sé. Debía haberme mantenido apartado.de ti desde el principio,
– Es demasiado tarde para eso. El tiempo que pasamos juntos me ha dejado algo más que recuerdos -al ver que él fruncía el ceño, dijo-: Dante, voy a tener un hijo.
Durante un instante, ella vio la alegría en su rostro, pero desapareció enseguida, como si él la hubiese obligado a apagarse.
– ¿Estás segura?
– No hay duda. Me hice un test y luego vine a decírtelo, porque tienes derecho a saberlo. Pero eso es todo. No espero que reacciones de la forma convencional porque sé que no puedes.
– ¡Espera, espera! -dijo él con fiereza-. Necesito tiempo para asumirlo. No puedes… ¡Un niño! ¡Dios mío!
– Me atreví a esperar que te alegrases -dijo ella con tristeza-, pero supongo que no puedes hacerlo.
– ¿Crees que me alegra traer al mundo a otro niño que pasará la vida preguntándose qué ocurre en su interior? Pensé que tomabas la píldora, Dios, no sé lo que pensé. Pero siempre juré que nunca tendría hijos.
– Pues ahora vas a tener uno -dijo ella en voz baja-. Tenemos que seguir adelante. No puedes hacer retroceder las agujas del reloj.
– Hay un modo de hacerlo.
– No -dijo ella con firmeza-. Ni se te ocurra sugerirlo. Si crees por un momento que me desharía de nuestro hijo, es que no me conoces. Te dije que te quería, pero podría odiarte fácilmente si me pidieses que hiciera algo así.
Pero no podía permanecer enfadada viéndolo allí, sintiendo pena por la confusión que había en su rostro. Él siempre había insistido en mantener el control, bailando con el destino hasta el borde del abismo, pero estaba al borde de uno que nunca había imaginado y se sentía perdido. Aquel pensamiento le dio a Ferne una idea.
– El destino no siempre se comporta como esperamos -dijo, deslizando las manos por el cuello de Dante-. Ha esperado bastante por ti y seguramente se está riendo a tus espaldas, pensando que ha encontrado el modo de derrotarte. Pero no lo dejaremos ganar.
Él descansó la frente en la de ella.
– ¿No vence siempre el destino? -susurró.
– Depende de quién luche a tu lado -ella se apartó, tomando su mano y poniéndosela sobre el vientre-. Ya no estás solo. Ahora hay dos personas que te respaldan.
Dante estaba muy callado y ella notó que contenía la respiración mientras luchaba por aceptar ideas que siempre le habían sido ajenas.
– No será fácil -añadió ella rápidamente, hablando con suave insistencia-. Puede que tu hijo herede la enfermedad de tu familia, pero lo averiguaremos y, si hay malas noticias, al menos tú estarás ahí para prestar tu ayuda. Puedes explicar cosas que nadie lograría explicar. Probablemente ambos forméis una sociedad exclusiva en la que no pueda entrar, pero no me importa, porque os tendréis el uno al otro y eso es lo que realmente necesitaréis.
– No -dijo él suavemente-. Nunca quedarás fuera, porque no saldríamos adelante sin ti. Pero, mi amor, no sabes en lo que te estás metiendo.
– Sí que lo sé: una vida de preocupaciones, siempre preguntándome cuánto durará mi felicidad.
– Sabiendo eso…
– Pero la otra opción sería una vida sin ti y es a ti a quien elijo. Te elijo para mí y como padre de nuestro hijo, porque nadie más podría ser un padre como el que tú serías. Nadie más conoce los secretosque tú conoces.
Él la atrajo hacia sí, hacia el lugar al que ella pertenecía donde había soñado estar durante muchas semanas de soledad. No se besaron ni acariciaron, sino que se quedaron inmóviles y en silencio, redescubriendo el calor del otro.
Finalmente, él la condujo al dormitorio y la llevó a la cama.
– No te preocupes -dijo él enseguida-, no intentaré hacerte el amor.
– Cariño, no pasa nada -dijo ella con voz trémula-. En los primeros meses es bastante seguro.
– Seguro -susurró el-. ¿Qué significa esa palabra? Uno nunca puede estar seguro y no correremos riesgos -entonces lanzó una carcajada de autocrítica-. Mírame, hablando de no correr riesgos. Pero soy un egoísta, nunca tuve que preocuparme por la salud de nadie. Supongo que tendré que ponerme manos a la obra.
Ella lo besó con pasión y ternura.
– Casi lo has conseguido -murmuró ella.
– ¿Casi?
– Hay algo que quiero que hagas -dijo ella, hablando en voz baja aunque su corazón latía con fuerza-. Vamos a averiguar cómo estás. No puedo vivir con esa incertidumbre.
– ¿Y si resulta ser lo peor? -preguntó él.
– Entonces nos enfrentaremos al problema. No ya sólo por nosotros, sino también por el bien de nuestro hijo. Éste hijo es tuyo, tiene tus mismos genes y quiero saber lo que eso puede implicar. Si no conozco la verdad, enfermaré de preocupación y no es bueno para el bebé. Hazlo por mí, mi amor.
Se hizo un largo silencio en el que Ferne detectó la agonía de Dante y lo abrazó protectoramente, intentando expresarle sin palabras su amor por él.
– Ten un poco de paciencia -le rogó él finalmente-. No me pidas que lo haga ahora.
– Tómate tu tiempo -susurró ella.
Se acostaron sin hacer el amor y cuando ella se despertó con las primeras luces del alba no le sorprendió encontrarlo sentado junto a la ventana y se reunió con él en silencio. Él no giro la cabeza, pero entrelazaron sus manos.
– Sigue esperando ahí -dijo él, señalando al volcán-. Supongo que emitió un rugido para el que no estaba preparado. Y, como siempre temí, no tengo respuesta. ¿Por qué no me dejas?
– Porque me aburriría sin ti -dijo ella, bromeando como antes-. Y si nuestro hijo preguntara dónde está su padre, ¿qué iba a decirle?
– Que lo arrojaste con el resto de la basura. O podrías reciclarme en un hombre sensato.
– ¿Entonces iba ella a reconocerte? -preguntó Feme medio riendo.
– ¿Y desde cuándo se ha convertido en una niña?
– He decidido que será niña. Debemos ser prácticos.
– ¿Necesito a otra mujer dándome la lata? -Definitivamente. Hope y yo no bastamos. Es tarea para tres.
Entonces, la sonrisa de Ferne despareció al ver algo en una mesa.
– Es una de las fotos que me hiciste cuando vine por primera vez.
– Fuimos al consulado a conseguirte un nuevo pasaporte -recordó él.
– ¿Y cómo es que la tienes? No recuerdo habértela dado.
– No, me metí en tu ordenador. Era la mejor, así que la imprimí para conservarla -se detuvo y la contempló durante un momento, recordando-. Nunca te quise tanto como entonces. La noche anterior había estado a punto de contártelo todo. Me eché atrás en el último momento, pero cuando vi estas fotos y la forma en que me mirabas supe que tenía que decírtelo porque eras la única persona en quien podía confiar. De pronto lo vi claro y supe que podía contarte cualquier cosa.
– Oh, no -susurró ella, dejando caer la cabeza sobre sus manos-. Y entonces descubriste aquel archivo y supiste que te había traicionado. No me extraña que estuvieses tan dolido.
– No me traicionaste. Lo sabía desde hacía tiempo, pero estaba en tal estado de confusión que no pude esperar a apartarte de mí. Me hiciste pensar y no quería hacerlo. Sólo cuando te fuiste me di cuenta de lo que había hecho: escoger una vida segura y predecible. Conservé la fotografía para que me recordase lo que había perdido.
– ¿Y por qué no me llamaste para pedirme que volviese? -preguntó ella.
– Porque pensé que no tenía nada que ofrecerte y que estabas mejor sin mí.
– Eso nunca será verdad. Quiero que estemos juntos toda la vida.
– Ojalá.:. -dijo él con añoranza.
– Amor mío, sé que lo que te estoy pidiendo es difícil, pero hazlo por mí. Por nosotros.
Sin hablar, él se arrodilló y posó la cabeza sobre ella, tocándole suavemente el vientre. Ferne lo acarició, también en silencio. No hizo falta nada más. Dante le había dado su respuesta.
Hope estaba contentísima cuando llegaron a la villa aquella noche y los recibió a ambos, sobre todo a Feme, con los brazos abiertos.
– Bienvenida a la familia -dijo-. Sí, ahora eres una Rinucci. Vas a tener un hijo Rinucci y eso te convierte en uno de nosotros.
Al día siguiente, ella se encargó de las citas para las pruebas de Dante, llamando a un contacto que tenía en el hospital. Éste se movió deprisa y a Dante lo admitieron ese mismo día para una punción lumbar y un escáner.
– Las pruebas muestran que sufrió una pequeña hemorragia no hace mucho -dijo el médico-. Ha tenido suerte y la ha superado. Pero puede que siga ahí o que tenga otra mayor en unas semanas e incluso muera.
Dante no contestó, se quedó sentado totalmente inmóvil como si ya estuviese muerto. Después de evitar aquel momento durante toda su vida, se había visto obligado a enfrentarse a él.
– ¿Y no se podría arreglar con una operación? -la voz de Ferne era casi un ruego.
– Ojalá pudiese decirle que es tan sencillo como eso -contestó el médico-. Es una operación muy difícil, con un alto índice de riesgo de defunción. Pero si entra en coma antes de operarse, el índice es incluso más alto -y añadió dirigiéndose a Dante-: lo mejor que puedes hacer es hacerlo ahora antes que las cosas se pongan peor.
Dante había estado sentado con la cabeza hundida entre las manos. Entonces levantó la vista.
– Y si sobrevivo -dijo-, ¿puede garantizarme que seré una persona normal?
El doctor negó con seriedad.
– Siempre hay riesgo de complicaciones -dijo-, ojalá pudiese ofrecerle garantías, pero no puedo.
Se marchó dejándolos solos y los dos se abrazaron en silencio.
– ¿Qué voy a hacer? -preguntó él, desesperado-. Hubo un tiempo en que no me importaba morir, pero ahora estás tú… y ella. ¿Quién iba a pensar que podría asustarme tanto tener una razón para vivir? He usado mi enfermedad como excusa para evitar responsabilidades y ahora me parece una cobardía. Toda mi vida ha sido una farsa porque no he sido capaz de enfrentarme a la realidad -la miró angustiado-. ¿De dónde sacas tu valentía? ¿No podrías cederme un poco a mí? Porque yo carezco de ella. Una parte de mí me sigue diciendo que me marche y deje que las cosas sigan su curso.
¡No! -dijo ella con vehemencia-. Te necesito a mi lado. Tienes que aprovechar todas las oportunidades que se te ofrezcan para seguir vivo.
– ¿Aunque eso me suponga acabar como Leo? Eso me asusta más que la muerte.
Ferne se apartó y lo miró a los ojos.
– Escúchame. Me has pedido que te dé valor y deberías entender que soy yo la que necesita que tú me lo des a mí.
– ¿Yo? ¿Un payaso, un oportunista?
– Sí, un payaso, porque tú y tus bromas me protegéis del resto del mundo. Necesito que te rías de mí y que me mantengas viva, que me sorprendas y conviertas el mundo en un lugar a mi medida. Me haces sentir fuerte y completa, así que ahora mismo lo que necesito es extender la mano y agarrar la tuya para protegerme a mí misma, no a ti.
Él la miró intensamente, intentando encontrar una respuesta a aquel misterio. Finalmente, pareció encontrar lo que necesitaba, porque la atrajo hacia él y descansó la cabeza en su hombro.
Haré todo lo que quieras -le dijo-. Sólo prométeme que estarás allí.