SE ALEJARON corriendo, esquivando manos extendidas y recorriendo a toda velocidad calle tras calle, hasta que estuvieron perdidos y sus perseguidores quedaron muy atrás.
– ¿Dónde estamos? -preguntó ella.
– ¿Qué importa? En cualquier parte.
– ¿Y dónde está el coche?
– ¿Qué más da?
– ¿Quieres dejar de decir tonterías? -rió ella. Se sentía muy aliviada.
– No. ¿Para qué? ¿Desde cuándo es sensato ser sensato?
– Para ti desde nunca, por lo que veo -dijo ella con ternura-. Vamos, hay que llevarte a un lugar seguro. -Lo que tú digas. Adelante.
Ferne se sintió súbitamente protectora. Tomó su mano como si tomase la de un niño y lo condujo hasta un pequeño café con una mesa en la acera donde podían empaparse de sol.
– Justo lo que necesito después de todo ese humo -dijo él-. También necesito una copa, pero será mejor que no la pida porque tengo que conducir de vuelta a casa:… cuando encontremos el coche -se echó a reír-. ¿Dónde lo encontraremos? ¿Por dónde empezamos?
Creo que recuerdo la calle. No te preocupes por eso ahora.
Una vez pidieron sus bebidas al camarero, Dante se echó hacia atrás, mirándola. Tenía los ojos llenos de júbilo.
Dante, por el amor de Dios -dijo ella, volviendo a asirle la mano-. ¿Quieres volver a la tierra?
– Creía que era lo que acababa de hacer.
– Ya sabes lo que quiero decir. Estás en algún lugar de la estratosfera. Vuelve al mismo planeta que habitamos los demás.
– ¿Para qué? Estoy muy bien aquí -giró la mano de modo que entonces fue él el que se la asía a ella-. Sube aquí conmigo. Es una vida maravillosa. Nunca me había divertido tanto.
– ¿Divertido? ¡Podrías haber muerto!
– Pero no lo hice. ¿No lo entiendes? Ha sido un día estupendo. ¿Qué tiene de malo correr riesgos? La vida es mejor así. Piensa en ella como si bailases el quickstep con el destino como pareja. Vas cada vez más rápido, sin saber quién que va a llegar antes al final. Todo es posible: ése es el único modo de vivir. Si no es así, es preferible morir así que… bueno… de cualquier otra forma.
Cuando estabas en lo alto de la escalera pareció que te desmayabas. Te quedaste allí agarrado y pensé que ibas a caer. ¿Qué te pasaba?
– Nada. Fueron imaginaciones tuyas.
– No lo fueron. Te dejaste caer contra la escalera.
– No me acuerdo. Había mucho humo. Ahora no importa, dejémoslo.
– Creo que no debemos dejarlo. Puede que te haya afectado y quiero que te vea un médico.
– No hace falta -dijo poniéndose tenso de pronto-. Ya pasó.
– Pero te desmayaste en lo alto de la escalera y…
– ¿Cómo demonios lo sabes? -la furia y la frialdad de su voz fueron como una bofetada que hizo que Ferne se echase hacia atrás-. No estabas allí arriba, no sabes lo que pasó. Me viste cerrar los ojos por el humo y darme un respiro antes de bajar. ¡Y eso es todo! No te pongas dramática.
– No pretendía… sólo estaba preocupada por ti
. -¿Tengo aspecto de persona por la que haya que preocuparse?
Ferne estaba luchando por aceptar la terrible transformación que él había experimentado y tuvo que inspirar hondo antes de responder con valentía:
– Sí, lo tienes. Todos necesitamos que alguien se preocupe por nosotros. ¿Por qué ibas a ser distinto? Te ha pasado algo horrible. Podías haber enfermado y sólo quiero averiguar qué es. ¿Por qué te enfadas?
– ¿Por qué los hombres se enfadan cuando los miman? Déjalo, por favor.
Su tono de voz era tranquilo, pero parecía esconder una amenaza.
– Pero…
– He dicho que lo dejes.
Ella no se atrevió a insistir. Le resultaba increíble pensar que temía por Dante, pero así era. Aquello había sido algo más que un enfado masculino ante un «mimo», era una 'furia enconada, aterradora.
Pero poco a poco, su enfado desapareció.
– Lo siento dijo-. Enseguida estaré bien. Pero prométeme una cosa: que no dirás nada de esto en casa.
– ¿Que no les cuente lo del incendio? Acabará por correrse la voz.
– No hablo de eso. Hablo de lo ocurrido en la escalera. Hope se preocupa con facilidad. No comentes nada -al ver que ella dudaba, añadió: Tienes que darme tu palabra.
– Vale -respondió ella rápidamente. Temió que volviera a enfadarse de nuevo.
– Estupendo. Ahora todo está bien.
Todo estaba lejos de estar bien, pero ella no pudo decirlo. Nunca olvidaría lo que había visto.
Pero Dante empezó a ser de nuevo el de siempre.
– Mira el lado bueno de lo ocurrido -dijo él-; las estupendas fotos que te he proporcionado.
Fotos. Asombrada, Ferne se dio cuenta de que se había olvidado de ellas por completo.
– No hice ninguna foto -susurró ella.
– ¿Cómo? -preguntó él en un enfado fingido-. Haces fotos de todo. ¿Cómo se te ocurrió que no merecía que te tomaras esa molestia?
– Sabes perfectamente la respuesta -cortó ella-. Estaba demasiado preocupada por ti.
Una mujer que no dejaba que nada se interpusiera en su camino ante una buena foto se había perdido éstas porque sólo había podido pensar en que él estaba en peligro. El lo sabría ¡y lo que iba a gustarle! Pero cuando lo miró a los ojos su mirada no era triunfante. En sus, ojos sólo había cansancio, como si se hubiese apagado una luz. Luchaba por parecer normal, tan bromista como siempre, pero le costaba.
– Volvamos a casa -dijo.
Encontraron el coche y regresaron en silencio. En la villa, él subió enseguida a darse una ducha y Ferne le contó lo ocurrido a la familia aunque, recordando su promesa, no les dijo nada sobre lo que había pasado al final.
– Disfrutó mucho -dijo Ferne-. Era como si arriesgar su vida le divirtiese de algún modo.
– Su padre era igual -suspiró Toni-. Siempre buscaba excusas para hacer locuras.
– Sí, pero… -empezó a decir Hope, pero se detuvo. Extrañada, Ferne esperó que acabara la frase. Entonces Hope miró a su marido y él negó levemente con la cabeza. -Cuando un hombre es así, es que es así -sentenció-.
Subiré a ver si está bien.
Al rato, regresó diciendo:
– Me he asomado Está dormido. Supongo que lo necesita.
Y entonces desvió el tema de la conversación, dejando a Ferne con la impresión de que había un extraño trasfondo en lo concerniente a Dante.
A la mañana siguiente él ya se había marchado cuando Ferne se levantó Ella intentó no pensar que la estaba evitando, pero le costó bastante hacerlo.
Sus nuevas tarjetas de crédito llegaron por correo y el consulado le informó de que su pasaporte estaba listo. Fue a la ciudad a recogerlo y luego se sentó pensativa en un café junto al mar.
¿Era ciertamente el momento de marcharse? Su flirteo con Dante había sido agradable, pero no llevaba a ninguna parte. Era mala señal que se hubiese olvidado de hacer fotos, porque nunca había ocurrido con anterioridad. Pero era una locura pensar en algo serio con él, aunque fuese sólo por la costumbre que tenía de encerrarse en sí mismo tras una máscara.
En apariencia, era un apuesto payaso capaz de conquistar el corazón de cualquier mujer, pero ¿qué pasaría una vez que ella le hubiese entregado el suyo? ¿Tendría que hacer frente a los otros hombres que escondía en su interior, cuyas cualidades parecían no presagiar nada bueno? ¿La asustaría o se mantendría al margen permitiéndole ver únicamente lo que a él le convenía? Ambas posibilidades la consternaban.
Se acordó de su primer encuentro en el tren, cuando se sentaron juntos a hablar de los niveles del cielo y el infierno. Por entonces le había parecido una conversación trivial, pero en ese momento estaba convencida de que Dante estaba misteriosamente familiarizado con el infierno. El día anterior le había mostrado su exaltado interior no sólo una vez, si no dos.
¿Por qué? ¿Qué era lo que sabía y ocultaba al resto del mundo? ¿Cuál era su infierno y cómo se enfrentaba a él? Estaba tan absorta en sus pensamientos que le llevó un rato darse cuenta de que le sonaba el teléfono móvil.
– Ferne… ¡por fin!
Era Mick Gregson, su agente.
– Tienes que volver, tienes en ciernes un gran trabajo, de alto nivel.
Le explicó brevemente en qué consistía y realmente era «de alto nivel». Siguiendo el ejemplo de Sandor, un actor importante de Hollywood acababa de firmar un contrato para actuar en una obra del West End.
– La dirección quiere sólo las mejores fotos y, cuando di tu nombre, se mostraron interesados.
– Me sorprende que me quieran contratar después de lo que pasó la última vez.
– Valoran tu «abnegada honestidad». No te rías, te viene bien. Considera la oportunidad, cariño. Tengo que dejarte.
Y colgó.
Ferne miró en silencio al teléfono pensando que ahí estaba: habían tomado por ella la decisión. Se despediría de Dante y regresaría a Inglaterra, feliz de haber escapado.
¿Pero escapado de qué?
Tenía que aprender a dejar de pensar en ello.
El teléfono volvió a sonar: era él.
– ¿Dónde estás? -le preguntó con voz agitada. Ella se lo dijo y él respondió:
– No te muevas, estaré ahí en un momento.
Cuando se detuvo en el bordillo de la acera, ella lo esperaba, perpleja.
– Perdona que te moleste -dijo al entrar-, pero necesito urgentemente que me ayudes. Me ha llamado el propietario de una villa que está a varios kilómetros de aquí porque quiere que la venda. Voy a visitarla ahora mismo y necesito un buen fotógrafo así que había pensado en ti.
– Me siento halagada, pero soy especialista en espectáculos, no en inmobiliarias.
– El proceso de venta de una casa puede convertirse en una especie de espectáculo, sobre todo si se trata de una casa como ésta.
Una hora más tarde, llegaron a la villa, situada sobre una colina y con un diseño muy extravagante, como decorado de ópera. Por dentro, el lugar estaba muy ajado y contaba con escasas comodidades modernas. El propietario, un hombre regordete de mediana edad, les acompañó destacando lo que él consideraba los principales atractivos, pero Ferne lo dejó atrás enseguida. El entorno empezó a apoderarse de ella.
Le llevó tres horas. De camino a casa, se detuvieron a comer y compararon sus anotaciones.
– Mi texto y tus imágenes -dijo-. Formamos un gran equipo. Volvamos a casa y publiquémoslo todo en mi página web.
– Vale, pero tengo que decirte una co…
– Pronto me iré a recorrer la zona, buscando oportunidades de negocio. Ven conmigo. Juntos los dejaremos boquiabiertos -al ver que dudaba, tomó sus manos entre las suyas-. Dime que sí. Ha llegado el momento de que te diviertas un poco en la vida.
Era el Dante que había conocido al principio, el oportunista que afrontaba la vida con una sonrisa. Era como si los momentos oscuros que había presenciado no hubiesen ocurrido nunca.
– No sé -dijo ella lentamente.
Estaba más tentada de lo que se atrevía a admitir. Sólo por pasar con él un poco más de tiempo…
– Escucha, sé lo que estás pensando -dijo él intentando persuadirla-, pero te equivocas. He aceptado tu rechazo -su voz se tomó melodramática-, por muy amargo y doloroso que me resulte.
Ella torció la boca.
– ¿De verdad me pides que crea que vas a portarte como un perfecto caballero en todo momento?
– Bueno, puede que no pensara llegar tan lejos -dijo él cubriéndose cautelosamente-. Pero no haré nada que pueda ofenderte. Todo se hará amistosamente, lo prometo.
– Me lo pensaré -dijo ella.
– No te tomes mucho tiempo.
Regresaron a la villa y pasaron una hora frente al ordenador uniendo el texto de él y las fotos de ella. Dante envió una copia al propietario, que no tardó en escribir un correo electrónico en el que expresaba su satisfacción.
Al final de la tarde, Ferne salió a la terraza y se puso a contemplar las estrellas, preguntándose qué iba a hacer. Debía de ser una decisión fácil. ¿Cómo iba a competir un hombre con una oportunidad laboral como la que se le ofrecía?
Sabía lo que iba a ocurrir. Dante la habría visto salir y la seguiría, intentando engatusarla para que hiciese lo que él deseaba.
Amistosamente, seguro. ¿A quién quería engañar? Podía oírlo acercarse. Sonriendo, se volvió.
Pero eran Hope y Toni.
– Dante se ha ido a la cama -dijo Hope-. Él nunca lo admitiría, pero creo que le dolía la cabeza.
– ¿Ocurre algo? -preguntó Ferne. Había algo en al actitud de la mujer que la alarmó.
– Nos ha dicho que quiere que viajes y trabajes con él -dijo Hope.
– Me lo ha pedido, sí. Pero no sí si voy a aceptar. Puede que haya llegado la hora de que vuelva a Inglaterra.
– Oh, no, por favor, quédate un tiempo en Italia -dijo Hope ansiosamente-. Por favor, ve con él.
Lo primero que se le ocurrió a Ferne era que Hope estaba haciendo de casamentera, pero al fijarse en la expresión que había en su rostro encontró en él un extraño temor.
– ¿Qué pasa? -preguntó-. Es algo grave, ¿verdad?
De nuevo hubo un silencio y Hope miró a su maridó. Esta vez él asintió y ella empezó a hablar.
– La verdad es que es posible que Dante se esté muriendo.
– ¿Cómo? -susurró Feme, horrorizada-. ¿Has dicho…?
Muriéndose. De ser así, igual podríamos estar haciendo algo al respecto, pero él no quiere hablar del tema y no sabemos qué hacer.
.-No lo entiendo -dijo Ferre-. Él debe de saber si está enfermo o no.
– Por parte de su madre, es un Linelli -explicó Hope-. Y esa familia tiene un problema hereditario de debilidad en un vaso sanguíneo en el cerebro que puede romperse en cualquier momento, provocando un coma o quizá la muerte.
– Les ha ocurrido a varios en el transcurso de los años -dijo Toni-. Algunos han fallecido, pero hasta los que han sobrevivido han tenido mala suerte. Su tío Leo sufrió una gran hemorragia y salvaron su vida en el quirófano, pero el cerebro resultó seriamente dañado. Ahora es como un niño, y para Dante supone una terrible advertencia. Se niega a aceptar que puede haber heredado esta enfermedad y necesitar tratamiento.
– ¿Pero ha habido algún indicio? -preguntó Ferne-. ¿O sólo estáis asustados porque es hereditario? Después de todo, puede que no toda la familia desarrolle la enfermedad.
– Cierto, pero hace dos años tuvimos motivos para asustarnos. Sufrió un dolor de cabeza tan fuerte que se quedó confuso y mareado, lo que puede indicar un pequeño derrame. Y si se ignora, puede llevar a uno mayor, pero él insistió en que se había recuperado perfectamente y ya nunca más ha vuelto a ocurrir. Eso puede significar que no tiene nada malo o que ha tenido mucha suerte. Y puede seguir teniéndola durante años o…
– ¿Pero no sería mejor averiguarlo? -preguntó Feme.
– No lo quiere saber -dijo Toni con gravedad-. No teme a la muerte, pero sí a una operación porque tiene miedo a acabar como Leo. Ha decidido que, si tiene que morir, morirá.
– Bailando el quickstep con el destino -murmuró Ferne.
– ¿Eso qué es?
– Algo que le oí decir. Y entonces no lo entendí. Pero no puedo creer que sea tan radical. ¿No se sentiría mejor si le hiciesen un diagnóstico?
– No quiere que la familia lo presione para que se opere, incluso si no supone tanto riesgo. Las técnicas quirúrgicas han mejorado mucho desde la operación de Leo, hace treinta años, y Dante podría salir totalmente ileso, pero no está dispuesto a hacerlo. Quiere disfrutar de la vida tanto como le sea posible y luego, bueno… Ojalá lo supiéramos con seguridad, pero no hay forma de asegurarse. A menos que haya un síntoma definitivo, como un mareo. ¿Lo has visto desmayarse alguna vez?
– Sí -dijo Ferne, recordando horrorizada-. Pareció marearse cuando bajaba la escalera tras salvar al perro. Pero me pareció normal después de todo lo que había pasado… todo aquel humo…
– Seguramente fue algo normal -asintió Hope-. Igual e el dolor de cabeza de esta noche, una reacción a lo que sucedió en el incendio. Pero siempre nos queda la duda. Y es difícil comentarlo por miedo a hacerle enfadar.
– Sí, ya lo he visto -murmuró Ferme-. Quise que fuese al médico y se enfadó muchísimo. Me hizo prometer que no contaría nada a la familia y se puso tan furioso que tuve que aceptar.
– Se marcha solo -dijo Hope-. Por favor, Ferne, ve con él.
– ¿Pero qué podría hacer? No soy una enfermera.
No, pero estarás ahí, cuidándolo. Y si ocurre algo preocupante, no lo dejarás pasar como haría un desconocido. Podrás pedir ayuda y puede que salvarle la vida. Incluso podrías convencerle de que no tiene por qué vivir así.
– No me escuchará -dijo Ferne-. Seguramente sospechará de mí desde el principio.
– No, porque te ha invitado a acompañarle y le parecerá normal. Por favor, te lo ruego.
Ferne supo que la decisión estaba tomada. Aquella mujer que tanto había hecho por ella le había pedido tan poco a cambio se lo estaba implorando.
– No tienes que rogarme nada -dijo Ferne finalmente-. Lo haré. Tenéis que contármelo todo sobre la enfermedad para que pueda seros útil.
Por toda respuesta, Hope abrazó a Ferne agradecida. Toni estuvo más contenido, pero posó la mano sobre su hombro y lo apretó con fuerza.
Pero Ferne temblaba, preguntándose en dónde se había metido.