Capítulo IX

Vanessa ya había estado en el dormitorio mientras esperaba la llegada de Brady, estirando y alisando las sábanas, ahuecando las almohadas y preguntándose cómo sería estar allí con él.

Brady encendió la lámpara de la mesilla de noche, que estaba colocada sobre una caja. El suelo aún estaba sin terminar y las paredes sin rematar. La cama consistía en tan sólo un colchón sobre el suelo. A pesar de todo, a Vanessa le pareció el dormitorio más hermoso que había visto nunca.

Por su parte, a Brady le habría gustado obsequiarle con velas y rosas, una cama con dosel y sábanas de raso. Lo único que podía ofrecerle era a sí mismo.

De repente, se sintió tan nervioso como un muchacho en su primera cita.

– No hay mucho ambiente aquí -dijo.

– Es perfecto.

Brady le tomó las manos y se las llevó a los labios.

– No te haré daño, Van.

– Lo sé -replicó ella. Le besó a él también las manos-. Esto va a parecer una estupidez, pero no sé lo que hacer.

Él bajo la boca, poniéndola a prueba, tentándola…

– Ya aprenderás…

Vanessa esbozó una sonrisa mientras le acariciaba suavemente la espalda.

– Creo que tienes razón -susurró.

Con un instinto que era tan potente como la experiencia, echó la cabeza hacia atrás y dejó que las manos exploraran a placer. Separó los labios para él y saboreó el pequeño gemido de placer que Brady emitió. Entonces, tembló con un gozo propio al notar que las manos de él le acariciaban los pechos, la cintura, las caderas y se deslizaban hacia los muslos antes de emprender de nuevo el viaje de vuelta.

Se apretó contra él, disfrutando plenamente con aquella lluvia de sensaciones. Cuando Brady le mordisqueó suavemente la garganta, murmuró su nombre. Como el viento entre los árboles, suspiró por él y se plegó a sus caricias como si esperara que él la moldeara.

La absoluta confianza que ella le demostró lo dejo completamente atónito. Por muy apasionada que se mostrara, era virgen. Su cuerpo era el de una mujer, pero aún seguía siendo tan inocente como la muchacha que había amado y perdido. No lo olvidaría. Cuando el deseo prendió dentro de él, lo aparto. Aquella vez debía ser ella quien disfrutara. Todo sería para ella.

Con suavidad, le bajó el corpiño hasta la cintura. La besó, tranquilizándola con murmullos al tiempo que sus manos provocaban en la piel de Vanessa pequeñas explosiones de placer.

Por fin, el vestido cayó al suelo. La ropa interior de Vanessa era una red de encaje blanco que parecía hacerse más tupida justo encima de los pechos antes de hundirse para ceñirle la cintura. Durante un momento, Brady se contentó con mirarla.

– Me dejas sin palabras…

Con torpes manos, Vanessa comenzó a desabrocharle la camisa. Aunque ya tenía la respiración entrecortada, no dejó de mirarlo mientras le quitaba la prenda y dejaba que ésta se uniera con su propio vestido en el suelo. Entonces, con el corazón latiéndole salvajemente, le rodeó el cuello con los brazos.

– Tócame… Muéstrame lo que tengo que hacer…

Aunque la besó con pasión, Brady se obligó a acariciarla con delicadeza. Las manos de Vanessa se movían rápidamente por su piel y lo empujaban desesperadamente al abismo del deseo. Cuando la dejó en la cama, observó que ella cerraba los ojos y que cuando los volvía a abrir, éstos estaban nublados por la lujuria.

Inclinó la cabeza para saborearle todo el cuerpo. Deslizó la lengua por debajo del encaje para torturarle los tensos pezones. Cuando el placer se apoderó por completo de ella, Vanessa sintió un profundo anhelo entre las caderas que la empujó a clavarle las uñas en la espalda.

Con un rápido giro de la muñeca, Brady le desabrochó las ligas. Le deslizó las medias suavemente e hizo que le ardiera la piel, encendiéndola aún mas con las caricias que le aplicaba con los labios. Parecía que no pasaba por alto ningún detalle de la piel de Vanessa, ninguna curva. Con suavidad, los dedos jugueteaban encima de ella, por todas partes…

Era tan paciente como insaciable, por lo que la fue acercando cada vez más a un abismo que ella nunca había vislumbrado. Vanessa tenía el cuerpo como un horno que no dejaba nunca de emitir calor y que vibraba con necesidades tan potentes como las de él. Se volvió loco observándola, viendo el modo en el que sentía cada nueva sensación que él le provocaba y que se le reflejaba en los ojos, en el rostro…

Deseo… Pasión… Placer… Excitación… Todas estas sensaciones parecían fluir de él para adentrarse en ella y viceversa. Todo resultaba familiar. Se reconocían perfectamente el uno al otro. Aquello los reconfortaba. Sin embargo, todo era único, nuevo, gloriosamente fresco. Aquélla era precisamente la aventura.

Brady gozó con el modo en el que la piel de Vanessa le fluía entre las manos, en la manera en la que el cuerpo se le tensaba y se arqueaba bajo sus caricias. Por fin, bajo la tenue luz de la lámpara, retiró la barrera que suponía el encaje.

Ya desnuda, Vanessa extendió las manos y le tiró frenéticamente de los pantalones. Como él sabía que sus propias necesidades le estaban volviendo loco, la cubrió con la mano y la empujó hacia el abismo del deseo.

Vanessa gritó, atónita, indefensa… Suavemente dejo que la mano se le cayera del hombro de Brady. Entre los temblores del placer, él se deslizó dentro de ella, lenta, suavemente, murmurando su nombre una y otra vez. El amor requería ternura.

Vanessa perdió su inocencia dulce e indoloramente, plena de gozo.


Estaba tumbada sobre la cama de Brady, enredada entre sus sábanas. Un gorrión anunció la llegada del nuevo día. Durante la noche, el perro se había metido en la habitación para ocupar su lugar a los pies de la cama. Perezosamente, Vanessa abrió los ojos.

El rostro de Brady estaba a poco más de un centímetro del de ella. Estaba profundamente dormido, rodeándole a ella la cintura con el brazo, y una respiración lenta y pausada. En aquellos momentos, se parecía mucho más al muchacho que recordaba que al hombre que estaba empezando a conocer.

Lo amaba. Ya no le quedaba ninguna duda de ello. Su corazón casi podía estallar del amor ingente que sentía. Sin embargo, ¿amaba al muchacho o al hombre?

Con mucha suavidad, le apartó el cabello que le cubría la frente. De lo único de lo que estaba segura era de que era feliz. Por el momento, le bastaba.

Se estiró lentamente. Durante la noche, Brady le había mostrado lo hermoso que hacer el amor podría resultar cuando dos personas se querían y lo excitante que podía llegar a ser cuando se cubrían las necesidades y los deseos. Fuera lo que fuera lo que ocurriera después, al día o al año siguiente, jamás olvidaría lo que habían compartido.

Como no quería despertarlo, le tocó los labios con los suyos muy suavemente. Incluso aquel breve contacto despertó su deseo. Llena de curiosidad, le acarició suavemente los hombros con el dedo. La necesidad creció y se extendió aún más.


En lo que se refería a los sueños, a Brady le pareció que aquél era uno de los mejores. Estaba debajo de un cálido edredón mientras amanecía. Vanessa estaba en la cama a su lado. Su cuerpo estaba apretado con fuerza contra el de él y se movía suavemente, excitándolo con rapidez. Aquellos hermosos dedos tan llenos de talento le acariciaban la piel. Su hermosa boca jugaba con la de él. Cuando la abrazó, ella suspiró y se arqueó bajo sus manos.

Por donde tocaba, sólo encontraba piel cálida y suave. Ella lo había abrazado y lo tenía atrapado contra su cuerpo. Cuando dijo su nombre una, dos veces, las palabras se deslizaron por fin bajo la cortina de su fantasía. Abrió los ojos y la vio.

No era un sueño. Vanessa sonreía. Sus hermosos ojos verdes vibraban de pasión. Su cuerpo esbelto y suave se curvaba contra el de él.

– Buenos días -murmuró ella-. No estaba segura si tú…

Brady la besó. Los sueños y la realidad se mezclaron en uno cuando se deslizó dentro de ella.


La luz del sol era mucho más fuerte cuando Vanessa se tumbó encima de él, colocando la cabeza sobre su corazón. El cuerpo aún le vibraba de gozo.

– ¿Qué decías?

– Mmm… -susurró ella. El esfuerzo que le suponía abrir los ojos era ingente, por lo que los mantuvo cerrados-. ¿Yo?

– ¿Que no estabas segura de si yo qué?

– Ah… Que no estaba segura de si tenías alguna cita esta mañana.

Brady siguió acariciándole el cabello.

– Es domingo -le recordó-. La consulta está cerrada, pero tengo que ir al hospital para ver cómo está el señor Benson y un par de pacientes más. ¿Y tú?

– No mucho. Preparar las clases, ahora que tengo diez alumnos.

– ¿Diez? -preguntó Brady, muy sorprendido.

– Ayer, durante el picnic, me sometieron a una emboscada -confesó ella, tras abrir los ojos.

– Diez alumnos… ¡Vaya! Menudo compromiso. ¿Significa eso que estás pensando en volver a instalarte aquí?

– Al menos durante el verano. Todavía no he decidido si accederé a hacer una gira de conciertos en el otoño.

– ¿Qué te parece si salimos a cenar?

– Pero si todavía no hemos desayunado.

– Me refería a esta noche. Podríamos celebrar nuestro propio picnic con las sobras de ayer. Tú y yo solos.

– Me gustaría…

– Bien. ¿Por qué no empezamos bien el día?

Vanessa soltó una carcajada y le dio un beso en el torso.

– Pensaba que ya lo habíamos empezado bien.

– Lo que quería decir era que tú me podías frotar la espalda -replicó Brady. Con una sonrisa en los labios se incorporó y la sacó de la cama.


Vanessa descubrió que no le importaba estar a solas en la casa. Después de que Brady la dejara allí, se puso unos vaqueros y una camiseta. Quería pasar el día tocando el piano, preparando sus clases, practicando y, si se lo permitía su estado de ánimo, componiendo.

Cuando estaba de gira no había tenido mucho tiempo para componer, pero, en aquellos momentos, tenía todo el verano por delante. Aunque diez horas de su semana estuvieran ocupadas por las clases y otras tantas en prepararlas, tenía tiempo de sobra para disfrutar de lo que más le gustaba. De su primer amor.

«Mi primer amor», repitió, con una sonrisa. No era la composición, sino Brady. Él era su primer amor. Su primer amante, y lo más probable que también el último.

Él la amaba o, al menos, creía que lo hacía. Jamás hubiera empleado aquellas palabras si no hubiera estado seguro de ello. Ella no podía ser menos. Tenía que asegurarse de lo que era mejor para sí misma, para él y para todos antes de poner en peligro su corazón con tan sólo dos palabras.

Cuando se las dijera, Brady no la dejaría escapar nunca más. Por mucho que él hubiera suavizado su carácter a lo largo de los años, por muy responsable que fuera, seguía habiendo en él una gran parte del muchacho salvaje y decidido que había sido. Sabía que aquello pertenecía al pasado, que en el pasado habían cometido errores y, precisamente por eso, no estaba dispuesta a arriesgar el futuro.

No quería pensar en el mañana. Todavía no. Quería tan sólo disfrutar del presente.

El teléfono comenzó a sonar justo cuando se dirigía hacia el cuarto de música. Dudó si contestar o no, pero, cuando sonó por quinta vez, cedió y fue a responder.

– ¿Sí?

– Vanessa, ¿eres tú?

– Sí. ¿Frank? -preguntó. Había reconocido la voz del devoto ayudante de su padre.

– Sí, soy yo…

– ¿Cómo estás, Frank?

– Bien, bien. ¿Cómo estás tú?

– Yo también estoy bien -respondió-. ¿Cómo va tu nuevo protegido?

– ¿Te refieres a Francesco? Es brillante. Muy temperamental, por supuesto. Arroja cosas, pero, después de todo, es un artista. Va a tocar en Cordina.

– ¿En la gala a beneficio de la princesa Gabriella? ¿Para ayudar a los niños discapacitados?

– Sí.

– Estoy segura de que lo hará estupendamente.

– Por supuesto. Sin duda. Sin embargo, la princesa… esta muy desilusionada de que no vayas a tocar tú. Me ha pedido personalmente que te convenza para que reconsideres tu postura.

– Frank…

– Por supuesto, te alojarías en el palacio. Es un lugar increíble.

– Sí, lo sé, Frank. Todavía no he decidido si voy a volver a actuar.

– Sabes que no lo dices en serio, Vanessa. Con tus dotes…

– Efectivamente, con mis dotes -replicó ella, con impaciencia-. Creo que ya va siendo hora de que nos demos todos cuenta de que son mías.

Frank guardó silencio durante un instante.

– Sé que tu padre se mostró a menudo muy insensible sobre tus necesidades personales, pero fue sólo porque era muy consciente de la profundidad de tu talento.

– No tienes que explicarme cómo era mi padre, Frank.

– No, no… Claro que no…

Vanessa lanzó un suspiro. No era justo emplear a Frank Margoni como chivo expiatorio de sus frustraciones, tal y como había hecho siempre su padre.

– Entiendo la situación en la que te encuentras, Frank, pero ya le he enviado mis disculpas, junto con una donación, a la princesa Gabriella.

– Lo sé. Por eso se ha puesto en contacto conmigo. No podía hacerlo contigo directamente. Por supuesto, no soy tu mánager oficialmente, pero la princesa conoce los vínculos que hay entre nosotros y…

– Si decido volver a hacer una gira, Frank, espero que tú te encargues de organizármela.

– Te lo agradezco mucho, Vanessa -comentó Frank, algo más alegre-, y me doy cuenta de que necesitas un poco de tiempo para ti misma. Sé que los últimos años han sido un tormento. Sin embargo, esa gala es muy importante…Y la princesa es muy testaruda.

– Sí, lo sé.

– Sólo sería una actuación -prosiguió Frank, viendo una salida-. Ni siquiera sería un concierto completo. Tendrás carta blanca sobre tu programa. Les gustaría que tocaras dos piezas, pero hasta una sería muy bienvenida. Tu nombre en el programa supondría tanto para esos niños… Es una causa muy noble.

– ¿Cuándo es esa gala?

– El mes que viene.

– El mes que viene… Pero si ya estamos prácticamente en el mes que viene, Frank.

– Es el tercer sábado de junio.

– Dentro de tres semanas… Está bien. Lo haré. Por ti y por la princesa Gabriella.

– Vanessa, no sabes lo mucho que te…

– Por favor, no. Sólo será una noche.

– Puedes quedarte en Cordina todo lo que desees.

– Una noche -reiteró ella-. Envíame los detalles a esta dirección y saluda a Su Alteza de mi parte.

– Lo haré, por supuesto. Estará encantada. Todos estarán encantados. Gracias, Vanessa.

Ella colgó el teléfono. Permaneció de pie, en silencio. Era muy extraño, pero no se sentía tensa y estregada al pensar que tenía una actuación tan importante. El teatro de Cordina era exquisito y enorme.

¿Qué ocurriría si volvía a sentir pánico? Lo superaría. Siempre lo había hecho. Tal vez el destino le había hecho recibir aquella llamada, cuando estaba dudando sobre una línea invisible. Seguir hacia delante o permanecer allí.

Tendría que tomar una decisión muy pronto. Sólo esperaba que fuera la adecuada.


Estaba tocando el piano cuando Brady regresó. Él oyó la música desde el exterior, romántica y poco familiar, a través de las ventanas abiertas. Tal era la magia que desprendía aquel momento que una mujer y un niño estaban en la acera, escuchando.

Vanessa le había dejado la puerta abierta. Sólo tenía que empujarla un poco para entrar. Avanzó sigilosamente. Le parecía que estaba caminando sobre notas líquidas.

Vanessa no lo vio. Tenía los ojos medio cerrados y una sonrisa en el rostro. Era como si las imágenes que estaba visualizando en el interior de su cabeza le fluyeran a través de los dedos para apretar las teclas del piano.

La música era lenta, soñadora, enriquecida por una pasión latente. Brady sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

Cuando Vanessa terminó, abrió los ojos y lo miró. De algún modo, había sabido que estaría allí cuando sonara la última nota.

– Hola.

Brady avanzó y le tomó las manos.

– Hay tanta magia en estos dedos… Me deja atónito.

– Son sólo manos de pianista. Las tuyas sí que son mágicas. Son capaces de curar.

– Había una mujer en la calle con un niño. Los vi cuando llegué a la casa. Te estaban escuchando y la mujer tenía lágrimas en las mejillas.

– Entonces, no puede haber mayor cumplido. ¿Te ha gustado?

– Mucho. ¿Cómo se llama?

– No lo sé. Es algo en lo que llevo algún tiempo trabajando. Nunca me pareció bien hasta hoy.

– ¿Lo has compuesto tú? -preguntó él, atónito-. No sabía que también compusieras música.

– Espero hacerlo más en el futuro. Bueno -dijo Vanessa. Tiró de él para que se sentara a su lado sobre el taburete del piano-. ¿No vas a saludarme con un beso?

– Por supuesto -contestó. La besó muy cálidamente-. ¿Cuánto tiempo llevas componiendo?

– Varios años… cuando he podido conseguir tiempo. Entre viajes, ensayos, prácticas y actuaciones, no ha sido mucho.

– Nunca has grabado ninguna pieza propia.

– En realidad no he terminado nada. Yo… ¿Cómo lo sabes? -preguntó, atónita.

– Tengo todo lo que has grabado, pero háblame de tus composiciones.

– ¿Y qué quieres que te diga?

– ¿Te gusta?

– Me encanta. Es lo que más me gusta.

– Entonces, ¿por qué no has terminado nada? -quiso saber Brady. No había dejado de juguetear con los dedos de Vanessa.

– Ya te he dicho que no he tenido tiempo. Ir de gira no es sólo tomar champán y caviar, ¿sabes?

– Vamos -dijo Brady, de repente. Sin soltarle las manos, hizo que se pusiera de pie.

– ¿Adonde vamos?

– A donde haya un sofá cómodo. De hecho, aquí mismo. Siéntate. Ahora, háblame.

– ¿Sobre qué?

– Quería esperar hasta que estuvieras recuperada… No hagas eso -le suplicó Brady, al sentir que ella se tensaba-. Como tu amigo, como médico y como el hombre que te ama, quiero saber lo que provocó tu enfermedad para asegurarme de que nunca vuelve a ocurrir.

– Has dicho que ya me he recuperado…

– Las úlceras pueden reaparecer.

– Yo nunca tuve úlcera.

– Puedes negarlo todo lo que quieras, pero no cambiará los hechos. Quiero que me digas lo que te ha estado pasando todos estos últimos años.

– He estado de gira, actuando… ¿Cómo hemos pasado de hablar de mis composiciones a hacerlo de este tema?

– Porque uno tiene que ver con el otro, Van. A menudo, las úlceras se causan por sentimientos. Frustraciones, iras, resentimientos que están embotellados y que empiezan a supurar porque no se airean.

– Yo no estoy frustrada. Tú, mejor que nadie, deberías saber que yo no me guardo las cosas. Pregunta por ahí, Brady. Mi mal genio es famoso en tres continentes.

– No lo dudo, pero no recuerdo haberte visto nunca discutir con tu padre.

Al oír aquellas palabras, Vanessa quedó en silencio. Aquello era la pura verdad.

– ¿Querías componer o querías actuar?

– Es posible hacer las dos cosas. Es simplemente una cuestión de disciplina y de prioridades.

– ¿Y cuáles eran tus prioridades?

Vanessa se sintió incómoda. Se rebulló en el asiento.

– Creo que es evidente que actuar.

– Antes me dijiste algo. Me dijiste que lo odiabas.

– ¿Que odiaba qué?

– Dímelo tú.

Vanessa se puso de pie y empezó a pasear por la habitación. Se dijo que ya no importaba, pero Brady estaba allí, observándola, esperando. Sus experiencias pasadas le decían que seguiría insistiendo hasta que descubriera lo que estaba buscando.

– Muy bien. Nunca me gustó actuar.

– ¿No querías tocar?

– No, lo que no quería era actuar. Necesito tocar igual que necesito respirar, pero… Tengo miedo escénico -confesó por fin-. Es una estupidez, es infantil, pero nunca he podido superarlo.

– No es ni estúpido ni infantil -afirmó Brady. Se puso de pie. Se habría acercado a ella, pero Vanessa dio un paso atrás-. Si odias actuar, ¿por qué seguiste haciéndolo? Por supuesto -añadió, antes de que ella pudiera responder.

– Era muy importante para él… -susurró ella, incapaz de quedarse quieta-. No lo comprendía. Había invertido toda su vida en mi carrera. La idea de que yo no pudiera actuar en público, que me asustara…

– Que te hiciera enfermar.

– Yo nunca he estado enferma. Nunca he cancelado ninguna actuación por motivos de salud.

– No, actuaste a pesar de tu salud. Maldita sea, Van. No tenía derecho.

– Era mi padre. Sé que era un hombre difícil, pero yo le debo mucho.

– ¿Consideraste alguna vez realizar terapia?

– No. Mi padre se oponía. No toleraba las debilidades. Supongo que ésa era su propia debilidad -contestó. Cerró los ojos durante un momento-. Tienes que comprenderlo, Brady. Era la clase de hombre que se negaba a creer lo que no era conveniente para él. En lo que a él se refería, mi problema dejó de existir. Nunca pude encontrar el modo de que aceptara o comprendiera mi fobia.

– Me gustaría comprender…

– Cada vez que yo iba al teatro, me decía que aquella vez no ocurriría. Que aquella vez no tendría miedo. Entonces, empezaba a temblar. La piel se me humedecía por el sudor y las náuseas me hacían sentirme mareada. Cuando empezaba a tocar, todo desaparecía, y al terminar el concierto estaba bien. Por eso, siempre me decía que la próxima vez…

– ¿Te has parado alguna vez a pensar que tu padre estaba viviendo su vida a través de la tuya?

– Sí -admitió ella-. Mi padre era lo único que me quedaba. El año pasado se puso muy enfermo, pero no me dejó parar para poder cuidarlo. Al final, como se negó a escuchar a los médicos y rechazó los tratamientos, sentía un dolor monstruoso. Tú eres médico. Supongo que sabes muy bien lo terrible que puede ser el cáncer terminal. Esas últimas semanas en el hospital fueron lo peor. Ya no podía hacer nada por él. Se iba muriendo un poco todos los días. Yo seguí actuando porque él insistió y regresaba al hospital de Ginebra cada vez que tenía oportunidad. No estaba a su lado cuando murió. Estaba en Madrid. Recibí una ovación que duró varios minutos.

– ¿Te culpas por eso?

– No, pero lo lamenta.

– ¿Qué vas a hacer ahora?

– Cuando regresé aquí, estaba cansada. Agotada. Necesitaba tiempo, y sigo necesitándolo, para comprender lo que siento, lo que quiero, lo que deseo hacer -dijo. Se acercó a él y le tocó el rostro suavemente con las manos-. No quería empezar una relación contigo porque sabía que sólo serías una enorme complicación. Y tenía razón -añadió, con una ligera sonrisa-. Cuando me desperté esta mañana en tu cama, me sentí muy feliz. Eso es algo que no deseo perder.

– Te amo, Vanessa -susurró dulcemente Brady, tras agarrarle las muñecas.

– Entonces, déjame resolver mi situación…Y quédate a mi lado -musitó, lanzándose a sus brazos. Brady le besó el cabello muy suavemente.

– No pienso ir a ninguna parte.

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