Capítulo IV

Vanessa aporreaba las teclas del piano. Tocaba una pieza de Tchaikovsky, el primer movimiento de un concierto para piano. Estaba realizando una apasionada interpretación de una composición muy romántica. Gracias a la música conseguía sacar la violencia que le bullía en su interior.

Brady no había tenido derecho alguno a hacerla volver atrás, a obligarla a enfrentarse a sentimientos que deseaba olvidar. Lo peor era que le había demostrado que eran mucho más intensos y profundos al ser una mujer.

El no significaba nada para ella. No era más que un viejo conocido, un amigo de la infancia. No permitiría que volviera a hacerle daño. Nunca jamás volvería a permitir que nadie ejerciera sobre ella el poder que Brady había disfrutado una vez.

Se olvidaría de aquellos sentimientos. Si había algo que había aprendido a lo largo de todos aquellos años de viajes y trabajo era que ella era la única responsable de sus sentimientos.

Dejó de tocar y permitió que los dedos le descansaran sobre las teclas. Aunque no podía decir que se sintiera serena, estaba agradecida por, al menos, haber podido exorcizar con la música la mayor parte de su ira y frustración.

– Vanessa -le dijo su madre desde la puerta.

– No sabía que estabas en casa -respondió ella.

– Entré mientras estabas tocando. ¿Te encuentras bien? -le preguntó, algo preocupada.

– Sí, claro que sí. Lo siento. He perdido toda noción del tiempo.

– No importa. La señora Driscoll pasó por la tienda antes de que cerrara. Me dijo que te vio yendo a la casa de Ham Tucker.

– Ya veo que aún tiene vista de lince.

– Y sigue siendo bastante entrometida. Entonces, fuiste a visitar a Ham -dedujo Loretta, con una ansiosa sonrisa en los labios.

– Sí -respondió Vanessa, sin levantarse del taburete del piano-. Tiene un aspecto maravilloso. Casi no ha cambiado. Nos tomamos un trozo de pastel y un té en la cocina.

– Me alegro de que hayas ido a visitarlo. Siempre te ha querido mucho.

– Lo sé. ¿Por qué no me dijiste que tenías una relación con él? -preguntó, tras armarse de valor.

Loretta se llevó la mano al collar de perlas y se lo retorció con gesto nervioso.

– Supongo que no estaba segura de cómo decírtelo. De cómo explicártelo. Pensé que te pondrías… que te sentirías extraña al volver a verlo si sabías que nosotros…

– Tal vez pensaste que no era asunto mío -replicó Vanessa.

– No, claro que no. Oh, Van… -susurró Loretta. Rápidamente se acercó a su hija.

– Bueno, después de todo no lo es. Mi padre y tú llevabais divorciados muchos años antes de que él muriera. Eres muy libre de escoger nuevo acompañante.

La censura que notó en la voz de Vanessa hizo que Loretta sintiera una profunda tristeza. Había muchas cosas de las que se lamentaba, pero su relación con Abraham Tucker no era una de ellas.

– Tienes razón -dijo, cuando hubo recuperado la compostura-. No me siento avergonzada ni culpable por estar saliendo con Ham. Somos adultos y los dos estamos libres. Tal vez al principio me pareció extraño lo que empezó entre nosotros, por Emily. Ella fue mi mejor y más querida amiga, pero ya había muerto y tanto Ham como yo estábamos solos. Tal vez el hecho de que los dos adoráramos a Emily tuvo que ver con que empezáramos nuestra relación. Me siento muy orgullosa de lo que él siente por mí. Durante los últimos años, me ha dado algo que nunca he tenido de otro hombre. Comprensión.

Se dio la vuelta y subió corriendo las escaleras. Estaba delante de la cómoda, quitándose las joyas, cuando Vanessa abrió la puerta.

– Si te he parecido demasiado crítica, te ruego que me disculpes.

Loretta se quitó el collar y lo depositó con brusquedad sobre la cómoda.

– No quiero que te disculpes con tanta cortesía, como si fueras una desconocida, Vanessa. Eres mi hija. Preferiría que me gritaras o que dieras portazos o que te encerraras en tu dormitorio tal y como solías hacerlo entonces.

– Estuve a punto de hacerlo -afirmó Vanessa. Entró en el dormitorio. Se sentía más tranquila y muy avergonzada, por lo que eligió sus palabras con mucho cuidado-. No me disgusta tu relación con el doctor Tucker, pero sí me sorprendió. Lo que te he dicho antes es cierto. No es asunto mío.

– Van…

– No, por favor. Cuando llegué aquí, pensé que nada había cambiado, pero me equivocaba. Me va a resultar muy difícil aceptar ese hecho. Me resulta difícil aceptar que hayas seguido con tu vida tan fácilmente.

– He seguido con mi vida, sí, pero no fácilmente.

De repente, Vanessa la miró con los ojos llenos de pasión.

– ¿Por qué me dejaste marchar?

– No tuve elección. En aquel momento, traté de creer que era lo mejor para ti. Lo que tú deseabas.

– ¿Lo que yo deseaba? -replicó ella, airada-. ¿Me preguntó alguien alguna vez qué era lo que yo deseaba?

– Yo lo intenté. En todas las cartas que te escribí, te supliqué que me dijeras si eras feliz, si querías regresar a casa. Cuando me las devolviste sin abrir, comprendí muy bien tu respuesta.

El rostro de Vanessa palideció súbitamente mientras miraba muy fijamente a Loretta.

– Tú nunca me escribiste.

– Te escribí durante años, con la esperanza de que al menos te apiadaras de mí lo suficiente como para abrir una de mis cartas.

– No hubo ninguna carta -afirmó Vanessa, apretando los puños.

Sin decir ni una palabra, Loretta abrió un pequeño baúl que tenía a los pies de la cama. Sacó una caja y retiró la tapa.

– Las he guardado todas.

Vanessa miró el interior de la caja y vio docenas y docenas de cartas, dirigidas a los hoteles en los que ella se había alojado por toda Europa y los Estados Unidos. Sintió que el estómago se le revolvía, por lo que tuvo que sentarse sobre la cama.

– No las viste nunca, ¿verdad? -murmuró Loretta. Vanessa negó con la cabeza-. Tu padre me negó hasta algo tan insignificante como una carta…

Con un suspiro, Loretta volvió a dejar la caja en el baúl.

– ¿Por qué? -preguntó Vanessa, con la voz desgarrada-. ¿Por qué evitó que viera tus cartas?

– Tal vez pensó que yo interferiría con tu carrera. Se equivocaba -afirmó-.Yo nunca te habría impedido que alcanzaras algo que deseabas y que te merecías tanto. A su modo, te estaba protegiendo a ti y castigándome a mí.

– ¿Por qué?

Loretta se dio la vuelta y se acercó a la ventana.

– Maldita sea, tengo derecho a saberlo -añadió Vanessa, llena de furia. Se levantó y se acercó a la ventana. Entonces, un dolor inesperado le hizo agarrarse con fuerza el estómago.

– Vanessa, ¿qué te pasa? -le preguntó Loretta muy alarmada. Rápidamente la obligó a sentarse en la cama.

– No es nada -susurró ella apretando los dientes para dominar el dolor-. Es sólo un espasmo.

– Voy a llamar a Ham.

– No -le ordenó Vanessa, tras agarrarle el brazo con firmeza-. No necesito ningún médico. Sólo es estrés. Además, me puse de pie demasiado rápido.

– A pesar de todo, no te hará ningún daño que él te examine -insistió Loretta-.Van, estás tan delgada -añadió, tras rodearle los hombros con un brazo.

– He pasado mucho este último año. Mucha tensión. Por eso, he decidido tomarme unos meses de descanso…

– Sí, pero…

– Sé lo que me pasa. Y estoy bien.

Loretta apartó el brazo al notar la frialdad con la que le hablaba Vanessa.

– Muy bien. Ya no eres ninguna niña.

– No, no lo soy. Y me gustaría tener respuestas. ¿Por qué te estaba castigando mi padre?

Loretta se tomó un momento para armarse de valor. Cuando habló, su voz resonó fuerte y tranquila.

– Por haberlo traicionado con otro hombre.

Durante un instante, Vanessa se quedó atónita. Su madre acababa de confesarle que había cometido adulterio.

– ¿Estás diciéndome que tuviste una aventura?

– Sí… Hubo otro hombre…Ya no importa. Mantuve con él una relación de casi un año antes de que os fuerais a Europa.

– Entiendo…

Loretta lanzó una frágil y cortante carcajada.

– Estoy segura de ello, así que no me molestaré ofreciendo excusas o explicaciones. Rompí las promesas que realicé el día que me casé y he estado doce años pagando.

Vanessa levantó la cabeza. No sabía si comprender o condenar a su madre.

– ¿Estabas enamorada de él?

– Lo necesitaba. Hay una gran diferencia.

– No te volviste a casar.

– No. En aquellos momentos lo que los dos queríamos no era casarnos.

– Entonces, sólo fue sexo. Engañaste a tu marido sólo por sexo -replicó ella.

Una miríada de sentimientos se reflejó en el rostro de Loretta antes de que volviera a tranquilizarse.

– Ese es el denominador menos común. Tal vez ahora que eres una mujer me comprenderás, aunque no puedas perdonarme.

– No comprendo nada -le espetó Vanessa. Se puso de pie-. Necesito pensar. Voy a darme un paseo en coche.

Cuando estuvo a solas, Loretta se sentó sobre la cama y dejó de contener las lágrimas.


Vanessa estuvo conduciendo durante horas, recorriendo carreteras que recordaba de su infancia. Algunas de las viejas granjas se habían vendido y se habían parcelado desde entonces. Casas y jardines se extendían por lo que, hacía unos años, habían sido campos de trigo o de avena. Al verlas, experimentó un profundo sentimiento de pérdida, el mismo dolor que sentía cuando pensaba en su familia.

Se preguntó si habría podido entender aquella infidelidad en otra mujer. No estaba segura. Además, no se trataba de otra mujer, sino de su propia madre.

Cuando llegó al sendero que llevaba a la casa de Brady, era muy tarde. No sabía por qué había ido allí, a verlo a él, pero necesitaba que alguien la escuchara.

Tenía las luces encendidas. Oyó que el perro ladraba desde el interior de la casa. Con mucho cuidado, volvió a recorrer los pasos que la habían alejado de allí aquella misma tarde, cuando había huido de él y de sus propios sentimientos. Antes de que pudiera llamar, Brady le abrió la puerta.

– Hola.

– He salido a dar un paseo en coche -dijo, sintiéndose completamente estúpida-. Lo siento. Es muy tarde.

– Entra, Van -respondió él. Le tomó la mano mientras el perro le olisqueaba los pantalones y movía la cola-. ¿Te apetece tomar algo?

– No… -contestó. Vio que él tenía los antebrazos cubiertos de una fina película de polvo. Reprimió una estúpida necesidad de ayudarlo a limpiarse-. Estás ocupado.

– Sólo estaba lijando una pared. Te aseguro que es una ocupación muy relajante. ¿Quieres probar? -le preguntó mientras le ofrecía una hoja de lija.

– Tal vez más tarde -comentó ella, con una ligera sonrisa.

Brady se dirigió al frigorífico y sacó una cerveza. La miró y señaló la lata muy significativamente.

– ¿Estás segura?

– Sí, tengo que conducir y no me puedo quedar mucho tiempo.

Brady abrió la lata y tomó un largo trago. La cerveza fría lo ayudó a quitarse el polvo que le cubría la garganta… y el nudo que se le había formado al verla llegar.

– Supongo que has decidido que no vas a seguir enfadada conmigo.

– No lo sé -susurró ella. Se acercó a la ventana más alejada-.Ya no sé lo que siento sobre nada.

Brady conocía muy bien aquel gesto, aquel tono de voz. Era el mismo que le había visto años antes, cuando se escapaba de casa tras presenciar una de las discusiones de sus padres.

– ¿Por qué no me lo cuentas?

– No debería haber venido -susurró ella-. Es como caer en una vieja rutina…

– Mira, ¿por qué no te sientas?

– No, no puedo -musitó Vanessa. Lo único que Brady podía ver de su rostro era el pálido reflejo de éste sobre el cristal-. Mi madre me ha dicho que tuvo una aventura antes de que mi padre me llevara a Europa. Tú ya lo sabes, ¿verdad?

– No lo sabía cuando te marchaste -confesó él-. Todo salió a la luz poco después. Ya sabes lo que ocurre en localidades pequeñas como ésta…

– Mi padre sí lo sabía. Mi madre me lo confesó poco más o menos. Esa debió de ser la razón por la que me sacó de aquí del modo en el que lo hizo. Por eso mi madre no nos acompañó.

– No sé lo que ocurrió entre tus padres, Van. Si necesitas saber algo, deberías preguntárselo a Loretta.

– No sé qué decirle. No sé lo que preguntar… En todos esos años, mi padre nunca me dijo nada.

Aquello fue algo que no sorprendió a Brady, aunque dudaba que los motivos de Julius hubieran sido altruistas.

– ¿Qué más te dijo tu madre?

– ¿Qué más me podía decir? -replicó ella.

Brady guardó silencio durante un instante.

– ¿Le preguntaste por qué?

– No tuve que hacerlo. Me dijo que ni siquiera había amado a aquel hombre. Fue sólo algo físico. Sexo.

– Vaya, en ese caso supongo que deberíamos sacarla a rastras a la calle y pegarle un tiro -repuso él.

– No se trata de ninguna broma -le espetó Vanessa-. Ella engañó a su marido. Lo hizo mientras estaban viviendo juntos, mientras ella fingía ser parte de una familia.

– Todo eso es cierto. Considerando la clase de mujer que es Loretta, me parece que tuvo que tener muy buenas razones… Me sorprende que tú no hayas pensado eso.

– ¿Cómo puedes justificar el adulterio?

– No lo justifico, pero hay muy pocas situaciones que sean blanco o negro. Creo que una vez que superes la conmoción y la sorpresa que te ha causado esta noticia, querrás saber lo que hay en las zonas grises.

– ¿Cómo te sentirías tú si hubiera sido tu madre o tu padre?

– Fatal -admitió Brady. Dejó la cerveza a un lado-. ¿Quieres que te dé un abrazo?

Vanessa sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

– Sí -susurró a duras penas. Muy agradecida, se dejó abrazar por Brady.

El la estrechó con suavidad contra su cuerpo y comenzó a acariciarle dulcemente la espalda. Ella lo necesitaba en aquellos momentos, aunque su necesidad era sólo de amistad. A pesar de que sus sentimientos fueran por otro lado, no le podía negar aquel consuelo. Le rozó el cabello con los labios, encantado por su textura, por su aroma y por su rico color. Vanessa lo abrazaba con fuerza. Había colocado la cabeza justo debajo de la de él. Parecía encajar tan perfectamente…

Brady parecía tan sólido…Vanessa se preguntó como un muchacho tan atolondrado podía haberse convertido en un hombre en el que se podía confiar tan plenamente. Sin que ella se lo hubiera pedido, le estaba dando exactamente lo que necesitaba. Cerró los ojos y pensó lo fácil que sería volver a enamorarse de él.

– ¿Te sientes mejor?

Vanessa no sabía si mejor, pero decididamente estaba sintiendo. Las caricias hipnóticas de las manos de Brady, el firme latido de su propio corazón…

Levantó la cabeza lo suficiente para verle los ojos. Vio comprensión en ellos y una fuerza que parecía haberse desarrollado durante el tiempo que había estado sin él.

– No sé si has cambiado o si eres el mismo.

– Un poco de las dos cosas. Me alegro de que hayas regresado.

– No iba a hacerlo -suspiró ella-. No iba a volver a acercarme a ti. Cuando estuve aquí antes, me enfadé porque me hiciste recordar… y lo que recordé fue que, en realidad, nunca había olvidado.

Brady sabía que, si ella seguía mirándolo así durante unos segundos más, él se olvidaría de que ella había ido allí buscando un amigo.

– Van… creo que deberías tratar de arreglar esto con tu madre. ¿Por qué no te llevo a tu casa?

– No quiero irme a mi casa esta noche… Deja que me quede contigo -añadió, sin poder evitarlo.

– No creo que sea una buena idea…

– Pues hace unas pocas horas sí que te lo pareció -replicó ella, soltándose de él-. Aparentemente, sigues hablando demasiado sin hacer nada.

– Y tú aún sabes qué teclas apretar -repuso él, furioso.

– Y tú no.

– Eres una niña consentida. Lo que tendría que hacer es arrastrarte al dormitorio y hacerte el amor hasta que te quedaras ciega, sorda y muda.

Vanessa sintió que la excitación se mezclaba con la alarma. ¿Qué sentiría al experimentar tanta pasión? ¿Acaso no se lo había preguntado desde que volvió a verlo? Tal vez era el momento de correr riesgos.

– Me gustaría ver cómo lo intentas…

Brady sintió que el deseo se apoderaba de él. Para defenderse de lo que estaba sintiendo, dio un paso atrás.

– No me tientes, Van…

– Si tú no me deseas; ¿por qué…?

– Sabes perfectamente que te deseo -gruñó mientras se daba la vuelta para no mirarla-. Maldita sea, sabes que siempre te he deseado. Me haces sentir como si volviera a tener dieciocho años. Mantente alejada de mí -bufó, cuando sintió que Vanessa daba un paso al frente. Agarró su cerveza y le dio un largo trago-. Te puedes quedar con la cama -añadió, algo más tranquilo-.Tengo un saco de dormir que puedo utilizar aquí.

– ¿Por qué?

– El momento es el peor posible -replicó. Arrojó la botella a un contenedor metálico, donde se hizo mil pedazos-. Por Dios, si vamos a volver a intentarlo, tenemos que hacerlo bien. Esta noche, estás disgustada, confusa y triste. Estás enfadada con tu madre y no voy a consentir que me odies también a mí por haberme aprovechado de todo eso.

Vanessa se miró las manos y comprendió que Brady tenía razón.

– Los momentos nunca han sido los adecuados para nosotros, ¿verdad?

– Llegará el momento que lo será, te lo aseguro. Puedes contar con ello. Ahora, es mejor que subas al dormitorio. Comportarme de un modo tan noble me pone malo.

Vanessa asintió y empezó a subir las escaleras. De repente, se detuvo y se dio la vuelta.

– Brady, siento mucho que seas un tipo tan bueno.

– Sí, yo también.

– No me refería a lo de esta noche. Tienes razón sobre lo de esta noche. Lo siento porque me recuerda lo loca que estuve por ti.Y la razón de ello.

Brady guardó silencio. Entonces, mientras ella seguía subiendo la escalera, se apretó una mano contra el vientre.

– Muchas gracias -se dijo a sí mismo-. Eso es justo lo que necesitaba escuchar para asegurarme de que no duermo nada esta noche.


Vanessa estaba tumbada en la cama de Brady, envuelta en sus sábanas. El perro lo había abandonado a él para dormir a los pies de la joven. Mientras observaba la profunda oscuridad del bosque, podía escuchar los suaves ronquidos caninos.

¿Habría sido capaz de acostarse con él en aquella cama? Una parte de ella lo había deseado, la parte que había estado esperando todos aquellos años como si sólo él pudiera hacerla sentir.

Sin embargo, cuando se le ofreció, lo hizo en contra de su propio instinto de supervivencia. Aquella misma tarde se había alejado de él, airada, incluso sintiéndose insultada, por la arrogante insistencia de Brady en que se convirtieran en amantes. ¿Qué sentido tenía haber regresado horas más tarde para pedirle aquello precisamente?

No tenía ningún sentido.

Brady siempre la había confundido. Siempre había sido capaz de hacer que ella se olvidara del sentido común. Afortunadamente, su frustración se aplacó un poco por la gratitud que sintió al saber que él la comprendía mejor que ella misma.

Durante todos los años que había pasado lejos de allí, en todas las ciudades en las que había estado, ni uno de los hombres que la habían acompañado la había tentado para que abriera los cerrojos de las defensas que tan fieramente protegían sus sentimientos. Sólo Brady. ¿Qué iba a hacer al respecto?

Estaba casi segura de que si conseguía que las cosas permanecieran como estaban hasta entonces podría marcharse tal y como había llegado cuando fuera el momento. Si era capaz de pensar en él tan sólo como amigo, podría marcharse sin mirar atrás. Sin embargo, si se convertía en su amante, en su primer y único amante, los recuerdos la perseguirían a lo largo de toda la vida.

Con un suspiro, admitió que había más. No quería hacerle daño. Por muy furiosa que le pusiera, por mucho daño que le hiciera, no quería causarle verdadero dolor. Si él había sido lo suficientemente amable como para dejar que se escondiera en su casa durante unas horas, ella le devolvería el favor asegurándose de mantener una distancia razonable entre ambos.

No. No se convertiría en su amante ni en la de ningún otro hombre. Tenía el ejemplo de su madre. Cuando Loretta se echó un amante, arruinó tres vidas. Vanessa sabía que su padre nunca había sido feliz. Sólo había vivido empujado por la amargura y por la obsesión que sentía por la carrera de su hija. Nunca había perdonado a su esposa por aquella traición. ¿Por qué si no había impedido que ella recibiera las cartas que su madre le había escrito? ¿Por qué si no nunca había vuelto a mencionar su nombre?

Cuando el dolor que le corroía el estómago se fue haciendo más agudo, se acurrucó sobre sí misma. De algún modo, trataría de aceptar lo que su madre había hecho y lo que no había hecho. Cerró los ojos y escuchó cómo un búho ululaba en los bosques y el retumbar distante de los truenos en las montañas.


Se despertó al rayar el alba por el sonido de la lluvia sobre el tejado. Aunque se sentía muy cansada, se incorporó y observó la oscuridad.

El perro se había marchado, aunque aún notaba el calor que el cuerpo del animal había dejado sobre las sábanas. Era hora de que ella también se marchara.

La enorme bañera resultaba muy tentadora, pero se recordó que debía ser práctica, por lo que se tomó una ducha. Diez minutos después, bajaba por las escaleras.

Brady estaba tumbado boca abajo, metido aún en el saco de dormir. Con el perro sentado pacientemente al lado, componía una imagen que partía el corazón.

Cuando llegó al pie de las escaleras, Kong comenzó a mover la cola. Ella se llevó un dedo a los labios para advertirle que guardara silencio, pero, evidentemente, el perro no entendía el lenguaje por señas. Lanzó un par de alegres ladridos y empezó a lamerle la cara a Brady. El lanzó una maldición y apartó la cabeza del perro de la suya.

– Vete tú solo a dar un paseo, maldita sea. ¿Es que no sabes reconocer un hombre muerto cuando ves a uno?

Sin darse por aludido, Kong se sentó encima de él.

– Ven aquí, Kong -susurró ella. Se dirigió a la puerta y la abrió.

Encantado de que alguien entendiera sus necesidades, Kong salió correteando al exterior a pesar de la copiosa lluvia. Cuando Vanessa se dio la vuelta, vio que Brady se había incorporado. Con ojos agotados, la observó entre guiños.

– ¿Cómo puede ser que tengas tan buen aspecto?

Vanessa pensó que se podría haber dicho lo mismo sobre él. Tal y como había afirmado, había engordado un poco. Su torso desnudo parecía firme como una roca y mostraba unos hombros esbeltos pero muy musculados. Como los nervios se le estaban exaltando un poco, decidió concentrarse exclusivamente en el rostro. ¿Por qué parecía mucho más atractivo sin afeitar y con el cabello revuelto?

– He utilizado tu ducha. Espero que no te importe -dijo, con una sonrisa-. Te agradezco mucho que me "ayas dejado dormir aquí esta noche, Brady. De verdad. ¿Podría compensarte preparándote una taza de café?

– ¿Cómo de rápido me la puedes preparar?

– Más que el servicio de habitaciones -respondió ella. Se fue directamente a la cocina, donde encontró un recipiente de cristal y un filtro de plástico-. No obstante, creo que esto está un poco por encima de mí.

– Calienta un poco de agua en el hervidor. Yo te indicaré lo que tienes que hacer.

Rápidamente, Vanessa abrió el grifo.

– Siento mucho todo esto -dijo-. Sé que anoche impuse mi presencia y que tú te comportaste…

Se detuvo al ver que Brady se había levantado y que se estaba abrochando los vaqueros a la cintura. La boca se le quedó seca.

– Como un estúpido -dijo Brady, terminando así la frase por ella, mientras se subía la cremallera-. Como un loco.

– No, fuiste muy comprensivo -consiguió decir ella.

– No lo menciones más -comentó Brady. Se dirigía hacia la cocina, hacia ella-. He tenido una noche entera para lamentarlo.

Vanessa levantó una mano para llevarla a la mejilla de Brady, pero la retiró rápidamente cuando vio cómo se le oscurecían los ojos.

– Deberías haberme dicho que me fuera a casa. Fue una tontería por mi parte no hacerlo. Estoy segura de que mi madre está muy preocupada.

– La llamé cuando te fuiste al dormitorio.

– Eres mucho más amable que yo -susurró Vanessa, mirando al suelo.

Brady no quería su gratitud ni su arrepentimiento. Sin poder evitar sentirse enojado, le dio un filtro de papel.

– Coloca esto en el cono de plástico y ponlo todo sobre la cafetera de cristal. Seis cucharadas de café en el filtro. A continuación, vierte por encima el agua hirviendo. ¿Entendido?

– Sí.

– Estupendo. Volveré dentro de un momento.

Mientras Brady subía las escaleras, ella siguió con los preparativos del café. Le encantaba su rico aroma y deseó no haber tenido que dejar de beberlo. La cafeína ya no parecía sentarle bien.

Estaba aún terminando de preparar el café cuando Brady volvió a bajar. Tenía el cabello mojado y a su alrededor flotaba el suave aroma del jabón. Le sonrió.

– Creo que ésa ha sido la ducha más rápida de la historia.

– Aprendí a darme prisa cuando trabajaba en el hospital -respondió. Desgraciadamente para él, también podía oler el aroma del champú en el cabello de Vanessa-. Voy a dar de comer a Kong -añadió bruscamente. Entonces, se marchó.

Cuando regresó, vio que Vanessa estaba mirando el café, que casi había terminado de pasar por el filtro.

– Recuerdo que teníais una de estas cafeteras en casa de tus padres.

– Mi madre siempre hacía café. El mejor.

– Brady, aún no te he dicho lo mucho que lo siento, ¿e lo unido que estabas a tu madre.

– Ella nunca dejó de apoyarme. Probablemente debería haberlo hecho en más de una ocasión, pero nunca lo hizo -afirmó mirando fijamente los ojos de Vanessa-. Supongo que las madres no lo hacen nunca.

Aquellas palabras hicieron que Vanessa se sintiera incómoda. Se dio la vuelta.

– Creo que ya está listo -dijo. Cuando vio que Brady sacaba dos tazas, negó con la cabeza-. No, yo no quiero. Gracias. Lo he dejado.

– Como médico, te diría que has hecho muy bien -comentó él mientras se servía una taza-. Como ser humano, tengo que preguntarte cómo logras funcionar durante el día.

– Sólo empiezo algo más lento -respondió ella, con una sonrisa-. Tengo que marcharme.

Brady se limitó a poner una mano sobre la encimera para bloquearle el paso. La miraba muy fijamente.

– No has dormido bien.

– Yo diría que somos dos.

– En ese caso, quiero que me hagas un favor.

– Si puedo…

– Vete a casa, métete en la cama y no te levantes hasta mediodía.

– Tal vez lo haga.

– Si esas ojeras no han desaparecido dentro de cuarenta y ocho horas, te mandaré a mi padre.

– Vuelves a hablar más de lo que debes.

– Sí -afirmó él. Dejó la taza de café y colocó la otra mano también sobre la encimera, de modo que la encajonó completamente-. Me parece recordar algún comentario que hiciste anoche al respecto.

– Estaba tratando de que te enfadaras -replicó ella. Como no podía apartarse, se mantuvo firme.

– Pues lo conseguiste -dijo. Se acercó un poco más, tanto que los muslos se rozaron.

– Brady, no tengo tiempo ni paciencia para esto. Tengo que marcharme.

– Muy bien. Despídete de mí con un beso.

– No quiero.

– Claro que quieres -susurró él. Le rozó suavemente la boca con la suya antes de que ella apartara el rostro-, pero tienes miedo.

– Nunca te he tenido miedo.

– No, pero has aprendido a tener miedo de ti misma.

– Eso es ridículo.

– Demuéstralo.

Furiosa, Vanessa acercó la boca a la de él, dispuesta a darle un beso breve y sin alma. Sin embargo, se le formó un nudo en la garganta casi inmediatamente. Brady no utilizó presión alguna, tan sólo la suave y dulce persuasión. Tenía los labios cálidos y la lengua trazó hábilmente la boca de Vanessa antes de introducirse en su interior para turbarla y tentarla.

Tras susurrar un silencioso murmullo, ella levantó las manos y las deslizó sobre el torso desnudo de Brady. La piel era suave y fresca…

El le mordisqueó suavemente los labios, inundándose de su sabor. Necesitó todo el control que pudo ejercer sobre sí mismo para no apartar las manos de la encimera. Sabía que si la tocaba una vez, ya no podría parar.

Lentamente, mientras aún le quedaba una brizna de fuerza de voluntad a la que aferrarse, se apartó de ella. -Quiero verte esta noche, Van.

– No sé… -susurró ella. La cabeza no dejaba de darle vueltas.

– Entonces, piénsalo. Llámame cuando te hayas decidido -dijo Brady, tras volver a tomar su taza.

De repente, la confusión de Vanessa se esfumó y se vio reemplazada por la ira.

– No pienso jugar ningún juego.

– Entonces, ¿qué diablos estás haciendo?

– Tan sólo estoy tratando de sobrevivir.

Agarró el bolso y salió de la casa para desaparecer en medio de la lluvia.

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