Capítulo XII

Vanessa estaba en su camerino, rodeada de flores. Casi no las veía. Había esperado que Brady le hubiera enviado uno de los hermosos ramos. Tendría que haberse imaginado que no sería así.

No había ido a despedirla al aeropuerto. No la había llamado para desearle buena suerte ni para decirle que la echaría de menos durante su ausencia. No era su estilo. Nunca lo había sido. Cuando Brady Tucker estaba furioso, no realizaba esfuerzo alguno por ser cortés. Simplemente seguía enfadado.

Admitió que tenía derecho a estarlo. Todo el derecho del mundo.

Después de todo, ella lo había dejado. Se había entregado a él, le había hecho el amor con toda la pasión que una mujer era capaz de reunir. Sin embargo, no había sido sincera y, por eso, lo había perdido todo.

Había tenido miedo de cometer un error que pudiera consumirle la vida. Brady nunca comprendería que tenía miedo de equivocarse tanto por ella misma como por él.

Después de escuchar a su madre, sabía que se podían cometer errores aun con la mejor de las razones. O con la peor. Ya era demasiado tarde para preguntárselo a su padre, para tratar de comprender sus sentimientos, sus razones. Esperaba que no fuera demasiado tarde también para ella.

¿Dónde estaban aquellos adolescentes que habían amado tan fiera y apasionadamente? Brady tenía su vida, su profesión y sus respuestas. Su familia, sus amigos y su casa. Había pasado de ser un muchacho salvaje y travieso para convertirse en un hombre lleno de integridad y propósito.

¿Y ella? Vanessa se miró las manos. Tenía su música. En realidad, era lo único que le pertenecía sólo a ella.

Comprendía perfectamente los fallos de su madre y los errores de su padre. A su modo, los dos la habían amado, pero ese amor no los había convertido en una familia ni había conseguido que los tres fueran felices.

Por eso, mientras Brady estaba echando raíces en la fértil tierra del pueblo donde habían nacido los dos, ella estaba a solas en un camerino repleto de flores, esperando que llegara el momento de subir al escenario.

Cuando alguien llamó a la puerta, vio que su imagen del espejo sonreía. El concierto no tardaría en empezar.

– Entrez.

– Vanessa -dijo la princesa Gabriella, bellísima con un vestido azul, cuando entró en el camerino.

– Alteza.

Antes de que Vanessa pudiera levantarse para hacerle una reverencia, Gabriella le indicó que permaneciera sentada con gesto muy amistoso.

– Por favor, no te levantes. Espero no molestarte.

– Claro que no. ¿Le apetece una copa de vino?

– Sólo si tú también vas a tomarla -respondió la princesa mientras tomaba asiento-. Hoy ha sido un día muy ajetreado. No he tenido oportunidad de verte para asegurarme de que estás cómoda.

– Nadie podría sentirse incómodo en palacio, Alteza.

– Gabriella, por favor -dijo la princesa, aceptando la copa que Vanessa le ofrecía-. Estamos solas. Quería volver a darte las gracias por haber accedido a tocar esta noche. Es muy importante.

– Siempre es un placer tocar en Cordina -respondió ella. Las luces del camerino hacían brillar las cuentas que Vanessa llevaba en el vestido blanco-. Es un honor que se haya acordado de mí.

Gabriella soltó una carcajada antes de tomar un sorbo de vino.

– En realidad, te disgustó bastante que te molestara mientras estabas de vacaciones. No te culpo, pero por mi causa he aprendido a ser grosera… e implacable.

Vanessa sonrió al escuchar las palabras de la princesa.

– Entonces, me siento honrada y enojada. No obstante, espero que la gala de esta noche sea un rotundo éxito.

– Lo será. ¿Conoces a Eve, mi cuñada?

– Sí. He coincidido con Su Alteza en varias ocasiones.

– Es norteamericana y, por consiguiente, muy obstinada. Es una gran ayuda para mí.

– ¿Es su marido también de los Estados Unidos?

Los ojos de Gabriella se iluminaron.

– Sí. Reeve también es muy obstinado. Este año hemos implicado bastante a nuestros hijos, así que la organización de la gala ha sido más circo de lo que acostumbra. Mi hermano Alexander ha estado fuera de Cordina durante unas semanas, pero regresó a tiempo para ayudarnos.

– Es usted implacable con su familia, Gabriella.

– Lo mejor es ser implacable con los que se ama. Por cierto, Hannah te presenta sus disculpas por no haber venido a saludarte antes del concierto. Bennett no la deja en paz.

– Creo que su hermano pequeño tiene derecho a no dejar en paz a su esposa cuando ésta está a punto de dar a luz.

– Le interesas mucho a Hannah, Vanessa…-comentó la princesa con una sonrisa-, dado que tu nombre estuvo vinculado al de Bennett antes de que él se casara.

«Igual que la mitad de la población femenina del mundo libre», pensó Vanessa, pero guardó silencio.

– Su Alteza era el más encantador de los acompañantes.

– Era un canalla.

– Domado por la encantadora lady Hannah.

– No creo que esté domado. Más bien contenido -comentó la princesa, tras dejar su copa sobre una mesa-. Sentí mucho cuando tu mánager me dijo que no pasarías más que un día en Cordina. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que viniste a visitarnos…

– No hay lugar en el que me sienta más bienvenida. Recuerdo la última vez que estuve aquí. Pasé un día maravilloso en su casa de campo, con su familia.

– Nos encantaría volver a recibirte, siempre que tu agenda te lo permita. ¿Te encuentras bien?

– Sí, gracias. Estoy muy bien.

– Estás preciosa, Vanessa, tal vez aún más porque tienes una profunda tristeza en la mirada. Yo comprendo muy bien ese sentimiento. Me lo vi en el espejo una vez, no hace demasiados años. Son los hombres los que lo provocan. Es una de sus mejores dotes. ¿Puedo ayudarte?

– No lo sé -admitió Vanessa mientras miraba los hermosos ojos de la princesa-. Gabriella, ¿le puedo hacer una pregunta? ¿Qué es lo más importante de su vida?

– Mi familia.

– Sí. Fue una historia muy romántica cómo conoció y se enamoró de su esposo.

– Se va haciendo cada vez más romántica y menos traumática.

– Es un ex policía norteamericano, ¿verdad?

– Sí.

– Si hubiera tenido que ceder sus derechos, abandonar su posición, para poder casarse con él, ¿lo habría hecho?

– Sí, pero con gran pesar. ¿Acaso te ha pedido ese hombre que dejes algo que forma parte innata de ti?

– No. No me ha pedido que deje nada y, sin embargo, lo quiere todo.

– Ésa es otra de las habilidades de los hombres -comentó Gabriella con una sonrisa.

– He aprendido detalles sobre mí misma, sobre mi vida y mi familia que resultan muy difíciles de aceptar. No estoy segura de que, si le doy a ese hombre lo que quiere, no le esté engañando a él y a mí misma.

Gabriella guardó silencio durante un instante.

– Ya conoces mi historia, Vanessa. Después de que me secuestraran y de que perdiera la memoria, miré el rostro de mi padre y no lo reconocí. Al mirar los ojos de mis hermanos, vi los de unos desconocidos. Sin embargo, tuve que encontrarme a mí misma, descubrirme en lo más básico. Resulta aterrador y frustrante. Yo no soy una persona tranquila ni paciente.

– He oído rumores -dijo Vanessa, con una sonrisa.

Gabriella soltó una carcajada. Volvió a tomar la copa de vino y dio un sorbo.

– Cuando por fin me reconocí, cuando miré al fin a mi familia y supe quiénes eran, aunque de un modo diferente… No resulta fácil de explicar, pero, cuando los conocí de nuevo, cuando volví a amarlos, fue con un corazón diferente. Las faltas que tenían, los errores que habían cometido, el hecho de que me hubieran hecho daño en el pasado o yo a ellos ya no importó. Nada importaba.

– Está usted diciendo que olvidó el pasado.

– No. No olvidé el pasado. Eso es imposible, pero lo vi a través de unos ojos diferentes. No me resultó tan difícil enamorarme después de haber vuelto a nacer.

– Su marido es un hombre afortunado.

– Sí, yo misma se lo recuerdo muy a menudo. Bueno, es mejor que me marche para que te puedas preparar para el concierto.

– Gracias.

Gabriella se detuvo en la puerta.

– Tal vez cuando vuelva a ir a los Estados Unidos me invites a pasar un día en tu casa.

– Será para mí el mayor de los placeres.

– Así, podré conocer a ese hombre.

– Sí, creo que sí.

Cuando la puerta se cerró, volvió a tomar asiento. Muy lentamente, giró la cabeza hasta que volvió a ver su imagen en el espejo. Vio los mismos ojos oscuros, la boca cuidadosamente maquillada, la cabellera oscura, su pálida piel y sus delicados rasgos. Vio una pianista. Y una mujer.

– Vanessa Sexton -murmuró. Entonces, esbozó una ligera sonrisa.

De repente, supo por qué estaba allí y por qué iba a salir a aquel escenario. Y por qué, cuando hubiera terminado, iba a regresar a casa.

A su casa.


Hacía demasiado calor para que un hombre de treinta años estuviera jugando al baloncesto bajo un sol de justicia. Los chicos no tenían ya clases por las vacaciones de verano, por lo que tenía el parque para él solo. Aparentemente, los adolescentes tenían más sentido común que un médico enamorado.

A pesar de la altísima temperatura, Brady había decidido que sudar sobre la cancha de baloncesto era mucho mejor que estar solo en casa, pensando.

¿Por qué diablos se había tomado el día libre? Necesitaba su trabajo. Necesitaba llenar su tiempo libre. Necesitaba a Vanessa.

A ella iba a tener que olvidarla. Había visto fotografías suyas. Habían salido en la televisión y en los periódicos. Todos los habitantes del pueblo llevaban dos días hablando de aquel maldito concierto. Ojalá no la hubiera visto con aquel hermoso y reluciente vestido blanco, con el cabello cayéndole en cascada por la espalda y sus hermosos dedos volando sobre las teclas, acariciándolas, haciendo que entonaran notas casi imposibles. Había interpretado su música, la misma composición que había estado tocando aquel día, cuando Brady entró en su casa para descubrir que ella lo estaba esperando.

Por fin había terminado su sinfonía… Igual que había terminado con él.

Lanzó una nueva canasta.

¿Cómo podía esperar que una mujer como ella quisiera regresar a un pueblo como aquél, con el novio de su adolescencia? Le aplaudían los miembros de la realeza. Iba de palacio en palacio tocando sus composiciones. Lo único que él podía ofrecerle era una casa en medio del bosque, un perro maleducado y de vez en cuando un pastel en vez de sus honorarios.

«Es una pena», pensó mientras lanzaba con furia la pelota contra el tablero. Nadie la amaría tanto como él, tal y como lo había hecho toda la vida. Si volvía a estar cerca de ella, se aseguraría de que lo supiera.

– Calla -le espetó a Kong, cuando el animal comenzó a ladrar alegremente.

Estaba sin aliento. No se encontraba en forma. Lanzó otra vez la pelota. Una vez más, ésta rebotó sobre el aro y salió despedida.

Se dio la vuelta, agarró el rebote… y se quedó atónito por lo que vio.

Allí estaba Vanessa, vestida con unos minúsculos pantalones cortos y una blusa que le tapaba sólo hasta debajo de los senos.'Tenía una botella de refresco de uva en la mano y una descarada sonrisa en el rostro.

Brady se secó el sudor de la frente. El calor, su estado de ánimo y el hecho de que no hubiera dormido desde hacía dos días podría ser más que suficiente para provocarle una alucinación. Sin embargo, no era así.

– Hola, Brady -dijo ella. A pesar de lo nerviosa que se sentía, controló para que sonara tranquila y algo descarada-. Parece que tienes mucho calor -añadió. Sin apartar los ojos de él, le dio un largo trago a la botella, se pasó la lengua por el labio superior y le ofreció lo que le quedaba-. ¿Quieres un trago?

Brady pensó que tenía que estar volviéndose loco. Ya no tenía dieciocho años, pero podía olería. Sentía la pelota entre las manos y el sudor cayéndole por la espalda. Mientras la observaba, ella se inclinó para acariciar al perro. Sin incorporarse, le lanzó una maravillosa sonrisa.

– Bonito perro.

– ¿Qué diablos estás haciendo?

– Daba un paseo -contestó ella. Se incorporó y se volvió a llevar la botella a los labios. Cuando estuvo vacía, la arrojó a una papelera cercana-. Creo que tienes que trabajar más tu gancho. ¿Es que no vas a agarrarme?

– No -repuso él. Si lo hacía, tendría que besarla.

– Oh -susurró Vanessa. Sintió que toda la seguridad en sí misma que había acumulado durante el vuelo y el interminable trayecto en coche la abandonaba-. ¿Significa eso que no me deseas?

– Maldita seas. Vanessa…

Ella se dio la vuelta tratando de contener las lágrimas. No era el momento de llorar ni de mostrarse orgullosa. Evidentemente, el guiño que acababa de hacer al pasado había sido una equivocación.

– Tienes todo el derecho del mundo a estar enfadado conmigo.

– ¿Enfadado? -replicó él. Arrojó la pelota. Encantado, el perro salió tras ella-. Esa palabra ni siquiera sirve para empezar a describir lo que siento. ¿A qué estás jugando?

– No se trata de un juego -replicó ella. Se volvió con los ojos llenos de lágrimas-. Nunca ha sido un juego. Te amo, Brady…

– Te ha costado mucho tiempo decírmelo.

– Me ha costado lo que me tenía que costar. Siento haberte hecho daño. Si decides que quieres hablar conmigo, estaré en casa.

– No te atrevas a marcharte otra vez. No lo vuelvas a hacer nunca.

– No quiero discutir contigo.

– Pues es una pena. Regresas aquí, me recuerdas el pasado y esperas que yo me deje llevar como si nada, que deje a un lado lo que quiero y que, entonces, vuelva a ver cómo te marchas una y otra vez, sin ninguna promesa, sin futuro. No voy a aceptarlo, Vanessa. Es todo o nada y esto empieza a aplicarse desde ahora mismo.

– Escúchame.

– No pienso hacerlo…

La agarró con fuerza. El beso fue tórrido y apasionado. Hubo tanto dolor como placer. Vanessa se resistió. Se sentía molesta porque él hubiera utilizado la fuerza. Los músculos de Brady parecían de hierro. La fuerza que desarrolló fue mucho más potente que la que había visto en ningún otro hombre. La necesidad que palpitaba dentro de él mucho más furiosa.

Cuando por fin consiguió apartarse, estaba sin aliento. Le habría pegado si no hubiera visto la tristeza que se reflejaba en los ojos de Brady.

– Vete, Van. Déjame en paz…

– Brady…

– He dicho que te vayas -le ordenó. La violencia aún seguía reflejándosele en los ojos-. Ya ves que no he cambiado tanto.

– Ni yo -replicó ella-. Si has terminado de comportarte como el macho idiota, quiero que me escuches.

– Bien. Yo me voy a la sombra.

Se dio la vuelta y agarró una toalla que tenía sobre la cancha. Mientras se dirigía a la hierba, comenzó a secarse el rostro. Vanessa lo siguió inmediatamente.

– Eres tan imposible como siempre.

Después de dedicarle una insolente mirada, se sentó a la sombra de un roble. Para distraer al perro, tomó un palo cercano y se lo arrojó.

– ¿Y?

– Y por eso me pregunto cómo diablos me enamoré de ti. Dos veces -dijo ella. Respiró profundamente al ver que aquello no iba a ser tan fácil como había pensado-. Siento no haber podido explicarme adecuadamente antes de marcharme.

– Te explicaste muy bien. No deseas convertirte en una esposa.

– Creo que más bien dije que no sabía ser una -replicó ella, apretando los dientes-, y que tampoco sabía si deseaba serlo. El ejemplo más cercano que tenía era el de mi madre y ella había sido muy infeliz cuando estuvo casada. Me sentía inadecuada e insegura.

– Por culpa de un guisado de atún.

– No, no por culpa de un guisado de atún, sino porque no sabía si podía ser esposa y mujer, madre y pianista a la vez. No había encontrado mi propia definición de cada uno de esos términos. En realidad, no había tenido oportunidad de ser ninguno de ellos.

– Ya eras mujer y pianista.

– Era la hija de mi padre. Antes de regresar aquí, nunca había sido ninguna otra cosa -afirmó ella. Se dejó caer al lado de Brady-. Tocaba cuando me lo pedían, Brady. Tocaba la música que él quería, cuando él lo deseaba. Sentía lo que él quería que yo sintiera. No puedo culpar a mi padre por eso. Ciertamente no deseo hacerlo, y mucho menos ahora. Tenías razón cuando me dijiste que yo nunca había discutido con él. Fue culpa mía. Si lo hubiera hecho, las cosas podrían haber cambiado. Ahora ya nunca lo sabré…

– Van…

– No, por favor, déjame acabar. Me he pasado mucho tiempo tratando de comprender lo ocurrido. El hecho de regresar aquí fue lo primero que hice por decisión propia en doce años e incluso entonces no regresé porque así lo deseara. Tenía muchos asuntos por terminar aquí. No se suponía que tú serías una parte de todo eso, pero lo eres, y eso me confundió aún más. Te deseaba tanto… Aun cuando estaba enfadada, cuando sufría, te deseaba. Tal vez aquello era parte del problema. Cerca de ti, no podía pensar con claridad. Supongo que nunca he podido hacerlo. Comprendí que todo se había escapado fuera de mi control muy rápidamente cuando me hablaste de matrimonio, que no era suficiente con desear. Con tomar lo que quería…

– No sólo estabas tomando lo que querías…

– Espero que no. No quería hacerte daño. Nunca lo quise. Tal vez, en cierto modo, me esforcé demasiado por no herirte. Sabía que tú te disgustarías cuando supieras que me iba a Cordina a actuar en un concierto.

– Yo nunca te pediría que dejaras tu música ni tu carrera. Van.

– Lo sé, pero temía que yo decidiera dejarlo todo sólo por agradarte -dijo ella. Se levantó para colocarse bajo el sol. Él la siguió-. Si lo hubiera hecho, yo no sería nada. Nada, Brady.

– Adoro lo que eres. Van -susurró él. La tomó suavemente por el hombro-. El resto son sólo detalles.

– No. Hasta que no volví a marcharme no empecé a ver de lo que me estaba alejando y adonde me dirigía. Toda mi vida había hecho lo que me habían dicho. Se tomaban las decisiones en mi nombre. Yo nunca podía decidir nada. Aquella vez, fui yo la que decidí. Elegí ir a Cordina. Elegí actuar. Cuando estaba preparada para salir al escenario, esperé que el miedo se apoderara de mí. Esperé que se me encogiera el estómago y que empezara a sudar. No ocurrió nada -musitó ella. Tenía lágrimas en los ojos-. Me sentía estupendamente. Estupendamente. Quería salir al escenario y colocarme bajo los focos. Quería tocar y que me escucharan miles de personas. Yo lo deseaba. Eso lo cambió todo.

– Me alegro mucho por ti -afirmó él. Le acarició suavemente los brazos y dio un paso atrás-. De verdad. Estaba preocupado.

– Fue glorioso. Comprendí que nunca había tocado mejor. Tenía tal… libertad. Sé que podría regresar a todos los escenarios, a todas las salas de concierto y tocar así de nuevo. Lo sé -repitió. Miraba muy fijamente a los ojos de Brady.

– Me alegro mucho por ti -reiteró él-. No me gustaba pensar que estabas tocando sometida al estrés. Nunca habría permitido que volvieras a caer enferma, Van, pero hablaba en serio cuando te dije que no te estaba pidiendo que dejaras tu carrera.

– Me alegro de escuchar eso.

– Maldita sea, Van. Quiero saber que regresarás conmigo. Sé que una casa en los bosques no puede compararse con París o Londres, pero deseo que me digas que regresarás al final de tus giras. Que cuando estés aquí, tendremos una vida y una familia juntos. Quiero que me pidas que te acompañe siempre que me sea posible.

– Te lo prometería, pero…

– Esta vez no hay peros… -repuso él. La ira había vuelto a despertarse.

– Pero… -repitió Vanessa, con ojos desafiantes-… no voy a volver a ir de gira.

– Acabas de decir…

– Acabo de decir que podría regresar y lo haré. De vez en cuando, si algún acontecimiento en particular me atrae y puedo encajarlo con comodidad con el resto de mi vida. Deseo saber que puedo actuar cuando quiera y cuando me apetezca. Eso es muy importante para mí -le aseguró-. De hecho, no es sólo importante, Brady. Es como si, de repente, me hubiera dado cuenta de que soy una persona real, la persona que no he tenido la oportunidad de ser desde que cumplí los dieciséis años. Antes de subir al escenario de Cordina esta última vez, me miré al espejo y supe quién era. Me gustó la persona que yo era. Por eso, en vez de sentir miedo cuando salí bajo los focos, sólo hubo gozo.

– Pero has regresado…

– Yo he decidido regresar -susurró ella. Le tomó la mano y le apretó suavemente los dedos-. Necesitaba regresar. Habrá otros conciertos, Brady, pero deseo componer, grabar mis composiciones y sinfonías y, por mucho que me sorprenda este hecho, deseo dar clases. Aquí puedo hacer todas esas cosas, especialmente si alguien estuviera dispuesto a añadir un estudio de grabación a la casa que está construyendo.

Brady cerró los ojos y se llevó la mano de Vanessa a los labios.

– Estaré encantado de hacerlo.

– Además, deseo también volver a conocer a mi madre… y aprender a cocinar, aunque no tan bien que tú dependas de mis platos -afirmó. Brady abrió los ojos y la miró-. He decidido regresar aquí para estar contigo. Lo único que no he elegido ha sido amarte -añadió, con una sonrisa. Le enmarcó el rostro entre las manos-. Eso simplemente ocurrió, pero puedo vivir con ello. Y puedes estar seguro de que te amo, Brady, mucho más que ayer.

Vanessa lo besó dulcemente. Comprendió que, efectivamente, lo amaba más que ayer. Su amor era más rico, más profundo, aunque con toda la energía y la esperanza de la adolescencia.

– Pídemelo otra vez -susurró-. Por favor…

– ¿Que te pida qué? -preguntó él. Le costaba separarse de ella, aunque sólo fuera para poder mirarla a los ojos.

– Maldito seas, Brady.

Los labios de él comenzaron a esbozar una sonrisa.

– Hace unos pocos minutos, estaba furioso contigo.

– Lo sé -suspiró Vanessa, llena de satisfacción.

– Te amo, Van…

– Yo también te amo a ti. Ahora, pídemelo.

– Esta vez, me gustaría hacerlo bien, pero no tengo música ni luces tenues…

– Nos pondremos a la sombra y yo canturrearé una canción.


– ¡Vaya! Veo que estás deseando -comentó Brady, riendo. Entonces, volvió a besarla-. Sigo sin tener anillo.

– Eso sí lo tienes -replicó Vanessa. Había ido a buscarlo completamente preparada. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un anillo de oro con una pequeña esmeralda. Observó cómo cambiaba el rostro de Brady cuando lo reconoció.

– Lo has tenido guardado -murmuró. La miró a los ojos y, de repente, sintió que todo lo que estaba sintiendo en aquellos momentos doblaba de repente su intensidad.

– Siempre -dijo ella. Se lo colocó en la palma de la mano-. Funcionó en el pasado. ¿Por qué no vuelves a intentarlo?

Le temblaba la mano como nunca le había temblado. La miró y vio que en los ojos de Vanessa se reflejaba la promesa de unos sentimientos que duraban ya más de una década y que, a la vez, eran completamente nuevos.

– ¿Quieres casarte conmigo, Van?

– Sí -respondió ella riendo y conteniendo las lágrimas al mismo tiempo-. Claro que sí.

Brady le colocó el anillo en el dedo. Aún le servía.


***

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