Capítulo XI

«Muy bien, muy bien», pensó Vanessa, mientras Annie interpretaba una de las canciones de su adorada Madonna. Tenía que admitir que el ritmo era pegadizo. Había tenido que simplificar la canción un poco para que la niña pudiera tocarla, pero se notaba perfectamente de qué canción se trataba y eso era lo que contaba.

Tal vez las mejoras en la técnica de Annie no habían sido radicales, pero existían. Además, en lo que se refería al entusiasmo, Annie Crampton era su estudiante número uno.

Tuvo que admitir que su propia actitud hacia las clases había cambiado. Nunca se habría imaginado que disfrutaría tanto instruyendo a aquellos niños. En lo que se refería a los niños, sus esfuerzos contaban. Tal vez no mucho, pero contaban.

Las clases tenían el beneficio añadido de que la ayudaban a olvidarse de Brady. Al menos, durante una hora o dos todos los días.

– Muy bien, Annie.

– La he tocado entera -dijo la niña, completamente entusiasmada-. Puedo volver a tocarla si quiere.

– Mejor la semana que viene. Quiero que trabajes en la próxima lección de tu libro -dijo Vanessa. Acababa de agarrar el libro cuando oyó que se habría la puerta-. Hola Joanie.

– He oído la música -comentó ésta última, mientras se colocaba a Lara sobre la cadera-. Annie Crampton, ¿eras tú la que tocaba?

– Sí, la canción entera -respondió la niña, con una orgullosa sonrisa en los labios-. La señorita Sexton me ha dicho que lo he hecho muy bien.

– Y es cierto. Estoy muy impresionada, especialmente porque a mí no pudo enseñarme nada más que una canción.

Vanessa colocó una mano sobre la cabeza de la niña.

– La señora Knight no practicaba en casa.

– Yo sí. Mi madre me dice que he aprendido más en tres semanas que en el tiempo que estuve con el otro profesor. Además, es mucho más divertido. Hasta la semana que viene, señorita Sexton.

– Estoy impresionada -reiteró Joanie cuando la niña se hubo marchado.

– Tiene buenas manos -dijo Vanessa, extendiendo las suyas para tomar a Lara-. Hola, tesoro…

– Tal vez le puedas dar clases a ella algún día.

– Tal vez.

– Entonces, aparte de Annie, ¿cómo te va con el resto de las clases? ¿Cuántos alumnos tienes ya?

– Doce, y ése es mi límite, te lo prometo. En general, van muy bien. He aprendido a mirarles las manos a los niños antes de que se sienten al piano. Todavía no sé con lo que Scott Snooks me manchó el otro día las teclas.

– ¿Qué aspecto tenía?

– Verde -comentó, mientras jugueteaba con la pequeña Lara-. Ahora, inspecciono las manos antes de cada clase.

– Si puedes enseñarle a Scott Snooks algo que no sean diabluras y trastadas, puedes hacer milagros.

– Ese es el desafío. Si tienes tiempo, puedo descongelar una lata de limonada.

– La señorita Ama de Casa -comentó Joanie, con una sonrisa-. En realidad no. Sólo tengo un par de minutos. ¿No tienes ahora otra clase?

– Gracias a la varicela no. ¿Qué prisa tienes? -preguntó Vanessa, aún con la niña en brazos, mientras conducía a Joanie al salón.

– Sólo he venido para ver si necesitas algo. Mi padre y Loretta regresan dentro de unas horas y quiero verlos. Mientras tanto, tengo algunos recados que hacer.

– En realidad, me vendrían bien unas partituras. A ver qué te parece esto. Si te escribo los títulos y las traes, yo te cuido de Lara.

– Perdona, ¿he entendido bien?

– Sí. Puedes dejarme a Lara hasta que termines.

– Hasta que termine. ¿Quieres decir que me puedo ir al centro comercial completamente sola?

– Bueno, si prefieres llevártela…

Joanie soltó un grito de felicidad y se levantó para darle un beso a Vanessa y a Lara.

– Lara, cielo, te quiero. Hasta luego.

– Joanie, espera -dijo Vanessa, riendo-.Aún no te he escrito los títulos de las partituras.

– Oh, sí, claro. Supongo que me había emocionado un poco. No he ido de compras sola desde…Ya ni me acuerdo -comentó. De repente, la sonrisa se le borró del rostro-. Soy una madre terrible. Estoy encantada de dejar a mi hija aquí. No, encantada no es la palabra. Emocionada, extasiada, feliz… Soy una madre terrible.

– No. Estás un poco loca, pero eres una madre maravillosa.

– Tienes razón. Sólo ha sido la emoción de ir al centro comercial sin la sillita, la bolsa de los pañales… Todo se me subió a la cabeza. ¿Estás segura de que no te importa?

– Claro que no. Nos lo pasaremos muy bien.

– Por supuesto que sí, pero tal vez deberías colocar todo lo que sea importante un poco alto. Ya ha aprendido a andar.

– Todo irá bien -dijo Vanessa. Dejó a Lara en el suelo y le dio una revista para que la mirara. La niña la rasgó inmediatamente-. ¿Ves?

– De acuerdo. Le di de comer antes de que saliéramos de casa, pero tiene un biberón con zumo de manzana en la bolsa de los pañales. ¿Sabes cambiar pañales?

– He visto cómo se hace. No puede ser muy difícil.

– Bueno, si estás segura de que no tienes nada más que hacer…

– Tengo la tarde completamente libre. Cuando los recién casados lleguen a casa, sólo hay que andar unos metros para ir a verlos.

– Supongo que Brady vendrá también.

– No lo sé.

– Entonces, no ha sido producto de mi imaginación.

– ¿El qué?

– Que, desde hace unos días, existe mucha tensión entre vosotros.

– Te estás equivocando, Joanie.

– Tal vez, pero el asunto me interesa. Las veces que he visto a Brady últimamente, se ha mostrado enfadado o distraído. No hace falta que te diga que esperaba que los dos terminarais juntos.

– Me ha pedido que me case con él.

– ¿Que…? ¡Vaya! ¡Eso es maravilloso! ¡Fantástico! -exclamó Joanie. Mientras se lanzaba a los brazos de Vanessa, Lara comenzó a golpear la mesa y a gritar-. ¿Ves? Hasta mi hija se alegra.

– Le he dicho que no.

– ¿Cómo dices? -preguntó Joanie, atónita aquella vez-. ¿Que le has dicho que no?

– Es demasiado pronto para todo esto -dijo Vanessa. Se había dado la vuelta para no ver la desilusión en el rostro de su amiga-. Regresé hace tan sólo unas semanas y han ocurrido tantas cosas… Mi madre, tu padre… Cuando llegué aquí, ni siquiera sabía cuánto tiempo iba a quedarme. Estoy pensando en hacer una gira la próxima primavera.

– Pero todo eso no significa que no puedas tener tu vida privada. Es decir, si la deseas.

– No sé lo que quiero -admitió. Volvió a mirar a Joanie-. El matrimonio es… Ni siquiera sé lo que significa, así que, ¿cómo voy a considerar casarme con Brady?

– Pero lo amas.

– Sí, creo que sí. No quiero cometer el mismo error que mis padres. Necesito estar segura de que los dos queremos las mismas cosas.

– ¿Qué es lo que quieres tú?

– Aún estoy decidiéndolo.

– Pues es mejor que lo decidas rápidamente. Conozco muy bien a mi hermano y no te va a dar mucho tiempo.

– Precisamente es tiempo lo que necesito. Bueno, Joanie -dijo, antes de que su amiga pudiera seguir hablando-, es mejor que te vayas si quieres regresar antes de que lleguen mi madre y tu padre.

– Tienes razón. Voy por la bolsa de los pañales -anunció. Sin embargo, se detuvo en la puerta-. Sé que ya somos hermanastras, pero sigo esperando ser tu cuñada.


Brady sabía que iba a volver a pasarlo mal cuando se dirigió a la casa de Vanessa. Durante la última semana, había tratado de mantener las distancias. Cuando la mujer que uno ama se niega a contraer matrimonio, el ego de un hombre sufre mucho.

Quería creer que ella sólo estaba dando muestras de testarudez y que terminaría cambiando de opinión, pero se temía que el problema era mucho más profundo. Ella había tomado su postura. Brady podría marcharse o aporrearle la puerta. No supondría ninguna diferencia.

Sin embargo, fuera como fuera, tenía que verla.

Llamó al marco de la puerta, pero no obtuvo respuesta. Aquello no le sorprendió, teniendo en cuenta el volumen de los golpes que procedían del interior. Esperanzado, pensó que tal vez estaba enfadada consigo misma por haberle dado la espalda a la felicidad.

Aquella imagen le sirvió de consuelo. Casi empezó a silbar cuando abrió la puerta y entró en la casa. No sabía lo que había estado esperando, pero nunca se había imaginado que vería a su sobrina golpeando cacerolas como loca sobre el suelo mientras Vanessa, cubierta de harina, la observaba encantada. Cuando Lara lo vio, levantó una tapa de acero inoxidable y la dejó caer con gran satisfacción.

– Hola.

Con una rama de apio en la mano, Vanessa se dio la vuelta. Esperaba que el corazón le diera una voltereta al verlo, como le ocurría siempre. Sin embargo, no sonrió. Ni él tampoco.

– Oh. No te había oído entrar.

– No me sorprende -comentó él. Se agachó para tomar a Lara en brazos-. ¿Qué estás haciendo?

– Cuidando de Lara -respondió ella. Se frotó la harina que tenía en la nariz-. Joanie tenía que irse de compras, así que me ofrecí voluntaria a cuidar de Lara durante unas horas.

– Es muy traviesa, ¿verdad?

– Le gusta jugar con las cosas de la cocina -respondió ella.

Brady dejó a la cría en el suelo. Rápidamente, la pequeña se fue a jugar con una pequeña torre de latas de conserva.

– Verás cuando aprenda a arrancarles las etiquetas a las latas -le advirtió él-. ¿Tienes algo de beber?

– Lara tiene un biberón de zumo de manzana.

– No me refería a lo que tenía ella.

– Tengo una lata de limonada en el congelador -dijo Vanessa. Volvió a ponerse a cortar el apio-. Si la quieres, tendrás que preparártela tú mismo. Yo tengo las manos sucias.

– Eso ya lo veo. ¿Qué estás haciendo?

– Un lío. Pensé que, dado que mi madre y Ham van a volver dentro de poco, sería muy agradable tener un guisado o algo así preparado. Joanie ya ha hecho tanto que pensé que yo podía intentarlo -dijo. Asqueada, dejó el cuchillo-. Esto no se me da nada bien. Yo no he preparado la comida en toda mi vida -añadió. Se dio la vuelta justo cuando Brady iba al fregadero para dejar llenar una jarra de agua fría-. Soy una mujer adulta y, si no fuera por el servicio de habitaciones y las comidas preparadas, me moriría de hambre.

– Preparas muy bien los bocadillos de jamón.

– No estoy bromeando, Brady.

Él empezó a remover la limonada con una cuchara de madera.

– Tal vez deberías hacerlo.

– De repente, me puse a pensar en qué pasaría si yo fuera la esposa de un médico -dijo ella, de repente.

Brady se detuvo y la miró fijamente.

– ¿Qué has dicho?

– ¿Y si él tuviera que regresar a casa después de pasarse el día viendo a enfermos y haciendo rondas en el hospital? ¿Acaso no me gustaría prepararle una buena comida para que pudiéramos charlar mientras cenábamos? ¿No es eso algo que él esperaría?

– ¿Por qué no se lo preguntas?

– Maldita sea, Brady. ¿Es que no te das cuenta? No funcionaría.

– De lo único que me doy cuenta es que te está costando preparar… -empezó. Entonces, miró el desorden que había sobre la encimera de la cocina-. ¿Qué se supone que es?

– Guisado de atún.

– Te está costando preparar un guisado de atún. Personalmente, espero que no aprendas nunca.

– No se trata de eso.

Abrumado por la ternura que sintió hacia ella, le limpió parte de la harina que tenía sobre la mejilla.

– ¿De qué se trata?

– Tal vez no tenga mucha importancia, tal vez sea una estupidez, pero, si ni siquiera puedo trocear unas verduras, ¿cómo voy a poder realizar las tareas más importantes?

– ¿Crees que me quiero casar contigo para poder cenar caliente todas las noches?

– No. ¿Y tú, crees que me puedo casar contigo y sentirme constantemente inepta e inútil?

– ¿Porque no sabes lo que hacer con una rama de apio?

– Porque no sé ser una esposa -rugió ella-. Por mucho que te quiera, no sé si quiero serlo. Sólo hay una cosa que se me da bien, Brady. La música.

– Nadie te está pidiendo que la dejes. Vanessa.

– ¿Y qué ocurrirá cuando me vaya de gira? ¿Cuándo esté lejos de casa semanas seguidas? ¿Cuando tenga que dedicar horas interminables a ensayos y prácticas? ¿Qué clase de matrimonio tendríamos, Brady, entre mis conciertos?

– No lo sé -admitió Brady. Miró a su sobrina, que, en aquellos momentos, estaba ocupada metiendo las latas en las cacerolas-. No sabía que estabas considerando seriamente volver a dar conciertos.

– Tengo que considerarlo. Han formado parte de mi vida durante demasiado tiempo como para que no sea así -dijo Vanessa, algo más tranquila. Entonces, siguió troceando verduras-. Soy pianista, Brady, igual que tú eres médico. Lo que hago no salva vidas, pero las enriquece.

– Sé que lo que haces es muy importante, Van -le aseguró él-. Te admiro por ello. Lo que no entiendo es por qué tu talento tendría que ser un obstáculo para que estemos juntos.

– Es tan sólo uno de ellos.

Brady la agarró por el brazo y la obligó a interrumpir lo que estaba haciendo.

– Quiero casarme contigo -le dijo, tras hacer que lo mirara-. Quiero tener hijos contigo y que tú construyas un hogar para ellos. Lo podemos conseguir, te lo aseguro. Confía en mí.

– Primero necesito confiar en mí. Me marcho a Cordina la semana que viene.

– ¿A Cordina?

– Sí. Para la gala benéfica anual que organiza la princesa Gabriela.

– He oído hablar de esa gala.

– He accedido a dar un concierto.

– Entiendo. ¿Cuándo te comprometiste?

– Hace ya casi dos semanas.

– No me lo habías dicho.

– No, no te lo había dicho. Con todo lo que estaba ocurriendo entre nosotros, no estaba segura de cómo reaccionarías.

– ¿Ibas a esperar hasta que tuvieras que marcharte al aeropuerto para decírmelo o te ibas a contentar con mandarme una postal cuando llegaras allí? Maldita sea, Van… ¿A qué has estado jugando conmigo? ¿Lo nuestro ha sido simplemente para matar el tiempo?

– Sabes que no es así.

– Lo único que sé es que te marchas.

– Es un único concierto. Unos pocos días.

– ¿Y entonces?

Vanessa se puso a mirar por la ventana.

– No lo sé. Frank, mi mánager, tiene muchas ganas de prepararme una gira. Eso además de una serie de conciertos especiales que me han pedido hacer.

– Además…Viniste aquí con una úlcera porque no soportabas subir a un escenario, porque te habías exigido demasiado con demasiada frecuencia. Y ya estás hablando de volver a hacerlo otra vez.

– Se trata de algo que tengo que decidir por mi misma…

– Tu padre…

– Mi padre está muerto -lo interrumpió ella-.Ya no puede ejercer su influencia sobre mí para obligarme a tocar. Espero que tú no trates de ejercer la tuya para obligarme a no hacerlo. No creo que me exigiera demasiado. Hice lo que tenía que hacer. Lo único que quiero es tener la oportunidad para decir qué quiero hacer con mi vida.

– Has estado pensando en regresar, te has comprometido con Cordina, pero nunca me has hablado a mí al respecto -dijo él, apenado.

– No. Por muy egoísta que pueda parecer, esto es algo que tengo que decidir yo sola. Sé que es injusto por mi parte pedirte que esperes. Por eso no voy a hacerlo. Sin embargo, pase lo que pase, quiero que sepas que las últimas semanas que he pasado contigo han significado mucho para mí.

– Al diablo con eso -replicó Brady. Era casi como decir adiós-.Vete a Cordina, vete donde quieras, pero no me olvides. No te olvides de esto…

La besó con furia y con desesperación. Vanessa no se resistió.

– Brady -susurró, tocándole suavemente el rostro-. Tiene que haber mucho más que esto. Para los dos.

– Claro que hay más -afirmó él-.Y tú lo sabes.

– Hoy me he hecho una promesa a mí misma: voy a tomarme el tiempo necesario para pensar en mi vida, en cada año que he pasado y en cada momento que recuerde como importante. Cuando lo haya hecho, tomaré la decisión correcta. No habrá dudas ni excusas, pero, por el momento, debes dejarme marchar.

– Ya te dejé marchar una vez -le recordó él. Antes de que ella pudiera contestar, Brady volvió a tomar la palabra-. Escúchame. Si te marchas así, no pienso pasar el resto de mi vida deseándote. No permitiré que me rompas el corazón una segunda vez.

En aquel momento, cuando estaban frente a frente, Joanie entró en la cocina.

– Vaya, dos canguros -comentó mientras tomaba en brazos a su hija-. No me puedo creer que haya echado de menos a este monstruo. Siento que me haya llevado tanto tiempo. Había mucha gente en las tiendas. Veo que mi hija ha estado muy ocupada -añadió, al ver las cacerolas y las latas que había sobre el suelo.

– Se ha portado muy bien -consiguió decir Vanessa-. Se ha comido una media caja de galletas.

– Ya me parecía que había engordado un poco. Hola, Brady. ¡Qué coincidencia! Me alegro de verte. Además, mirad a quién me he encontrado en el exterior de la casa -exclamó Joanie. Se hizo a un lado y dejó que Ham y Loretta entraran del brazo-. ¿A que tienen un aspecto magnífico? Están tan bronceados… Sé que los bronceados no son buenos, pero sientan tan bien…

– Bienvenidos -dijo Vanessa, con una sonrisa, aunque no se movió del sitio-, ¿Lo habéis pasado bien?

– Maravillosamente -contestó Loretta mientras colocaba un enorme bolso de paja sobre la mesa. Efectivamente, tenía algo de color en la cara y en los brazos. Además, los ojos le irradiaban felicidad-. Seguramente es el lugar más hermoso de la tierra, con toda esa arena blanca y el agua tan transparente. Hasta fuimos a bucear.

– Yo nunca he visto tantos peces en toda mi vida -comentó Ham, poniendo también otro bolso de paja sobre la mesa.

– ¡Ja! -exclamó Loretta-. Lo único que hacía era mirar las piernas de las mujeres por debajo del agua. Algunas no llevaban casi nada puesto. Ni los hombres -añadió, con una sonrisa-.Yo dejé de mirar al otro lado después de los dos primeros días.

– De las dos primeras horas, más bien -le corrigió Ham.

Loretta se echó a reír y rebuscó en su bolso de paja.

– Mira, Lara -le dijo a la niña-. Te hemos traído una marioneta.

– Entre otra docena de cosas -intervino Ham-. Esperad hasta que veáis las fotos. Yo incluso alquilé una de esas cámaras subacuáticas y tomé muchas fotos de… de los peces, claro.

– Vamos a tardar semanas en deshacer las maletas. Ni siquiera quiero pensarlo -suspiró Loretta. Se sentó a la mesa-. Oh… y las joyas de plata. Supongo que me excedí un poco.

– Mucho, diría yo -añadió Ham guiñándole un ojo a su esposa.

– Quiero que escojáis las piezas que más os gusten -les dijo Loretta a Vanessa y a Joanie-. Cuando las encontremos… Brady, ¿es eso limonada?

– Sí -respondió él. Rápidamente le sirvió un vaso-. Bienvenida a casa.

– Espera a que veas tu sombrero.

– ¿Mi sombrero?

– Es plateado y rojo… y mide unos tres metros de diámetro -bromeó Loretta-. No pude evitar que tu padre te lo comprara. Oh… Es tan agradable estar en casa. ¿Qué es todo eso? -preguntó, tras mirar la encimera.

– Era… -susurró Vanessa. Observó el jaleo que había montado-.Yo… pensé que no te apetecería cocinar en la primera noche de vuelta en casa.

– ¡Oh, la comida casera! -exclamó Ham mientras movía la marioneta para regocijo de Lara-. No hay nada que me apetezca más.

– En realidad no he…

Joanie miró la encimera y decidió echar una mano a su amiga.

– En realidad, acababa de empezar. ¿Qué te parece si te echo una mano, Vanessa?

Ella dio un paso atrás y se chocó contra Brady. Entonces, se apartó de él rápidamente.

– Regresaré dentro de un minuto.

Salió rápidamente de la cocina y subió las escaleras como si la persiguiera el diablo. Cuando llegó a su dormitorio, se sentó en la cama y se preguntó si se estaba volviendo loca. Seguramente, si algo de tan poca importancia como un guisado de atún era capaz de hacerla llorar…

– Van -susurró Loretta. Estaba observándola desde la puerta-, ¿puedo entrar?

– Iba a bajar enseguida. Es que… -dijo. Trató de ponerse de pie, pero volvió a sentarse-. Lo siento. No quería estropear vuestra vuelta a casa.

– No has estropeado nada -afirmó Loretta. Después de un segundo, entró en la habitación y cerró la puerta. A continuación fue a sentarse sobre la cama, al lado de su hija-. Supe que estabas disgustada en el momento en el que entré. Pensé que era… que era por mí.

– No. No del todo.

– ¿Te gustaría hablar de ello?

Vanessa se lo pensó tanto tiempo que Loretta temió que no iba a decirle nada en absoluto.

– Es Brady. No, en realidad soy yo -se corrigió Vanessa-. Quiere que me case con él, pero yo no puedo. Hay tantas razones para no hacerlo y él no quiere comprenderlas. Yo no sé cocinar ni lavar la ropa ni hacer ninguna de las cosas que Joanie realiza sin esfuerzo alguno.

– Joanie es una mujer maravillosa, pero es muy diferente a ti.

– Yo soy la que es diferente. De Joanie, de ti, de todo el mundo.

Temerosa de que Vanessa la rechazara, Loretta comenzó a acariciar el cabello de su hija.

– No saber cocinar ni es algo anormal ni mucho menos un delito.

– Lo sé… Lo que ocurre simplemente es que quería ser autosuficiente y terminé sintiéndome completamente inadecuada.

– Yo no te enseñé a cocinar ni a dirigir una casa, en parte porque estabas tan metida en tu música y no tenías tiempo, pero, principalmente, porque no quise hacerlo. Quería que los trabajos de la casa fueran sólo para mí. La casa era lo único que tenía para realizarme. Sin embargo, me parece que, en realidad, no estamos hablando de coladas y cacerolas, ¿verdad?

– No. Me siento presionada por lo que quiere Brady. El matrimonio me parece una idea encantadora pero…

– Pero tú creciste en un hogar en el que no lo era -afirmó Loretta-. Resulta extraño lo ciegas que pueden ser las personas. Mientras tú crecías, yo nunca pensé que lo que estaba ocurriendo entre tu padre y yo te afectara a ti, pero claro que te afectaba.

– Era vuestra vida.

– Eran nuestras vidas -le corrigió su madre-.Van, mientras hemos estado de luna de miel, Ham y yo hemos hablado mucho sobre esto. Él quería que te lo explicara todo. Yo no había estado de acuerdo con él hasta este momento.

– Todos están abajo.

– Ya ha habido suficientes excusas -dijo Loretta. Se levantó y se dirigió hacia la ventana-. Yo era muy joven cuando me casé con tu padre. Sólo tenía dieciocho años. Dios, parece que todo ocurrió hace una eternidad. Ciertamente, yo era otra persona. ¡Él me robó el corazón! Entonces, tu padre tenía casi treinta años y acababa de regresar de París, Londres, Nueva York… De un montón de lugares muy interesantes.

– Su carrera había fracasado -comentó Vanessa-. Él nunca quiso hablar al respecto, pero yo lo he leído. Además, había otras personas a las que sí les gustaba hablar de sus fracasos.

– Era un músico brillante. Eso nadie se lo podía negar -susurró Loretta. Se dio la vuelta. Tenía una profunda tristeza reflejada en los ojos-. Como su carrera no alcanzó el potencial que él esperaba, le dio la espalda. Cuando regresó a casa, era un hombre atormentado, variable, impaciente…Yo era una chica muy sencilla. Hasta entonces, mi vida había sido completamente corriente. Tal vez fue eso lo que lo atrajo al principio. Su sofisticación fue lo que me atrajo a mí. Me cegó por completo. Cometimos un error. Fue tanto culpa mía como suya. Yo me sentía abrumada, halagada, hipnotizada… Me quedé embarazada.

– ¿De mí? -preguntó Vanessa, atónita-. Entonces, ¿os casasteis por mí?

– Nos casamos porque nos mirábamos el uno al otro y veíamos sólo lo que queríamos ver. Tú fuiste el resultado de eso. Quiero que sepas que fuiste concebida en medio de lo que los dos creíamos desesperadamente que era amor. Tal vez precisamente porque lo creíamos era amor. Ciertamente era afecto, cariño y necesidad.

– Te quedaste embarazada… No te quedó elección.

– Siempre hay elección -afirmó Loretta-. Tú no fuiste ni un error, ni un inconveniente ni una excusa. Eras lo mejor de los dos y ambos lo sabíamos. No hubo peleas ni recriminaciones. Yo estaba encantada de llevar su hijo en el vientre y él estaba igual de feliz. El primer año de casados fue bueno. En muchos sentidos, fue hasta hermoso. Te aseguro que tú fuiste lo mejor que nos ocurrió. La tragedia fue que éramos lo peor que nos podía haber ocurrido mutuamente. Tú no tenías la culpa de eso, pero nosotros sí.

– ¿Qué ocurrió a continuación?

– Mis padres murieron y nos mudamos a esta casa. Ésta era la casa en la que yo había crecido y me pertenecía a mí. Yo nunca comprendí lo mucho que a él lo molestaba eso. De hecho, ni siquiera creo que lo comprendiera él. Tú entonces tenías tres años. Tu padre estaba muy inquieto. No le gustaba estar aquí, pero no tenía valor para enfrentarse a la posibilidad del fracaso si trataba de retomar su carrera. Comenzó a darte clases. De la noche a la mañana, pareció que toda la pasión, toda la energía que poseía, iban destinadas a convertirte a ti en la estrella que él no había podido ser -afirmó Loretta. De nuevo, se volvió para mirar por la ventana-.Yo no se lo impedí. Ni lo intenté. Tú parecías feliz tocando el piano. Cuando más prometedora parecías, más se amargaba él, no por ti, sino por la situación y, por supuesto, por mí. A mí me ocurrió lo mismo con él. Tú eras lo único bueno que habíamos hecho juntos, lo único que los dos podíamos amar completamente. Sin embargo, no era suficiente para conseguir que nos amáramos. ¿Me comprendes?

– ¿Por qué seguisteis viviendo juntos?

– En realidad no estoy segura. Por costumbre. Por miedo. Tal vez por la esperanza de que, algún día, descubriéramos que sí nos queríamos. Había demasiadas discusiones. Recuerdo lo mucho que te disgustaban a ti. Cuando te convertiste en una adolescente, solías salir corriendo de la casa para escapar de nuestras peleas. Te fallamos, Van. Los dos. Aunque sé que él hizo cosas egoístas e incluso imperdonables, yo te fallé todavía más porque cerré los ojos para no verlas. En vez de tratar de arreglar las cosas, busqué una salida. Y la encontré con otro hombre.

Loretta se armó de valor y se volvió a mirar a su hija.

– No hay excusa -prosiguió-. Tu padre y yo ya no teníamos relaciones íntimas, casi ni nos hablábamos, pero yo habría podido tener otras alternativas. Había pensado en el divorcio, pero hace falta ser muy valiente y yo era una cobarde. De repente, encontré una persona que era amable conmigo, alguien que me encontraba atractiva y deseable. Como estaba prohibido y estaba mal, resultaba muy excitante.

Vanessa sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Tenía que conocer lo ocurrido, comprender.

– Estabas muy sola -dijo.

– Eso es cierto -musitó Loretta, muy compungida-, pero no es excusa…

– No quiero excusas. Quiero saber cómo te sentiste.

– Perdida. Vacía. Me sentí como si mi vida hubiera terminado. Quería que alguien volviera a necesitarme, a abrazarme, alguien que me dijera palabras hermosas, aunque fueran mentira… Me equivoqué, igual que nos equivocamos tu padre y yo cuando decidimos casarnos sin pensarlo bien -susurró. Regresó a la cama y tomó la mano de Vanessa-. Quiero que para ti sea diferente. Será diferente. Apartarse de algo que es bueno para uno es tan estúpido como aceptar lo que no nos beneficia.

– ¿Cómo se sabe la diferencia?

– La sabrás. A mí me ha llevado casi toda mi vida comprenderlo. Con Ham, lo supe enseguida.

– ¿No sería… no sería Ham el que…?

– ¿El hombre con el que engañé a tu padre? No, claro que no. Él jamás habría traicionado a Emily. La amaba demasiado. Fue otro hombre. No estuvo mucho tiempo en el pueblo, tan sólo unos pocos meses. Supongo que, en cierto modo, así fue todo más fácil. Era un desconocido, alguien que no me conocía. Cuando rompí con él, siguió con su vida como si nada.

– ¿Por qué rompiste con él?

Loretta sabía que lo que estaba a punto de decir a continuación era lo más difícil.

– Fue la noche de tu baile. Yo había estado en tu habitación contigo. Estabas tan disgustada…

– Hizo que arrestarán a Brady.

– Lo sé -dijo Loretta. Apretó la mano de Vanessa un poco más fuerte-.Te juro que yo no lo sabía. Te dejé a solas porque tú necesitabas la soledad. Yo no hacía más que pensar en lo que le iba a decir a Brady Tucker cuando lo tuviera delante. Seguía muy disgustada cuando tu padre llegó a casa. Estaba lívido, completamente lívido. Fue entonces cuando todo salió a la luz. Estaba furioso porque el sheriff había soltado a Brady cuando Ham fue a la comisaría y protestó muy airadamente. Yo me sentí muy mal. A tu padre nunca le había gustado Brady, yo ya lo sabía, igual que no le habría gustado cualquier otro chico que se interpusiera con los planes que había preparado para ti. Sin embargo, aquello iba más allá de lo que yo hubiera podido imaginar. Los Tucker eran amigos nuestros y cualquiera que tuviera ojos en la cara podía ver que Brady y tú estabais enamorados. Admito que me había preocupado mucho el hecho de que hicierais el amor, pero habíamos hablado al respecto y tú eras una chica sensata. En cualquier caso, tu padre estaba furioso y yo me sentía muy enojada, quemada por su falta de sensibilidad. Perdí el control. Le dije lo que llevaba varias semanas intentando ocultar. Estaba embarazada…

– Embarazada… Dios…

Loretta volvió a ponerse de pie para pasear por la habitación.

– Creí que se iba a enfadar mucho, pero, en vez de eso, se quedó muy tranquilo. Demasiado tranquilo. Me dijo que ya no podíamos permanecer juntos. Iba a pedir el divorcio y se quedaría contigo. Cuanto yo más le gritaba, le suplicaba, lo amenazaba, más tranquilo se ponía. Me dijo que se quedaría contigo porque te cuidaría mejor. Yo era… bueno, era evidente lo que yo era. Ya tenía los billetes para París. Dos billetes. Yo no lo sabía, pero había pensado llevarte con él de cualquier manera. Yo no diría nada ni haría nada que se lo impidiera. Si lo hacía, me amenazó con presentar demanda en un juzgado para reclamar tu custodia que él ganaría de todos modos y en el que se sabría que yo estaba embarazada de otro hombre -musitó. Sin poder evitarlo, empezó a llorar-. Si yo no estaba de acuerdo, esperaría hasta que el bebé naciera y presentaría cargos contra mí por incapacidad como madre. Me juró que haría todo lo posible por llevarse también a ese niño. Yo me quedaría sin nada.

– Pero tú… él no pudo…

– Yo casi no había salido de este pueblo y mucho menos del estado. No sabía lo que él podía hacerme. Lo único que sabía era que iba a perder una hija, tal vez incluso el que venía de camino. Tú te ibas a París, a ver montones de cosas maravillosas, a tocar en lugares fabulosos. Te convertirías en alguien importante -susurró. Con las mejillas empapadas por las lágrimas, se dio la vuelta-. Dios es mi testigo, Vanessa. No sé si accedí porque pensaba que eso era lo que tú querrías o porque tenía miedo.

– Eso ya no importa -afirmó la joven. Se levantó y se acercó a su madre-.Ya no importa…

– Sabía que me odiarías…

– No. No te odio. No puedo odiarte -dijo. Abrazó a su madre y la estrechó con fuerza-. ¿Y ese bebé? ¿Qué hiciste con él?

Loretta sintió que la pena la embargaba de nuevo.

– Tuve un aborto justo cuando estaba a punto de cumplir los tres meses de embarazo. Os perdí a los dos. Nunca tuve todos los hijos con los que había soñado.

– Oh, mamá… -susurró Vanessa, llorando también-. Lo siento mucho. Debió de ser terrible para ti.

– Te aseguro que no pasó ni un solo día sin que pensara en ti. Te eché tanto de menos… Si pudiera enmendar lo que hice…

Vanessa sacudió firmemente la cabeza.

– No. No podemos enmendar el pasado. Tendremos que volver a empezar…

Загрузка...