Capítulo VIII

Vanessa oyó un golpeteo contra el cristal de la ventana y se despertó. ¿Estaría lloviendo? Trató de recordar por qué era tan importante que no lloviera precisamente ese día…

¡La boda! Se incorporó de un salto sobre la cama. El sol brillaba desde el cielo. Atravesaba el cristal de la ventana como si se tratara de dedos dorados. Entonces, volvió a escuchar otra vez el golpeteo.

Decidió que no estaba lloviendo. Eran guijarros, rué corriendo a la ventana y la abrió de par en par.

Brady estaba en el jardín de su casa, vestido con unos pantalones de deporte muy viejos y unas zapatillas deportivas igual de raídas.

– Ya iba siendo hora -susurró él-. Llevo arrojando guijarros contra tu ventana desde hace diez minutos.

– ¿Por qué?

– Para despertarte.

– ¿Has oído hablar de un invento que se llama teléfono?

– No quería despertar a tu madre.

– ¿Qué hora es?

– Poco después de las seis -respondió él. Al ver que Kong estaba cavando en el lugar exacto en el que estaban plantadas las caléndulas, le silbó para que se acercara a él-. Bueno, ¿vas a bajar?

– Me gusta la vista desde aquí -contestó ella, con una sonrisa.

– Tienes diez minutos antes de que trate de recordar si sé escalar por una tubería.

Vanessa soltó una carcajada y cerró la ventana. En menos de diez minutos salía por la puerta trasera vestida con sus vaqueros y su sudadera más vieja. Descartó los pensamientos románticos cuando vio también a Joanie, Jack y Lara.

– ¿Qué es lo que pasa? -preguntó.

– Vamos a decorar un poco -contestó Brady. Entonces, le mostró una caja-. Guirnaldas, globos, campanillas de boda… Todo. Pensamos que podríamos decantarnos por lo discreto y elegante para la ceremonia y luego sacar todo lo demás en el picnic de mi padre.

– Estupendo. ¿Dónde empezamos?

Trabajaron en medio de susurros y risas ahogadas, discutiendo el modo más adecuado de colgar una guirnalda sobre uno de los árboles. La idea que Brady tenía de la discreción era colgar media docena de campanillas de boda de las ramas del árbol y rematarlo todo con globos. Cuando se dirigieron a la casa de los Tucker, se desmelenó por completo.

– Es un banquete de boda, no un circo -le recordó Vanessa, al ver la alegría con la que colgaba guirnaldas y globos de un viejo árbol.

– Es una celebración -replicó él-. Dame un poco más de rosa.

A pesar de que estaba en contra, Vanessa obedeció.

– Parece que lo ha hecho un niño de cinco años.

– Se llama expresión artística.

Vanessa se dio la vuelta y vio que Jack se había subido al tejado y que estaba colocando unos globos en el desagüe. Mientras que Lara estaba sentada en una manta con un montón de cubos de plástico y con Kong por única compañía, Joanie ató la última campanilla al emparrado. El resultado de sus esfuerzos no resultó demasiado elegante ni artístico, pero estaba fenomenal.

– Estáis todos locos -decidió Vanessa cuando Brady se bajó por fin del árbol-. ¿Y ahora qué hay que hacer?

– Aún nos queda un poco de esto -contestó Brady mostrándole un rollo blanco y un rollo rosa.

Vanessa se quedó pensando un momento y luego sonrió.

– Dame la cinta adhesiva -dijo. Con ella en la mano, echó a correr hacia la casa-.Vamos, Brady. Ayúdame.

– ¿A qué?

– Tengo que subirme encima de tus hombros -afirmó. Se colocó detrás de él y le enroscó las piernas alrededor de la cintura. Poco a poco, fue subiendo-. Ahora, dame lo dos rollos.

– Me gustan tus rodillas -comentó Brady, tras girar la cabeza y darle un bocado a una.

– Piensa que sólo eres una escalera -le recordó Vanessa mientras aseguraba las puntas de las guirnaldas a los aleros de la casa-. Ahora, regresa donde estábamos, pero hazlo muy lentamente ya que iré girando la cinta a medida que avancemos.

– ¿Hacía dónde?

– Hacia la parte más alejada del jardín… Hacia la monstruosidad que hace unos minutos era un hermoso árbol -bromeó.

Con mucho cuidado, Brady hizo lo que ella le había pedido.

– ¿Qué estás haciendo?

– Estoy decorando el jardín -contestó, mientras entrelazaba las dos guirnaldas-. Ten cuidado. No te choques con el árbol -añadió, cuando llegaron al lugar indicado-. Ahora, sólo tengo que atarlas a esta rama. Ya está.

– ¿Y ahora qué?

– Ahora, vamos a ir desde aquí hacia el otro lado de la casa. Eso sí que es artístico.

Cuando hubieron terminado, Vanessa se colocó las manos sobre las caderas y observó los resultados.

– Está muy bien -concluyó-. Muy bien, a excepción del destrozo que tú hiciste en ese pobre árbol.

– Ese árbol es una obra de arte. Está lleno de simbolismo.

En aquel momento, Joanie se acercó a ellos. Sonrió a Vanessa, que seguía subida encima de Brady.

– Creo que es mejor que nos demos prisa. Sólo quedan dos horas para la boda. Recuerda, Brady, que tú debes ocuparte de papá hasta que nosotros regresemos.

– No se va a ir a ninguna parte.

– No es eso lo que me preocupa. Está tan nervioso que es capaz de atarse los cordones de los zapatos entre sí.

– Tal vez incluso se olvide de ponerse zapatos -comentó Jack, agarrando a su esposa del brazo-. O podría ponerse los zapatos, pero olvidarse de los pantalones y todo, querida mía, porque tú estás aquí preocupándote por lo que puede pasar en vez de irte a casa y cambiarte para regresar con tiempo para gruñirle y ocuparte de que no ocurra ningún contratiempo.

– Yo no gruño -protestó Joanie, entre risas, mientras su esposo se la llevaba a rastras-. Brady, no te olvides de hablar con la señora Leary para lo del pastel. Oh y…

El resto se perdió cuando Jack le tapó la boca con la mano.

– Y yo que solía taparme las orejas con las manos -murmuró Brady-. ¿Quieres que te lleve a casa?

– Claro.

Brady echó a andar, aún con ella sobre los hombros.

– ¿Has engordado? -le preguntó. Había notado que llenaba un poco más los vaqueros.

– Ordenes del médico. Ten cuidado.

– Se trata puramente de una pregunta profesional. ¿Qué te parece si te examino? -le preguntó Brady mientras levantaba la cabeza para mirarla con cierta lujuria.

– Ten cuidado con… -le advirtió Vanessa mientras se agachaba para no golpearse con unas ramas-. Podrías haberlas evitado.

– Sí, pero no habría podido oler tu cabello -replicó él. La besó antes de que ella pudiera incorporarse-. ¿Me vas a preparar el desayuno?

– No.

– ¿Un café?

– No -reiteró ella. Había empezado a bajarse de los hombros de Brady.

– ¿Ni siquiera uno instantáneo?

– No -contestó ella, entre risas-. Me voy a dar una buena ducha para luego pasarme una hora arreglándome y admirándome frente al espejo.

Él la tomó entre sus brazos.

– A mí me parece que estás bastante bien ahora.

– Puedo estar aún mejor.

– Ya te lo diré. Después del picnic, ¿quieres venir a mi casa para que te enseñe las muestras de pintura? -susurró.

Vanessa le besó rápida e impulsivamente.

– Ya te lo diré -dijo, antes de desaparecer en el interior de la casa.


Loretta parecía haberle pasado los nervios a su hija. Mientras la novia se vestía tranquilamente, Vanessa no hacía más que retocar los arreglos florales, ocuparse de que todo estuviera preparado e ir de un lado a otro buscando al fotógrafo.

– Debería haber llegado hace diez minutos -dijo, cuando oyó que Loretta bajaba la escalera-. Sabía que era un error contratar al cuñado del nieto de la señora Driscoll. No comprendo por qué… -comentó mientras se daba la vuelta. Al ver a su madre, se quedó sin palabras-. ¡Oh! ¡Estás guapísima!

Loretta había elegido un vestido de seda verde claro, con un sencillo toque de encaje a lo largo del bajo. Era muy sobrio y elegante. Se había comprado un sombrero a juego y se había acicalado muy bien el cabello por debajo del ala.

– ¿No te parece que el sombrero es demasiado? Es sólo una boda íntima e informal.

– Es perfecto. De verdad. Creo que nunca te he visto más guapa.

– Me siento guapa. No sé lo que me pasó anoche, pero hoy me siento estupendamente. Soy tan feliz… No quiero llorar -susurró mientras sacudía la cabeza-. Me he pasado una eternidad maquillándome.

– No vas a llorar -dijo Vanessa-. El fotógrafo… Oh, gracias a Dios. Acaba de llegar. Yo… Oh, espera. ¿Lo tienes todo?

– ¿Todo?

– Ya sabes, algo viejo, algo nuevo…

– Se me había olvidado. Veamos -musitó Loretta. Las supersticiones de una novia se acababan de apoderar de ella-. El vestido es nuevo, los pendientes de perlas eran de mi madre, por lo que son viejos…

– Buen comienzo. ¿Llevas algo azul?

Loretta se sonrojó.

– Si -confesó-. Debajo del vestido tengo… La combinación que llevo puesta tiene unos lacitos azules. Supongo que creerás que soy una tonta por comprar lencería algo atrevida.

– Claro que no -afirmó Vanessa. Tocó el brazo de su madre y se sintió abrumada por el impulso que sintió de abrazarla. Para no hacerlo, dio un paso atrás-. Ya sólo nos queda lo prestado.

– Bueno, yo…

– Aquí tienes -dijo Vanessa. Se quitó una delicada pulsera de oro que llevaba puesta-. Ponte esto y estarás toda preparada -añadió. Volvió a asomarse por la ventana-. Oh, ahí viene Ham y todos los demás. Parecen un desfile. Métete en el cuarto de música hasta que todo esté preparado.

– Van -susurró Loretta. Aún tenía la pulsera en la mano-. Gracias.

Vanessa esperó hasta que su madre hubo desaparecido para abrir la puerta. La confusión entró en la casa. Joanie estaba discutiendo con Brady sobre el modo más adecuado de colocarse la flor en el ojal. Ham, por su parte, no hacía más que pasear de arriba abajo de la casa. Por fin, Vanessa pudo sacarlos al exterior.

– Veo que has traído al perro -dijo Vanessa mirando a Kong. El animal llevaba un clavel rojo sujeto al collar.

– Es parte de la familia -afirmó Brady-. No podía herir sus sentimientos de esa manera.

– ¿Y no le podrías haber puesto una correa?

– No le insultes.

– Está olisqueando los zapatos del reverendo Taylor.

– Con un poco de suerte, eso será lo único que haga con los zapatos del reverendo Taylor. Por cierto, tenías razón -comentó, mirándola fijamente.

– ¿Sobre qué?

– Podías tener aún mejor aspecto.

Vanessa iba ataviada con un vestido muy veraniego. La falda tenía mucho vuelo y llevaba un estampado floral. Contrastaba profundamente con el corpiño azul cobalto que le dejaba los hombros al descubierto. La cadena de oro y los pendientes que llevaba puestos hacían juego con la pulsera que le había dejado a Loretta.

– Tú también -dijo ella. Sin poder evitarlo, levantó las manos para estirarle la corbata azul marino que llevaba puesta con un traje color marfil-. Supongo que estamos todos preparados.

– Aún nos falta algo.

– ¿El qué? -preguntó Vanessa, atónita.

– La novia.

– Oh, Dios, se me había olvidado. Iré por ella.

Vanessa volvió a entrar corriendo en la casa. Encontró a Loretta en la sala de música, sentada sobre el taburete del piano.

– ¿Lista?

– Sí -respondió ella, después de respirar profundamente.

Atravesaron juntas la casa, pero, al llegar a la puerta trasera, Loretta agarró la mano de su hija. Así, cruzaron juntas el césped. A cada paso que daban, la sonrisa de Ham se iba haciendo más amplia y el paso de su madre más firme. Se detuvieron delante del reverendo y, entonces, Vanessa soltó la mano de su madre. Dio un Paso atrás y tomó la de Brady.

– Queridos hermanos…-comenzó el pastor.

Vanessa vio cómo su madre se casaba bajo la sombra del árbol que Brady había estado decorando. Las campanillas no dejaban de sonar.

– Puedes besar a la novia -entonó por fin el reverendo.

Todas las personas que había en los jardines cercanos empezaron a aplaudir. El fotógrafo tomó una nueva instantánea cuando Ham abrazó a Loretta y le dio un largo beso que provocó más gritos y vítores.

– Muy bien -dijo Brady mientras abrazaba a su padre.

Vanessa dejó su confusión a un lado y se dirigió a abrazar a su madre.

– Enhorabuena, señora Tucker.

– Oh, Van…

– Todavía no puedes llorar. Aún tenemos que hacer muchas fotografías.

Con un grito de alegría, Joanie se abalanzó sobre las dos con su hija en brazos.

– Estoy tan contenta -susurró-. Dale a tu abuela un beso, Lara.

– Abuela -susurró Loretta, casi a punto de llorar. Rápidamente tomó en brazos a la niña-. Abuela…

Brady rodeó los hombros de Vanessa con un brazo.

– ¿Cómo te sientes, tía Vanessa?

– Asombrada -contestó. Se echó a reír con Brady mientras el cuñado del nieto de la señora Driscoll no dejaba de tomar fotografías-. Vamos a servir el champán.


Dos horas más tarde, estaban en el jardín trasero de los Tucker, llevando una bandeja de hamburguesas crudas hacia la barbacoa.

– Yo creía que tu padre siempre se encargaba de cocinar -le dijo a Brady.

– Hoy me ha cedido la espátula a mí -contestó Brady. Se había quitado la chaqueta y la corbata y se había remangado la camisa. Le dio la vuelta a una hamburguesa con gran habilidad.

– Lo haces muy bien.

– Deberías verme con el escalpelo.

– Creo que mejor no, gracias. Este picnic es tal y como lo recuerdo. Ruidoso y lleno de gente.

Había muchas personas en el jardín, en la casa e incluso por las aceras. Algunos estaban sentados en sillas o sobre la hierba. Los bebés iban de mano en mano. Los viejos estaban sentados a la sombra mientras intercambiaban chismes y se apartaban las moscas. Los jóvenes corrían al sol. Alguien había puesto algo de música en un rincón del jardín y un grupo de adolescentes estaban allí bailando.

– Ahí era donde estábamos nosotros hace unos años -comentó Brady.

– ¿Quieres decir que ya eres demasiado viejo para bailar y ligar?

– No, pero ellos sí lo creen. Ahora soy el doctor Tucker, mientras que mi padre es doc Tucker. Eso me convierte automáticamente en un adulto. Es una pena hacerse viejo -dijo mientras pinchaba una salchicha.

– Se dice mejor alcanzar la dignidad -comentó ella mientras Brady la ponía en un panecillo y le echaba mostaza.

– Servir de ejemplo para la generación más joven. Di «ah» como una niña buena -le ordenó. Entonces, le metió el perrito en la boca.

Vanessa le dio un mordisco y se lo tragó rápidamente.

– Manteniendo también el decoro.

– Sí. Y eso me lo dices cuando tienes la boca manchada de mostaza -comentó Brady. Le agarró la mano antes de que ella pudiera limpiársela-. Deja que me ocupe yo -añadió. Se inclinó sobre ella y le deslizó la lengua sobre los labios-. Muy sabrosa -susurró. Entonces, le mordió suavemente el labio inferior.

– Se te van a quemar las hamburguesas -murmuró ella.

– Calla. Estoy dándoles un ejemplo a la generación más joven.

A pesar de que ella se estaba riendo, le tapó la boca completamente con la suya. Alargó y profundizó el beso hasta que ella se olvidó de que estaban rodeados de gente. Igual que él.

Cuando la soltó, Vanessa se llevó una mano a la cabeza, que no dejaba de darle vueltas, y trató de encontrar la voz.

– Como en los viejos tiempos -gritó alguien.

– Mejor -susurró Brady. Habría vuelto a besarla, pero alguien le golpeó suavemente en el hombro.

– Deja a esa chica y compórtate, Brady Tucker -dijo Violet Driscoll moviendo la cabeza-. La gente tiene hambre. Si quieres besarte con tu chica, espera hasta más tarde.

– Sí, señora Driscoll.

– Nunca ha tenido ni una pizca de sentido común -le comentó la anciana a Vanessa-, aunque hay que reconocer que es muy guapo -añadió, antes de marcharse.

– Tiene razón -afirmó Vanessa.

– ¿En lo de que soy muy guapo?

– No, en lo que de nunca has tenido ni una pizca de sentido común.

– ¡Eh! -exclamó Brady al ver que ella se alejaba de su lado-. ¿Adonde vas?

Vanessa se limitó a mirarlo por encima del hombro y siguió andando. Mientras charlaba con amigos del instituto, pensó que todo era como en los viejos tiempos. Los rostros habían envejecido y habían nacido muchos niños, pero el ambiente era el mismo.

Cuando Brady volvió a reunirse con ella, Vanessa estaba sentada sobre la hierba con Lara.

– ¿Qué estás haciendo?

– Jugando con mi sobrina.

Algo se despertó en el interior de Brady, algo rápido e inesperado. Comprendió que también era algo inevitable. Verla sonreír de aquel modo, con un bebé en los brazos… Le parecía que llevaba toda una vida esperando un momento como aquél. Sin embargo, el bebé debería ser suyo. Vanessa y el bebé deberían ser suyos.

– ¿Te ocurre algo? -le preguntó ella.

– No, ¿por qué?

– Me estabas mirando de un modo muy extraño.

Se sentó a su lado y le acarició suavemente el cabello.

– Sigo enamorado de ti, Vanessa, y no sé qué diablos hacer al respecto.

Ella lo miró fijamente. Aunque hubiera podido definir la multitud de sentimientos que se debatían en su interior, no habría podido hacerlo con palabras. En aquellos momentos no estaba mirando a un muchacho, sino a un hombre. Lo que él acababa de decir lo había dicho deliberadamente. Él estaba esperando que ella reaccionara, pero no podía hacerlo.

Lara le saltó encima del regazo y lanzó un grito que rompió por fin el silencio.

– Brady, yo…

– Por fin os encuentro -dijo Joanie-.Vaya -añadió, al notar la tensión que había entre ellos-. Lo siento. Creo que mi llegada no ha sido muy oportuna.

– Vete, Joanie -le ordenó Brady-. Muy lejos.

– Ya que me lo pides tan educadamente, me iría, pero ha llegado la limusina. Todo el mundo se ha acercado para mirarla. Creo que es hora de que despidamos a los recién casados.

– Tienes razón -afirmó Vanessa, poniéndose de pie-. No queremos que pierdan el avión. ¿Tienes los billetes? -le preguntó a Brady

– Sí -contestó él. Antes de que Vanessa pudiera escabullirse, le agarró la barbilla-. Aún no hemos terminado de hablar, Van.

– Lo sé -replicó ella, con voz tranquila a pesar de que se sentía muy nerviosa en su interior-. Como ha dicho Joanie, el momento no es el adecuado.

Se colocó a Lara sobre la cadera y se marchó corriendo a buscar a su madre.


– ¿Qué es eso de que hay una limusina? -preguntó Ham-. ¿Se ha muerto alguien?

– No -respondió Joanie-. Tu esposa y tú os marcháis para hacer un pequeño viaje.

– ¿Un viaje? -repitió Loretta mientas Vanessa le entregaba el bolso.

– Cuando los recién casados hacen un viaje, se llama luna de miel -explicó Brady.

– Pero yo tengo pacientes a los que atender.

– No.

Brady y Jack escoltaron a Ham mientras Vanessa y Joanie hacían lo mismo con Loretta. Por fin, llegaron a la puerta principal de la casa.

– Dios mío -susurró Loretta, al ver la imponente limusina blanca.

– Vuestro avión despega a las seis -les informó Brady mientras se sacaba un sobre del bolsillo y se lo entregaba a su padre.

– ¿Qué es todo esto? -preguntó Ham-. Mis pacientes…

– Todo está solucionado -le aseguró Brady dándole una palmada en la espalda-. Hasta dentro de dos semanas.

– ¿Dos semanas? -repitió Ham, completamente asombrado-. ¿Adonde vamos?

– A1 otro lado de la frontera sur -dijo Joanie antes besar a su padre con fuerza-. Cuidado con el agua.

– ¿Vamos a México? -quiso saber Loretta. Tenía los ojos muy abiertos-. ¿Vamos a México? Pero si no podemos… La tienda. No tenemos equipaje.

– La tienda está cerrada por vacaciones -repuso Vanessa-, y vuestro equipaje está en el maletero de la limusina -añadió, tras besar a su madre-. Que os lo paséis muy bien.

– ¿En el maletero? -repitió Loretta, con una sonrisa-. ¿Mi blusa de seda azul?

– Entre otras cosas.

– Lo habéis organizado entre todos -susurró la novia. A pesar del fotógrafo, comenzó a llorar.

– Es cierto -afirmó Brady. Le dio un fuerte abrazo-. Adiós, mamá.

– Sois unos manipuladores -musitó Ham, sacando el pañuelo-. Bueno, Loretta, creo que vamos a tener luna de miel después de todo.

– Si perdéis el avión no -les recordó Joanie. Empezó a empujarlos en dirección a la limusina-. No os pongáis demasiado al sol. En México es mucho más intenso. Ah, y tenéis que regatear antes de comprar. Podéis cambiar el dinero en el hotel. Tenéis un libro de frases hechas en la maleta y si necesitáis…

– Despídete de ellos, Joanie -le dijo Jack.

– Demonios -susurró ella mientras se frotaba los llorosos ojos-. Adiós. Diles adiós a los abuelos, Lara.

– Oh, Ham, gardenias… -murmuró Loretta. Se echo de nuevo a llorar.

Con vítores y saludos de todos los habitantes del pueblo, la limusina empezó a avanzar tranquilamente por la calle principal de Hyattown, acompañada por el bullicio de las latas y los zapatos que alguien había atado en el parachoques trasero.

– Ya se van -consiguió decir Joanie. Enterró el rostro en el hombro de Jack. Él le acarició suavemente el cabello.

– Tranquila, cielo. Los niños se tienen que marchar de casa tarde o temprano. Vamos. Te traeré un poco de ensalada de patata.

Los dos se alejaron de Brady y Vanessa.

– Menuda despedida -dijo ella. Aún tenía un nudo en la garganta.

– Quiero hablar contigo. Podemos ir a tu casa o a la mía.

– Creo que deberíamos esperar hasta que…

– Ya hemos esperado demasiado.

Presa de pánico. Vanessa miró a su alrededor. ¿Cómo era posible que se hubieran quedado a solas tan rápidamente?

– La fiesta…Tenemos invitados.

– No creo que nadie nos eche de menos -afirmó Brady. Le agarró un brazo y la llevó hacia su coche.

– Doctor Tucker. ¡Doctor Tucker! -exclamó una voz. Brady se dio la vuelta y vio que Annie Crampton se dirigía corriendo hacia ellos-. ¡Venga rápidamente! ¡A mi abuelo le ocurre algo!

Brady echó a correr rápidamente. Cuando Vanessa llegó al jardín trasero, ya estaba arrodillado al lado del anciano aflojándole el cuello de la camisa.

– Tengo un dolor… en el pecho -decía el anciano-… No puedo respirar…

– Te traigo el maletín de papá -anunció Joanie. Rápidamente se lo entregó a Brady-. La ambulancia ya viene de camino.

Brady asintió.

– Tranquilícese, señor Benson -le dijo. Sacó una jeringuilla y un frasco muy pequeño del maletín-. Quiero que permanezca tranquilo -repitió. No dejó de hablarle mientras trabajaba para tranquilizarlo con la voz-. Joanie, tráeme su expediente -añadió en voz baja.

Sin saber qué hacer, Vanessa rodeó los hombros de Annie con un brazo y tiró de ella.

– Vamos Annie.

– ¿Se va a morir el abuelo?

– El doctor Tucker se está ocupando de él. Es un buen médico.

– También cuida de mi mamá. Va a ayudar a que nazca el niño y todo eso, pero el abuelo es muy viejo -susurró la pequeña, con lágrimas en los ojos-. Se cayó. Se puso muy raro y se cayó.

– El doctor Tucker ha empezado a atenderlo enseguida -afirmó ella mientras acariciaba el cabello de la pequeña-. Si se tenía que poner enfermo, éste era el mejor lugar para hacerlo. Cuando esté mejor, le podrás tocar tu nueva canción.

– ¿La de Madonna?

– Eso es -respondió Vanessa. En aquel momento se oyó la sirena de una ambulancia-. Ya vienen a llevárselo al hospital.

– ¿Irá con él el doctor Tucker?

– Estoy segura de ello.

Observó cómo los enfermeros sacaban una camilla. Brady intercambió unas rápidas palabras con ellos. Vanessa vio que colocaba las manos sobre los hombros de la madre de Annie y hablaba con ella tranquilamente. Mientras la mujer lo observaba con los ojos llenos de lágrimas. Cuando Brady echó a correr detrás de la camilla, Vanessa abrazó con fuerza a Annie.

– ¿Por qué no vas con tu madre? Seguro que te necesita -le dijo. Lo sabía muy bien. Recordó el miedo y la desesperación que había sentido cuando se llevaron a su propio padre. Se dio la vuelta y echó a correr detrás de Brady-. Espera -susurró. Sabía que no podía perder el tiempo, pero tenía que saber-. Por favor, mantenme informada de lo que ocurra.

Brady asintió y se montó en la ambulancia con su paciente.


Era casi medianoche cuando Brady llegó a su casa. En el cielo había una luna morisca que destacaba por su blancura sobre un cielo oscuro cuajado de estrellas. Permaneció allí sentado durante un momento, dejando que sus músculos se relajaran uno a uno. Como tenía bajadas las ventanillas del coche, podía escuchar como el viento susurraba entre los árboles.

La fatiga de aquel día tan largo había terminado por pasarle factura cuando regresaba a su casa. Afortunadamente, Jack le había llevado el coche al hospital. Sin él, probablemente se habría quedado dormido en la sala de espera. En aquellos momentos, lo único que deseaba era meterse en la bañera repleta de agua caliente, conectar el hidromasaje y tomarse una cerveza fría.

En la planta baja las luces estaban encendidas. Se alegraba de que se le hubiera olvidado apagarlas. Si las luces estaban encendidas, resultaba menos deprimente regresar a una casa vacía. De camino había pasado por delante de la casa de Vanessa, pero ella ya tenía las luces apagadas.

«Probablemente es lo mejor», pensó. Se sentía cansado y tenso. No era la actitud adecuada para una charla sensata y paciente. Tal vez era mejor que Vanessa pudiera pensar un poco a solas sobre el hecho de que él estaba enamorado de ella.

O tal vez no. Antes de abrir la puerta de la casa, dudó. Siempre había sido un hombre muy decidido. Cuando tomó la decisión de hacerse médico, se había dedicado en cuerpo y alma a sus estudios. Cuando decidió dejar el hospital de Nueva York para ir a ejercer a Hyattown la medicina general, lo había hecho sin arrepentirse y sin mirar atrás.

Aquellas decisiones habían cambiado por completo su vida. Entonces, ¿por qué diablos no era capaz de decidir lo que hacer sobre Vanessa?

Iba a regresar al pueblo. Si ella no le abría la puerta, subiría por el desagüe hasta llegar a su dormitorio. De un modo u otro, iban a aclararlo todo aquella misma noche.

Acababa de darse la vuelta para dirigirse a su coche cuando la puerta de su casa se abrió.

– Brady -le dijo Vanessa desde la puerta-. ¿Es que no vas a entrar?

Él se detuvo en seco y la miró fijamente. En aquel momento, Kong salió corriendo de la casa, ladrando, para abalanzarse sobre él.

– Nos trajeron Jack y Joanie -añadió-. Espero que no te importe.

– Claro que no -afirmó Brady. Con el perro saltando a su alrededor, se dirigió hacia la puerta. Vanessa dio un paso atrás.

– He traído algunas sobras del picnic. No sabía si habrías tenido oportunidad de cenar algo.

– No, no he cenado.

– ¿Qué tal el señor Benson?

– Estable. Estuvo grave durante un rato, pero es fuerte.

– Me alegro. Me alegro mucho. Annie estaba muy asustada. Debes de estar agotado… y hambriento. Hay mucha comida en el frigorífico. Por cierto, la cocina es preciosa -añadió-. Los armarios, las encimeras…Todo.

– Voy avanzando poco a poco. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

– Sólo un par de horas -mintió. Llevaba cinco-. He estado leyendo algunos de tus libros.

– ¿Por qué?

– Bueno, para pasar el tiempo.

– ¿Por qué estás aquí, Van?

Muy nerviosa, ella se inclinó para acariciar al perro.

– Por esa conversación inacabada que tú mencionaste. Ha sido un día muy largo y he tenido mucho tiempo para pensar.

– ¿Y?

¿Por qué no la tomaba en brazos y se la llevaba al dormitorio?

– Y yo… Sobre lo que dijiste esta tarde…

– Te dije que estoy enamorado de ti.

Vanessa se incorporó aclarándose la garganta al mismo tiempo.

– Sí, sobre eso. Yo no estoy segura de lo que siento… Ni tampoco lo estoy de lo que tú sientes.

– Ya te he explicado cuáles son mis sentimientos hacia ti.

– Sí, pero es muy posible que creas que es eso lo que sientes porque solías… porque estamos cayendo en la misma rutina, en la misma relación de entonces. Te resulta familiar, cómoda…

– Ni hablar. Te aseguro que no he tenido ni un solo momento de comodidad desde que te vi tocando el piano.

– En ese caso familiar -susurró ella, mientras se retorcía la cadena que llevaba colgada del cuello-, pero yo he cambiado, Brady. No soy la misma persona que era entonces, cuando me marché de aquí. No podemos fingir que esos años no han pasado. Por eso, por muy atraídos que nos sintamos el uno por el otro, sería un error ir más allá.

Brady se acercó a ella muy lentamente. Estaba dispuesto a cometer ese error. Más que dispuesto.

– ¿Es eso lo que has venido a decirme?

– En parte sí.

– Entonces, ahora me toca a mí.

– Me gustaría terminar primero -dijo Vanessa, sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos-. He venido aquí esta noche porque nunca he conseguido sacarte de mis pensamientos… ni de mi… -se interrumpió. Quería decir corazón, pero no podía-… cuerpo. Yo nunca he dejado de apreciarte ni de hacerme preguntas. Algo sobre lo que no teníamos control evitó que maduráramos lo suficiente como para tomar la decisión de separarnos o de ser amantes. He venido aquí esta noche porque me he dado cuenta de que quiero lo que nos arrebataron. Te deseo a ti -concluyó. Se acercó a él y lo estrechó entre sus brazos-. ¿Está claro?

– Sí -susurró Brady. La besó dulcemente-. Muy claro.

Vanessa sonrió.

– Hazme el amor, Brady. Nunca he dejado de desearte…

Con las manos entrelazadas, subieron juntos al dormitorio.

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