Capítulo 1

"Roman Chandler fulminó con la mirada a su hermano mayor o, para ser exactos, fulminó con la mirada la moneda de veinticinco centavos que Chase tenía en la mano derecha. Tras recibir la llamada informándole del problema de corazón de su madre, Roman había tomado el primer vuelo que salía desde Londres con destino al aeropuerto JFK, otro avión hasta Albany y luego había alquilado un coche para dirigirse a Yorkshire Falls, su pueblo natal, cercano a Saratoga Springs, en el estado de Nueva York. Estaba tan agotado que le dolían hasta los huesos.

Y encima ahora tenía que añadir la presión a sus problemas. Debido a la enfermedad de corazón de su madre, uno de los hermanos Chandler tendría que sacrificar su libertad para darle un nieto. Una moneda lanzada al aire decidiría qué hermano iba a cargar con tamaña responsabilidad, pero sólo Rick y Roman participarían en el sorteo a cara o cruz. Dado que Chase ya había cumplido con sus obligaciones familiares al dejar los estudios para hacerse cargo del periódico y ayudar a su madre a criar a sus hermanos pequeños, quedaría exento, a pesar de haber argumentado lo contrario. Él quería que participaran todos, pero Rick y Roman insistieron en que se quedara fuera.

Así pues, representaría el papel de verdugo.

– Decidid. Cara o cruz -dijo Chase.

Roman alzó la vista hacia el techo despintado, hacia la parte superior de la casa en la que había pasado su infancia, y donde su madre estaba descansando siguiendo las recomendaciones de la doctora. Mientras tanto, él y sus hermanos permanecían en el garaje polvoriento y manchado de tierra anejo a la casa familiar. El mismo garaje donde de niños guardaban las bicicletas y las pelotas, y donde Roman escondía cervezas cuando creía que sus hermanos mayores no le veían. La misma casa en la que se habían criado y que aún pertenecía a su madre, gracias al esfuerzo de Chase y al éxito del periódico.

– Vamos, chicos, que alguien se decida -los instó Chase ante el silencio que lo rodeaba.

– No hace falta que parezca que disfrutas con la situación -farfulló Rick.

– ¿Crees que me hace gracia? -Chase dio vueltas a la moneda entre los dedos con una mueca de frustración en los labios-. Menuda tontería. Tengo claro que no quiero ver a ninguno de los dos dejar la vida que le gusta por una tontería.

Roman sabía que su hermano mayor hablaba con ese convencimiento porque él no había elegido la vida que quería. Se había visto forzado a desempeñar el doble papel de editor y padre de la noche a la mañana. Con diecisiete años cuando murió su padre, y siendo el hermano mayor, Chase se vio obligado a ocupar el lugar de su progenitor como cabeza de familia. Y ése era el motivo por el que Roman participaba en el lanzamiento de la moneda. Roman fue quien dejó Yorkshire Falls e hizo realidad sus sueños, mientras Chase se quedaba y renunciaba a los suyos.

Tanto Roman como Rick consideraban a Chase su modelo de conducta. Si Chase pensaba que la frágil salud de su madre y su profundo deseo de tener un nieto exigían un sacrificio, había que estar de acuerdo. No sólo se lo debían a su hermano, sino que compartían la misma devoción por la familia.

– Lo que ha tenido nuestra madre no es ninguna tontería -les dijo Roman a sus hermanos-. Ha dicho que con el corazón débil no debe enfrentarse a disgustos.

– Ni a decepciones -añadió Rick-. Mamá no ha empleado esa palabra, pero sabéis perfectamente que eso es lo que quería decir. La hemos decepcionado.

Roman asintió para mostrar su acuerdo.

– Así que si tener nietos la hace feliz, entonces a uno de nosotros le toca darle uno para que lo mime y disfrute de ser abuela mientras viva.

– Saber que uno de nosotros está felizmente casado reducirá el estrés que se supone que debe evitar -dijo Chase-. Y un nieto le dará motivos para vivir.

– ¿No podemos comprarle un cachorrito? -sugirió Rick.

Con treinta y un años, en los planes de vida de Roman no entraba sentar la cabeza. Hasta el momento, no se había planteado casarse y tener hijos. No es que a Roman no le gustaran las mujeres. Desde luego que le gustaban. Le encantaban: su olor y el tacto de su suave piel en contacto con su cuerpo excitado. Pero no se imaginaba dejando atrás su trayectoria para contemplar el mismo rostro femenino a la hora del desayuno el resto de sus días. Se estremeció, asombrado de que sus opciones de vida fueran a quedar decididas en ese preciso instante.

Se volvió hacia su hermano mediano.

– Rick, tú ya te has casado una vez. No hace falta que repitas. -Aunque Roman no tema ningunas ganas de convertirse en responsable de la misión, no podía permitir que su hermano repitiera su pasado: casarse para ayudar a otra persona, sacrificándose él.

Rick negó con la cabeza.

– Te equivocas, hermanito. Yo también entro en el juego. La última vez no tiene nada que ver con esto. Ahora es por la familia.

Roman lo entendió. Para los Chandler, la familia era lo más importante. Así que volvían a estar como al comienzo. ¿Retomaría su trabajo de corresponsal en el extranjero para Associated Press, seguiría aterrizando en lugares conflictivos para contar al mundo las últimas noticias o se instalaría en Yorkshire Falls, cosa que nunca había planeado? Aunque, a veces, Roman no estaba seguro de cuál era el sueño que en realidad perseguía: si el suyo, el de Chase o una combinación de ambos. Roman temía reproducir la vida de su hermano mayor, predeterminada y sin opciones.

A pesar de tener el estómago revuelto, estaba preparado y asintió en dirección a Chase. -Hagámoslo de una vez.

– De acuerdo. -Y Chase lanzó la moneda al aire. Roman inclinó la cabeza hacia Rick para que eligiera él primero.

– Cara -dijo éste.

La moneda giró y voló como a cámara lenta. Roman vio pasar ante sus ojos su despreocupada vida: las mujeres que había conocido y con las que había ligado, la especial que había durado lo suficiente como para mantener una relación con ella pero sin llegar a ser la pareja de su vida, los tórridos y apasionados encuentros ocasionales, menos habituales ahora que era más mayor y más exigente.

El sonido de la palma de Chase contra la otra mano devolvió a Roman a la realidad inmediata. Observó la expresión solemne de su hermano mayor. Un cambio de vida. La muerte de un sueño.

Roman sintió la gravedad de la situación en su fuero interno. Se enderezó y esperó mientras Rick tomaba aire de forma exagerada.

Chase levantó la mano y bajó la vista antes de mirar primero a Rick y luego a Roman. Entonces cumplió con su deber como hacía siempre, sin echarse atrás.

– Me parece que vas a necesitar una copa, hermanito. Eres el chivo expiatorio del deseo de mamá de tener nietos.

Rick dejó escapar un suspiro de alivio que no era nada comparado con el nudo de plomo que Roman sintió en el estómago. Chase se acercó a él.

– Si no aceptas, ahora es el momento de decirlo. Nadie te va a reprochar que no quieras hacerlo.

Roman esbozó una sonrisa forzada e imitó al Chase de los diecisiete años.

– ¿Os parece que elegir mujer y engendrar bebés es una tarea dura? Para cuando lo haya conseguido, desearéis estar en mi lugar.

– Búscate a una tía buena -dijo Rick con sentido práctico pero sin que sus palabras denotaran ninguna voluntad humorística. Obviamente, sentía la angustia de Roman, aunque era evidente que se sentía aliviado por no haber sido el elegido.

Roman agradeció el intento de aligerar la situación aunque no surtiera efecto.

– Es más importante que sea alguien que no espere demasiado -espetó. La mujer con la que se casara tendría que saber desde el primer momento quién era él y aceptar lo que no era.

Chase le dio una palmada en la espalda.

– Estoy orgulloso de ti, chico. Decisiones como ésta sólo se toman una vez en la vida. Asegúrate de poder vivir con ella, ¿entendido?

– No pienso vivir con nadie -farfulló Roman.

– Entonces ¿qué piensas hacer? -preguntó Rick.

– Un buen matrimonio a distancia que no cambie mi vida demasiado. Quiero encontrar a una mujer que esté dispuesta a quedarse en casa cuidando al niño y que se alegre de verme cada vez que yo vuelva de viaje.

– Así, asunto concluido, ¿no? -preguntó Rick.

Roman le puso mala cara. Su intento de aligerar la situación había ido demasiado lejos.

– De hecho, nosotros tuvimos una muy buena vida mientras éramos pequeños, y quiero asegurarme de que la mujer con la que me case le ofrezca lo mismo a mi hijo.

– Entonces, tú de viaje y tu mujer en casa. -Chase negó con la cabeza-. Más vale que tengas cuidado con cómo te comportas. Supongo que no querrás ahuyentar a las posibles candidatas demasiado pronto.

– Es imposible que eso ocurra. -Rick se rió-. No había ni una sola chica en el instituto que no fuera detrás de él antes de que se marchara a vivir la aventura.

A pesar de la situación, Roman se rió.

– Sólo después de que tú acabaras el bachillerato. Dejaste el listón muy alto.

– Por supuesto. -Rick se cruzó de brazos y sonrió-. Pero, a decir verdad, yo tuve que seguir la senda abierta por Chase, y no fue tarea fácil. A las chicas les encantaba su carácter fuerte y silencioso, pero en cuanto acabó el instituto, se fijaron en mí. -Se dio una palmada en el pecho-. Y cuando yo me marché, tuviste el terreno libre. Y les interesabas a todas.

No a todas. Sin previo aviso, el recuerdo de su amor de juventud le vino a la memoria, como le pasaba a menudo. Charlotte Bronson, una chica preciosa de pelo azabache y ojos verdes, hizo que sus hormonas adolescentes se volvieran locas. Su rotundo rechazo le seguía doliendo tanto como entonces. Consideraba que era la única que se le había resistido y nunca la había perdonado. Aunque a Roman le habría gustado considerarlo un mero capricho juvenil, había llegado el momento de reconocer que había sentido algo fuerte por ella.

En el pasado no lo había admitido delante de sus hermanos, ni pensaba hacerlo ahora. Un hombre debía mantener en secreto ciertas cosas.

Lo último que sabía Roman de Charlotte era que se había mudado a Nueva York, la capital mundial de la moda. Aunque él tenía alquilado un pequeño apartamento en la misma ciudad, nunca se la había encontrado ni la había buscado. Roman apenas pasaba en la ciudad más tiempo que el de dormir una noche, cambiarse de ropa y dirigirse a su siguiente destino.

Últimamente su madre no le había contado ningún cotilleo, y se dejó vencer por la curiosidad.

– ¿Charlotte Bronson ha vuelto al pueblo? -preguntó.

Rick y Chase intercambiaron una mirada de sorpresa.

– Pues sí -respondió Rick-. Ha montado una tienda en la calle principal.

– Y está soltera -añadió Chase por fin sonriendo.

A Roman le subió la adrenalina de golpe.

– ¿Qué tipo de tienda?

– ¿Por qué no te pasas por allí y lo ves con tus propios ojos? -sugirió Rick.

La idea le tentó. Roman se preguntó cómo sería Charlotte ahora. Si seguiría tan callada y sincera como en el pasado. Si todavía llevaría suelta su melena azabache que tan tentadora resultaba. Sentía curiosidad por saber si sus ojos verdes seguían siendo tan expresivos, una ventana abierta a su alma para quienquiera que se tomase la molesta de mirar.

Él lo había hecho, y había sido abatido por el esfuerzo.

– ¿Ha cambiado mucho?

– Ve a verla. -Chase se sumó a la sugerencia de Rick-. Puedes considerarlo tu primera oportunidad de elegir a posibles candidatas.

Como si a Charlotte fuera a interesarle. Lo había dejado con facilidad después de su única cita y había seguido su camino, al parecer sin pizca de remordimiento. Roman nunca se había creído la proclamación de desinterés por parte de ella, y no pensaba que esa impresión fuera fruto de su ego. La chispa entre ellos podría haber incendiado todo el pueblo, y la química era tan caliente que amenazaba con explotar. Pero la atracción sexual no era lo único que habían compartido.

Habían conectado a un nivel más profundo, él incluso había compartido con ella sus sueños y esperanzas de futuro, algo que nunca había hecho con anterioridad. Revelar esa parte de su alma lo había dejado expuesto, y ahora, gracias a la sabiduría que dan los años y de la que carecía en su juventud, se daba cuenta de que eso había hecho que su rechazo fuera mucho más doloroso.

– Quizá vaya a verla. -Roman fue ambiguo a propósito. No quería dar a sus hermanos ningún otro indicio sobre su renovado interés por Charlotte Bronson. Sobre todo teniendo en cuenta que necesitaba a otro tipo de mujer, una que aceptara su plan.

Dejó escapar un gemido al recordar cómo había comenzado la conversación. Su madre quería nietos. Y Roman haría todo lo posible por dárselos. Pero eso no significaba que fuera a tener una esposa con la sensación de ahogo y las expectativas que conllevaba un matrimonio típico. Él necesitaba libertad. No era un esposo para todos los días del año. Su futura esposa debería estar más deseosa de tener hijos que de tener marido y saber disfrutar estando sola. Bastaba con que fuera una mujer independiente a la que le encantaran los niños. Porque Roman tenía intención de casarse, dejar embarazada a su mujer, largarse y, en la medida de lo posible, no volver la vista atrás.


El sol se filtraba por el escaparate de cristal esmerilado e inundaba a Charlotte de una calidez increíble. Un entorno perfecto para la escena tropical que estaba montando. Anudó la tira de la espalda de un bikini al maniquí que ocuparía un lugar central en el escaparate y lo giró hacia su ayudante.

Beth Hansen, que además de su ayudante, era la mejor amiga de Charlotte desde la infancia, se rió.

– Ojalá yo hubiera nacido con ese tipillo.

– Ahora lo tienes. -Charlotte echó un vistazo al cuerpo menudo y a los pechos aumentados de Beth.

Yorkshire Falls era un pueblo pequeño, a cuatro horas de distancia de la ciudad de Nueva York, lo bastante lejos como para seguir siendo pequeño pero lo suficientemente cerca como para que valiera la pena viajar a la gran ciudad si había un buen motivo. Al parecer, una operación de aumento de pecho había sido razón suficiente para Beth.

– Tú también podrías. Ni siquiera hace falta tener mucha imaginación. -Beth señaló el maniquí-. Échale un vistazo e imagínate como ella. Para empezar, podrías levantártelo, pero si te lo aumentaras de talla atraerías todavía más el interés masculino.

Charlotte exhaló un suspiro exagerado.

– Teniendo en cuenta el interés que ha suscitado esta tienda, no me hace falta llamar más la atención.

Por lo que a los hombres respectaba, no había tenido una cita desde sus días en Nueva York hacía ya seis meses y, aunque a veces se sentía sola, no estaba preparada para reiniciar la rutina de salir con alguien: las largas comidas con silencios interminables o el beso obligado de buenas noches, cuando invariablemente tenía que sujetar la mano de su acompañante antes de que empezara a manosearla. Aunque si quería completar su vida con marido e hijos además de seguir con su profesión, tendría que volver a entrar en el juego de las citas un día no muy lejano.

– Todas las mujeres necesitan más atención masculina. Te sube la moral, y ¿qué tiene eso de malo?

Charlotte frunció el cejo.

– Yo preferiría un hombre que estuviera…

– Más interesado en tu cabeza que en tu cara y tu cuerpo -recitó Beth como un loro con los brazos en jarra.

Charlotte asintió.

– Eso es. Y yo a cambio le ofrecería a él el mismo respeto. -Se rió-. ¿Empiezo a sonar como un disco rayado?

– Un poco sí.

– Dime una cosa: ¿por qué a los hombres que me atraen sólo les interesa el envoltorio y no están preparados para una relación larga? -preguntó Charlotte.

– ¿Porque has salido con los hombres equivocados? O quizá sea porque no les das una oportunidad. Además, está comprobado que ellos se fijan primero en el envoltorio. Un tipo listo, el adecuado, te conocerá, y entonces podrás deslumbrarlo con tu cerebro privilegiado.

– Los hombres que se fijan primero en el aspecto son demasiado superficiales.

– Ya estás otra vez adelantando conclusiones. Y perdona, pero no estoy de acuerdo. -Beth apoyó las manos en las caderas y miró a Charlotte con el cejo fruncido-. El envoltorio es lo que causa la primera impresión -insistió.

Charlotte se preguntó por qué Beth aseguraba una cosa cuando ella misma era la prueba viviente de otra. Si Beth creía que a un hombre le atraía en primer lugar el envoltorio y luego conocía a la mujer y la apreciaba por quién y qué era, ¿por qué se había hecho la cirugía estética después de conocer a su prometido? Charlotte quería demasiado a su amiga como para herir sus sentimientos preguntándoselo.

– Mira esta tienda, por ejemplo. -Beth agitó una mano en el aire-. Vendes envoltorio, y con ello has sido responsable de la revitalización de muchas relaciones y matrimonios que estaban encallados.

– Eso no te lo puedo discutir. -Muchas cuentas le habían dicho lo mismo a Charlotte.

Beth rió.

– La mitad de las mujeres de este pueblo se sienten afortunadas gracias a ti.

– Yo no diría tanto.

Su amiga se encogió de hombros.

– Como quieras. La pregunta es: ¿no éstas transmitiendo el mensaje de que el envoltorio es importante?

– Preferiría pensar que transmito el mensaje de que está bien ser una misma.

– Creo que nos referimos a lo mismo, pero dejémoslo por ahora. ¿Te he contado que David ofrece paquetes? Ojos y mentón, elevaciones e implantes.

Charlotte puso los ojos en blanco. En su opinión, Beth era perfecta antes de someterse al bisturí, y Charlotte todavía no comprendía qué le había hecho pensar que necesitaba un cambio. Por supuesto, Beth no decía nada al respecto. Se limitaba a publicitar los servicios de su futuro esposo.

– ¿Te ha dicho alguien que empiezas a parecer un anuncio de tu cirujano plástico?

Beth sonrió.

– Por supuesto. Tengo la intención de casarme con él. ¿Por qué no impulsar su negocio a la vez que nuestra cuenta bancaria conjunta?

El comentario interesado de Beth no concordaba con la mujer cariñosa que Charlotte sabía que era. Otro cambio sutil en Beth que Charlotte había observado desde su regreso. Como ella, Beth había nacido y crecido en Yorkshire Falls, y al igual que había hecho Charlotte antes que ella, Beth pronto se mudaría a Nueva York. Charlotte esperaba que su amiga disfrutara de las luces de neón y de la gran ciudad. Por su parte, recordaba su experiencia en la Gran Manzana con sentimientos encontrados. Al principio le encantaron las calles bulliciosas, el frenesí, el brillo de las luces y la animación existente incluso de noche. Pero en cuanto se acabó la novedad, la embargó una sensación de vacío. Tras vivir en una comunidad tan unida como Yorkshire Falls, la soledad le había resultado abrumadora. Sensación a la que Beth no tendría que enfrentarse, puesto que se trasladaría a Nueva York para estar con su marido.

– Ya sabes que nunca podré sustituirte -dijo Charlotte con añoranza-. Eres la ayudante perfecta.

Cuando Charlotte decidió dejar su puesto de jefa de ventas en una boutique pija de Nueva York y abrir El Desván de Charlotte en el pueblo, le bastó con una llamada de teléfono para convencer a Beth de que dejara su trabajo de recepcionista en una inmobiliaria y fuera a trabajar con ella.

– Yo también te echaré de menos. Este trabajo ha sido el más gratificante de mi vida.

– Eso es porque por fin utilizas tu talento.

– Gracias a ti. Este sitio es increíble.

Charlotte se sonrojó ligeramente. Al principio no estaba convencida de que una boutique chic pudiera tener éxito en su pequeño pueblo natal del norte del estado de Nueva York. Beth fue quien la convenció y apoyó emocionalmente durante la etapa anterior a la apertura. Las dudas de Charlotte habían resultado injustificadas, pues gracias a la televisión, Internet y las revistas, las mujeres de Yorkshire Falls estaban ávidas de moda. La tienda fue todo un éxito, aunque constituyese una especie de rareza entre los comercios antiguos que todavía existían.

– Hablando de talento: no sabes cuánto me alegro de que eligiéramos este color aguamarina en vez de negro. -Beth tocó las tiras bien ceñidas a la espalda del maniquí.

– Es exactamente el mismo color del agua de las islas Fiyi. El mar de Koro y el sur del océano Pacífico. -Charlotte cerró los ojos e imaginó el paisaje que figuraba en los folletos que tenía en el despacho de la trastienda.

No es que tuviera pensado viajar, pero siempre había soñado con lugares lejanos. De jovencita, las fotografías de centros turísticos idílicos alimentaban su esperanza de que su errante padre regresara y compartiera con ella lo que ella percibía como su vida glamurosa. En la actualidad, a veces sentía el impulso de visitar sitios exóticos pero temía que ese deseo la hiciera parecerse demasiado a su padre: egoísta, superficial y egocéntrica, así que se conformaba con las fotos. Como las que tenía en su despacho, en las que se veían aguas resplandecientes, olas con espuma blanca y un sol calentando pieles desnudas.

– Por no decir que el color aguamarina será el complemento perfecto del resto del escaparate para el verano.

La voz de Beth se filtró en los pensamientos de Charlotte y ésta abrió un ojo.

– Eso también. Ahora cállate y déjame volver a mi ensoñación. -Pero el hechizo ya se había roto.

– Cuesta acostumbrarse a ver bañadores cuando apenas estamos saliendo del invierno.

– Desde luego. -Aparte de ropa interior, tanto lujosa como sencilla, Charlotte también vendía prendas modernas y eclécticas: jerséis en invierno, ropa de baño y pareos a juego en verano-. Pero el mundo de la moda sigue su propio ritmo -concluyó.

Igual que ella. El aire frío apenas había empezado a ceder paso a la brisa de marzo, ligeramente cálida, pero Charlotte ya iba vestida de verano, con colores sumamente brillantes y tejidos ligeros. Lo que en un principio era una táctica para atraer clientes había funcionado. Ahora el boca oreja atraía clientela a la tienda, y a ella había acabado gustándole la ropa que llevaba.

– Estaba pensando que podríamos colocar los bañadores en la esquina derecha del escaparate -le sugirió a Beth.

– Me parece buena idea.

Charlotte arrastró el maniquí hacia el escaparate que daba a First Avenue, la calle principal de Yorkshire Falls. Había tenido la suerte de encontrar la ubicación perfecta, ocupada anteriormente por un almacén de ropa. A Charlotte no le preocupaba abrir una tienda de venta al por menor en el mismo sitio, porque su mercancía era de temporada. Le habían mantenido el alquiler anterior durante seis meses antes de aumentárselo, tiempo suficiente para afianzar el negocio, y su éxito le decía que iba por buen camino.

– Oye, estoy muerta de hambre. Voy a comer algo aquí al lado. ¿Te apuntas? -Beth cogió la chaqueta del perchero del fondo y se la puso.

– No, gracias. Creo que me quedaré un rato y daré los últimos toques al escaparate.

Charlotte y Beth habían revisado casi todo el inventario en un día. Era más fácil hacer cosas cuando la tienda estaba cerrada que cuando estaba abierta. A las clientas no sólo les gustaba comprar, sino también charlar.

Beth exhaló un suspiro.

– Como quieras. Pero tu vida social es patética. Incluso yo soy mejor compañía que esos maniquíes.

Charlotte se disponía a reír, pero miró a Beth y en su mirada advirtió algo más que una buena broma.

– Le echas de menos, ¿verdad?

Beth asintió. Su prometido había ido casi todos los fines de semana, quedándose de viernes a domingo antes de regresar a la ciudad para trabajar. Dado que ese fin de semana no había ido, Charlotte imaginó que Beth probablemente no quería comer otra vez sola.

Charlotte tampoco.

– ¿Sabes qué? Ve a conseguir mesa y yo me reuniré contigo dentro de cinco… -Se calló al ver a un hombre al otro lado del escaparate.

El pelo negro le brillaba bajo la luz del sol y llevaba unas gafas de sol muy sexys que impedían que se le viera bien la cara. Una cazadora tejana gastada cubría sus anchos hombros y sus largas piernas estaban enfundadas en vaqueros. A Charlotte le dio un vuelco el corazón y notó una sensación cálida en el estómago cuando le pareció reconocerlo.

Parpadeó convencida de que se había equivocado, pero él ya se había alejado lo suficiente como para perderlo de vista. Negó con la cabeza. Imposible, pensó. Todo el mundo sabía que Roman Chandler estaba en el extranjero a la caza de noticias. Charlotte siempre había respetado sus ideales, el deseo ardiente de sacar a la luz injusticias no denunciadas, aunque no comprendiera su necesidad de permanecer lejos de su hogar.

Sus aspiraciones siempre le habían recordado a las de su padre actor. Igual que su buena presencia y su encanto. Un guiño, una sonrisa y las mujeres caían rendidas a sus pies. Vaya, ella misma había caído, y después de mucho coqueteo y miradas insinuantes, habían tenido su primera cita una noche. Una noche en la que ambos habían conectado a un nivel más profundo. Se enamoró de él con locura, con el amor repentino e intenso de la adolescencia. Y la misma noche en la que Charlotte descubrió que él tenía intenciones de marcharse de Yorkshire Falls en cuanto se le presentara la ocasión.

Años atrás, el padre de Charlotte las había abandonado a ella y a su madre para irse a Hollywood. Después de la confesión de Roman, ella vio inmediatamente la devastación que él podría dejar tras de sí.

Le bastó con pensar en la vida solitaria de su madre para tener las agallas de actuar según sus convicciones. Dejó a Roman esa misma noche, le mintió diciendo que no «pegaba» con ella. Y no se había permitido mirar atrás, por mucho que les hubiese dolido tanto a ella como a él.

Se mira pero no se toca. Normas sensatas para una chica que deseaba mantener su corazón y su alma intactos. Quizá ahora no le apeteciera salir con hombres, pero cuando apareciera el tipo adecuado, sí querría. Hasta entonces, se atendría a sus normas. No tenía ninguna intención de seguir los pasos de su madre, siempre esperando a que el trotamundos regresara esporádicamente, así que no se liaría con un alma inquieta como Roman Chandler. Tampoco es que tuviera que preocuparse por ello. No era probable que estuviera en el pueblo, y, si resultaba que sí estaba allí, se mantendría alejado de ella.

La mano que Beth le puso en el hombro la pilló desprevenida y se sobresaltó.

– Oye, ¿estás bien?

– Sí, es que me he distraído.

Beth se puso la chaqueta y abrió la puerta que daba a la calle.

– Bueno, pues voy a coger mesa y te espero dentro de unos minutos. -Dejó que la puerta se cerrara detrás de ella y Charlotte se volvió hacia el maniquí, decidida a acabar el trabajo y a tranquilizarse antes de ir a cenar.

Era imposible que Roman hubiera vuelto al pueblo, se dijo. Imposible.

estado de salud y su mayor deseo desde hacía años.

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