Capítulo 8

Lily observó el perfil de Aidan, delineado por la luz de la luna que entraba a raudales por las puertas de cristal de su dormitorio. Acababan de hacer el amor y yacían en medio de prendas de ropa y sábanas revueltas.

Cada vez que hacían el amor era una revelación. Lily descubría nuevas facetas de su deseo, nuevas formas de agradarlo y nuevas sensaciones que le recorrían el cuerpo provocadas por las caricias de Aidan. Se preguntó cuánto tiempo podrían seguir así, sin que se entrometiera el mundo exterior.

Cerró los ojos y se los imaginó a ambos en una isla tropical, sin nada que hacer en todo el día más que disfrutar el uno del otro. Nadaban y se tumbaban al sol, dormían y hacían el amor. Eso era lo que había supuesto para ella aquella semana: una isla desierta. Unas vacaciones de fantasía.

Miró el reloj que tenía sobre la mesilla de noche. Eran las dos de la mañana. Un coche iba a recoger a Aidan al cabo de tres horas para llevarlo al aeropuerto. Ella se había ofrecido a llevarlo a la ciudad, pero Aidan había insistido en pedir un taxi.

La verdad era que Lily se alegraba de ello. Sabía que sería muy difícil decir adiós. No quería hacerlo en la terminal del aeropuerto, rodeados de gente. Así sería mucho mejor. Sin embargo, hasta entonces no quería cerrar los ojos.

Aunque había evitado el hecho de enfrentarse a sus sentimientos, sabía que se había enamorado de Aidan. No era el mismo sentimiento que había albergado hacia él desde que lo vio por primera vez. El verdadero Aidan era mucho mejor que el hombre que ella había imaginado.

Era como si ya tuvieran un pasado. Aidan parecía leer sus sentimientos y comprender sus estados de ánimo para responder exactamente del modo que ella esperaba, con una palabra, una mirada o una caricia. Así, todas sus inseguridades desaparecían inmediatamente.

¿Cómo había ocurrido todo aquello? Ella se había esforzado mucho por mantener las distancias. Conocía los riesgos de enamorarse. Sin embargo, él había poseído su cuerpo y le había secuestrado el alma. Nada de lo que pudiera decirse haría que le resultara más fácil despedirse de él.

Extendió la mano para acariciarlo. Estaba dispuesta a despertarlo y a suplicarle que se quedara. Mantuvo los dedos alejados de la piel de Aidan. Sentía el calor de su cuerpo. Tal vez la separación fuera buena para ellos. Pondría a prueba la profundidad de sus sentimientos. Además, si tenía una relación con Aidan, se vería obligada a soportar largas ausencias. Tal vez lo mejor era ver cómo las sobrellevaba antes de confesarle su amor.

¿Por qué resultaba tan duro decir esas palabras? ¿Sería porque en realidad jamás habían significado nada para ella? Su madre siempre había dicho a todo el mundo que le quería. ¿Cómo iba a resultarle sencillo creer cuando, a pesar de todo, a sus padres no les había costado nada abandonarla? Se suponía que ellos la querían y, a pesar de todo, la habían abandonado.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Durante todos los años que llevaba viviendo con Miranda, jamás había sido capaz de decirle que la quería. Aunque su madrina sí se lo decía a ella, por lo menos en su caso sabía que las palabras eran sinceras.

– Te amo -susurró-. Te amo, Aidan.

Sintió un profundo dolor en su interior. Por primera vez en su vida, Lily conoció el significado de aquel sentimiento. Resultaba fácil decir aquellas palabras cuando no las oía nadie. Sería mucho más difícil mirar a Aidan a los ojos y decirle lo que sentía sabiendo que su amor no era correspondido.

Con cuidado de no despertar a Aidan, se levantó de la cama. Se puso una bata que había sobre el suelo y salió del dormitorio. Fue a buscar su teléfono y lo encontró donde lo había dejado aquella tarde, sobre el mostrador de la cocina.

Lo agarró y se dirigió al salón. Se acurrucó en un sillón y se recogió los pies debajo de la bata. Entonces, marcó el número de Miranda.

– Hola, soy yo -dijo.

– Lily, ¿qué hora es allí?

– Es tarde. O tal vez temprano. No estoy segura.

– ¿Va todo bien?

– Sí… sólo quería darte las gracias. A principios de semana no me mostré muy amable contigo y quería que supieras que agradezco mucho todo lo que haces por mí.

– Ahora sí que sé que ocurre algo -dijo Miranda.

– No, no. Todo va bien. Por una vez, tus planes han funcionado. Él es maravilloso. Es todo lo que he deseado siempre en un hombre.

– Entonces, ¿por qué pareces tan triste?

– Yo… supongo que no estoy preparada para enfrentarme a la realidad de una relación. Me gustaban más las fantasías. En ellas no ocurre nunca nada malo.

– Lily, el que las cosas se pongan difíciles no significa que todo vaya a desmoronarse. Simplemente tienes que esforzarte un poco más.

– ¿Como lo hicieron mis padres?

– Deja que te diga algo sobre tus padres. Desde el principio, no fueron la pareja perfecta. Yo adoraba a tu madre y ella era mi mejor amiga, la primera persona que conocí cuando me mudé a Los Ángeles. Le dije que no se casara con tu padre, pero ella era muy testaruda y estaba segura de que podría conseguir que él sentara la cabeza. No fue todo malo, Lily.

– Tú has olvidado. Yo lo viví todo.

– Ese matrimonio tuvo una cosa muy buena. Te tuvieron a ti. Por lo tanto, no podemos decir que su unión fuera un fracaso absoluto.

– ¿Estuvieron alguna vez enamorados?

– Por supuesto, pero tu madre era joven y muy idealista. Tu padre estaba acostumbrado a tener a todas las mujeres que quería. Tú no tienes que cometer los mismos errores. Aquélla fue su vida. Tú necesitas vivir la tuya propia.

– ¿Cuándo vas a venir aquí?

– Dentro de unos pocos días.

– ¿Podrías venir pronto? Esta misma noche. Yo podría recogerte en el aeropuerto. Aquí todo está listo. Me gustaría pasar unos días contigo antes de empezar con la promoción de mi libro.

– Yo podría ayudarte a prepararte para tu aparición en televisión.

– Te lo agradecería mucho. Bueno, ahora te dejo. Llámame y dime cuál es tu número de vuelo.

– Dile lo que sientes, Lily. No dejes que se marche sin saberlo.

– Yo no sé lo que siento.

– Claro que lo sabes. Simplemente tienes miedo a admitirlo.

Se produjo una pausa entre ellas.

– Te quiero mucho, Miranda. Creo que nunca te he dicho lo agradecida que te estoy por todo lo que has hecho por mí a lo largo de los años. Tú eres la madre que yo debería haber tenido.

– Yo también te quiero, Lily. Que duermas bien…

Cuando colgó el teléfono, Lily cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Entonces, las lágrimas comenzaron a correrle por las mejillas. Se las secó rápidamente para tratar de controlar sus sentimientos. Al final, decidió que era mejor dejarse llevar por el llanto. Llorar por todo lo que le había hecho daño a lo largo de los años. Cuando terminó, se sintió completamente agotada.

Se volvió a meter de nuevo en la cama con Aidan. Pensó que podría dormir un poco más, pero, al verlo, le acarició el hermoso rostro con una mano y lo besó. Él se despertó lentamente. De inmediato, se percató de que ella estaba completamente desnuda a su lado.

Le deslizó la mano por la cintura y la estrechó contra su cuerpo. Sin mediar palabra, le devolvió el beso. Lily cerró los ojos y se dejó flotar en la oleada de deseo que la envolvía. Las manos de Aidan exploraron su cuerpo y la boca comenzó a estimular lugares que sólo él conocía.

– Hazme el amor -murmuró ella-. Hazme el amor…

Cuando Aidan la penetró, Lily se sintió plena. Su vida estaba al lado de aquel hombre. ¿Sería valiente y se aferraría a la felicidad que había encontrado o dejaría que su miedo a verse abandonada destruyera toda posibilidad de una vida junto a Aidan?


* * *

Él no necesitó reloj para despertarse. No había logrado conciliar el sueño desde que Lily lo despertó con sus besos. Le había hecho el amor, tratando desesperadamente de huir de lo que ambos sabían que les esperaba.

Tenía su equipaje preparado, esperándolo junto a la puerta principal. Su taxi iba a venir a recogerlo en pocos minutos. Se había pasado la última media hora tratando de decidir si despertar a Lily para despedirse de ella o dejar que durmiera. No estaba seguro de lo que debía esperar de ella.

Deseaba que ella llorara y le suplicara que se quedara, que le confesara los sentimientos que albergaba hacia él. Sabía que si ella reaccionaba así, se sentiría perdido. Si por el contrario se limitaba a besarlo y decirle adiós, el dolor sería aún más insoportable.

Desde el principio, los dos habían fingido que lo que compartían era simplemente un deseo físico, sin sentimientos. Sin embargo, no se podía negar que él le había tomado a Lily mucho cariño. Más que eso. Aunque no supiera lo que era el amor, diría que se parecía bastante a lo que él sentía.

Habían pasado seis días juntos. ¿Cómo iba a ser eso tiempo suficiente para enamorarse? Aunque las películas siempre habían popularizado el amor a primera vista, Aidan no creía que existiera. El amor llevaba tiempo, esfuerzo, era un sentimiento que había que alimentar.

Al menos, habían hablado del futuro. Se volverían a ver al cabo de tres semanas. Tal vez después de pasar un tiempo separado de ella, podría manejar mejor sus sentimientos. Quería estar completamente seguro antes de decir nada.

Le dio un beso en la frente y se levantó de la cama. Comenzó a vestirse. Las primeras luces de la mañana comenzaron a iluminar la habitación. Miró de nuevo el reloj, contando mentalmente los minutos que faltaban para marcharse. Se miró en el espejo que había encima de la cómoda y se peinó el cabello con los dedos. Cuando encontró los zapatos, supo que por fin estaba listo. Sin embargo, decidió que le dejaría a Lily una nota, algo que le demostrara que había estado pensando en ella. Miró a su alrededor para tratar de encontrar un trozo de papel. Encontró un bloc de notas que había debajo de una revista, al lado de la cama. Cuando lo tomó, se dio cuenta de que no era un bloc, sino un manuscrito. Se acercó a la ventana para leer la primera página. Después, hizo lo mismo con la segunda y la tercera.

Aunque aquel extracto pertenecía a la parte central de un libro, Aidan se sintió cautivado por el estilo. Lily estaba describiendo un sencillo corte de pelo para un niño en un elegante y moderno salón de belleza de Hollywood. Los personajes eran profundamente egoístas y el niño que narraba la historia poseía un malvado ingenio.

Quería llevarse aquellas páginas, pero Lily se había negado a dejarle leer lo que había escrito. Oponerse a sus deseos sería una traición que Lily no le perdonaría jamás.

Regresó a la cama para dejar los papeles. Entonces, sacó su teléfono móvil y marcó el número de Lily. Oyó que el teléfono comenzaba a sonar en alguna parte de la casa. Cuando saltó el buzón de voz, comenzó a hablar suavemente.

– Hola -dijo-. Ha llegado el momento de marcharme y estoy aquí, junto a la cama, mirándote y preguntándome qué diablos estoy haciendo. Quiero volver a meterme en la cama contigo y quedarme aquí otra semana, pero tengo asuntos de los que ocuparme, al igual que tú. Por eso, en vez de despertarte, me voy a marchar ahora mismo. Quiero que sepas que estoy pensando en ti y en lo afortunado que he sido por haberte conocido en ese avión. Te llamaré muy pronto. Cuídate, Lily.

Cerró lentamente el teléfono y respiró profundamente. Se sobrepuso a la tentación de inclinarse sobre ella para besarla y se alejó de la cama. Si la besaba, ella podría despertarse y, si se despertaba, podría no conformarse con sólo un beso. Si eso ocurría, jamás se marcharía.

Se dirigió hacia la puerta y la miró por última vez antes de marcharse.

– Hasta pronto -murmuró.

Mientras se dirigía hacia la puerta, se preguntó cómo sería la próxima vez que se vieran. ¿Seguiría siendo la atracción tan intensa o se habría enfriado? ¿Retomarían la relación donde la habían dejado o tendrían que volver a empezar?

Su taxi ya lo estaba esperando. Al verlo, el conductor salió y le abrió el maletero. Tras meter su equipaje, Aidan se volvió para mirar la casa por última vez. Sonrió al recordar el día en el que llegó a ella. Habían cambiado tan pocas cosas en un periodo de tiempo tan breve. Jamás le habría parecido posible.

– ¿Al JFK?

Aidan asintió. Se metió en el interior del vehículo y se acomodó sobre el suave asiento de cuero. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Cuando el taxi arrancó y comenzó a alejarse de la casa, él sintió la distancia que lo separaba de Lily casi como un dolor físico. Quiso decirle al conductor que detuviera el coche y regresara. No lo hizo. Decidió que era mejor marcharse. Si su relación iba a durar en el mundo real, tendrían que darle oportunidad de madurar. Si regresaba en aquel momento, las cosas no serían como habían planeado. De eso no le cabía la menor duda. Sin embargo, estaba preparado para los desafíos. Por primera vez en su vida, había encontrado una mujer por la que merecía la pena luchar.


– Señorita St. Claire, estamos listos para peinarla y maquillarla. Si es tan amable de acompañarme…

Lily miró la página de la revista que estaba tratando de leer. La cabeza le daba vueltas con las preguntas y las respuestas que tan cuidadosamente había practicado.

– ¿Señorita St. Claire?

Lily levantó la mirada y vio a la ayudante de producción de Talk to me.

– Lo siento…

Aunque sabía que ahora era la señorita St. Claire, a Lily aún le costaba bastante responder a aquel nombre. Se puso de pie y se pasó las manos por el vestido.

– Miranda estaba aquí hace tan sólo un minuto. ¿La ha visto?

– Está en maquillaje charlando con Gail.

Gail era Gail Weatherby, una de las cuatro tertulianas del programa. Gail era la periodista más experimentada de las cuatro y sería la que llevaría las riendas de la entrevista, con intervenciones ocasionales por parte de las otras. La ayudante de producción había repasado muchas de las preguntas con Lily, pero le había advertido que podría haber algunas cuestiones inesperadas.

Ocurriera lo que ocurriera, debía mantener un tono ligero y humorístico en la entrevista y no tomarse en serio ninguna de las preguntas. El problema era que Lily no se sentía con humor en aquellos momentos. Desgraciadamente, se sentía a punto de vomitar el donut que acababa de tomar para desayunar.

– ¿Le parece que este vestido está bien? -le preguntó Lily.

– Oh, es perfecto. El color destaca el de sus ojos. No podía haber elegido nada mejor para aparecer en televisión.

– Yo… yo no lo elegí -dijo ella-. Mi… mi novio lo escogió por mí. Es decir, en realidad es sólo un amigo, aunque tenemos una relación sentimental. No obstante, yo no diría que él es mi…

– Todo va a salir bien. Relájese y sea usted misma.

Ese era precisamente el problema. Esperaban que se relajara y que fuera Lacey St. Claire, pero ella no era Lacey St. Claire. La última vez que había sido Lacey fue la noche antes de que Aidan se marchara a Los Ángeles. Desde entonces, se había ido sintiendo cada vez más como la Lily Hart de antaño.

Cuando entró en la sala de maquillaje, vio a Miranda relajándose en uno de los sillones mientras peinaban a Gail. Miranda había estado en el programa en dos o tres ocasiones y se sentía muy cómoda allí. Ella estaba encandilando a todo el mundo, lo que resultaba sorprendente, dado que poco más de una hora antes, había estado despotricando de las cuatro tertulianas, criticando sus operaciones de cirugía plástica y los amantes que tenían.

– Cariño -gritó Miranda-. Le estaba diciendo a Gail que supe que tu libro iba a tener un gran éxito en el momento en el que lo leí. Aunque todas somos mujeres maduras, tenemos nuestras cosillas con el sexo. Ya va siendo hora de que, en el dormitorio, estemos al mismo nivel que nuestras parejas. Por supuesto, esas palabras son de Lily. Precisamente me lo decía ayer mismo, ¿verdad, querida?

Lily jamás había pronunciado aquellas palabras. Si lo hubiera hecho, ciertamente habría sido una persona mucho más interesante.

– ¿Dónde me siento? -preguntó.

Miranda se puso de pie.

– Aquí, cielo. Siéntate aquí y charla un rato con Gail. Yo voy a buscar una taza de café.

Lily miró a Gail y sonrió.

– Es una mujer increíble, ¿verdad?

– Tu madrina es una mujer de armas tomar -dijo Gail-. Supongo que debe de ser bastante difícil vivir con ella.

– En realidad, no -mintió. No quería decir nada que se pudiera tergiversar ni que se pudiera sacar cuando estuvieran grabando. Miranda le había advertido que tuviera cuidado con Gail porque no tenía reparo alguno a la hora de hacer preguntas comprometidas.

– Miranda me ha dicho que has estado saliendo con el director de cine Aidan Pierce.

– No estamos saliendo. Sólo somos amigos. Buenos amigos. Creo que a Miranda le gusta mucho adornar mi vida amorosa.

– Una vida que seguramente es bastante interesante, considerando el tema de tu libro.

– Vaya, me siento como si ya hubiera comenzado la entrevista.

– Simplemente estoy tratando de ver cómo eres. En ocasiones, estas charlas sacan a relucir detalles muy importantes. ¿Te ayudó Miranda con el libro?

– Sí. Me sugirió el tema. Leyó todos los bocetos y se lo envió a su editorial… sin que yo lo supiera. Siempre me ha animado mucho.

– Bueno, cuéntame cómo conociste a Aidan Pierce. Mi productora dice que es muy guapo.

– Te juro que sólo somos amigos.

Alguien llamó a la puerta cuando las dos se giraron, vieron que la ayudante de producción estaba allí con un enorme ramo de flores en las manos.

– Acaban de llegar para usted.

– Ponlas ahí -dijo Gail.

– No. Son para Lacey St. Claire -replicó la joven, colocándolas delante de Lily-. Llevan una tarjeta.

Lily sacó la tarjeta de entre las flores. La abrió inmediatamente y la leyó en silencio.

Mucha suerte, Lily. Con cariño, Aidan.

Volvió a guardar la tarjeta y se inclinó sobre las flores para aspirar su aroma. Durante los últimos días, había estado recibiendo pequeños regalos, algunos por correo u otros que simplemente aparecían en su casa de los Hamptons. Aidan le había enviado un libro sobre los faros de Long Island, una foto de sí mismo sentado junto a la tetera que habían comprado juntos, también una caja de trufas de chocolate y, justo el día anterior, un jersey de los Mets.

Miranda volvió a entrar en la sala. Llevaba dos vasos de café en las manos.

– He tenido que enviar a alguien para que me traiga estos cafés… ¡Dios mío! ¡Qué bonitas flores! Gail, ¿acaso tienes un admirador secreto?

– Son de Lily -respondió Gail.

– Son preciosas. Supongo que es otro regalo de Aidan, ¿no?

Gail frunció el ceño.

– Creía que habías dicho que erais solo amigos.

– Y así es -le aseguró Lily-. Sólo me las ha enviado para darme suerte.

Gail la miró con escepticismo y asintió.

– Muy bien. Yo tengo que prepararme. Nos veremos en el plató, Lily. Miranda, como siempre, ha sido un placer. Llámame algún día para que podamos almorzar juntas. Tengo una subasta benéfica a la que me encantaría que asistieras.

Miranda observó cómo peinaban y maquillaban a Lily. No dejó de hacer sugerencias ni de implicarse en una acalorada discusión sobre el color de lápiz de labios que Lily debía llevar. Al final, la maquilladora tuvo que ceder.

– Tienes que ser muy firme con estas personas -dijo Miranda-. Está en juego tu imagen. Si no te gusta algo, es mejor que lo digas. Recuerda que eres tú quien manda. Si muestras debilidad, se aprovecharán de ti.

– Entiendo -dijo ella suavemente. Se sacó la tarjeta y la volvió a leer. Había firmado las anteriores tarjetas de otro modo. Era la primera vez que utilizaba la palabra «cariño».

Suspiró. ¿Qué estaba haciendo? Una vez más, estaba creando una fantasía que no existía. Dentro de unas pocas semanas, volvería a verlo y retomarían la relación donde la habían dejado. Exactamente en el mismo lugar. No podía imaginarse que él estaba enamorado de ella y construir un mundo sobre una sencilla palabra. Eso sería un error.

– ¿Qué es esto? -preguntó Miranda.

– ¿El qué?

– Esa cara. Dios Santo, Lily. Tienes un aspecto tan… tan triste. Sonríe. Estoy cansada de que te pases el día con la cara larga.

– No me digas cómo debo sentirme -le espetó Lily-. Me he pasado toda la vida negando el hecho de que siento algo. Si quiero estar triste, puedo estar triste.

– Entonces, yo tenía razón. Las flores son de él. Bueno, al menos es muy considerado. Eso tengo que admitirlo.

– Es más que considerado. Es… es maravilloso.

– En ese caso, deberías estar bailando por toda la habitación. En vez de eso, estás pensando en todo lo que puede ir mal. Te estás preocupando sobre la próxima vez que os veáis o sobre si os volveréis a ver.

Miranda la conocía demasiado bien.

– No puedo evitarlo.

– Claro que puedes. Puedes empezar a creer que te mereces cosas buenas en la vida, en especial un hombre bueno. Por cierto, le he pedido a mi agente inmobiliario que te empiece a buscar una casa. Sé que has estado ahorrando y, con el dinero del libro, deberías estar en situación de comprar.

Lily miró fijamente a Miranda. Se sentía atónita por aquella afirmación.

– Creía que eso te disgustaría.

– Cariño, no podemos tener a ese hombre entrando y saliendo de mi casa cuando vaya a acostarse contigo. No estaría bien. Además, tú necesitas tu propio espacio, pero quiero asegurarme de que encuentras un lugar bonito y cercano a mí. Por eso, he decidido hacerte un pequeño préstamo -anunció Miranda. Al ver que Lily iba a protestar, levantó la mano para impedirle hablar-. Ya hablaremos de esto cuando regreses de promocionar tu libro.

Con esto, Miranda se levantó de la silla y se dirigió a la puerta.

– ¿Dónde está en estos momentos?

– En Los Ángeles.

– Tienes dos días antes de empezar con la promoción. Móntate en un avión y ve a verlo.

Miranda abrió la puerta y se marchó, dejando a Lily sumida en sus pensamientos.

Miranda tenía razón. Nada podía impedirle que pasara sus últimos días de libertad en Los Ángeles con Aidan. Aunque odiaba volar, tal vez no lo pasaría tan mal si supiera que viajaba para encontrarse con alguien maravilloso. Agarró el bolso y buscó su teléfono móvil en el interior. Si se marchaba justo después de la entrevista, podría estar en Los Ángeles aquella misma noche. Así tendría dos noches con Aidan antes de tener que marcharse otra vez.

Abrió el teléfono y miró la foto que él le había enviado de sí mismo. Resultaba difícil pensar en él como un hombre de carne y hueso cuando lo único que tenía era aquella fotografía y sus recuerdos.

Miranda tenía razón. Tenía motivos más que suficientes para mostrarse optimista. Una rápida escapada a Los Ángeles le vendría muy bien para sentirse menos… triste.

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