Capítulo 6

– ¿Señorita Lily? ¿Señorita Lily?

Lily se dio la vuelta en la cama y se tapó un poco más con la manta. Trataba de volverse a dormir, pero un incesante ruido en la puerta se lo impedía. Abrió un ojo y vio que el sol ya entraba por las puertas de la casa de la piscina.

– ¿Señorita Lily?

Se incorporó un poco y miró al otro lado de la cama. Aidan ya se había levantado y se había marchado.

– Estoy despierta -le dijo a Luisa-. Entra.

Luisa entró corriendo en la estancia con un teléfono inalámbrico en la mano.

– Siento molestarla, señorita Lily, pero es la señorita Miranda. Ha dicho que era una emergencia.

Lily miró el reloj. Eran sólo las siete de la mañana en Los Ángeles, demasiado temprano para que Miranda se hubiera levantado de la cama. Un escalofrío le recorrió la espalda.

– ¿Qué clase de emergencia? -preguntó mientras extendía la mano para agarrar el teléfono.

– No me lo ha dicho -respondió Luisa.

Lily se puso el teléfono al oído.

– Miranda, ¿qué es lo que ocurre? ¿Te encuentras bien? ¿Dónde estás?

– ¿Lo has visto esta mañana? Rachel me acaba de llamar y me ha dicho que los libreros de la costa este se están volviendo locos tratando de pedir más ejemplares de tu libro.

– ¿Cómo dices? -preguntó Lily, frotándose los ojos-. Miranda, ¿cuál es la emergencia?

– ¡Tu libro! Esta mañana estaban hablando de él en Talk to me, ya sabes ese programa que yo odio porque lo presentan unas mujeres que siempre están quejándose. Bueno, estaban hablando de tu libro. Los libreros están aceptando pedidos que no pueden entregar y no hacen más que perseguir a las distribuidoras. Es una locura. Rachel, la que se ocupa de la publicidad de la editorial, me ha llamado esta mañana y me ha dicho que quieren capitalizar esto. Necesitan que vayas a Talk to me.

– Yo… yo no puedo salir en televisión -dijo, casi sin comprender-. Tal vez podría firmar algunos libros, pero nada más. En cuanto me vean, se darán cuenta de que yo no he escrito ese libro.

– Pero sí que lo has escrito.

– Lo sé, lo sé, pero, ¿no te parece que es mucho mejor mantener mi identidad en secreto? Además, yo no quería escribir un libro sobre sexo, Miranda. Eso fue idea tuya.

– Lily, si le das publicidad a este libro, querrán comprarte otro y luego otro más. Les gusta que los autores ayuden a vender sus propios libros. ¿Por qué te crees tú que yo me paso seis meses al año en la carretera?

– ¿De verdad crees que debería hacerlo?

– Pues claro que sí. Rachel va a llamarte más tarde. Va a tomar un tren para ir a verte y preparar un plan contigo. Quieren que salgas en ese programa la semana que viene. Cómprate algo bonito. Yo voy a concertar una cita en tu nombre en el salón de belleza al que yo voy. Te arreglarán el cabello, te harán una limpieza de cutis y la manicura.

– Sí y, de paso, también me darán una personalidad nueva.

– Dile a Aidan que te ayude. Él se ha ocupado de conseguir que actrices de tercera realicen interpretaciones sorprendentes. Tal vez pueda ayudarte, es decir, si sigue ahí contigo…

– Sí, Miranda, sigue aquí.

– ¿Está contigo ahora mismo? -le preguntó-. No me respondas. Le preguntaré a Luisa qué es lo que está pasando. Ella es mucho más prolija con los detalles. Me ha dicho que duermes con él en la casa de la piscina. Cariño, tú puedes dormir en la casa. A mí no me importa y…

– Adiós, Miranda.

– Llámame más tarde y cuéntame lo que te haya dicho Rachel. Quiero saber exactamente lo que tienen planeado para ti. No dejes que te concierten demasiadas citas, y ni siquiera consideres los programas de segunda y tercera categoría. Además, ponte lo que quieras, pero no vayas de blanco. Te hará parecer una ballena.

– Miranda, sé lo que tengo que hacer. Llevo años coordinando tu publicidad junto a Rachel.

– Es cierto… Bueno, no hagas nada que yo no haría.

Lily colgó el teléfono y lo arrojó sobre la cama. Entonces, volvió a tumbarse. ¿Qué iba a hacer? Una cosa era haber escrito el libro y otra muy distinta defenderlo. Sí, efectivamente creía en todo lo que había escrito. Las mujeres deberían tener el poder de conseguir lo que desean sexualmente de los hombres, del mismo modo que los hombres llevaban años haciéndolo. Sin embargo, su única experiencia se reducía al encuentro con Aidan en el servicio del avión.

Recordó la tarde anterior, cuando se encontraron con Brooke.

– Ella sabría lo que hacer -musitó. Con su magnífico aspecto, a Brooke Farris seguramente le encantaba ir a los programas de televisión casi tanto como acostarse con Aidan-. Tal vez debería contratarla para que representara el papel de Lacey St. Claire. Eso resolvería todos mis problemas.

– ¿Va todo bien?

Era Aidan. Se acercó a la cama. Iba vestido con pantalones cortos y zapatillas deportivas. Estaba bebiéndose un vaso de zumo de naranja. Su cuerpo relucía con el brillo del sudor.

– No.

– Luisa me ha contado que Miranda ha llamado con una emergencia. ¿Tienes que regresar a Los Ángeles?

– No. A ella no le pasa nada. Me ocurre a mí.

– ¿Qué es lo que pasa? -quiso saber Aidan. Se sentó en la cama y la miró fijamente.

– Se ha estado hablado de mi libro en un programa muy popular de esta mañana y los libreros andan desesperados para obtener más copias. Mi editorial quiere que empiece a hacer publicidad.

– Eso es genial. ¿No?

– ¿Acaso parezco yo la clase de mujer que podría haber escrito ese libro?

– Pues sí. De hecho, eres esa clase de mujer.

– Miranda me convenció para que recabara información al respecto y escribiera el libro. Ahora, me están convenciendo para que le haga publicidad.

– Lily, no tienes que hacer nada que no desees hacer. En eso cuentas con todo mi apoyo. Si no quieres hacerle publicidad a tu libro, no lo hagas. Simplemente di que no.

Lily respiró profundamente.

– Jamás he tenido una fuente de ingresos a parte de lo que Miranda me paga. Llevo años queriendo tener mi propia casa. He ahorrado un poco de dinero, pero, si el libro se vende bien, tal vez gane lo suficiente para comprarme una casa. Por fin tendría una vida propia… ¿Quieres ayudarme, Aidan? Miranda me ha dicho que has conseguido que incluso actrices mediocres salgan bien en pantalla. ¿Crees que podrías convertirme en Lacey St. Claire.

– Recuérdame que le dé las gracias a Miranda por su cumplido -dijo Aidan. Se terminó el zumo y dejó el vaso vacío sobre la mesa.

– En realidad se trata sólo de eso, ¿verdad? De actuar. Si no soy esa mujer, puedo fingir serlo. Tú eres el director. Dirígeme.

– Estás bromeando, ¿verdad?

– Estoy hablando completamente en serio. Quieren que vaya a ese programa la semana que viene. Tengo que estar preparada. Tengo que parecer una… seductora.

Aidan la miró dubitativamente. Entonces, asintió.

– De acuerdo, pero primero tengo que darme una ducha… Tal vez nos podríamos duchar juntos. ¿Has hecho el amor alguna vez en una ducha?

– No -susurró ella. Sintió que se ruborizaba.

– La ducha es lo suficientemente grande para los dos. Podríamos considerar que esto es la primera lección. Vamos, Lacey. Atráeme a la ducha y haz lo que quieras conmigo.

Lily apartó la sábana y se puso de pie.

– Muy bien. Es un comienzo. Quítate la ropa.

Aidan negó muy lentamente con la cabeza.

– No. Me las vas a quitar tú. Tú eres la que debe practicar… Dios, eres muy hermosa por la mañana -murmuró.

Con Aidan todo resultaba muy fácil. Le había dejado muy claro que la deseaba tanto como ella lo deseaba a él. En lo que se refería al sexo, ella no tenía que pensar. Sólo sentir. Se puso de puntillas y lo besó. Entonces, le deslizó una mano sobre el vientre para acariciarle la entrepierna. Se la frotó sugerentemente hasta que empezó a notar que el miembro viril despertaba bajo la sedosa tela de los pantalones cortos que él llevaba.

– Voy a darme una ducha -susurró ella con voz muy seductora-. Puedes quedarte aquí o venirte conmigo.

– No importa. No necesito ducharme.

Lily frunció el ceño.

– Claro que sí lo necesitas. Tengo que deslizarte las manos enjabonadas sobre el cuerpo desnudo y limpiarte muy bien para que podamos…

Aidan la abrazó y la besó. Cuando por fin se apartó de ella, Lily echó a correr hacia el cuarto de baño. Él salió tras ella y Lily gritó cuando Aidan la agarró por la cintura y la llevó el resto del camino en brazos.

Cuando el agua salió caliente, Aidan se quitó los zapatos y los pantalones cortos. Entonces, la hizo entrar en el cubículo de la ducha. Allí, la besó apasionadamente, encendiendo inmediatamente su deseo. Lily se arqueó contra él y dejó que Aidan le besara suavemente hombros y senos. Cuando intentó bajar un poco más, ella lo agarró del cabello y lo obligó a incorporarse.

– Se supone que soy yo quien debe seducirte a ti. Dame una oportunidad.

Comenzó a acariciarlo lentamente, a explorar su cuerpo con labios y lengua. El agua facilitaba su tarea, por lo que Aidan no tardó mucho en estar completamente excitado y gimiendo de deseo. Lily sabía exactamente qué era lo que le volvería loco de deseo. Comenzó a besarle en sus partes más íntimas. Cuando deslizó los labios por la punta, él gimió de deseo y tuvo que apoyarse contra las paredes de la ducha con los ojos cerrados.

Lily decidió que, si no volvía a conocer a ningún hombre así de íntimamente, podría vivir con los recuerdos. Estos estaban tan profundamente grabados en su memoria que estaba segura de que podría recordar todas las caricias, todas las reacciones, sólo cerrando los ojos.

Ella lo tentaba con labios y lengua. Se sentía muy sorprendida por la facilidad con la que podía llevarlo al límite. Entonces, cuando estaba casi a punto, Aidan la agarró por los brazos y la obligó a levantase. Abrió los ojos y sonrió.

– No te muevas -le dijo, con los ojos nublados por el deseo.

Cuando regresó a la ducha, llevaba un preservativo en la mano. Se lo colocó rápidamente y la estrechó suavemente entre sus brazos, deslizándole los dedos entre las piernas.

Todos los nervios del cuerpo de Lily vibraban de tensión. Las caricias le aceleraban el pulso. Aidan era capaz de interpretar perfectamente los gestos de ella. Cuando llegó al límite, la levantó y le indicó que le pusiera las piernas alrededor de la cintura.

La penetró lentamente. Lily jamás había experimentado la sensación que sintió cuando lo sintió tan profundamente dentro de su ser. Los miedos y las inseguridades que le habían impedido amarlo desaparecieron por completo. ¿Por qué no podía sentirse así siempre, como si no hubiera nada que pudiera interponerse entre ellos?

Las sensaciones de placer que la atenazaban le impedían pensar racionalmente. Un momento más tarde, se vio presa de las sacudidas del clímax. Se tensó y se agarró con fuerza a Aidan. Segundos después, él llegó también al orgasmo. La apretó con fuerza contra la pared de la ducha mientras se hundía en ella una última vez.

Permanecieron unos instantes aferrados el uno al otro bajo la ducha. Los dos temblaban de placer. Lily sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y se permitió llorar sabiendo que sus lágrimas quedarían ocultas por el agua.

Jamás había experimentado tanta pasión con otro hombre. Aidan era al que quería en su vida, pero sabía que lo tenía todo en contra. Sus padres se habían querido mucho. Seguramente habían experimentado también aquella pasión, pero no había durado.

Una fantasía tenía una duración limitada. ¿Cuánto tiempo podría sobrevivir dentro de ella antes de que el mundo real se entrometiera? Lily sabía que lo más seguro era que aquella aventura no tuviera un final feliz. Sin embargo, resultaría maravilloso mientras durara… ¿No?


Aidan estaba mirando el techo de la casa de la piscina, observando las aspas del ventilador. Lily llevaba más de dos horas encerrada en el despacho de Miranda con la publicista. Sin saber por qué, se encontraba intranquilo e inquieto.

Desde que regresaron del pueblo la tarde anterior, él había notado un sutil cambio en su relación. No sabía definir exactamente de qué se trataba, pero Lily tenía una mirada en los ojos que no sabía interpretar. ¿Tristeza? No. ¿Resignación? Tal vez.

Aunque habían hecho el amor en la ducha aquella mañana, Aidan había sentido una cierta desesperación en el deseo de Lily. Era como si quisiera demostrarse algo a sí misma… o tal vez a él. Aidan recordó el encuentro que habían tenido con Brooke.

Él no se había mostrado muy contento de verla. Se había comportado de un modo cortés, pero frío a las evidentes insinuaciones de Brooke. Aunque los dos habían salido un par de meses el año anterior y habían compartido la misma cama en cientos de ocasiones, jamás la había considerado una relación sería.

Demonios… Jamás había tenido una relación sería. Había tenido citas, relaciones sexuales, pero ninguna de ellas se había acercado ni siquiera a la definición de la palabra «seria». Sin embargo, no podía decir lo mismo de lo que había entre Lily y él.

Cuando estaba con ella, no quería estar en ningún otro sitio. En realidad, casi tenía miedo de dejarla, miedo de que lo que había entre ellos se evaporara de repente. Habían pasado tres noches y dos días juntos. En ese mismo momento en sus anteriores relaciones, ya habría empezado a buscar el modo de poner distancias entre ellos. Con Lily aún estaba tratando de encontrar el modo de acercarse más a ella.

Se levantó de la cama, se dirigió a la cocina y sacó una cerveza del frigorífico. Entonces, tomó el guión que se había llevado de Los Ángeles y trató de concentrarse en él, pero no hacía más que leer la misma página una y otra vez. No hacía más que pensar en Lily. Quería comprobar que estaba bien, pero le parecía mal molestarla. Debía recordar que tan sólo era un invitado en aquella casa. Como novio, podría tener más derecho, pero no tenía ningún título oficial en la vida de Lily.

Al menos era su amigo y conocía perfectamente el mundo de la publicidad. Decidió que podría ofrecerle sus consejos. Algo más tranquilo por estos pensamientos, salió a la piscina y se encontró allí a Lily, de pie junto al agua. Parecía perdida en sus pensamientos, tanto que no lo oyó acercarse.

– Hola. ¿Ya has terminado?

– No. Aún tenemos que revisar muchas cosas. Simplemente está llamando a su despacho para recoger los mensajes.

– ¿Cómo va?

– Considerando que odio volar, no le estoy poniendo las cosas muy fáciles. Estaba pensando que deberían ponerme uno de esos autobuses para recorrer todo el país en él.

– ¿Cuándo crees que vas a terminar?

– No lo sé. Lo siento. No creía que fuéramos a tardar tanto. Aún no hemos cenado. Luisa dejó algunas cosas en el frigorífico. Tal vez podrías ir al pueblo a comprar algo.

– No hay problema. Puedo esperar. Además, no necesito que me entretengas -susurró. Le rodeó la cintura con el brazo-, aunque me gusta que lo hagas.

– ¿Por qué no te vas a esa fiesta? -le sugirió ella evitando sus caricias-. Allí habrá personas que conozcas. Diviértete. Yo estaré aquí cuando regreses.

– Esas fiestas jamás son divertidas, Lily. Además, allí no hay nadie a quien yo quiera ver. Lo único que deseo está aquí.

– ¿Pero no es bueno relacionarte con la gente del cine?

Lily parecía decidida a librarse de él. Considerando que aún no tenía otra película, tal vez no sería tan mala idea acudir. No estaba en el punto de su carrera en el que se pudiera permitir rechazar una invitación a una fiesta de Jack Simons. Cuando estaba con Lily, le resultaba fácil olvidar que tenía una profesión.

– Iré si tú me acompañas.

– No puedo.

– Iremos juntos, cuando hayas terminado. Eh, ir a una fiesta así será un buen entrenamiento para ti. Si eres capaz de entablar conversación con un montón de personas que sólo piensan en sí mismas, podrás hablar con cualquiera. Además, la comida es siempre buena.

Para su sorpresa, Lily comenzó a considerar su sugerencia. Entonces, asintió.

– Está bien. ¿Por qué no vas tú primero? Yo me puedo reunir contigo cuando haya terminado. Llévate el todoterreno.

– ¿Y cómo vas a ir tú?

– Luisa sigue aquí. Haré que me lleve.

Aidan extendió las manos y frotó suavemente los brazos de Lily. La miró a los ojos. ¿Por qué estaba haciendo eso? Era casi como si lo estuviera alejando de su lado aposta, como si quisiera devolverlo al mundo que había dejado en Los Ángeles. ¿Se trataría de una prueba para ver si quería pasar la noche con Brooke en vez de con ella o simplemente le estaba dando algo que hacer con su tiempo?

– ¿Me prometes que vendrás?

– Te lo prometo.

Aidan observó atentamente el rostro de Lily para tratar de comprender sus sentimientos.

– No deseo a esa mujer. Quiero que quede claro si te estás comportando así por eso.

– Lo sé.

– Entonces, ¿a qué viene todo esto, Lily? Sé que te preocupa algo. Puedes ser sincera conmigo.

Lily se dio la vuelta y recorrió el borde de la piscina observando las aguas como si éstas contuvieran la respuesta.

– Me gustas -dijo por fin-. Eso es algo muy peligroso porque me hace desear pasar más tiempo contigo. Sin embargo, cuanto más tiempo estoy contigo, más me gustas.

– Así suele ocurrir habitualmente. ¿Qué tiene eso de malo?

– Cuando nos separemos, voy a echarte mucho de menos.

– ¿Y qué quieres hacer al respecto, Lily? -le preguntó Aidan acercándose a ella-. Tal vez deberíamos realizar un plan.

– Tal vez simplemente deberíamos dejarlo estar. Los dos sabemos cómo va a terminar esto. Tú tendrás que irte a grabar y yo estaré en Los Ángeles, y nos daremos cuenta de que ya no es tan bueno como lo era al principio. Jamás será tan bueno como esta semana aquí.

Aidan sabía que probablemente ella tenía razón, pero quería creer que, algún día, eso podría cambiar. Quería creer que Lily podría ser la elegida de su corazón, pero, si no lo creía, ¿cómo iba a poder convertirse en realidad?

– Creo que iré a esa fiesta.

Si Lily estaba tan decidida a construir un muro entre ellos, ¿por qué iba él a empeñarse en derribarlo? No necesitaba complicaciones en su vida. Resultaría mucho más fácil aceptar su relación como algo que tendría un principio y un final.

– Bien.

– ¿Sabes cómo llegar allí?

– Estuve en una fiesta benéfica en esa casa hace algunos veranos. Sé dónde está. Luisa me dejará de camino a su casa.

Las palabras no importaban. No esperaba que Lily se presentara en la fiesta. Estaba seguro de que, cuando regresara a la casa por la noche, ella le presentaría alguna excusa para justificar su ausencia. Tal vez incluso encontrara alguna razón para dormir en su propia cama aquella noche. Si ocurría así, Aidan empezaría a pensar en marcharse. Sentía que las cosas empezaban a ir mal y no sabía cómo impedirlo.

– Es mejor que regrese a la reunión. Hasta luego.

Aidan estaba cansado de evitar hablar de lo que, evidentemente, era un problema. Le agarró la mano y tiró de ella para tomarla entre sus brazos. La besó asegurándose de que ella sabía exactamente lo que sentía. Le moldeó la boca con la suya, ayudándose con los profundos movimientos de la lengua.

Así era como deberían ser siempre las cosas entre ellos. Una atracción tan profunda que ninguno de los dos pudiera negarla.

– Hagas lo que hagas, recuerda esto -murmuró-. Recuerda lo que se siente.

La soltó. Ella lo miraba con los ojos como platos. Entonces, Aidan se dio la vuelta y regresó a la casa de la piscina. Le tocaba mover ficha a ella. Si no reaccionaba, al menos Aidan sabría qué terreno pisaba. Si lo hacía, aún tendrían una oportunidad.


Lily había estado en casa de Jack Simons en otra ocasión en compañía de Miranda. Aunque su madrina siempre había tratado de conseguir que formara parte de la conversación, ella había preferido permanecer al margen y observar.

Resultaba mucho más fácil ser ella misma cuando no tenía que esforzarse por parecer interesante. Tal vez era lo único que le quedaba de una infancia en la barrera, observando. Al menos tenía mucho material para su novela. Podría ser que lograra encontrar más inspiración en aquella fiesta.

– ¿Qué tal estoy?

– Preciosa -le dijo Luisa-. Yo siempre he pensado que eras muy hermosa, Lily, y siempre me he preguntado también si tú terminarías dándote cuenta tú sola.

Se miró el vestido que llevaba puesto. Se lo había tomado prestado a Miranda. Se trataba de un vestido de seda salvaje, sin mangas, de color cobrizo. Lo acompañaba con un grueso collar con pendientes a juego que sabía que le habían costado una pequeña fortuna a Miranda en Bloomingdale's. Lo único que llevaba suyo eran las sandalias.

Tragó saliva. ¿Por qué había accedido a ir a aquella fiesta? Aidan quería que estuviera presente y, además, quería demostrarle a Brooke Farris que Aidan la había elegido a ella. Además, Jack Simons era amigo de Miranda y tenía que hacerlo por sí misma… y por Lacey St. Claire. Durante los próximos meses tendría que tratar con desconocidos. Si no conseguía relacionarse fuera del ambiente en el que se encontraba cómoda, jamás conseguiría que su libro tuviera un gran éxito. A pesar de todo, no dejaba de sentir una extraña sensación en el estómago, como de náusea.

– Seguro que él ya está de camino a casa, Luisa -dijo-. Llévame de nuevo a casa.

– Bueno, lo mejor es que veas por ti misma si él sigue allí. Yo esperaré fuera diez minutos. Si no sales en ese tiempo, sabré que lo has encontrado.

Lily asintió y trató de controlar los nervios. Cuando por fin llegaron a la casa, agarró con fuerza el bolso que también le había tomado prestado a Miranda y bajó del coche. Cuando llegó a la puerta, el guardia de seguridad la hizo detenerse.

– ¿Me enseña la invitación?

– He venido a reunirme con Aidan Pierce -dijo ella.

El guardia comprobó la lista.

– Tengo a Aidan Pierce, pero no se menciona que venga con acompañante. Lo siento.

Lily frunció el ceño. Brooke debía de haberse «olvidado» de añadirla a la lista de invitados. Decidió que no iba a consentir que la tratara de ese modo.

– Miranda Sinclair -comentó con cierta arrogancia. Merecía la pena intentarlo. Miranda siempre estaba invitada a todas las fiestas de los Hamptons.

– Aquí está -dijo el guardia-. Que disfrute de la fiesta, señorita Sinclair.

La casa de Jack Simons era una verdadera mansión, diseñada para que todo el mundo comprendiera lo rico y poderoso que era su propietario. Inmediatamente, un camarero se acercó a Lily y le ofreció una copa de champán. Ella lo aceptó y lo tomó de un trago. Miró a su alrededor y vio rostros familiares por todas partes: estrellas de cine, músicos y celebridades de índole diversa se mezclaban con facilidad con los nuevos ricos de la Gran Manzana.

Se dirigió a una de las mesas del bufé, tomó un canapé y se lo metió en la boca. Entonces, se dirigió hacia un lugar cerca de la chimenea en el que podía tomarse su champán y recorrer la sala en busca de Aidan.

– Mi estilista no dejaba de hablar de ello. Me dijo que tenía que leer ese libro. Me lo compré ayer cuando fui a la ciudad. Ni os podéis imaginar lo liberador que me resultó.

Lily no quería escuchar conversaciones ajenas, pero las tres damas que había a su lado estaban hablando tan alto, que resultaba imposible no oír lo que decían.

– ¿Funciona?

– Anoche seduje a mi marido en menos de diez minutos. Él siempre está tan cansado, que conseguir que considere la posibilidad del sexo ya es un logro. Sin embargo, se mostró muy interesado. Durante toda la noche. Y a la mañana siguiente también. Hacía años que no disfrutábamos tanto con el sexo.

Lily se acercó un poco más al grupo.

– Perdone, no quería escuchar lo que estaba diciendo, pero, ¿está usted hablando de Cómo seducir a un hombre en diez minutos?

– Así es. ¿Lo ha leído?

– Yo… Sí. Bueno, en realidad lo he escrito.

– ¿Es usted Lacey St. Claire?

– Sí. Es un pseudónimo. Mi verdadero nombre es Lily Hart.

– Oh, Dios mío. Me ha encantado su libro. Resulta informativo, directo… Yo siempre me sentía algo incómoda ante el hecho de iniciar el sexo, pero ese libro me ha liberado verdaderamente de mis inhibiciones. No sabe cómo ha cambiado mi matrimonio ese libro.

– Me alegro mucho.

– Me llamo Cynthia Woodridge y éstas son mis amigas Camille Rayburn y Whitney DeVoe.

Lily estrechó la mano de todas las damas. Se sentía atónita de haber conocido verdaderamente a alguien que había disfrutado con su libro.

– Mucho gusto.

– Tiene que venir a mi club de lectoras -dijo Cynthia-. No he hecho más que hablar de ese libro desde que lo leí ayer. He encargado algunas copias para mis amigas. ¿Va a pasar usted el verano en Hamptons?

– Sí. Me alojo en casa de Miranda Sinclair.

– Qué bien. Ahora, díganos -observó Cynthia-. ¿A cuántos hombres ha seducido usted con sus técnicas?

– Eso no lo puedo revelar-comentó Lily riendo-. Digamos que utilizo mis poderes prudentemente.

– ¿Hay alguien aquí a quien le gustaría seducir? -le preguntó Camille-. Me encantaría ver cómo lo hace.

Lily se quedó muy sorprendida por aquella petición.

– Bueno, supongo que podría mirar a ver si hay alguien que me interese -susurró. Miró a su alrededor buscando a Aidan-. No veo nada. Creo que voy a mirar fuera.

El trío la siguió a una distancia discreta. Las cuatro mujeres salieron a la terraza y allí, Lily vio por fin a Aidan, que estaba sentado en un murete. A su lado, Brooke, que llevaba un vestido muy ceñido y con un escote que le llegaba prácticamente al ombligo.

– Ahí está -dijo-. Me gusta ése.

– No lo conozco -comentó Cynthia-, pero es muy guapo. ¿Lo conocéis, chicas?

– No -respondió Whitney-, pero la que está con él es Brooke Farris. La odio. Mira qué vestido lleva puesto. Todo el mundo sabe que no lleva ropa interior.

– Adelante -dijo Camille-. Róbeselo a esa mujer. Me encantaría verlo.

Lily sabía que, si conseguía realizar aquel truco de un modo convincente, todas las mujeres de la fiesta conocerían su hazaña antes de que terminara la noche. Al día siguiente, Lacey St. Claire tendría la reputación que ella necesitaba tan desesperadamente.

– ¿Qué es lo que va a hacer primero? -quiso saber Camille.

– Llamar su atención -respondió Lily.

Comenzó a mirar fijamente a Aidan. Brooke le estaba hablando, pero él no parecía estar prestándole atención. De vez en cuando, ojeaba a los invitados. ¿La estaría buscando?

De repente, sus miradas se cruzaron.

– Ya está -murmuró Lily.

– Sí -susurró Camille-. Ha funcionado.

Lentamente, Aidan se apartó de Brooke y se dirigió hacia ella. Lily oyó que Brooke lo llamaba, pero ella comenzó a andar hacia él. Los dos se encontraron en el centro de la terraza. Ella levantó la mano y se la colocó en el torso.

– Hola -musitó ella-. Creo que no nos conocemos.

– ¿No?

– Me llamo Lacey St. Claire.

– Y yo Aidan Pierce -dijo él-. Creía que ya no ibas a venir -añadió, susurrándole las palabras al oído.

– Toma mi mano.

– Está bien…

Aidan hizo lo que ella le había pedido. Entrelazó los dedos con los de ella y se los llevó a los labios.

– Hay música. ¿Le gustaría bailar, señorita St. Claire?

– Sí. Me encantaría.

Aidan se colocó la mano de Lily en el brazo y la condujo a la pista de baile. Ella jamás había bailado con un hombre. Había bailado con muchachos en las fiestas escolares, pero aquello era algo completamente diferente. Los dos comenzaron a moverse suavemente por la pista.

– Me alegro de que hayas venido. Ya creía que no lo ibas a hacer.

– Yo también me alegro de haberlo hecho. Me gusta bailar contigo, Aidan.

– No se me da muy bien.

– Eres maravilloso -susurró ella mientras apoyaba suavemente la cabeza sobre el hombro de él.

– Estás muy guapa con ese vestido. Cuando te vi, no podía creer lo que estaba contemplando…

Lily lo miró a los ojos y sonrió. Aidan siempre sabía qué decirle para conseguir que se sintiera bien. De todas las mujeres hermosas que había en aquella fiesta, había elegido bailar con ella. Se inclinó sobre ella y la besó, humedeciéndole suavemente los labios con la lengua.

– Creo que ya he tenido bastante fiesta -dijo él-. Salgamos de aquí.

La tomó de la mano y la sacó de nuevo al jardín. Allí, Lily se volvió para mirar brevemente a Cynthia, Camille y Whitney, que la contemplaban con la boca abierta. Brooke también los miraba desde la terraza, con una mirada asesina en los ojos.

– ¿Adónde vamos? -le preguntó ella.

– No sé. A algún lugar en el que podamos estar solos. Ahora mismo. Tengo que tocarte y no puedo hacerlo en medio de una multitud.

– Podríamos marcharnos a casa…

– No. Eso nos llevaría demasiado tiempo.

En el césped había tiendas, que parecían sacadas de las noches árabes, pero Aidan no les prestó atención alguna. La llevaba hacia un edificio de cristal, de techo muy bajo, que había cerca de las pistas de tenis. Era un invernadero. Aidan abrió la puerta y los dos entraron.

– ¿Estás seguro de que podemos estar aquí?

– La puerta no estaba cerrada, así que lo consideraremos una invitación para, al menos, echar un vistazo en su interior.

Lily casi no lo veía, pero sentía su tacto. Él la agarró por la cintura y la sentó en el banco de trabajo.

– ¿Sabes cuánto te he echado de menos esta noche? -le preguntó él.

Le besaba la piel con labios ardientes mientras que la lengua trazaba una línea húmeda por donde pasaba.

– Dímelo…

– Durante todo el tiempo que llevo aquí, me moría de ganas por estar en otro lugar -susurró. Le bajó el vestido hasta conseguir dejar al descubierto un seno.

– Yo también te he echado de menos a ti. Me he acostumbrado a tenerte cerca.

Aidan le enmarcó el rostro con las manos y la besó apasionadamente.

– ¿Qué vamos a hacer al respecto?

Hasta aquel momento, habían evitado hablar del futuro. Sin embargo, se estaba haciendo cada vez más evidente que iban a tener que hacerlo tarde o temprano. ¿Qué ocurriría a finales de semana? ¿Seguirían sintiendo aquel abrumador deseo o habrían cambiado ya sus sentimientos?

– Hazme el amor -suplicó Lily.

– ¿Aquí?

– Sí. Necesito sentirte dentro de mí.

Aunque se arriesgaban a que los descubrieran, Aidan se tomó su tiempo. La sedujo lentamente con los dedos hasta que Lily estuvo más que excitada. Cuando por fin se hundió en ella, la agarró con fuerza y le susurró su nombre al oído.

En el pasado siempre habían hecho el amor con intensidad, pero en aquella ocasión Aidan parecía casi desesperado por establecer una conexión más íntima, por llegar más profundamente, por encontrar un lugar que hubiera dejado sin tocar.

Lily sintió que la emoción se apoderaba de ella. Aidan había puesto su vida patas arriba en cuestión de días. Le había hecho creer que la felicidad era posible. ¿Podría sobrevivir cuando se quedara sin todo aquello?

Se aferró a él y se dejó llevar por las sensaciones. El placer parecía cada vez más cercano. Ella gemía de placer a medida que él iba incrementando el ritmo. Los dos estaban perdidos en su pasión, atrapados en un huracán de deseo. Era un sentimiento primitivo que los llenaba plenamente. Cuando el orgasmo llegó por fin, fue profundo y poderoso. Aidan la acompañó enseguida. Sus cuerpos se arquearon el uno contra el otro hasta que no les quedó nada más por dar. Lily trató de respirar y de tranquilizar los alocados latidos de su corazón.

Aidan jamás la había poseído de un modo tan fiero, tan decidido, como si quisiera demostrar que lo que compartían era irrompible. Lily no sabía lo que significaba. Tal vez no lo sabría nunca.

De momento, se pertenecían el uno al otro, en cuerpo y alma. Habían dejado de fingir que lo que había entre ellos no era más que una aventura casual para reclamarse el uno al otro. Ocurriera lo que ocurriera, una parte de Aidan siempre le pertenecería.

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