– ¿Qué te parece éste? -le preguntó Lily. Se colocó delante el vestido que había elegido y se miró en el espejo-. Tiene que ser un poco sexy, pero sofisticado al mismo tiempo.
Miranda había llamado a su tienda favorita de Southampton y les había pedido que enviaran una selección de vestidos para la entrevista que Lily tenía en televisión la semana siguiente. Tenía los vestidos encima de la cama. Entre ellos, había algunos que eran del agrado de Lily, pero no estaba segura de que Lacey St. Claire se los pusiera.
– Me gusta ése -dijo Aidan. Estaba tumbado al otro lado de la cama con la nariz metida en el último número de Sports Illustrated. Como siempre, iba ataviado con sus pantalones cortos y sus chanclas-. Esta noche juegan los Mets. Deberíamos ir a la ciudad para ver el partido.
– ¿Cómo puedes pensar en el béisbol cuando yo estoy en medio de una crisis?
Él se asomó por encima de la revista e hizo un gesto de impaciencia.
– ¿Esto es una crisis? Pues entonces llamaré a los medios de comunicación.
Lily le dedicó una sonrisa a regañadientes.
– Está bien. No es una crisis, simplemente un problema que tengo que resolver. Quiero que me digas qué te parece. Eres un hombre. Sabes lo que resulta sexy en una mujer. Recuerda que soy Lacey St. Claire.
Aidan miro el vestido durante un largo instante.
– No lo sé. Tendrás que probártelo.
Con un dramático suspiro, Lily arrojó el vestido sobre la cama y comenzó a desnudarse. Aidan ya no parecía estar tan interesado en su revista. La observaba atentamente, sin perderse ningún detalle.
– Espera -dijo él al ver que Lily tomaba el vestido para ponérselo-. Me gustas así, pero mejor sin el sujetador ni las bragas. Prueba así.
– Eso sí que quedaría bien en la televisión…
– No importa lo que te pongas. A ti te sienta bien todo. Y nada.
Tenía que ser Aidan quien hiciera desaparecer su ansiedad con un cumplido. Se subió en la cama y se sentó sobre él. Entonces, agarró la revista y se la tiró al suelo.
– ¿Por qué eres tan amable conmigo?
– Porque me gustas. Me gustas mucho. Eres mi chica favorita. La verdad es que… -susurró mientras levantaba las manos y comenzaba a acariciarle los brazos. Parecía estar buscando las palabras que quería decir- la verdad es que… Bueno, creo que deberíamos hablar sobre la verdad.
– Parece algo muy serio. Creía que no nos poníamos serios.
– Tal vez deberíamos intentarlo. He hablado con mi agente esta mañana y voy a tener que volver a Los Ángeles pasado mañana. Me preguntaba si… Bueno, me preguntaba qué iba a pasar con nosotros, porque realmente me gustaría seguir viéndote.
– ¿De verdad? -preguntó Lily. Le resultó imposible no esbozar una sonrisa-. ¿Qué significa eso?
– No lo sé. Significa que quiero verte. ¿Qué crees tú que significa?
– Podría significa que quieres pasarte de vez en cuando a hablar. O que tal vez te gustaría invitarme a cenar y a ver una película el viernes por la noche. También podría significar que quieres hacer una visita nocturna a mi cama de vez en cuando.
– Yo no hago ese tipo de cosas.
– Todos los hombres lo hacen. Está impreso en vuestro ADN.
Aidan extendió la mano y le cubrió la mejilla con ella.
– Significa que no quiero que esto termine.
– Yo tampoco, pero en verano vivo aquí. Mi trabajo está aquí. Además, tengo que realizar la publicidad de mi libro, que va a durar más de seis semanas. Tú probablemente empezarás con las localizaciones de tu próxima película. No creo que esto vaya a funcionar.
– Haremos que funcione.
– Tal vez simplemente estemos destinados sólo a tener un romance de vacaciones.
– No digas eso -dijo Aidan. Se incorporó y la agarró por la cintura. Entonces, la obligó a tumbarse a su lado y se colocó encima de ella-. Lily, no puedo conseguir que esto funcione si tú no crees en ello.
– Quiero creer, pero vi cómo a mis padres les costaba mucho mantener su relación. Fue un largo y doloroso proceso. No estoy segura de que yo pudiera pasar por eso y salir indemne de ello.
– Entonces, ¿simplemente quieres dejar que esto pase?
– No. Quiero creer que podríamos hacer que funcionara, pero tenemos que ser realistas. Y sinceros el uno con el otro. Estoy dispuesta a intentarlo, pero si las cosas empiezan a ir mal, tendrás que prometerme que lo daremos por terminado. Sin ira, sin lamentaciones, sin tratar de arreglar algo que no se puede arreglar. Nos desearemos lo mejor el uno al otro y nos diremos adiós.
Por la expresión que Aidan tenía en el rostro, se notaba que no le importaba lo que Lily acababa de sugerir. Ella sabía que las relaciones, incluso en las circunstancias más favorables, no resultaban fáciles. Con su propia historia familiar y la profesión de Aidan, las posibilidades de éxito se reducían un poco más. Ella sólo quería estar preparada para lo peor. ¿Estaba mal eso?
– Muy bien -dijo él.
Se inclinó sobre ella y la besó. Aquel sencillo gesto rápidamente prendió el deseo en el cuerpo de Lily. ¿A quién estaba tratando de engañar? Tardaría toda una vida en olvidarle.
– ¿Me vas a ayudar a preparar las preguntas de mi entrevista?
– Sí. ¿Tienes una lista?
– Sí, pero ésas ya las he practicado. Necesito preguntas nuevas, inesperadas. Pregúntame cualquier cosa. Cuanto más provocadoras sean, mejor.
Aidan se apartó de ella y se tumbó a su lado.
– Está bien. ¿Por qué decidiste escribir este libro?
– Esta estaba en la lista.
– De acuerdo. ¿Cuántos hombres has seducido con el pretexto de investigar para este libro?
– A ninguno.
– ¿A ninguno?
– Hasta que te conocí, no había estado más de un año con ningún hombre. Estaba esperando a que viniera el adecuado.
– ¿Y ha llegado?
– Tal vez. No lo sé. Tendremos que darle tiempo. ¿Y tú? ¿A cuántas mujeres has seducido en tu vida?
En realidad, no quería saber la respuesta, pero sentía curiosidad. Un hombre como Aidan debía de tener muchas oportunidades.
– Soy yo el que hace las preguntas aquí. ¿Cuál es tu fantasía sexual favorita?
Lily abrió los ojos como platos.
– ¿De verdad crees que me podrían preguntar algo así?
– Podrían. Es mejor que respondas, por si acaso.
Lily consideró su respuesta durante mucho tiempo.
– No lo sé. Supongo que la estoy viviendo en estos momentos. No… Ésa no es una buena respuesta. Una enorme bañera llena de burbujas, una botella de champán y mi hombre favorito en la bañera conmigo.
– Muy excitante. Se han escuchado rumores de que te estás acostando con el guapo e inteligente director de cine Aidan Pierce. ¿Qué te parecen sus películas?
– Las he visto todas al menos cinco o seis veces y creo que son fabulosas.
Aidan soltó la carcajada. Evidentemente, había dado por sentado que ella le había contado una mentira. Sin embargo, era la pura verdad. Lily se preguntó si había llegado por fin el momento de confesarle la fijación que tenía con él desde hacía un año, desde el momento en el que lo vio en el aeropuerto. Tal vez se lo contara algún día, pero sólo cuando no tuviera ninguna consecuencia.
– Hemos oído también rumores de que él es realmente bueno en la cama. ¿Le importaría confirmar la veracidad de esta afirmación?
– No voy a confirmarlo ni a desmentirlo -dijo Lily-, pero lo que sí voy a decir es que sabe besar muy bien -añadió. Comenzó a deslizarle el dedo por el labio inferior-. ¿Quién te enseñó a besar?
– Di una clase.
– Hablo en serio. ¿Quién fue?
– Alison Armstrong. Tenía trece años y yo once. Tal vez doce. Ella había besado a muchos chicos y, por alguna razón desconocida, centró sus atenciones en mí.
– Una chica inteligente.
– No. En realidad, yo era un muchacho delgaducho y feo. Llevaba aparato en los dientes y gafas. Además, me ponía unas zapatillas azules que a mí me parecía que eran muy chulas porque se parecían a las de los Power Rangers.
– No te creo.
– Es cierto. Un día, Alison se me acercó y me dijo que quería verme en el campo de fútbol. Yo me presenté pensando que me iba a pedir que le hiciera los deberes de Matemáticas o que le prestara mi cámara de vídeo. Sin embargo, ella se limitó a comerme a besos.
– ¡Qué guarra!
– Oh, sí. Me metió la lengua en la boca. Yo no sabía qué estaba haciendo, pero me dejé llevar. Muy pronto, aprendí lo que había que hacer. Nos reunimos tres días más y aprendí todo tipo de cosas.
– Y, después de eso, ¿pudiste conseguir a todas las chicas que querías?
– No. No besé a ninguna otra chica hasta que estuve en el instituto, pero cuando llegué a la universidad, mis posibilidades mejoraron notablemente. Crecí, me quitaron los aparatos, me pusieron lentillas y me cortaron el pelo decentemente. Me había convertido en un estudiante de cinematografía, por lo que me consideraban muy guay sin que yo tuviera que esforzarme mucho.
– Yo te habría besado. A mí no me besaron hasta la noche de mi primer baile del instituto. Fue Grady Perkins. Besaba fatal.
– ¿Quién te dio el primer beso que mereciera la pena?
– Tú. Cuando me besaste en el avión. Un beso debería ser… sorprendente. Emocionante y aterrador a la vez. Jamás debería ser corriente.
– Para ser la mujer que escribió Cómo seducir a un hombre en diez minutos, eres una verdadera romántica.
Lily se acurrucó un poco más contra él.
– A veces creo que es mi reacción a lo que tuvieron que pasar mis padres y de lo que yo fui testigo. Quiero creer, pero sé que estoy siendo demasiado idealista.
– Mis padres llevan treinta y cinco años casados -dijo Aidan-. Aún siguen locamente enamorados el uno del otro.
– Tienen suerte -susurró ella. Entonces, besó a Aidan rápidamente en los labios-. Bueno, tengo que decidirme sobre el vestido. Luego tengo que llamar a Miranda y hablar con ella de la publicidad de mi libro.
– Está bien, pero quiero que hagamos planes para esta noche. Vamos a ir en tren a Nueva York para ver un partido de béisbol. Será una cita. Incluso te invitaré a cenar.
– Muy bien. Es una cita.
Aidan se bajó de la cama y señaló un vestido verde claro de estilo imperio.
– Ése. Va muy bien con tus ojos -dijo. Entonces, agarró la revista que tenía en el suelo y salió de la habitación.
Lily tomó el vestido y se lo puso por encima. Se miró en el espejo y se dio cuenta de que él tenía razón. Hacía juego con sus ojos. Algunas veces, parecía que Aidan sabía más sobre Lily Hart que ella misma. Aunque no había tenido intención alguna de abrirse tan completamente a ese hombre, había ocurrido de todos modos. Lily sospechaba que estaba más metida en aquella relación de que lo que había planeado en un principio.
– No he estado nunca en un partido de béisbol -dijo Lily-, pero los he visto por televisión y parecen entretenidos.
Estaba de pie junto a Aidan, agarrada a la barra superior mientras el metro los balanceaba de un lado a otro. Él estaba agarrado a su cintura. Para un observador casual, el gesto sería protector, pero, en realidad, a Aidan le gustaba tocarla, mantener el contacto físico con ella. Si no podía agarrarle la mano, le apoyaba la suya en la espalda o la agarraba del codo mientras caminaba.
Aidan había visto cómo su padre hacía lo mismo durante años. Siempre le había parecido muy raro. Le parecía como si su padre no se fiara de que su madre pudiera mantenerse en pie sola. Por fin, Aidan se había dado cuenta de que no era eso. A su padre simplemente le gustaba tocar a su madre.
– Supongo que eso significa que no te gustan mucho los deportes.
– A Miranda le gusta más la ópera y el ballet. Además, cuando estamos aquí en verano, siempre vamos a ver espectáculos de Broadway.
– Podríamos ir a ver uno. No es demasiado tarde.
– No, no. Tenemos una cita. Tú has elegido y a mí me interesa el béisbol. Sin embargo, pensaba que el equipo de Nueva York eran los Yankees.
– Nueva York tiene dos equipos, los Yankees y los Mets. El estadio de los Yankees está en el Bronx y el Shea Stadium en Flushing, en Queens. Yo crecí en Queens, en Rockaway Beach. Por eso, soy fan de los Mets.
– ¿Siguen viviendo allí tus padres?
– En la misma casa. Mi madre es maestra y mi padre trabaja para el departamento de parques y jardines.
– Debió de ser muy agradable tener una infancia normal, con recuerdos normales. Creo que, si yo tuviera hijos alguna vez, eso sería lo que querría para ellos. Todo eso de la fama resulta muy confuso para los niños. Yo jamás lo comprendí.
– ¿Cómo es eso?
– A la gente le interesaban mucho mis padres. Por dondequiera que íbamos, siempre había alguien que quería una fotografía o un autógrafo. Cuanto más en crisis estaba el matrimonio de mis padres, más fotógrafos nos seguían. Ella tenía que disfrazarse para poder llevarme a mí al colegio.
– Creo que tu madre podía haberse enfrentado a esa situación de otro modo, ¿no te parece?
Lily se encogió de hombros.
– Ella decía que era parte de su trabajo. Que una estrella de cine estaba acabada cuando ya nadie quería hacerle fotos. Esto es lo normal -dijo ella mientras miraba por la ventanilla-. Ir a un partido de béisbol en el metro. Comer perritos calientes y palomitas. Tú podrías comprarme algo en la tienda del club. Y nadie nos sigue.
– ¿Qué te gustaría que te comprara?
– Una bandera.
– No hay problema. Puede que te compre también una gorra. Te convenceré para que te hagas de los Mets. No me gustaría que te inclinaras hacia el otro lado. Los Yankees tienen seguidores de sobra.
La estación de metro estaba justo enfrente del Shea Stadium. Descendieron rápidamente rodeados por una multitud de seguidores y entraron en el estadio.
– Esto es muy emocionante. ¿Nos vamos a sentar muy alto?
– No. Tenemos entradas para el lado de la tercera base -dijo él-. Con unos amigos -añadió-. En realidad, te voy a presentar a mis padres.
– ¿Que me vas a presentar a tus padres?
– Sé que debería habértelo dicho antes, pero no quería que creyeras que era muy importante, porque no lo es. Es sólo un partido de béisbol. Le regalé a mi padre cuatro abonos por Navidad y nadie utiliza los otros dos. No te preocupes. Les dije que iba a venir con una amiga. No he dicho novia ni nada por el estilo.
– ¿Y no crees que van a dar por sentado que estamos juntos?
– Lo que piensen no importa. Vamos tan sólo a un partido de béisbol y da la casualidad de que mis padres están sentados a nuestro lado. Les gusta el béisbol. Son personas agradables, Lily. Te prometo que te caerán bien.
La realidad era que quería presentarles a Lily a sus padres. Quería que supieran que él era capaz de conocer a una chica normal, que les gustara a ellos, no una de las típicas bellezas de Hollywood. Además, quería demostrarle a Lily que a veces los matrimonios sí duran para siempre, que había parejas que sí vivían los finales felices.
– Esto no es justo -protestó ella-. Deberías habérmelo advertido.
– Tú no eres radiactiva ni ellos caníbales o asesinos en serie. No te van a secuestrar ni a pedir un rescate por tu liberación. Como mucho, mi madre podría decirte que eres muy mona y mi padre te podría preguntar si te apetece una cerveza. Si eso es motivo de preocupación, podemos darnos la vuelta y regresar a casa.
Lily tardó sólo unos segundos en ver lo estúpidos que eran sus miedos. Cuando por fin cedió, Aidan se inclinó sobre ella y la besó.
– Está bien. Ahora podemos ir a buscar nuestro asiento.
A pesar de que había mucha gente, Aidan vio a sus padres inmediatamente. Los saludó con la mano, pero ellos no lo vieron a él hasta que los dos estuvieron prácticamente delante de sus progenitores.
– Hola -dijo.
Los dos se quedaron atónitos al verlo. Su madre esbozó inmediatamente una amplia sonrisa y le dio un abrazo.
– ¡Ya estáis aquí! -exclamó llena de alegría.
El padre de Aidan lo abrazó también y le dio una fuerte palmada en la espalda.
– Tienes buen aspecto. Estás bronceado.
Lily permaneció en un segundo plano, pero Aidan se dio la vuelta y le agarró la mano.
– Mamá, papá, ésta es Lily Hart. Lily, éste es mi padre, Dan Pierce y mi madre, Ann Marie.
Lily sonrió afectuosamente y extendió la mano.
– Hola. Es un placer conocerlos.
La madre de Aidan le dio un amigable abrazo.
– ¿Lily, ha dicho? Bueno, Aidan dijo que iba a venir acompañado, pero yo pensé que sería uno de sus amigos del barrio. Me alegra ver que se ha traído a alguien mucho más interesante.
La mujer entrelazó el brazo con el de Lily y se dirigieron juntas hacia la entrada.
– ¿Cuánto tiempo hace que os conocéis?
Aidan permaneció al lado de su padre.
– Es muy guapa -dijo Dan.
– Sí. Y también muy lista.
– ¿Es algo serio?
– Aún no estoy seguro. Podría serlo.
– Bueno, no dejes que tu madre la asuste. Lleva mucho tiempo esperando este día. Cuando tenga a Lily arrinconada, no creo que vaya a querer dejarla marchar. Tal vez decida encerrarla con llave en el sótano y darle ensalada de pollo para comer. Cuando tenemos invitados, siempre prepara ensalada de pollo. Jamás lo he entendido.
Aidan soltó una carcajada y recordó las palabras que le había dicho a Lily. Le había asegurado que sus padres no presentaban ningún peligro para ella, pero se había mostrado demasiado optimista.
– Me sentaré entre ellas.
Aidan descubrió que tratar de desviar el interés que su madre sentía por Lily le resultaba mucho más difícil de lo que había esperado. Insistió en que Lily se sentara junto a ella. Para no hacer una escena, Aidan cedió. Estaba claro que su madre quería evaluar plenamente a Lily tan pronto como le fuera posible.
A los pocos minutos, Aidan tomó a Lily por la mano y la hizo levantarse.
– Vamos. Voy a comprarte la gorra que te había prometido. ¿Os puedo traer algo? ¿Cacahuetes? ¿Otra cerveza? Lily y yo vamos de compras.
Ann Marie soltó una carcajada.
– ¡Vaya! Pues eso sí que es un cambio a mejor. A Aidan no le gustaba nada ir de compras.
– Vamos a comprar una gorra de béisbol, mamá, no paños de cocina. Volveremos enseguida.
Condujo a Lily hacia la salida. Cuando llegaron a la galería, la agarró por la cintura y lo besó larga y profundamente.
– Lo siento -dijo-. Lo siento. Jamás pensé que se comportaría de este modo.
– ¿De qué modo? Tu madre es muy agradable.
– ¿Agradable? Pero si te está interrogando y eso que el partido acaba de comenzar. Estoy seguro de que ya está planeando una reunión familiar que te incluya a ti. Estoy seguro de que invitará a todo el mundo.
– ¿Es que lo ha hecho ya antes? -preguntó Lily, riendo-. ¿Tiene a tus antiguas novias enterradas en el jardín trasero?
– No. Jamás he llevado a una chica a casa. Por eso se está comportando así.
– Pero supongo que les habrás presentado a alguna chica.
– Desde el instituto, no. Y ésas eran sólo amigas.
Lily lo miró con incredulidad.
– ¿Y te extraña que tu madre esté tan interesada en hablar conmigo? Probablemente había pensado que eras gay.
Aidan frunció el ceño. Comprendió que Lily tenía razón.
– Vaya… Ahora todo encaja… No es que a mis padres eso les suponga ningún problema, pero… Además, la razón por la que jamás he llevado a ninguna chica a mi casa es porque las mujeres con las que he estado últimamente no hubieran podido apreciar Rockaway Beach.
– ¿Y crees que yo sí?
Aidan se encogió de hombros.
– Bueno, sabía que a ti no te importaría. Eres la persona menos pretenciosa que he conocido. Eres divertida, dulce… Quería que mis padres supieran que podía encontrar a alguien que les gustara. Siento haberte puesto en esta situación. No quería hacerlo, pero sabía que tú no sacarías ninguna conclusión equivocada de esto. Es sólo un partido de béisbol.
Lily se puso de puntillas para darle un beso.
– No te preocupes. Puedo soportar a tu madre. Te olvidas de que vivo con Miranda Sinclair. Ella está loca de atar y he conseguido mantenerla a raya. Tu madre es una aficionada comparada con mi madrina. Espera a que Miranda te eche mano a ti -comentó, entre carcajadas-. Te atará a una silla, te pondrá una luz brillante delante de los ojos y te pedirá que hagas recuento de todas las mujeres con las que te has acostado. Además, te advierto que le encantan los detalles jugosos.
Aidan sonrió. Tenía muchas ganas de encontrarse con Miranda cara a cara. Quería decirle lo maravillosa que era su ahijada, lo mucho que le gustaba y lo agradecido que le estaba a ella por no haber tomado ese vuelo.
– Creo que yo también podré controlar a Miranda. He hablado con ella por teléfono en varias ocasiones y no me parece tan mala.
– Sí, pero entonces aún no te habías acostado conmigo.
– Ella fue la que organizó todo esto -dijo Aidan-. Si no hubiera sido por ella, no habríamos estado juntos en ese avión.
– Tendremos que encontrar un modo de darle las gracias -comentó Lily-. Tal vez debería comprarle un dedo de espuma de esos que venden en la tienda de recuerdos del club…
– ¡Lily! ¡Lily! ¿Dónde estás?
Lily levantó la vista de la pantalla del ordenador al escuchar que Aidan la llamaba.
– Estoy aquí, en el despacho.
Él había ido a la ciudad a una agencia de viajes local a recoger su billete de avión. Lily se había pasado la mañana tratando de revisar el tercer capítulo de su novela. Esperaba que el trabajo la ayudara a olvidar el hecho de que él se iba a marchar al día siguiente. Siempre había sabido que aquel momento terminaría por llegar. Los dos parecían estar preparándose para despedirse comportándose como si fuera algo normal, que no les afectara lo más mínimo.
Lily se mordió el labio inferior y trató de contener las lágrimas. Los últimos cinco días habían sido los más excitantes y los más románticos de su vida. Todas las fantasías que había imaginado se habían hecho realidad y, en aquellos momentos, estaba a punto de terminar.
– ¿Qué estás haciendo?
– Trabajando -replicó ella, forzando una sonrisa-. ¿Has conseguido tu billete?
Aidan asintió. Cruzó la sala y colocó las manos sobre la silla. Le dio un rápido beso.
– Ya está todo organizado. Tengo que estar en el aeropuerto a las seis de la mañana. ¿En qué estás trabajando?
Lily trató de cerrar el documento, pero Aidan se lo impidió.
– Es sólo un libro -explicó ella.
– ¿Más consejos de Lacey St. Claire?
– No. Es una novela.
– ¿Puedo leerla?
– No. No está terminada.
– ¿Crees que sería una buena película?
– No lo sé -respondió ella-. Creo que es divertida. Trata sobre una niña de Hollywood y la familia tan poco corriente con la que vive.
– ¿Es una comedia? Yo jamás he dirigido una comedia. Cuando hayas terminado, ¿me permitirás que la lea?
Lily asintió. Ya se habían hecho muchas promesas para el futuro. Una más no supondría ninguna diferencia. Además, podría ser muy agradable tener su opinión. Lily respetaba su gusto.
– Lo haré.
– Bien. Ahora, vamos. He traído el almuerzo. ¿Por qué no comemos y luego nos pasamos el resto de la tarde en la piscina?
Aidan la agarró por la cintura y comenzó a caminar detrás de ella mientras los dos se dirigían a la cocina. Cuando llegaron allí, Lily vio las bolsas de comida y… una copia recién comprada de Cómo seducir a un hombre en diez minutos.
– ¿Qué es esto?
– Me lo he comprado. Se me ha ocurrido que me lo podrías firmar. Necesitaba algo para leer en el avión.
– ¡No! -gritó Lily-. No puedes leer esto en el avión.
– ¿Y por qué no?
– Porque podría darte ideas. No quiero que termines en el cuarto de baño con una pasajera.
– Ah, veo que el monstruo de los celos comienza a levantar su fea cabeza -bromeó él. Le pellizcó suavemente la nariz y se dispuso a sacar la comida de las bolsas-. Yo te gusto, ¿verdad?
– Me he divertido mucho estos días, y siento mucho que vaya a terminarse.
Tomó uno de los recipientes. Vio que era ensalada de patata. Sólo tenía que hacer la pregunta, pero se juró que ella no iba a ser la primera que la realizara. Sin embargo, necesitaba saber la respuesta.
– Podríamos hacer planes para volvernos a ver -murmuro. Pronunció aquellas palabras antes de que pudiera contenerse.
Aidan le quitó la ensalada de patata de la mano y la abrió. Entonces, se la volvió a entregar con un tenedor de plástico.
– Yo estaba pensando en lo mismo. Voy a estar en Los Ángeles aproximadamente una semana, pero podría regresar aquí cuando haya terminado.
– Yo no voy a estar aquí. Me marcho a Florida a finales de la semana que viene para iniciar la gira de promoción de mi libro. Después, me marcho a Texas. Volveré a estar aquí dentro de tres semanas, pero sólo durante unos días. Nos podríamos ver entonces.
– Está bien. Dentro de tres semanas. Voy a regresar dentro de tres semanas.
Lily asintió. Tras organizar algo para volver a verse, el dolor que se le había acomodado en el corazón desapareció por completo. Tres semanas no era un periodo de tiempo demasiado largo. Podía esperar.
– Además, podremos hablar por teléfono -dijo Aidan-. Yo tengo tu teléfono móvil, así que no se me olvidará.
– Sí. Hablaremos por teléfono.
– Muy bien. Me alegro de que ya nos hayamos ocupado de este punto. Ahora, voy a ponerme unos pantalones cortos para que podamos comer al lado de la piscina.
Lily asintió y observó cómo él se iba corriendo hacia la casa de la piscina. Durante los últimos días, había tratado de memorizar pequeños detalles sobre lo que más le gustaba de él. El color exacto de sus ojos, el hoyuelo que se le formaba en la mejilla izquierda, el modo en el que los labios esbozaban una sonrisa. Había estudiado su cuerpo cuando se movía y sus manos cuando hablaba. Había tanto que asimilar, tantas cosas que le gustaban de él…
Oyó que su teléfono móvil comenzaba a sonar. Lo sacó del bolso. Era Aidan. Lily frunció el ceño y abrió el teléfono.
– ¿Qué quieres?
– Sólo estaba asegurándome de que esto funciona. Te echo de menos.
– Pero si sólo llevamos separados menos de un minuto. Además, si me pongo en la puerta de la cocina, seguramente podré verte.
– Ya lo sé, pero es que el tiempo pasa muy lentamente cuando no estás a mi lado.
– Pues entonces, haz lo que tengas que hacer y regresa aquí para comer conmigo.
– Me estoy desnudando. ¿Qué llevas tú puesto?
– Ropa. Pero si acabas de verme. Llevo puesto un vestido azul.
– No. No se hace así. Se supone que tienes que decirme que estás desnuda o que llevas puesto algo realmente sexy.
– ¿Sí?
– Sí. Dado que vamos a estar separados un tiempo, creo que deberíamos practicar el sexo telefónico.
– ¿Y por qué vamos a hacer algo así cuando aún estamos en la misma casa?
– Porque si no sale bien, puedo ir a tu dormitorio para que podamos tener relaciones sexuales de verdad.
Lily se echó a reír.
– No estoy segura de poder hacerlo.
– Claro que puedes. Primero, tienes que subir a tu dormitorio y quitarte toda la ropa. Y, mientras lo haces, tienes que ir contándomelo.
– ¡No!
– Vamos, Lily. Será divertido, te lo prometo. ¿Qué vas a hacer tú sola en esas habitaciones de hotel de Florida y Texas? No quiero que tengas relaciones sexuales con nadie más. Por lo tanto, tendrá que ser el teléfono o nada.
– ¿Has oído hablar alguna vez de la masturbación?
– Sí, pero es mucho más divertido si disfruto yo contigo desde el otro lado de la línea telefónica mientras tú me dices palabras sucias.
Lily se sentó en un taburete de la cocina y abrió una botella de ginger ale.
– Está bien -murmuró-. En estos momentos voy a mi dormitorio. Me estoy desabrochando el vestido.
– ¿Qué llevas puesto debajo?
– Nada. Esta mañana no me puse ropa interior. No creí que fuera a necesitarla.
– Ojalá me lo hubieras dicho cuando estaba en la cocina…
– ¿Y tú? ¿Qué llevas puesto?
– Nada. Estoy tumbado en la cama, completamente desnudo. Y estoy pensando en esta mañana, cuando estabas en esta cama conmigo. Estoy pensando en lo que hicimos juntos…
Lily sonrió al recordar el modo en el que habían hecho el amor.
– ¿Recuerdas cómo te toqué? -le preguntó ella-. ¿Por qué no te tocas del mismo modo y me dices cómo te sientes?
Se mordió el labio inferior para no soltar la carcajada. Aunque resultaba un poco raro hablar de esa manera, Lily comprendía que podría ayudar a la gente a aliviar el estrés. No obstante, jamás podría sustituir al sexo de verdad.
– Muy bien. Ya lo estoy haciendo. Dime qué estás haciendo tú.
Lily tomó un poco de ensalada de patata.
– Estoy tumbada en la cama, tocándome -susurró-. Oh, qué gusto…
– Sigue hablando -dijo él con voz profunda-. Dime lo que me harías si estuviéramos juntos.
Lily sintió que empezaba a calentarse. Aunque hablar de aquel modo resultaba un poco ridículo, resultaba también muy liberador. Muy propio de Lacey St. Claire.
– Comenzaría a besarte. Al principio serían besos cortos, rápidos. A lo largo del cuello, por el torso. Alcanzaría el sendero que conduce hasta el ombligo y luego seguiría bajando…
– ¿Adónde?
– Ya sabes dónde. Te besaría ahí. Te recorrería por todas partes con la lengua. Cuando ya no lo pudieras soportar más, yo…
– ¡Eres una mentirosa!
Lily se dio la vuelta y vio que Aidan estaba junto a la puerta, con una sonrisa en los labios y el teléfono junto a la oreja. Se había puesto unos pantalones cortos, y resultaba evidente por el abultamiento que tenía que la conversación estaba funcionando. Estaba excitado.
– ¡Y tú también! -exclamó ella bajándose del taburete.
– Se suponía que estabas desnuda.
– Y tú.
Se miraron el uno al otro durante un instante. Entonces, él se encogió de hombros y se bajó los pantalones dejando al descubierto su excitación. Lily agarró la falda del vestido y se lo sacó por la cabeza.
– ¿Estás contento ahora?
– Mucho…
– Luisa está a punto de volver. Ha ido a comprar unas cosas…
– Tal vez podrías darle la tarde libre.
Lily atravesó la cocina y se colocó delante de él. Miró la potente erección Aidan y sonrió.
– ¿Me has echado de menos?
Con un profundo gruñido, él la agarró por la cintura y la levantó del suelo. La llevó a la piscina. Al ver sus intenciones, Lily trató de soltarse de sus brazos.
– No. No quiero mojarme.
Aidan no escuchó. La llevó al lado más profundo de la piscina y saltó con ella en brazos. El agua estaba fría. Lily contuvo la respiración antes de que los dos se hundieran en la superficie.
Ella echaría de menos el romance y el sexo, pero estar con Aidan era también muy divertido. Lily estaba segura de que echaría de menos muchas cosas sobre él, pero, sin duda, ésa sería la que más añoraría.